Schafik Jorge Handal

 

El Poder, el Carácter y Via de la Revolución y la Unidad de la Izquierda

 


Fecha: Diciembre de 1981.
Fuente: Texto ubicado y digitalizado por el Centro de Estudios Marxistas "Sarbelio Navarrete" (CEM); puesto en internet por el Servicio Informativo Ecuménico y Popular (SIEP), septiembre de 2009.
Esta edición: Marxists Internet Archive, noviembre de 2010.  Al citar o reproducir el documento, aparte de marxists.org, favor de mencionar al CEM y al SIEP como las fuentes originales de la versión digital.


 

 

Me propongo abordar algunos aspectos destacados de cuatro problemas fundamentales de la lucha por la victoria de la revolución: el Poder, el Carácter y Vía de la Revolución y la Unidad de la izquierda. En la experiencia de nuestro Partido estos problemas han tenido una alta significación.

 

Sobre el problema del Poder

El abecedario del marxismo-leninismo enseña que el problema fundamental de la revolución es el problema del poder; el alejamiento en la práctica de esta verdad es, a nuestro juicio, uno de los factores principales que, de no corregir a tiempo, podría habernos dejado fuera de la línea delantera de la revolución salvadoreña.

En América Latina han tenido lugar dos grandes revoluciones verdaderas, la de Cuba y la de Nicaragua y en ninguno de los dos casos los Partidos Comunistas estuvieron a la cabeza. En el caso de Nicaragua la experiencia con el Partido hermano fue desastrosa, exceptuando la parte de él que desde 1978 se incorporó a la lucha armada. Estamos convencidos de que la ausencia práctica de una clara conducta de lucha por el poder es el factor principal que explica estos resultados. Esta misma cuestión ha estado a la base, creemos nosotros, de las equivocadas caracterizaciones de ciertos procesos sociales y políticos reformistas en América Latina como “revoluciones”. En la práctica esta caracterización no se confirmó, pero sirvió para determinar un papel de simple fuerza de apoyo para los partidos hermanos de los respectivos países.

Otra expresión de este mismo problema es el papel exagerado y, en algunos casos, la absolutización del papel que se asigna al Programa económico-social para determinar el carácter de la revolución. el curso de la lucha por su victoria y de la defensa y consolidación de la misma. En Chile, durante el gobierno de Allende, por ejemplo. tanto los participantes de la Unidad Popular, como la fuerzas así llamadas ultra-izquierdistas, daban una importancia central al Programa Económico-Social. Para unos, las claves de toda cuestión chilena, el futuro de la revolución chilena, residía en no sobrepasar los límites del Programa de la Unidad Popular: mientras para lo otros, todo consistía en radicalizar ese programa, rebasar sus límites. Mientras tanto, ninguno elaboró ni aplicó una orientación certera para resolver realmente el problema del poder, ni para defender al gobierno de Allende.

Me refiero al caso chileno porque creo que es casi de laboratorio: es curioso que cuando aparecieron objetivamente los procesos y corrientes que configuraban la posibilidad de resolver revolucionariamente el problema del poder, ni unos ni otros lo captaron. Tengo en cuenta la configuración dentro del ejército chileno de una corriente que comprendía bastante claramente la necesidad de solucionar el problema del poder. La dimensión y trascendencia de este hecho puede apreciarse en las anotaciones del Gral. Prats en su diario durante el año 1973.[1]  Es también curioso cómo la reacción entendió con precisión este asunto. Todo lo que la reacción hizo en Chile durante el gobierno de Allende, estaba dirigido a aplastar la posibilidad de perder el poder cuando se configuró esta corriente en el ejército. su esfuerzo concentrado estuvo dirigido a deshacerse de Prats y sus compañeros . ¿Cómo actuaron las fuerzas revolucionarias frente a este fenómeno? Nadie en definitiva defendió a Prat a la parte del ejército que él encabezaba. Unos lo sacrificaron en aras de maniobras políticas, creyendo honradamente que éstas traerían la salida a la crisis, y los otros consideraron que la presencia de Prats en el gobierno era “la presencia de la burguesía’ que el pacto con Prats era “la traición a la revolución” y decidieron constituirse en la ‘oposición obrera y campesina”. Cuando la corriente de Prats, era fuerte y predominante, cuando derrotó cal “tancazo” (junio de 1973). las masas intuyeron la importancia de aquel momento para resolver revolucionariamente el problema del poder: se lanzaron a la calle, como todos sabemos, exigiendo golpear profundamente a la reacción,. cerrar el Parlamento, depurar al ejército pero la dirección de aquel proceso no tomó resueltamente en sus manos estas banderas. No estoy defendiendo la idea de que todo se hubiera resuelto en Chile organizando la lucha alrededor de Prats; creo sí que el aparecimiento de la corriente encabezada por él y la marejada de masas que siguió a su victoria sobre el “tancazo’ fue lo más cercano que hubo durante el gobierno de la UP a la solución del problema del poder para la revolución. Esa posibilidad apareció objetivamente y se constituyó así en una prueba para medir la claridad de la. fuerza revolucionarias sobre la tesis del marxismo-leninismo de que ‘‘el problema del poder es el problema fundamental de toda revolución.”

La historia de la revolución mundial ha refrendado esta verdad, una y otra vez. No es el Programa Económico-Social lo central y decisivo. Los ritmos en la aplicación del Programa Económico-Social, la radicalidad de los cambios económico-sociales, están en dependencia de las condiciones nacionales e internacionales en que se realiza cada revolución.

Los revolucionarios tienen la posibilidad de escoger el ritmo mejor, incluso de hacer pausas y hasta retrocesos si fuera necesario, a condición de que conquisten el poder y lo retengan firmemente en sus manos. La Revolución de Octubre y la NEP (Nueva política eco nómica)[2], es un ejemplo de necesaria desaceleración de los cambios económico-sociales. En Cuba, el Programa económico-social del Movimiento 26 de julio de hecho era sólo el discurso de Fidel “La Historia me absolverá”, desconocido para las grandes masas

mayoritarias del pueblo antes del triunfo de la revolución; en la experiencia de la revolución cubana fue necesario acelerar, sin embargo, la radicalidad de las transformaciones económico-sociales para defenderla frente a las asfixiantes medidas contrarrevolucionarias emprendidas por el imperialismo yanqui. La actual experiencia de Nicaragua, donde el ritmo y la profundidad de las transformaciones económico-sociales ha debido graduarse, es otra constatación práctica de la tesis que ya hemos dejado anotada. y se podrían citar ejemplos de Europa Oriental y África.

La dialéctica del problema del poder y el Programa económico- social es necesario esclarecerla a fondo. Hay que volver al planteamiento leninista una y otra vez: toda la cuestión planteada por Lenin en sus Tesis de Abril de 1917 apuntaba a la toma del poder por el proletariado revolucionario y su partido, a esclarecer y unir en torno de estos las fuerzas de las grandes masas campesinas y populares en general, para realizar esta tarea.

Las Tesis de Abril siguen siendo el modelo de cómo enjuiciar el problema del poder y como determinar la conducta del Partido en la situación revolucionaria.

Responde a la pregunta de por qué el movimiento comunista de América Latina y otras regiones del Tercer Mundo, dejó de tener en el centro de su actuación la lucha por el Poder, es un asunto complejo: nosotros no tenemos una respuesta satisfactoria, de seguro hay varias. Yo voy a referirme a una: me parece que la solución del problema del carácter y la vía de la revolución está vinculada a este asunto.

 

El Carácter y la Vía de la Revolución

En Cuba quedó demostrada una regularidad de la revolución en América Latina: la revolución que aquí madura es la revolución socialista. Quedó también demostrado en Cuba que no se puede ir al socialismo, que no se puede realizar la revolución socialista, sino con las banderas democráticas antiimperialistas desplegadas, que lo que moviliza a las grandes masas a la acción revolucionaria son las consignas democráticas antiimperialistas, que no puede realizarse hasta el fondo la revolución democrática antiimperialista ni se puede defender sus conquistas si no se va al socialismo.

Dicho de otra manera: no se puede ir al socialismo sino por la vía de la revolución democrática anti-imperialista, pero tampoco se puede consumar la revolución democrática anti-imperialista sin ir hasta el socialismo. De manera que entre ambas hay un nexo esencial indisoluble, son facetas de una sola revolución y no dos revoluciones. Si vemos desde hoy hacia el futuro, la que tenemos planteada es la revolución democrática anti-imperialista: si una vez realizada esa revolución viéramos hacia atrás, un decenio más tarde digamos, la revolución democrática-antiimperialista no se nos presentaría como una revolución aparte sino como la realización de tareas propias de la primera fase de la revolución socialista.

Siendo las cosas así, se comprende aún mejor que no puede haber revolución sin resolver a fondo el problema del poder y que no es necesario esperar a que las grandes masas tengan una conciencia socialista para ir a la toma revolucionaria del poder. En Cuba no había conciencia socialista generalizada antes de la victoria del primero de enero de 1959. A mí me parece que si se enfoca de esta manera el problema del carácter de la revolución, la actividad de los partidos revolucionarios no puede dejar de tener en su centro el problema del poder.

Yo no sé de donde surgió este esquema pero nuestro Partido, y me parece que muchos otros partidos comunistas de América Latina, hemos trabajado durante decenios con la idea de dos revoluciones y veíamos la experiencia cubana como una “peculiaridad excepcional” reaccionarnos tanto y tantas veces contra el planteamiento izquierdista de la lucha por la implantación directa, sin prólogos, del socialismo, sin comprender la esencia del asunto y llegamos a convencernos a nosotros mismos de que la revolución democrática no es necesariamente una tarea a organizar y promover principalmente por nosotros, sino que en ella podríamos limitarnos a ser fuerza de apoyo, y conformarnos con ser fuerza de apoyo, en aras de asegurar la amplitud del abanico de las fuerzas democráticas participantes.

Así, la revolución democrática anti-imperialista se nos presentaba como una “vía de aproximación”, que puede alcanzarse dejando en la delantera de la acción a sectores “progresistas”, “anti-imperialistas”, de las capas medias (de la intelectualidad, de los militares, etc.) y hasta de la burguesía. Las experiencias peruanas. panameña y portuguesa (brevemente también la experiencia del gobierno del Gral. Juan Torres en Bolivia), parecieron confirmar esta Tesis, aunque ellas mismas terminaron negándola. Claro que en ningún documento partidario se dice expresamente tal cosa, pero la conducta práctica de nuestro Partido y de otros Partidos hermanos ha sido esa. El que surge de tal conducta no es ni puede ser el partido de la revolución, sino el partido de las reformas. El PCS. para asumir su papel revolucionario debió abandonar ese esquema equivocado.

Nosotros estamos convencidos de que en el movimiento comunista latinoamericano hay que hacer una gran lucha ideológica para librarnos de todo ese lastre reformista.

Por supuesto estoy lejos de pensar que éste es un análisis integral y suficientemente profundo; son simplemente reflexiones y preocupaciones, deducciones de nuestra propia experiencia y sugerencias para quienes trabajan en la esfera científica estudiando el proceso revolucionario mundial, son sugerencias para volver a este punto, una y otra vez, aunque parezca un asunto elemental.

La cuestión de la lucha por el Poder está ligada con demasiadas cosas, ante todo, con el problema de la vía de la revolución y del carácter de ésta. Si de lo que se trata es de que madura en América Latina la revolución socialista, hay que arrebatarle el poder a la burguesía. hay que destruir el aparato burocrático militar de la burguesía; esto en las condiciones actuales -y lo será así por muchísimo tiempo- no puede realizarse por vía pacífica. En América Latina esta tesis ha sido ya comprobada por la experiencia de dos revoluciones armadas triunfantes y por la derrota de dos intentos de consumar la vía pacífica, en los dos países más democráticos del continente: Chile y Uruguay. En ambos casos ejércitos “constitucionalistas”, “profesionalistas” y no tradicionales tropas gorilas tan difundidas en nuestro Continente, echaron a pique el barco y la navegación de la revolución por vía pacífica. Costa Rica -la “Suiza de América”- que “no tiene ejército”. se encuentra sacudida hoy por una vertiginosa carrera represiva, de organización y acción de bandas fascistas armadas, sobre el escenario de una desenfrenada crisis económica. Nadie se afilia ahora en Costa Rica a la hipótesis de una evolución pacífica de la revolución. La idea de la vía pacífica para la revolución en América Latina está ligada al reformismo, a mi juicio.

En la sociedad latinoamericana hay muchas fuerzas progresistas: podría pensarse que uniendo estos sectores progresistas se puede influir sobre lo que suele llamarse hoy “centros y aparatos de poder” y, poco a poco, ir modificando la esencia del Estado, “tomar el poder por partes”. Si aceptamos que la revolución democrática antiimperialista es parte inseparable de la revolución socialista, no se puede realizar la revolución tomando pacíficamente el poder por cuotas, será indispensable bajo una u otra forma, desmantelar la máquina estatal de los capitalistas y sus amos imperialistas, erigir un nuevo poder y un nuevo Estado. En tales condiciones resulta evidente que la vía pacífica no es la vía de la revolución.

Manejar este problema de la vía de la revolución en América Latina a partir de que es indiscutiblemente verdadera (con fuerza de (dogma), la afirmación de que hay posibilidades iguales, equitativas, para la vía armada y la vía pacífica es, en nuestra opinión, un error muy grave, incluso si ésta tesis se formula como una afirmación “en principio’. Es igualmente un grave error manejar la cuestión de la vía de la revolución como un asunto puramente “táctico”, sujeto a “imprevisibles variaciones”. Ambos esquemas son un planteo eufemístico de la posición reformista, no revolucionaria, que enajena el papel de vanguardia del partido comunista.

Desde luego, la vía armada de la revolución no excluye la lucha por la realización de las reformas económico-sociales. Esta lucha juega un importante papel en la educación política de las masas y las alianzas: además, los cambios “profundos” del programa democrático anti-imperialista son en esencia reformas, ya que por sí solas no pueden abolir el capitalismo y, por el contrario, pueden reforzarlo; lo que le imprime un carácter revolucionario a ese Programa es la lucha revolucionaria por el poder y la toma revolucionaria del poder.

En la experiencia del PCS, los erróneos enfoques y en ciertos aspectos fundamentales, menos que errores, debilidades teórico-ideológicas relacionadas con los problemas del poder, el carácter y la vía de la revolución, junto con la influencia de las concepciones de nuestros aliados democráticos en el curso de la lucha electoral de once años, en la que participamos los comunistas, engendraron en nuestras filas esquemas e ilusiones reformistas. Deshacerse de ellos requirió autocrítica franca y profunda, junto con medidas audaces y difíciles.

La participación del PCS en la lucha electoral fue acertada. La lucha electoral se había convertido objetivamente en la arena principal de la lucha política nacional desde 1964, sobre la base de la industrialización y del gran auge económico (1963-1968) que entonces se lograba, en el marco de los convenios del Mercado Común Centroamericano y después de la reforma legal que permitió la representación proporcional en la Asamblea Legislativa. No participar en la lucha electoral significaba de hecho colocarse bastante al margen de la lucha política y además abandonar a las masas al control ideológico de la burguesía.

Es cierto que desde 1970 las organizaciones revolucionarias armadas, surgidas ese año, repudiaron la lucha electoral y se abstuvieron de participar en ella. Pero también es cierto, como lo reconoce hoy la mayoría de esas organizaciones hermanas, que el crecimiento y desarrollo de la lucha armada recibió no poca contribución proveniente de la politización y radicalización de las masas, a lo cual contribuyó la participación de los comunistas en las frecuentes contiendas electorales (tres elecciones presidenciales y seis elecciones parlamentarias y municipales entre 1966 y 1977).

En efecto, la participación del PCS en la lucha electoral de once años, aunque no con su propio nombre a causa de su ilegalidad, facilitó a las masas trabajadoras y populares en general hacer un intenso aprendizaje político, conquistó a la mayoría para la causa democrática anti-imperialista, alertó a tiempo al pueblo y a todas las fuerzas democráticas contra el peligro del fascismo, ayudó a precipitar la crisis de la dictadura militar como sistema político de dominación.

No en balde escribió Lenin en su folleto ‘Acerca del Estado”, publicado en 1929: “ . . . sólo el capitalismo, gracias a la cultura urbana, permitió a la clase oprimida de los proletarios adquirir conciencia de sí misma y crear el movimiento obrero universal, los millones de obreros organizados en partidos en el mundo entero, los partidos socialistas, que dirigen concientemente la lucha de las masas. Sin parlamentarismo, sin elecciones, este desarrollo de clase obrera habría sido imposible”. (El subrayado es nuestro).

La vida ha demostrado en El-Salvador, que la participación electoral de los comunistas hizo una grande contribución política al movimiento de lucha por la revolución y que, mirando desde hoy a todo aquel periodo, se puede afirmar que el actual movimiento revolucionario, su Programa, su línea, es una síntesis de la lucha armada y de masas de las organizaciones hermanas, de sus elaboraciones ideológico-políticas, y de la lucha política y de masas y la línea del PCS.

A pesar de todo lo positivo de nuestra participación electoral, es necesario insistir en señalar que ella mantuvo vivos y en cierto modo reforzó las manifestaciones ideológico-políticas del reformismo en nuestras filas, empezando por la misma Dirección, aunque nunca se adoptó oficialmente la vía pacífica de la revolución.

El movimiento electoral llevó a la mayoría del pueblo a enfrentar el fraude, la imposición y la represión y así, en la práctica -no sólo para nosotros, sino también para las grandes masas- se agotaron las posibilidades de la “vía” de las elecciones para democratizar y transformar el país. Nosotros sabíamos que así ocurriría y ayudamos a las masas a realizar el aprendizaje de esta verdad llevándolas a enfrentarse con ella realizando una propaganda esclarecedora sistemática. En la escuela insustituible de su propia experiencia, las grandes masas aprendieron a conocer el verdadero rostro de la dictadura militar reaccionaria, su fraudulento juego con las elecciones, se liberaron de la ilusiones en la “vía” electoral y comprendieron que no hay otro camino para alcanzar la democracia, la justicia social y el progreso al servicio del pueblo, que el derrocamiento por medio de la violencia revolucionaria de la dictadura, cada día más sanguinaria y opresiva. Repito, los comunistas ayudamos concientemente a las masas a realizar ese aprendizaje. En nuestras campañas electorales dijimos que no se debía esperar de las urnas el poder. que éstas eran un punto de paso en el camino y que el poder habría que conquistarlo con otra forma de lucha, Esto contribuyó a preparar las condiciones políticas para el viraje extenso, multitudinario, de las masas hacia el apoyo de la lucha armada y a la incorporación de un creciente número de sus componentes como militantes y combatientes de las organizaciones armadas.

Pero llegado ese momento -en febrero de 1977- y a pesar de que la Comisión Política del CC acordó realizar el viraje de nuestro Partido hacia la lucha armada que le diera continuidad a la lucha política del pueblo, demoramos dos años en consumarlo. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo analítico y autocrítico para encontrar las causas de esa demora. El éxito de ese esfuerzo pudo alcanzarse principalmente porque logramos eludir el método, frecuentemente practicado en circunstancias semejantes, consistente en echarse la culpa unos a otros en el Partido o de culpar a otras Organizaciones y con lo que de hecho se evita a menudo enfrentar la verdad y llega en cambio a provocarse fraccionamientos. El fraccionamiento habría podido marginar al Partido de la vida política del país. Las conclusiones del esfuerzo analítico del PCS puede resumirse así: existían obstáculos ideológicos y orgánicos que chocaban contra las decisiones de realizar el viraje a la lucha armada.

Por lo que se refiere a los obstáculos ideológicos ya he hablado. Lo principal de los obstáculos orgánicos consistía en que los cuadros del partido, los cuadros de dirección nacional e intermedios, que son el cerebro, los huesos y nervios del Partido, de quienes depende decisivamente la elaboración y el cumplimiento de los acuerdos centrales, no sabían como organizar el paso a la lucha armada, ni como combinarla con la lucha política. Su formación era unilateral .Nuestros cuadros eran sumamente eficiente e incluso innovadores para desarrollar la lucha de masas no armada: para la propaganda, para la agitación, para el trabajo con los aliados democráticos, para el trabajo en las Universidades, pero cuando llegó la hora de implementar esta forma superior de lucha, no estábamos preparados para ello.

Teníamos una Comisión Militar, pero el conjunto de los cuadros del Partido, que es lo decisivo, no sabía como llevar a la práctica las orientaciones acerca de la lucha armada. Para superar este obstáculo, la Dirección emprendió pasos audaces, basándose en los acuerdos del VII Congreso, realizado en la clandestinidad en abril de 1979: se abandonó la idea de que la Comisión Militar es la encargada de formar un aparato militar separado del cuerpo del Partido, una especie de dispositivo que debe salir de su misterioso escondite y entrar en acción cuando llega el momento. La vida demostró que de ese modo no pudo crearse tan milagroso mecanismo. Los compañeros de la Comisión Militar no tenían la culpa, esa situación era el resultado de un defecto esencial en la política general para la formación de cuadros del Partido, política sin duda vinculada a las concepciones reformistas no derrotadas totalmente.

Además, si la Comisión Militar hubiera logrado desarrollar ese tipo de aparato militar, hubiéramos tenido un tremendo problema. Por lo general, según la experiencia de otros partidos, aquí mismo en el área centroamericana, esto termina en un enfrentamiento entre la Comisión Militar y el resto de la Dirección. En la base de las contradicciones entre las comisiones militares y el resto del Partido, independientemente de si unos u otros llevan la razón en cada conflicto concreto, se encuentra este problema de la incapacidad del conjunto del Partido para organizar y dirigir la lucha armada cuando llega el momento de hacerlo.

Este problema sólo podía resolverse convirtiendo al Partido en su conjunto en jefe y actor, no sólo de su lucha política, sino también de su lucha armada, haciéndolo el gran combinador y director de todas las formas de lucha. Para lograrlo tuvimos que tomar medidas audaces: hicimos que un número rápidamente creciente de los miembros del Comité Central, de la Comisión Política, de los comités dirigentes intermedios y una masa grande del partido y la Juventud Comunista de El Salvador, JCS, estudiarán los problemas de la lucha armada revolucionaria y se ejercitarán en el arte y la técnica militar, no para dedicar a todos ellos al aparato militar, sino para practicar la convicción de que la lucha armada del Partido debe ser organizada, realizada y dirigida por el Partido, por sus organismos dirigentes y de base.

El acierto de aquella orientación se confirmó en los hechos: nuestras fuerzas armadas se han multiplicado ya muchas veces desde los días siguientes al VII Congreso, y lo que es más importante, combaten hoy con creciente capacidad y eficacia. Si nosotros no hubiéramos hecho este viraje orgánico, las masas habrían continuado tocando a las puertas de nuestro Partido, pidiendo incorporarse y no hubiéramos podido asimilarlas, excepto a unos cuantos individuos; el Partido habría quedado así excluido de la fila delantera de la revolución, quizá se habría dividido y liquidado.

Quiero subrayar, a partir de nuestra experiencia, la conclusión de que a las concepciones reformistas con respecto al problema del poder y la vía de la revolución viene unida la existencia de una estructura orgánica partidaria atrofiada, reformista también: nuestros partidos son capaces de organizar la lucha sindical, la agitación y la propaganda política, las manifestaciones de masas, las huelgas, las campañas electorales y demás actividades similares, pero no más; así sólo podemos ser fuerza de apoyo, estamos condenados a ser fuerza de apoyo.

 

La Unidad de la Izquierda Revolucionaria

Ligada con todos estos problemas está la cuestión de la unidad de las fuerzas de la izquierda revolucionaria, la actitud de los comunistas con respecto a las organizaciones revolucionarias surgidas fuera de la estructuras de su Partido. Es curioso y sintomático que los partidos comunistas hayamos mostrado en los últimos decenios una gran capacidad para entendernos con los vecinos del lado derecho, mientras, en cambio, no logramos en la mayoría de casos establecer relaciones, alianzas estables y progresivas con nuestros vecinos del lado izquierdo. Entendemos perfectamente todos los matices que van desde nosotros hacia la derecha, sus orígenes, su significación, etc., pero respecto a quienes están a la izquierda nuestra, no somos capaces de comprender la esencia misma del fenómeno de su existencia y características, ni su significación histórica objetiva, ni nuestras tareas hacia ellos. Los comunistas latinoamericanos no tuvimos, durante mucho tiempo, una línea consistente y sistemática para unir a todas las fuerzas de la izquierda, incluida la izquierda armada.

No hay nada despectivo ni menospreciativo en la denominación “vecinos del lado derecho”, es sólo un recurso para graficar la exposición de estas ideas. Los comunistas salvadoreños, nos enorgullecemos y nos sentimos honrados por la amistad de una gran parte de estos aliados, firmes y consecuentes luchadores por los ideales democráticos, de independencia y progreso social.

En esto juegan su papel varios factores, desde luego; lo principal sin embargo es que, por lo general ,aunque no en todos los casos los que a nuestra izquierda empuñan las armas se comprometen en una lucha revolucionaria real; cometen muchos errores típicos del izquierdismo en sus planteamientos políticos, atacando duramente al Partido de los comunistas, pero aciertan en un punto fundamental: trabajan obsesionados por organizar y promover la lucha armada, que en América Latina y en tantas otras regiones del Tercer Mundo ha demostrado ser la vía de la revolución. En la medida que persisten en su lucha, si sus errores no los hacen sucumbir, aprenden poco a poco de sus reveses, corrigen sus errores políticos y se liberan por fin de su enfermedad izquierdista; aunque muchas de esas organizaciones jamás logran corregir y, si no sucumben, vegetan incluso por decenios, como grupos de catacumba, dejan de ser revolucionarios, derivan hacia el terrorismo individual. Una correcta línea de lucha por la unidad de la izquierda impulsada por los comunistas, podría acelerar o ayudar a surgir la corrección de los errores izquierdistas. Pero los comunistas no pueden jugar ese papel si no corrigen sus propios errores de derecha, su reformismo.

Mientras no llega la corrección del reformismo, las relaciones entre los comunistas y la izquierda armada -haciendo a un lado toda retórica- se plantea en la práctica y en esencia, como la relación entre la reforma y la revolución; y está claro que los reformistas pueden entenderse mejor con otros reformistas. Esa, creo yo, es la explicación de por qué los comunistas latinoamericanos hemos sabido entendemos mejor con los que están a nuestra derecha que con los que están a nuestra izquierda.

Por supuesto que en esto están implicados muchos otros aspectos del problema, primero que todo el hecho de que puedan surgir otras organizaciones revolucionarias al margen de las estructuras de nuestros Partidos. El viejo discurso dogmático de que el Partido Comunista es, por definición, “el Partido de la Clase Obrera”, la “Vanguardia de la lucha anti-imperialista y por el socialismo”, etc., reduce e incluso bloquea nuestra capacidad para comprender que en las condiciones sociales y políticas, (de clase), engendradas por el capitalismo dependiente en América Latina, es imposible que tales organizaciones de la izquierda armada dejen de surgir y de existir y que, por tanto, es absolutamente indispensable realizar una sistemática política hacia ellas, que combine la lucha ideológica contra sus errores y la lucha por la unidad con ellas, basada en la elevación real del carácter revolucionario, del carácter clasista y de la vanguardialidad de nuestro Partido.

Entre las causas que hicieron posible el surgimiento de organizaciones revolucionarias fuera de las estructuras del PCS, tienen un lugar importante los rasgos reformistas de su política, los cuales ya he puntualizado, su incomprensión de los problemas, y posibilidades prácticas para organizar, y desarrollar la lucha armada en las condiciones de nuestro pequeño y densamente poblado país (un documento aprobado en marzo de 1968 prácticamente descartaba que se pudiera desarrollar la guerra de guerrillas, excepto para defender el poder revolucionario instaurado por medio de una insurrección general).

Pero los errores y debilidades del Partido Comunista no son la causa absoluta del surgimiento de dichas organizaciones, como se ha alegado por algunos. Incluso si el Partido no hubiera cometido tales errores habrían surgido una o más organizaciones izquierdistas, como lo han demostrado otras experiencias, entre ellas la de los bolcheviques.

Es que además de causas subjetivas existen también determinantes causas objetivas que tienen sus raíces en la estructura clasista y los fenómenos sociales propios del capitalismo en su nivel medio de desarrollo y, particularmente del capitalismo dependiente, cuando el modo de producción y la superestructura estatal albergan residuos

de formaciones sociales pre-capitalistas o del capitalismo inicial. En El Salvador, los procesos que empujaron una brusca expansión del capitalismo dependiente tuvieron lugar en los años 50 y, sobre todo, en los sesenta. Estos procesos pusieron en la escena a nuevos sujetos sociales, sin los cuales es imposible entender el abanico de todas las fuerzas políticas que hoy se enfrentan en El Salvador.

Examinemos la cuestión de los nuevos sujetos populares: surgió una nueva clase obrera del proceso de industrialización de aquellos años, más calificada desde el punto de vista técnico, pero con una conciencia de clase mucho más débil que la vieja clase obrera artesanal, producto de su reciente origen social campesino y pequeño-burgués provinciano; un proletario y semi-proletariado agrícola muy resentido por su reciente proletarización y, por lo tanto, muy explosivo; un enorme sector marginal urbano producto de la emigración rural provocada por el desarrollo del capitalismo en la agricultura y un importante sector pequeño burgués intelectual, también marginal, nacido de la expansión de la educación media y universitaria, que no tiene correspondencia con las capacidades ocupacionales que el establecimiento económico nacional proporciona.

Sólo si se entiende esta cuestión de los nuevos sujetos sociales creados por la expansión del capitalismo dependiente, se puede comprender que la posibilidad del surgimiento de verdaderas organizaciones políticas revolucionarias fuera de las estructuras del Partido

Comunista existe objetivamente y que es propia de los países del capitalismo dependiente mucho más que de los países del capitalismo desarrollado. Se trata de organizaciones que adhieren al marxismo leninismo, que se plantean las perspectivas del socialismo, pese a no estar vinculadas al Movimiento Comunista Internacional.

Desde luego, no faltan los casos en que tales grupos degeneran incluso en despreciables reductos de provocación y diversionismo ideo lógico.

En América Latina el discurso de estas organizaciones es muy similar al izquierdismo infantil criticado por Lenin, pero los sujeto no son exactamente idénticos. Estas organizaciones aparecen incluso donde hay partidos comunistas desarrollados y reaparecen aún después de ser derrotadas y aniquiladas físicamente, no son, pues, propiamente expresiones de la infancia del movimiento obrero y de lo Partidos Comunistas. que se supera por el desarrollo de éstos, sin que se repite constantemente originando organizaciones con frecuencia mayores que los respectivos partidos comunistas. Los partidos comunistas en la mayoría de nuestros países son pequeños y poco influyentes, pese a que su promedio de edad esta alrededor de medio siglo.

En América Latina es este un fenómeno recurrente que posee su propio sustento social, mayoritario en la sociedad capitalista dependiente. De allí que si se analiza el problema sólo atendiendo el discurso de las organizaciones surgidas al margen del Partido (PC), se puede cometer el error de pensar: “realizando una lucha ideológica y política enérgica contra el izquierdismo, desaparecerán estos grupos izquierdistas o se reducirán a lo insignificante”. Ese esquema ha fracasado en América Latina, no condujo al desaparecimiento de las organizaciones “izquierdistas”, ni a la unidad de las fuerzas revolucionarias, sino al enfrentamiento de los partidos comunistas con las demás organizaciones revolucionarias, favoreció el fortalecimiento de corrientes reformistas en las filas comunistas y no contribuyó tampoco a la maduración del mismo partido, si vamos a entender por madurez no la edad, sino la comprensión de la vida que nos rodea, la realidad social y política en que se está inmerso y la capacidad para cambiarla. En numerosos casos algunas de esas organizaciones “izquierdistas” no sólo crecieron más que el respectivo partido comunista, sino también maduraron antes que él y condujeron a los trabajadores y otras clases y capas populares a realizar victoriosamente la revolución democrática anti-imperialista y se transformaron, o se transforman hoy en el partido marxista-leninista que encabeza la construcción del socialismo o la marcha hacia éste.

Pienso, pues, que tiene una gran importancia el análisis de las condiciones objetivas sobre las cuales surge el fenómeno de la proliferación de las organizaciones de izquierda. He tratado de bosquejar el problema, de plantearlo en el terreno objetivo y ofrecerlo así a la discusión. Estoy convencido, repito, de que entender esto es ya ganar más de la mitad, sentar más de la mitad de las .premisas necesarias para elaborar una política correcta de unidad de las fuerzas revolucionarias y del movimiento revolucionario.

Yo sostengo, pues, que independientemente de que los partidos comunistas cometan errores o no, existen raíces sociales en América Latina y otras regiones de similar desarrollo social en el mundo, para que surjan esas organizaciones. Esto se deduce de nuestra experiencia y no sólo de ella: puede verse muy claramente esta verdad, si se tiene en cuenta que el PCS fue durante 40 años un luchador solitario por las ideas del socialismo y el comunismo, incluso la única organización de izquierda en el país (desde su fundación en 1930, hasta el aparecimiento de organizaciones de la izquierda armada en 1970). Durante cuarenta años nuestro partido sufrió más y durante más tiempo por su enfermedad reformista que por la izquierdista (que sí lo afectó en algunos momentos) y, sin embargo, pudieron surgir nuevas organizaciones revolucionarias únicamente hasta después de que el sustancial despliegue del capitalismo dependiente cambió el panorama social y engendró una nueva estructura clasista.

Durante más de cinco años el PCS realizó una activa polémica pública con los planteamientos y posiciones políticas de las organizaciones de la izquierda armada. La característica principal del estilo y el método de nuestra polémica consistió en descartar la utilización de adjetivos en sustitución del análisis y abordar analítica, clara y persuasivamente y lo más a fondo posible temas fundamentales de las discrepancias entre nuestras líneas generales y entre nuestras concepciones ideológicas. Nos esforzamos en exponer y desarrollar nuestra política de alianzas, nuestra tesis sobre el carácter de la revolución, nuestra táctica en las elecciones, nuestra opinión acerca de la posibilidad de la real configuración del fascismo en las condiciones de América Latina (posibilidad negada por algunas organizaciones) y sobre el proceso concreto de fascistización de la vieja dictadura militar que se desarrollaba en nuestro país. Realizábamos nuestra polémica pronunciándonos a favor de la unidad de la izquierda y en el marco de una lucha expresa por alcanzar dicha unidad. Corresponde al PCS el mérito de haber enarbolado primero y defendido más sistemáticamente la bandera de la unidad de la izquierda.

No obstante las virtudes de nuestra polémica, que sin duda con tribuyó a esclarecer la temática teórico-política que confrontaba el movimiento revolucionario y democrático, hubo en ella una debilidad: el tema de la vía de la revolución no fue abordado, la dialéctica relacionada con el poder y el programa económico-social, sólo fue abordado en los días siguientes al triunfo de la Revolución Popular Sandinista. Este vacío en la temática de nuestra polémica no fue casual: resultaba de las amarraduras reformistas a que me he referido antes.

Durante la preparación y discusión de los “Fundamentos y Tesis de la Línea General del PCS” y del Informe del Comité Central, sometidos al VII Congreso y en el marco del esfuerzo autocrítico por realizar el viraje hacia la lucha armada, fue que elaboramos de un modo más profundo y acabado nuestra concepción sobre la unidad de la izquierda revolucionaria.

En enero de 1979, cuando apenas se habían realizado menos de cinco contactos nuestros en total, con algunas de las organizaciones de la izquierda armada y cuando aún no aparecía en el terreno práctico un camino abierto hacia la unidad., el CC entregó a la discusión de las Células, incluidas las de la Juventud Comunista, las tesis sobre la construcción del Partido. este es el único capítulo del Documento “Fundamentos y Tesis” que no fue incluido en su publicación por la secretividad de muchos de sus aspectos. de allí tomamos los siguientes párrafos, en los que se define nuestra línea de unidad de la izquierda revolucionaria.

“...La perspectiva de desarrollo del proceso revolucionario de nuestro país apunta hacia un acercamiento progresivo, aunque de ninguna manera fácil, sin inconsecuencias ni retrocesos, entre estas organizaciones y nuestro Partido y, con ello, se abre como posibilidad –a plazo más o menos largo- la formación de una dirección revolucionaria única e, incluso, la integración de una parte de todas las organizaciones de la izquierda revolucionaria en un partido Marxista-Leninista único.”

‘‘Nuestro Partido, al luchar por la unidad de la izquierda considera esta perspectiva hacia la Dirección Única de la Revolución y al Partido Marxista Leninista único, como la más lógica, la más deseable y provechosa culminación del proceso unitario: considera este proceso como parte de la construcción y desarrollo de la vanguardia proletaria marxista-leninista de la revolución”.

“El proceso hacia la unificación es y será complejo: comprende a la vez: los acercamientos, el diálogo camaraderil y la polémica ideológica, el esfuerzo por converger hacia la unidad de acción y la discusión de las divergencias, el esfuerzo por suprimir la virulencia en este debate y por alcanzar acuerdos cada vez más significativos, la cooperación práctica mutua y la emulación en el trabajo por el desarrollo de cada organización; el esfuerzo por superar el hegemonismo sectario, marrullero.”

“Se trata, pues, de un proceso en el que se entrelazan la búsqueda de de la unidad y la lucha. Realizar esforzada y sistemáticamente los pasos hacia la unidad y llevar adelante esta lucha, pero realizándola como una lucha por la unidad, tal es la orientación del PCS a este respecto.”

“El PCS considera que la construcción y desarrollo del Partido Marxista-Leninista solamente pueden realizarse con éxito:

a . Si se logra una sólida unidad ideológico-política, orgánica y de acción

b. Si se vincula amplia y profundamente con las grandes masas ante todo con las masas obreras y trabajadoras en general.

c. Si se mantiene su esencia clasista proletaria, se carácter revolucionario y su vanguardialidad.”

d. Si se hace de él una fuerza altamente organizada y

e. Si se logra imprimir y mantener una disciplina férrea en sus filas”.

 

Palabras finales

El PCS no es el único destacamento del movimiento Comunista latinoamericano que realiza este fundamental viraje revolucionario. Son varios los Partidos que en Sur y Centro América aceptan el reto de la lucha armada y la unidad de las fuerzas revolucionarias Esta es la salida ya en marcha de una larga crisis de nuestro movimiento y el peso que este agregará a la lucha por la revolución una vez sanado de sus enfermedades será muy grande.

La revolución triunfará después de aprender de sus reveses en nuestro Continente, que vive hoy una situación revolucionaria que va extendiéndose desde Centroamérica y el Caribe que, hoy por hoy es el epicentro del terremoto que está desplomando el dominio imperialista, las dictaduras militares y la explotación oligárquica.

 

Diciembre de 1981

 

_________________

[1] Una vida dedicada a la defensa de la constitución” (General Carlos Prats, Editorial Fondo de Cultura Económica, México). (N. del autor)

[2] NEP. Nueva Política Económica aplicada por consejo de Lenin desde finales de 1921 y comienzos de 1922 (después de la guerra civil y la intervención militar extranjera) que abarcó varios años y comprendía el repliegue temporal y la consiguiente reanimación del capitalismo, dentro de ciertos limites y la ofensiva posterior hacia al socialismo, en la confluencia de los años 20 y 30. (N. del autor)