Guillermo Lora

 

Inviabilidad de la democracia burguesa

 


Redactado: La Paz - Bolivia, abril de 1980.
Publicado por vez primera: Bolivia, 1980.
Fuente de la version digital: Partido Obrero Revolucionario, Sección Boliviana del CERCI, http://www.masas.nu.
Esta edición: Marxists Internet Archive, febrero de 2011.  


 

 

I. La lección del pasado

1. Bajo el largo predominio de las ramificaciones del liberalismo, prácticamente de 1900 hasta después de la guerra chaqueña, no pudo lograrse la estructuración de la democracia formal, como acariciaban los paladines del nuevo orden y temían los conservadores. Esta colosal frustración del proyecto que era parte inseparable de uno de los movimientos políticos mas importantes de nuestra historia merece ser analizada y su lección debidamente aprovechada.

El liberalismo naufragó y se agotó políticamente al no poder construir una generosa democracia burguesa, pese a ser en ese momento la expresión política de los sectores más avanzados del país. Tampoco pudo materializar el desarrollo integral e independiente del capitalismo, basamento material imprescindible para poder poner en pie el gran Estado nacional soberano, una de las grandes metas de todos los movimientos nacionalistas de contenido burgués. La fragilidad de los análisis políticos hechos hasta ahora arranca de que no se ha visto la inter-relación existente entre ambos procesos.

El liberalismo contó en su favor y excepcionalmente, con condiciones sumamente auspiciosas para el logro de sus propósitos democratizantes: llegó al poder prácticamente a la cabeza de la mayoría nacional (actuó como el partido más popular y más nacional hasta ese momento), conociendo únicamente apoyo popular, las favorables condiciones económicas le permitieron emprender la aventura de la transformación del país. En el futuro la clase obrera pugnará tercamente por convertirse en caudillo de la nación oprimida, lo que hará peligrar el respaldo multitudinario al nacionalismo. ¿Si en esas circunstancias tan excepcionales no pudo desarrollarse la democracia, cómo podrá esperarse que fructifique ahora, por ejemplo, cuando un mayor desarrollo de las fuerzas productivas en el marco capitalista es inconcebible? Nadie puede discutir, que el capitalismo mundial ha ingresado a un período de franco descenso (la agudización del choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción es por demás evidente), que el imperialismo está en desintegración y que domina el escenario político el proletariado, que hasta instintivamente es comunista.

Si aplicaramos los esquemas de los socialistas mecanicistas a esa época, se tendría que concluir que la clase obrera boliviana estaba llamada a desarrollarse numéricamente, hasta ser la mayoría de la población, y a educarse políticamente bajo el ala protectora del liberalismo, destinado a jugar el papel de demiurgo creador de la sociedad capitalista boliviana plenamente desarrollada. Todavía no estaban en el escenario los “teóricos” de la revolución por etapas y la clase obrera hacía su experiencia de entusiasta apoyo a los llamados a impulsar la industrialización y el funcionamiento de una democracia sin atenuantes. El proletariado ha conocido largos períodos en los que se ha limitado a ser soporte social de la política burguesa. Confirmando lo que enseña el marxismo, la clase obrera para afirmarse como tal no pudo menos que convertirse en anti-liberal y anti-burguesa, esto pese a su poco número, a su incultura y a la falta de tradiciones de lucha democrática en el país.

El aspecto más vulnerable de la supuesta “democracia liberal” era su carácter cerradamente elitista, como si se hubiese retornado a las épocas de Grecia, reducida a los gamonales y a sus seguidores incondicionales, al margen de la mayoría nacional campesina, que por iletrada se la consideraba incapaz de discernir entre diferentes opciones políticas, en fin, de sufragar. Se intentó poner en pie la democracia de la minoría opresora, pretensiosamente blancoide, de espaldas a las grandes nacionalidades aymara y quechua, secularmente sojuzgadas y que venían luchando por su liberación desde tiempos lejanos, lucha en la que ocupaba un primerísimo lugar la reconquista de la tierra y la autodeterminación -estructurarse en Estados soberanos-, no así el derecho al voto u otras reivindicaciones del mismo corte. Para la mentalidad europeizante de los liberales, los siervos (pongos) de la gleba no podían ser considerados como ciudadanos con plenitud de derechos, de esta manera traicionaron a su propia izquierda, que en su momento de mayor atrevimiento puso tanto empeño en el propósito de efectivizar el voto universal.

El Estado estructurado por los liberales estuvo muy lejos del clásico gran Estado soberano soñado por la burguesía y fue rápidamente puesto al servicio de la invasión del capital financiero, habiendo perdido su soberanía y se convirtió en herramienta que estranguló el total y armónico desarrollo de la economía nacional, a fin de favorecer a los intereses de la metrópoli saqueadora y políticamente opresora. No pudo elevarse hasta el nivel de expresión de los intereses generales de la clase dominante, pues acabó como instrumento del patiñismo que, convertido en un verdadero superestado que actuaba en escala internacional, lo utilizó para concentrar en sus manos la propiedad y capitales mineros, actuando como engranaje del capital financiero. Se perfiló como un aparato destinado a estrangular toda resistencia a los planes imperialistas, toda crítica o reserva que buscasen mejorar las regalías que debía percibir el Estado boliviano. No se buscó que una amplia democracia se convirtiese en el escenario adecuado para el desarrollo capitalista, sino que la dictadura de clase fue puesta al servicio incondicional de los inconfesables propósitos del opresor foráneo.

El liberalismo doctrinario se planteó como meta mantenerse en el poder no importando por qué medios y a cualquier precio, todo para servir mejor al capital financiero. Este propósito hegemónico se materializó principalmente mediante el manipuleo del voto. La democracia formal resultó inadecuada para los propósitos antinacionales y antipopulares del liberalismo en el poder. La dictadura de la feudal-burguesía, que eso fue el liberalismo como expresión social del capitalismo bajo su modalidad de economía combinada, no pudo presentarse ostentando francamente el ropaje de respeto a la voluntad popular, que se la supone fuente primigenia de la soberanía, sino utilizando métodos brutales e inconfundiblemente antidemocráticos desde cualquier punto de vista.

Ante el punzante problema de la efectivización de la pureza del sufragio, convertido en el punto capital -e imposible materialmente de ser materializado- del programa liberal, se fueron pulverizando sucesivamente los diversos grupos y sectas democratizantes. Cuando el cohecho y los fraudes con su peso brutal aplastó a todas las teorías acerca de la genuina representación de la voluntad popular, concluyó derrumbándose la demagogia acerca de la vigencia de la democracia; en este aspecto son sugerentes las observaciones de Bautista Saavedra, que del liberalismo se desplazó hacia el social-nacionalismo.

La verdad es que en Bolivia no hubo voto libre ni habrá en el porvenir. Las elecciones siempre han sido ganadas por la cabalgadura del corregidor, importando poco el mayor o menor grado de impopularidad de los dueños del poder. La excesiva pobreza de la clase media, agravada porque junto con las libras esterlinas y las máquinas se importaban especialistas, técnicos medios, etc., convertían al voto en mercancía que se pignoraba a vil precio, fácil recurso para que determinada capa de la feudal-burguesía se perpetuase en el gobierno, cerrando así el paso a las expresiones políticas de la misma clase. La alternabilidad, uno de los fundamentos de la democracia, no pudo materializarse con ayuda de la papeleta electoral, se vio obligada a recurrir al sable de los generales. El manipuleo de las elecciones contribuyó a acentuar, aún más, la chatura del parlamento.

No estaban dadas las condiciones materiales para probar las bondades de la democracia representativa. Seguramente que las teorías liberales fueron bien copiadas, aunque mal traducidas -como se ha observado tantas veces- por cerebros quechuas y aymaras que hablaban castellano como símbolo de su superioridad social, pero no pudieron ser aplicadas, fracasaron ruidosamente al enfrentarse con las particularidades nacionales, siendo las más remarcables su tremendo atraso y pobreza. Se puede decir que el parlamento boliviano conoció durante el período liberal su época de mayor brillo. Con todo, no fue más que una tribuna donde se lucían los parlanchines altoperuanos, carecía de suficiente poder para definir las grandes orientaciones a las que debía ceñirse la política nacional. El Poder Ejecutivo fue siempre el gran dictador que manejó a su antojo a los otros poderes esatales.

El voto amañado permitía estructurar mayorías amaestradas, siempre dispuestas a aplaudir todo lo que hiciese el todopoderoso Ejecutivo, esto a cambio de la dieta que resultaba remuneración jugosa en medio del hambre que azotaba a las mayorías del pais y por sólo levantar la mano y decir amén toda vez que así lo ordenase el amo. Las minorías no tenían más derecho que el del pataleo y lo usaban a fondo buscando justificar el próximo cuartelazo. En las clásicas democracias el voto servía y sirve para perpetuar la dictadura de clase, pero dentro del juego equilibrado de sus diferentes tendencias, de manera que las mayorías parlamentarias tienen, de tarde en tarde, la satisfacción de convertirse en cabeza del gobierno, de esta manera la espada de los generales no está al servicio de una camarilla cualquiera o actuando como árbitro supremo de la política, sino de los intereses generalas de la clase dominante, convertida en sostén y salvaguarda del régimen, Esta es una de las bondades de la democracia, más para consuelo de los dueños de los medios de producción que de las mayorías explotadas.

2. Bolivia copió de los Estados Unidos de Norte América el régimen presidencialista, remedó una forma gubernamental, pero no pudo trasladar el basamento capitalista altamente desarrollado de la “democracia” del Norte, que se alimenta con la cacería de negros, con el saqueo de casi todo el mundo y cuyo gran desarrollo se debe a que ha logrado encadenar debidamente a las masas trabajadoras, con ayuda de la aristocracia y burocracia sindicales. Ha sido imposible aplicar sin distorsiones y monstruosidades la forma norteamericana a un capitalismo que se da como economía combinada, es decir, con fuerte dosis de pre-capitalismo, que se traduce en la miseria de la mayoría nacional y particularmente de sus capas pequeño-burguesas, sustentáculo del parlamentarismo en las grandes metrópolis imperialismo.

Nos hemos quedado como presidencialistas únicamente. El Poder Ejecutivo se ha hipertrofiado en perjuicio de los otros poderes estatales. El ordenamiento jurídico consagra ilimitados privilegios en favor del Ejecutivo o bien éste se los toma simplemente porque es el único que concentra en sus manos tanto el poder compulsivo como el económico, lo que se traduce en métodos de gobierno marcadamente antidemocráticas y dictatoriales. Aun en las etapas de mayor estabilidad jurídica y social, Bolivia estuvo siempre más cerca de la dictadura que de la democracia. En la “democracia” norteamericana el parlamento es un verdadero poder y puede controlar y hasta mantener en jaque al Ejecutivo. Esta característica se acentúa en los regímenes parlamentarios. Es este segundo aspecto el que no ha podido desarrollarse entre nosotros y ni siquiera el fuero parlamentario ha podido efectivizarse adecuadamente, los opositores más osados, inclusive aquellos que no cuestionan la legitimidad de la propiedad privada y no tienen porque hacerlo, invariablemente se convierten en víctimas de la represión oficial. El recurso de la interpelación, ideado como una forma que puede hacer posible la rectificación de la política del Ejecutivo, ha quedado como un simple enunciado, como un señuelo para distraer a los tontos, como demuestra toda la historia. Hay que subrayar con el clásico marxista que la “democracia” burguesa más desarrollada no es más que una dictadura de clase.

Dentro de un régimen presidencialista brutal no ha podido desarrollarse el parlamento, que se ha perdido en medio de la inocuidad. Ya sabemos que sin un fuerte y eficaz parlamento no puede hablarse de democracia representativa. La única vez que los bolivianos conocen fugazmente la democracia es cuando se organizan en cabildos para tomar decisiones y ejecutarlas o cuando por necesidad sacan de sus entrañas órganos de poder (soviets), como la Asamblea Popular, la Central Obrera Boliviana de los primeros momentos y antes de su estatización o los sindicatos campesinos del pasado, por ejemplo.

De una manera general, dentro de la dictadura de clase que es la democracia formal, los intereses de los poseedores de la propiedad privada se encuentran expresados en el ordenamiento jurídico imperante; el Estado al imponerlo, siempre en defensa de la burguesía, en defensa de su porvenir como clase, puede entrar en contradicción con los empresarios particulares tan obsesionados en lograr descomunales ganancias en el menor tiempo posible, aun a costa de la destrucción física de la fuerza de trabajo. En el caso boliviano, donde apenas si ha habido una caricatura de democracia, esa primerísima función estatal fue a parar a manos de las empresas que conformaban la gran minería y el gobierno central no tuvo más remedio que limitarse a ejecutar los planes capitalistas particulares en detrimento del conjunto de la burguesía, lo que determinó la acentuación de su carácter reaccionario y servil, en ningún momento pudo señalar líneas políticas de gran vuelo, inclusive desde el punto de vista de la burguesía voluntariamente sometida al imperialismo. De esta manera el Estado boliviano tuvo que sobrevivirse sometido a la despótica autoridad de la metrópoli opresora y actuado como gendarme a órdenes de la gran minería. Nunca se le ocurrió a la feudal-burguesía convertir al aparato estatal en palanca poderosa del desarrollo económico.

Una de las grandes tareas democráticas, la creación del Estado nacional soberano, quedó para siempre frustrada, como consecuencia obligada de la inviabilidad del desarrollo capitalista pleno y libre de Bolivia, de la imposibilidad de la estructuración de la democracia formal y del sometimiento de la burguesía nacional al imperialismo. Este rasgo del atraso del país es común a toda Latinoamérica; la preservación de la soberanía sólo puede darse en escala continental. Si se descarta la posibilidad del desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo decadente -lo que corresponde a la realidad-, ya no puede esperarse la estructuración del gran Estado nacional soberano. La liberación nacional será materializada bajo la dictadura del proletariado, camino que conducirá a los Estados Unidos Socialistas de América Latina.

El pleito principista y teórico alrededor de la pureza del sufragio, que los políticos liberales pretendieron vanamente convertir en fórmulas prácticas, acabó fracturando definitivamente al liberalismo en el poder, que es la peor de las fracturas, pues paulatinamente dejó de ser poderoso partido popular y fue aguzando sus perfiles conservadores y antinacionales. La indiscutible capacidad de resistir tan profundas crisis (crisis principistas) y de permanecer por mucho tiempo como una de las grandes directrices políticas en la historia boliviana, se debió a que el liberalismo fue gráficamente un serio intento fallido de respuesta coherente a los grandes problemas que plantea el no cumplimiento de importantes tareas democráticas y burguesas y también al hecho de que fue inicial y vigorosa penetración partidista en las masas, esto si exceptuamos la experiencia sugestiva del belcismo. Sólo mucho más tarde el Movimiento Nacionalista Revolucionario lo reemplazará al formular osadas respuestas -más autoritarias que democráticas- a la la necesidad de lograr el desarrollo de las fuerzas productivas en el marco capitalista.

3. La reiterada frustración del proyecto de construir una vigorosa democracia representativa motivó la aparición de las ramas republicanas e inclusive del efímero Partido Radical, en el que se encuentran algunos rasgos “socialistas” difusos. Las fracciones liberales, cada uno a su turno y de manera plebeya o cerradamente gamonal, intentaron dar vigencia a gobiernos democráticos y populares, como fruto del sufragio libre y general, exceptuando a la masa campesina. Los nuevos fracasos no se dejaron esperar, esto porque los liberales estaban apostando a una carta falsa: al vigoroso desarrollo de la democracia burguesa, en un país demasiado pobre y atrasado. No deja de llamar la atención que después de esta rica y amarga experiencia se siga insistiendo en resolver todos los problemas nacionales y sociales con ayuda de la fórmula milagrosa del verificativo de elecciones generales limpias, que, se supone, permitirán la existencia de un vigoroso parlamento. Hasta cierto punto es comprensible esta aparentemente ilógica postura: la burguesía solamente puede ofrecer la salida democratizante o bien la fascista; la demagogia gusta presentar a esta ultima con ropaje democratizante.

Ninguno de los teóricos al servicio de la clase dominante se ha molestado en demostrar la aparición de nuevas condiciones materiales que puedan permitir ahora la materialización de los sueños democratizantes. Esas nuevas condiciones materiales no pueden ser otras que las referidas a un poderoso desarrollo del capitalismo capaz de sacar a Bolivia de la pobreza, que se traduce en extrema virulencia de la lucha de clases.

 

II. La situación actual

4. A diferencia de los grupos políticos nacionalistas y de la “izquierda” pro-burguesa, la crítica marxista ha desentrañado, las causas ultimas de la inviabilidad de la democracia burguesa en Bolivia, que bien puede considerarse como un país atrasado clásico. También en este terreno se ha tenido que luchar contra la influencia negativa de algunas tendencias “marxistas” y hasta trotskyzantes venidas del exterior y que de manera mecánica quieren aplicar a nuestro país algunos clisés. Uno de esos dice que ahora toca luchar únicamente por la democracia, lo que permite alentar la ilusión de que ésta puede aún estructurarse.

La democracia burguesa -preciso es no olvidarlo- es una creación de la clase dominante, que ha ideado el gobierno democrático representativo como la mejor expresión del Estado capitalista y consecuencia del pujante crecimiento de las fuerzas productivas. En el plano social, el auge de la democracia ha correspondido al desarrollo del reformismo y del colaboracionismo clasista; no en vano se recurrió a aquella parte, como si fuera una realidad, de la ficción jurídica de la igualdad de los hombres ante la ley y ante la papeleta de sufragio. Se toma en serio la patraña de que el gerente y el peón de una empresa solamente depositan un voto en las ánforas (un ciudadano = un voto), el auge del parlamentarismo ha dado lugar a que se alimente la idea de que el capitalismo puede trocarse en socialismo con la ayuda de reformas legales graduales. Desde este punto de vista, la lucha revolucionaria y la insurrección, con toda su secuela de dolores y dificultades, estarían por demás.

Es sugerente que el capitalismo monopolista en su etapa de desintegración y como consecuencia del retardo de la revolución proletaria mundial, que aún no ha logrado echarle la necesaria palada de tierra al cadáver putrefacto de la vieja sociedad, se hubiese visto obligado a sustituir la democracia por el fascismo, por su antípoda, lo que importa el reemplazo de la libertad de empresa y de trabajo por la disciplina de cuartel en las fábrica y en las minas, a fin de lograr un mayor volumen de plusvalía a costa de los obreros famélicos. El fascismo es la carta brava que juega el imperialismo cuando se ve obligado a golper seriamente contra las masas que en alguna forma amenazan con rebelarse. Democracia y fascismo no hacen más que defender, con diferentes métodos de gobierno, el régimen de la propiedad privada que se sustenta en la explotación de la clase obrera.

Democracia y fascismo no son, pues, más que dos formas de gobierno del Estado burgués, que no es otra cosa que el administrador de los intereses generales de la burguesía, y que aparecen en diferentes etapas del desarrollo del capitalismo. En el momento en que el choque de las fuerzas productivas con la propiedad privada burguesa ha llegado a su etapa de exacerbación y que, sin embargo, todavía no ha podido consumarse la revolución social por la extrema debilidad, corrupción o inexistencia del partido político del proletariado, la sociedad capitalista comienza a desintegrarse y una de sus emanaciones maléficas es el fascismo, encargado de sepultar todo rasgo de democracia burguesa.

5. No pocos “marxistas” han acuñado la “teoría” de que el fascismo es un fenómeno exclusivo de las metrópolis imperialistas y que no puede darse en los países atrasados. En alguna forma se trata de la complementación de esta otra teoría que habla de la madurez o no de los diferentes países para la revolución proletaria. La tesis ignora que las economías combinadas (coexistencia de varios modos de producción) están integradas a la economía mundial, lo que explica por qué también en la periferia colonial actúan las leyes generales de ésta. No existen razones valederas para que el Estado burgués de los países atrasados no utilice también indistintamente las formas democráticas o fascistas de gobierno, de acuerdo a circunstancias coyunturales. De la misma manera que nos han hecho madurar desde fuera para la revolución proletaria, también nos han hecho madurar en igual forma para el fascismo.

El fascismo, que igual que la democracia corresponde a la superestructura política y gubernamental, no puede menos que ser un fenómeno mundial y casi siempre es impuesto a los países atrasados por la metrópoli imperialista, que, en determinadas condiciones, se ve obligada a recurrir a la violencia estatal contra las masas para poner a salvo sus privilegios. Nuestra historia enseña que el opresor foráneo utiliza alternativamente, conforme a las variaciones de la situación política determinadas por las modificaciones que se operan en la conciencia de las masas, la democracia y el fascismo gorila, claro que en todos los casos sin perder de vista sus intereses de centro saqueador de las riquezas naturales de los países rezagados. En la periferia semi-colonial así como en la metrópoli, fascismo y democracia son dos expresiones de la dictadura de clase de la burguesía.

Es sumamente sospechoso que los “izquierdistas” democratizantes no se refieran para nada a todo esto, que sólo hablan de las diferencias que existen entre democracia y fascismo. Lo menos que hacen es idealizar, en servicio directo de la burguesía y en perjuicio de las masas, a la democracia burguesa. El error más grave de su razonamiento radica en que se niegan a reconocer un carácter de clase a la democracia, a fin de presentarla como naturalmente inclinada a favorecer a los explotados y capaz de asegurarles su ingreso a la nueva sociedad, a la socialista.

6. La democracia no puede existir y desarrollarse únicamente como un fenómeno superestructural, tiene que corresponder a una determinada estructura económica, que se refleja en la conducta de las clases sociales, en sus ambiciones y en sus objetivos, como demuestra abundantemente la historia. Si no fuera así, la democracia y el fascismo podrían establecerse y quitarse a voluntad de los políticos no importa en que condiciones. La verdad es, que el desarrollo social objetivo impone a las corrientes y líderes políticos a asumir determinadas actitudes que contrarían a sus propósitos más íntimos y acariciados. Los gorilas golpistas del primero de noviembre de 1979 no tuvieron más remedio que disfrazarse de demócratas a fin de acomodarse a las condiciones en que les tocó actuar. Suficiente recordar que la democracia y el fascismo burgués aparecen en diferentes momentos del desarrollo del capitalismo, para concluir que no pueden ser establecidos por el simple capricho de los caudillos.

El oportunismo y la ambición de los politiqueros pueden prosperar siempre que se acomoden a las condiciones objetivas de una determinada realidad política; pero ese oportunismo y ambición no pueden suplantar al pre-requisito de que el florecimiento de la democracia formal precisa de cierto desarrollo del capitalismo como imprescindible basamento material.

Las metrópolis enriquecidas, además de controlar de cerca al movimiento obrero, ponen en pie a una vasta clase media económicamente poderosa, pletórica de privilegios e interesada en preservar el orden existente, porque en éste encuentra la fuente de su propio bienestar. El ejemplo de Inglaterra es aleccionador. En el siglo XVIII, la ampliación del voto, las grandes reformas electorales, la estabilidad gubernamental basada en la actividad parlamentaria, fue posible gracias a la irrupción de la clase media en la vida política y no sólo por el talento del segundo William Pitt.

Es la clase media la que cumple la función de amortiguadora eficaz de las contradicciones clasistas, la que redondea las agudas aristas de los polos extremos de la sociedad, todo esto alienta al reformismo y al colaboracionismo clasista. Es la clase media la que se convierte en pivote vigoroso del parlamentarismo, no sólo por ser el instrumento que permite funcionar a la democracia, no sólo por constituir el semillero de las ideas del legalismo burgués, sino porque proporciona a este sistema todos los argumentos que lo justifican, porque en sus filas el parlamentarismo recluta a sus efectivos. La clase media, que puede pasar por progresista y hasta por inclinada al socialismo, siempre que éste no le comprometa la bolsa (es el caso del PS-1 entre nosotros, por ejemplo), sigue naturalmente el camino de las reformas, pequeñas o grandes del legalismo, a condición de que se mantenga la propiedad privada, este es el punto de partida del auge del parlamentarismo. Trotsky está en lo cierto cuando sostiene que la democracia es un lujo muy caro que solamente pueden darse los países ricos.

La estructura económico-social, boliviana, propia de la economía combinada, se caracteriza por la excesiva pobreza, por la agudeza de las contradicciones clasistas, por la ausencia de una clase media enriquecida y vivamente interesada en defender sus privilegios. Todo esto como consecuencia de la doble tragedia que vive el país: la que emerge de su tardía incorporación a la economía capitalista, que se ha limitado a dar una particular expresión a su atraso y no a liquidarlo, y del poco desarrollo del capitalismo. Una clase media rica es el resultado del enriquecimiento del país, por esto en Bolivia no ha podido aflorar y tampoco lo hará en el futuro, porque no existen posibilidades para el desarrollo pleno del capitalismo.

Nuestra clase media vive en peores condiciones que el proletariado y por esto mismo, se mueve normalmente detrás de éste. El radicalismo estudiantil es una de sus consecuencias. El artesanado andrajoso y la masa campesina pauperizada son cargas explosivas que tornan virulenta la marcha del proletariado. Estas circunstancias, propias de un pueblo empobrecido por el saqueo imperialista y por el enorme peso de la herencia pre-capitalista, han impedido la permanencia y florecimiento del reformismo y hasta del centrismo, han determinado que el nacionalismo cumpla su ciclo en un plazo relativamente breve. Si a estas circunstancias se añade la gran politización de las masas, será fácil comprender por qué la conducta pro-burguesa de parte de la “izquierda” queda desenmascarada casi inmediatamente después de que se hace pública.

La lección de nuestra historia: el parlamento ha saltado, una vez y otra vez, hecho astillas y víctima de la lucha de clases. Se trata de una criatura deforme e incapaz de definir la suerte del gobierno y de la política. El propio régimen jurídico convierte al parlamento en caja de resonancia del hipertrofiado Poder Ejecutivo y la práctica se ha encargado de demostrar que no es imprescindible para el funcionamiento del aparato estatal. La oposición clasista revolucionada no puede desenvolverse dentro de nuestro contrahecho parlamento, como demuestra la expulsión del Bloque Minero (1949) porque tuvo el coraje de convertir el curul parlamentario en tribuna revolucionaria, como enseñó Lenin.

En 1979-80, la oposición, indispensable para dar la apariencia de liberaloide a un régimen burgués de derecha, se esmeró en comportarse como democrática a gusto y medida de la clase dominante; sin embargo se vio obligada a mostrarse servil ante el sable desenvainado ante cuya presencia no se atrevió a hablar en voz alta o a exigir el cumplimiento de la ley.

7. El parlamento boliviano sólo puede existir en la medida en que subalternice su rol y no cuestione la legitimidad de los actos del Poder Ejecutivo, en que se torne del todo inocuo, entonces aparece como un adorno democratizante de la dictadura de clase. No hay que olvidar que el régimen democrático burgués consiste en que el parlamento permite el funcionamiento de los otros poderes del Estado y decide la fisonomía que debe tener el gobierno. En Bolivia esto no es ninguna necesidad y los regímenes brutales han dado pruebas de que saben prescindir de algo considerado como un estorbo.

La democracia consiste en la constitución de los poderes del Estado, considerados iguales independientes entre sí y moviéndose armónicamente, por el voto universal libremente ejercitado. Se parte del falso supuesto de que los ciudadanos, pertenecientes a diferentes clases sociales, al emitir su voto se inclinan definitivamente por una opción política. En realidad, no se cansan de modificar constantemente sus opiniones y de esta manera se abre un abismo entre sus nuevas inclinaciones políticas y la conducta de sus “representantes”. Lo único democrático sería imponer el derecho de revocatoria de los mandatos toda vez que la ciudadanía cambie de posición, lo que no se da en la democracia más perfecta. En cierto momento existe una completa contradicción entre lo que dicen y hacen los legisladores y la voluntad de los ciudadanos. Si realmente hubiese una efectiva unidad entre legisladores y masa votante, el parlamento sería invulnerable y contra él nada podría la espada de los generales. Después de las elecciones generales de 1979, los trabajadores que dieron su voto en favor de algunos parlamentarios rápidamente repudiaron al Legislativo por ir contra sus intereses, a pesar de esto no estaba en sus manos modificar rápidamente la composición de las cámaras legislativas.

La crisis abierta el primero de noviembre puso al desnudo la extrema debilidad del parlamento boliviano. Los políticos se consolaron con el argumento de que era el único poder constitucional y constituido, pero así y todo su existencia precisó el visto bueno de las fuerzas armadas y de la Central Obrera Boliviana, que demostraron poseer mayor capacidad de decisión que el Legislativo en su conjunto. La argucia leguleyezca se llevó el viento: no es suficiente acumular sufragios, es preciso tener la capacidad de sobrevivir y convertir en realidad las decisiones que se adoptan. El parlamento no fue capaz de eliminar del escenario a los golpistas, tuvo que negociar con ellos, merecer su tolerancia para existir. La “voluntad popular”, que se la suponía debidamente expresada por los legisladores, tuvo que agachar la cabeza ante la despótica voluntad de los gorilas y las resoluciones de la Central Obrera Boliviana.

El parlamento funcionando como efectivo poder estatal, no sólo como un centro en el que únicamente se pronuncian discursos, sino como uno de los factores determinantes de la política gubernamental, forma parte de los rasgos diferenciales del régimen democrático. La democracia no puede circunscribirse a la pura lucha por la vigencia de las garantías constitucionales, es toda una forma de gobierno. Los que confunden las garantías constitucionales con el funcionamiento del aparato estatal lo hacen buscando meter gato por liebre.

8. Nuestro planteamiento puede resumirse en la siguiente tesis: el democratismo burgués y el generoso florecimiento del parlamentarismo resultan inviables por la extrema pobreza del país, resultado de la imposibilidad de que todavía pueda darse un pleno e independiente desarrollo del capitalismo. Pueden pronunciarse discursos en favor del “proceso democrático” e inclusive practicarse elecciones generales periódicas, pero no será posible llenar la ausencia de basamento material para la democracia con declaraciones abstractas y líricas acerca de sus bondades.

Aquellos que abrigan la esperanza de pasar por un largo período democrático, dentro del cual podría educarse a la clase obrera, a fin de hacer posible, en un futuro indeterminado, una revolución puramente socialista, parten implícitamente de la convicción de que todavía es posible el pleno desarrollo capitalista de Bolivia, punto de arranque de la “revolución por etapas” y de la total realización de la revolución burguesa. Estas proposiciones son comunes al stalinismo y al nacionalismo: un vigoroso desarrollo económico tornaría factible el establecimiento de la democracia.

De la misma manera que no conoceremos ya un total florecimiento del capitalismo y el necesario desarrollo de las fuerzas productivas se dará a través de los métodos socialistas (estatización de los medios de producción y planificación de la economía), tampoco pasaremos por la escuela de educación política que se la supone es la democracia formal, sino que los beneficios de las garantías y libertades democráticas conocerán las masas bajo la dictadura del proletariado, basada en los órganos de poder propios de aquellas.

9. La “izquierda” que se reclama del marxismo e inclusive del trotskysmo, se ha limitado a sumarse a las proposiciones que hace la burguesía democratizante acerca de las virtudes milagrosas de lo que considera la libre expresión de la “voluntad popular”. Confía en que si hay elecciones libres y la izquierda logra el control del parlamento, se solucionarán como por encanto todos los problemas nacionales y sociales. Para ella la revolución y el método insurreccional son anacronismos, ahora se trataría de modificar, con el auxilio de la papeleta electoral hábilmente esgrimida, internamente el Estado burgués, de manera que pueda convertirse rápidamente en socialista. Esa izquierda ha concluido atrapada en las redes del legalismo y del reformismo sin atenuantes, ha abandonado toda su palabrería radical del pasado y se ha subordinado a la política burguesa, es decir, ha cambiado de campo social de lucha. Para ella estaría plenamente consumada la democracia si gobernantes y gobernados cumpliesen religiosamente los mandatos de la Constitución. La política ha sido reducida a una especie de pacto entre caballeros, a fin de que nadie violente las reglas del juego y los vencidos no respondan con un cuartelazo para desplazar del poder a los vencedores, resultado de maniobras y componendas y no como un reflejo de determinada estructura económica.

No.La democracia debe suponer la efectiva superación de los problemas nacionales a través de los canales parlamentarios. Para que sea posible la solución de esos problemas, que históricamente coincidieron con los intereses de la burguesía revolucionaria y cuando ésta se encontraba a la cabeza del “tercer estado”, tienen que existir condiciones materiales adecuadas para ello: un cierto desarrollo del capitalismo. Los discursos tienen alguna significación y pueden permanecer en las antologías, si responden e interpretan el grado de madurez material de la sociedad para determinadas soluciones económicas, jurídicas o políticas. Si solo son un montón de palabras carecen de toda importancia.

La caducidad de la burguesía nacional para cumplir sus propias tareas ya no permite esperar que ue se produzca la revolución democrática clásica; aquella clase social ya no se encuentra entre las fuerzas motrices del proceso de transformación, concentrada en obreros y campesinos. Este es el meollo del problema. La clase obrera cuando toma en sus manos los objetivos democráticos, los utiliza en su empeño por convertirse en caudillo de la nación oprimida y por efectivizar sus tareas históricas, de esta manera la lucha democrática le sirve de palanca para impulsar a las masas hacia la liberación nacional y social. La consumación del proceso democrático, concebida como la materialización de las grandes tareas nacionales de limpieza de las formaciones económico-sociales pre-capitalistas, ya no puede ser obra de la burguesía criolla y éste es el precio que pagamos por nuestra tardía incorporación a la economía mundial, pero es claro que no puede ser pasada por alto, tiene que ser cumplida y lo será por la clase obrera cuando se adueñe del poder político e instaure su dictadura, claro que lo hará de un modo socialista.

Los “izquierdistas” criollos se limitan a repetir mecánica y servilmente los planteamientos que hacen los sectores burgueses en su afán de perpetuarse como clase dominante y de esta manera se esmeran en cerrar las puertas del poder a la clase obrera. De esta actitud parte la contradicción y el choque entre los trabajadores radicalizados y la “izquierda”, una parte de la cual es, ni duda cabe, la dirección tradicional del proletariado. Si la burguesía nativa es miserable e incapaz de desarrollar consecuentemente posiciones diferentes y opuestas a las del imperialismo, la pequeña burguesía lo es en mayor medida, pues se ve obligada a arrastrarse a los pies de una clase que se conforma a vivir de las migajas que le arroja el opresor foráneo. Esta tristísima situación se traduce políticamente en chatura, en inmoralidad, en entreguismo y en carencia de proposiciones de gran vuelo; estamos retratando a la izquierda pequeño-burguesa”.

10. La forma en que se formula como objetivo central del momento la limitación de los planteamientos nacionales y clasistas dentro de la lucha actual llamada “proceso de democratización”, tanto por parte de la burguesía democratizante como de la misma Izquierda”, importa un aspecto esencial del programa destinado a estrangular y desarmar políticamente a los explotados. La “democratización” es el chaleco de fuerza que la clase dominante, contando con los servicios de la Izquierda”, coloca a las masas a fin de impedirles marchar hacia su liberación y la plena satisfacción de sus necesidades inmediatas. Desde el momento en que la Izquierda” se alinea detrás de la burguesía, el proletariado es empujado al campo del enemigo de clase; el juego surte sus efectos hasta tanto aquel no se sacuda de la influencia de la falsa “izquierda”. La experiencia demuestra que los frentes políticos democratizantes, organizados al rededor de enunciados abstractos e imprecisos de respeto y defensa del “proceso democrático”, concluyen colocándose, esto casi de manera mecánica, bajo la dirección de la burguesía y desde este momento actúan contra los intereses de las masas.

La burguesía en el poder exige el abandono de la lucha por las reivindicaciones inmediatas para poner a salvo el ensayo democrático, catalogado por la parte interesada como sigo sumamente débil.

La gente de la calle llama a la caricatura constitucional “democracia hambreadora”. Si la democracia sólo puede existir a condición de que los trabajadores no pidan aumentos salariales y los otros sectores masivos se abstengan de criticar, hacer conocer sus opiniones o utilizar sus propios métodos de lucha, hay que convenir que el ensayo no merece ser realizado. Las garantías constitucionales sirven -y esto hay que recalcar hasta el cansancio- si los explotados pueden utilizarlas en su propio beneficio, si pueden permitirles organizar y marchar más segura y libremente hasta su propia emancipación.

La clase obrera, si realmente quiere convertirse en caudillo nacional, condición imprescindible para su propia liberación y para que se consuma la liberación nacional, no puede limitarse a la lucha por la vigencia de las garantías constitucionales o por la democracia; lo que tiene que hacer, partiendo de la evidencia de que es imprescindible la batalla por esos objetivos, es convertirlos en la palanca impulsora de la lucha hacia la conquista del poder político.

Es cierto que hay diferencias entre fascismo y democracia y que, en determinado momento, se torna inevitable contraponer esta última a la dictadura; pero, si no se quiere estrangular los objetivos de lucha dentro del mezquino reformismo, no hay que olvidar que la contradicción fundamental es la existente entre fascismo y socialismo y que solamente este ultimo puede arrancar de raíz al peligro totalitario.

La frustración del nacionalismo de contenido burgués prueba que no conoceremos ya un capitalismo puro y floreciente, sin el peso muerto de los modos de producción heredados del pasado; en la misma medida -hay que repetirlo-, tampoco pasaremos por la experiencia de una vigorosa democracia formal, que supone un amplio desarrollo parlamentario.

Si la democracia no es viable en Bolivia, ¿por qué la mayor parte de la “izquierda” se ha tornado democratizaste? Porque no sólo ha dejado de ser marxista, sino porque ha capitulado en toda la línea ante la burguesía nacional. Sostiene que si las fuerzas productivas sólo han madurado para hacer posible la revolución burguesa, es obligatorio buscar la estructuración del Estado dentro de la forma democrática. Para los demagogos no es muy cómodo teorizar acerca de la inevitabilidad de la democracia burguesa, expresada así con precisión, por eso hablan de que estaríamos ya inmersos en un parlamentarismo de nuevo tipo, que nada tendría que ver con el tradicional y que buscaría como meta central la satisfacción de las inquietudes populares, siendo, al mismo tiempo, creación de las masas en acción, etc.

A esta supuesta “nueva democracia” se la llama también “social” o “popular”, para dar a entender que su eje fundamental serían los explotados. No olvidemos que la social democracia bautizó a su criatura reformista con el nombre de “democracia económica”.

¿Como se produjo el milagro? De manera por demás sencilla y a medida del principio de que el Estado se conforma de acuerdo a la soberana “voluntad popular”. El voto tuvo la ocurrencia de favorecer a algunos “socialistas”, los más de ellos integrantes de frentes burgueses, lo que les permitió ingresar al destartalado edificio del Legislativo, escenario de tantas sucias violaciones a la Constitución, todo con la finalidad de transformarlo desde dentro, buscando así la llegada de una sociedad sin explotadores. Si el parlamento puede tan fácilmente trocarse de burgués en socialista, es claro que nada impide que igual mutación pueda sufrir el Estado en su conjunto, siempre de manera tan cómoda y al margen de las convulsiones sociales.

Así ha quedado consagrado el reformismo que se resiste a abandonar su ropaje socialista: la vida parlamentaria por si misma y, sobre todo, la participación de algunos dirigentes sindicales e “izquierdistas” en ella nos deberán conducir indefectiblemente a la nueva sociedad, por un camino diferente al accidentadísimo de la revolución, todo como cuadra a pacifistas orgánicos que jesucristianamente repudian la violencia venga de donde venga, Un ejemplo: el PS-1, abandonando toda su palabrería demagógica e igualitaria anterior, cuyo eje principal está constituido por el “salario justo”, la “sociedad justa”, la “repartija justa” y hasta la “estupidez justa”, no dubitó un solo momento en dar su confianza parlamentaria a la Presidenta de un gobierno burgués, como anteriormente también se apresuró en participar en otro de la misma naturaleza clasista, el del general Ovando. A todo esto Marx llamó tan acertadamente, en su “18 Brumario”, cretinismo parlamentario, una grave dolencia de nuestros socialistas que no tienen curación.

11. Hemos visto que el planteamiento de la posibilidad de un amplio desarrollo de la democracia y del parlamentarismo burgués conlleva la suposición de que todavía es posible el desarrollo capitalista del país. La justificación “científica” de esta postura sostiene que las fuerzas productivas, consideradas dentro de las fronteras nacionales sólo han madurado para la revolución burguesa, todo conforme a la revolución por etapas. Claro que la formulación es básicamente anticientífica: en la época de predominio de la economía capitalista mundial sólo es posible considerar a las fuerzas productivas como dimensiones internacionales y por esto es que están demasiado maduras para la revolución proletaria y desahucian el desarrollo democrático previo a esta finalidad.

Dicho de otra manera, la inviabilidad de la democracia burguesa (considerada como la materialización de las grandes tareas nacionales o únicamente de tal o cual garantía constitucional) es una consecuencia de la caducidad de la burguesía criolla, cuyos intereses generales están representados entre nosotros por la pequeña-burguesía. La economía combinada, modalidad que adquiere el capitalismo en Bolivia, determina que la revolución sea también combinada, que el proletariado desde el poder cumpla tanto tareas socialistas como democráticas y éstas últimas de manera tan radical que puedan ser transformadas en la expresión del anticapitalismo.

Si se diese una floreciente democracia burguesa es claro que el proletariado, condenado a educarse políticamente y a crecer numéricamente dentro de ella, no tendría ninguna posibilidad de plantearse en esa etapa la lucha por el poder, como parece creer hasta la misma burocracia cobista.

12. Que la democracia criolla no pasa de ser un vulgar remedo se patentiza cuando observamos su actitud frente al ejército, actuando a través de su alto mando y como el único poder real. En este caso no hay formas estatales que emanen del sufragio popular, sino de la despótica voluntad de los que concentran en sus manos la capacidad compulsiva del Estado.

Si el parlamento no ha logrado adquirir una clara fisonomía de poder estatal, esto porque sus decisiones están muy lejos de adquirir preeminencia frente a otros poderes o de imponerse pese a todas las resistencias, también el Poder Ejecutivo solamente existe si cuenta con la venía de las fuerzas armadas.

El rol secundario e insignificante que juega el aparato legislativo en el proceso político salta a primer plano cuando tiene que enfrentarse con las fuerzas armadas. Según la Ley, que los demócratas de todos los matices dicen respetar, las fuerzas armadas, de la misma manera que el parlamento, no pueden ir más allá o contra sus determinaciones. En la atrasada Bolivia, contrariamente, la misma ley y el parlamento se doblegan sumisamente ante la espada desenvainada; es claro que en estas condiciones no puede hablarse de democracia.

Las fuerzas armadas han concluido convirtiéndose en la fuerza política más poderosa, mucho más poderosa que el propio parlamento, desde luego. Este fenómeno, que no es excepcional en los países atrasados, es consecuencia, en último término, de la caducidad del nacionalismo burgués, que se expresa con extrema agudeza en la bancarrota de los partidos políticos que obedecen a los intereses de la clase dominante y a la inexistencia de poderosas clases sociales que puedan asegurar el funcionamiento del aparato democrático. No debe olvidarse que la carta castrense es una de las alternativas más eficaces en manos del imperialismo y de los explotadores nativos.

El que los sector castrenses aparezcan moviéndose por encima de los partidos políticos y de sus diferencias principistas, no quiere decir que propicien o ejecuten una línea apolítica; contrariamente, en cierto momento son los únicos capaces de llevar a la práctica la política de la burguesía. El ejército tiene una relativa ventaja sobre las organizaciones políticas populares para efectivizar determinados planes: su capacidad ejecutiva que proviene de su estructura vertical totalmente sometida al Alto Mando, su severa disciplina que anula la opinión de su ancha base social (soldados, clases y suboficiales).

Constituye un gravísimo error la especie de que es posible anular al ejército tornándolo apolítico y encerrándolo en sus cuarteles, porque parte de una incomprensión del proceso político-social que vive el país, marcado, repetimos, por la desintegración del nacionalismo burgués. No existen posibilidades para que las fuerzas armadas abandonen la política en el futuro próximo y, desde el punto de vista revolucionario, es preferible un ejército que delibera, que abiertamente toma posturas políticas, lo que puede permitir la participación en la adopción de decisiones de los clases y suboficiales, que ahora se limitan a obedecer ciegamente a la alta jerarquía castrense. Sin embargo, el derecho de deliberar y de organizarse debe alcanzar a los niveles más bajos y más amplios, es decir, a los soldados y a los clases, que es lo que se propone un partido revolucionario.

No se trata, en concreto, de convertir en apolítico al ejército (el apoliticismo encubre la política de la clase dominante, cuya criatura son las fuerzas armadas), sino de ganarlo, al menos a una parte de él, para la política revolucionada.

Una verdadera democracia -estamos hablando de la burguesa y no de otra- debe importar la subordinación del ejército a la ley y a las decisiones parlamentarias, meta que en las actuales condiciones bolivianas resulta utópica. El objetivo del movimiento revolucionario no es otro que el influenciar fuertemente dentro del ejército, lograr que en él se manifieste abiertamente la lucha de clase, lo que potenciaría a los sectores mayoritarios y a los jóvenes oficiales frente a la minoritaria jerarquía superior. De esta manera podría ser internamente escindido, al extremo de que pierda su capacidad de fuego y de organismo represivo. El hundimiento de este pilar fundamental de sustentación del Estado burgués se convierte en el requisito indispensable para, la victoria del movimiento revolucionario.

Si bien el ejército puede jugar un rol político preeminente, no hace otra cosa que reproducir las limitaciones orgánicas de la burguesía nacional, lo que le impide en su conjunto desarrollar una política revolucionada o extraña a las clases polares de la sociedad.

13. Las anteriores consideraciones acerca de la inviabilidad de la democracia burguesa en Bolivia no significan que la clase obrera y su partido revolucionario se nieguen a participar, en todas las condiciones y por principio, en las campañas electorales. Esta sería una conclusión arbitraria y de franco corte anarquista. La teoría, el programa y la misma tradición del Partido Obrero Revolucionario no permiten formular este planteamiento.

Durante los períodos de retroceso, cuando el ascenso de las masas está recorriendo los primeros peldaños y se encuentra todavía lejos del momento insurreccional, resulta conveniente para la causa revolucionaria la participación en los procesos electorales, la utilización del método parlamentario, que ciertamente es propio de la burguesía y no del proletariado. Esta participación se explica y se justifica porque puede permitir a la vanguardia revolucionaria difundir ampliamente su programa en medio de los explotados, organizar y educarlos políticamente.

El objetivo no es otro que aprovechar a plenitud las coyunturas que se crean durante el período electoral para orientar políticamente a los explotados, para entregarles una clara perspectiva revolucionaria. Como se ve, esta participación en las elecciones no siempre quiere decir la presentación de candidatos, que puede o no darse según las circunstancias y las normas legales que impone la clase dominante (a veces los “extremistas” son deliberadamente eliminados del proceso legal de las votaciones), pero debe importar obligatoriamente la amplia difusión de los principios programáticos del Partido. Si condiciones particulares permiten llegar al parlamento con voceros propios, éstos deben subordinar su actividad a la acción directa de masas, es esto lo que significa convertir el parlamento en tribuna revolucionaria.

Sin embargo, la participación en las elecciones debe ceñirse a las siguientes condiciones:

a) Preservar la independencia de clase, por constituir uno de los requisitos imprescindibles para la marcha hacia adelante de la lucha revolucionaria.

b) Los frentes electorales deben responder a la anterior exigencia. Toda subordinación política del proletariado a la burguesía constituye una traición. La independencia de clase importa colocar en un primer plano la estrategia revolucionaria de la clase obrera. Por estas razones se insiste en la constitución del frente antiimperialista estructurado bajo la dirección politica del proletariado.

c) No despertar en las masas ninguna ilusión acerca de las bondades del parlamentarismo, de la democracia burguesa o de las posiblidades de la transformación interna del Estado burgués en socialista. El eje de la campaña electoral debe consistir en demostrar que la democracia formal más perfecta no es más que una dictadura encubierta de la clase dominante.

d) Precisamente por tratarse de una campaña electoral debe subrayarse que la clase obrera lucha por materializar su estrategia de la revolución y dictadura proletarias.

e) La participación en el proceso electoral debe permitir arremeter vigorosamente contra la propia democracia burguesa, porque la lucha de clases pasa por este camino. Consolidar la sociedad democrática importa consolidar la explotación de la mayoría nacional y la opresión imperialista. Para acabar con estas calamidades hay que acabar con la sociedad basada en la propiedad privada, lo que importa acabar también con la democracia formal.

f) La lucha por la vigencia de las garantías constitucionales, y la participación en las elecciones o en el parlamento, debe subordinarse a la finalidad estratégica del proletariado, si esto no sucede los “revolucionarios” concluyen como reformistas y colaboracionistas de clase.

 

III. Unidad nacional al servicio de la burguesía

14. La democracia, que no tiene posibilidades de materializarse en una forma gubernamental concreta, es una difusa ansiedad de la clase dominante, que busca utilizar el sufragio libre para potenciar sus intereses. Su prematura frustración ha cónvertido en sueños sus naturales aspiraciones.

La “izquierda” hace suya la ansiedad de los explotadores. Estan en medio de la lucha de clases y es actora de ella, pero se ha colocado en la trinchera de los enemigos de las mayorías; abandonando su programa se ha derechizado. Los “teóricos” pequeño-burgueses, impedidos de desarrollar una política propia, se esfuerzan por imponer los intereses de la burguesía, plantean el olvido de la lucha de clases, su relegamiento a segundo plano amparados en el argumento de que este “sacrificio” lo impone el imperialismo.”Marxistas”y nacionalistas se niegan a hablar de la lucha de clases en este momento considerado como un “proceso de democratización”,que tan dificultosamente camina bajo la vigilancia de los gorilas armados hasta los dientes. Sería la hora del colaboracionismo clasista para hacer posible la democracia. ¿De qué democracia se habla? Es el Caribdis y Escila de la “izquierda”, cuyos torpes navegantes no pueden burlar la tormenta ni los obstáculos generados por ellos mismos; se trata de un suicidio. De “revolucionarios” se convierten en servidores del enemigo de clase. El olvido de la lucha de clases obedece a la urgencia de no asustar al capitalismo, que de aliado se convierte en amo. Toda vez que los “izquierdistas” buscaron justificar su traición a los obreros con el argumento de que convenían con la burguesía un acuerdo círcunstancial y destinado a preparar la victoria del socialismo mañana, acabaron como contra-rrevolucionarios. Los pactos electorales y para reconstituir ministerios son políticos y de largo alcance.

Olvidar la lucha de clases (colaboracionismo) importa dar las espaldas definitivamente a la estrategia proletaria, relegarla a un futuro indeterminado, por eso argumentan que no es la oportunidad de referirse a ésta, síno de consumar libremente maniobras tácticas; cuando éstas se ejecutan sin referirlas a un determinado fin, se convierten en objetivos estratégicos. Si el norte de la actividad cotidiana (su materialización emerge de la lucha diaria, según el Programa de Transición) ya no es la revolución y ésta queda sustituida por la reforma del capitalismo, por su embellecimiento, se está apuntalando al orden burgués contra los obreros.

La actitud de la burocracia cobista, controlada por la burguesa UDP, descubre qué es lo que busca la “izquierda” que se ha olvidado del socialismo. Actuando contra las metas históricas del proletariado, toma en sus manos los intereses de la clase dominante. El capitalismo y Bolivia atraviesan una aguda crisis estructural y los “izquierdistas” se afanan por superarla a costa de la mayor explotación de los obreros. La burguesía está condenada a abandonar el poder porque ya no puede alimentar a sus esclavos y las fábricas pueden marchar mejor sin su presencia. La “izquierda, esta vez su derechización no tiene paralelo, se lanza a salvar al capitalismo, busca que las empresas se tornen rentables y obligando a los obreros a morigerar sus demandas, a someterse a la regla grata a los empresarios de “primero producir más para luego pedir mejores salarios”. Esta “izquierda” está empeñada en salvar al capitalismo en lugar de sepultarlo. La socialdemocracia propugnó la cooperación obrero-patronal en las fábricas. La burocracia habla de mejorar el sistema impositivo y aparece como interesado en cooperar en la administración empresarial, sólo después ofrece algunas esperanzas de mejoramiento de las condiciones de vida, del obrero.

La “izquierda” se identifica íntegramente con la burguesía al convertirse en paladín del gobierno democrático (no del proceso democrático en su más amplia acepción), al extremo de considerarlo el más perfecto para los trabajadores pues supone que permitirá su gradual liberación. El parlamentarismo es presentado como el método adecuado para que el sindicalismo logre el bienestar de la mayoría nacional. La burguesía busca legítimamente la materialización de la democracia y entonces la “izquierda” arria sus banderas y coopera con el enemigo de clase para el logro de objetivos que son propios de éste. Los intereses de la burguesía y del proletariado son antagónicos y excluyentes, lo que descarta que dicha cooperación pueda significar que los explotados conserven su ideología y sus objetivos pese a la subordinación a sus explotadores, como tampoco puede traducirse en una política que sea el término medio entre lo que buscan los polos extremos de la sociedad. Los burgueses utilizan todo su poderío económico, de donde arranca su preeminencia cultural y politica, para imponer a sus “aliados” sus ambiciones excluyentes. La clase dominante, a diferencia de la sumisa “izquierda”, tiene objetivos claros: mejores salarios (para que la fuerza de trabajo sea explotada normalmente) a cambio de más productividad; defensa de la democracia y de la “libertad” a condición de que se respete la propiedad privada y sus inevitables emergencias. Los patrones colocan las cadenas a los obreros, objetivo central de su existencia, y los “izquierdistas” toman a su cargo la sucia tarea de remacharlas. Se trata de una cooperación al servicio de la burquesía exclusivamente.

15. Los “revolucionarios” argumentarán que forzada y momentáneamente se disfrazan de inofensivos corderillos para empujar imperceptiblemente a la actual sociedad hacia el socialismo. Es el desarrollo del capitalismo, un hecho objetivo, el que crea las premisas materiales de la sociedad comunista (economía mundial, trabajo y producto social, etc); “Los “izquierdistas” no son los autores de este desarrollo, sino que se agotan en el esfuerzo por mantener en pie al caduco régimen imperante, a la apropiación individual del producto social,conspiran contra” la evolución de la conciencia de clase y se esmeran en despolitizar y desmovilizar a las masas, en resumen, actúan contrarrevolucionariamente.

La “izquierda” destruye la independencia de clase al someter a los explotados a la política burguesa. La independencia política quiere decir no sólo fisonomía y organización propias, sino una ideología revolucionaria que necesariamente tiene que ser opuesta a la burguesa y a las ideas oficiales de la época. La “izquierda” y la burocracia sindical se han levantado contra la tradición programática del movimiento obrero, buscando quietarle sus ideas revolucionarias, a fin de que más fácilmente se someta a la clase dominante. La subordinación a la burguesía quiere decir que los obreros se alinean detrás de ideas que les son extrañas y que justifican su explotación; de esta manera concluyen defendiendo un programa que conspira contra sus objetivos.

Aparentemente la tan pregonada “unidad nacional” sería la fusión de todos los sectores sociales del pais, de las mayorías explotadas con las minorías explotadoras, para beneficio de todos por igual, sin que ninguno de sus componentes pueda sacar ventaja parcial. Se vuelve a pretextar el consabido “enemigo común”. Antes se habló del imperialismo, ahora se invoca el peligro fascista.Ambos son amenazas permanentes, pero desaparecerán sólo con la destrucción del capitalismo, vientre común de ambos.

La “unidad nacional” abarca a la derecha y a la izquierda y nace bajo el pretexto de rechazar la amenaza golpista o la política desarrollada por el fascísmo, el terrorismo, etc. Su contenido es esencialmente político, desde el momento en que subordina a la nación a la voluntad de la burguesía y busca defender o modificar al gobierno, siendo una alianza de clases, hay que preguntarse quién la dirige y con qué fines.Todos los planteamientos que hace la “unídad nacional”, desde las peticiones al gobierno hasta las proposiciones de su reforma, se circunscriben al mantenimiento del orden social existente y esto es pura política. El programa más osado de esta alianza clasista sólo puede propugnar una revolución polftica: la sustitución en el poder de una capa de la clase dominante por otra que ocasionalmente se encuentra en la oposición y que se esfuerza por colocarse a la cabeza de la nación. Es fundamental preguntarse si busca la destrucción del capitalismo o simplemente su reforma. En el último caso sigue una política conservadora y burguesa. Cuando el proletariado se integra a la “unidad nacional” concluye disolviéndose en su seno, adoptando como suya la política propia de la burguesía.

El proletariado plantea también la alianza de clases; en los países atrasados la protagonista de la revolución será la nación oprimida. Hasta esta altura pueden confundirse los planteamientos de burguesía y de clase obrera; las discrepancias surgen no bien se trata de señalar las metas y la dirección política de la alianza, Se trata de algo importante. La lucha por la hegemonía sobre la nación oprimida entre las clases extremas de la sociedad es irreconcillable, como lo son sus intereses; quién dirige a la nación oprimida define las metas de ésta. El frente antiimperialista (alianza de clases) adquiere carácter revolucionario al subordinarse a la estrategia proletaria, puede convertirse en instrumento de la revolución obrera. La burguesía, utilizando al stalinismo, puede timonear al frente antiimperialista y entonces éste cumplirá el mismo papel que la “unidad nacíonal”. El frente antiimperialista revolucionario y la “unidad nacional”, pese a ser ambos alianzas de clases, son de naturaleza diferente, por seguir orientaciones clasistas contrapuestas. Pueden servir a la revolución o a la contrarrevolución, esto depende de que sea o no el proletariado el que se convierta en su dirección.

16. La”izquierda”; violentando su pasado, aparece como abanderada de la sociedad democrática o burguesa. Si su objetivo es lograr el desarrollo económico sin tocar la propiedad privada, garantizar mayores beneficios a los empresarios y algunas migajas a los trabajadores, es lógico que se empleen a fondo en el proyecto de construcción de la democracia. Cuando las masas se movilizan pueden siempre salir de los canales democráticos y dar al traste con la dirección y los esquemas de la “izquierda” derechizada, lo que explica por qué ésta tiene tanto miedo a la actuación independiente de los explotados, naturalmente inclinados a la acción directa. Los “revolucionarios” al servicio de los burgueses dan las espaldas a los métodos de la revolución proletaria, que son propios de la clase obrera, para asirse separadamente del parlamentarismo, La “izquierda”, para satisfacer las exigencias de la clase dominante, aparece como democrática. Coloca parches a la envejecida estructura del Estado burgués y se empeña en hacer funcionar la democracia, se despoja de todo rasgo obrerista o salarialista, a fin de tornarse “razonable” frerite a las dificultades que tiene que afrontar la burguesía. La clase dominante y sus sectores golpistas y gorilas se benefician enarbolando la bandera democrática frente a las masas, de donde para ella provienen las mayores amenazas. El señuelo de un par-lamento capaz de solucionar los problemas de las mayorías nacionales, le sirve a la burguesía para obligar a los explotados a someterse al ordenamiento jurídico. Cuando la mayoría nacional limita sus objetivos a los puramente democráticos se fortalece la burguesía y se debilita el movimiento revolucionario.

La burguesía está vivamente interesada en consolidar la “unidad nacional” dentro del marco democrático, pues así verá consolidada su propia dictadura; la acción de los sectores mayoritarios se tornará inofensiva para la clase dominante. Es la “izquierda” la que ayuda a domesticar a los explotados. El actual gobierno burgués derechista aparece patrocinando el entendimiento entre explotados y explotadores, que sólo puede imponerse a costa del mayor empobrecimiento y postración de los obreros.

El 27 de marzo de 1980 tuvo lugar el III Seminario sobre Temas Económicos auspiciado por la Cámara de Comercio Americana y a la que asistió el embajador de los EE.UU Waissman. Se evidenció la total unidad de criterio entre la empresa privada boliviana y los yanquis. Sólo la minería pequeña, económica y socialmente insignificante, ha mostrado su discrepancia con el imperialismo. Al encuentro de los todopoderosos capitalistas también asistió el “asesor económico de la COB”, el capitalista y burgués Flavio Machicado, ocasión en que dijo que la COB se apartaba por principio de la política “salarialista”, para coadyuvar en el desarrollo industrial y en la implantación de un régimen de “censura social”. Para este curioso”teórico”, el problema de la explotación de la clase obrera es reemplazado por la creciente inmoralidad funcionaria, etc. No es sorprendente que el “asesor” hubiese descubierto que la economía boliviana no permite el aumento de salarios y esto por mucho tiempo. La consecuencia: por voluntad de la burocracia y para asegurar la prosperidad de los empresarios, los obreros deben conformarse con seguir produciendo sin pedir nada.

G. Sánchez de Lozada, poderoso minero y militante del pazestenssorismo (MNRH), norteamericanizado en su mentalidad y conducta, fundamentó teóricamente el carácter democrático de los empresarios. Informó Presencia: “una empresa es esencialmente democrática, tal vez mucho más democrática que cualquier otro sector y que, por este motivo, debe tener una mayor participación en la vida política. Esa participación -advirtió- debe ser indirecta y fundamentalmente canalizada a través del apoyo a la formación de corrientes políticas y a la postulación de candidatos.

“Planteado el paralelismo (organización empresarial y sistema democrático), dijo que la democracia es un sistema de competencia por el poder; una competencia libre por el voto libre, para determinar quien es el que va a dirigir la sociedad, de la misma manera que en una empresa se elige a la máxima autoridad. Sostuvo que la democracia es la única forma civilizada de convivencia, en la que debe gobernar la opinión de la mayoría, sin que ello signifique la destrucción de la opinión minoritaria..’Como en las empresas, la sociedad debe utilizar el sistema democrático para designar a las personas con capacidad dirigente, en un juego en el que los perdedores sepan reconocer su derrota’, agregó, al opinar que las actuales dificultades políticas de Bo-livia se deben, a que no hay una mayoría coherente que imponga su.criterio”. Citó como modelo de partidos que comprenden “las características del juego democrático” al PDC y a ADN, acotando que todos los demás serían revolucionario, porque quieren imponer sus principios y lograr transformaciones del orden vigente. Lo dicho por Sánchez de Lozada (burgués más que aristócrata), pese al que puede resumirse en la tesis de que corresponde a los empresarios modelar la democracia mediante la estructuración de grandes corrientes políticas, que dicho gobierno debe estar al servicio de los capitalistas. La paz social impuesta en ese marco sería ideal para el establecimiento de las relaciones obrero-patronales subordinadas a los intereses de los em-presarios. La esencia de la democracia: una vez que los empresarios dominen a las tendencias mayoritarias, las minorías deben tener derecho a la crítica dentro de la ley, sin que se les reconozca como legitimo el empeño de transformar el orden existente. Como se ve, la democracia es una dictadura de la burguesía impuesta a la mayoría nacional.

El portavoz gubernamental Garret, vinculado a las actividades empresariales, recapituló lo dicho por el “teórico” de la empresa privada: el Estado tiene la mísión de asegurar la participación de los empresarios en el funcionamiento de la democracia. No se ocultó que los capitalistas y la burocracia sindical se mueven según la voluntad del imperialismo. Todos estaban seguros que la democracia debe servir para que este estado de cosas pueda desarrollarse sin las interferencias de las masas encabritadas.

17. Un modelo de lo que es la “unidad nacional “al servicio exclusivo de la burgusía, tanto vale decir del imperialismo, se tiene en el pacto suscrito, el 25 de marzo de 1980, entre la COB, las entidades re-ligiosas y de caridad, junto con los partídos de derecha, de centro y de “izquierda”, excepción hecha del POR, lo que le permitió poner a salvo su presente y su futuro como dirección revolucionaria.

Este pacto, sellado con el pretexto de oponerse al golpismo gorila, busca encadenar a las masas a los objetivos democráticos, a la utilizacíón exclusiva de los métodos democráticos, a abandonar sus propias ideas heréticas y radicales para enarbolar la bandera de la burguesía.

En el primer punto se fijan los objetivos: “Reiterar su irrenunciable decisión de luchar en defensa del proceso democrático abierto por el esfuerzo y sacrificio del pueblo boliviano, contra la conjura de una minoría antinacional y antipopular...y contra toda forma de adulteración de la soberanía popular”. Esta es una declaración príncipista impuesta por la burguesía. Los “demócratas” no están interesados en una transformación democrática, que puede considerarse parte del contenido de la revolución, sino sólo en el verificativo de elecciones y en la vigencia de algunas garantías. Esta meta burguesa es coreada por democratizantes de “izquierda”. Se parte de la “soberanía popular” como fuente de los poderes del Estado, una teoría liberal.

A los “izquierdistas” a veces se les ocurría, por demagogia más que por convicción, añadir a su profesion de fe democrática la promesa de luchar por el socialismo como ahora los que impusieron la línea fueron Paz, Guevara, Siles, el PDC, los monseñores de la Iglesia, etc., no hubo lugar para declaraciones líricas sobre el lejano consuelo igualitario.

Sobre el pretexto del pacto se puntualiza que la escala terrorista obliga a exigir al gobierno que señale a los culpables y los castigue drásticamente. Sabíamos que sólo las masas armadas podían acabar con el terror fascista. Más que ingenuidad hay toda una concepción política extraña a la orientación y métodos obreros. El débil gobierno Gueiler sobrevive porque los militares no encuentran aún la oportunidad de enviarlo al tacho de los objetos inservibles y gracias a que la Presidenta adula y hace concesiones a los generales. El POR ha denun-ciado que desde la Presidencia se paga a los agentes del servicio de inteligencia de las FFAA, a los autores de la ola de terrorismo. En la afirmación se encuentra implícita la tesis de que el terrorismo, como el fascismo en sí, pueden ser arrancadas de raíz por el gobierno burgués. Esto es peligroso porque puede despertar ilusiones acerca del carácter de clase del régimen y de sus posibilidades para aplastar a la reacción burquesa. ¿Es falso decir que el fascismo sólo será aplastado definitivamente si se aplasta al capitalismo? Esto no desea la burguesía, pues ya sabrá encontrarse bien dentro del totalitarismo gorila como enseña la historia.

La defensa del proceso electoral, de las libertades, etc, se promete hacerla exclusivamente con métodos democráticos (pacificos), con reclamos al Ejecutivo, con la papeleta electoral, para evitar la movilización y acción directa de las masas, consideradas como el mismo caos. Enemigos de la víolencia, se esmeran en evitar que ésta se apodere de los explotados y que bien podría convertirse en amenaza contra la propiedad privada. Era el momento de decir: a la violencia fascista, la violencia revolucionaria y la “izquierda” cal1ó.

El pacto ha redundado en beneficio de la burguesia y del imperialismo y ha perjudicado a las masas, les ha hecho perder su independencia política y las ha sometido a la voluntad burguesa.

Los pactantes no se acordaron del imperialismo. Han dado pruebas inequívocas de que se apoyan en lo que dicen y hacen los yanquis. Cuando el embajador de los EEUU metió las manos en la política interna, los demócratas e “izquierdistas” se esmeraron en aplaudir al amo y ninguno tuvo el coraje de repudiar la actitud intervencionista de la. metrópoli.

Sería absurdo reducir el problema a saber sí entre los firmantes está Paz, que resume la evolución del nacionalismo, desde la histeria antiyanqui hasta el progorilismo. Hay que preguntarse por qué estos elementos se encuentran a sus anchas en ese bloque político. La respuesta: el compromiso ha sido elaborado y sellado en beneficio de la burguesía y en ese marco se busca estrangular a las masas. Los que juegan con formalidades están buscando encubrir su propio sometimiento político a las ideas y planes de la burguesía.

18. La inviabilidad de la democracia abre, ni duda cabe, el camino del golpismo, que por la preponde-rancia política de las FFAA debe tener como eje caudillos castrenses. El aferrarse a la falsa carta de la democracia no hace más que ayudar, en definitiva, al golpismo. Llegará el momento, cuando las masas se tornen amenazantes, en el que los EEUU volverán a alentar las ambiciones de los gorilas.

La actitud revolucionaria no consiste en jugar con una ilusión, sino en movilizar a los explotados para que sepulten al capitalismo y al fascismo y abran la perspectiva democrática

para la mayoría nacional bajo la dictadura del proletariado. Lejos de estrangular “democráticamente” a las masas, hay que utilizar la lucha por las garantías constitucionales como palanca impulsora del movimiento revoluctonario; en el camino habrá que aplastar al reformismo, al oportunismo socializante y al nacionalismo obsoleto.

Que la “izquierda” (PPCC, PS-1, otros grupúsculos que son desperdicios del proceso social) forme fila detrás de connotados sirvientes del imperialismo y de masacradores de obreros, buscando salvar a la inexistente democracia, lo que la convierte en ilusionista que saca palomitas de la manga de la chaqueta, demuestra que es políticamente menchevique. La afirmación acaso diga poco a los lectores. El menchevismo no es más que la subordinación a la burguesía y el propósito de poner en pie a la democracia. La lucha de clases configura el proceso político y marca a fuego a sus protagonistas. En la izquierda seguimos en medio de la secular lucha entre menchevismo y bolchevismo. Trotsky, en 1919, presentó el siguiente resumen de tal lucha: “El punto de vista menchevique partía del principio de que nuestra revolución es burguesa, es decir que su consecuencia natural sería el paso del poder a la burguesía y la creación de las condiciones de un parlamento burqués. El punto de los bolcheviques..., aun reconociendo la inevitabilidad del carácter burgués de la revolución, planteaba la creación de una república democrática bajo la dictadura del proletariado y del campesinado...Las advertencias de que las circunstancias del desarrollo del capitalismo habían provocado grandes contrastes entre sus dos polos y habían condenado a la insignificancia a la democracia, no impedían a los mencheviques... buscar incansablemente una democracia ‘auténtica’, ‘verdadera’, que tendría que ponerse a la cabeza de la nación e introducir condiciones parlamentarias, a ser posibles democráticas, cara a un desarrollo capitalista. Intentaron siempre descubrir indicios de democracia burguesa y al no encontrarlos se los imaginaron...”

 

La Paz, abril de 1980.