F. Engels & K. Marx

LA SAGRADA FAMILIA

 

 

CAPÍTULO II

LA CRITICA CRITICA BAJO LOS RASGOS DE UN EXPORTADOR DE HARINAS, O LA CRITICA CRITICA BAJO LOS RASGOS DEL SEÑOR FAUCHER[1]

 

Después de haber prestado los servicios más esenciales a la conciencia de sí mismo, y libertado al mismo tiempo del pauperismo al mundo, rebajándose al absurdo en lenguas extranjeras, la crítica se reduce igualmente al absurdo en la práctica y en la historia. Se apodera de las "cuestiones al orden del día en Inglaterra", y nos da un esquema realmente crítico de la historia industrial inglesa.

La crítica que se basta a sí misma, que es completa y perfecta en sí misma, no puede admitir la historia, claro está, tal como efectivamente ella se ha desenvuelto: en efecto, sería reconocer a la mala masa en la integridad de su carácter de masa, en tanto que precisamente se trata de hacer perder a la masa su carácter de masa. Por consiguiente, la historia es despojada de su carácter de masa, y la crítica, que se toma libertades con su objeto, grita a la historia: ¡Así, y no de otra manera, debes haber pasado! Las leyes de la crítica tienen un poder retroactivo; anteriormente a sus decretos la historia se ha desenvuelto, pues, de un modo completamente diferente a cómo se desenvuelve después de sus decretos. A causa de esto la historia en masa, la que se llama historia verdadera, difiere considerablemente de la historia crítica, tal como se desarrolla, a partir de la página cuatro, en el fascículo VII de la Literaturzeitung.

En la historia en masa no hubo ciudades manufactureras mientras no existieron manufacturas; pero en la historia crítica, donde el hijo engendra al padre, -como sucedía ya en la filosofía de Hegel-, Manchester, Boston y Preston, eran florecientes ciudades manufactureras antes de que se produjesen manufacturas. En la historia real, la industria del algodón fue fundada especialmente por la "mule-jenny" de Hargreave y la "throstle" de Arkwright, no siendo la "mule" de Crompton más que un perfeccionamiento de la "mule-jenny", mediante el nuevo principio de Arkwright. Pero la historia crítica sabe hacer distinciones; desdeña los caracteres uniformes de la "jenny", para discernirle la corona a la "mule", esta identidad especulativa de los extremos. Con la invención de la "throstle" y de la "mule", la aplicación de la fuerza hidráulica a estas máquinas se daba realmente al mismo tiempo: pero la crítica separa los principios que la historia grosera ha reunido y no hace intervenir esta aplicación sino más tarde, como algo completamente particular. En realidad, la invención de la máquina a vapor precedió a todas las invenciones de las que acabamos de hablar; pero, en la crítica, es el coronamiento del todo, la última invención.

En la realidad, las relaciones comerciales entre Liverpool y Manchester, con la importancia que han adquirido en nuestros días, eran consecuencia de la exportación de mercancías inglesas; en la crítica, estas relaciones comerciales son la causa de esa exportación, y relaciones comerciales y la exportación se deben a la vecindad de esas dos ciudades. En la realidad, pasan por Hull casi todas las mercancías que Manchester envía al continente: en la crítica, pasan por Liverpool.

En la realidad, tenemos en las fábricas inglesas toda la escala de salarios, desde un shilling y medio hasta cuarenta shillings y más; en la crítica, no existe más que un salario, once shillings. En la realidad, la máquina reemplaza al trabajo manual; en la crítica, el pensamiento. En la realidad, los obreros pueden coaligarse en Inglaterra para obtener un aumento de salarios; pero en la crítica, el asunto está prohibido, pues la masa debe pedir ante todo la autorización de la crítica cuando quiere permitirse algo. En la realidad, el trabajo fabril es muy fatigoso y hasta produce enfermedades especiales -incluso se han escrito grandes tratados de medicina sobre estas enfermedades-; en la crítica no se podría afirmar que el esfuerzo excesivo evite trabajar, pues la fuerza es el destino de la máquina". En ja realidad, la máquina es una máquina; en la crítica, está dotada de voluntad; como ella no descansa, el obrero tampoco puede descansar; está sometido, pues, a una voluntad extraña.

Pero todo esto todavía no es absolutamente nada. La crítica no sabría conformarse con los numerosos partidos ingleses; ha creado uno nuevo, el partido de las fábricas, cosa que la historia debe agradecerle. Por el contrario, apila los patrones y los obreros fabriles en una sola gran masa -¿y por qué se preocuparía ella de semejantes bagatelas?-, y decreta que, si los obreros de las fábricas no han contribuido al fondo de la liga contra las leyes cerealistas, no es debido, como lo creen esos imbéciles de fabricantes, a mala voluntad y cartismo, sino únicamente a causa de la pobreza. Además, ella decreta que, si se derogan las leyes inglesas sobre los trigos, los jornaleros agrícolas se verán forzados a aceptar una baja en sus salarios; a lo que quisiéramos objetar muy humildemente, que esta miserable clase no puede ya, en absoluto, dejarse arrancar ni un cobre sin exponerse a morir materialmente de hambre. Ella decreta que, en las fábricas inglesas, se trabaja dieciséis horas por día, aunque la ley inglesa, dotada de mucha ingenuidad, pero careciendo de sentido crítico, haya establecido cuidadosamente que no se puede sobrepasar las doce horas. Ella decreta que Inglaterra debe convertirse en la gran usina del mundo, aunque la masa de americanos, alemanes y belgas, careciendo de sentido crítico, le quiten a los ingleses, poco a poco, por su concurrencia, todos los mercados. Ella decreta, finalmente, que la centralización de la propiedad y sus consecuencias para las clases trabajadoras, son ignoradas en Inglaterra por todo el mundo, tanto por los que no poseen como por los que poseen, aunque esos imbéciles de cartistas se figuran conocerlas muy bien, aunque los socialistas, desde hace mucho tiempo, hayan expuesto detalladamente todas esas consecuencias, aunque tories y whigs, tales como Carlyle, Alison y Gaskell hayan probado, con sus propias obras, que ellos estaban perfectamente al tanto de la cuestión.

La crítica decreta que la ley de diez horas de lord Ashley es una risible medida de "juste milieu", y que lord Ashley mismo "es fiel reflejo de la acción constitucional"; pero los fabricantes, los cartistas, los propietarios agrarios, en una palabra, todo lo que constituye la masa de Inglaterra, hasta aquí, han visto en esta medida la expresión tan anodina como es posible de un principio absolutamente radical, puesto que daría con el hacha en la raíz del comercio exterior y, por consecuencia, en la raíz del sistema manufacturero o mas bien, lo hundiría en ella profundamente. La crítica crítica está mejor informada. Sabe que la ley de diez horas ha sido discutida ante una Comisión de la Cámara de los Comunes, mientras que los diarios no críticos desearían hacemos creer que esta comisión era la Cámara misma, es decir, la Cámara constituida en comité; pero la crítica, naturalmente, debe derogar este capricho de la constitución inglesa.

La crítica crítica, que produce la estupidez de la masa, su exacto contrario, igualmente produce la estupidez de sir James Graham y, para la comprensión crítica del idioma inglés, le hace decir cosas que el ministro no crítico del Interior jamás ha dicho, y esto únicamente para que la estupidez de Graham haga resaltar mejor la sabiduría de la crítica. ¡Graham -si le creemos a la crítica-, afirmaría que las máquinas, en las fábricas, se gastan en doce años, más o menos, que ellas dan diez o doce horas de trabajo por día, y que una ley de diez horas pondría, pues, al capitalista, en la imposibilidad de reproducir, en doce años, mediante el trabajo de las máquinas, el capital que ha invertido! La crítica prueba con eso que le presta a sir James Graham un sofisma, pues una máquina que trabaja al menos un sexto de tiempo por día, durará, naturalmente, más tiempo.

Por justa que sea esta observación hecha por la crítica contra su propio sofisma, hay que admitir, sin embargo, en el activo de sir James Graham, lo siguiente: Ha declarado él mismo que la máquina debe girar tanto más rápidamente cuanto más limitada esté en el tiempo de trabajo -lo que la misma crítica menciona, VIII, página 32-, y que, en esta hipótesis, el tiempo de desgaste seguiría siendo igual, es decir, doce horas. Hay que reconocer esto, tanto más que haciéndolo, nosotros glorificamos y magnificamos la crítica, puesto que es la crítica, y sólo ella, quien ha planteado y luego resuelto el sofisma en cuestión. La crítica también se presenta completamente generosa frente a lord John Russell, a quien presta la intención de perseguir una modificación de la ley electoral y de la Constitución; de donde nos es preciso concluir que la tendencia de decir estupideces es extremadamente fuerte en la crítica, o que, en los últimos ocho días, el mismo lord Russell se ha convertido en un crítico crítico.

Pero donde la crítica llega a ser verdaderamente grandiosa en la confección de estupideces, es cuando ella descubre que los obreros de Inglaterra -esos obreros que en abril y mayo han orga-nizado mitin tras mitin, redactado petición sobre petición, y todo en favor de la ley de diez horas; que han sido "colocados" más de lo que lo fueron durante diez años, y esto de un extremo al otro de las regiones manufactureras-, que esos obreros no sienten por esta cuestión "más que un interés parcial", aunque parezca sin embargo "que la limitación legal del tiempo de trabajo haya ocupado igualmente la atención de ellos"; cuando ella hace, cosa extraña, este gran descubrimiento, este descubrimiento maravilloso, inusitado: que "los obreros se limitan casi siempre a esperar un socorro inmediato de la derogación de las leyes cerealistas y no irán más lejos, hasta el día en que la realización segura de esos deseos llegue a demostrarles su inutilidad práctica." ¡Atreverse a formular semejante afirmación en contra de los obreros que han adquirido la costumbre de arrojar de la tribuna a cualquiera que, en los actos públicos, intervenga a favor de esta derogación; de obreros que han llegado a tal resultado que en ninguna ciudad industrial inglesa, la liga contra las leyes sobre los trigos se ha atrevido a organizar mítines públicos; de obreros que consideran a la liga como su único enemigo y que, durante la discusión de la ley de las diez horas, como casi siempre en los debates anteriores que se relacionan con cuestiones análogas, han sido sostenidos por los tories! Todavía la crítica hace esta hermosa constatación: que "los obreros continúan dejándose engañar por las promesas cada vez más considerables del cartismo", que sólo es la expresión política de la opinión pública dominante en el mundo obrero. Anotemos aún que en la profundidad de su espíritu absoluto, ella se digna percibir que "los dos partidos, el partido político y el partido de los terratenientes y de los exportadores de harinas no quieren confundirse ni fusionarse", mientras que nadie sabía hasta hoy que el partido de los terrate-nientes y exportadores de harinas, vistos el débil efectivo de estas dos clases de propietarios y la igualdad de sus derechos políticos (a excepción de algunos pares), fuese un partido importante, y que en lugar de ser la expresión más lógica, el coronamiento de los partidos políticos, se identificase absolutamente con los partidos políticos. Finalmente, ¿no es divertido que la crítica preste a todos los que preconizan la supresión de las leyes cerealistas esta ignorancia de no saber que, permaneciendo, además, todas las cosas iguales, una baja de los precios del pan provocaría una baja de los salarios y que, por lo tanto, nada habría cambiado?; mientras que estas gentes esperan que la baja inevitable de los salarios y, por consecuencia, de los gastos de producción, traiga un acrecentamiento del mercado, y por ello mismo, una disminución de la concurrencia entre los obreros, gracias a lo cual el salario sería mantenido, en relación a los precios del pan, ligeramente por encima de su tasa actual.

La crítica, embriagada de una felicidad artística por la libre creación de su objeto, el absurdo, esta misma crítica que hace dos años proclamaba: "La crítica hablaba alemán, la teología, latín", esta misma crítica ha aprendido de entonces acá, el inglés. Los propietarios de bienes inmuebles devienen propietarios de tierras (en inglés landowners), los propietarios de fábricas se transmutan en exportadores de harinas o propietarios de molinos (en inglés millowners, sirviendo la palabra mill para designar toda fábrica cuyas máquinas son movidas por el vapor o por la fuerza hidráulica), los obreros devienen manos (en inglés hands); en lugar de intervención, ella habla de interferencia (en inglés interference). Y en su inmensa piedad por la pobre lengua inglesa que abunda en expresiones viciosas e impropias, ella se digna corregirla y hace desaparecer la pedantería que lleva a los ingleses a poner el título sir delante de los nombres de los caballeros y los baronets. La masa dice: sir James Graham; la crítica dice; sir Graham.

Mediante este principio, y no por ligereza, la crítica corrige la historia y el idioma ingleses. Lo que va a probarnos el estudio profundo que ella hace del asunto del señor Nauwert.

 

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[1] Nacido en Berlin, Faucher, publicó en la Literaturzeítung un estudio bastante documentado sobre la situación industrial y obrera de Inglaterra. Algunas apreciaciones contrarias a las de Marx y Engels, dieron materia a Engels para la crítica y la chanza. [N. de la Edit.]