Ernest Mandel

1973

Democracia y socialismo en la URSS en L. D. Trotsky


Escrito: 1969
Esta edición: Marxists Internet Archive, septiembre de 2010.
Traducción:Emilio Olcina Aya
Digitalización: Martin Fahlgren, 2011.


1. La teoría de la revolución permanente y la autoorganización de la clase obrera

La aportación más importante de L. D. Trotsky al desarrollo de la teoría marxista y del movimiento obrero revolucionario fue la formulación de la teoría de la revolución permanente, íntimamente vinculada al descubrimiento de la ley del desarrollo desigual y combinado.

Tradicionalmente, los marxistas rusos habían deducido del carácter atrasado de la sociedad de su país la naturaleza democrática burguesa de la revolución que se avecinaba. Habían, pues, asignado al proletariado ya fuera un papel de aliado crítico de la burguesía, que le obligaría en cierto modo a hacer la revolución pese a sus propias tergiversaciones (mencheviques), ya un papel de dirigente político de la revolución burguesa, yendo hasta prever la creación de un gobierno revolucionario provisional, basado en la alianza de la clase obrera y el campesinado, pero también dentro del marco de una sociedad capitalista y de un estado democrático burgués (bolcheviques).

Trotsky no negó en absoluto que la naturaleza de las tareas a resolver por la revolución rusa correspondiera esencialmente a las tareas históricas de la revolución democrática burguesa: ante todo, caída de la autocracia; abolición de la propiedad agraria detentada por las clases poseedoras no campesinas; liberación de las nacionalidades oprimidas; eliminación de todos los residuos semifeudales, etc. Pero sí negó que estas tareas pudieran llevarse a término en el marco de un estado burgués en la época del imperialismo.

Estimó, por un lado, que, en esa época, la interpenetración de los intereses económicos y sociales entre la burguesía rusa y el capital extranjero, así como con los terratenientes, era tal que esta burguesía no podía llevar a buen término ni siquiera una lucha radical de liberación nacional sin correr el riesgo de expropiarse a sí misma. Estimó, por otro lado, que el peso del proletariado industrial, su grado de concentración y su nivel de conciencia de clase garantizaban, por anticipado, un papel políticamente independiente de esta clase social en el seno del proceso revolucionario ruso. Por ello, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía se antepondría, a ojos de la burguesía, al antagonismo entre la burguesía y la nobleza zarista, impulsaría inevitablemente a la burguesía al campo de la contrarrevolución, y conduciría, con toda seguridad, a la derrota de la revolución, a menos que el proletariado no le arrebatara la dirección política.

En este punto, la opinión de Lenin no difería de la de Trotsky. La diferencia de óptica entre estos dos protagonistas de la revolución se manifestó en la apreciación de las formas políticas posibles de la alianza entre el proletariado y el campesinado, en el marco de la democracia burguesa y del desarrollo de un capitalismo ”populista” en el campo, es decir, basado en los farmers libres.[1]

Trotsky, por su lado, defendió el punto de vista de que el campesinado se había manifestado incapaz, a través de toda su historia, de constituir partidos políticos centralizados capaces de defender fundamentalmente sus intereses de clase, por lo demás extremadamente diversificados y abigarrados. Los partidos llamados campesinos son siempre, en último análisis, partidos al servicio de los intereses históricos de la burguesía La clase campesina sigue siempre, fundamentalmente, ya sea al proletariado; ya a la burguesia. Una alianza entre el proleta rido y un partido campesino significaría correr el riesgo de subordinar el proceso revolucionario a las tentaciones contrarrevolucionarias de la burguesía, es decir, de sufrir una derrota. La revolución rusa no podría vencer más que si el proletariado, arrastrado al campesinado, conquistaba la dirección del proceso revolucionario, es decir, conquistaba el poder.

Pese al carácter subdesarrollado de Rusia y en función de la debilidad del capitalismo ruso, el proletariado podría tomar el poder en Rusia antes de hacerlo en los países industrialmente avanzados, precisamente porque la burguesía era incapaz de realizar la revolución agraria y porque el proletariado, en base a esta revolución, podría arrastrar hacia el apoyo a la dictadura del proletariado a la masa del campesinado pobre y medio[2]. En estos puntos fundamentales, la historia del siglo XX — y no sólo la de la revolución rusa — ha confirmado el pronóstico de Trotsky de 1906. El propio Lenin confirmó, más tarde, explícitamente, la exactitud del análisis trotskista en cuanto a la imposibilidad para el campesinado de desempeñar fundamentalmente un papel político autónomo en el seno del proceso revolucionario.[3]

Pero si las tareas democráticas burguesas de la revolución rusa no podían ser cumplidas más que mediante la conquista del poder por el proletariado, apoyándose en el campesinado pobre —es decir, mediante el establecimiento de la dictadura del proletariado—, de todo el análisis trotskista del peso relativo de las distintas clases sociales en Rusia se desprende que ese proletariado no podía contentarse con el papel de partero de una revolución burguesa radical. Ese papel, en rigor, podía ser desempeñado por una pequeña burguesía jacobina radicalizada o por una clase urbana productora, intermedia entre los artesanos gremiales y el proletariado moderno, como los bras nus de la gran revolución francesa. Pero difícilmente cabía imaginarse al proletariado ruso, fuertemente concentrado y ya bajo la profunda influencia de las ideas marxistas, limitarse al ejercicio del poder político, que comportaba la disposición de las armas, y tolerar tranquilamente, al mismo tiempo, que lo explotaran en la fábrica, o incluso lo despidieran unos patronos desprovistos de todo poder político. Trotsky dedujo de ello el inevitable transcrecimiento de la revolución, sin solución de continuidad, de la realización de las tareas democráticas burguesas a la realización de las tareas socialistas.[4]

La dictadura del proletariado, indispensable para consumar la emancipación de los campesinos y de las nacionalidades oprimidas, y para liberar al país de la influencia del capital imperialista, conduciría a la expropiación de toda la burguesía (tanto nacional como extranjera) y a la creación de las bases económicas para la construcción de una sociedad socialista.

En el marco del presente estudio, es inútil extenderse sobre la tesis de la teoría de la revolución permanente, referida a la imposibilidad de consumar la construcción de una sociedad socialista a escala nacional aislada del mercado mundial capitalista y sometida a la presión económica, política y militar incesante del imperialismo internacional. Nos importa, ante todo, establecer el vínculo íntimo que esta teoría establece entre las fuerzas motrices de la revolución y la autoorganización del proletariado.

Acabamos de ver que uno de los pilares de toda la teoría de la revolución permanente es el análisis del peso social, de la cohesión interna y de la conciencia de clase política (al menos potencial) del proletariado ruso, muy superiores a los de la burguesía zarista y liberal. Este análisis se basa especialmente en el hecho de que el capital extranjero, el capital comprador y el capital ”nacional”, pese a todas sus divergencias de intereses y de orientación política, pueden unificarse íntegramente en el curso del proceso de maduración subjetiva que culmina en el curso mismo de la revolución.

Pero la conquista de la hegemonía política del proletariado en el curso del proceso revolucionario — es decir, de la hegemonía sobre una masa de participantes en el proceso revolucionario que englobe, en particular, a una parte considerable de la pequeña burguesía rural y urbana, es decir, a la mayoría de los habitantes del país — es inconcebible sin que este mismo proletariado entre masivamente en la escena política. La realización de esta entrada masiva, que comporta millares de iniciativas muy diversas, no podría conducir a una victoria revolucionaria más que acompañada por un proceso de centralización no menos acentuado. Esta centralización exige, a su vez, un órgano, un instrumento.

El desarrollo de la revolución de 1905 dará nacimiento al órgano que permite una fusión de hecho de todas las iniciativas de los trabajadores en un solo poder de clase, dando expresión a los intereses de clase colectivos más allá de todas las particularidades corporativistas regionales, nacionales, etc.: el soviet. A partir de 1905, Trotsky predice que la segunda revolución rusa adoptará la forma soviética no sólo como forma de organización colectiva del proletariado y de todos los explotados, sino también como forma de organización de la dictadura del proletariado del estado surgido de la victoria de la revolución.[5]

De este modo, la teoría de la revolución permanente desemboca en una concepción de la autoorganización del proletariado —en los consejos obreros, los soviets— como vehículo principal de la victoria revolucionaria y de la organización del nuevo poder de estado. Ahora bien, para Trotsky, era evidente que los soviets no podían ser más que organismos electos que, por serlo, reflejarían toda la heterogeneidad ideológica del proletariado. La idea de una ”autoorganización” o ”autorepresentación” de la clase obrera sin un proceso electoral democrático, con una vanguardia autoproclamada ”designando” mediante ”selección” a los representantes ”auténticos” de la clase obrera, le hubiera parecido una verdadera farsa. También Lenin insistió, por lo demás, en el carácter indispensable del principio de elección a partir del momento en que las condiciones objetivas de la caída de la autocracia lo harían posible. Necesidad de una movilización total de las fuerzas proletarias, en el plano político y no tan sólo en el plano de la defensa de los intereses materiales inmediatos; necesidad de una elevación de la conciencia de clase del proletariado al nivel de la conciencia de sus intereses históricos (revolucionarios); necesidad de autoorganización democrática de toda la clase obrera (así como de todos los explotados) en los órganos de representación, los consejos obreros, los soviets: he aquí unos conceptos prácticamente idénticos en la teoría trotskista, vinculados entre ellos como eslabones de una misma cadena.[6]

En este sentido, puede afirmarse sin exageración ni anacronismo que la necesidad de la democracia proletaria, de la democracia socialista, de la democracia soviética, constituye, desde el origen, parte integrante de la teoría trotskista de la revolución permanente.

2. Democracia proletaria y papel dirigente del partido revolucionario en el curso del proceso revolucionario en Rusia (1917-1920)

Si Trotsky dudó tanto tiempo antes de aceptar la concepción leninista de la organización, ello se debió a que temía, especialmente en base al ejemplo de la socialdemocracia alemana, que un peso excesivamente dirigente del ”partido de vanguardia” frenara el proceso revolucionario y la autoorganización de las masas por la toma del poder antes que estimularlos.[7] La actitud un tanto vacilante de Lenin ante el soviet de Petrogrado en 1905; el viraje a la izquierda esbozado por muchos mencheviques en el curso de la revolución de 1905, confirmaron, a sus ojos, esta negativa a unirse al bolchevismo.

La experiencia de la revolución rusa de 1917 — sucediendo a la traición de la socialdemocracia internacional de 1914, que había presentido desde 1906 —; la caída definitiva de los mencheviques en el campo de la conciliación de clase; el papel motor desempeñado por el partido bolchevique en el proceso revolucionario a partir de las tesis de abril de Lenin, y el papel motor desempeñado por los obreros bolcheviques de vanguardia en este proceso desde el origen, todo ello condujo a Trotsky a variar fundamentalmente sus puntos de vista sobre la teoría leninista del partido. Tal como el mismo Lenin dijo, sucintamente, en octubre de 1917: ”Trotsky ha comprendido que ya no es posible la unidad con los mencheviques; y, desde este momento, no hay mejor bolchevique que él.” [8]

Pero esta adhesión entusiasta y definitiva de Trotsky a la concepción del partido revolucionario de vanguardia no implica en absoluto ninguna revisión de sus puntos de vista sobre la autoorganización de la clase obrera como instrumento esencial de la revolución y de la construcción de una nueva sociedad. Muy al contrario: a sus ojos, la experiencia cotidiana de la revolución de 1917 iba a confirmar que la identificación de partidos revolucionarios y partidos reformistas — el escepticismo en cuanto a las funciones revolucionarias de los partidos, a secas — no era operacional ni tampoco estaba en relación con la realidad política. Si los partidos reformistas se oponían efectivamente al florecimiento de la autorepresentación de las masas, a la democracia proletaria directa, en nombre de axiomas de la democracia burguesa indirecta, unos partidos revolucionarios se transformarían, por el contrario, en motores entusiastas de la creación y afirmación de los soviets. No es porque abandone sus puntos de vista sobre la necesaria autoorganización del proletariado en su conjunto — del proletariado real, tal como es, y no del proletariado ”ideal” —, sino porque ve esta concepción confirmada por la historia, que Trotsky se adhiere a la teoría leninista de la organización, del partido de vanguardia.

En la lucha por la conquista del poder en 1917; en la organización práctica de la insurrección de octubre; en la organización del nuevo poder; en la dirección de las negociaciones de paz; en la organización del ejército rojo y en la dirección de la guerra civil, la democracia soviética y el papel político de vanguardia del partido leninista siguen siendo, para Trotsky, nociones complementarias y no antitéticas.[9]

Indudablemente, la autoorganización de la clase obrera no implica necesariamente la aplicación universal del principio electivo. Trotsky, siguiendo a Lenin en este punto, hace una distinción entre la jerarquía funcional y la jerarquía del poder, entre la división técnica del trabajo y la división social del trabajo.[10] Pero, como en el caso de Lenin, esta distinción incluye a la vez la necesidad de utilizar a los ”especialistas burgueses”, de poner al servicio de la revolución los conocimientos de la intelligentsia, y la necesidad de mantener y reforzar el control de los organismos electos y representativos de la clase obrera para garantizar que los técnicos no se transformen de servidores en amos de la nueva sociedad.[11] Y también igualque Lenin, Trotsky hablará en este contexto del control, y del poder ejercidos por la clase obrera, y de ningún modo del poder ejercido por el partido en nombre de la clase obrera.

Desde luego, las condiciones excepcionales de la guerra civil, que pronto marcarán la primera experiencia de poder soviético en la historia, conducirán a medidas no menos excepcionales de restricción de la democracia y de la autorrepresentación de las masas trabajadoras. Tanto Trotsky como Lenin trataron el tema francamente. Subrayaron que no se trataba de ningún ”principio”, de ninguna ”ley” de la dictadura del proletariado, sino tan sólo de una adaptación pragmática de un nuevo sistema de poder y de gobierno a las necesidades creadas por la lucha a muerte (violenta, armada y terrorista) desencadenada contra él por sus adversarios. El propio Lenin subrayó, en su polémica con Kautsky, que la supresión del derecho de voto de los burgueses no era en absoluto ningún principio, ni estaba, pues, inscrito en la teoría general que él había elaborado en El estado y la revolución.[12] Trotsky defendió un punto de vista análogo.

La práctica de Lenin y de Trotsky trata de seguir las sinuosidades de la teoría, enriquecida a medida que la experiencia permite aprehender unas complejidades que las abstracciones generales habían velado un tanto. Trotsky subrayará, más adelante, que en ningún momento, durante aquel período, trataron los bolcheviques de afirmar, por derecho o por hecho, ningún ”principio de partido único”. Los partidos y agrupamientos de oposición, como los mencheviques y los anarquistas, eran prohibidos o admitidos en el funcionamiento legal según se comprometieran, militar y políticamente, en el campo de la contrarrevolución activa o, por el contrario, concedieran su apoyo, aunque fuera crítico, al poder de los soviets.[13] Siguió publicándose una prensa de oposición. Las elecciones a los soviets eran elecciones con listas múltiples, y, en ellas, los partidos conciliadores de oposición, si bien debilitados, indudablemente, por sus tergiversaciones y confusiones, obtuvieron pese a todo resultados apreciables hasta 1921. Dictadura del proletariado, democracia soviética, autorrepresentación de la clase obrera, afirmación del papel dirigente de la clase obrera en todos los procesos que implica la construcción de una sociedad socialista, todo ello siguió idéntico para Trotsky. El papel de dirección de vanguardia del partido revolucionario en el seno del proletariado se articuló con todas sus concepciones, lejos de borrarlas o de contraponerse a ellas.

Está fuera de toda duda que hubo desfases entre la realidad y esta teoría. Podría admitirse, en términos generales, que la falta de experiencia del país, la violencia de la contrarrevolución, el estado atrasado, la carencia de cultura y el restringido número del proletariado, condujeron, a partir de aquella época, a desfases innecesarios y eludibles en relación con las normas de la democracia soviética. Ni Lenin ni Trotsky pretendieron jamás erigir esta primera experiencia de poder de los trabajadores en modelo universal. Afirmaron incansablemente que los trabajadores de los países industrialmente avanzados harían las cosas, sin duda, mucho mejor.[14]

Lo esencial es comprender que no existía ninguna intención ni ningún proyecto por parte de los bolcheviques para desposeer al proletariado del ejercicio directo del poder político, que no había ninguna fatalidad, ni en el espíritu ni en la lógica objetiva de la historia, que condujera de la teoría leninista de la organización a semejante desposesión, como lo demuestra ampliamente el ejemplo del año 1917.[15] Si se comparan todas las experiencias históricas concretas, tanto en Europa como en otras partes, puede afirmarse sin vacilación que nunca ha habido en ninguna parte —ni en España en 1936, ni en Alemania en 1918-19 — tan intenso ejercicio del poder del proletariado como clase, al nivel de las empresas y de las unidades territoriales, durante un período tan prolongado, como en la Rusia de los soviets desde la revolución de octubre hasta 1920.[16]

3. El año 1921

El período 1920-21 presencia, a la vez, la terminación de la guerra civil y la culminación de las dificultades materiales de la revolución rusa victoriosa. Estas dificultades pueden resumirle en una fórmula lapidaria: caída catastrófica de las fuerzas productivas. Esto se expresa en el hambre, el descenso del aprovisionamiento de las ciudades en víveres, la paralización de gran parte de la producción industrial, la descomposición parcial del proletariado como clase.[17] Estas dificultades llevan a Kronstadt, al viraje hacia la Nueva Política Económica, al acartonamiento político del partido bolchevique: supresión de los partidos y agrupamientos de oposición que aún subsisten; supresión del derecho de fracción en el seno del mismo partido bolchevique.

Retrospectivamente, no puede caber duda en cuanto a que Lenin y Trotsky cometieron en aquellos momentos un error de apreciación teórica y política. Ante las contradicciones de la sociedad soviética de comienzos de los arios 20, estimaron que la amenaza principal era la descomposición interna de la dictadura del proletariado, con el relajamiento de la disciplina de la clase obrera y de la centralización del partido, en unas condiciones de reanudación de la pequeña producción mercantil. Este peligro no era inexistente. Revelaría su importancia a medida que la NEP se consolidaba y que progresaba la diferenciación social en el seno del campesinado. Pero no era éste el peligro principal. El principal peligro lo constituía la desmovilización y pasividad política crecientes de la clase obrera, bajo los efectos combinados del hambre, las privaciones, la miseria, el paro, por un lado, y, por otro, la sustitución del poder de los soviets por el poder del aparato del partido.

Cuanto más aumentaba la pasividad de la clase obrera, más se concentraba el ejercicio del poder en manos de los funcionarios del estado y de la economía, y más tendió el aparato del partido a confundirse con el aparato del estado. La formación de una capa social específica —la capa burocrática—, que intenta traducir su monopolio del poder y de gestión en privilegios materiales, con unas consecuencias tanto más graves cuanto que la sociedad sigue siendo muy pobre; la creciente penetración del aparato del partido y de esta capa burocrática; la aparición en el seno de la dirección del partido de una fracción, la fracción staliniana, que formuló empíricamente y sin un plan preconcebido los conceptos ideológicos (socialismo en un solo país), las desviaciones teóricas del marxismo-leninismo, y las tácticas políticas que correspondían a los intereses particulares de esta capa, todos estos fenómenos, que dominaron la evolución de la Unión Soviética a partir de 1923, tienen su raíz principal en la decadencia y desaparición del ejercicio directo del poder político por el proletariado soviético, en la atrofia del sistema soviético.

Lenin no mantuvo por mucho tiempo su evaluación errónea de las distintas amenazas que pesaron sobre la dictadura del proletariado en Rusia. Ya en 1922, si no a finales de 1921, vio el peligro de la burocracia como amenaza principal. La descripción de este peligro se reitera, como un leit-motiv casi obsesivo, en todos los escritos de sus últimos arios. Y antes de morir, en su célebre Testamento, identifica prácticamente este peligro con el ascenso de José Stalin en el seno del aparato del partido bolchevique.[18]

En su magistral biografía de Trotsky, Isaac Deutscher le echa en cara el haber ido más lejos que Lenin, en el ario fatal de 1921, en el rechazo del principio de autoorganización y autoadministración de la clase obrera, al que, por lo demás, siguió apegado durante toda su vida. El propio Trotsky se convertía ahora en culpable del pecado ”sustitucionista” (el partido se sustituye a la clase) del que, en su juventud, había tan ardientemente acusado a Lenin y a los bolcheviques.[19]

Hay en esta acusación una doble injusticia para con Trotsky.

Ante todo, no es en absoluto cierto que en 1920-21 Trotsky fuera ”más lejos” que Lenin o que los demás dirigentes bolcheviques en la vía del ”sustitucionismo” y del reemplazo de la dictadura del proletariado por la dictadura del partido. Muchas de las afirmaciones en este sentido proceden de una fabricación deliberada de fábulas y falsificaciones históricas, a las que puede sucumbir a veces incluso un observador tan crítico como Deutscher. Así, la afirmación de acuerdo con la cual Trotsky fue el único en predicar el concepto de ”militarización del trabajo” o de ”estatización de los sindicatos”, no corresponde en absoluto a la verdad histórica: se trata de conceptos forjados a finales de la guerra civil por la dirección bolchevique en su conjunto y ratificados por un congreso de todo el partido, incluyendo a la futura oposición obrera.[20]

También la idea de que la posición predicada por Trotsky durante la ”discusión sobre la cuestión sindical” en 1921 era una posición más ”autoritaria”, mientras que la de Lenin era más ”democrática” — idea que defiende Deutscher[21] —, es de difícil demostración en base a textos.[22] Si bien es cierto que Lenin, en efecto, defendió, y con razón, contra Trotsky, la necesidad de una autonomía de los sindicatos como defensores de los intereses de consumo del proletariado, también lo es que Trotsky comprendió mejor que Lenin la imposibilidad práctica de detener el ascenso de la burocracia si la gestión de las empresas quedaba bajo el control de funcionarios separados del proletariado. Comprendió mejor la necesidad de defender los intereses de los proletarios en su calidad de productores.[23]

El aparato staliniano ha propagado hábilmente la fábula de un Trotsky ”altanero” y ”gran señor”, aislado de la clase obrera, desde 1923. Ha tratado de explotar la ausencia de documentación exhaustiva sobre el debate sindical de 1921 en este sentido. Incluso autores tan hostiles al stalinismo como Deutscher y Roy Medvedev han sido influenciados en parte por estas fábulas.[24]

Hay que señalar también que el ”sustitucionismo” de los dirigentes bolcheviques durante el año 1921 contenía un irreprimible elemento objetivo, social. Este elemento era la descomposición parcial de la clase obrera industrial en la época del final de la guerra civil y del comunismo de guerra. En las condiciones de retroceso espectacular del número de obreros que realmente trabajaban en la industria, era inevitable, sin duda, que parte de las funciones dirigentes de la clase obrera pasaran temporalmente a manos del partido revolucionario de vanguardia del proletariado. Es en este punto donde se manifiesta más claramente el aspecto irrealista de la ”democracia de los productores” exigida en lo inmediato por la oposición obrera: ¿qué ”democracia” podía unir a unos ”productores” inexistentes, es decir, que habían huido al pueblo natal o ancestral para no morirse de hambre, o que estaban movilizados en el ejército?

Las distorsiones de los principios de autoorganización de la clase obrera producidas en 1920-21 quedan, pues explicadas por circunstancias excepcionales. Naturalmente, explicar no significa necesariamente justificar. Y explicar unas distorsiones excepcionales y temporales en ningún caso puede conducir a una justificación de la transformación de estas distorsiones en nuevos principios, proclamados válidos para toda una época histórica. Lenin y Trotsky pecaron, indiscutiblemente, un tanto, en este sentido, en 1920-21.

Lo paradojal es que el régimen soviético se permitió el lujo de la libertad de fracción en el seno del partido de gobierno y de la tolerancia de partidos y agrupamientos de oposición en el ardor de la guerra civil, cuando estaba debilitado y amenazado, mientras que sus dirigentes consideraron que estas libertades soviéticas eran un lujo superfluo e intolerable precisamente cuando el régimen se hubo consolidado militar y políticamente y, luego, afianzado económicamente. Está claro que esta paradoja corresponde a un error de estimación política y de análisis teórico, explicable, todo lo más, por la falta de experiencia. En este sentido, retrospectivamente, hay que reconocer que la prohibición de los partidos y agrupamientos de oposición soviéticos, la supresión de la prensa opositora y la prohibición de las fracciones en el seno del partido bolchevique, medidas que fueron adoptadas en 1921 por los dirigentes soviéticos, tuvieron efectos perniciosos en el proceso de burocratización de poder en la URSS. La prohibición de las fracciones en eI seno del partido bolchevique, combinada con la afirmación de hecho del principio de partido único, redujo considerablemente el margen de democracia interna en el partido. El derecho de tendencia, solemnemente reafirmado por Lenin en el mismo momento en que se oponía temporalmente a la constitución de fracciones[25], se vio constantemente recortado y combatido bajo la acusación de que toda tendencia opositora llevaba en germen una fracción. Y puesto que cada fracción podía llegar a transformarse en un ”segundo partido”, los tabúes y prohibiciones del año 1921 contribuyeron progresivamente al proceso de burocratización que primero frenó, y luego asfixió la democracia en el seno del partido bolchevique.

Por otra parte, la desaparición de los partidos y agrupamientos de oposición soviéticos, la extensión del centralismo burocrático en el seno del partido bolchevique mismo, la desaparición de toda prensa de oposición, la progresiva atrofia de los debates y las controversias, aceleraron el proceso de extinción de los soviets, y contribuyeron poderosamente a la despolitización y desmovilización del proletariado. Al hacerse la clase obrera cada vez más pasiva, el ejercicio efectivo del poder podía deslizarse cada vez con mayor facilidad de sus manos a las de la burocracia. La extinción de la burocracia soviética y el ascenso de la burocratización — que culmina con el establecimiento de la dictadura de la burocracia — son dos procesos que se determinan y refuerzan mutuamente.

4. La lucha por la industrialización planificada y la lucha por la democracia: dos aspectos inseparables del programa de la oposición de izquierda

Ya en 1923, Trotsky, tan consciente como Lenin del ascenso amenazador de la burocracia, desarrolla su programa por el restablecimiento de la democracia soviética, que se vincula sobre todo a su obra Nuevo curso. Las principales propuestas de este programa son:

— ampliación de la democracia en el seno del partido, y, en especial, posibilidad para la masa de los miembros del partido de discutir previa y libremente las grandes opciones económicas y políticas sin que tal debate interno se vea dominado por las decisiones y el peso del aparato y los funcionarios permanentes;

— reafirmación del derecho de tendencia en el seno del partido;

— desarrollo de la posibilidad de iniciativas de los miembros de base del partido y de los trabajadores sin partido en el seno de los organismos soviéticos;

— fortalecimiento de los organismos soviéticos y de su carácter electivo.[26]

Hoy es un hecho generalmente poco conocido el que la mayor parte de las propuestas institucionales de Trotsky fueron adoptadas en 1923 por el Buró Político; sólo que, naturalmente, quedaron en papel mojado.[27] En cuanto a las propuestas de modificación de la atmósfera y las relaciones entre el aparato y la base en el seno del partido, fueron objeto de un anatema de la gran mayoría del aparato, que desencadenó su primera campaña ”contra el trotskismo”.[28]

Pero Trotsky era demasiado buen marxista para pensar que la suerte entera de la revolución rusa iba a depender esencialmente del peso relativo de la burocracia en el seno del aparato del estado o de la presencia (o ausencia) relativa de atmósfera de libertad y de discusión en el seno del partido. El papel de estos factores era importante, pero se trataba de un papel de acelerador o freno del proceso de burocratización del estado, de la economía y de la sociedad. En último análisis, las relaciones de fuerzas entre las clases sociales, el peso relativo del proletariado y del campesinado, la dinámica de los ingresos reales del proletariado y el ritmo de la ”acumulación socialista”, eran los factores clave que iban a decidir la regeneración o el hundimiento de la democracia soviética.[29]

Por ello, a ojos de Trotsky, así como en el programa de las distintas oposiciones de izquierda que se sucedieron en la URSS, bajo su égida, entre 1923 y 1927 (incluyendo la oposición de izquierda unificada de 1926-27), el restablecimiento de la democracia interna del partido, el auge de la democracia soviética y los progresos de la industrialización acelerada están indisolublemente vinculados entre ellos.[30]

El rechazo de la tesis revisionista sobre la posibilidad de llevar a término la construcción del socialismo en un solo país, el mantenimiento de una orientación internacionalista destinada a apoyar todos los esfuerzos de los trabajadores por extender internacionalmente el proceso de la revolución socialista, encajaban perfectamente con el mismo proyecto estratégico fundamental: incrementar, en el seno de la sociedad soviética, el peso específico, la conciencia de clase y la actividad (la movilización) políticas de la clase obrera.

Trotsky abordó a partir de 1923 los problemas de las contradicciones de la sociedad soviética, metida en la NEP, como marxista, es decir, partiendo de las contradicciones sociales objetivas y no de consideraciones subjetivas, de proclamaciones o de deseos piadosos (”necesidad de afirmar la confianza en el potencial revolucionario del proletariado ruso”). Igual que Lenin al final de su vida, comprendió que la alianza obrera-campesina en Rusia estaba amenazada por los resultados objetivos de la estructura económica híbrida instaurada por la NEP. Por un lado, el fenómeno de las tijeras de precios, consecuencia de un retraso del crecimiento industrial respecto a la agricultura, amenazaba con provocar un descontento creciente del campesinado. Por otro lado, las concesiones económicas al campesinado para frenar este descontento amenazaban con frenar la ”acumulación socialista”, mantener el paro masivo[31] y minar la confianza de los trabajadores en la revolución y en ellos mismos, acentuando, de este modo, la burocratización del estado y el partido.

La industrialización acelerada tenía, pues, para Trotsky y la oposición de izquierda la doble función de resorber el paro, de aumentar la autoconfianza y el peso social objetivo del proletariado, y de reducir, simultáneamente, las tensiones sociales, consolidando de este modo la alianza obrera-campesina. Fue por esto que la oposición de izquierda y, sobre todo, la oposición de izquierda unificada, presentaron un programa de acción coherente: industrialización acelerada, pero mantenida en unos límites tales que fuera compatible con un aumento de los salarios de los trabajadores y con una punción fiscal aumentada tan sólo a expensas de los kulaks y los nepmen y no de todo el campesinado.[32] Al mismo tiempo, la oposición de izquierda era partidaria de una colectivización progresiva y voluntaria de la agricultura que se basara en cooperativas de producción creadas por campesinos pobres que gozarían en ellas de una productividad del trabajo y de un nivel de vida superiores a los de los campesinos individuales, pequeños y medios, gracias al empleo masivo de máquinas agrícolas. Una de las funciones esenciales de la industrialización acelerada hubiera debido ser el proporcionar estas máquinas agrícolas a los primeros koljoses.

Ya conocemos el resto. La fracción Stalin-Bujarin retrasó en varios años cruciales el arranque de la industrialización planificada y, en especial, la creación de la primera fábrica de tractores, decidida, sin embargo, ya en 1923 ante la insistencia de Trotsky. Cerró los ojos ante la diferenciación social progresiva e inquietante del campesinado, que concentró en manos de los kulaks una fracción cada vez más importante del excedente agrícola vendible. Se burló de la advertencia de la oposición en el sentido de que la aldea, bajo la dirección de los kulaks, podía ir a la ”huelga de suministros de trigo” si no obtenía más bienes industriales a cambio de ese excedente.

Esta huelga de suministros de trigo se produjo realmente, durante el invierno 1927-28. La fracción staliniana, presa de pánico, replicó con una política de colectivización forzosa que provocó un desastre para la agricultura soviética. La matanza de ganado a gran escala, la crisis de aprovisionamiento, una productividad del trabajo catastrófica en los koljoses, todo ello se tradujo en un descenso no menos catastrófico del nivel de vida de los trabajadores industriales. De todo ello resultó un enorme aumento de las tensiones sociales, que explica fundamentalmente los fenómenos del stalinismo y de la Yejovchtschina (las purgas de 1936-38).

De este modo, la historia demuestra lo que Trotsky presintió ya en 1923: el crecimiento de las fuerzas productivas, la industrialización acelerada, son necesarias, pero insuficientes por sí solas, para garantizar un auge de la democracia soviética. La creación de unas primeras bases de una sociedad socialista no garantiza en absoluto el auge automático.[33] Tan sólo cuando la industrialización y el crecimiento de las fuerzas productivas tienen lugar en unas condiciones tales que la autoactividad y la conciencia de clase del proletariado aumentan en vez de diluirse; cuando, en otros términos, el proletariado real, como clase —y no el partido burocratizado como ”representante ideal” del proletariado—, dirige el proceso de industrialización, y cuando este papel dirigente se afirma no sólo en el plano político, sino también en el plano de la organización de la producción y del nivel de consumo, tan sólo entonces, los progresos hacia el socialismo quedan definitivamente consolidados y son irreversibles. La función vital de la democracia soviética consiste en garantizar este papel dirigente del proletariado.

Cuando esta democracia se ve cada vez más asfixiada; cuando, en función de la intrincación de los factores subjetivos y objetivos antes mencionados, la burocratizacián monopoliza cada vez más el ejercicio del poder económico y político, entonces no sólo es posible, sino también probable, que la industrialización acelerada se efectúe, en lo esencial, bajo la égida de sus propios intereses sociales particulares. En estas condiciones, lejos de consolidar el curso hacia el socialismo y los fundamentos de la democracia soviética, los resultados inmediatos de los éxitos industriales pueden, por el contrario, agravar la pasividad del proletariado y aumentar, de este modo, el poder y los privilegios de la burocracia.[34]

5. La función socioeconómica de la democracia soviética

Pero así como el auge de las fuerzas productivas crea, a la larga, las condiciones materiales previas del socialismo — no de forma mecánica, ni automática, ni inmediata —, la democracia soviética, a su vez, crea las condiciones necesarias para un óptimo de crecimiento económico, para un auge armonioso de las fuerzas productivas. Trotsky, anticipándose en varios decenios a sus contemporáneos, elaboró, ya en los arios veinte, una teoría sobre la correlación entre el grado de democracia soviética y la eficacia del proceso de planificación en el marco de la construcción del socialismo, cuya evolución ulterior subraya la validez.

La economía capitalista dispone de un mecanismo para garantizar que el reparto de los recursos sociales entre los distintos sectores de la producción se adapte, en definitiva, al reparto de la demanda — demanda solvente, evidentemente, y determinada por las relaciones de reparto antagónicas y desiguales de la sociedad burguesa — en las distintas mercancías y servicios: el juego de la ley del valor. Esta adaptación sólo se efectúa a la larga, y a través de mil interrupciones del equilibrio (en especial a través de las crisis periódicas de sobreproducción). En una economía socialista plenamente desarrollada, los productores asociados reparten de modo deliberado sus recursos materiales con objeto de cubrir las necesidades establecidas en común, de acuerdo con mecanismos no mercantiles.[35] En la sociedad de transición del capitalismo al socialismo, tal como

existió en la URSS después de la guerra civil y tal como hoy subsiste, no existe, pese a todas las peripecias y transformaciones vividas desde entonces, ningún mecanismo fundamental y único que asegure el equilibrio entre las necesidades y los recursos sociales. Trotsky afirma, al respecto, ya en 1932, lo siguiente, que sigue hoy siendo válido:

”Si existiera un cerebro universal, descrito por la fantasía intelectual de Laplace, un cerebro que registrara al mismo tiempo todos los procesos de la naturaleza y de la sociedad, que midiera la dinámica de su movimiento, que previera los resultados de su acción, tal cerebro podría construir a priori un plan económico definitivo, sin error alguno, empezando por el cálculo de las hectáreas forrajeras y terminando por los botones de chaleco. En realidad, la burocracia se imagina a menudo que es ella principalmente la que posee tal cerebro; y por esto se libera tan fácilmente del control del mercado y de la democracia soviética. En realidad, la burocracia se equivoca básicamente en la evaluación de sus recursos intelectuales.” [36]

La democracia soviética es, por lo demás, un arma que permite también restringir la amplitud del mercado, puesto que la elección deliberada y colectiva de las prioridades de consumo por parte de los ciudadanos, que puede expresarse a través de distintos mecanismos (discusiones públicas, sondeos, referéndum, votaciones, etc.), al mismo tiempo que revela las necesidades reales y su intensidad, permite ahorrarse no pocos de los mecanismos que registran esta intensidad tan sólo a posteriori y con mayores gastos. Pero el intento de negar la existencia de necesidades no satisfechas mediante la asfixia de la democracia no elimina en absoluto dichas necesidades. Resurgen a través del mercado oficial y, lo que es peor, a través del mercado ”negro” o ”gris”, a través del robo, la desorganización del plan, el descenso de la productividad del trabajo, el desarrollo de circuitos de producción paralelos en el mismo seno de las empresas estatales, y de mil otros fenómenos de esta especie, que gangrenan desde los años treinta el crecimiento económico de la URSS. Tal como dice Trotsky:

”La burocracia, al topar con los roces entre la ciudad y el campo, con las exigencias de distintas partes del campesinado y del proletariado, asfixiaba cada vez más brutalmente las exigencias, las protestas y las críticas, fueran las que fueran. El único derecho que, a fin de cuentas, les deja a los obreros es el de superar las normas de producción indicadas. Todo intento de resistirse, desde abajo, a la dirección económica, se catalogaba indefectiblemente como desviación de derecha o de izquierda, es decir, prácticamente, como un delito de derecho común; la cumbre burocrática se declaró, a fin de cuentas, infalible en el terreno de la planificación socialista (aun cuando muy a menudo los sostenedores e inspiradores fueran sus peores enemigos). Así fue cómo quedó liquidado el mecanismo fundamental de la construcción socialista, el sistema, flexible y elástico, de la democracia soviética.” [37]

La democracia soviética, por lo demás, no cumple tan sólo la tarea de permitir que se registren y ventilen más correctamente las necesidades de la sociedad, que se determine de modo más democrático — es decir, más de acuerdo con los intereses del proletariado y del campesinado pobre — la prioridad de estas necesidades, que se garantice, por ello, una eliminación progresiva de los desequilibrios fundamentales de la economía con un coste menor. También permite que sea mayor el esfuerzo que se pide a los productores asalariados; tanto el esfuerzo productivo como el sacrificio de consumo, al nivel de esfuerzos libremente efectuados y conscientemente asumidos.[38]

El plan, al escapar del control de las masas, no puede, en cambio, escapar a la arbitrariedad, el despilfarro, la marginación de la conciencia socialista, es decir, a la despolitización. Todo ello se resume, en definitiva, en una masa enorme de sacrificios inútiles y de esfuerzos perdidos. Un funcionamiento eficaz de la economía planificada implica una planificación sometida a un control público implacable, empezando por el del proletariado. Esto supone que los trabajadores controlen sobre el terreno los stocks y las capacidades productivas; que hagan contrapeso a las prácticas de subestimación sistemática de las capacidades y de los stocks, y de sobrestimación sistemática de las exigencias, introducidas por la burocracia; que estrangulen los circuitos paralelos y otras fuentes de despilfarro. Pero sólo actuarán de este modo si tienen interés en ello, es decir, si los resultados positivos de este control les permiten, de una manera medible, economizar trabajo y aumentar su nivel de vida, de ocio y de cultura. Todo esto nos lleva a un control público y crítico, con el empleo de todas las armas de la controversia: prensa, radio y televisión, con debates enteramente libres en los que pueda ponerse en tela de juicio no sólo la autoridad de tal o cual director de empresa, sino también la del gobierno. Dicho en otros términos, nos lleva a una democracia soviética articulada en una autogestión planificada, por un lado, y en una democracia política por otro.

Trotsky abandonó muy pronto toda ilusión tecnocrática en cuanto a que los problemas de la planificación económica y de la construcción del socialismo fueran esencialmente unos problemas técnicos cuya solución debiera, por lo tanto, dejarse en manos de los expertos. Comprendió la esencia social, y no puramente técnica, de tales problemas. De ahí su visión del auge de la democracia en una sociedad que hubiera entrado realmente en el camino del socialismo y en la que el poder de los trabajadores fuera soberano, visión que tiene una sorprendente actualidad:

”No cabe ninguna duda de que en el futuro — y tanto más cuanto más lejano sea este futuro— habrá tareas grandiosas, como el establecimiento de nuevos planes de ciudades-jardín, de casas modelo, de ferrocarriles y de puertos, que no incumbirán tan sólo a los ingenieros y arquitectos que elaboren los distintos proyectos, sino también a las amplias masas populares. En vez de dejar que se acumulen calles y barrios como en un hormiguero, se desarrollará la titánica construcción de ciudades-aldeas de acuerdo con un plan, compás en mano. En torno a estas cuestiones de planificación surgirán auténticos agrupamientos populares, opuestos o partidarios de un proyecto dado, es decir, partidos técnico-arquitectónicos del futuro, con sus acciones, sus pasiones, sus asambleas populares y sus votos. En esta batalla, la arquitectura recibirá un nuevo impulso, a un nivel más alto, con el aliento de los sentimientos y estados de ánimo de las masas, y la humanidad se educará en una óptica más ‘plástica’, es decir, se habituará a considerar al mundo como arcilla maleable para modelar formas de vida más completas. Caerá entonces la separación entre el arte y la técnica.” [39]

Esta visión de ”partidos técnico-arquitectónicos”, que Trotsky amplió, por lo demás, al terreno industrial — ¡”partidos del carbón contra partidos de fuel-oil”, por tomar un ejemplo de actualidad! —, corresponde a la naturaleza misma del proceso de construcción del socialismo tal como ha sido siempre concebido por el marxismo: construcción de una sociedad en la que la masa de los ciudadanos trabajadores se convierte en dueña de su suerte, determina por sí misma, de modo cada vez más consciente, los elementos clave de su trabajo, de sus ocios, de su consumo, amplia considerablemente el terreno del autogobierno y de la democracia en relación a la democracia burguesa puramente formal, amplía, pues, también el marco de los debates, las controversias, los enfrentamientos políticos, las votaciones, respecto al marco de la democracia parlamentaria. La democracia directa tiene que comportar mayor libertad, incluyendo la libertad de criticar al gobierno, a los dirigentes, a los jefes de toda especie, incluyendo a los de más alta situación, que no la democracia burguesa indirecta: éste fue siempre el mensaje de Marx y de Lenin, perpetuado por Trotsky. Y no por razones tradicionalistas, ”idealistas” o románticas, sino porque comprendió a fondo el papel funcional, la eficacia insustituible de la democracia socialista:

”Ningún gobierno, ni siquiera el más activo y emprendedor, tiene la posibilidad de transformar la vida sin contar con la más amplia iniciativa de las masas. El estado puede organizar las condiciones de vida hasta la última célula de la comunidad, pero es imposible conseguir cambios serios y radicales en las condiciones económicas y en la vida doméstica si estas células no se combinan, por propia elección y propia voluntad, en una colectividad.” [40]

6. El programa de la revolución política en la URSS

En cuanto los acontecimientos lo convencieron de que se había hecho imposible una reforma del régimen burocrático en la URSS, de que la burocracia no podía ser eliminada del poder más que por una revolución política,[41] Trotsky se puso a elaborar el programa de esta futura revolución. En él, los problemas de la democracia socialista ocupan un lugar importante.

En el artículo programático El estado obrero, Thermidor y bonapartismo, escrito el 1° de febrero de 1935, Trotsky circunscribe sucintamente las dimensiones del problema:

”La URSS actual, sin duda alguna, se parece muy poco al tipo de república y de ejército permanente, revocabilidad de todos los elegidos en todo momento, control activo de las masas sin reparos frente a nadie, etc. La dominación de la burocracia en el país, así como la dominación de Stalin sobre la burocracia, han alcanzado una perfección casi absoluta...

”El hecho de que el régimen político empeore constantemente, mientras la economía y la cultura siguen desarrollándose, este hecho llamativo, se explica, y sólo se explica, porque la opresión, las persecuciones, las represiones sirven ahora, al menos a partes iguales, no para el mantenimiento del estado, sino para el mantenimiento del poder y los privilegios de la burocracia. De ahí, precisamente, la necesidad cada vez mayor de enmascarar las represiones por medio de trapacerías y de amalgamas.” [42]

De lo que se trata es, pues, de modificar fundamentalmente este régimen político, de restablecer la democracia soviética, de restablecer las reglas efectivas de funcionamiento previstas por las normas marxistas-leninistas: elección efectiva de los soviets, que ejercen todo el poder; restablecimiento del ejercicio efectivo de todos los derechos políticos del pueblo trabajador; supresión radical de los privilegios materiales y reducción masiva de la desigualdad material y social. Trotsky reanuda, a este respecto, la enseñanza de Marx y de Lenin de acuerdo con la cual la reducción de la retribución de los funcionarios a la de los trabajadores medianamente cualificados representa una garantía esencial contra el arribismo, y, por lo tanto, contra el fortalecimiento de la burocracia.[43]

Ya en 1936, al redactar su obra maestra sobre la URSS staliniana, La revolución traicionada, Trotsky precisa en qué deberá consistir el restablecimiento de la democracia soviética:

”No se trata de reemplazar un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder su lugar a la democracia soviética. El restablecimiento del derecho de crítica y de una libertad electoral auténtica son condiciones necesarias para el desarrollo del país. El restablecimiento de la libertad de los partidos soviéticos y el renacimiento de los sindicatos están implicados en este proceso. La democracia provocará, en la economía, la revisión radical de los planes en beneficio de los trabajadores. La libre discusión de los problemas económicos disminuirá los gastos generales impuestos por los errores y los zigzags de la burocracia. Las empresas suntuarias, Palacios de los Soviets, teatros nuevos, metros construidos para hacer ostentación, dejarán su lugar a las habitaciones obreras. Las normas burguesas de reparto serán reducidas a las proporciones estrictamente exigidas por la necesidad y retrocederán a medida que la riqueza social crezca, ante la igualdad socialista. Los grados serán abolidos inmediatamente, y las condecoraciones devueltas al vestuario. La juventud podrá respirar libremente, criticar, equivocarse, madurar. La ciencia y el arte sacudirán sus cadenas. La política exterior renovará la tradición del internacionalismo revolucionario.” [44]

Volvemos a encontrar aquí la intrincación dialéctica de las tareas políticas, económicas y culturales que caracterizan todo el pensamiento de Trotsky sobre la construcción de una sociedad socialista. El restablecimiento de la democracia soviética tiene un valor particular como medio de afirmación del autogobierno de las masas trabajadoras, de elevación de la conciencia y la actividad políticas del proletariado. Representa, al mismo tiempo, un instrumento para la racionalización y la corrección indispensables para la economía planificada. La liberación de la cultura de la arbitrariedad y de la dictadura de la burocracia es, a su vez, indispensable tanto para el florecimiento de la democracia soviética como para el de las fuerzas productivas. Sin una libre discusión científica no hay progreso tecnológico óptimo. Sin restablecimiento de las libertades políticas, esa libre discusión científica es irrealizable. Y sin la una ni la otra, el auge de las fuerzas productivas quedará muy por debajo de las posibilidades de la economía planificada. Este análisis parece escrito para diagnosticar el mal que sufre hoy la URSS. Fue escrito hace unos cuarenta arios. Los trabajadores soviéticos han pagado, y siguen pagando, un alto precio por el hecho de que estas advertencias no fueran escuchadas. Tarde o temprano las escucharán.

En el Programa de transición de la Cuarta Internacional (”La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional”), Trotsky vuelve al tema de la revolución política necesaria en la URSS para el establecimiento de la democracia soviética. Insiste, una vez más, en dos aspectos clave de dicha democracia: el restablecimiento de los soviets como órganos de poder libremente elegidos por el proletariado, y la legalización de los partidos soviéticos: ”Los mismos obreros y campesinos, con sus votos libres, señalarán a los partidos que reconocen como partidos soviéticos.” [45]

El restablecimiento de los soviets en sus funciones originales significa, para Trotsky, ante todo, el restablecimiento de un órgano de combate y de poder del proletariado y de los campesinos pobres. Por esto añade, a este punto programático, la idea de que hay que expulsar de los soviets a la casta burocrática. Esta observación no limita en nada la libertad en el funcionamiento del sistema electoral tal como debe concebirse en un régimen de democracia soviética. Se ciñe a precisar las condiciones para la reaparición de los soviets como órganos de combate que unifiquen al conjunto de los trabajadores contra la burocracia privilegiada.[46] La experiencia práctica de los comienzos de la revolución política antiburocrática, vivida, en particular, en octubre-noviembre de 1956 en Hungría y durante la ”primavera de Praga” en 1968, confirma por completo el impulso instintivo de las masas trabajadoras de los países en que el capitalismo ha sido abolido, que viven bajo la dictadura de la burocracia y que tienden a restablecer la libertad de los partidos que respeten en la práctica la constitución socialista. No existe otro medio de recobrar una verdadera democracia socialista.

Los apologistas del régimen staliniano y burocrático siguen afirmando que la Constitución de ese país garantiza a los trabajadorse el ejercicio de todos los derechos democráticos. Esta interpretación es falsa incluso desde el punto de vista de la interpretación de los textos: el derecho a crear partidos políticos no está garantizado en absoluto en la constitución soviética, que, por el contrario, prevé el derecho de selección de los candidatos bajo la égida, únicamente, del partido comunista oficial.

Pero lo que importa, en este caso, no es la letra de la constitución, sino la realidad cotidiana.

De acuerdo con Marx y Lenin, la diferencia entre la democracia burguesa y la democracia socialista reside, en particular, en el hecho de que la primera garantiza tan sólo de manera formal la libertad de la prensa, pero subordina su ejercicio efectivo a la fortuna y a la reunión de los capitales necesarios para comprar las imprentas, los stocks de papel y los demás elementos indispensables para la publicación de los diarios. La democracia socialista pone todos estos instrumentos materiales necesarios para el ejercicio de la libertad de prensa, gratuitamente, a disposición de todo grupo de trabajadores, sea cual sea.

En la Unión Soviética, así como en los demás estados obreros burocratizados, este libre acceso a los medios materiales para llevar a la práctica la libertad de opinión está subordinado a dos restricciones enormes: por un lado, el control por parte del estado y de las asociaciones ad hoc de todas las imprentas, todos los órganos de prensa y también del derecho a publicar en ellos lo que sea; por otro lado, el ejercicio de una censura muy estricta.

La abolición de estas restricciones y la vuelta a un ejercicio efectivo de las libertades democráticas por parte de las masas trabajadoras, más amplio que aquel del que gozaban en los estados democráticos burgueses más liberales, es, para Trotsky, el sentido profundo del restablecimiento de la democracia soviética.

7. Democracia soviética y democracia política

Llegamos, de este modo, a uno de los aspectos más radicales del pensamiento de Trotsky sobre el lugar que debe ocupar la democracia soviética en la construcción del socialismo: el que concierne a la articulación del poder soviético propiamente dicho con la democracia política, con el ejercicio de las libertades políticas, sin excluir a los partidos de oposición.

En contra de una tesis ampliamente extendida, Trotsky rechazó muy pronto todo intento de legitimar y de teorizar las medidas excepcionales adoptadas en el curso de la revolución rusa en unas condiciones de guerra civil y de extrema pobreza. Ya en 1933, en sus escritos sobre Alemania, afirma categóricamente:

”No separamos el alma del cuerpo. La libertad de prensa sin linotipias, sin rotativas y sin papel es una ficción miserable. En el estado proletario, los medios técnicos serán puestos a disposición de los grupos de ciudadanos según su importancia numérica real. Pero, ¿qué le vamos a hacer? La socialdemocracia conseguirá unos medios de impresión que corresponderán al número de sus partidarios. No creo que en tales momentos su número sea excesivamente elevado; si no, el régimen mismo de la dictadura del proletariado sería imposible. Sin embargo, dejemos que sea el futuro el que resuelva este problema.” [47]

En otro escrito de la misma época, proclama incluso la posibilidad de que Hugenberg, el jefe de la derecha conservadora nacionalista alemana, publique libremente sus opiniones en una Alemania soviética; pero ello en función del número de sus partidarios, y no en función de su fortuna personal. Dos años más tarde, en un artículo que dedica a lo que sería ”el régimen comunista en los Estados Unidos”, Trotsky precisa una vez más sus ideas sobre la democracia soviética:

”En nuestro país, el monopolio político de un solo partido que se ha transformado en burocracia ha engendrado la burocratización de los soviets. Esta situación ha sido consecuencia de las excepcionales dificultades del desbrozo socialista en un país pobre y atrasado.

Los soviets americanos serán vigorosos y llenos de vida; no existirá necesidad de medidas análogas a las que las circunstancias impusieron en Rusia, ni se presentará la ocasión para ello. Vuestros capitalistas no regenerados no hallarán un lugar en el nuevo edificio. Es difícil imaginarse a Henry Ford encabezando el soviet de Detroit. Sin embargo, una amplia lucha de intereses, de agrupamientos y de ideas no sólo es concebible, sino que es inevitable. Un plan de desarrollo económico de un año, de cinco años o de diez años; un proyecto de educación nacional; la construcción de una nueva red de transportes; la transformación de la agricultura; un programa de mejora del equipamiento técnico y cultural de Latinoamérica; un programa de comunicaciones estratosféricas; eugenismo; he aquí otros tantos temas para las controversias, para vigorosas luchas electorales y para debates apasionados en la prensa y en las reuniones públicas.

Ya que la América soviética no imitará el monopolio de la prensa tal como lo ejercen los jefes de la burocracia de la URSS. La nacionalización por los soviets americanos de todas las imprentas, fábricas de papel y medios de distribución será una medida puramente negativa. Significará tan sólo que no se le permitirá ya al capital decidir qué publicaciones deben aparecer, si deben ser progresivas o reaccionarias, ‘secas’ o ‘húmedas’, puritanas o pornográficas. La América soviética deberá encontrar una solución nueva al problema del funcionamiento de la imprenta en un régimen socialista. Podrá quizá consistir en una representación proporcional de las tendencias expresadas en cada elección a los soviets. De ese modo, el derecho de cada grupo de ciudadanos para emplear las máquinas de imprimir dependería de su importancia numérica —y se aplicaría el mismo principio para la utilización de los locales para reuniones, de la radio, etc..” [48]

¿Explican estas proyecciones una revisión autocrítica de las medidas que el propio Trotsky había apoyado o propuesto durante los años 1920-21, especialmente en cuanto a la prohibición de fracciones en el seno del partido? Hasta el fin de su vida, Trotsky permaneció muy discreto al respecto. Nunca dejó de insistir en que estas medidas habían sido tomadas bajo la presión de circunstancias excepcionales, y que lo habían sido como medidas puramente pasajeras. Pero no cabe duda de que en sus escritos sobre el tema se perfila progresivamente un nuevo examen crítico de sus consecuencias.

Esto resulta especialmente claro en La revolución traicionada. En ella leemos que ”la estrecha conexión y algunas veces la fusión, de los órganos del partido y del estado, provocaron desde los primeros años un perjuicio cierto a la libertad y la elasticidad del régimen interior del partido. La democracia se estrechaba a medida que crecían las dificultades.” [49] Y, más adelante:

”En marzo de 1921, cuando se produjo la insurrección de Kronstadt, que arrastró a no pocos bolcheviques, el X congreso del partido se vio forzado a recurrir a la prohibición de las fracciones, es decir, a hacer descansar sobre la vida interna del partido dirigente el régimen político del estado. La prohibición de las fracciones, repitámoslo, se concebía como una medida excepcional destinada a caer en desuso a partir de la primera mejora seria de la situación. El comité central se mostraba, por lo demás, extremadamente circunspecto en la aplicación de la nueva ley y, sobre todo, preocupado por no asfixiar la vida interior del partido.

Pero lo que primitivamente no había sido más que un tributo pagado por necesidad a circunstancias penosas resultó muy del agrado de la burocracia, que consideraba la vida interior del partido desde el punto de vista de la comodidad de los gobernantes. Desde 1922... Lenin se atemorizó con el crecimiento amenazador de la burocracia...” [50]

Resulta casi clara la implicación. Se hace aún más clara en un artículo escrito el 15 de julio de 1939, dedicado al partido centrista que había nacido en Francia a partir de una escisión de izquierda de la socialdemocracia, el PSOP (partido socialista obrero y campesino). En él leemos los pasajes siguientes:

”La aparición de fracciones es inevitable incluso en el seno del más maduro y armonioso de los partidos, debido a la extensión de su influencia a nuevas capas, a la aparición de nuevos problemas, a los bruscos virajes de la situación, a errores de la dirección, etc. Desde el punto de vista del monolitismo, una lucha fraccional es un "mal"; pero es un mal inevitable, y, en todo caso, un mal mucho menor que la prohibición de las fracciones...

”...La existencia de fracciones, por la naturaleza de las cosas, provoca fricciones e implica un desperdicio de energía; pero se trata de gastos generales inevitables en un régimen democrático. Una dirección capaz y que goce de autoridad se esfuerza por reducir las fricciones fraccionales al mínimo. Esto se logra gracias a una política correcta verificada por una experiencia colectiva, gracias a una actitud leal ante la oposición, pero nunca por medio de la prohibición de las fracciones, que no puede dejar de infundir a la lucha un carácter hipócrita y venenoso. Cualquiera que liquide las fracciones liquida, al hacerlo, la democracia del partido, y da un primer paso hacia un régimen totalitario.

... Es cierto que el partido bolchevique prohibió las fracciones en el X congreso, en marzo de 1921, en un momento de peligro de muerte. Se puede argumentar en torno a si fue o no correcto. En todo caso, el curso ulterior de los acontecimientos ha demostrado que esta prohibición sirvió de punto de partida de la degeneración del partido.

La burocracia transforma la noción de "fracción" en un espantajo con objeto de impedir que el partido piense o respire. Así es como se ha constituido el régimen totalitario que ha dado muerte al bolchevismo.” [51]

Muchos indicios, por lo demás, permiten suponer que en su último libro, inacabado, la biografía de Stalin, Trotsky hubiera puesto punto final a este nuevo examen autocrítico de la medida del X congreso.

Lo que se desprende, de todos modos, de sus escritos, para los revolucionarios de hoy y para futuras revoluciones, es que toda limitación de la democracia socialista contiene peligros extremadamente graves para el desarrollo futuro de la revolución. Unos expedientes pueden convertirse en instituciones. Aquello que parece una simple medida de comodidad administrativa para resolver una dificultad pasajera puede convertirse en un freno, a largo plazo, para el progreso de la revolución. En este sentido, el Trotsky de los años del exilio final reencuentra la profunda convicción de Trotsky joven: no existe otra vía para alcanzar el pleno florecimiento de una revolución proletaria más que el auge de la autoactividad y de la autoorganización del proletariado. El papel de vanguardia del partido revolucionario no implica ningún mito sustitucionista. La emancipación de los trabajadores no puede ser obra más que de los trabajadores mismos.


Notas:

[1] Cf. V. I. Lenin: ”Hay el capitalismo octubrista de las Centurias Negras y el capitalismo populista (‘realista, democrático’, lleno de ‘actividad’)... El capital octubrista ha viajado de Inglaterra y Francia a Rusia y Asia. La revolución rusa y la revolución en Asia igualan la lucha por eliminar el capital octubrista y reemplazarlo por el capital democrático.” Carta a A. M. Gorki del 3 de enero de 1911 (Oeuvres..., cit., t. 34, pp. 461 y 462).

[2] León Trotsky, Balance perspectivas. Cit. según Ed. de Minuit, pp. 424 a 429.

[3] V. I. Lenin: ”Nuestra experiencia nos ha enseñado —y encontramos la confirmación de ello en el desarrollo de todas las revoluciones del mundo si tomamos en consideración la nueva época, digamos los últimos ciento cincuenta años — que en todas partes y siempre ha sucedido igual: todas las tentativas de la pequeña burguesía en general, y de los campesinos en particular, por tomar conciencia de su fuerza, por dirigir.. a su modo la economía la política, han terminado en un fracaso. Tienen que colocarse o bien bajo la dirección del proletariado, o bien bajo la de los capitalistas. No existe término medio.” Discurso al congreso de los obreros del transporte de Rusia del 2 marzo de 1921.

[4] L. Trotsky, Balance y perspectivas, cit., pp. 431-34. 200.

[5] Isaac Deutscher, en El profeta armado (Ed. Era, México), cita este artículo de Trotsky escrito en 1906 y titulado: Historia del Soviet, que contiene el siguiente pasaje: ”No existe duda en cuanto a que, en el futuro ascenso de la revolución, estos conseja; obreros se constituyan en todo el país. Un soviet panruso de obreros organizado por un congreso nacional... tomará la dirección.”

[6] L Trotsky. Balance y perspectivas, cit., pp. 452 a 455, p. 457.

[7] Ibid., p. 463.

[8] En la sesión del 1° de noviembre de 1917 del comité de Petrogrado del partido bolchevique, Lenin declaró: ”En cuanto a la conciliación [con los mencheviques y los S-R], ni siquiera puedo hablar seriamente de ella. Trotsky ha dicho desde hace tiempo que la unificación es imposible. Trotsky lo ha comprendido, y, desde entonces, no hay mejor bolchevique que él.” La fracción staliniana suprimió este pasaje del acta en el libro El primer comité legal de Petrogrado de los bolcheviques en 1917, publicado por la Editorial del Estado en 1927. Pero un obrero de la imprenta le llevó a Trotsky las pruebas del primer texto impreso, con el pasaje arriba mencionado, en las que el censor había señalado a lápiz: ”Eliminar”. La fotocopia de la prueba y todo este relato están reproducidos en L. Trotsky, Stalin school of falsification, Pathfinder Press, New York, 1971, p. 105.

[9] ”En la primera resolución, presentada por mí, había interrogado al partido S-R de izquierda: ¿se consideraban vinculados por disciplina a los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos y al congreso de los soviets (en relación a la paz de Brest Litovsk)? Yo había dicho, no sólo en nombre propio, sino en nombre del PC, que nos sometíamos al voto del congreso, fuera cual fuera, en la cuestión internacional, en la cuestión de la guerra y de la paz, y en toda otra cosa.” Trotsky, ”Informe al V congreso de los soviets”, 9 de julio de 1918. Cit. en Comment la révolution s’est armée, Editions de l'Herne, París, 1967, p. 318.

[10] Véase, en especial: ”Trabajo, disciplina, orden”, informe presentado en la conferencia del PCR de la ciudad de Moscú el 28 de marzo de 1918, en Comment la révolution s’est armée, cit., pp. 56-57.

[11] ”La autoactividad de los trabajadores no puede determinarse ni medirse por el hecho de que haya tres obreros o una solo en cabeza de una empresa, sino por factores y fenómenos mucho más profundos: construcción de los órganos de la economía con participación activa de los sindicatos; construcción de todos los órganos soviéticos por los congresos de los soviets, que representan a decenas de millones de trabajadores; participación de los propios administrados en la administración o en su control; he aquí en qué se expresa la autoactividad de la clase obrera.” L. Trotsky, ”Informe al III congreso de los sindicatos rusos”, reproducido en Terrorismus und Kommunismus, Verlagsbuchhandlung Carl Heym, Hamburg, 1920, p. 154.

[12] V. L. Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky,  cit. según Oeuvres choisies, cit., t. II, pp. 450-51.

[13] L. Trotsky, Stalin, Harper and Brothers, 1941, pp. 337-39.

[14] V. I. Lenin, ”La III Internacional y su lugar en la historia”, en Oeuvres choisies, cit., pp. 571-72.

[15] Hemos analizado detalladamente los problemas teóricos subyacentes a la articulación entre ”autoorganización de las masas” y el ”partido de vanguardia” en nuestro trabajo La teoría  leninista de la organización.

[16] Sea sobre el funcionamiento de los partidos de oposición en la URSS entre 1917 y 1921, así como sobre la realidad de las elecciones a los soviets, cf. E. H. Carr, The Bolshevik Revolution 1917-1923, vol. I, pp. 177-182. En las elecciones a los soviets de 1920, los mencheviques obtuvieron 46 escaños en el soviet de Moscú, 250 en el de Kharkov, 120 en el de Jaroslavl, 78 en el de Krementchug, etc. También controlaron importantes sindicatos.

[17] Según Salomon Schwartz (Les ouvriers en Union soviétique, Riviére, París, 1956, p. 20), el número total de asalariados había descendido de 11,2 millones en 1913 a 6,5 millones en 1921-22; el número de asalariados en la industria, de 2,6 millones en 1913 a 1,2 millones en julio de 1921. Según Leo Kritzman (Die heroische Periode der grossen russischen Revolution, Verlag Neue Kritik, Frankfurt, 1971, p. 252), el empleo asalariado en la gran industria bajó de 3 millones de personas en 1917 a 1,6 millones en 1920 (el descenso prosiguió en 1921 y durante el primer semestre de 1922). La producción bruta de la pequeña industria cayó en 1920 al 43 % del nivel de 1912; la producción bruta de la gran industria al 18 % del nivel de. 1913 (Ibid., pp. 251-252).

[18] Véase al respecto Moshé Lewin, El último combate de Lenin.

[19] Isaac Deutscher, El profeta armado, cit., p. 641.

[20] Isaac Deutscher, Soviet Trade-Unions, Royal Institute of International Affairs, Londres, 1950, pp. 35-36.

[21] Isaac Deutscher El profeta armado, cit., p. 661.

[22] En su libro sobre los sindicatos, Deutscher admite: ”Una resolución sometida por Trotsky y adoptada por el IX congreso del PCR permitió a los sindicatos ejercer una influencia muy fuerte sobre la designación de los directores de empresa... Podían ser nombrados para los puestos de director técnicos burgueses o especialistas. Pero un director de esta categoría tenía que ser vigilado por un comisario sindical, del mismo modo que un especialista militar en el ejército estaba vigilado por un comisario político que tenía derecho de veto sobre sus órdenes.” (Op. cit., pp. 3435.) Debemos subrayar que el ”autócrata” Trotsky propuso, simultáneamente, la transformación de todo el ejército rojo en base a un sistema de milicias (Comment la révolution s’est armée, cit., pp. 589-603).

[23] ”Los sindicatos deben concentrar en sus manos toda la producción: deben organizarla y convertirse en sus directores autorizados. La lucha contra el espíritu burocrático tiene por condición la organización práctica de esta producción, y el llamamiento a las masas trabajadoras para [que se asocien] a esta obra de autoorganización.” (Trotsky, ”Discurso en la conferencia rusa de obreros de transporte”, 1920, cit. según Bulletin communiste, 2.° año, p. 52.)

  ”Dos órdenes de problemas dominan actualmente la atención del partido comunista: la democracia obrera y la organización económica... Por democracia obrera o soviética entendemos la participación real y cada vez más amplia de los trabajadores en la construcción de la nueva sociedad... La expresión exterior de toda democracia obrera vivificada debe ser, y es ya, la mayor frecuencia de las asambleas generales, ante las cuales se llevan todas las cuestiones fundamentales; una más amplia aplicación del principio electoral; más crítica interna, más discusiones, un examen más directo y extenso de los problemas en la prensa, etc.” (L. Trotsky, ”Nuevo período, nuevos problemas”, en Bulletin communiste, 2.° año, p. 67).

  ”Cuanto más sé desarrolle el trabajo de los sindicatos en el sentido de la nueva dirección, más profundamente penetrarán en las masas, y más posible será aplicar pronto los métodos de la democracia de la economía, es decir, discutir sistemáticamente las medidas económicas más importantes en las reuniones de amplias masas, y también aplicar el principio electoral a una serie de cargos de administración económica.” (L. Trotsky, El papel y las tareas de los sindicatos, 1921).

[24] Cf. Roy Medvedev, Let History Judge, Macmillan, Londres, 1971, pp. 38-39.

[25] V. I. Lenin, Oeuvres, cit., vol 32, p. 260 y ss.

[26] Véase L. Trotsky, Nuevo curso.

[27] Véase E. H. Carr, A History of soviet Russia — The Interregnum. Macmillan, Londres, 1954.

[28] Isaac Deutscher,  El profeta desarmado (Cit. según ed. de Julliard, París ,1964, pp. 162-63 y ss).  sobre los acontecimientos que siguieron al primer llamamiento de la oposición de izquierda, lanzado por 46 miembros eminentes del partido, el 15 de octubre de 1923.

[29] Cf. Nuevo curso, cit., pp. 50 a 55, sobre la modificación de las relacione  entre células de empresa y el peso del aparato en el seno del PCR.

[30] Ya en Nuevo curso se acentúa fuertemente la planificación y la industrialización acelerada.

[31] Según Salomon Schwartz (op. cit., pp. 58-59), el número de parados oficialmente registrados en la URSS pasó de 175.000 en enero de 1922 a un millón en julio de 1923, a 1,3 millones en julio de 1924, a una media de 850.000 en 1923-24, a una media de 1,3 millones en 1927-28, a 1,6 millones el 1° de abril de 1928, a 1,7 millones el 1° de abril de 1929.

[32] Plataforma de los bolcheviques-leninistas para el XV congreso del PC de la URSS.

[33] L. Trotsky, La revolución traicionada

[34] Ibid. Para estimular el espíritu crítico y la actividad política del proletariado, la oposición de izquierda había exigido la restauración, a todos los niveles, del voto secreto.

[35] Friedrich Engels, Anti-Dühring, cap. IV, ”E1 reparto”.

[36] León Trotsky, La economía soviética en peligro — En el umbral del plan quinquenal. Cit. según Ecrits I, Riviére, París, 1935, pp. 125-26.

[37] Ibid, p. 129.

[38] Esta cuestión ha sido examinada más detalladamente en Ernest Mandel, Tratado de economía marxista. Cit. según ed. De 10/18, vol. 4, pp. 184-196.

[39] León Trotsky, Literatura y revolución (1923), cap. ”Arte revolucionario y arte socialista”.

[40] L. Trotsky, Problems of Everyday Life (1923), Monad Press, New York, 1973, p. 61. Versión castellana en Ed. Icaria, Barcelona, 1977.

[41] Una revolución política modifica la superestructura social pero mantiene en lo esencial el modo de producción; hace que el poder pase de una fracción a otra en el seno de la misma clase social. Una revolución social implica el paso del poder de una clase social a otra.

[42] L. Trotsky, Nature de l'Etat soviétique, Maspero, París, 1969, pp. 29, 31-32.

[43] Véase al respecto La guerra civil en Francia, de Marx, y El estado y la revolulución de Lenin.

[44] L. Trotsky, La revolución traicionada cit., p. 270.

[45] El programa de transición, cit., p. 74.

[46] L. Trotsky, ”It is necessary to drive the bureaucracy and aristocracy out of the soviets” (artículo de 1938), en The Transitional Program for Socialist Revolution, Pathfinder Press, New York, 1973, p. 147.

[47] L Trotsky, ”Entretien avec un ouvrier social-démocrate” (Conversación con un obrero socialdemócrata), en Ecrits III, Publications de la IV Internationale, París, 1959, p. 373.

[48] L. Trotsky, ”Le régime communiste aux USA” (El régimen comunista en los Estados Unidos), art. de 1935, en La nature de l'Etat soviétique, cit., p. 22.

[49] L. Trotsky, La revolución traicionada, cit., p. 109.

[50] Ibid, pp. 109-110.

[51] L. Trotsky, ”Trotskyism and the PSOP”, en Writings of Leon Trotsky 1938-1939, Merit Publishers, 1969, pp. 129, 130, 131. Subrayado nuestro.