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John Reed

Diez días que estremecieron al mundo

 

 

CAPÍTULO IV
LA CAÍDA DEL GOBIERNO PROVISIONAL

 

El miércoles 7 de noviembre me levanté muy tarde. La fortaleza de Pedro y Pablo disparaba el cañonazo de mediodía al tiempo que yo bajaba por la Nevski. Hacía un día frío y húmedo. La puerta del Banco del Estado estaba cerrada y guardada por algunos soldados, con bayoneta calada.

-¿A qué bando pertenecéis vosotros? -les pregunté-. ¿Al del gobierno?

-¡El gobierno ya terminó! -me contestó uno de ellos con una risa irónica-. Slava Bogu! (¡Gracias a Dios!)

Es todo lo que pude averiguar.

Los tranvías rodaban por la perspectiva Nevski; hombres, mujeres y niños, trepados a ellos, se agarraban a donde podían de los mismos. Las tiendas estaban abiertas y la multitud, en la calle, parecía hallarse en cierto modo menos inquieta que la víspera. La noche había hecho brotar en las paredes una nueva floración de llamamientos a los campesinos, a los soldados del frente y a los obreros de Petrogrado contra la insurrección.

He aquí unó de ellos:

La Duma municipal de Petrogrado

Informa a los ciudadanos que, en su sesión extraordinaria del 6 de noviembre, ha constituido un Comité de Seguridad Pública, integrado por miembros de la Duma central y las Dumas de distrito y por representantes de las organizaciones revolucionarias democráticas siguientes: Tsik, Comité Ejecutivo panrulo de los Diputados campesinos, organizaciones del ejército, Tsentroflot, Soviet de los Diputados obreros y campesinos de Petrogrado, Sindicatos, etc.

Los miembros de servicio del Comité de Seguridad Pública estarán permanentemente en el edificio de la Duma municipal. Tels.: 15-40, 223-77, 138-36.

7 de noviembre de 1917.

Si bien a la sazón no lo comprendí, eso era la declaración de guerra de la Duma a los bolcheviques.

Compré un número del Rabotchi Put, que parecía ser el único periódico en venta, y un poco más tarde un soldado me revendió por 50 kopecs su ejemplar del Dien. El órgano bolchevique, tirado en gran tamaño en las prensas de la Rúskaia Valia, periódico reaccionario incautado, mostraba enormes titulares: ¡Todo el poder a los Soviets de obreros, soldados y campesinos! ¡Paz, pan, tierra! El artículo de fondo estaba firmado por Zinoviev,[1] compañero de Lenin en la clandestinidad. Comenzaba así:

Todo obrero, todo soldado, todo verdadero socialista, todo demócrata honrado se da cuenta de que, en la situación actual, no hay más que una sola alternativa:

O el poder sigue en manos de la pandilla de burgueses y pomietchiks, en cuyo caso soldados, obreros y campesinos pueden esperar toda clase de represiones, la continuación de la guerra, el hambre y la muerte...

O el poder pasa a manos de los obreros, soldados y campesinos revolucionarios, lo que significará la abolición total de la tiranía de los grandes propietarios, el aniquilamiento inmediato (le los capitalistas, y proposiciones inmediatas con vistas a lograr una paz justa. ¡Se asegurará la tierra a los campesinos, el control de la industria a los obreros, los hambrientos tendrán pan, y terminará la estúpida carnicería!

El Dien daba noticias parciales de esta noche agitada: los bolcheviques habían tomado la central telefónica, la estación de ferrocarril del Báltico, la agencia telegráfica; los junkers de Peterhov no podían llegar hasta Petrogrado; los cosacos permanecían indecisos; los ministros habían sido detenidos; el jefe de la milicia municipal, - Meyer, fusilado; por todas partes había detenciones, contradetenciones, escaramuzas entre patrullas de soldados, junkers y guardias rojas.[2]

En la esquina de la Morkaia encontré al capitán Gomberg, menchevique hasta la médula, secretario de la sección militar de su partido. Cuando le pregunté si se había llevado a cabo realmente la insurrección se. encogió de hombros, y con aire cansado me respondió:

Tebot znaiet! ¡Sépalo el diablo! Los bolcheviques quizás puedan hacerse del poder, pero no lo conservarán más allá de tres días. No cuentan con hombres de gobierno. Quizá sea mejor que se sometan a la prueba, eso los acabará.

El hotel Militar, situado en la esquina de la plaza de San Isaac, estaba guardado por un piquete de marinos armados. En el vestíbulo, hablando en voz baja, se paseaban numerosos oficiales, jóvenes y elegantes; los .marinos no querían dejarlos salir.

De pronto, en la calle, sonó un disparo de fusil, seguido inmediatamente de un- tiroteo. Me precipité fuera. Algo que se salía de lo acostumbrado estaba sucediendo cerca del palacio María, donde el Consejo de la República celebraba una sesión. Una línea de soldados estaba desplegada en diagonal a través de la vasta plaza, listos para disparar, con las miradas fijas en el tejado del hotel.

Provoktsia! Han disparado contra nosotros -exclamó uno de ellos en tanto que otro se lanzaba corriendo hacia la puerta.

En el ángulo oeste del palacio se había detenido un gran auto blindado sobre el cual ondeaba una bandera roja y que en letras del mismo color todavía frescas llevaba la inscripción S.R.S.D. (Soviet Rabotcbij i Soldatskij Députatov). Todas sus ametralladoras estaban enfiladas hacia San Isaac. A la entrada de la Nóvala Ulitsa (Calle Nueva) se había levantado una barricada con cajas, toneles, un colchón viejo y un vagón. Un montón de leños cerraba la entrada al muelle de la Moika. Con maderos traídos de las cercanías se construía un parapeto a lo largo de la fachada.

-¿Se va a combatir? -pregunté.

-Eso no va a tardar -me respondió un soldado nerviosamente.

-Vete de aquí, camarada, si no quieres que te hieran. Van a venir por allá -añadió, mostrándome con un gesto el Almirantazgo.

-¿Quiénes?

-¡Ah! Eso, hermano, no lo sé en realidad.

Y lanzó un salivazo.

Ante la entrada del palacio se hallaba estacionado gran número de soldados y marinos. Uno de éstos refería cómo había terminado la sesión del Consejo de la República:

-Llegamos nosotros, apostamos camaradas en todas las puertas, y después yo me dirigí hacia el "kornilovista" contrarrevolucionario que ocupaba el sillón de presidente: "Se ha terminado el Consejo -le dije-, regresa en seguida a tu casa."

Todo el mundo se rió. Exhibiendo los documentos apropiados logré ganar la puerta de la galería de la prensa. Allí, un marino que era un coloso me detuvo sonriente, y, al tiempo que yo le presentaba mi salvoconducto, me dijo:

-Aunque fueses el mismo San Miguel no pasarías, camarada.

A través de la puerta de cristales distinguí el rostro contraído por el furor y las gesticulaciones de un corresponsal de prensa francés que se hallaba encerrado.

Un poco más lejos, un hombrecillo de bigote gris, con uniforme de general, ocupaba el centro de un grupo de soldados. Estaba encendido de cólera.

-¡Soy el general Alexéiev! -gritó-. Como superior y como miembro del Consejo de la República, exijo que se me deje pasar.

El centinela se rascó la cabeza, lanzando de reojo una mirada llena de embarazo; hizo señas a un oficial, quien cuando vio de qué se trataba, se mostró también muy confundido; sin darse cuenta de lo que hacía, se cuadró.

-Excelencia -tartamudeó, empleando involuntariamente los términos del antiguo régimen-, el acceso a palacio está estrictamente prohibido... Yo no tengo derecho...

Llegó un automóvil y divisé a Gotz, quien parecía reír de buena gana. Algunos minutos más tarde otro automóvil, cuyos asientos estaban ocupadas por soldados armados, condujo a los miembros del Gobierno provisional detenidos. Justamente entonces Peters, miembro letón del Comité Militar Revolucionario, cruzaba la plaza corriendo.

-Yo creía -le dije- que teníais a todos estos señores en seguridad desde ayer por la noche.

-¡Oh! -respondió con expresión de chiquillo desilusionado-, los imbéciles les dejan a casi todos que vuelvan a marchar antes de que hayamos tenido tiempo de intervenir.

A todo lo largo de Voskressenski Prospekt había marinos apostados, y hasta donde se perdía la vista no se veían más que soldados en marcha.

Nos dirigimos hacia el Palacio de Invierno, siguiendo la Ad-miralteiski. Todos los accesos de la plaza del palacio estaban guardados por centinelas y un cordón de tropas cerraba el paso en la parte Oeste, sitiada por una agitada multitud. En la plaza, excepción hecha de algunos soldados que parecían ocupados en transportar leña al jfiatio del palacio ante la puerta principal de la fachada, todo se hallaba tranquilo.

Nos era imposible saber si los centinelas estaban a favor del gobierno o de los Soviets. Como quiera que los documentos de que nos había provisto el Smolny carecían de valor, nos acercamos con aire importante al otro lado de la línea y, exhibiendo nuestros pasaportes norteamericanos y diciendo con autoridad: "¡Oficial!", forzamos la entrada. En la puerta del palacio se encontraban todavía los mismos viejos ujieres de antaño, con sus uniformes azules de feotones de cobre, sus cuellos rojo y oro; nos ayudaron cortésmente a despojarnos de nuestros abrigos y sombreros y subimos. En el corredor, sombrío y lúgubre, desnudo de sus tapices, vagaban ociosos algunos viejos criados. Delante de la puerta de Kerenski, un oficial estaba de plantón, mordisqueándose el bigote. Le preguntamos si podíamos entrevistar al presidente del Consejo. Se inclinó, juntó los talones y respondió en francés:

-No, lo siento, Alexandre Feodorovitch está muy ocupado en este momento...

Nos observó un instante:

-En realidad -añadió-, no se encuentra aquí...

-¿Dónde está?

-Ha ido al frente... No tenía gasolina suficiente para su automóvil y hemos tenido que pedirla prestada al hospital inglés...

-¿Y los ministros, están aquí?

-Están reunidos ""en sesión, no sé exactamente en qué salón.

-¿Van a llegar los bolcheviques?

-No hay duda que van a venir. Yo espero de un momento a otro recibir un telefonazo anunciándome su llegada, pero estamos preparados. Tenemos a los junkers en palacio. Ahí, detrás de esta puesta.

-¿Podemos entrar?

-No, imposible, ¡eso no está permitido!

Nos estrechó las manos apresuradamente y se alejó. Nos dirigimos hacia la puerta prohibida, abierta en un tabique provisional, que dividía en dos el corredor. Estaba cerrada; al otro lado se oía hablar y que alguien reía. Salvo este rumor de voces, los espacios inmensos del palacio estaban silenciosos como una tumba.

Se acercó un ujier viejo.

-¡No está permitida la entrada, bartn!

-¿Para qué está cerrada la puerta con llave?

-Para que los soldados no salgan.

Al cabo de algunos minutos, balbuceando que iba a tomar un vaso de té, se alejó.. Dimos vuelta a la llave y abrimos la puerta.

Los soldados estaban de centinela al otro lado, pero no nos dijeron nada. Al extremo del corredor se encontraba una amplia habitación decorada con cornisas doradas y enormes candelabros de cristal; después venía una serie de cámaras más reducidas, con artesonados de madera más oscura. A ambos lados, a lo largo de las paredes, se alineaban colchones y mantas sucias, sobre los cuales estaban tendidos los soldados. El entarimado estaba recubierto de una verdadera capa de; colillas, de trozos de pan, de ropas y botellas vacías que ostentaban etiquetas de. grandes marcas francesas. Los soldados, que lucían las charreteras rojas de las escuelas de los junkers, iban y venían en una atmósfera de tabaco y de humanidad mal aseada. Uno de ellos sujetaba una botella de borgoña en sus manos, sustraída evidentemente de las bodegas de palacio. Nos miraron con extrañeza recorrer las salas. Finalmente, llegamos a un grupo de grandes salones de lujo, cuyas altas ventanas, muy sucias, daban a la plaza. En las paredes, en sólidos marcos dorados, lienzos inmensos representaban escenas históricas: "12 de octubre de 1812", "6 de noviembre de 1812", "16-28 de agosto de 1813". Uno de ellos tenía un gran desgarrón en la esquina superior derecha.

Estos salones se habían convertido en un inmenso cuartel desde hacía varias semanas, a juzgar por el aspecto de los entarimados y las paredes. Las ametralladoras aparecían emplazadas sobre los antepechos de las ventanas, y los fusiles estaban formados en haces sobre las colchtmetas.

Mientras estábamos mirando los cuadros, sentí en mi oreja derecha el sopjp de un aliento alcohólico y al mismo tiempo una voz pastosa articuló en un francés fácil:

-Veo, por la forma que tienen de admirar los cuadros, que son ustedes extranjeros.

Un hombrecillo chaparro, ampuloso y calvo, se acercó a nosotros y nos saludó:

-¿Son ustedes norteamericanos? Encantado. Yo soy el capitán de Estado Mayor, Vladimir Artysbachev. A su entera disposición...

No parecía encontrar nada extraordinario en el hecho de que cuatro extranjeros, entre ellos una mujer, pudieran cruzar así las líneas de un ejército que esperaba el ataque. Empezó a exponernos sus cuitas sobre la situación de Rusia.

-¡Ah! ¡No se trata solamente de los bolcheviques! -dijo-. ¡Si por lo menos no fuesen pisoteadas así las hermosas tradiciones del ejército ruso! Miren ustedes, esos alumnos de las escuelas de oficiales, ¿es que son caballeros? Kerenski ha abierto las puertas a los hombres qus? salen de las filas, a. todo soldado capaz de aprobar un examen. Naturalmente, muchos, muchos se dejan contaminar por la revolución...

Sin transición, pasó a otro tema:

-Me gustaría mucho salir de Rusia. Estoy decidido a ingresar en el ejército norteamericano. ¿Podría usted hablar a su cónsul y facilitarme la cosa? Le voy a dar mi dirección.

A pesar de nuestras protestas, la escribió en un trozo de papel, lo cual pareció calmarlo inmediatamente. He conservado esta di rección "Segunda Escuela de Cadetes de Oranienbaum. Peterhov viejo."

-Esta mañana, a primera hora, se ha pasado revista aquí -continuó, guiándonos A graves de las salas y dándonos explicaciones--. El batallón femenino ha decidido permanecer fiel al gobierno.

-¿Las mujeres soldados se encuentran en el palacio?

-Sí, pero en las salas de atrás, con el fin de que no les pase nada, si es que algo ocurre. Suspiró:

-Es una responsabilidad muy grande.

Nos quedamos durante algún tiempo cerca de la ventana, mirando a tres compañías de junkers, con sus largos capotes, desplegadas delante del palacio, a las que arengaba un oficial de alta talla, aire enérgico, -en el cual reconocí a Stankievitch, el comisario militar en jefe del gobierno provisional. Al cabo de algunos minutos dos de las compañías pusieron armas al hombro, y después, lanzando tres brevas hurras, cruzaron marcialmente la plaza y desaparecieron bajo el Arco Rojo, dirigiéndose hacia la ciudad en calma.

-Van a ocupar la central telefónica -dijo alguien.

Tres cadetes se encontraban cerca de nosotros y entramos en conversación con ellos. Nos dijeron que habían sido soldados de filas y nos dieron sus nombres: Robert Olev, Alexei Vassilenko y Erni Sachs; este último era estoniano. Ahora no tenían ningún deseo de ser oficiales, ya que éstos eran muy impopulares. Parecía que no sabían muy bien qué hacer y era evidente que no se sentían contentos.

Pero pronto asumieron un tono jactancioso.

-Si vienen los bolcheviques, les enseñaremos cómo se pelea. Tienen miedo de combatir, son unos cobardes. Pero si por azar a nosotros nos tocara la de perder, bueno, ¡cada uno de nosotros tendrá una bala de reserva!

En aquel momfjnto estalló un tiroteo a poca distancia. Las gentes que se encontraban en la plaza huyeron o se arrojaron al suelo, y los izvoztcbiks detenidos en las esquinas de las calles emprendieron el galope en todas direcciones. En el interior del edificio todo el mundo se puso en conmoción: los soldados corrían en todos sentidos y empuñaban fusiles y cartucheras apresuradamente al tiempo que exclamaban: "¡Ahí están! ¡Ahí están!"

Minutos más tarde, renacía la calma. Los izvoztchiks ocuparon otra vez sus lugares, las gentes se pusieron en pie. Los junkers desembocaron por el Arco Rojo; ya no marcaban del todo el paso; uno de ellos avanzaba sostenido por dos camaradas...

Ya era tarde cuando abandonamos el palacio. En la plaza no había centinelas y el gran semicírculo de edificios gubernamentales parecía desierto. Fuimos a comer al Hotel de Francia. Aún no habíamos terminado la sopa cuando se nos acercó el camarero, muy pálido, e insistió en que nos trasladáramos al comedor grande del fondo, porque iban a apagar las luces del café.

-Va a haber jaleo -dijo.

Cuando salimos, la Morskaia estaba completamente a oscuras; sólo un farol de gas proyectaba alguna luz en el ángulo de la Nevski, donde se encontraba estacionado un gran automóvil blindado, con el motor en marcha y dejando escapar un humo espeso. Un muchacho, apoyado sobre un costado del vehículo, estaba mirando al interior del cañón de una ametralladora. Los soldados y los marinos se"- mantenían alrededor, evidentemente a la expectativa.

Nos volvimos hacia el Arco Rojo, donde un grupo de soldados discutía con animación, al tiempo que miraban la fachada brillantemente iluminada del Palacio de Invierno.

-No, camarada -decía uno de ellos-, es imposible disparar. El batallón de mujeres está ahí dentro; dirían que hemos disparado contra mujeres rusas.

Regresando a la Nevski, nos encontramos en la esquina con otro automóvil blindado. Un hombre asomaba su cabeza fuera de la torreta.

-¡Adelante! -"-gritó-, éste es el momento de atacar. El conductor del primer automóvil se acercó y gritó a pleno pulmón, con el fin de dominar el ruido del motor:

-El Comité ha dicho que hay que esperar. No han emplazado la artillería detrás "de los montones de leña, allá abajo.

Aquí, los tranvías habían dejado de circular, los peatones eran raros y las luces estaban apagadas. Pero a algunas manzanas de casas de distancia percibíamos los tranvías, la gente, los escaparates iluminados, los anuncios eléctricos de los cines: la vida seguía su ritmo ordinario. Nosotros teníamos entradas para el espectáculo de ballet del teatro María -todos los teatros actuaban-, pero lo que sucedía en la calle era demasiado interesante...

En la oscuridad anduvimos a tropezones con los montones de leña que cerraban el paso del puente de la Policía; delante del palacio Stroganov, algunos soldados ponían en posición un cañón de campaña de tres pulgadas. Hombres vestidos con uniformes diversos iban y venían, sin meta fija, discutiendo sin parar.

Toda la población parecía haber salido a pasear por la Nevski. En todas las esquinas se formaban grupos inmensos de gentes en torno de un foco de ardiente discusión. Piquetes de una docena de soldados, con bayonetas calada, patrullaban las plazuelas; hombres de edad, envueltos en lujosas pellizas, les mostraban el puño, rojos de furia; las mujeres elegantes les injuriaban. Los soldados respondían blandamente, con gestos embarazados. Los autos blindados recorrían las calles; llevaban escrito el nombre de los primeros zares: Oleg, Rurik, Sviatoslav y, con grandes letras rojas, las iniciales del Partido Obrero Socialdemócrata ruso.

En la Mijailóvskaia un hombre que llevaba un paquete de periódicos fue asaltado por una multitud frenética, que ofrecía uno, cinco y hasta diez rublos, y arrebataba las hojas como los animales se disputan una presa. Era el periódico Rabotchi i Soldat, que anunciaba la victoria de la Revolución proletaria, la liberación de los bolcheviques todavía encarcelados y reclamaba la ayuda de los ejércitos del frente y la retaguardia: un pequeño y febril periódico de cuatro páginas, impreso en caracteres enormes y que no contenía noticia alguna...

En la esquina de la Sadóvaia se habían congregado unos dos mil ciudadanos aproximadamente y miraban hacia el tejado de un gran edificio, donde una chispita de luz aparecía y desaparecía.

-Ya veis -decía un campesino corpulento-, es un provocador. Va a disparar contra el pueblo...

Aparentemente, nadie se preocupó de ir a comprobar esta afirmación

Llegamos al Smolny, cuya sólida fachada estaba completamente iluminada; de todas las calles, sumidas en la oscuridad, afluían oleadas de formas vagas que se desplazaban con prisa. Pasaban automóviles y motocicletas; un enorme automóvil blindado, color elefante, avanzaba pesadamente con dos banderas rojas en la torreta y tocando la sirena. Hacía frío y en la parte exterior de la verja las guardias rojas habían encendido una fogata. En la puerta interior, a la luz de otra fogata, los centinelas descifraron a duras penas nuestros pasaportes y nos examinaron. Las fundas de lona de los cañones y las ametralladoras instaladas a cada lado de la puerta habían sido retiradas y las cintas de munición colgaban, como serpientes, de las culatas. Los automóviles blindados, con los motores en marcha, estaban alineados en el patio, bajo los arboles. Los largos pasillos desnudos, débilmente iluminados, retemblaban bajo el ruido ensordecedor de los pasos, los gritos, las llamadas. Reinaba una atmósfera de febril agitación. Una verdadera multitud se precipitaba por las escaleras: obreros ataviados con blusas y gorras de pelo negro, muchos con el fusil al hombro; soldados con burdos capotes color de barro y la chapka gris de plato; algunos jefes, Lunacharski, Kaménev, corrían, rodeados de grupos en los que todo el mundo hablaba a la vez, con el rostro fatigado y angustiado, y llevando bajo el brazo una cartera repleta de documentos. La sesión extraordinaria del Soviet de Petrogrado acababa de terminar. Detuve a Kaménev,[3] hombre pequeño, de movimientos vivos, cara ancha y animada, casi sin cuello. Sin otro preámbulo nos leyó en francés una rápida traducción de la resolución que se acababa de aprobar:

El Soviet de Diputados obreros y soldados de Petrogrado, al saludar a la revolución victoriosa llevada a cabo por el proletariado y la guarnición de Petrogrado, señala de manera particular la unión, la organización, la disciplina y la cooperación perfecta de las masas en el curso del levantamiento; raramente se vertió menos sangre y raramente hubo insurrección que conociera tal éxito.

El Soviet expresa su firme convicción de que el Gobierno soviético obrero y campesino que será creado por la revolución, y que asegurará al proletariado de las ciudades el apoyo de toda la masa de campesinos pobres, marchará con firmeza hacia el socialismo, único medio de evitar las miserias y los horrores inauditos de la guerra.

El nuevo gobierno obrero y campesino presentará inmediatamente a todos los países beligerantes proposiciones con vistas a lograr una paz democrática y justa.

Suprimirá inmediatamente la gran propiedad de la tierra y devolverá las tierras a los campesinos. Implantará el control de los obreros sobre la producción y el reparto de los productos manufacturados e instaurará un control general de los blancos, que pasarán a ser un monopolio del Estado.

El Soviet de Diputados obreros y soldados de Petrogrado exhorta a los obreros y campesinos de Rusia a que pongan toda su energíar y. abnegación al servicio de la Revolución 'obrera y campesina. El Soviet expresa la convicción de que los obreros de las ciudades, aliados a los campesinos pobres, sabrán mantener entre ellos una disciplina inflexible y asegurar un orden revolucionario perfecto, indispensable para la victoria del socialismo. El Soviet está convencido de que el proletariado de los países occidentales nos ayudará a conducir la causa del socialismo a una victoria completa y duradera.

-¿Entonces, usted considera ganada la partida? Se encogió de hombros.

-Queda muchísimo por hacer. No hemos hecho más que comenzar...

En el descansillo de la escalera encontré a Riazánov, vicepresidente del Consejo de los Sindicatos; tenía una expresión sombría y mordía su bigote gris:

-¡Es insensato! ¡Insensato! -exclamó-. ¡Los trabajadores de Europa no se moverán! Toda Rusia...

Alzó desesperadamente los brazos al cielo y se alejó corriendo. Riazánov y Kaménev, ambos opuestos a la insurrección, se habían hecho acreedores a duras críticas por parte de Lenin.

La sesión había sido decisiva. Trotzki, en nombre del Comité Militar Revolucionario, había declarado que el Gobierno provisional no existía.

-La característica de los gobiernos burgueses -había dicho- es que engañan al pueblo. Nosotros, los Soviets de los Diputados obreros, soldados y campesinos, vamos a intentar una experiencia única en la historia. Vamos a fundar un gobierno cuya única meta será la de satisfacer las necesidades de los soldados, los obreros y los campesinos.

Lenin, recibido con una tremenda ovación, había profetizado la revolución social en el mundo entero... Zinoviev había gritado:

-En el día ote hoy hemos pagado nuestra deuda para con el proletariado internacional y descargado un golpe terrible a la guerra, a todos los imperialismos y particularmente a Guillermo el Verdugo...

Después, Trotzki había anunciado el envío de telegramas al frente para difundir la noticia de la victoria, añadiendo que no había llegado ninguna respuesta. Circulaba el rumor de que las tropas marchaban sobre Petrogrado; era preciso enviar una delegación a su encuentro para informarles de la verdad.

Se habían escuchado gritos de: ¡Os estáis adelantando a la voluntad del Congreso de los Soviets de toda Rusia!"

Pero Trotzki repuso fríamente:

-La voluntad del Congreso de los Soviets de toda Rusia ha sido rebasada ya por el levantamiento de los obreros y soldados de Petrogrado, efectuada esta noche.

Logramos penetrar en el gran salón de sesiones, abriéndonos camino a través de la muchedumbre que se agolpaba en la puerta. Apretados contra la pared, bajo los candelabros blancos, apretujándose en los pasillos y en los menores rincones, encaramados sobre los antepechos de las ventanas y hasta en el borde de la tribuna, los representantes de los obreros y soldados de toda Rusia esperaban, los unos en un silencio lleno de angustia, los otros en un estado de exaltación indescriptible, que el presidente hiciera sonar la campanilla.

El salón no tenía otra calefacción que el calor sofocante de los sucios cuerpos humanos. Una densa nube azul del humo de los cigarrillos de esta multitud se elevaba y permanecía suspendida en la pesada atmósfera. A veces subía alguien a la tribuna y rogaba a los camaradas que no fumasen. Entonces todos, incluso los fumadores, gritaban: "No fuméis, camaradas", para continuar fumando a más y mejor. Petrovski delegado anarquista de las fábricas de Obújovo, m; hizo un lugar a su lado. Sin afeitar, sucio, se caía de cansancio, derrengado por tres noches en vela pasadas en el Comité Militar Revolucionario. En la tribuna habían ocupado asiento los jefes del antiguo Tsik, dominando por última vez a estos Soviets turbulentos, a los cuales dirigían desde el comienzo de la revolución, pero que ahora se habían alzado contra ellos. Así terminaba el primer período de la revolución, que estos hombres habían gratado de mantener dentro de las vías de la prudencia. Faltaban los tres principales: Kerenski, que corría hacia el frente a través de las ciudades de provincia donde la agitación comenzaba a ser inquietante; Tchjeidze, la vieja águila maltrecha, que se había retirado ¿desdeñosamente a sus montañas de Georgia, donde había cíe atacarlo la tisis; y, por último, Tseretelli, noble carácter, quien afectado también peligrosamente por la enfermedad, debía de todos modos gastar aún su hermosa elocuencia en una causa perdida. Gotz, Dan, Lieber, Bogdanov, Broido, Filippovski, se encontraban presentes, con las facciones pálidas, los ojos hundidos, desbordantes de indignación. A sus pies hervía y se estremecía el segundo Congreso de-los Soviets de toda Rusia, mientras que sobre sus cabezas el Comité Militar Revolucionario forjaba el hierro puesto al rojo vivo, manejaba con decisión los hilos de la insurrección, golpeaba con vigoroso brazo...

Eran las diez y cuarenta de la noche.

Dan, hombre de rostro bondadoso, calvo, vestido con el uni-focme poco elegante de médico militar, agitó la campanilla. Se hizo el silencio, instantáneo, imponente, turbado tan sólo por los empujones y las discusiones que había en la puerta.

-El poder está en nuestras manos -comenzó, con un acento de tristeza.

Tras una pausa continuó, bajando la voz:

-Camaradas, el Congreso de los Soviets se reúne en circunstancias tan desacostumbradas, en un momento tan extraordinario, que comprenderéis por qué el Tsik no considera necesario abrir esta sesión con un discurso político. Lo comprenderéis mejor todavía si tenéis en cuenta que yo soy miembro del buró del Tsik y que en este rnismo momento nuestros camaradas de partido se encuentran en el Palacio de Invierno, bajo el bombardeo, sacrificándose para desempeñar las funciones de ministros que les han sido confiadas por el Tsik. (Tumulto.) Queda abierta la primera sesión del segundo Congreso de Soviets de Diputados obreros y soldados.

La elección del Buró se llevó a cabo en un ambiente de agitación y de vaivén. Avanessov anunció que, como consecuencia de un acuerdo entre los bolcheviques, la izquierda socialrevolucionaria y los mencheviques internacionalistas, el Buró sería constituido conforme el principio de la proporcionalidad. Varios mencheviques se pusieron de pie de un salto para protestar. Un soldado barbudo les gritó: "Recordad cómo habéis procedido con nosotros, los bolcheviques, cuando estábamos en minoría."

La votación dio como resultado 14 bolcheviques, 7 socialrevolucionarios, 3 mencheviques y un internacionalista (grupo Gorki). Hendelmann declaró entonces que los socialrevolucion arios de derecha y el centro se negaban a formar parte del Buró; Jintchuk hizo una declaración análoga en nombre de los mencheviques. Los mencheviques interríácionalistas hicieron saber que mientras esperaban la confirmación de ciertos hechos, ellos tampoco podían entrar en el Buró. (Aplausos aislados y abucheos. Una voz: ¡Renegados! ¡Os atrevéis a llamaros socialistas!) Un delegado ucraniano solicitó y obtuvo un puesto. Después, el antiguo Tsik abandonó la tribuna y se vio subir a ella a Trotzki, Kaménev y Lunatcharski, la Kollontai, Noguin... La sala se puso en pie en medio de una tempestad de aplausos. ¡Qué camino habían recorrido estos bolcheviques, esta secta despreciada y perseguida menos de cuatro meses antes, llegados ahora al cargo supremo, al timón de la gran Rusia en plena insurrección!

Kaménev dio lectura al orden del día: I9, organización del poder; 29, la guerra y-la paz; 39 la Asamblea Constituyente.

Losovski se levantó para anunciar que, de acuerdo con los diferentes 'grupos, proponía escuchar y discutir el informe del Soviet de Petrogrado, después conceder la palabra a los miembros del Túk y a los diferentes partidos y, finalmente, pasar al orden del día.

Pero de pronto se hizo escuchar una nueva voz, más profunda que el murmullo de la asamblea, persistente, angustiosa, la voz sorda del cañón. Las miradas ansiosas sg volvieron hacia las ventanas cubiertas de bruma y una especie de fiebre se apoderó de la concurrencia. Martov pidió la palabra y dijo con voz ronca:

-Comieqza la guerra civil, camaradas. La primera cuestión debe ser el arreglo pacífico de la crisis. Por razones de principio tanto como por razones políticas, debemos comenzar por discutir con urgencia los medios de impedir la guerra civil. Están matando a nuestros hermanos en las calles. En este momento, mientras que, antes incluso que la apertura del Congreso de los Soviets, se está en camino de resolver la cuestión del poder por medio de un complot militar organizado por uno de los partidos revolucionarios...

Durante un instante el ruido le impidió hacerse oir:

-Todos los partidos revolucionarios deben encarar este hecho. Lo primero que se plantea al Congreso es la cuestión del poder, y esta cuestión está en camino de ser resuelta en la calle por la fuerza de las armas... Es preciso que nosotros creemos un poder reconocido por toda la democracia. Si el Congreso quiere ser la voz de la democracia revolucionaria, no debe cruzarse de brazos ante la guerra civil, so pena de provocar el estallido de una peligrosa contrarrevolución... Una solución pacífica sólo es posible mediante la constitución de un poder democrático unido... Debemos elegir una delegación que negocie con los otros partidos y organizaciones socphstas...

Las sordas explosiones del cañón continuaban estremeciendo las ventanas con regularidad, en tanto qu" los diputados se apostrofaban... Así fue, entre el estruendo de la artillería, en la oscuridad, en medio de odios, del temor y la audacia más temeraria, como nació la nueva Rusia.

La izquierda socialrevolucionaria y los socialdemócratas unificados apoyaron la proposición de Martov. Esta fue aprobada. Un soldado anunció que el Soviet de los campesinos de toda Rusia se había negado a enviar delegados al Congreso. Propuso que el comité lo fuera a invitar oficialmente.

-Mientras tanto, como algunos delegados se encuentran presentes -dijo- pido el derecho de votar por ellos -La proposición fue aprobada inmediatamente.

Jarrach, que llevaba las charreteras de capitán, reclamó con ardor que se le permitiera hablar:

-Los políticos hipócritas que dominan esta asamblea -gritó- nos han dicho que debemos arreglar la cuestión del poder. Bien, esta cuestión se está arreglando a espaldas nuestras, antes incluso de que se abra el Congreso. ¡Pero los golpes dirigidos en este momento contra el Palacio de Invierno no harán más que hundir los clavos en el ataúd del partido político que se ha arriesgado a semejante aventura! (Tumulto.)

Garra intervino en seguida.[4]

-Mienfras nosotros discutimos aquí la paz, se está combatiendo en las calles... Los socialrevolucionarios y los mencheviques rechazan tqda participación en este movimiento e invitan a todas las fuerzas públicas a que se opongan a toda tentativa violenta de toma del poder...

Kutchin, delegado del 129 ejército y representante de los trudoviques, dijo:

-Yo no he venido aquí más que con el propósito de informar. En el frente, al cual voy a regresar, todos los comités consideran que la toma del poder por los Soviets, tres semanas antes de la reunión de la Constituyente, ¡es una puñalada asestada por la espalda al ejército y un crimen contra la nación!

Gritos: ¡Mientes! ¡Mientes!

Cuando pudo hacerse oír de nuevo, prosiguió:

-Terminemos aquí esa aventura. ¡Ruego a los delegados que abandonemos todos este salón por el bien del país y de la revolución! Mientras cruzaba el salón en medio de un alboroto ensordecedor, varios delegados se abalanzaron sobre él y le amenazaron...

Entoncer Jintchuk, oficial de larga barba puntiaguda, trató de poner en practica la suavidad y la persuasión.[5]

-Hablo en nombre de los delegados del frente. El ejército no está perfectamente representado en este Congreso y, además, no considera que el Congreso de los Soviets sea necesario tres semanas antes de la apertura de la Constituyente …

Los gritos y las patadas se hicieron cada vez más violentos.

-El ejército no considera que el Congreso de los Soviets tenga la autoridad necesaria...

Aquí y allá se levantaron una serie de soldados en toda la sala.

-¿En nombre de quién hablas tú? ¿A quién representas? -le preguntaron a' gritos.

-Al Comité Central ejecutivo de los soldados del 5to ejército, al 2do regimiento F__ , al 1er regimiento N__, al 3er regimiento de fusileros S__.

-¿Cuándo has sido elegido? ¡Tú representas a los oficiales, no a los soldados! ¡Que se deje hablar a los soldados! (Risas burlonas y abucheos.)

-Nosotros, el grupo del frente -continuó diciendo Jintchuk-, declinamos toda responsabilidad en cuanto a los acontecimientos pasados y presentes, y estimamos que es necesario movilizar todas las fuerzas revolucionarias conscientes para salvar la revolución. El grupo del frente ha resuelto abandonar el Congreso. Es en la calle donde hay que combatir ahora.

Se elevó un inmmenso clamor:

-¡Tú hablas en nombre del Estado Mayor, no en el del ejército!

-¡Invito a todos los soldados razonables a que abandonen el Congreso!

-¡Kornilovista! ¡Contrarrevolucionario! ¡Provocador!

Jintchuk, en nombre de los mencheviques, declaró que la única solución pacífica consistía en entrar en negociaciones con el Gobierno provisional para la formación de un nuevo gabinete que tuviera el apoyo de todas las capas de la sociedad. Durante varios minutos le fue imposible continuar. Después, alzando la voz, gritó, más que leyó, la declaración menchevique:

-Habiendo fomentado los bolcheviques una conspiración militar con la ayuda del Soviet de Petrogrado, sin consultar a los otros grupos o partidos, nosotros estimamos imposible permanecer en el Congreso. Nos retiramos invitando a los otros grupos a que nos sigan y a feunirnos para estudiar la situación.

-¡Desertores!

En seguida se pudieron escuchar a intervalos, entre la batahola casi ininterrumpida, las protestas de Hendelmann, en nombre de los socialrevolucionarios, contra el bombardeo del Palacio de Invierno:

-Nosotros nos oponemos a una anarquía semejante . . .

Apenas acababa de descender de la tribuna cuando un soldado joven de rostro; delgado, con los ojos fulgurantes, pegó un salto y, extendiendo los brazos en un gesto dramático, impuso el silencio:

-Camaradas, yo me llamo Peterson, represento al 2º de infantería letón. Habéis escuchado las declaraciones de los dos delegados del ejército; esas declaraciones hubieran tenido algún valor si sus autores hubiesen íido realmente representantes del ejército . .. (Aplausos frenéticos.) No hablo a la ligera; ésos no representan a los soldados. Hace ya mucho tiempo que el 129 ejército reclama la reelección dsl Soviet y el "Iskosol".[6] Cierto que se ha convocado un "pequeño Soviet", pero la convocatoria del "Gran Soviet" ha sido aplazada hasta fines de septiembre, con el fin de que esos señores puedan seguir siendo delegados al Congreso de los Soviets. Los soldados letones han repetido muchas veces: "¡Basta de resoluciones, basta de palabrerías! ¡Actos! ¡Queremos el poder!" ¡Que los delegados impostores abandonen el Congreso! El ejército no está con ellos.

Los aplausos estremecieron el salón. Al comienzo de la sesión, asombrados por la rapidez de los acontecimientos, sorprendidos por el estruendo del cañón, los delegados permanecían indecisos. Por espacio de unsrhora, desde la tribuna les habían asestado martillazo tras martillazo, soldándolos en una sola masa, pero aplastándolos también. ¿Sería posible que estuviesen solos? ¿Se había alzado Rusia contra ellos? ¿Era cierto que el ejército marchaba sobre Pe-trogrado? Luego había venido este soldado joven de mirada límpida y, como a través del fulgor de un relámpago, habían reconocido la verdad . . . Sus palabras eran la voz de los soldados; los millones hormigueantes de obreros y campesinos en uniforme eran hombres como_ ellos, que pensaban y sentían como ellos.

Hablaron otros soldados. Entre ellos Gjeltchak, en nombre de los delegados del frente.

Los que habían decidido abandonar el Congreso no eran más que una débil mayoría -dijo-, y los miembros bolcheviques ni siquiera habían tomado parte en la votación, ya que eran de opinión que éste debía celebrarse solamente por partidos políticos y no por grupos territoriales o profesionales.

-Cientos de delegados del frente son elegidos sin participación de los soldados, porque los comités del ejército han dejado de ser los verdaderos representantes de la tropa . ..

Lukiánov proclamó que oficiales como Jarrach y Jintchuk no podían ser en este Congreso los representantes del ejército, sino del alto mando.

-Los que viven en las trincheras desean con toda su alma que se entregue el poder en manos de los Soviets . . .

La marea comenzaba a cambiar.

En seguida, Abramovich, parpadeando detrás de los gruesos lentes, temblando de rabia, habló en nombre del Bund, el partido de los socialdemócratas judíos: [7]

-Lo que sucede en este momento en Petrogrado es una espantosa calamidad. El grupo del Bund se adhiere a la declaración de los mencheviques y los socialrevolucionarios y abandona el Congreso. Nuestro deber hacia el proletariado ruso no nos permite continuar aquí y aceptar la responsabilidad de esos crímenes. Como el bombardeo del Palacio de Invierno no cesa, la Duma municipal, de acuerdo con los mencheviques, los socialrevolucionarios y el Comité Ejecutivo del Soviet de campesinos, ha decidido morir con el Gobierno provisional. Nosotros vamos a su lado y, sin armas, ofreceremos nuestros pechos a las ametralladoras de los terroristas. Invitamos a todos los delegados del presente Congreso . . .

El restó del discurso se perdió en una tempestad de silbidos, injurias y amenazas, que llegó a su apogeo cuando cincuenta delegados se levantaron y comenzaron a abrirse camino hacia la salida.

KaméneV agitó desesperadamente la campanilla.

-Permaneced en vuestros lugares, continuemos trabajando -gritó.

Trotzki se puso en pie, con el rostro pálido, la expresión cruel, y con una frialdad despectiva declaró con su bien timbrada voz:

-Todos esos oportunistas que se llaman socialistas -mencheviques, socialrevolucionarios, Bund- pueden irse. ¿Son acaso algo más que un desecho que la historia arrojará al cesto de la basura?

Riazánov comunicó, en nombre de los bolcheviques, que, a petición de la Duma municipal, el Comité Militar Revolucionario había enviado una delegación al Palacio de Invierno para negociar.

-De esta manera habremos hecho todo lo necesario por evitar una efusión de sangre...

Salimos de allí apresuradamente, deteniéndonos un instante en la habitación donde el Comité Militar Revolucionario trabajaba a un ritmo denfrenado, recibiendo y despachando los correos jadeantes, enviando a todos los rincones de la ciudad comisarios provistos de poderes de vida y muerte, en medio de llamadas incesantes del teléfono. Se abrió la puerta, una bocanada de aire viciado y de humo de los cigarrillos se precipitó al exterior y percibimos a unos hombres con los cabellos enmarañados, inclinados sobre un mapa, a la luz deslumbrante de las lámparas eléctricas. El camarad Joséf Djasvilli, Joven sonriente, con un mechón de cabellos rubios rnuy claros, nos extendió los salvoconductos.

Cuando salimos al fresco de la noche, toda la plaza del Smolny no era más que un parque inmenso de automóviles, y, dominando los. ruidos de los motores, resonaban en la lejanía los disparos acompasados del cañón. Ante la entrada se había detenido un gran camión, sacudido por las vibraciones del motor. Los hombres apilaban paquetes; sus fusiles estaban cerca de ellos.

-¿Dónde vais? -les pregunté.

-A la ciudad, por todas partes -respondió un obrero de corta estatura, haciendo un gran gesto entusiasta. Les mostramos nuestros salvoconductos.

-Venid con nosotros, pero desde luego que habrá tiros.

Trepamos arriba; el conductor embragó y el gran camión se puso en marcha de un salto, lanzándonos sobre los que estaban todavía tratando de subir. Pasamos cerca de dos fogatas que había en las puertas, cuyas llamas se reflejaban en los rostros de los obreros en armas acampados a su alrededor, y nos lanzamos a toda velocidad por K perspectiva Suvorovski, terriblemente baqueteados-Uno de los hombres desgarró la envoltura de uno de los paquetes y se puso a lanzar al aire puñados de periódicos. Le imitamos, mientras el camión se hundía en la oscuridad de la calle, seguido de una estela blanca de hojas que flotaba detrás de él. Los peatones retrasados recogían los periódicos, y las patrullas de las plazuelas se precipitaban, adelantando los brazos, para atraparlos en el aire. Algunas veces surgían ante nosotros hombres armados que nos daban el alto a grito al tiempo que blandían sus fusiles, pero nuestro chofer les lanzaba algunas palabras ininteligibles, y pasábamos .. .

Yo agarré una de las hojas y, a la luz fugitiva de los faroles, leí:

¡Ciudadanos de Rusia!

El Gobierno provisional ha sido derrocado. El poder ha pasado a manos del Comité Militar Revolucionario, órgano del Soviet de Diputados obreros y soldados de Petrogrado, que se encuentra a la cabeza del proletariado y de la guarnición de Petrogrado.

La causa por la que el pueblo se ha lanzado a la lucha -proposición inmediata de una paz democrática, abolición de la gran propiedad de la tierra, control de la producción por los trabajadores, creación de un gobierno soviético- ha triunfado definitivamente.

¡Viva la revolución de los obreros, soldados y campesinos!

El Comité Revolucionario del Soviet de

Diputados obreros y soldados de Petrogrado.

Mi vecino, un hombre de ojos oblicuos, con cara de mongol, vestido con un abrigo caucasiano de piel de cabra, lanzó una advertencia:

-¡Cuidado! Por aquí siempre hay provocadores que disparan desde las ventanas.

Llegamos a. la plaza Snamenskaia, sombría y casi desierta, y dando vuelta a la tosca estatua de Trubetskoi,[8] nos metimos por la amplia avenida Nevski; tres hombres, con los ojos fijos en las ventanas, estaban listos para disparar. A nuestro paso las gentes corrían a recoger las hojas. Ya no escuchábamos el cañón, y cuanto más nos acercábamos al Palacio de Invierno, más tranquilas y desiertas estaban las calles. La Duma municipal aparecía brillantemente iluminada. Un poco más lejos, distinguimos en la sombra un tropel y una línea de marineros que nos ordenaron furiosamente que nos detuviésemos. El motor amortiguó la marcha y descendimos.

Ante nosotros se desarrollaba una escena asombrosa. Exactamente en el ángulo del canal de Catalina, bajo una lámpara de arco voltaico, un cordón de marinos armados cortaba la perspectiva Nevski, cerrando el paso a una multitud que avanzaba en columnas de cuatro en fondo. Eran trescientos o cuatrocientos aproximadamente, hombres vestidos de levita, mujeres elegantes, oficiales y gentes de toda condición. Entre ellos reconocimos a muchos delegados al Congreso, jefes mencheviques y socialrevolucionarios, al alcalde Avxentiev con su barba roja, presidente del Soviet de los campesinos; a Sorokin, el portavoz de Kerenski, a Jintchuk, Abramovich, a su cabeza, el Viejo Schreider, alcalde de Petrogrado, con su barba blanca, y Prokopovitch, ministro de Abastos en el Gobierno provisional, detenido aquella misma mañana y puesto después en libertad. También avisté a Malkin, corresponsal del Russian Daily News.[9]

-¡Vamos a buscar la muerte al Palacio de Invierno! -exclamó alegremente.

La columna se detuvo y a la cabeza de ella se entabló una viva discusión. Schreider y Prokopovitch apostrofaban a un fuerte marino que parecía ostentar el mando.

-¡Queremos pasar! -gritaron-. Todos estos camaradas vienen del Congreso de los Soviets. Mirad sus documentos. Vamos al Palacio de Invierno.

El marino no sabía qué hacer. Se rascó la cabeza con su manaza y frunció las cejas.

-El Comité me na dado orden de que no deje que nadie vaya al Palacio de Invierno -rezongó-. Voy a enviar a un camarada para que llame por teléfono al Smolny.

-Insistimos en pasar. No estamos armados. Pasaremos con autorización o sin ella -gritó el viejo Schreider, muy excitado.

-Yo tengo órdenes -repitió el marino, hosco.

-¡Disparad contra nosotros si queréis! ¡Pasaremos! ¡Adelante! -gritaron por todas partes-. ¡Estamos dispuestos a morir, si tenéis corazón para disparar sobre rusos, sobre cantaradas! ¡Presentamos nuestros pechos a vuestros fusiles!

-No -declaró el marino obstinado-, no quiero dejaros pasar.

-¿Qué vas a hacer si pasamos? ¿Vas a disparar?

-No, yo no quiero disparar sobre gentes desarmadas. No dispararemos contra rusos sin armas.

-¡Nosotros queremos avanzar! ¿Qué es lo que puedes hacer?

-Vamos a avisar -respondió el marino, sin saber qué hacer, evidentemente-. No podemos dejaros pasar, pero vamos a avisar.

-¿Qué vas a hacer? ¿Qué quieres hacer? Otro marino, muy irritado, tomó la palabra.

-¿Que qué se va a hacer? Os meteremos adentro -declaró con tono enérgico-. Y si nos obligáis, dispararemos. Id a vuestras casas y dejadnos en paz.

Un gran clamor de cólera y descontento le respondió. Prokopovitch se encaramó sobre una caja y, agitando su paraguas, pronunció un discurso:

-¡Camaradas, ciudadanos! Se emplea la fuerza contra nosotros. No podemos dejar que estos ignorantes se ensucien las manos con nuestra sangre inocente. No es compatible con nuestra dignidad el dejarnos fusilar aquí por guardaagujas. (Siempre me he preguntado qué es lo que querría decir con esta palabra de guardaagujas.) Regresemos a la Duma y estudiemos el mejor medio de salvar al país y la revolución.

Tras de estas palabras, el cortejo dio media vuelta guardando un silencio lleno de d-ignidad y volvió a subir por la Nevski, siempre en columnas de cuatro en fondo.

Aprovechándonos del revuelo nos deslizamos a través de los centinelas tomados la dirección del Palacio de Invierno.

La oscuridad era completa. Sólo se divisaban los piquetes de soldados y guardias rojas, que vigilaban celosamente. A la altura de la catedral de Kazan, en medio de la calle, se encontraba un cañón de campaña de tres pulgadas, descansando en la posición donde lo había dejado el retroceso del último cañonazo, disparado por encima de los tejados. Bajo todas las puertas los soldados charlaban en voz baja, con las miradas dirigidas hacia el puente de la Policía. Escuché a uno que decía: "Puede que nos hayamos equivocado . . ." En las  esquinas de las calles, las patrullas detenían a todos los peatones; a pesar de hallarse formadas por tropas regulares, las mandaba sjempre, detalle interesante, un guardia rojo.

Había cesado el fuego. Al llegar a la Morskaia escuchamos a alguien exclamar: "¡Los junkers han solicitado que se vaya en ayuda de ellos!" Se oyeron voces dando órdenes y, en medio de la densa noche, distinguimos una masa sombría que se ponía en marcha, rompiendo el silencio con el rumor de sus pasos y los ruidos metálicos de sus armas.

Nos unimos a las primeras filas.

Semejantes a un río negro que llenara toda la calle, sin cantos ni risas, pasábamos bajo el Arco Rojo, cuando el hombre que marchaba justo datante de mí dijo en voz baja: "¡Cuidado, camaradas! No hay que fiarse de ellos. Seguramente que van a disparar."

Al otro lado del Arco avanzamos corriendo, agachándonos y encogiéndonos todo lo que podíamos, para reunimos después detrás del pedestal de la columna de Alejandro.

-¿Cuántos muertos habéis tenido? -les pregunté.

-No sé, unos diez . . .

La tropa, que se componía de varios centenares de hombres, descansó algunos minutos, apretujada detrás de la columna, recuperó la calma y después, como no tuviera nuevas órdenes, volvió a avanzar espontáneamente. Gracias a la luz que brotaba de las ventanas del Palacio de Invierno, yo había logrado distinguir que los dos o trescientos primeros eran guardias rojas, entre los cuales se hallaban mezclados solamente algunos soldados. Escalamos la barricada de madíros que defendía el Palacio y lanzamos un grito de júbilo al tropezar en el otro lado con un montón de fusiles, abandonados allí por los junkers. A ambos lados de la entrada principal las puertas estaban abiertas de par en par, dejando salir la luz, y ni uñársela persona salió del inmenso edificio.

La oleada impaciente de la tropa nos empujó por la entrada de la derecha, la cual conducía a una vasta sala abovedada, de muros desnudos: la bodega del ala Este, de donde partía un laberinto de corredores y escaleras. Guardias rojas y soldados se lanzaron inmediatamente sobre grandes cajas de embalaje que se encontraban allí, haciendo saltar las tapas a culatazos y sacando tapices, cortinas, ropa, vajilla de porcelana, cristalería . . . Uno de ellos mostraba con orgullo un reloj de péndulo de bronce que llevaba colgado de la espalda. Otro había incrustado en su sombrero una pluma de avestruz. El pillaje no hacía más que comenzar cuando se escuchó una voz: "¡Camaradas, no toquéis nada, no agarréis nada, todo esto es propiedad del pueblo!" Inmediatamente repitieron veinte voces: "¡Alto! ¡Volved a ponerlo todo en su lugar, prohibido agarrar nada, es propiedad del pueblo!" Las manos se abatieron sobre los culpables. Los tejidos de Damasco, las tapicerías, fueron arrebatadas a los saqueadores; dos hombres se hicieron cargo del reloj de bronce. Los objetos, bien o mal, fueron colocados otra vez en sus cajas y algunos de los propios soldados se encargaron de montar la guardia. Esta reacción fue sumamente espontánea. En los corredores y las escaleras, debilitadas por la distancia, se escuchaba repercutir las palabras: "¡Disciplina revolucionaria! ¡Propiedad del pueblo!"

Nos dirigimos a la entrada izquierda, en el ala Oeste. También allí se restablecía el^orden.

-¡Evacuad el Palacio!- vociferaba un guardia rojo-. Vamos, camaradas, ¡demostremos que no somos ladrones y bandidos! Todo el mundo fuera de Palacio, con excepción de los comisarios, hasta que se coloquen los centinelas.

Dos guardias rojos, un oficial y un soldado, se mantenían de pie, empuñando un revólver; otro soldado se hallaba sentado en una mesa con pluma y papel. Por todas partes resonaba el grito: "¡Todos fuera! ¡Todos fuera!", y poco a poco toda la tropa comenzó a franquear la puerta hacia el exterior, empujándose, refunfuñando, protestando. Cada uno de los soldados era detenido y registrado, se le vaciaban los bolsillos, se miraba por debajo de su capote. Se le recogía todo lo que "no era ostensiblemente suyo, el secretario tomaba nota y el objeto era llevado a una pequeña habitación vecina.

Fue confiscada así una variedad extraordinaria de objetos: estatuillas, frascos de ¿hita, colchas bordadas con las iniciales imperiales, candelabros, un bote pequeño de pintura, secantes de escritorio, espadas con puño de oro, pastillas de jabón, vestidos de todas clases, mantas. Un guardia rojo tenía tres fusiles, dos de ellos arrebatados por él a los funkers; otro arrastraba cuatro carteras atestadas de documentos. Los culpables devolvían los objetos de mala gana o se defendían como chiquillos. Los miembros de la comisión de registro, hablando todos a la vez, les explicaban que robar era indigno de los paladines del pueblo. Con frecuencia, aquellos que habían sido sorprendidos daban media vuelta y ayudaban al registro de sus camaradas.[10]

También se presentaron algunos junkers en grupos de tres o cuatro. La comisión se hacía cargo de ellos con especial celo y acompañó sus pesquisas con observaciones variadas: "¡Provocadores! ¡Kornilovistas! ¡Contrarrevolucionarios! ¡Asesinos del pueblo!" No se'les aplicaba ninguna violencia, pero no por ello se mostraban menos aterrados. También ellos se habían atiborrado los bolsillos. Todo era anotado cuidadosamente por el secretario y transportado a la habitación pequeña . . . Además, se les desarmaba.

-Y bien, ¿volveréis a empuñar las armas en contra del pueblo? -se les preguntaba.

Uno tras otro respondían que no, y sin más reqviisitos se les dejaba en libertad.

Preguntamos si nos sería posible entrar. La comisión vaciló, pero un guardia rojo gigantesco respondió en tono decidido que estaba prohibido.

-Y por otra parte, ¿quiénes sois vosotros? -nos interrogó-. ¿Cómo puedo saber yo que todos vosotros no sois Kerenski? (Eramos cinco personas, de ellas dos mujeres.)

-¡Dejad paso, camaradas!

Un soldado y un guardia rojo aparecieron en la puerta, apartando a la gente; venían seguidos de otros guardias con bayoneta calada que escoltaban a media docena de civiles, quienes caminaban uno detrás del otro. Eran los miembros del Gobierno provisional. A la cabeza figuraba Kichkin, el rostro fatigado y pálido; después seguía Rutenberg, que miraba taciturno hacia el suelo; venía detrás Terechtchenko, quien lanzaba rápidos vistazos a su alrededor, posando sobre nosotros su mirada fría .. . Desfilaron en silencio. Los insurgentes victoriosos se apretujaron para verlos, pero su cólera no se tradujo más que en algunos murmullos. Más tarde nos enteramos de que el pueblo, en la calle, había querido lincharlos y de que había sido necesario disparar, pero los marinos lograron conducirlos sanos y salvos hasta la fortaleza de Pedro y Pablo . . .

Entretanto, aprovechándonos del revuelo, habíamos penetrado en el Palacio. Todavía había muchas idas y venidas, se exploraban las habitaciones del vasto edificio, se buscaba a los junkers, que no existían. Subimos y recorrimos todos los salones. La parte opuesta del Palacio había sido invadida por otros destacamentos, llegados del lado del Neva. Los cuadros, las estatuas, las alfombras y tapices de los grandes salones de lujo se encontraban intactos; pero en los despachos, todos los pupitres, todos los armarios habían sido violentados, los papeles andaban por el suelo y en las habitaciones las mantas habían sido quitadas de las camas y los guardarropas saqueados. El botín más apreciado lo constituían los vestidos, de los cuales tenían gran necesidad los trabajadores. En una habitación, donde se habían almacenado muebles, encontramos a dos soldados que estaban arrancando el cuero de que estaban tapizados los sillones. Nos explicaron que querían hacerse unos zapatos ...

Los viejos servidores del Palacio, con sus uniformes azul, rojo y oro, iban y venían nerviosamente, repitiendo maquinalmente: "No pueden pasar, barin, está prohibido." Por fin, llegamos a la cámara de oro y malaquita, con tapicerías de brocado carmesí, donde los ministros habían estado en sesión permanente todo el día anterior y toda la noche, y donde habían sido entregados a las guardias rojas por los ujieres. La larga mesa recubierta de paño verde se encontraba todavía tal como ellos la habían dejado en el momento de su detención. Ante cada asiento vacío se veía un tintero, una pluma y hojas de papel sobre las cuales se habían trazado de prisa planes de acción, borradores de proclamas y de manifiestos. Los textos habían sido tachados en su mayoría, al irse haciendo evidente su inutilidad, y el pie de las hojas aparecía cubierto de vagos dibujos geométricos, garabateados maquinalmente por los ministros mientras escuchaban sin esperanza los proyectos quiméricos que presentaban sus colegas uno tras otro.

Recogí una de estas hojas, donde se puede leer, escrita de puño y letra de Konolov, la siguiente frase: "El Gobierno provisional pide a todas las clases que sostengan al gobierno . .."

Conyiene recordar que, a pesar de estar cercado el Palacio de Invierno, el gobierno permaneció hasta el último momento en constante comunicación con el frente y con las provincias. Los bolcheviques se habían apoderado del ministerio de la Guerra desde el comienzo de la mañana,* pero ignoraban la existencia de una oficina telegráfica militar que funcionaba en los altos del edificio, al igual que la de una línea telefónica privada que lo enlazaba con el Palacio de Invierno. Un oficial joven trabajó de la mañana a la tarde, inundando el país de llamamientos y proclamas; cuando sj enteró de que el Palacio había caído en poder de los revolucionarios se puso la gorra y abandonó el edificio sin que nadie le molestase.

Absortos como estábamos, no nos dimos cuenta, sino al cabo de cierto tiempo, del cambio que se había operado en la actitud de los soldados y las guardias rojas hacia nosotros. Según íbamos de habitación en habitación nos seguía un pequeño grupo, y cuando llegamos a la gran galería de cuadros, donde habíamos pasado la tarde con los junkers, un centenar de hombres surgió a nuestro alrededor. Un soldado alto como un coloso se plantó a nuestro paso, con el rostro ensombrecido por las más negras sospechas.

-¿Quiénes sois vosotros? -rezongó-. ¿Qué hacéis aquí?

Los otros se apretujaron lentamente a su alrededor, mirándonos de hito en hito: "¡Provocadores!", murmuraron algunos. "¡Saqueadores!", lanzó otro. Presenté nuestros salvoconductos del Comité Militar Revolucionario. El soldado los agarró y les dio vuelta en todas direcciones, mirándolos sin comprender. Evidentemente, no sabía leer. Nos los devolvió escupiendo despectivamente en el suelo. "Papel. ¡Ya se sabe lo que vale eso!", comentó con desprecio. Los otros comenzaron a acercársenos, de la misma manera que una manada salvaje rodea a un vaquero que se ha dejado sorprender a pie. Por encima de sus cabezas percibi a un oficial que parecía no saber muy bien qué partido tomar; le llamé. Se dirigió hacia nosotros, abriéndose camino a través de los hombres.

-Yo soy el comisario -me dijo-. ¿Quién eres tú? ¿Qué hay? Los hombres recularon ligeramente, a la expectativa. Le hice ver nuestros documentos.

-¿Sois extranjeros? -preguntó en francés-. Es muy peligroso . ..

Después, volviéndose hacia el enjambre de soldados, les mostró nuestros documentos, al tiempo que les decía en voz alta:

-Camaradas, éstos son camaradas extranjeros, de Norteamérica. Han venido aquí para poder contar a sus compatriotas toda la valentía y disciplina revolucionaria del ejército proletario.

-¿Y cómo lo sabes tú? -replicó el soldado corpulento-. Yo te digo que son provocadores. Ellos cuentan que han venido para observar la disciplina revolucionaria del ejército proletario, pero se han paseado en libertad por el Palacio, ¿y cómo sabes tú que no tienen los bolsillos llenos de objetos robados?

-¡Pravilno! ¡Seguro! -gruñeron los otros, comenzando otra vez a avanzar.

-Camaradas, camaradas -insistió el oficial, con la frente perlada de sudor-, yo soy comisario del Comité Militar Revolucionario. ¿Tenéis confianza en mí? Yo os digo que estos salvoconductos están firmados con el mismo nombre que el mío.

Nos acompañó a través de Palacio hasta llegar a una puerta que daba sobre el rnuelle del Neva y cerca de la cual funcionaba una comisión de registro.

-De buena os habéis librado -nos dijo en varias ocasiones, al tiempo que se enjugaba el sudor de la cara.

-¿Qué ha pasado con el batallón de mujeres?

-¡Ah! Las mujeres -respondió riendo- estaban todas concentradas en una habitación de la parte posterior. Durante bastante tiempo nos estuvimos preguntando qué haríamos con ellas; muchas tenían ataques de nervios ... Por último, las llevaron a la estación de Finlandia y las embarcaron para Leváchovo, donde tienen un campamento. . .[11]

Salimos a la noche helada, estremecida y con el rumor de tropas invisibles, surcada por patrullas. Del otro lado del río, donde se alzaba- la masa sombría de Pedro y Pablo, se elevaba un ronco clamor.. . Bajo nuestros pies la calzada estaba alfombrada de escombros de estuco de la cornisa de Palacio, el cual había recibido dos granadas del crucero Aurora. No habían pasado de ahí los daños causados por el bombardeo.

Eran las tres de la madrugada. En la Nevski lucían nuevamente todos los faroles de gas, el cañón de tres pulgadas había sido retirado y sólo las guardias rojas y los soldados en cuclillas alrededor de las fogatas recordaban todavía la guerra. La ciudad estaba tranquila, como quizás no lo había estado nunca en el curso de su historia: ¡Ni un crimen, ni un robo fueron cometidos en esta noche!

El edificio de la Duma municipal se hallaba totalmente iluminado. Subimos al salón. Alejandro, rodeado de tribunas y adornado con grandes retratos imperiales en marcos de oro, ahora tapados con lienzos rojos. Un centenar de personas se encontraba agrupado alrededor del estrado donde hablaba Skobelev. Reclamaba la ampliación del Comité de Seguridad Pública y la reunión de todos los elementos antibolcheviques en una organización potente, que tomaría el nombre de Comité para la Salvación del país y de la revolución. Ante nuestros ojos fue constituido así este Comité de Salud Pública que desde comienzos de la semana siguiente habría de convertirse en el enemigo más temible de los bolcheviques, actuando tan pronto bajo su verdadero nombre, que delataba sus fines, como bajo este otro, apolítico, de Comité de Seguridad Pública.

Estaban allí Dan, Gotz, Avxentiev, al igual que algunos miembros de la oposición del Congreso de los Soviets, miembros del Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos, el viejo Prokopovitch e incluso los miembros del Consejo de la República, entre ellos Vínaver y algunos otros kadetes. Lieber afirmó que el Congreso de los Soviets no era un congreso legal, que el antiguo Tsik seguía en funciones ... Se redactó un proyecto de llamamiento al país . . .

Llamamos un coche. Apenas nombramos el Smolny cuando el izvoztchik sacudió la cabeza.

-Niet -comentó-; no, allí no vamos; aquello es el infierno . . .

Tuvimos que deambular durante mucho tiempo hasta encontrar un cochero que consintiera llevarnos; nos cobró treinta rublos y nos dejó dos calles antes de llegar al Smolny.

Las ventanas del Smolny seguían iluminadas, los automóviles iban y venían, y los centinelas, agachados alrededor de las hogueras, interrogaban ansiosamente acerca de los acontecimientos a los que llegaban.

Los corredores estaban llenos de gente atareada, los ojos hundidos, sucja. En algunas salas de reunión los hombres dormían en el suelo, con sus fusiles cerca de ellos. A pesar de que un cierto número de diputados había abandonado el Congreso, la sala estaba atestada, tumultuosa como un mar. Cuando entramos nosotros, Kaménev leía la lista de los ministros detenidos. El nombre de Terschtchenko fue saludado por una tempestad de aplausos, gritos de alegría y risas. Rutenberg tuvo menos éxito. El nombre de Paltchinski desencadenó una tempestad de abucheos, gritos de cólera y burras ... Se anunció que Tchudnovski había sido nombrado comisario del Palacio de Invierno.

En este,, momento se produjo una interrupción dramática. Un campesino alto y de cara barbuda, convulso de rabia, subió con recia pisada a la tribuna y dio un puñetazo a la mesa presidencial.

-Nosotros, socialistas revolucionarios, exigimos que se ponga en libertad inmediatamente a los ministros socialistas detenidos en el Palacio de Invierno. Camaradas, ¿sabéis que cuatro camaradas que han arriesgado su vida y su libertad combatiendo la tiranía del zar han sido arrojados a la prisión de Pedro y Pablo, la tumba histórica de la libertad?

En medio del tumulto continuó dando puñetazos y vociferando. Otro delegado se unió a él en la tribuna y, señalando al buró, preguntó:

-¿Se quedarán aquí tranquilamente en su asiento los representantes de las masas revolucionarias, mientras que la Ojrana de los bolcheviques tortura a sus jefes?

Trotzki hacía gestos reclamando silencio.

-¿Vamos a tratar nosotros con guante blanco -dijo- a esos "camaradas" sorprendidos en flagrante delito de complot para aplastar a los Soviets, de acuerdo con el aventurero Kerenski? Después del 16 y el 18 de julio ellos no han tenido muchas contemplaciones para con nosotros.

Después, con acento de triunfo en la voz, prosiguió:

-Ahora que los partidarios de la guerra a ultranza y los pusi lánimes han desaparecido y que toda la labor de defender y salvar la revolución pesa sobre nuestras espaldas, es más necesario que nunca ¡trabajar, trabajar y trabajar! Estamos resueltos a morir antes que ceder

Un comisario, que acababa de llegar a caballo de Tsárskoye

Selo, le sucedió en la tribuna, todavía sin aliento y cubierto de barro:

-La guarnición de Tsárskoye Selo vela a las puertas de Petrogrado, lista para defender a los Soviets y al Comité Militar Revolucionario. (Hurtas estruendosas.) El cuerpo de ciclistas, enviado desde el frente, ha llegado a Tsárskoye; los soldados están ahora con nosotros; reconocen el poder de los Soviets y la necesidad de dar inmediatamente la tierra a los campesinos y a los obreros el control de la industria. El 59 batallón ciclista, estacionado en Tsárskoye, está con nosotros . . .

En seguida habló un delegado del tercer batallón ciclista. En medio de un entusiasmo delirante refirió cómo, tres días antes, el cuerpo de ciclistas había recibido del frente sudoeste la orden de venir a defender Petrogrado. Esta orden les había parecido sospechosa en principio. En la estación de Peredolmaia, donde les esperaban representantes del 5 batallón de Tsárskoye, habían tenido una reunión y se había podido comprobar que "los ciclistas se mostraban unánimes en negarse a verter la sangre de sus hermanos y a sostener un gobierno de burgueses y terratenientes".

Kapelinski propuso, en nombre de los mencheviques internacionalistas, elegir un comité especial encargado de encontrar una solución pacífica a la guerra civil:

o -¡No hay más que una solución pacífica! -gritó la asamblea-. ¡La victoria, ahí está la solución!

La proposición fue rechazada por una mayoría aplastante y los mencheviques internacionalistas abandonaron el Congreso envueltos en un remolino de injurias y burlas. La asamblea había dominado ahora los temores de los primeros momentos y Kaménev acompañó su salida con estas palabras:

-Mencheviques y socialistas reclamaban el carácter de urgencia para la cuestión de la "solución pacífica", pero ellos han votado constantemente la modificación del orden del día en favor de las declaraciones de los grupos que querían abandonar el Congreso. Es evidente que todo; estos renegados habían premeditado su retirada.

La asamblea decidió no tomar en cuenta la salida de ciertas fracciones y pasó a la redacción del siguiente llamamiento, dirigido a los obreros, soldados y campesinos de toda Rusia:

Obreros, Soldados, Campesinos,

El Gobierno provisional queda derrocado; la mayor parte y soldados de toda Rusia comienza sus tareas. Representa a la gran, mayoría de los Soviets. Toma parte en él, asimismo, cierto número de delegados de los Soviets campesinos. Apoyándose en la voluntad de la inmensa mayoría de los obreros" soldados y campesinos y en la victoria de los obreros y la guarnición de Petrogrado, el Congreso toma en sus manos el poder.

El segundo Congreso de los Soviets de Diputados obreros de los miembros del Gobierno provisional ha sido ya detenida.

El poder soviético propondrá una paz democrática inmediata a todas las naciones y un armisticio inmediato en todos los frentes. Procederá a entregar a los comités campesinos los bienes de los terratenientes, de la Corona y de la Iglesia. Defenderá los derechos de los soldados y llevará a cabo la total democratización del ejército. Implantará el control obrero sobre la producción, asegurará la convocatoria de la Asamblea Constituyente en la fecha fijada, tomará todas las medidas necesarias para abastecer de pan a las ciudades y a los pueblos de géneros alimenticios de primera necesidad. Asegurará a todas las nacionalidades que vivan en Rusia el derecho absoluto" a disponer de su propia existencia.

El Congreso decide que el ejercicio de todo el poder en las provincias sea conferido a los Soviets de Diputados obreros, campesinos y soldados, quienes deberán asegurar una disciplina revcffucionaria perfecta.

El Congreso hace un llamamiento a la vigilancia y firmeza de los soldados en las trincheras. El Congreso de los Soviets está persuadido de que el ejército revolucionario sabrá defender la Revolución contra los ataques imperialistas, hasta que el nuevo gobierno haya podido concertar la paz democrática que va a proponer directamente a todos los pueblos. El nuevo gobierno tomará las medidas necesarias para cubrir todas las necesidades del ejército revolucionario, mediante una política firme de requisición e imposición a las clases poseedoras y para mejorar la situación de las familias de los soldados.

Los kornilovistas -Kerenski, Kaledin y otros- se esfuerzan por lanzar tropas contra Petrogrado. Varios regimientos engañados por Kerenski han pasado ya al lado del pueblo insurrecto.

¡Soldados! ¡Oponed una resistencia activa al kornilovista Kerenski! ¡Manteneos en guardia!

¡Ferroviarios! ¡Detened todos los trenes de tropas enviadas por Kerenski contra Petrogrado!

¡Soldados! ¡Obreros! ¡Funcionarios! ¡El destino de la revolución y de la paz democrática está en vuestras manos!

¡Viva la revolución!

El Congreso de los Soviets de Diputados obreros y soldados de toda Rusia.

Los delegados de los Soviets campesinos.[12]

Eran las cinco y diecisiete de la madrugada cuando Krylenko, tambaleándose de cansancio, subió a la tribuna con un telegrama en la mano:

-¡Camaradas! El frente Norte telegrafía: "El duodécimo ejército saluda al Congreso de los Soviets y le anuncia la formación de un Comité Militar Revolucionario que ha tomado el mando del frente Norte . ..

Delirio indescriptible; los hombres lloran, se abrazan.

-. . . El general Tcheremissov ha reconocido al Comité. El comisario del Gobierno provisional, Voitinski, ha dimitido . . .

Fue así como Lenin y los obreros de Petrogrado llevaron a la victoria la insurrección, y el Soviet de Petrogrado derrocó al Gobierno provisional y colocó al Congreso de los Soviets ante el hecho consumado del golpe de estado. Ahora se trataba de ganar a toda la inmensa Rusia, ¡y después al mundo! ¿Iba a seguir Rusia el mismo camino del alzamiento? Y el mundo ¿qué haría? ¿Responderían los pueblos al llamamiento que se les hacía y se levantarían y se extendería por el mundo la marea roja?

Aunque eran ya las seis de la mañana, la atmósfera seguía siendo densa y fría. Pero una extraña claridad lívida se arrastraba ya por las calles mudas, amortiguando el brillo de las hogueras, mensajera del alba terrible que iba a levantarse sobre Rusia ...

 

Notas

1. El artículo mencionado fue publicado en el Rabotchi Put el 7 de noviembre (25 de octubre) de 1.917 sin firma. Su autor no ha podido ser identificado.[Nota de la Edit.]

2. Los acontecimientos del 7 de noviembre

Desde las cuatro de la madrugada hasta el amanecer, Kerenski permaneció en el Cuartel General del Estado Mayor de Petrogrado, expidiendo órdenes a los cosacos y a los junkers de las diferentes escuelas militares de Petrogrado y sus alrededores; todos respondieron que no se encontraban en situación de marchar.

El coronel Polkovnikov, comandante en jefe de la plaza, iba y venía del Estado Mayor al Palacio de Invierno, sin tener, manifiestamente, ningún plan definido. Kerenski dio orden de abrir los puentes; transcurrieron tres horas sin que se hiciera nada; por último, un oficial y cinco hombres se pusieron en camino por propia iniciativa y, haciendo huir a un piquete de guardias rojas, abrieron el puente Nicolás. Pero apenas se habían retirado cuando acudieron los marinos a cerrarlo de nuevo.

Kerenski dio la orden de ocupar la imprenta del Rahotchi Fui. El oficial encargado ds esta misión debía recibir una compañía de soldados; dos horas más tarde, se pusieron a su disposición solamente algunos junkers; por último, la orden cayó en el olvido.

Se hizo un intento de recuperar el edificio de Correos y la central telegráfica; se dispararon algunos tiros de fusil y, después, las tropas del gobierno declararon que no combatirían contra los Soviets.

Kerenski dijo a una delegación de junkers: "Como jefe del Gobierno provisional y jefe supremo, no os puedo aconsejar; pero como veterano de la causa del pueblo, os exhorto a vosotros, jóvenes revolucionarios, a que permanezcáis en vuestros puestos y defendáis las conquistas de la revolución."

Orden del día de Kichktn del 7 de noviembre

"Por decreto del Gobierno provisional... me han sido otorgados poderes extraordinarios para el restablecimiento del orden en Petrogrado y he recibido el mando de todas las autoridades civiles y militares...

"De conformicjad con los poderes que me han sido confiados por el Gobierno provisional, relevo de sus funciones de comandante del distrito militar de Petrogrado al coronel Jorge Polkovnikov..."

Llamamiento a la población fechado el 7 de noviembre y firmado por el vicepresidente del Consejo Konovalov

"¡Ciudadanos! ¡Salvad la patria, la república y nuestra libertad! Gentes insensatas han organizado un levantamiento contra el único poder gubernamental elegido por el pueblo, entretanto se reúna la Asamblea Constituyente, el Gobierno provisional...

"Los miembros del Gobierno provisional cumplen con su deber, permanecen en sus puestos y siguen trabajando por el bien de la patria, el restablecimiento del orden y la convocatoria de la Asamblea Constituyente, futura soberana de todos los pueblos de Rusia...

"¡Ciudadanos! Debéis defender al Gobierno provisional. Debéis reforzar su autoridad. Debéis oponeros a la acción de los insensatos, a quienes se han sumado todos los enemigos de la libertad y el orden y los partidarios del régimen zarista para hacer fracasar la Asamblea Constituyente, destruir las conquistas de la revolución y destruir el porvenir de nuestra amada patria...

"¡Ciudadanos! ¡Cerrad filas en torno al Gobierno provisional para la defensa de la autoridad temporal, en nombre del orden y la felicidad de todos los pueblos de nuestra gran patria!"

Llamamiento por radio del Gobierno provisional

"El Soviet de Petrogrado de los Diputados obreros y soldados ha declarado derrocado el Gobierno provisional y exigido que ponga en sus manos la autoridad gubernamental, amenazando con que, en otro caso, el Palacio de Invierno será bombardeado por las baterías de la fortaleza de Pedro y Pablo y el crucero Aurora, anclado en el Neva.

"El gobierno no puede entregar sus poderes más que a la Asamblea Constituyente; por ello ha decidido no someterse y llamar en su ayuda a la población y al ejército. Se ha enviado un telegrama al Estado Mayor central; la respuesta anuncia que se va a enviar un fuerte destacamento de tropas...

"¡Que el ejército y el pueblo rechacen las tentativas irresponsables de los bolcheviques para desencadenar una revuelta en la retaguardia!..."

Hacia las nueve de la mañana, Kerenski se puso en camino hacia el frente.

Al atardecer, se presentaron en el Cuartel General del Estado Mayor dos soldados en bicicleta como delegados de la fortaleza de Pedro y Pablo. Penetraren en la sala de conferencias del Estado Mayor, donde se encontraban reunidos Kichkin, Rutenberg, Palchinski, el general Bagratuni, el coronel Paradielov y el conde Tolstoi y exigieron la rendición inmediata del Estado Mayor, amenazando con bombardearlo en caso de negativa... Después de dos conferencias, celebradas en medio del pánico, el Estado Mayor se retiró al Palacio de Invierno y el Cuartel General fue ocupado por las guardias rojas.

En las últimas horas de la tarde, varios automóviles blindados bolcheviques circularon alrededor de la plaza del Palacio y los soldados soviéticos trataron infructuosamente de parlamentar con los junkers...

A las siete de la tarde, se comenzaron a disparar algunos tiros contra el Palacio de Invierno.

A las diez de la noche, se abrió fuego de artillería desde tres direcciones; la mayor parte de los disparos eran de salva; solamente tres granadas de pequeño calibre hicieron blanco en la fachada del Palacio.

3. Kaménev, L. B. (-Rosenfeld): Se desvió en muchas ocasiones del bolchevismo y rompió a la postre con el marxismo-leninismo. Durante los años de la reacción estolipiniana y del nuevo impulso del movimiento obrero, asumió la posición de conciliador ante los mencheviques liquidadores y los Trotzkistas. Después de la revolución de febrero sostuvo al Gobierno provisional y su política de ir haája el fin, y se opuso a la línea del partido tendiente a transformar la revolución democrática burguesa en revolución socialista. En octubre de 1917, con Zinoviev, cometió una traición al pronunciarse en el periódico menchevique Novaút Jizn contra la decisión del Comité Central del Partido bolchevique de pasar a la sublevación armada, descubriendo así al enemigo el plan de sublevación. Después de la Revolución de Octubre fue partidario de la creación de un gobierno de coalición con la participacióa de representantes de les mencheviques, de los socialrevolucionarios y de los "socialistas populares". En 1925 fue el organizador, con Zinoviev, de lo que se ha llamado la "nueva oposición" que formó un bloque con Trotzki. En 1927, por su incesante lucha fraccionaria fue excluido del P.C. (b). Habiendo logrado en seguida obtener su reingreso en el Partido, prosiguió su acti vidad contra éste y su conducta antisoviética, siendo expulsado nuevamente del Partido.[Nota de la Edit.]

4. Según el relato de Pravda, estas palabras fueron pronunciadas por Jarrach.[Nota de la Edit.]

5. El discurso siguiente, que John Reed atribuye a Jintchuk, es la continuación del discurso de Kutchin, según todas las versiones de los periódicos.[Nota de la Edit.]

6. Iskosol: comité ejecutivo de los soldados de las unidades letonas del ejército [Nota de la Edit.].

7. John Reed ha fundido aquí dos discursos: el de Abramovich y el de Ehrlich.[Nota de la Edit.]

8. Se refiere al monumento al zar Alejandro III.[Nota de la Edit.]

9. Diario en inglés que se publicaba en Petrogrado en 1917.[Nota de la Edit.]

10.  El saqueo del Palacio de Invierno

No pretendo sostener que no hubiera saqueo en el Palacio de Invierno. Es cierto que se registraron numerosos robos antes y después de la caída del Palacio. Pero la afirmación del órgano social-revolucionario. Narod y de varios miembros de la Duma municipal de que hubo despojos por valor de 500 millones de rublos en objetos preciosos constituye una burda exageración.

Las principales riquezas artísticas del Palacio -cuadros, estatuas, tapicerías, porcelanas, colecciones de armas- habían sido evacuadas en septiembre a Moscú, donde yo personalmente puedo certificar que se encontraban en perfecto estado, almacenados en los sótanos del palacio imperial, diez días después de la toma del Kremlin por las tropas bolcheviques...

Es cierto, sin embargo, que algunas gentes, pertenecientes sobre todo al gran público, autorizadas a circular libremente en el Palacio de Invierno durante varios oías después de su caída, sustrajeron objetos de plata, relojes de pared, ropa de cama, espejos y algunos jarrones ..de porcelana y piedras diversas, elevándose el total de lo sustraído a 50,000 rublos.

El gobierno soviético creó inmediatamente una comisión de artistas y arqueólogos encargada de recuperar los objetos robados. Las dos proclamas siguientes fueron colocadas el 14 de noviembre:

¡A los ciudadanos de Petrogrado!

"Se ruega encarecidamente a todos los ciudadanos que contribuyan con todo su esfuerzo a la búsqueda de los objetos sustraídos del Palacio de Invierno en la noche del 7 al 8 de noviembre, y los hagan llegar al comandante del Palacio de Invierno.

"Los receptores de estos objetos, tiendas de anticuarios o cualquier persona que lor retenga ilícitamente en. su poder serán considerados como legalmente responsables y castigados con el máximo rigor."

Los comisarios encargados de la custodia de los museos y colecciones de arte:

G. IATMANOV         B. MANDELBAUM

 

A los comités del ejército y de la flota

"En la noche del 7 al 8 de noviembre, diversos objetos de arte y de valor han desaparecido del Palacio de Invierno, propiedad inalienable del pueblo ruso.

"Llamamos a todos para aue se hagan los máximos esfuerzos encaminados a restituir al Palacio los objetos robados."

Los comisarios encargados de la custodia de los

museos y colecciones de arte:

G. IATMANOV         B. MANDELBAUM

Se logró recuperar la mitad aproximadamente de los objetos sustraídos, algunos en los equipajes de extranjeros que salían de Rusia.

A sugerencia del Smolny, se reunió una conferencia de artistas y arqueólogos y se nombró un comité encargado de levantar el inventario de las riquezas del Palacio de Invierno y de todas las colecciones artísticas y museos de Petrogrado. El 16 de noviembre se cerró al público el Palacio de Invierno mientras durara el inventario.

En la última semana de noviembre, apareció un decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo cambiando el nombre del Palacio de Invierno por el de Museo del Pueblo, encomendando el edificio a los cuidados del comitfé de Bellas Artes y prohibiendo instalar en él ninguna oficina de gobierno.

11.  El batallón femenino

Inmediatamente después de la toma del Palacio de Invierno, se publicaron en la prensa antibolchevique y se comunicaron a la Duma municipal toda clase de relatos sensacionales a propósito del batallón femenino, que formaba parte de la defensa del Palacio. Se dijo que varias de las jóvenes soldados habían sido arrojadas a la calle por las ventanas, que la mayor parte habían sido violadas y que muchas se suicidaron para poner fin a los horrores que se las obligó a padecer.

La Duma nombró una comisión investigadora que se dirigió a Levachovo, cuartel general del batallón femenino, de donde regresó el 16 de noviembre. La señora Tyrkova informó que las jóvenes habían sido conducidas, primeramente, a los cuarteles del regimiento de Pablo, donde algunas de ellas se habían visto bastante maltratadas; en la actualidad se encontraban casi todas en el campamento de Levachovo; algunas vivían en la ciudad, en casa de algunos particulares. El doctdf Mandelbaum, también miembro de la comisión, hizo una breve declaración certificando que ninguna de las mujeres había sido arrojada por las ventanas del Palacio de Invierno, que ninguna estaba herída, que tres habían sido violadas y que sólo una se había suicidado, dejando una nota en la que decía haber sufrido una "desilusión en sus ideales".

El 21 de noviembre, el batallón femenino fue disuelto oficialmente por el Comité Militar Revolucionario, a petición de las propias mujeres, que desde aquel día volvieron a vestir sus ropas civiles.

El libro de Louise Bryant, Seis meses rojos en Rusia, contiene una interesante descripción de la vida de estas nuevas amazonas.

12. La firma "los delegados presentes de los Soviets campesinos" fue añadida después de la declaración del representante de los campesinos.[Nota de la Edit.]