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Enrique Rivera

 

La unidad socialista de América Latina

 


Primera publicación: En Juan Ramón Peñaloza (Enrique Rivera), Trotsky ante la revolución latinoamericana (Editorial Indoamérica, 1953).
Digitalización: Izquierda Nacional de Argentina.
Esta Edición electrónica:  2010; se publica aquí con el consentimiento, y a pedido de, Pablo Gabriel Rivera, hijo del autor.


 

 

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Hemos visto que Trotsky, coincidiendo enteramente con Lenin, juzgaba que los problemas nacionales, lejos de desaparecer en la época del imperialismo, “conservaban su rigor” y señalaba, a este propósito, que en “Sudamérica no había comenzado a desarrollarse la época del movimiento democrático-nacional hasta el siglo XX”.

En 1934, concretó del siguiente modo la meta histórica de la revolución en América Latina:

“Los países de América Latina no pueden librarse del atraso y del sometimiento si no es uniendo a todos sus Estados en una poderosa Federación. Esta grandiosa tarea histórica no puede acometerla la atrasada burguesía latinoamericana, representación completamente prostituída del imperialismo, sino el joven proletariado latinoamericano, señalado como fuerza dirigente masas oprimidas. Por eso, la consigna de lucha contra las violencias e intrigas del capital financiero internacional y contra la nefasta de las camarillas de agentes locales: Los Estados Unidos Socialistas de América Latina”.

Y en marzo de 1940, pocos meses antes de su muerte, volvió sobre esta consigna central en un manifiesto dirigido a la clase obrera, subrayando además, significativamente, que “el monstruoso crecimiento del armamentismo en los Estados Unidos es el antecedente lógico de la violenta solución de las complejas contradicciones existentes en el Hemisferio Occidental y no tardará en plantear categóricamente el problema del destino de los países latinoamericanos. El intervalo de la política de “buena vecindad” llega a su término. Roosevelt o el sucesor no tardarán en mostrar el puño de hierro cubierto ahora por el guante de terciopelo”.

Como vemos, Trotsky tiene presente sobre todo la unidad del proceso revolucionario en América Latina; lejos de admitir como naciones a los veinte compartimientos estancos en que nos mantiene fragmentados el imperialismo, él establece que sólo podremos realizar la revolución democrática y nacional uniéndonos en una poderosa Federación, esto es, “dando cohesión estatal a territorio con población de un solo idioma”, lo que significa constituir la nación latinoamericana. No existen, pues, dentro de su concepción, una revolución argentina, o boliviana, o brasileña, o chilena, o panameña, etc., independientes, sino una revolución latinoamericana.

“Los problemas centrales de los países coloniales y semicoloniales —expresa Trotsky en las tesis de la IV Internacional de 1936— son la revolución agraria, es decir, la liquidación de la herencia feudal y la independencia nacional, es decir, el sacudimiento del yugo imperialista. Estas dos tareas están estrechamente ligadas la una a la otra… La consigna de la Asamblea Nacional (o Constituyente) conserva todo su valor en países como China o la India. “Es necesario ligar indisolublemente esta consigna a las tareas de la emancipación nacional y de la reforma agraria”. En América Latina, debemos agregar a estas tareas, la de incorporar al indio a la civilización latinoamericana con plenos derechos (entrevista Trotsky-Sanjines).

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