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Enrique Rivera


Las dos políticas

(cuarta nota)




Escrito: En 1972.
Primera publicación: En el periódico sindical, El trabajador lácteo, agosto de 1972.
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2003.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, abril de 2003, por cortesía de Pablo Rivera.




Concluimos nuestra nota anterior haciendo referencia a la "federalización o capitalización de Buenos Aires", lograda en 1880 por la fuerza de las armas, con la cual se cierra el terrible y sangriento período de la "organización nacional", iniciado el día siguiente de la batalla de Caseros. Precisamente en torno a la "Cuestión Capital" se produjo el primer enfrentamiento entre la oligarquía de Buenos Aires y el General Urquiza. Este, que había ya convocado a los gobernadores de provincias a reunirse en San Nicolás, citó a un grupo de notables porteños pocos días antes con el propósito de allanar cualesquiera diferencias que pudiesen malograr aquella convocatoria. La conversación se llevó a cabo el 5 de marzo de 1852, en la quinta de San Benito de Palermo, que había pertenecido a Rosas. En la oportunidad se dió lectura a un proyecto preparado por el Dr. Juna Pujol, un correntino asesor de Urquiza, el que sería puesto a consideración de los gobernadores.

Uno de los artículos del proyecto declaraba a la ciudad de Buenos Aires capital de la Confederación y otro nacionalizaba "su territorio. propiedades públicas, su Aduana, establecimientos y empleados". Todos los participantes porteños de la reunión hicieron conocer su opinión absolutamente contraria a sus artículos. Coincidieron en ello hombres que habían militado en las filas del Rosismo (como el general Guido y el Dr. Vélez Sarsfield y el Dr. Valentín Alsina (jefe del partido unitario y rivadavianao convencido). También otros pertenecientes a la nueva generación como el Dr. Vicente Fidel López, el Dr. José Benjamín Gorostiaga y Francisco Rico. Pujol se quedó solo con su proyecto.

La actitud del Dr. Valentín Alsina pudiera parecer especialmente sorprendente si agregamos que el proyecto de capitalización que leyó Pujol no era otro que la ley sancionada por el ex presidente Rivadavia y el unitarismo en 1826. La explicación de la paradoja es sencilla. El país estaba gobernado de hecho por el vencedor de Caseros, un provinciano.

El unitarismo había capitalizado Buenos Aires en 1826 cuando el poder le pertenecía para potenciarlo mediante la posesión de la renta aduanera del puerto único.

En cambio, aceptar ahora la federalización implicaba que el tesoro y el crédito público fueran a manos de Urquiza primero y del gobierno que después resultare del congreso constituyente nacional.

Unitario y federal

Durante muchos años se atribuyó a José Hernández la paternidad de un célebre folleto intitulado Las dos políticas, que ha sido considerado como "el alegato más formidable" en la defensa de la unidad nacional y publicado en 1866. La crítica histórica reivindicó posteriormente la autoría para el poeta entrerriano Olegario Andrade. Pero la atribución no era caprichosa. Ambos, con ligeros matices, sostuvieron las mismas ideas, que no son otras que las expresadas por Juan Bautista Alberdi, teórico de esa generación.

Vale la pena reproducir aquí algunos párrafos de Las dos políticas, cuya lucidez no deja nada que desear y que muestran la política bifronte de la oligarquía bonaerense, unitaria o "federal", según las circunstancias.

"La historia dirá algún día que ha existido en Buenos Aires un partido localista y retrógrado que se ha llamado Unitario, que ha sido el apóstol fervoroso de la "unidad indivisible"... hasta que se convenció de la impotencia de sus afanes por la absorción de las soberanías locales en una sola soberanía nacional. Y que se ha llamado Federal, que ha proclamado la federación pura, que ha querido organizar el país por medio de una simple alianza de territorios independientes, cuando ha comprendido que esta federación importaba la ausencia de un gobierno supremo, y eternizaba de este modo el provisoriato de nuestra legislación comercial, ponía en manos de Buenos Aires la renta de la Nación y la dirección de la política exterior.

"Unitario, hasta que la fuerza de las armas obligó a firmar a Buenos los tratados domésticos de 1820 y 1831, en que reconocía como igual en derechos políticos a cualquier otra provincia argentina, prometiendo a los pueblos vencedores que la navegación fluvial iba a ser arreglada en el interés de toda la Nación, promesa retardada indefinidamente bajo frívolos y caprichosos pretextos, hasta que la espada de Caseros cortó las cadenas que cerraban la embocadura de nuestros grandes ríos.

"Federal mientras este sistema ha significado el aislamiento, que convertía en propiedad de una provincia el territorio y la capital de las otras (referencia a la ciudad de Buenos Aires) mientras este sistema significaba los beneficios de un gobierno regular en Buenos Aires y el desquicio y la desolación de las demás provincias, sistema consagrado en los pactos y convenios interprovinciales, en la constitución local de Buenos Aires de 1854, en la célebre ley de 1833, en la autorización dada al general Rosas para ejercer la suma de poder público, sin más limitaciones que no atentar contra la religión ni alterar el sistema federal establecido.

"¡Partido de mercaderes políticos, que ha negociado con la sangre y los sufrimientos de la República! ¡Partido sin fe, sin dogma, sin corazón, que mientras azuzaba a los pueblos a que se despedazacen en el ensangrentado circo para divertir a los Césares, ha estado haciendo los cálculos del provecho que le produce la desunión y el desquicio de la República".

El estado de Buenos Aires

Urquiza, al advertir la unánime oposición a los artículos que disponían la federalización de Buenos Aires y la aduana, resolvió no insistir en ello para no echar al traste su política, tendiente a una conciliación y optó por dejar que el problema quedara en definitiva a resolución del futuro congreso constituyente. Confiaba que en el seno de este la rica y orgullosa Buenos Aires se avendría a concertar con sus hermanas más pobres la organización nacional. Pero esta no fue sino una ilusión del caudillo entrerriano. La oligarquía bonaerense, sin distinción de colores políticos, ex rosistas y unitarios rechazó el acuerdo sinado en San Nicolás y siguiendo una táctica inveterada acusó a Urquiza, designado Director provisorio de la Confederación por las provincias, de querer erigirse en dictador. El 11 de setiembre de 1852 la oligarquía dió un golpe por el cual Buenos Aires se separó del resto del país y recuperó el control de la aduana, que Urquiza había nacionalizado unos días antes. La provincia fue declarada Estado independiente y soberano y hasta mantuvo relaciones exteriores propias. La unidad nacional no interesaba a Buenos Aires sino tenía en ella preeminencia. Los unitarios practicaban un federalismo que les hubiera envidiado el propio Artigas.

La corriente nacional

Sin embargo no todos los emigrados que habían retornado del destierro compartían la política antinacional de la oligarquía, no todos los federales bonaerenses sellaron una alianza con los unitarios. En la propia Buenos Aires se formó un movimiento que reivindicó la unidad nacional y demandó el retorno al seno de la Confederación.

Como expresión de esa corriente se produjo el 1° de diciembre de 1852 la sublevación del comandante de la campaña bonaerense, coronel Hilario Lagos, quien lanzó como consigna la incorporación de la provincia a la Confederación, apoyo al Congreso Constituyente de Santa Fé y exigió la renuncia del gobernador Alsina. Encontró inmediato apoyo en jefes y oficiales del ejército de Buenos Aires, entre ellos del coronel Pedro Rosas y Belgrano, hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas y compadre del jefe sublevado.

La extensión del movimiento determina que Alsina renuncie y se designe como gobernador interino al General Pinto, presidente de la Legislatura, quien forma gobierno con Lorenzo Torres, el general Angel Pacheco y Francisco de las Carreras. Tanto Torres como Pacheco habían sido notorios rosistas y aparecen ahora enfrentados a jefes como Lagos. el coronel Jerónimo Costa y otros, que habían combatido en Caseros contra Urquiza. Este es un testimonio fehaciente de la división política que se había producido en la provincia: el ala popular del federalismo rosista hace causa común con el interior del país contra la oligarquía porteña.

La batalla de San Gregorio

El coronel Pedro Rosas y Belgrano que inicialmente había adherido a Lagos, cambio su posición y resolvió concurrir con fuerzas del sur de la provincia en apoyo del bloqueado gobierno porteño. Lo hace juntamente con los coroneles Faustino Velazco y Agustín Acosta. El 22 de enero de 1853, en San Gregorio, al sur del río Sanborombón, a unos 50 kilómetros de Chascomús, milicianos, gauchos e indios comandados por el hijo adoptivo de Juan Manuel se baten contra los efectivos del coronel Gregorio Paz, lugarteniente de Lagos. Entre aquellos se halla José Hernández que cuenta 18 años de edad. Rosas y Belgrano es derrotado y capturado. Los restos de su fuerza emprenden la huída. El coronel Velazco es apresado y degollado y Acosta se ahoga al cruzar el Salado. Los dispersos - "una flor de cardo que lleva el viento"- han pasado por las tierras donde mora el futuro escritor Guillermo Enrique Hudson, que rememora el episodio en su libro Allá lejos y hace tiempo. En vano solicitan caballos que les son negados, probablemente por temor a las represalias. Entre los perseguidos que logran salvar la vida se encuentra el muchacho Hernández.

Algunos autores efectuan disquisiciones con motivo de la participación de Hernández en las fuerzas de Rosas y Belgrano y llegan a asignarle una posición política favorable a la causa separatista porteña, que estaría en contradicción con su trayectoria posterior en el campo federal.

Sin embargo, es razonable no atribuir aún a Hernández una posición política formada y militante a los 18 años. Simplemente, al igual que otros miembros de la milicia a la que había ingresado, acataba las órdenes de Rosas y Belgrano que tenía cierto prestigio en la campaña bonaerense. Por otra parte, según hemos visto, el escenario político estaba sumamente quebrado y confuso. Muchas personas habían cambiado la casaca. Tendencias que hoy, analizadas retrospectivamente nos parecen claras, no debían serlo entonces. Pero importa anotar un hecho, José Hernández ha ingresado como actor temprano en nuestras guerras civiles. La mano de la historia lo ha superado y no lo soltará.