Francisco Jovel

 

 

Conducción unitaria y estrategia regional

 


Fecha: Agosto de 1990.
Fuente: "Conducción unitaria y estrategia regional.  Roberto Roca, agosto 1990."  Entrevista de Marta Harnecker publicada en Marta Harnecker, Ideas nuevas para tiempos nuevos. Entrevistas a los cinco miembros de la Comandancia General del FMLN: Schafik Jorge Handal, Fermán Cienfuegos, Roberto Roca, Leonel González y Joaquín Villalobos sobre la situación de dicha organización, las etapas de la guerra, el concepto de vanguardia y el proyecto socialista. Chile, Ediciones Biblioteca Popular, 1991. Tomado en esta ocasión de la edición digital de Marta Harnecker, Ideas nuevas para tiempos nuevos, www.rebelion.org, 25 de octubre de 2009, págs. 59-87.
Esta edición: Marxists Internet Archive, diciembre de 2010.  Al citar o reproducir el documento, favor de citar a  www.rebelion.org como la fuente original de la versión digital.


 

 

INTRODUCION

En esta entrevista el comandante Roberto Roca, máximo dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, se refiere a la experiencia unitaria del FMLN, a las cuestiones que debieron ser superadas para lograrla y a los métodos que usa la Comandancia General, formada por 5 organizaciones político-militares diferentes, para llegar a acuerdos de conjunto que hacen posible la conducción unificada del proceso. Reconoce que el hegemonismo es la principal dificultad que hay que vencer para lograr avanzar en la unidad y que el verticalismo es un estilo de dirección que es necesario abandonar para abrir cauce a la iniciativa creadora de las instancias partidarias intermedias y de base, y al propio movimiento popular.

Como dirigente del PRTC, partido que nació preocupado por la necesidad de la elaboración de una estrategia común para Centroamérica, Roca aborda, en la parte final de este trabajo, esta cuestión que constituye uno de los puntos más débiles de la izquierda latinoamericana.

 

1.

VANGUARDIA UNITARIA: UN MODELO NO ESQUEMÁTICO

—A la luz de la experiencia de estos casi 10 años de existencia del FMLN como conducción unificada del proceso revolucionario salvadoreño, podrías decirnos ¿cuál es la concepción que ustedes manejan actualmente acerca del tipo de vanguardia que se debe construir y cuál es el modelo de unificación orgánica a seguir? Tengo entendido que en un determinado momento ustedes llegaron a hablar de constituir un partido único, ¿dirías que en el FMLN continúa vigente esta concepción? Te pregunto todo esto, porque muchos sostienen que ha llegado el momento de hacer una revisión de la concepción más clásica del modelo bolchevique de partido.

—Bueno, empezaré por lo último. El FMLN está en ese proceso de ir hacia el partido único, se va hacia eso. Lo que no sabemos es cuál será la modalidad de ese partido único, si va a ser un partido de partidos, opción que está en discusión, o si será un nuevo partido en el que desaparezcan los otros que hoy existen en su interior.

—¿No crees tú que más que hablar de “partido de partidos” es mejor hablar de conducción única?

—Creo que bien se puede hablar de ambas cosas, pues al hablar de “partido de partidos” se presupone una dirección unitaria o unificada, pero esta última no necesariamente presupone lo otro. A lo que creo que hay que prestarle mayor atención es al hecho de que en América Latina, en Centroamérica y en El Salvador, en particular, a partir de la experiencia previa y del análisis crítico de lo que ha sido la experiencia orgánica de otros procesos, existe una búsqueda de algo nuevo y propio a nuestra realidad. Es en ese contexto que no debemos obviar la posibilidad de que pueda concebirse un partido de partidos, el cual sería diferente y superior a lo que tradicionalmente se conoce como frente. Se trataría de una institucionalización organizativa de las diferentes tendencias que hay en un amplio partido revolucionario, lo que estaría vedado no es el reconocimiento de su existencia, sino todo aquello que signifique actitudes fraccionalistas, más claro todavía, divisionistas.

Lo que sí puedo decirte es que si bien hay un proceso hacia el partido único en el FMLN, nuestro esquema de partido no va a ser el mismo que sirvió o pueda servir en cualquier otro país; será por sobre cualquier consideración, una modalidad acorde a nuestra realidad, a la realidad salvadoreña y, con toda probabilidad, semej ante —aunque no igual — a la modalidad que va cristalizando en el resto de los países de Centroamérica.

Hay que estar claros de que la modalidad concreta de organización de la vanguardia no surge por decreto, sino que arranca de la realidad misma. No olvidemos que el marxismo parte de un principio fundamental: el análisis concreto; de la situación concreta. Ese es un principio que hemos hecho nuestro.

En materia de organización para cada proceso revolucionario todo está por decirse. El FMLN ha ido conformándose como vanguardia unitaria sin amarrarse a esquemas ni a recetas, pero inspirado en el marxismo-leninismo; en sus principios y leyes científicas en donde no caben recetarios organizativos ni dogmatismos económico-sociales. Un proceso revolucionario, cuando ha madurado lo suficiente, necesariamente tiene que abandonar la “cultura de manuales”, la simplificación imitativa, el remedo y debe aprender a hacer y escribir su propia historia en todos los terrenos, uno de los cuales es el relativo a las cuestiones de organización.

Los modelos de organización surgidos de otros procesos nos ayudan a conocer un gran abanico de posibilidades y, sobre todo, a entender sus especificidades, poniendo en primer plano la necesidad de encontrar nuestro modelo particular, propio.

—He comprobado que se usan diferentes términos para denominar este nuevo tipo de vanguardia, ¿cuál es el que ustedes emplean?

—Nosotros preferimos emplear el concepto de vanguardia unitaria. Somos de la opinión de que en Latinoamérica la tendencia dominante se inclina a la formación de vanguardias de carácter colectivo. Basta ver el proceso recorrido por las revoluciones triunfantes de Cuba y Nicaragua, y el propio caso del FMLN, para comprobar que estas vanguardias se han conformado a partir de múltiples organizaciones. Si esto es así en países pequeños como el nuestro, con mayor razón lo será en países grandes como Colombia, para nombrar alguno. Si se acepta que ésa es una tendencia histórica, si se tiene la amplitud para aceptarlo, es desde ya una ayuda para luchar contra las tendencias hegemonistas, contra la pretensión de algunas organizaciones de sentirse la vanguardia única de sus procesos. La concepción de vanguardia colectiva nos abre a la posibilidad de una concepción y una visión que, en términos estratégicos, propende a la unificación de las múltiples organizaciones que deben formar en definitiva parte de la vanguardia.

Eso nos define la tendencia histórica, pero no nos puede indicar la forma particular y el momento en que esa tendencia se cristalizaría en cada proceso. Hacerlo antes de que la situación haya madurado lo suficiente, generalmente da lugar a fracasos; hacerlo a destiempo, cuando los acontecimientos ya sobrepasaron el momento apropiado, como medida un tanto desesperada para impedir una derrota o un reflujo, también da lugar a fracasos. Acertar en captar ese momento preciso es tarea propia de los revolucionarios y de las organizaciones o partidos que vanguardizan la lucha de las masas en cada proceso. Para esto no hay recetas. Lo único que quizás tenga valor universal es que esto impone a todo partido liberarse de desviaciones hegemonistas y luchar por hegemonizar —cosa siempre correcta — sin sectarismos, sin pretensiones de querer subsumir en un partido al resto de partidos, sino encontrando la fórmula propia de unificar concepciones estratégicas y líneas concretas de acción, pero permitiendo el despliegue de iniciativa táctica de cada organización como mecanismo de emulación interna dentro del movimiento revolucionario.

—¿Qué organizaciones deben formar parte de la vanguardia?, ¿todas las de izquierda?. ¿Cuáles son las condiciones que debe reunir una organización para poder ser partícipe de esa vanguardia?

—Primero habría que definir qué se entiende por vanguardia, porque no todos tenemos una concepción similar. Si partimos de un principio fundamental, que ser vanguardia significa ser capaz de conducir a las grandes masas, en la realidad de El Salvador, a nuestro modo de ver, no puede haber una vanguardia proletaria, en el sentido estrecho del término, sino que una vanguardia del pueblo, y no del pueblo en abstracto, sino de los trabajadores lo que implica ser vanguardia de la clase proletaria, pero no se reduce o limita a ello. Por eso nosotros como PRTC siempre hemos preferido hablar de liberación popular y no sólo de liberación nacional. Porque para nosotros no se puede concebir, en la realidad de América Latina, la liberación nacional sin enmarcarla dentro de un objetivo más amplio: la liberación popular.

Ahora bien, si me preguntas por las condiciones necesarias para que diferentes organizaciones lleguen a formar parte de la vanguardia, yo te diría que la primera condición es que se conviertan en organizaciones de carácter histórico, es decir, que trasciendan el plano de la organización puntual, es decir circunscrita a una determinada formas de lucha, la electoral, por ejemplo, o coyuntural, es decir, creada para luchar en un momento determinado de la historia, y que adquieran un carácter de presencia histórica más permanente.

—Pero, ¿cuál es esa prueba de fuego que convierte a una organización en histórica?

—En primer lugar, tiene que haber una necesidad objetiva que la haga surgir y un importante sector conciente del pueblo debe sentir que puede cristalizar a través de ella su necesidad de organización y de lucha. Puede existir una o varias organizaciones con este carácter; eso depende de las circunstancias concretas en cada país. En el caso de El Salvador fueron varias. En algunos países se ha levantado un proyecto de carácter clasista proletario partiendo, generalmente, de una visión de amplia participación popular, pero con predefinida hegemonía de los intereses de la clase obrera. Esto suele dar lugar a concepciones hegemonistas, hasta el punto de que incluso el partido llega a comportarse como sustituto de la clase que dice representar.

—Me parece que si una vanguardia se autodefine como una organización que adopta la conducción proletaria del mundo y su proyecto, es algo diferente de la pretensión de imponer ese proyecto desde arriba, sustituyendo a la clase, porque algún proyecto debe tener para poder conducir, ¿no crees?

—Comparto esa idea. En otros países similares al nuestro, han surgido proyectos que tratan de armonizar los intereses de obreros, campesinos y de otras capas trabajadoras, es decir, un proyecto de los trabajadores para toda una larga etapa de transición hacia formas superiores de orden social, el socialismo. Este tipo de proyecto, desde un inicio presupone un amplio debate democrático, surgido a partir de los diversos intereses de las capas y clases que lo componen; su consolidación presupone el abandono real de toda pretensión hegemonista y la búsqueda constante por forjar colectivamente la concepción y la línea y así lograr la hegemonía de las ideas correctas. Esto sucede en el interior de cada organización del FMLN y se reproduce en el frente en su conjunto. No se trata de un simple consenso conciliador, eso sería nefasto. Se trata de desplegar al máximo las capacidades de análisis y de persuasión.

Pero, volviendo al tema, en segundo lugar, para que una organización adquiera ese carácter histórico del que hablaba, debe ser capaz de preservar el carácter de conductor de masas, por lo menos en más de una fase de una etapa del proceso revolucionario, incluyendo, desde luego, la fase en que madura la situación revolucionaria.

Todo lo anterior puede ser considerado como el conjunto de los prerrequisitos básicos para que una determinada organización revolucionaria se convierta en organización histórica, en otras palabras, para que se le reconozca el derecho a formar parte de la vanguardia. En esto pesa el aporte cuantitativo que cada organización sea capaz de alcanzar, pero con todo, eso no es lo más importante. Sobre una base mínima de desarrollo cuantitativo cuya magnitud es determinada por la práctica, lo determinante es su capacidad de aporte cualitativo que es en el que se basa la igualdad política de las organizaciones componentes de la vanguardia.

La vanguardia se va conformando a través de esa confluencia de aportes prácticos, como resultado de la unificación de todos aquellos proyectos políticos que fortalecen en la práctica el proyecto histórico.

Por ejemplo, en El Salvador los partidos que conforman el FMLN son organizaciones históricas, pero si analizamos organizaciones de masas tales como el Bloque Popular Revolucionario (BPR) o el Frente de Acción Popular Unificada (FAPU), vemos que éstas no llegaron a ser organizaciones históricas, aunque hayan jugado un importantísimo papel en una determinada fase del proceso; papel que pudieron desempeñar porque fueron conducidas por un destacamento de esa vanguardia histórica.

—Si te entiendo bien, organizaciones como el FAPU, el MLP, las LP-28 y el BPR fueron los instrumentos que tuvieron las organizaciones político-militares salvadoreñas para conducir la lucha de masas en una línea correcta, y su acierto fue crear este tipo de instrumentos adecuados al momento histórico que vivía el país. Fue eso precisamente lo que les permitió constituirse en organizaciones de vanguardia...

—Sólo así los grupos de guerrilleros urbanos de los primeros cinco años de los 70, trascendieron de proyectos de organizaciones de vanguardia a verdaderas organizaciones de vanguardia, conductoras de grandes contingentes de masas de trabaj adores del campo y de la ciudad; sólo esto pudo hacer posible que para 1981 se forjara, con garantía de consolidación, un amplio ejército revolucionario invencible, capaz de librar con éxito la proeza militar que ha significado ir derrotando paso a paso la estrategia de la guerra de baja intensidad que han financiado y dirigido tres administraciones norteamericanas.

-¿Y qué ocurre si una organización logra montarse en una ola de ascenso revolucionario y transformarse en vanguardia del proceso, conduciendo al pueblo a la victoria en un plazo muy breve como fue el caso del Movimiento 26 de Julio?

—Creo no que he sido muy explícito en la exposición o, quizás, lo expresado se pueda prestar a confusión; por tanto, para aclarar, divido, sinópticamente hablando, todo proceso histórico concreto en las siguientes subdivisiones: etapas, fases, coyunturas y momentos. Dicho esto, aunque otros denominan de otra manera a esas subdivisiones, podríamos entendernos haciendo la traducción correspondiente. Así, por ejemplo, para mí una coyuntura electoral la podemos dividir en diferentes momentos y una etapa de la guerra puede tener diversas fases.

Aclarado esto respondo a tu pregunta. Me parece perfectamente posible que se dé el caso que tú planteas. Así sucedió al M-26 de Julio y también a los bolcheviques. Lo que pasa en ese caso es que una sola organización sintetiza a la vanguardia, se constituye en tal y termina atrayendo al resto de individuos de vanguardia que estaba militando en otras organizaciones, incluso a organizaciones enteras que se disuelven y pasan a formar parte de la organización de vanguardia. Esta puede preservar el mismo nombre originario o, como sucede más a menudo, en un proceso no muy prolongado cambia de nombre como sucedió en el caso del M-26 de Julio que luego pasó a ser PCC; se da una ampliación y maduración de la vanguardia histórica, pero sin solución de continuidad respecto de su raíz organizativa.

El M-26 cumple plenamente con los prerrequisitos que yo he planteado que se requieren para pasar a ser una organización histórica del proceso, aunque surge en la etapa que se puede denominar posgolpe batistiano, vive y se desarrolla en todas las fases de esa etapa, no se limita a una de sus fases, no aparece como organización coyuntural, sino como portadora de un proyecto concreto de revolución y lucha por él, sobreponiéndose a todas las vicisitudes de la etapa por derrocar a la dictadura; es más, en las fases subsiguientes logra continuar su desarrollo como vanguardia histórica hasta constituirse en la vanguardia de la transformación socialista de la sociedad cubana.

Por eso no es problemático entender que la revolución cubana tenga una vanguardia organizada como partido único.

Lo que trato de rescatar aquí es el hecho de que ese fenómeno no es necesariamente el mismo para todo proceso revolucionario; en mi concepto tanto en El Salvador como en la mayoría de los procesos revolucionarios latinoamericanos la tendencia es a la conformación de vanguardia que no son en rigor partidos únicos, sino vanguardias que estarán compuestas por varios partidos y que prácticamente se comportarán como partido de partidos. Ese es el caso del FMLN.

Por eso afirmo que, dadas sus particularidades históricas, cada proceso revolucionario debe parir su propia fórmula de integración de su vanguardia.

-¿Cuándo hablas de proyecto histórico, tú estás pensando que sólo pueden pertenecer a la vanguardia del proceso revolucionario salvadoreño las organizaciones que tengan un mismo proyecto estratégico final y que organizaciones como el FDR y la Convergencia, que coinciden en un proyecto más a corto y mediano plazo, no deben ser consideradas parte de ella?

—Aquí me estoy refiriendo a una etapa histórica de ese proceso general. Y en esa etapa no es contradictoria la alianza FMLN-FDR; por el contrario es posible y necesaria aunque no se compartan los objetivos por los que lucha cada uno de los dos componentes de la alianza respecto de otras etapas ulteriores de la lucha, es decir del proceso político visto en su proyección histórica ulterior. De todas formas, es necesario decir que por nuestra parte no descartamos que la alianza que se forja en una etapa pueda seguir siendo válida para otras etapas, esto depende de la capacidad de evaluación política de las organizaciones que se alían a la vanguardia revolucionaria y de la capacidad de ésta para facilitar y posibilitar esa evolución.

—Roberto, tú hablas de alianza del FDR con la vanguardia revolucionaria, el FMLN, ¿eso quiere decir que tú no consideras al FDR como parte de la vanguardia?

—En el sentido estricto y desde la perspectiva de lo que es y significa la revolución social para las organizaciones del FMLN, mi respuesta es que no constituyen parte de la vanguardia revolucionaria; dicho más precisamente, no se constituyen en parte orgánica integrante de la vanguardia que autodefine que su proyecto estratégico final es la revolución socialista.

Sin embargo, visto en otro sentido, en un sentido temporariamente más inmediato, más restringido, sí se pueden considerar parte de la vanguardia. En nuestro caso debemos considerarlos parte de la vanguardia que lucha por la revolución democrática nacional. Serán, por tanto, las posiciones políticas que se sostengan en esa fase las que determinarán, en el porvenir, si deberemos seguir considerando a esas organizaciones parte de la vanguardia revolucionaria o no. Como FMLN nuestro deseo es que sí continúen siéndolo, y en ese sentido, debemos orientar nuestra política de relación y alianza con ellos, pero, en última instancia serán esas mismas organizaciones, en forma autónoma y soberana, las que determinarán si continúan siéndolo o no.

Como puedes apreciar, el concepto de vanguardia de que estoy hablando no es un concepto que se restringe a los márgenes de una sola organización. Esto de no ser así, entraría en contradicción con el hecho de que el FMLN es un frente integrado por cinco organizaciones sólidamente consolidadas.

Y, además, para cada etapa del proceso histórico revolucionario, a partir del análisis concreto de la realidad, debemos analizar quienes de entre todas las organizaciones políticas existentes se constituyan en las fuerzas políticas organizadas que motorizan el proceso en un sentido revolucionario. Esto que es visto en el sentido revolucionario vale también para el análisis del lado contrarrevolucionario.

En mi concepto, en la realidad latinoamericana los conceptos de vanguardia que la restringen a los márgenes de una sola organización no son válidos y conducen a la larga a una actitud vanguardista de corte hegemonista que ha hecho y sigue haciendo un terrible daño a la izquierda latinoamericana. En mi concepto, en esta nueva realidad latinoamericana debemos hablar del conjunto de fuerzas políticas de izquierda que constituyen la vanguardia de hecho y, además, debemos reconocer que ella puede llegar a tener posibilidades de éxito si logra trascender a un nivel de alianza formalizada y probada en el combate político (militar o no), tal es el caso del FMLN.

 

2.

UNIDAD, PERO CON EL PODER EN LA MIRA

—El FMLN ha sido en los últimos años ejemplo de espíritu unitario. Sabemos que esto no ha sido un proceso fácil. Como quisiéramos que el movimiento revolucionario aprovechara la experiencia de ustedes, nos gustaría profundizar en este punto empezando por las causas de la división de la izquierda en El Salvador, ¿a qué atribuyes tú esa división y específicamente la división del PCS, que era hasta ese entonces la única organización de izquierda? ¿Por qué ocurre esto a comienzos de la década del 70 y no antes, como sucedió en otros países de América Latina? ¿Crees tú que esta división se puede atribuir al surgimiento de nuevos sujetos sociales en El Salvador?

—Para entender esto hay que tomar en cuenta que la experiencia revolucionaria cubana había incidido grandemente la discusión sobre la vía para la toma del poder más que cualquier otro hecho político latinoamericano y mundial. A principios de la década del 60 el PCS había intentado hacer una práctica revolucionaria armada que, en realidad, nunca llegó a ejecutarse de manera sistemática, me refiero a la experiencia del Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR); esta experiencia dio paso luego a una línea de acción que cada vez en mayor grado privilegiaba las formas pacíficas y legales de lucha y difería para un momento de verdadera maduración de las condiciones subjetivas el ejercicio de la lucha armada. Se trataba de un planteamiento estratégico que inscribía la lucha armada en el momento de estallido insurreccional, el que en lo fundamental seguía siendo “clásico”. Si bien es cierto que no había desaparecido el “brazo militar” del PCS, también es cierto que durante los últimos años de la década del 60 se fue desacreditando hasta llegar a ser considerado una estructura nominal, formal, en la práctica, inexistente. La campaña del Che, la guerra de Vietnam, la formación del FSLN, la guerrilla urbana y de montaña en Guatemala incidieron grandemente en el pensamiento de los salvadoreños, tanto al interior del PCS como fuera de él.

En los años 60 el Mercado Común Centroamericano, la política de modernización capitalista impulsada por los gobiernos militares, a requerimiento de la política norteamericana, la apertura política restringida, pero comparada con las décadas pasadas, significativa; el gran impulso de las ideas de izquierda que se vivió en la Universidad Nacional Autónoma a raíz de la reforma universitaria; todo esto, para citar lo más importante, dio lugar a que las ideas reformistas de izquierda adquirieran un significativo auge práctico sobre todo en el plano de la lucha electoral y sindical; penetraron profundamente en los sectores más dinámicos del magisterio nacional y se tornaron hegemónicas en el seno de la comunidad universitaria, sobre todo en el estudiantado. La lucha ideológica entre los partidarios de la vía armada y la vía pacífica se resolvió momentáneamente a favor de estos últimos. Sólo fue en 1969, año en que el auge del Mercado Común Centroamericano llega a su fin, cuando empiezan a ganar mayor espacio las ideas sobre la necesidad de impulsar la lucha armada; pero aún muy primitivamente, muy supeditadas a las experiencias de lucha guerrillera de montaña poco aplicables a la realidad socio-geográfica salvadoreña. La guerra de 100 horas entre Honduras y El Salvador, para hablar del proceso de lucha ideológica inter izquierda, cierra ese período y abre uno nuevo en el cual la disputa va cobrando nuevos matices o niveles de profundización. A estas alturas la experiencia de guerrilla urbana acumulada en América Latina y la propia experiencia acumulada en la lucha sindical y huelguística combativa de los años 67-69 permiten a los partidarios de la vía armada iniciar un proceso de construcción organizativa de nuevo tipo, que no se limitaba a una simple repetición de experiencias de otros procesos; se tenía muy en cuenta el criterio de “aplicación creadora”.

Por tanto, la división de la izquierda es un fenómeno que nace en el seno del PCS, pero que no se limita a él. Hay organizaciones que nacen desde fuera, confrontándose con el PCS y con el sector que se había separado de él y había iniciado la formación de las FPL. ¿Cuál sería la causa principal de todo este fenómeno? Pienso que: primero, la etapa de “modernización” del sistema capitalista, basado en el Mercado Común Centroamericano, había entrado en crisis y en fase de decadencia. El PCS consideró, de hecho, que ésa era una posibilidad para impulsar una mayor profundización de los cambios en base a la conformación de una amplia alianza electoral, la UNO; pero, paralelamente, hubo quienes analizaron la situación en un sentido distinto, como una fase favorable para forjar un nuevo tipo de organización con carácter político-militar. No podemos perder de vista que en América Latina estaba en disputa la vía pacífica, la experiencia chilena se tomaba como ejemplo principal, y la vía armada, representada por las FAR en Guatemala, Marighella, en Brasil; los Tupamaros, en Uruguay; el PRT y los Montoneros, en Argentina. Eso se reflejaba en la realidad política de El Salvador. La vida dio la razón, al cabo de 5 a 7 años de intensa lucha, a las organizaciones revolucionarias político-militares de nuevo tipo. Para 1975 prácticamente todas contaban con una amplia organización de masas ilegal, pero de gran dinamismo organizativo, BPR, FAPU, LL[1], Comités Militares del Pueblo. El PCS, a su vez, había avanzado en su estrategia de lucha fundamentalmente política, electoral y sindical. Eso se confirma con la consolidación para 1972 de la UDN como partido electoral y con su amplia presencia gremial y sindical. 1977 es un año clave, pues evidenció los límites reales de la lucha electoral. La dictadura militar con un gran fraude, logra reimponerse y las organizaciones de la UNO son incapaces de impedir esa reimposición. Surgen las LP-28[2] y el cuadro de la organización de masas de la nueva izquierda se completa y dinamiza. A continuación surge un amplio debate “subterráneo” —es decir, que no se hace público — en el PCS y para 1978 las posiciones revolucionarias triunfan sobre las reformistas; el PCS reconoce autocríticamente muchos de sus errores y se prepara para asumir nuevas responsabilidades históricas. En 1979, con el triunfo de la revolución sandinista, la situación da un vuelco en El Salvador. La necesidad de unificar esfuerzos se pone a la orden del día, la situación revolucionaria madura vertiginosamente, se inicia a finales de 1979 las pláticas unitarias de la izquierda y éstas se completan con el ingreso de nuestro partido al FMLN en noviembre de 1980.

Con esto contesto parte de tu pregunta. Lo otro va a continuación. No creo que la división se deba al surgimiento de nuevos sujetos sociales. Sobre esto se ha teorizado mucho y yo siempre me he lamentado de las conclusiones a las que se ha llegado. La verdad es más simple, se trata, en lo fundamental de los mismos sujetos sociales que, dados los cambios de la realidad objetiva, se ven precisados a renovar su visión de la realidad y de lo que deben ser las transformaciones revolucionarias y de los métodos para conseguir eso. Sólo así se explican los saltos que dio el magisterio nacional, reflejados en las posiciones de Mélida Anaya Montes (Ana María), y Mario López (Venancio), y el proceso de radical renovación de la Universidad Nacional Autónoma, de donde surgimos muchos de los dirigentes del FMLN, de los vivos y los muertos.

Se trata de una fase de la etapa por la revolución democrática en la cual los sujetos sociales se agrupan y forjan nuevas opciones organizativas, tanto en el plano gremial y sindical como en el plano superior de vanguardia. Así es que surgen las actuales organizaciones que componen el FMLN, excepto el PCS que tiene su origen que se remonta a 1932.

Yo diría entonces que en aquellos países donde una sola organización revolucionaria tenga la suficiente capacidad y flexibilidad como para cristalizar un proyecto que responda a los intereses prioritarios de su pueblo, y para aplicar, combinando acertadamente, los diferentes tipos y formas de lucha, no habrá espacio para el surgimiento de nuevas organizaciones de izquierda. Sería entonces la vanguardia, la única, la indiscutida. Pero ésta es una posibilidad teórica, en la práctica, esto sería rarísimo.

—¿Cuáles fueron los temas ejes del debate de la izquierda en ese momento?

—Bueno, fueron varios los temas que provocaron ese intenso debate ideológico, aunque podríamos decir que se centró en ciertos ejes que, en muchos casos, polarizó las posiciones.

Se debatió sobre la relación lucha armada o la lucha de masas. En lo que respecta a nuestro partido, siempre defendimos la posición de no divorciar la lucha militar de la lucha de masas. Esa fue incluso una de las razones por las que a mediados de 1973 rompimos con el ERP. Esta organización, a nuestro modo de ver, en aquel momento evidenciaba una profunda desviación militarista.

Otro tema que sectarizó bastante la discusión fue la cuestión de la participación en la lucha electoral. En esto fuimos inflexibles en sostener que como marxistas-leninistas no podíamos condenar, por principio, ninguna forma de lucha, incluida la lucha electoral. Por eso hicimos un llamado a votar en las elecciones del 72 por la posición más progresista —la posición de la UNO —, haciendo ver que eso no significaba renunciar a la vía revolucionaria, y que debíamos cuidarnos de caer en ilusiones reformistas y pacifistas.

También fue motivo de un fuerte debate la concepción acerca de los sindicatos. En nuestro caso particular, nos enfrentamos con las FPL en relación con ANDES 21 de Junio. Nuestra posición era que en ANDES debían participar las diversas organizaciones revolucionarias y aún más, debían tener presencia en la propia directiva. Considerábamos un grave error que alguna de ellas pretendiera coparla. Eso no implicaba de ninguna manera negar la hegemonía que una determinada organización pudiera llegar a tener dentro del gremio. Lo que nos preocupaba era lograr la ampliación del movimiento de masas y evitar su sectarización política.

Ya te he nombrado tres ejes, como un cuarto, creo que habría que señalar toda esa engorrosa discusión acerca de si se podía ser al mismo tiempo miembro de una organización clandestina y de una organización abierta. Esta cuestión derivó en otra polémica en torno a la concepción de partido. Entonces nos planteábamos: ¿partido o partido-ejército? ¿Ser partido clandestino implica negar a sus militantes la posibilidad de hacer lucha política o sindical abierta?

Y por último, un debate que involucró a todas las organizaciones fue en torno a la definición del carácter del estado, como resultado, a su vez, del intento por definir el enemigo y la forma de combatirlo. Discutimos sobre si el estado era fascista, en escalada fascista, dictadura de nuevo tipo, o dictadura fascistoide. Entre los que definían al estado como fascista se daban dos grandes tendencias: la que resumía a aquéllos que consideraban que sólo podía ser destruido con balazos y la que agrupaba a quienes pensaban que había que combatirlo con un frente amplio, fundamentalmente electoral.

—¿Y cuál era la posición de ustedes?

—Nosotros simpatizábamos con el MIR de Chile y algunas veces repetíamos muchas de sus tesis. Por esto es que hablábamos de dictadura militar con métodos represivos de carácter fascista. En cambio, las FPL, de dictadura militar fascistoide; por su lado, el ERP, de dictadura fascista en el más estricto sentido de la palabra. La RN sostenía que era una dictadura militar en escalada fascista y el PC la definía como dictadura fascista; pero a la hora de las definiciones concluía que el fascismo no estaba totalmente consolidado; también hablaba de fascismo dependiente, para diferenciarlo del fascismo imperialista europeo.

En esa discusión nos inclinábamos por la formación de un frente amplio como el FAPU —el frente que impulsó el ERP antes de dividirse —, en el que participamos desde sus inicios[3]. Sin embargo, cuando la discusión sobre el carácter del estado llegó al seno del FAPU, éste terminó de dividirse en tres corrientes.

—¿Qué relación tenían las tesis acerca del estado con el tipo de frente que debía formarse? ¿Por qué fueron estas diferencias las que los dividieron?

—La experiencia concreta nos enseñó a entender aquella conclusión de Lenin que podría sintetizarse en lo siguiente: cuando varias concepciones políticas se debaten en el plano teórico pueden no mostrar plenamente su carácter contradictorio, pero cuando se concretan en planteamientos organizativos muestran todas sus contradicciones y se confrontan inevitablemente. Pues bien, eso pasó en los primeros años de la década del 70 en El Salvador. Así, los planteamientos sobre el carácter del estado podemos subdividirlos en tres grandes grupos: primero, la posición del PCS, del fascismo dependiente. Esta respaldaba en el plano teórico o, al revés, sustentaba en el plano concreto, una tesis de frente amplio electoral y sindical que, de hecho, implicaba una conducta política preponderantemente reformista, ilusionada por las tesis de la transición pacífica del capitalismo al socialismo. De ahí la preminencia que otorga a la UDN, partido electoral, miembro de la UNO, y el trabajo sindical. Segundo, como contrapartida polarizante de la anterior tesis estaba la del ERP, que hablaba de dictadura fascista, concebida ésta como ya consolidada. Esto respaldaba la tesis organizativa de que la forma fundamental única de lucha contra ese régimen era la lucha militar. Por eso propiciaba la formación de los Comités Militares del Pueblo, concebidos como una estructura clandestina, pero masiva. Tercero, las tesis de las FPL, de la dictadura militar fascistoide; la de la RN —aún era parte del ERP -, de dictadura militar en escalada fascista, y la del PRTC —todavía se llamaba Organización Revolucionaria de los Trabaj adores (ORT) -, de dictadura militar de nuevo tipo, en cuanto aplicaba métodos represivos de tipo fascista. Todas esas tesis coincidían en la necesidad de crear una amplia y multisectorial organización de masas para poner en juego la lucha en el terreno ilegal —con organizaciones no legalizadas -, lo que implicaba incluso llevar a las organizaciones legales al terreno de una práctica ilegal de masas.

De aquí surgen por parte de las FPL, el Bloque Popular Revolucionario (BPR); por parte de la RN y del PRTC, el Frente de Acción Popular Unificado (FAPU) que después dio lugar a su división, en FAPU (RN) y la Liga para la Liberación (LL-PRTC).

De todo esto podemos concluir que al conjunto de la izquierda lo unía una concepción de la lucha en la que las masas jugaban un papel preponderante. No teníamos una visión foquista. Pero a su vez, la actitud hegemonista de cada organización la subdividía profundamente. Es por eso que no fue posible que este tercer grupo, que tenía opciones similares, forjara una sólida y unitaria organización de masas. Los acontecimientos y las organizaciones siguieron un curso ascendente de desarrollo, confirmándose con ello que cada uno de los planteamientos tenía o poseía “parte de la verdad”, que cada uno representaba una opción organizada de la vanguardia que vivía una fase de dispersión ideológica y organizativa; el BPR se consolidó como una grande y amplia, pero muy sectaria organización de masas; el FAPU se amplio y consolidó grandemente; la LL se amplió a múltiples sectores y clases sociales y se convirtió en Movimiento de Liberación Popular (MLP); el ERP abandonó sus posturas militaristas y creó las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28), el PCS abrió un interesante debate interno en el que triunfaron las ideas revolucionarias y, sin disolver la UDN, empezó a practicar nuevas formas de lucha, incluso involucró a la UDN en formas de lucha ilegales de lucha. La revolución iba en ascenso. A su vez, en Nicaragua la revolución avanzaba vertiginosamente. Hay que reconocer que el triunfo sandinista puso una tesis central a la orden del día en El Salvador: “La unidad es la clave de la victoria”. Esto fue un golpe mortal para las posiciones hegemonistas y, para finales de 1979, ya en una situación revolucionaria madura, surgió en El Salvador el primer brote unificador de la vanguardia del proceso revolucionario salvadoreño, PCS-RN-FPL, que se consolidó como FMLN con la incorporación del ERP y posteriormente del PRTC. Las cinco organizaciones históricas completaron la unificación de la vanguardia en El Salvador.

El FMLN surge como necesidad del proceso, catalizado por el fenómeno revolucionario sandinista. No es una creatura artificiosa, es el resultado de toda una praxis revolucionaria que va depurándose y rompiendo paso a paso las desviaciones hegemonistas, pero que no las aniquila del todo, sino hasta 1983 con los trágicos acontecimientos del asesinato de la comandante Ana María y el suicidio del comandante Marcial, que simboliza el suicidio político del hegemonismo. Sin embargo, el hegemonismo, si bien ha sido superado en su forma más burda no ha sido aniquilado completamente.

Nosotros sostenemos la tesis de que la unidad debe cuidarse, supervisarse y dirigirse, que éste es un aspecto esencial y garantía efectiva de la victoria, que no puede descuidarse ni un solo momento, pues el hegemonismo es un sigiloso enemigo que acecha en cada curva del camino. Defender la vanguardia unificada del proceso es un deber revolucionario ineludible. Quien atente contra esto, quien promueva actitudes hegemonistas o quienes se plieguen al hegemonismo por actitudes oportunistas, le hacen un favor gratuito al enemigo y trabajan por la derrota de la revolución.

La existencia, por fortuna histórica, de una vanguardia unificada en el proceso revolucionario salvadoreño, es algo que garantiza el pluralismo político en el seno de la propia izquierda revolucionaria y es una garantía de que efectivamente se podrá combatir todo tipo de desviación burocrática, oportunista, conservadora o comodista; es la fórmula particular que tienen los revolucionarios salvadoreños para organizar y desplegar al máximo la emulación revolucionaria en el seno de la vanguardia, es un remedio contra el inmovilismo y contra la partidocracia y, a su vez, es el punto de partida que permite a los revolucionarios comprender que saber preservar, ampliar y consolidar una amplia política de alianzas, tendente a la consecución de un amplio consenso democrático a nivel nacional, es la mejor garantía para poder consolidar paso a paso, de manera irreversible, las conquistas revolucionarias tanto en el plano político como militar.

—¿Cómo se explica que esta nueva izquierda que nace dividida, que fracasa en sus primeros intentos de unidad, se consolide más tarde como destacamentos de una vanguardia múltiple?

—Creo que esto fue posible porque todos nos sometimos a un intenso proceso de renovación interna, tanto en lo ideológico como en lo orgánico. Incluso el PCS, que era una organización consolidada, tuvo que hacerlo. Si no lo hubiera hecho no sólo no habría subsistido, sino que no hubiera podido llegar a formar parte de la vanguardia, del FMLN, y su ausencia hubiera debilitado, sin duda, el proceso revolucionario salvadoreño. Afortunadamente, la madurez de los cuadros del PCS hizo posible la radical renovación que éste sufrió.

Yo diría que hay dos momentos en este proceso de renovación en los destacamentos de izquierda. El primero, a fines de los años 70, ocurrió cuando la nueva izquierda y PCS tuvo que renovarse ideológica y políticamente para llegar a aceptar y a reconocer que el PCS había cambiado.

El segundo momento puede fijarse entre los años 80 y 84, y se caracteriza porque la mayoría de las organizaciones realizan importantes readecuaciones tanto en sus concepciones estratégicas como en sus estructuras orgánicas, ante la realidad de la prolongación de la guerra. A esta situación responde el congreso de la RN en 1981, nuestro Tercer Congreso[4], ya como PRTC salvadoreño, y el Cuarto Pleno del PCS en 1984. El ERP y las propias FPL[5] tampoco fueron excepción después de los sucesos de Ana María y Marcial.

Todo esto trajo consigo, a su vez, un proceso que podríamos llamar, en el buen sentido del término, de depuración de las estructuras dirigentes, ya que una serie de cuadros salen del FMLN y otros tantos son reubicados.

—¿Porque encarnaban lo viejo...?

—No necesariamente. Yo diría que hubo tres razones: cuadros que habían desarrollado bien su trabajo, pero que no se adaptaron a la nueva situación de la guerrilla de monte; otros que no se resignaron a bajar de nivel dentro de las estructuras de la organización aun a sabiendas de que no contaban con la aceptación de la mayoría de los militantes y, por último, algunos que en verdad encarnaban lo viejo en relación a la unidad, porque continuaban apegados a concepciones caducas. De estos últimos, uno de sus más conspicuos representantes fue Marcial, frente a lo nuevo que representaba Ana María. A esto habría que agregar el caso de algunos cuadros que fueron cambiados de nivel por su edad, por su falta de experiencia, por su incapacidad para hacer trabajo de equipo, o por sus tendencias al individualismo. A medida que la guerra se fue prolongando, nuevas razones justificaron este proceso de depuración: hubo cuadros que no resistieron la vida partidaria dentro de un ejército revolucionario que exigía una férrea disciplina militar; otros que, ante la nueva realidad de la guerra, no fueron capaces de entender las nuevas concepciones del FMLN como el diálogo y la negociación política, vistas en términos de componentes de nuestra estrategia de solución o resolución del enfrentamiento bélico.

Considero que éstas fueron modificaciones vitales para poder enfrentar con éxito la prolongación de la guerra y sentaron las bases para un nuevo proceso de consolidación del FMLN.

—Este proceso de renovación ¿alcanzó también a las conducciones?

—Sí. Frente a la nueva realidad de la guerra eso fue inevitable. En el caso del PC se renueva el comité central y la comisión política con la cooptación de nuevos cuadros que se habían destacado en la guerra, extraídos fundamentalmente de la Juventud Comunista. En otros partidos los cambios se limitaron a la promoción de otros compañeros, que en el plano rural se habían destacado como cuadros dirigentes, a las comisiones políticas o a los comités centrales.

—¿Qué es lo que en definitiva, según tu opinión, permitió dar el salto que condujo a la unificación del FMLN?

—Algo que también favoreció enormemente la unidad de las fuerzas revolucionarias en nuestro país, fue el hecho de que todas las organizaciones que llegamos a conformar el FMLN teníamos claro que lo fundamental era la lucha por la toma del poder. La búsqueda de la unidad se basaba, entonces, en una férrea voluntad y decisión de viabilizar el acceso al poder de las fuerzas revolucionarias, por lo tanto, teníamos la disposición a conjugar todos nuestros esfuerzos hacia ese objetivo. Nunca perdimos de vista que en política lo más importante es la lucha por el poder; quien diga lo contrario o es un ingenuo o es un vulgar demagogo.

—Recuerdo bien la autocrítica que se hizo el PCS respecto a este tema. En la entrevista que le hice a Schafik en 1982, éste reconocía que su partido no se había planteado en la práctica como tarea fundamental la lucha por el poder[6].

436. —Yo tengo una tesis al respecto, no sé si coincidirá con la de los otros compañeros. Y pienso que el FMLN al reunificarse, pudo aprovechar óptimamente todas las coyunturas y concretar la toma de una importante cuota de poder, contribuyendo con ello a modificar drásticamente no sólo las condiciones objetivas, sino principalmente las condiciones subjetivas. Y eso catapultó el proceso que venía experimentando la lucha revolucionaria en El Salvador.

 

3. 

POTENCIAR EL PESO ESPECÍFICO DE CADA ORGANIZACIÓN

—Con la madurez de hoy, a juicio de ustedes, ¿qué es lo que más ayuda a fortalecer el proceso de unidad de las fuerzas revolucionarias? ¿Cuáles serían esas condiciones mínimas que deben existir para que ese esfuerzo no se frustre?

—Nuestra experiencia nos ha enseñado que hay determinados factores o principios que deben tenerse en cuenta y respetarse para lograr la unidad del conjunto. En primer lugar, valorar la importancia de la especificidad, entender que toda organización tiene un potencial propio y, por tanto, un aporte propio, específico que dar al conjunto. Nosotros tuvimos que aprenderlo, porque incluso en un país tan pequeño como es El Salvador nos fuimos dando cuenta que cada organización, cada frente, tenía su especificidad, según cual fuera su base social. Los parcelarios, los obreros temporales, por ejemplo, tienen costumbres, formas de ver la vida y conductas muy diferentes a otros sectores. Todo ello nos obligó a distinguir lo que es válido para el conjunto y lo que es propio de cada zona o región.

En segundo lugar, y derivado de lo anterior, entender que los esfuerzos de las organizaciones son complementarios en todos los planos del quehacer político y militar. Y esto es así porque si cada organización tiene un territorio donde opera, sus propios métodos y estilos de conducción, sólo con el aporte de cada una de esas especificidades se puede llegar al esfuerzo conjunto o síntesis. Un proceso de este tipo cura esa especie de tendencia primaria de toda organización que la lleva a considerar que su método es el único válido para todas las realidades.

Nuestro partido, por ejemplo, no tiene presencia en la retaguardia estratégica interna; sin embargo, como partido hemos hecho uso de esa retaguardia y, en muchas oportunidades, ha sido la sede de nuestro puesto de mando central. En cambio, nuestro aporte al FMLN está sobre todo en frentes más tácticos, más operativos, más de combate.

En el trabajo internacional ha sido determinante entender la importancia de la complementariedad, porque aun cuando haya sido muy desigual el número de cuadros que una u otra organización ha podido aportar a esa área, la calidad del aporte de cada organización ha sido vital para complementar esa limitación.

Por último, yo reivindicaría otro principio rector: la necesidad del esfuerzo conjunto, de la colaboración mutua, de la solidaridad, si quieres darle un nombre más claro. Mira un ejemplo elocuente, la consolidación de la retaguardia interna — refiero especialmente a Chalatenango y Morazán — no puede decirse que ha dependido únicamente del esfuerzo de las organizaciones que han estado al frente de esa tarea. El trabajo realizado por otras organizaciones que no han tenido presencia directa en esas zonas ha sido importantísimo para que ese esfuerzo fructifique. En una palabra, lo que quiero señalar es que las retaguardias con las que hoy cuenta el FMLN son el resultado del esfuerzo del conjunto del movimiento revolucionario salvadoreño, y ellas, a su vez, han permitido la consolidación de los frentes de combate cotidiano, más, si tú quieres, tácticos.

Hoy en día en el FMLN nadie discute que mantener activos los fusiles de todos es vital. Es un deber primario de todo revolucionario garantizar que esos fusiles no se callen; así como salvar la vida de un combatiente, independientemente de la organización a la que pertenezca. Nadie sería capaz, en este momento, de no darle el material médico indispensable al que lo necesite bajo el argumento de que lo tiene de reserva ante posibles emergencias. Si tiene los medios, se siente en el deber de proporcionar esa ayuda, aunque eso le signifique quedarse sin nada para el futuro.

Esta colaboración y solidaridad mutuas han ido creando las condiciones para construir infraestructuras conjuntas en las zonas de retaguardia: hospitales, talleres, escuelas de educación política o de capacitación técnico-militar, todas cosas muy difíciles de montar en los frentes de primera línea. No hay que olvidar, sin embargo, que en El Salvador la retaguardia estratégica es frente y retaguardia a la vez.

—¿Qué pasa con las organizaciones como el PRTC, que tengo entendido es una de las más pequeñas dentro del FMLN, ¿recibe un trato igual a las demás?

—Yo creo que el aporte no se puede medir por el tamaño de la organización. Nosotros tenemos un determinado peso, una responsabilidad concreta en el terreno de masas, en lo militar, en lo político, en el trabajo exterior; de tal modo que el conjunto no puede prescindir de nosotros, porque somos parte de él. Aunque nuestra fuerza sea menor que la de otras organizaciones, es suficientemente importante en cuanto a peso específico para que no se pueda prescindir de nosotros. Si nos aplastara el enemigo o nos marginaran, ello significaría una pérdida para el conjunto del FMLN. La revolución no ganaría nada y sí perdería mucho.

Pero eso tiene además otra contrapartida. La mejor forma de dejar de ser una opción de poder sería que nos resignáramos a que una parte de las organizaciones del FMLN perdiera su peso concreto en la lucha. La unidad necesita de todos y cada uno necesita la unidad. La tesis de los tres mosqueteros es un principio siempre válido: todos para uno y uno para todos.

—Se trata de una especie de unidad en la desigualdad...

—Mira, es vital para la unidad que el peso específico de cada organización no disminuya; por el contrario, lo deseable es que aumente. Eso todo el mundo lo ve así. Si el PRTC se desarrolla es mejor para el FMLN en su conjunto. Si el PRTC se estanca, todos tenemos el deber de hacer las críticas y contribuir a que se supere esa situación. El retroceso, el estancamiento de cualquiera, es algo que afecta al conjunto y hay que corregirlo.

—Pero ¿no genera contradicciones que pudieran atentar contra la unidad el hecho de que cada organización busque potenciarse al máximo?

—No. Lo grave sería que todo el mundo se esté potenciando y que una organización no lo haga. Hemos observado que se ha venido dando una especie de proceso de emulación organizativa muy positiva, tanto en el terreno financiero como en el propagandístico o en el de la influencia política de cada organización.

Si el interés concreto de una organización se topa con el interés concreto de otra, en esos casos se discute; pero como existe ese sólido concepto de que no podemos permitir que la confrontación de intereses nos separe, tenemos que entrar a darle taller para que se logre un entendimiento que busque favorecer los intereses del FMLN en su totalidad.

—¿Qué es lo que determina el peso específico de cada organización?

—Es el resultado de una mezcla entre el aporte objetivo que pueda dar, la cantidad de combatientes que tiene, la importancia de sus frentes en el conj unto, el papel que juega en el movimiento de masas, en el trabajo en el exterior, en el terreno ideológico y político, y en la propaganda y sus aportes en el terreno subjetivo, en la elaboración de la línea, de los planes de un frente, en la Comandancia General, etcétera.

—¿Por qué crees que logró fructificar el proceso unitario en El Salvador y no ocurre así en otros países de América Latina?

—Lo que sucedió en algunos países, muchas veces, es que se trató de unir organizaciones con un peso específico real, evidente, tangible, con organizaciones que son más bien nominales, de fachada, con un peso específico nulo; con un saldo tan pírrico que, a la larga, lejos de fortalecer la unidad, la debilitaron. Yo recuerdo que en Guatemala hubo un período en que la URNG incorporó al PGT, pero su peso era tan pobre que fue excluido y no pasó nada. Ahora, fuera de la unidad, este partido siguió haciendo un esfuerzo emulativo, como quien dice, para ganarse el derecho a participar en la URNG y se ha reincorporado. Lo que quiero subrayar es que el derecho a pertenecer a la vanguardia hay que ganarlo. Tampoco sirve de nada la creación artificial de una vanguardia unitaria entre organizaciones que no se han probado como organizaciones históricas. Esto siempre se constituye en experiencias frustrantes, que no sirven para nada. Mi sugerencia a este tipo de organizaciones es que se interesen más por convertirse en organizaciones históricas de sus respectivos procesos, que en tratar de formar unidades artificiales porque la unidad “está de moda”. Hay que criticar el oportunismo, el “efectismo” que lleva implícito este tipo de unidades por decreto y muchas veces artificiosas producto de las “buenas intenciones” de círculos de emigrados.

En nuestro partido se dio una gran discusión en el 79, y lo mismo sucedió al interior del FMLN. En el partido decíamos: no queremos que nos regalen el derecho a participar en el FMLN. Era como una cuestión, si quieres, de honor. Si te lo regalan, terminas inevitablemente sumándote a alguien. Y ese esquema, lejos de ayudar a la unidad, termina siempre por incentivar el hegemonisno de alguna de las fuerzas sobre las demás. Y si las otras fuerzas tienen peso específico real se termina rompiendo la unidad.

La unidad, por lo tanto, no significa identidad de pesos específicos, sino un determinado nivel de desarrollo de los pesos específicos de las organizaciones que forman parte de ella, y esto es lo que hace necesaria la presencia de cada organización dentro de la unidad. Esto genera una especie de equivalencia de pesos específicos, no por su cantidad equivalente, sino por una mezcla de calidad y cantidad que hace que su presencia equilibre al conjunto y su ausencia desequilibre estratégicamente la posibilidad de victoria.

Otro factor que coadyuva a la unidad es la madurez revolucionaria alcanzada, sin la cual es difícil avanzar en un proceso de este tipo.

Para terminar, agregaría otro elemento que nosotros sacamos de nuestra propia experiencia en los primeros intentos fallidos que hicimos por buscar la unidad. Me refiero a los intentos con Marcial en 1971, y con lo que sería después el ERP en 1972 y 1973. Antes de que la izquierda pueda unificarse, las diferentes tendencias deben definir claramente sus fronteras ideológicas, es decir, confrontar aquellos planteamientos en los cuales hay coincidencia y que, por tanto, ayudan a unificar, con aquéllos en que se disiente y que tienden a dividir. Muchas veces los intentos de unidad fracasan, porque esas fronteras no están bien definidas, no se tiene claridad de lo que realmente une y de lo que separa y, por eso, se es intolerante y no se admite la disensión en aspectos no sustantivos, que a la larga dinamizan los procesos internos de cada organización y del conjunto. Hay que forjar una unidad viva, una unidad dinámica. Lo peor que podemos pretender es una unidad contemplativa del líder, ciega, seguidista, aplastante. La revolución no puede pretender que el estado ideal es el de la mediocridad generalizada; necesita de seres pensantes y agrupaciones dinámicas capaces de hacer política, de una vivencia interna que no cohíba, que no convierta a los militantes en ciegos seguidores de “la línea”, sino en forjadores de línea y, por lo tanto, en firmes defensores y ejecutores de ella.

 

4.

EL HEGEMONISMO: LO MÁS NEFASTO PARA LA UNIDAD.

—Y respecto a lo que más perjudica el proceso de unidad, ¿cuál es la experiencia de ustedes?

—Una de las cosas más nefastas, sin duda alguna, es la pretensión de cualquiera organización a hegemonizar por terquedad sectaria sobre las otras. Y lo decimos con certeza, porque vivimos cuatro años de intensa y dura lucha ideológica por causa del hegemonismo, que si bien fueron superados, no nos hacen olvidar los dramáticos problemas que tuvimos que enfrentar.

De ahí que sostengamos que la mejor forma para que una organización pierda su razón histórica de ser, es luchar contra la unidad. El hegemonismo niega la especificidad, la complementariedad, el valor del esfuerzo conjunto; en suma, es en esencia la negación de la unidad. Hay que luchar consecuentemente por ganar la hegemonía ideológica mediante un esfuerzo de persuasión. El hegemonismo es la negación de esto. Es la pretensión de imponerse por la fuerza, y así, de hecho, se convierte al amigo, al aliado, en un enemigo, en un contrincante en alguien a quien hay que derrotar y aplastar. Si el hegemonismo es una necedad voluntarista en una organización, cuando esto se vuelve o se identifica con la característica temperamental de su dirigente más connotado, esto se vuelve una enfermedad endémica que sólo puede ser contrarrestada si el resto de las organizaciones han sido vacunadas contra esa enfermedad y defienden la unidad de la vanguardia. Este tipo de dirigentes padece una especie de SIDA político, toda influencia exterior los desequilibra y su muerte política es segura.

 

5.

CONDUCCIÓN COLECTIVA: EL ARTE DEL CONSENSO NO CONCILIADOR

—¿Cómo lograron ir conformando una dirección única?

—La práctica, la experiencia, nos llevó a adoptar el método de conducción colectiva, porque fuimos comprobando que era vital para el funcionamiento como vanguardia unitaria. Poco a poco nos hemos ido apropiando de él, desarrollándolo y perfeccionándolo a través de un proceso constante de discusión política.

En el FMLN no existe el concepto de secretario general o de coordinador. Desde finales del 81 se descartó ese esquema. Paulatinamente, todas esas formas de conducción colectiva de la Comandancia se han ido extendiendo a las comisiones políticas de los diferentes partidos y a los comités regionales. Lo mismo ha sucedido en el movimiento de masas. Por razones eminentemente prácticas y técnicas no ha sido posible aún implementarlas en las estructuras militares, donde el mando único es un principio rector. Sin embargo, se ha avanzado significativamente en colectivizar la discusión general de los planes.

—Has hablado de un método de conducción colectiva, ¿en qué se fundamenta?, ¿cuáles son los mecanismos a través de los que opera?

—Se fundamenta en lo que yo llamaría la búsqueda del consenso y esto tiene mucho de arte. A él se llega sólo a través de una discusión permanente, aunque basada en un principio rector: la voluntad de mantener la unidad tiene que ser más fuerte que cualquier otro factor que pueda dividir. Sólo cuando ese pensamiento cala en todas las organizaciones puede decirse que existe la base subjetiva indispensable para llegar al consenso, en su sentido no conciliador, lo que a su vez, supone una gran madurez de los cuadros.

¿Qué mecanismos usamos? Bueno, partimos del intercambio de experiencias, de la discusión ideológica bien conducida, dejando siempre el espacio necesario a las diferentes organizaciones para que prueben en la práctica aquellas proposiciones que no logran ser aceptadas por consenso. Aquello en lo cual hay consenso permite establecer una línea política que dé coherencia a nuestra práctica.

Sin embargo, para implementar estos mecanismos se requiere que los miembros que componen cada organización, y en particular los organismos de dirección, se manejen en forma flexible. Deben saber mantener, precisamente, una especie de equilibrio entre el consenso y la discusión franca y abierta. Sólo así pueden prevalecer las posiciones correctas.

Esa práctica ha permitido garantizar que, cuando a nivel de la Comandancia se toma un acuerdo por consenso, éste realmente sea ejecutado por todas las organizaciones que conforman el FMLN, incluso por aquéllas que en el curso del debate partieron expresando puntos de vista diferentes y no quede congelado como un mero acuerdo formal. Pero para que eso suceda, es necesario que previo a la toma de una decisión o de un acuerdo se haya llevado a cabo el más amplio debate democrático.

En el 1983, por ejemplo, cuando la situación era muy tensa, las cosas no eran así. Se llegaba a acuerdos formales que luego no se cumplían. Hoy se puede afirmar con certeza de que los acuerdos se adoptan realmente por consenso, porque todos los participantes en el debate han llegado a convencerse de que ésa es la línea correcta y si en algún momento, una organización plantea algún matiz, algo diferente, la decisión de la mayoría prima sobre la decisión de la minoría. Se ha llegado a un nivel de madurez tal que dicha organización no se aferra a sus posiciones, sino que es capaz de participar del acuerdo del colectivo.

De ahí que en la práctica, el FMLN tienda a aparecer con acuerdos de consenso aceptados por todos, a pesar de que puedan seguir existiendo diferencias entre ellos en aspectos particulares, tácticos, pero no en los aspectos esenciales, estratégicos. Cuando aparecen posibles apreciaciones estratégicas divergentes, la discusión se incrementa y se insiste en que el debate se traduzca en términos concretos, organizativos o de acción práctica, para poder debatirlos en forma más exacta, menos teórica. Esto da lugar a una dinámica interna o inter-vanguardia de nuevo tipo. Ese comportamiento de las organizaciones y de sus dirigentes máximos evidencia la madurez política lograda, así como la firme convicción de consolidar la unidad: el bien más preciado que tiene la vanguardia.

Toda esta práctica le ha dado a las organizaciones que conforman el FMLN una gran fuerza a la hora de la realización de la labor en el terreno práctico.

Creo que hemos recuperado aquel concepto leninista de que la lucha ideológica fortalece al conjunto. Se trata de una unidad en lucha, en prueba y debate constante. Actualmente, en cada organización del FMLN hay compañeros que muestran simpatías por determinados métodos y posiciones que se están poniendo en práctica, pero en esa misma organización hay otros que piensan cosas diferentes. Todo ello contribuye siempre a un rico debate ideológico. Lo que extraemos al final es el pensamiento o los métodos que sintetizan la experiencia de todos. El resultado es una síntesis que se concreta en un consenso, por lo tanto, no es la simple sumatoria de las posiciones iniciales, es una nueva posición; generalmente es una posición diferente a la original, más integral, que ha tomado en cuenta todos los intereses y todos los ángulos analíticos de un problema. Este método libera al FMLN de la tendencia a descansar en un líder individual y fortalece la tendencia a consolidar un líder colectivo, la Comandancia General, donde deben estar los más conspicuos representantes de esa búsqueda del consenso no conciliador, de la síntesis, de la superación dialéctica de las divergencias originales.

Yo agregaría otro requisito muy importante para que realmente se dé una conducción colectiva: es necesario ser franco a la hora de la discusión, no se debe ocultar opiniones y lanzar sólo las que se sabe que de antemano tendrán aceptación. Lo que quiero decir es que el proceso de lucha ideológica debe ser franco, fraternal, sin manipulaciones. Si no hay franqueza lo que se genera es un proceso de conspiración interna o de silencio por oportunismo político, ambos afectan contra la unidad real y sólo crean una ilusión de unidad.

—¿Qué se hace en caso de que no se logre llegar a un consenso?

—Desde hace bastante tiempo hemos venido implementando las reuniones bilaterales. Estas se han convertido en un mecanismo apropiado para ir buscando fórmulas de acercamiento para la presentación de iniciativas, de sugerencias, incluso de replanteamientos tácticos o estratégicos. De este modo, a través de este proceso de acercamiento gradual, se pueden ir sentando las bases para la adopción de un acuerdo de consenso.

—¿Estas reuniones bilaterales no corren el riesgo de terminar en conspiraciones de unas organizaciones contra otras?

 —Tal vez el término puede llamar a confusiones, pero el proceso de las bilaterales en el FMLN es totalmente ajeno a la conspiración. Tiene como propósito precisamente lo contrario, crear las condiciones para la adopción de acuerdos de consenso. Las bilaterales o las trilaterales constituyen el primer recurso para llegar a un acuerdo. Eso evita tener que debatir en las reuniones de conjunto problemas que pueden ser solventados previamente. Estas reuniones permiten elaborar fórmulas de solución a las desavenencias que al ser presentadas en la reunión de la Comandancia, suelen lograr un consenso inmediato. En las bilaterales, los compañeros pueden profundizar en los elementos que fundamentan cada planteamiento y estos nuevos antecedentes suelen permitir ver las cosas de otro modo y, muchas veces, quienes se oponían a un determinado proyecto o planteamiento terminan siendo sus principales defensores.

La búsqueda de acuerdos bilaterales constituye un excelente camino para superar las desavenencias que siempre surgen en materia de propaganda, de recaudación de fondos, en relación con el trabajo de masas, en el control territorial de algún frente, en fin, en todos los campos del quehacer político, militar, diplomático.

Si a pesar de las bilaterales no se logra encontrar una fórmula de solución, entonces, y sólo entonces, el asunto debe someterse a discusión del conjunto y tratamos de buscar una fórmula de solución basada en un equilibrio de intereses, concebido como un hecho temporal, que debe ser resuelto a partir de la experiencia práctica. Muchos asuntos profundamente controversiales han sido resueltos de esta manera, la práctica entonces adquiere su verdadero valor y es el criterio de verdad por excelencia.

—Tomando en cuenta el nivel de profundización de la guerra, ¿no se corre el peligro con este método de conducción colectiva de hacer más burocrática, más lenta, la dirección, dado que son cinco las organizaciones que conforman el FMLN?

—Considero que has tocado un punto clave, y te voy a contestar con franqueza. Nosotros mismos cometimos en un inicio el error de creer que dirección colectiva significaba que todo el mundo debía estar en todo, el “cinquismo” como lo hemos llamado peyorativamente.

Esa concepción errónea de pretender que en todas las instancias debían estar los representantes de las cinco organizaciones que conforman el FMLN nos llevó, en muchos momentos, a un entrabamiento burocrático. Corrimos el riesgo de que la participación se convirtiera en un mecanismo formal más y que a la hora de la ejecución, cada organización hiciera lo suyo por su lado.

Lo importante en una dirección colectiva es saber definir con suficiente madurez, qué tipo de actividades pueden ser asumidas por tal o cual organización. A modo de ejemplo, en Radio Venceremos y Radio Farabundo Martí, si bien la Comandancia tiene una conducción global, el trabajo concreto de dirección de estos medios lo realizan determinadas organizaciones. Demandar en esa área la participación de las cinco organizaciones no sólo sería innecesario, sino artificioso; terminaríamos introduciendo tal cantidad de elementos de infuncionalidad que pondríamos en riesgo la agilidad del trabajo y lo burocratizaría.

Ahora bien, cuando se trata de una área tan sensible como es el de la radio o de los medios de comunicación en general, yo diría que un aspecto muy importante a cuidar, para que se garantice la unidad, es que haya espacio para que se manifiesten todas las organizaciones de tal modo que ninguna se quede sin poder difundir sus aportes. En otras palabras, preservar la igualdad de oportunidades para todas.

En esta cuestión de la unidad no se puede absolutizar ni fijar reglas, porque existen diferentes tipos de instancias y de coyunturas que muchas veces requieren de la representación de los cinco, como en lo diplomático, por ejemplo, aunque, a decir verdad, actualmente se ha visto la necesidad de ampliar la Comisión Político-Diplomática. Pero no se está pensando que de 5 pase a 10, es decir, fijar un número arbitrario, sino más bien en integrar al cuadro más idóneo, independientemente de cual sea la organización de la que provenga sobre la base de las necesidades prácticas. Lo que interesa, en última instancia, es la ejecución apropiada del trabajo cuyos frutos nos sirven a todos.

No hay que perder nunca de vista que no existe, necesariamente, identidad de desarrollo en todas las organizaciones; algunas pueden tener cuadros más experimentados que otras en determinados campos. Si hay un reconocimiento maduro de esa realidad, se pueden evitar susceptibilidades que hacen mucho daño a la unidad. Lo importante es que cada organización haga el máximo aporte al conjunto con su experiencia práctica, con sus planteamientos ideológicos, con sus concepciones sobre el proceso, con su propia especificidad.

—Hay un punto que quedó pendiente. Decías que esta práctica de la dirección colectiva no se ha hecho aún extensiva a las estructuras militares, ¿a qué se debe esto? ¿Se necesita acaso condiciones especiales en este terreno?

—La experiencia nos dice que la dirección colectiva sólo puede funcionar, tanto en las estructuras: militares como diplomáticas, siempre y cuando se evite discutir sobre aquellos temas o aspectos considerados de máxima secretividad. Nosotros hemos constatado que perfectamente se puede manejar una idea general del plan, sin romper la compartimentación en sus aspectos políticos o técnico-operativos. Yo creo que la única condición es saber medir bien los riesgos que se corren en una dirección colectiva al hacer participar a compañeros que no son militares o diplomáticos, dependiendo de la estructura de que se trate.

—Una conducción colectiva ¿qué perfil de dirigentes requiere?

—Por sobre todo, que tengan autoridad moral. En el caso nuestro, la misma guerra ha constituido para los dirigentes a todos los niveles del FMLN una gran escuela. Porque si los compañeros de la Comandancia General no hubiesen podido demostrar su disposición a vivir en las más variadas condiciones de vida, desde estar viviendo bajo un plástico que se quita y se pone para dormir, comiendo lo mismo que come todo combatiente, sin privilegios de jefe entre comillas, no tendrían la autoridad moral, ni el nivel de reconocimiento y de credibilidad que la base del FMLN tiene en su dirección.

Eso posibilita o permite que se cree un estilo de conducta revolucionaria, donde determinadas formas de vida sean vistas como pasos circunstanciales, relativamente obligados, y nuestra gente no tienda a acomodarse. Te digo esto, porque estoy mil por ciento seguro que muchos cuadros del FMLN que han sido designados para el trabajo en el exterior, preferirían vivir en las condiciones de la guerrilla a estar haciendo ese trabajo; no porque no vean la importancia del mismo, sino por la posibilidad de estar al lado de su pueblo. En todo caso, considero que cualquier tipo de diferenciación debe ser clara y absolutamente justificada, y respaldada por actitudes que evidencian que no se está cayendo en comodismos o en conformismos. Y creo que en esto no hay una visión de simplismo igualitarista.

 

6.

LA REVOCACIÓN: UN DESAFÍO NO RESUELTO

—¿Este nuevo estilo de dirección se puede interpretar como un intento por aplicar en una forma renovada el principio leninista del centralismo democrático?

—Sí. Yo creo que a través de esa práctica nosotros hemos logrado recuperar el verdadero sentido del centralismo democrático, al mismo tiempo que se ha fortalecido el mando único. Considero, sin embargo, que uno de los grandes problemas que tiene el esquema leninista de partido es que tiende a volverse muy rígido, contrariamente a los conceptos de Lenin contenidos en El estado y la revolución. Estoy pensando concretamente en la cuestión de la revocación de mandato en todo momento. La revocación se queda como cosa hablada, pero pocas veces se pone en práctica, porque siempre surgen una serie de trabas para poder garantizarla. La revocación de un dirigente, o la supresión de un nivel formal en nuestro partido, y estoy seguro que en el resto de partidos del FMLN, ha sido difícil. Muchas veces, compañeros que han estado dando muestras de una serie de fallas, a la hora de la revocación se resisten a aceptarla refugiándose en diversos argumentos.

—¿En qué tipo de argumentos?

—Fundamentalmente se apoyan en sus aportes anteriores y es difícil hacerles caer en cuenta de que, precisamente por esos aportes, lo deficiente de su trabajo en un determinado momento, no se justifica. No es nada fácil hacer conciencia en los cuadros que los méritos pasados funcionan como agravantes y no como atenuantes de sus errores presentes.

—¿No serán más bien problemas de un esquema stalinista de partido bajo un manto leninista?

—Creo que sí. Precisamente lo que hay que recuperar es el verdadero sentido del pensamiento leninista, lo que no significa aceptarlo ciegamente, pues ha pasado mucho tiempo desde que Lenin dijo lo que dijo. Es necesario diferenciarlo tajantemente de lo que es el pensamiento stalinista o como se le llame. La verdad es que si Stalin inició la desviación partidocrática no fue su único ideólogo y muchos más han ayudado y llevado esa tesis hasta extremos estúpidos. Y digo que sí, pues es totalmente ajeno al pensamiento leninista evaluar a los cuadros por lo que hicieron en el pasado. El concepto leninista que respalda la tesis de la revocabilidad en todo momento se basa en la capacidad demo strada en el momento de la evaluación. Esto cura contra las tendencias gerontocráticas, induce a la renovación permanente de los cuadros y, aunque sea controversial decirlo, obliga al dirigente máximo a saber retirarse a tiempo para dar paso a nuevas generaciones. Esto nos cura de todo espíritu conservacionista.

Hay, sin duda, mecanismos partidistas que conducen a dificultar ese tipo de cambios necesarios, por ejemplo: el formalismo que puede llegar hasta un “legalismo” interno, generalmente conservador e inmovilista; las medidas de seguridad, que deben adoptarse para defender la vida de los dirigentes, que pueden dirigirlos al divorcio de las masas y a una indiferencia respecto de sus necesidades más sentidas; la autoestima y autoestimulación formal que puede ser llevada hasta el extremo del medallismo, que vuelve al cuadro más un caballero con armadura metálica que un verdadero cuadro dinamizador de la condición de vanguardia del partido. Pero todos esto riesgos los disminuye la existencia de diferentes tendencias institucionalizadas y consolidadas al interior de la vanguardia.

Pero no todo es negro. También hemos tenido experiencias muy interesantes y sugerentes. En nuestro partido, incluso compañeros que han sido del comité central han terminado como compañeros de base, a través de una sucesiva y gradual disminución de responsabilidades. Muchos de ellos eran, en buena medida, deficientes como hombres del comité central, pero, en cambio, han demostrado ser heroicos y ejemplares como militantes de base. Pero así como hay muchos que aceptan su reubicación, hay otros que aun a sabiendas de que la camisa les queda muy grande, se resisten a acatarla. Eso crea muchas veces dificultades, problemas y hasta crisis puntuales. El problema es grave cuando se confunde unidad con la tendencia a impedir esas crisis puntuales.

—De acuerdo a la experiencia de ustedes, ¿qué sería necesario hacer para que la revocación no se quede sólo en palabras?

—Bueno, en primer lugar, algo que quizás nosotros no hicimos porque no tuvimos oportunidad de hacerlo: una revisión, pero en el buen sentido de la palabra, no en el sentido de renegación, sino una revisión positiva, progresista, de avanzada, del esquema de funcionamiento de lo que se ha concebido clásicamente como partido. Respetar los principios centrales, la conducción colectiva, el centralismo democrático, pero buscar fórmulas que permitan superar las trabas burocráticas que imposibilitan la revocación. Es necesario estructurar un modelo ágil de funcionamiento partidario. Pero eso pasa por educar a los compañeros para la discusión y establecer estatutariamente formas de consulta.

—¿Has pensado en alguna fórmula concreta que resuelva este problema, que no sólo es un problema para las organizaciones revolucionarias que luchan por el poder, sino que también lo es, y en un grado aun mayor, para los partidos ya en el poder?

—Sólo hay una fórmula: la real democracia interna, sin ponerle tapujos, sin anularla por “razones de seguridad”. Creo firmemente en el principio de que la lucha interna da fuerza y vitalidad a todo partido. Cuando ésta desaparece es señal de que algo anda mal, de que el partido se está esclerosando, de que todos empezaron a argumentar en el sentido de que se vive en el mejor de los mundos y, por tanto, se pierde de vista el hecho de que la revolución es, sobre todo y ante todo, un proceso ininterrumpido de crítica y de corrección y de la puesta en práctica de nuevas ideas, por audaces que éstas aparezcan a todo espíritu conservador.

 

7.

ERRADICAR EL VERTICALISMO: AUTONOMÍA DE LAS DIRECCIONES INTERMEDIAS

—Quisiera que ahora abordáramos un tema de gran trascendencia para el movimiento revolucionario latinoamericano. ¿Podrías decirme cómo resuelve el FMLN la necesidad de conducir al movimiento revolucionario y, al mismo tiempo, la necesidad de respetar la autonomía del movimiento de masas, es decir, cómo evitar caer en el error de pretender suplantar a las masas?

—Yo pienso que hay un mal entendido cuando se utilizan ciertos términos como el de autonomía, porque existen diferentes acepciones de la palabra. ¿De qué se trata, acaso de una autonomía absoluta? Yo te respondería que no, porque eso sería negar el papel de la vanguardia. Creo que es más conveniente adoptar el término de autonomía táctica. Ese es el término que nosotros hemos manejado en el terreno militar. Es decir autonomía, pero basada en la demanda que los organismos máximos de dirección hacen a los organismos intermedios para que elaboren líneas que garanticen la apropiada conducción en aquellas áreas de trabajo que están bajo su responsabilidad. En otras palabras, que sean dirigentes activos, dinámicos, generadores de política y no sólo ejecutores de línea. Uno de los problemas más graves de que adolecen las organizaciones marxistas, lamentablemente, es la tendencia a que la dirección lo determine todo, y como los organismos intermedios no están habituados a tomar decisiones, cuando deben empezar a hacerlo vacilan, fallan, se desvían del curso revolucionario o caen en radicalismos voluntaristas.

Hace tiempo que estamos luchando por vencer esta tendencia que nosotros hemos llamado “estar esperando el DHL”[7], es decir, a la espera del mensaje que contiene las indicaciones para actuar proveniente de algún organismo dirigente superior. Esta tendencia lleva a creer que los únicos productores y seres pensantes son los dirigentes de mayor nivel, de tal modo que en los niveles intermedios se va dando una especie de inhibición de la capacidad política. Muchas veces este estilo es aceptado por los dirigentes, ya que mientras más mediocre es un subordinado, menos problemas presenta. Ese fenómeno debe ser superado no sólo en el trabajo de masas, sino también en la conducción militar. La mediocridad es esencialmente contrarrevolucionaria.

No se trata de reivindicar el espontaneísmo, el voluntarismo; se trata de que sean capaces de desplegar iniciativas para montarse en las coyunturas y no dejar que éstas pasen por estar esperando la línea.

Esto es muy importante que se comprenda, porque hay diferentes planos en la conducción. No se puede pensar que a nivel de la Comandancia se puedan conocer todos los pormenores del quehacer táctico de tal o cual frente; eso sí puede lograrlo el hombre que está a la cabeza de ese frente. Muchas veces, cuando la conducción estratégica confunde su papel, empieza a ser ella la que conduce tácticamente a través de un intermediario llamado cuadro dirigente de nivel intermedio y por eso falla.

Si no logramos forjar un tipo de cuadro intermedio que en forma colectiva haga análisis político, que estudie todas las circunstancias, que haga un esfuerzo por sacar las conclusiones que deriven de cada nueva situación y que sea capaz de generar línea, la conducción estratégica no podrá fructificar plenamente.

No hay que olvidar que son las direcciones regionales las que le proporcionan al mando central la información sobre el estado de ánimo de las masas, de la correlación de fuerzas, los problemas concretos y la forma en que buscan resolverlos, en otras palabras, los insumos para la elaboración de la línea general. Para operar de este modo a nivel de la guerra fue necesario que las comisiones políticas estuvieran dispersas.

—Esto supone un intercambio permanente entre conducción central e intermedia, pero no siempre se puede garantizar, ¿no crees?

—Te voy a decir que en el caso concreto de nuestro partido, por ejemplo, muchas veces hemos hecho consultas bastante largas ante alguna problemática, e incluso respecto a determinados documentos, usando la vía radial para evitar la reunión. Por eso hemos venido insistiendo no sólo en la necesidad, sino en la posibilidad de usar este mecanismo de consulta, no únicamente para discutir la línea ya elaborada, sino, fundamentalmente, para apoyar todo ese trabajo previo de argumentación con el objetivo de asegurar que esa línea se implemente con un mayor nivel de conciencia.

Te digo esto, porque hoy en día, tanto nuestras estructuras como las del FMLN en su conjunto, tienen un nivel de cuadros con tal madurez, que ya no es posible la obediencia mecánica. La gente demanda y exige explicación, reclama que se diga por qué se decidió tal cosa y no otra. Cuando un partido se acostumbra a funcionar sobre la base del DHL, las organizaciones intermedias a la hora de construir línea no lo hacen, porque están esperando que les bajen la línea.

En vistas a superar esta situación, actualmente se está haciendo un experimento muy importante en todos los partidos que conforman el FMLN para tratar de poner en práctica un mecanismo de consulta permanente sobre determinados temas. Este se dirige a los comités regionales a través de pautas y cuestionarios.

—Pero dime, al mandar las preguntas ya hechas un poco que induces a la gente a responder sobre los pro blemas que a ti como dirigente te están interesando, ¿y si son otros los problem as que preocupan a las masas? Yo recuerdo, a propósito de esto, el sistema de encuestas que hacía Mao. No sé si tú sabes que cuando el dirigente chino llegaba a cada lugar, aconsejaba reunir a los distintos sectores comerciantes, obreros, campesinos, personalidades de la comunidad, etc. y discutía allí con todos juntos. Ese método te permite conocer con mayor objetividad la realidad y te vas formando tu propia opinión... ¿No crees que hace falta una metodología por el estilo?

—Sí, esto sería importante. Aunque yo me estaba refiriendo más bien a consultas internas dentro de las estructuras del partido. Pero, sin duda que es necesario contar con una metodología más desarrollada, más idónea, para tener una idea más acabada de cuál es el estado de ánimo de las masas.

—A tu juicio, ¿cuál es el verdadero papel que debe jugar la autonomía en el desarrollo de una organización revolucionaria?

—La autonomía es el principal renglón de formación de cuadros, tiene que ser la principal garantía para la alimentación recíproca, para que en todas las instancias podamos medir el pulso del estado de ánimo de las masas, así como el de otros factores de suma importancia.

En el caso del FMLN es vital por una razón muy simple, la guerra se ha prolongado y si no forjamos ese cuadro capaz de dinamizar el papel conductor de la vanguardia, la guerra se nos prolonga mucho más y nos volvemos como una especie de institución armada permanente, no por las condiciones objetivas, sino por el enclaustramiento institucional de la vanguardia.

Sin embargo, hay que decir que para que exista autonomía, se requiere tener confianza en los cuadros de los diferentes niveles, sin esa confianza, sin admitir la posibilidad de que se equivoquen, no se dará jamás eso que llamamos autonomía. Además, la vanguardia debe saber mantener ese esfuerzo de complementariedad, entender que los tiempos no son necesariamente coincidentes en el terreno militar, de masas o diplomático. Su esfuerzo debe tender, sin embargo, a caminar hacia la coincidencia, porque ésta es vital para conseguir el máximo resultado posible. En suma, debe saber administrar la relativa autonomía de los tiempos en cada uno de estos terrenos, junto con la búsqueda de la mayor posibilidad de confluencia, para que estos aspectos complementarios se unifiquen en el espacio y en el tiempo.

—¿En definitiva como definirías la autonomía?

—Autonomía es equivalente a iniciativa, al despliegue del potencial que cada cuadro o estructura intermedia tiene bajo su responsabilidad. Esto abona en beneficio de la conducción única y no de la dispersión, como algunos pueden pensar. Es necesario asegurar, al mismo tiempo, la conducción y el despliegue de iniciativas. Se trata de llevar todo el esfuerzo de la vanguardia y de las masas por un solo sendero. Conducción significa comunicación, intercambio, y para lograrlo se tiene que trabajar con una línea de apertura, de autonomía en cada área o nivel. Además, es indispensable que los organismos centrales de dirección se ubiquen donde está el sector más dinámico, de lo contrario, se corre el riesgo de que ese sector vaya creando sus propios mecanismos de conducción, una especie de sistema paralelo de comunicación, que lejos de fortalecer al partido lo confunde y lo debilita, pues introduce el democratismo —en su sentido dispersionista — y anula la conducción centralizada, en el sentido de corazón de todo el sistema circulatorio interpartidario.

Durante los años 1970, la conducción estuvo básicamente en las grandes ciudades, y cuando el escenario principal de la guerra se trasladó al campo, se concentró en el factor más dinámico: la lucha militar. Esta flexibilidad y movilidad geográfica bien entendida es un elemento clave para asegurar la conducción.

Sin duda, en la condición actual de la guerra, esa situación se vuelve muy compleja. En primer lugar, porque mantener adecuadamente informados y reunidos a ese número de cuadros de alto nivel y de probada capacidad exige adoptar estrictas medidas de seguridad. Por otra parte, estos cuadros políticos que están a la cabeza de la lucha de masas deben realizar un ejercicio político permanente, porque en política el que se queda parado, muere.

Por eso, decía, necesitamos forjar cuadros integrales, autónomos, capaces de funcionar aun cuando fallen los mecanismos de comunicación o cuando sea difícil asegurar la realización de amplias reuniones.

—Hasta aquí tú te has referido a la autonomía en relación con las estructuras partidarias, quisiera ahora que examináramos la cuestión de la autonomía del movimiento de masas. Al respecto, traigo a colación lo que expresaba Nelson Berrío, dirigente del movimiento revolucionario de masas A Luchar de Colombia: “la vanguardia debe conducir, pero no suplantar a las masas ”, enfatizando que hay que ganar la conducción y no imponerla...

—Estoy de acuerdo con esa concepción, pero para que eso sea posible se requiere que el partido haya logrado, por una parte, forjar ese tipo de cuadros y de colectivos, capaces de asumir plenamente la autonomía táctica y, por otra, que exista una clara, bien definida y adecuadamente consensada estrategia conjunta de la vanguardia unificada a la cual ellos respondan.

 

8.

TOMAR EL PULSO AL ESTADO DE ÁNIMO DE LAS MASAS

—¿Que ocurrió, en la nueva coyuntura política abierta por la propuesta electoral del FMLN de enero del 89? ¿Por qué las masas no la adoptaron como su bandera?

—En enero, el error no lo cometieron las masas, sino la conducción, y creo que debemos asumirlo autocríticamente. Yo diría que faltó un puente entre vanguardia y masas. Hubo un vacío. A pesar de la cercanía, estábamos separados por una brecha. La vanguardia no cumplió con su papel que era vanguardizar, es decir, lograr que las masas entendieran a cabalidad la línea. No supimos transmitirle lo que esperábamos de ellas. Ahí está el error; porque nunca una vanguardia puede olvidar su papel, y eso no significa negar la iniciativa de las masas. Lo que la vanguardia no puede hacer es conformarse con decir: “las masas no entendieron”, porque su deber fundamental es asegurar que entiendan. ¡En eso fallamos!

—¿No será más bien que la vanguardia no supo ver lo que las masas en verdad querían y podían hacer?

—Yo diría que no fuimos capaces de medir bien el pulso, el estado de ánimo de las masas. En eso nos equivocamos. Porque, en verdad, la propuesta era magnífica e indudablemente creó expectativas a nivel de masas, e incluso en los partidos tradicionales y electoreros.

El error estuvo en la forma en que nosotros concebimos la victoria. La insurrección no la pensamos como una iniciativa histórica de las masas que confluye con la lucha del ejército guerrillero, sino más bien como quien engancha un nuevo furgón a la locomotora de la guerrilla.

Lo ocurrido durante esa coyuntura nos deja una enseñanza que hay que asimilar para no volver a cometer errores y ésta es que el esfuerzo de las masas y el de la guerrilla tienen que ser simultáneos. Si nosotros hubiésemos preparado a las masas para que sobre la base de esa propuesta levantaran un amplio movimiento usando la bandera de la paz, abogando por una solución política y hubiésemos acompañado este movimiento con el accionar militar de la guerrilla, que no puede detenerse porque el enemigo tampoco se detiene, entonces sí habríamos podido capitalizar mejor aquella propuesta.

—¿Cómo garantizar que esta lección se aprenda, que no se vuelva a cometer este mismo error?

—La única garantía de no cometer estos errores es asegurar que la vanguardia sea capaz de evaluar la situación no en función de su estado de ánimo, sino a partir de tomarle el pulso al estado de ánimo de las masas, al del enemigo, a la situación internacional. Sólo una vez hecha esa evaluación, se debería pasar a idear la fórmula política, militar y operativa, que asegure poder diseñar las líneas de acción que le permitan capitalizar toda esa situación.

Todo lo anterior se debe hacer sin perder de vista jamás que el sujeto social con el que trabajamos son las masas; porque la revolución no se hace a partir de la intriga, de la maniobra política o de las iniciativas en el plano diplomático. En eso se prueba el arte, la capacidad de la vanguardia para analizar todos esos factores. Y como se trata de un proceso dinámico, esa labor tiene que ser cotidiana, permanente.

En otras palabras, se trata de medirle el pulso cotidianamente a la situación. Pero cuando el proceso avanza en términos insurreccionales, los tiempos políticos adquieren también una nueva dinámica. La situación en el año 85 permitía, por ejemplo, que la Comandancia General del FMLN se mantuviera separada; hoy, en cambio, vivimos una etapa tal del proceso que los tiempos se acortan y, por lo tanto, los mecanismos de comunicación, el funcionamiento permanente de la Comandancia, se vuelven vitales.

—¿Cómo impedir el subjetivismo que suele aquejar a las direcciones revolucionarias? Alguien dijo que para conducir se necesita una gran pasión, una gran dedicación, una gran voluntad; pero todo eso juega un poco en contra del realismo. Encontrar el método para ser apasionadamente objetivos no es fácil...

—Sí. En verdad, a finales del 88, y no tengo problema en reconocerlo, el apasionamiento subjetivista impregnó un tanto a la Comandancia General, e impidió en muchos aspectos estructurar una línea más adecuada. Tuvo sus propias virtudes, porque tensó ánimos, movió conciencias, sacudió estados de ánimos que estaban un poco aletargados, obligó a todo el mundo a ponerse un poco eléctrico. Pero después también vino el choque con la realidad concreta.

Ese puede ser también un método, que nos electricemos y luego, al topar con la realidad concreta hagamos un reajuste. Pero no es el método que a mí me parece más correcto. A pesar de que al final todos, conjuntamente, estábamos vibrando al mismo ritmo. En marzo del 89, al cabo de dos o tres meses, la información que nos estaba cayendo era diferente. Y esto fue así porque nos demoramos demasiado tiempo en descubrir cuál era la situación real que existía en el país. Si hubiésemos tenido la información desde un inicio, eso nos habría permitido reducir un poco la electricidad y hacer una valoración más objetiva de la coyuntura real.

—Hay quienes sostienen que ustedes fueron informados, pero que no supieron escuchar, ¿es así?

—Es interesante esa afirmación, hay que tomarla en cuenta. No niego que pueda haber algo de eso, no creo que la sordera fuera total, pero el apasionamiento a veces tensa ciertos sentidos e inhibe otros. Creo que hay que reflexionar sobre eso y tomar medidas para que la pasión revolucionaria no nos haga flotar y perdamos el contacto con la realidad. Hay necesidad de más intercambio entre cuadros superiores y cuadros intermedios. Esos contactos deben ser más frecuentes para que se rompa con todo resquicio de “apantallamiento” de los cuadros intermedios sobre los superiores. Ese “apantallamiento” hace mucho daño, crea mudos y sordos y, lo peor, los mudos creen que hablaron y los sordos que escucharon. Eso es trágico. Hay que cuidarse de caer en tal situación.

 

9.

UNA ESTRATEGIA DE LIBERACIÓN MÁS ALLÁ DE LAS FRONTERAS

—Hemos estado hablando de la vanguardia, de la conducción política en El Salvador... ¿pero tú crees que se puede conducir un proceso revolucionario en cualquier país de Centroamérica sin tener en cuenta la situación global del área? Te pregunto esto porque sé que tanto ustedes como las FPL nacieron con planteamientos centroamericanistas, a pesar de que hoy los veo más centrados en su realidad nacional, ¿qué ha quedado de todo ello?

—En lo que respecta a nuestro partido, quiero decirte que hemos sido firmes en señalar que ninguna organización revolucionaria puede prescindir del hecho de que el imperialismo norteamericano tiene una visión contrainsurgente de carácter regional, centroamericana. El reconocimiento de ese hecho, indudablemente, obliga a todos los revolucionarios del área a buscar también una fórmula de carácter regional para enfrentarlo, aunque ella tenga sus propias características y los procesos revolucionarios no sean simultáneos, sino escalonados y desiguales en su desarrollo.

No se puede perder de vista nunca que el desarrollo y avance del movimiento revolucionario en cada uno de nuestros países pone en juego la correlación de fuerzas entre revolución y contrarrevolución en el plano regional. Hoy en día, por ejemplo, un triunfo: revolucionario en El Salvador rompería con una determinada correlación de fuerzas que los norteamericanos consideran determinante para poder revertir a largo plazo la revolución en Nicaragua. Desde la perspectiva revolucionaria es posible, entonces, decir que los revolucionarios salvadoreños han jugado un papel de primera línea en la defensa de la revolución sandinista, impidiendo al gobierno de los Estados Unidos orquestar su política contrarrevolucionaria.

Bastaría con preguntarse ¿qué pasaría si en El Salvador no existiera el FMLN, ni el nivel de lucha revolucionaria alcanzado? Simplemente tendrían en El Salvador un ejército con un determinado nivel de desarrollo capaz de lanzarlo contra la revolución popular sandinista, ya sea de manera directa o indirecta, como ha sido con el ejército hondureño, al que no han lanzado por la sencilla razón de que ese ejército respalda y asegura la retaguardia de los contras.

Lo que estamos planteando es que existe una interrelación entre los procesos revolucionarios a nivel regional centroamericano.

Pensamos que el propio proceso de liberación de los pueblos irá alcanzando una unidad regional, reviviendo con nuevo contenido el frustrado proyecto histórico de unidad centroamericana de Morazán. Por eso nuestro lema ha sido “Por Centroamérica y la liberación”.

—Si la orden del día en la región es la unidad política y ella es el verdadero escenario de la confrontación con el imperialismo, ¿qué sentido tendría entonces hablar de liberación nacional?, ¿cuál es la connotación exacta que le dan a este término?

—Para nosotros, el concepto de liberación nacional trasciende el límite de nuestras pequeñas repúblicas. Se trata de liberar el potencial de nacionalidad centroamericana que pueda existir en la región. A nuestro modo de ver, la construcción de una nueva sociedad, de un nuevo orden económico-social, así como la propia construcción del socialismo después de un largo proceso de transición, demandará y obligará necesariamente, a plantearse la cuestión de la integración regional.

En el mundo actual esto parece cada vez como más perentorio. El campo socialista hoy no puede estructurar su política de solidaridad con los pueblos sobre la base de subsidiar los procesos revolucionarios. Estos tienen que buscar una fórmula de subsistencia y desarrollo basada en sus propias fuerzas, llegar al socialismo arrancando de las propias necesidades y posibilidades y de las raíces mismas de Centroamérica sobre las bases de la unidad de la región.

El proceso liberador centroamericano no supone que la supresión de los regímenes políticos reaccionarios se dé en todos los países de manera simultánea, en un mismo momento histórico coincidente. Por el contrario, puede ocurrir que la revolución triunfe en un país o en dos, pero estos triunfos alterarán con toda seguridad la situación del resto de los países del área.

—¿Cómo fue que llegaron a ese planteamiento? Porque realmente no es muy común encontrar en las organizaciones revolucionarias, por lo menos en las de América Latina, definiciones de esta naturaleza en sus proyectos estratégicos. ¿Cuál es el fundamento de esta concepción centroamericanista de la lucha de liberación que ustedes levantan?

—Nuestras ideas y concepciones arrancan, fundamentalmente, del análisis concreto de nuestra propia realidad, de un esfuerzo ininterrumpido por aplicar la teoría marxista-leninista a esa realidad, así como del rescate de la experiencia del movimiento revolucionario mundial y, en especial, de nuestras propias raíces históricas.

Llegamos a esta concepción centroamericanista de la lucha de liberación a partir del análisis de la realidad geopolítica de la región. No podía ser de otro modo, porque toda la historia de Centroamérica —sobre todo en lo que va de este siglo — ha estado marcada, a diferencia de otras regiones del continente, por este destino trágico que le ha impuesto el imperialismo debido a su posición estratégica en cuanto vía de tránsito intra e intercontinental, representado en el famoso canal de Panamá y el soñado y disputado canal interoceánico de Nicaragua.

Esta región, concebida por todos sus políticos e ideólogos como vital para garantizar el control de lo que ellos han dado en llamar el “mare nostrum”, que no sólo comprende al Mar Caribe, sino también una importante área del Océano Pacífico, la denominada “frontera sur”, donde hoy la Nicaragua sandinista aparece como su principal “riesgo”, como lo ha sido Cuba socialista para su dominio sin obstáculos de la “frontera suroccidental”. De ahí sus intentos reiterados de impedir la unidad de la región, porque sólo una Centroamérica dividida le permite mantener su hegemonía en el área.

Fue este examen de la realidad, de la especificidad de la región, lo que llevó a nuestro partido desde su Primer Congreso[8], a sostener que todo proceso revolucionario en Centroamérica se enfrentaría inevitablemente de manera directa con el imperialismo y que ese enfrentamiento, dada la realidad geopolítica de la región, asumiría necesariamente un carácter regional.

Esa primera constatación nos llevó a una segunda conclusión: ninguna organización revolucionaria puede prescindir del hecho de que el imperialismo norteamericano tiene una visión contrainsurgente regional, centroamericana para ser más precisos, cuya manifestación más clara había sido la propia creación del CONDECA[9] en 1964, con carácter de estado mayor.

Entonces nos dijimos: si el enemigo es común y tiene una estrategia para mantener a cualquier precio el control de esta área del continente, nuestros países sólo se podrán liberar mediante la acción de las fuerzas revolucionarias sobre la base de una estrategia regional de liberación.

—¿Este planteamiento formó parte de ese intenso debate ideológico del que me has hablado que sostuvo la izquierda salvadoreña en los años 70?

—Yo diría más bien que surge producto de ese debate en torno a la problemática de cómo desarrollar la lucha armada en que nos involucramos todas las organizaciones salvadoreñas a lo largo e inicios de los 70. Nuestro dilema en aquel entonces era por dónde comenzar, ¿por la guerrilla rural, por la guerrilla urbana? Poco nos ayudaba tomar como referencia a los grupos u organizaciones que habían emprendido la tarea de organizar partidos de nuevo tipo político-militares, puesto que, prácticamente, la mayoría de ellos habían optado por desarrollar la lucha armada urbana, sin haber discutido previamente estos problemas.

A pesar de esa especie de consenso generalizado que parecía existir, nosotros llevamos a ese debate una serie de nuevas interrogantes: ¿será factible desarrollar una estrategia de poder basada exclusivamente en un movimiento de masas que recibe un apoyo, un acompañamiento de una guerrilla urbana? ¿Será suficiente? ¿Existen en El Salvador las condiciones para desarrollar la lucha armada en el campo? Si en El Salvador no existen esas condiciones clásicas, pero en cambio las hay en otros países de Centroamérica, entonces ¿por qué no concebir lucha revolucionaria como un solo proceso? ¿No descansará en esas condiciones, en esas raíces históricas de la región, precisamente, la viabilidad de un proceso revolucionario centroamericano?

Toda esa reflexión y discusión nos hizo ver que por lo menos en el caso de El Salvador, la victoria, la toma del poder, sería el resultado de la violenta y justa lucha organizada de todo el pueblo, en el campo y la ciudad, contra sus opresores.

Sin embargo, persistía un problema: ¿cómo desarrollar la guerrilla rural en país como El Salvador? Porque a pesar de su irregularidad topográfica, de ser un país montañoso, no contaba con territorios inexpugnables debido a la alta densidad poblacional y a las múltiples vías de vías de comunicación que cruzan todo el país. Todo estos factores, a nuestro modo de ver, jugaban más bien en contra de la guerrilla y a favor del ejército, en la medida en que le facilitaban el control del grueso de la población concentrada en las zonas suburbanas.

Yo diría que fue justamente esa apreciación la que nos llevó a una nueva conclusión: si bien las condiciones en El Salvador no eran favorables para una guerrilla rural, en el sentido clásico de lo que conocíamos en los años 70, Centroamérica sí tenía esas posibilidades. Sólo desde esa perspectiva veíamos viable la lucha armada como vía para la toma del poder.

Desde ese marco formulamos la tesis que la lucha de liberación en cada país de Centroamérica estaba íntimamente condicionada y relacionada con la lucha en el resto de los países del área. Teóricamente estaba vinculada con la lucha revolucionaria de toda América Latina, pero esa verdad adquiría en nuestro caso, insoslayablemente, una realidad regional.

De ahí nuestra insistencia en la unidad de las fuerzas revolucionarias y en la necesidad de elaborar una estrategia de carácter regional.

—Si esta realidad geopolítica de la región, válida también para el resto del continente, es tan evidente, ¿cómo explicarse este retraso de la izquierda para reivindicar este proyecto, que el Che definió con tanta fuerza como el carácter continental de la lucha de liberación?

—Yo lo atribuyo al gran desconocimiento que la mayoría de la izquierda tiene sobre la historia: latinoamericana, y a esa falta de análisis concreto de las realidades concretas. Por eso considero que es vital rescatar uno de los hitos más importantes del pensamiento revolucionario, como son las grandes gestas de un Bolívar, de un San Martín, de un Morazán, el latinoamericanismo de Martí, hasta llegar al Che.

En un intento por hacer realidad tangible ese pensamiento del Che, nosotros hemos sido insistentes en reivindicar el principio de la solidaridad en la lucha, ya que sin ella no hay nada. Principio que fue tan bien sintetizado en esa histórica consigna que lanzara Marx: “Proletarios de los países del mundo, uníos”. En América Latina ese internacionalismo tiene que alcanzar otros niveles y formas muy específicas de concreción. Un nivel posible sería el latinoamericanismo. En nuestro caso hablamos del centroamericanismo revolucionario, ya que sin solidaridad no hay victoria. La unidad, en el fondo, es la forma más desarrollada de la solidaridad.

 

10.

RESCATAR EL SUEÑO DE MORAZÁN: LA UNIDAD CENTROAMERICANA

—Has hablado de Morazán como una fuente de inspiración de esta concepción centroamericanista; pensando en un lector que no conoce la historia de Centroamérica, ¿podrías explicarnos brevemente por qué rescatan a Morazán?, ¿qué es lo que recuperan de él para el proyecto revolucionario?

—De Morazán recuperamos su proyecto estratégico, esto es, la concepción, el sueño de la unidad centroamericana, de la construcción de la Federación Centroamericana, así como sus enseñanzas tácticas que derivan de sus experiencias de combate. Nos parecía, y nos sigue pareciendo, que la gran gesta libertaria de Morazán, incluido todo el aspecto guerrero, constituye un antecedente válido y de primer orden para la guerra revolucionaria que nos proponíamos llevar adelante.

Pero no sólo rescatamos a Morazán, también rescatamos el pensamiento de Juan Pablo Wainwright[10], de Sandino, y la militancia centroamericanista de Farabundo Martí. Por sobre todo, reivindicamos la conciencia, el espíritu combativo y la beligerancia mostrada por obreros y artesanos, protagonistas principales de las violentas jornadas de lucha de inicios de siglo.

—La consigna de “A combatir hasta vencer por Centroamérica, la liberación, y el socialismo” que ustedes plantearon en 1975 ¿se mantiene vigente?, ¿se identifica con ella el pueblo salvadoreño?

—Esa consigna nunca se ha difundido ampliamente, tampoco es una consigna del FMLN; pero estoy seguro que si la lanzáramos tendría mucho eco. Pero lo que importa, a fin de cuentas no es la consigna, sino el hecho de que nosotros estamos convencidos de que luchamos, sobre todo y ante todo, por la revolución centroamericana. Sabemos que nuestra lucha garantiza una correlación de fuerzas en favor del campo revolucionario en la región, que la lucha en El Salvador posibilita la existencia y consolidación de la propia revolución sandinista, al mismo tiempo que le permite a los revolucionarios guatemaltecos tener una mayor perspectiva de avance.

Nuestra lucha está indisolublemente vinculada, y de una manera directa, al avance de la lucha en cada uno de los países de la región. Con ese espíritu y con esa práctica se nutren nuestros cuadros en el concepto de que somos combatientes centroamericanistas.

Este era nuestro propósito inicial al crear el PRTC. Pensábamos que lo centroamericano estaba como latente y que había que despertarlo. Por eso nos planteamos como la avanzada de las ideas centroamericanistas revolucionarias. Pero ese esfuerzo de recuperación tenía que ser acompañado por el esfuerzo del resto de la izquierda, de ahí que en el congreso constituyente se hablase de favorecer la conformación de frentes de izquierda revolucionarios en cada uno de los países.

Llegamos incluso a presentar las bases para la elaboración de lo que sería un programa regional centroamericano, en el que se planteaba que el objetivo estratégico de las revoluciones en Centroamérica debería ser la restauración del frustrado estado nacional centroamericano o estado federal. Esto sería objeto de otro debate y de otra discusión fundada en la realidad concreta del avance de la correlación de fuerzas regionales.

—Sin embargo, leyendo unos documentos de ustedes me sorprendió ver la siguiente afirmación: “los lineamientos de carácter estratégico aprobados en el Primer Congreso orientaron una práctica incorrecta durante los primeros años de vida de la organización ”. ¿Cuáles fueron esos lineamientos erróneos? ¿Fueron superados?

—Efectivamente. Se han hecho planteamientos y replanteamientos a nuestra concepción estratégica. Una de esas tesis erróneas fue la de la simultaneidad, que nos llevó a errores mayores en el terreno político y táctico. Sin embargo, la realidad se encargó de demostrarnos que nuestra concepción centroamericanista originaria de la lucha de liberación no correspondía a la realidad objetiva. Los países tenían, a pesar de todo, diferente grado de desarrollo, económico, político, social. El error había estado en lo que precisamente decíamos reivindicar: el análisis concreto de la situación concreta.

Este lineamiento limitó y estancó el desarrollo del partido en Guatemala y El Salvador, puesto que nos obligaba a someternos al acuerdo de iniciar la lucha armada, sólo en el momento en que el PRTC contara como organización regional con la capacidad de mantener operaciones militares en el resto de los países.

Pero, además de este acuerdo que de hecho congeló la lucha armada, se sumó el de mantener en secreto la existencia del PRTC, que hizo del partido un perfecto desconocido por casi tres años, 1976-1978.

Fue necesario esperar la realización del Segundo Congreso[11], para que estos dos acuerdos fueran abolidos. Nosotros, como PRTC de El Salvador, lanzamos dos replanteamientos: al de la simultaneidad opusimos la tesis del desarrollo equivalente. El otro fue sobre la concepción orgánica del partido regional, en el que reivindicamos la autonomía por país. Ya que nos era indispensable para poder entrar al FMLN y, por tanto, para garantizar que nuestro partido no se viera impedido de ocupar su lugar en la vanguardia unificada por un aspecto de orden formal y muy cargado de voluntariedad y subjetivismo.

—¿Eso quiere decir que hoy reniegan de esta idea de construir una vanguardia regional?

—Si te refieres a construir una vanguardia regional por encima de cualquier otro tipo de vanguardia que pudiera existir en cada uno de nuestros países, te digo enfáticamente que nunca ha sido ése nuestro propósito. Por el contrario, siempre hemos sostenido que el primer paso es la conformación de un frente político revolucionario por país y de ahí establecer los mecanismos que permitan llegar a una unificación cada vez mayor del movimiento revolucionario en su conjunto para hacer frente al imperialismo.

Pienso que ahora valdría la pena que se hiciera un esfuerzo, a luz de las experiencias generales que se han dado en esta última década en la región, para replantear y reelaborar el contenido del centroamericanismo revolucionario. Creemos firmemente que en cada país la perspectiva de victoria está en la unidad y, por tanto, en la creación de una vanguardia unificada y, siguiendo la lógica de este razonamiento, creemos que en Centroamérica, la posibilidad de consolidación de los triunfos revolucionarios descansa en la posibilidad de encontrar la fórmula de unificación entre las vanguardias unificadas de cada país. Sabemos que el proceso será complejo, preñado de incomprensiones, de avances y retrocesos, pero seguimos firmes en cuanto a mantener en alto nuestra bandera centroamericanista. Esa es nuestra mejor contribución a la tarea de mantener izada la bandera de unidad latinoamericana del Che, y somos unos fervientes convencidos de que de esa manera hacemos inmortales las ideas de Morazán, de Farabundo, de Sandino, de Bolívar, de Martí, del Che y de tantos otros grandes adalides de la unidad centroamericana y latinoamericana. Sólo la unidad puede permitirnos la victoria, su defensa, su consolidación y su ulterior extensión continental latinoamericana.

 

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[1] Liga para la Liberación, organización de masas del PRTC. 

[2] Ligas Populares 28 de Febrero, organización de masas del ERP.

[3]  En ese frente participó el actual comandante Venancio, Mario López, en su calidad de dirigente de Andes 21 de Junio.

[4] Este Tercer Congreso del PRTC se realiza en Guazapa en 1983. Corresponde al Primer Congreso del PRTC salvadoreño como partido autónomo, después de haberse aprobado la autonomía orgánica en el Segundo Congreso del Partido Regional, en 1980.

[5] En 1983 las FPL se ven enfrentadas a los trágicos sucesos que culminaron con el asesinato de la comandante Ana María, que las obligó a una radical restructuración y rectificación.

[6] Ver Marta Harnecker, Un partido que supo ponerse a la altura de la historia entrevista a Schafik Jorge Handal en: Pueblos en Armas, Era, México DF, 1984, p.142. Esta entrevista también fue incluida como anexo en: El Salvador: Partido Comunista y guerra revolucionaria, de la misma autora, Dialéctica, Buenos Aires, 1988.

[7] Apodo que recibe el mensaje que se envía para que se ejecute. También le dicen el “rapidito”.

[8] Corresponde al Congreso Constituyente, realizado en 1975 en Costa Rica.

[9] Consejo de Defensa Centroamericano.

[10] Fundador del Partido Socialista Centroamericano, fusilado en Guatemala, por la dictadura de turno.

[11] Realizado en Honduras, bajo normas estrictas de clandestinidad, en marzo de 1979.