J. J. Morales Hernández

Memorias de un guerrillero

 

 

CAPITULO IX

LA MUERTE DE ENRIQUE GUILLERMO PÉREZ MORA “EL TENEBRAS”.

 

 

Una de las razones principales de hacer una pausa en la lucha eran las fuertes bajas que venía sufriendo el movimiento. El Tenebras, que por segunda ocasión había caído en prisión (el 18 de febrero de 1974, ahora como miembro de la Liga ya que la anterior detención había sido como militante del FER), Ignacio Salas Obregón estaba desaparecido, habían asesinado a Ignacio Olivares Torres al igual que a Pedro Orozco Guzmán Camilo, Wenceslao se había ido a la sierra de Chihuahua, en fin el movimiento ya se encontraba a la defensiva y cuando se pierde la esperanza del triunfo tienes que ser muy analítico y corregir la estrategia, lo cual no sucedía, parecía como si fuera una lucha suicida, pero nadie daba tregua, ni el enemigo en reprimir, ni los compañeros en seguir resistiendo. La guerra era hasta la última gota.

En los primeros días de enero de 1976, por ahí un compañero llegó a visitarme de parte de la LC23deS y me hizo una propuesta: que si estábamos dispuestos Tomás Lizarraga Tirado El Tom de Analco y yo en ametrallar la puerta del penal de oblatos en la fecha que ellos nos indicaran para que sirviera como distractor para una fuga que se estaba preparando, a lo que le contesté que sí, que estaba dispuesto cuando ellos me lo indicaran, porque mi compromiso, aún cuando me encontraba fuera de toda actividad armada, estaba vigente y lo haría cuantas veces me lo pidieran mis compañeros y más aún con Enrique El Tenebras, ya que él siempre estuvo al pendiente de que mis hijos estuvieran bien mientras yo estaba en la prisión en México, y yo siempre estuve al pendiente de su mamá ahora que el estaba preso por segunda ocasión. Teníamos un compromiso de lucha, de hermanos, extensivo a nuestros seres queridos. “¿Como negarme a este pedimento, aún a costa de volver a interrumpir la tranquilidad de mi familia, ahora que veía a mi esposa más contenta que nunca?”. Mi compañero se retiró y a los pocos días regresó comentándome que ya no era necesario porque Enrique Pérez Mora se había contactado con David Jiménez Sarmiento El Chano, el cual ahora, con la detención y desaparición de Oseas, se había convertido en máximo dirigente de la Liga.

Una gran noticia resaltaba en los encabezados de todos los periódicos: Se habían fugado de forma espectacular El Tenebras y otros cinco compañeros. Eran las 19:45 horas del 22 de enero de 1976 cuando un comando de 4 elementos vestidos con el uniforme de los empleados de la Comisión Federal de Electricidad saltaron las bardas de alambre que protegen la Subestación de la misma, División Jalisco, que tiene el nombre de "Alamos". A las 19:50 horas de ese día se produjo en el Sector Libertad, donde se encuentra el Penal de Oblatos de Guadalajara, un apagón, momento que aprovecharon los procesados de la Liga Comunista "23 de Septiembre" para escapar.

La operación militar que se realizó en esta fuga tuvo un alto grado de perfección. Por el modo de realizar la operación, ésta tenía que ser cronometrada con el corte de la luz en la sub-estación del Alamo. Siendo alrededor de las 19:50 El Tenebras y otros cinco compañeros horadaron un muro de uno de los baños que se encuentran en el interior de la crujía llamada Rastro, penetrando a la torre ubicada en la esquina de Gómez de Mendiola y Sebastián Allende, por donde se deslizaron los seis compañeros a la torre y subieron hasta el pasillo donde hacían la ronda los vigilantes. Y al primer disparo cae abatido el primer vigilante y por la puerta principal David Jiménez Sarmiento Chano pasa con otros compañeros en un camión desde donde comienzan a disparar a los guardias que vigilaban el portón principal. A los primeros disparos los vigilantes corren despavoridos a encerrarse, sobre todo dos hermanos que eran de la Dirección Federal de Seguridad que se hacían pasar por muy valientes. ¡Ahí se les doblaron las corvas! Mientras que en la esquina, por donde se iban a deslizar los compañeros, Alicia hizo su tarea eliminando a dos de los guardias que hacían su rondín, desapareciendo de inmediato sin que la policía lograra encontrar a nadie.

Enrique y la compañera Alicia de los Ríos Merino se conocieron ese día por primera vez, lográndose una química entre ambos, haciéndose compañeros no nada más de armas, sino compañeros sentimentales, lo que dio como resultado una preciosa hija, ya que ninguno de los dos era mal parecido y con su valentía los resaltaba más.

Lo primero que hizo la policía fue ir con doña Mary, la mamá de Enrique, y estando recién operada fue vejada y golpeada, advirtiéndole: “Le prometemos que le vamos a traer a su hijo muerto”. E incluso después de la fuga el gobierno le quitó su casa, finca que le había comprado su esposo con muchos sacrificios, pues don Camilo Pérez era trabajador de telégrafos, y comenzó doña Mary a pagar renta habiendo tenido casa propia, y en una de las entrevistas que tiene con su hijo Enrique éste le comenta: “Mamá voy a pedir autorización a la Liga para comprarte una casita”. Pero luego él mismo recapacita, reclamándose a sí mismo: “¿Y porqué te voy a comprar casa si la revolución te la va a proporcionar? Esa es la lucha”. Este era el grado de conciencia y de confianza en el triunfo de la revolución.

Con la reincorporación de Enrique a la Liga y a la desaparición de Ignacio Salas Obregón Oseas y muerte de Ignacio Olivares Torres El Sebas, David Jiménez Sarmiento El Chano se hace responsable de la dirección nacional, y Enrique Guillermo Pérez Mora El Tenebras queda como máximo dirigente de la LC23deS en Jalisco.

En las noticias a diario se mencionaba que Enrique había participado en tal o cual acción, en el ajusticiamiento de unos policías en México, en otras acciones en otros Estados. Enrique se convirtió en un personaje omnipresente y doña Mary bajo una férrea vigilancia. La policía esperaba que en algún momento el Tenebras se contactara con su madre, pero Doña Mary era más astuta y logró entrevistarse con Sarmiento en San Pedro Talquepaque. El responsable de este contacto con Sarmiento fue Salvador al que le decían El Canadá por ser un obrero que trabajaba en esa empresa, y que es otro de los compañeros desaparecidos. Al entrevistarse Doña Mary con Sarmiento acuerdan el día y la hora de la entrevista de Doña Mary con su hijo Enrique en la Ciudad de México.

Llegado el día de la esperada entrevista, Doña Mary se sube a un autobús que la trasladaría a la ciudad de México, pero detecta que la van siguiendo, y astutamente burla la vigilancia al llegar a la Terminal de autobuses en el Distrito Federal. Por fin se entrevistaron.

A su regreso de la Ciudad de México vi a doña Mary muy contenta, ¿Cómo no estarlo con ese hijo ejemplar?. Por cuestiones de trabajo de la organización Enrique se tuvo que trasladar a Culiacán, Sinaloa. El 16 de junio de 1976 fue una fecha fatídica. Fue a verme doña Mary y me comentó que se había dado un enfrentamiento entre guerrilleros y policías en Culiacán, Sinaloa, siendo varios los muertos, y me dijo, “Jesús, creo que uno de los muertos es mi hijo”. Hicimos una colecta para que doña Mary se trasladara a Culiacán y se fue a verificar la noticia. Cuando llegó a Culiacán estaban los cuerpos tirados con el montón de ropa de cada uno de ellos por separado. Doña Mary reconoció inmediatamente el cuerpo de su hijo, y entonces un policía le preguntó:

—Señora, ¿cuál es la ropa de su hijo?

Lo que la policía quería era saber si doña Mary había visto a su hijo en los últimos días, pero doña Mary muy inteligentemente se dio cuenta de lo que pretendían y les dijo:

—No sé cuál es la ropa de mi hijo, dénmela ustedes.

Cayeron en la trampa, pues doña Mary nunca dejó de ver a su hijo, pero de esto jamás se dieron cuenta.

Enrique había caído en una emboscada. No sé cómo se enteraron de que Enrique llegaría a ese domicilio, pero allí estaba la policía muy bien preparada con toda antelación. Cuando Enrique y los compañeros llegaron en un volkswagen, ya estaba esperándolos dentro de la misma casa y en una casa de enfrente y en cuanto los tuvieron a tiro comenzaron a dispararles. Enrique y sus compañeros de inmediato sacaron sus armas y repelieron la agresión. Enrique, ya herido de muerte, tuvo todavía las fuerzas para lanzarse sobre Max Toledo, tomarlo del cuello y darle un tiro en la cabeza, cayendo ambos. Igualmente fueron acribillados otros dos compañeros de Enrique.


Enrique Guillermo Pérez Mora, asesinado el 16 de Junio de 1976 (quien fue mi compañero
de celda en la A 11 de procesados en el penal de oblatos).

Doña Mary, habiendo reconocido a su hijo, se regresó a Guadalajara, nos vimos y me dijo: “Jesús, si es mi hijo al que mataron. Y me van a entregar el cuerpo”. Volvimos a hacer otra colecta para los gastos de traslado y se regresó nuevamente a Culiacán y se trajo el cuerpo de su hijo. Cuando lo estábamos velando una señora se le acercó, diciéndole:

—Le doy el pésame, ya ve que a veces los hijos andan mal.

Doña Mary, indignada, le contestó en un tono elevado como para que escucharan todos en el velorio:

—¡A mi hijo no me lo mataron porque andaba mal, sino todo lo contrario, me lo mataron porque andaba bien! ¡Yo estoy de acuerdo con la lucha de mi hijo y si me lo asesinaron, pues ni modo, es el precio de luchar por la libertad!

En el ambiente había un olor bastante fétido y le pregunté yo a un primo que trabajaba en una funeraria:

—¿Oye primo, porqué huele tan feo?

A lo que él me contestó:

—Es porque el cuerpo esta a punto de reventar, porque no le han hecho la autopsia.

Es que cuando quedó muerto después de la balacera, le iban a hacer la autopsia en Culiacán e incluso ya lo habían abierto del estomago, pero la Dirección Federal de Seguridad les dijo: “¡No se la hagan, dejen que se pudra el cabrón!”. Esa era la razón por la cual olía muy feo y estaba a punto de reventar

Mi primo me dijo:

—Conozco a una persona que nos puede ayudar a hacerle la autopsia.

Sabiendo el peligro que esto implicaba, sacamos el cuerpo de donde lo estábamos velando, lo subimos a la caja de mi camioneta y nos lo llevamos. Íbamos yo, mi primo y el Lic. Enrique Velásquez Martín, quien junto con doña Mary había sido parte fundamental del éxito en la fuga del Tenebras de la prisión de oblatos. Llegamos con el cuerpo a una casa por la calle treinta y ocho y Gómez de Mendiola. Era una casona muy vieja, grandota, entramos en ella y en el patio había un arbolote y hacía la izquierda un cuarto. Una vez dentro del cuarto bajamos la caja, sacamos el cuerpo, lo colocamos en una planchita, que no sé por qué razón estaba ahí ni sé a que se dedicaba esta persona, pero ahí estaba. Enrique ya había sido abierto y cocido desde Culiacán pues los policías habían impedido que se concluyera la autopsia. Por eso estaba hinchado. Y cuando el hombre metió la punta del cuchillo en la costura que tenía en el abdomen, se desparramaron los líquidos fétidos. Nosotros le ayudamos a hacerle la autopsia, limpio la parte de su vientre, sacando las viseras y echándolas en un bote alcoholero, mientras yo le lavaba el tiro de gracia. Observé su rostro. Ahí estaba mi amigo de infancia, mi compañero de celda, de armas. Ahí estaba tendido. Se acababa de rasurar, se había dejado más largas las patillas, y creo que había desayunado antes que comenzara la balacera. Le dijimos al señor que nos íbamos a quedar con el corazón. No se opuso. Enrique Velázquez y yo lo tomamos de su pecho. Lo guardamos en un frasco. Luego, este amigo que no conocía le coció el estómago, arregló el cuerpo, lo vestimos y lo volvimos a meter en su caja. Nos regresamos con el cuerpo en la caja para seguirlo velando y con el frasco muy escondido. Al llegar le dije a doña Mary:

—Yo no sé si hice bien o hice mal, pero creo que esto no se lo pueden comer los gusanos. Es un documento histórico. Aquí está.

Le entregué el frasco, y ella me contestó, mientras lo tomaba:

—¡Está bien, m’ijo!

Todo mundo se nos quedaba viendo, preguntándose: ¿A dónde y porqué nos habíamos llevado el cuerpo? Continuamos velándolo, esperando que en cualquier momento llegara la policía.

Con Enrique murió el último pilar de la Liga en Jalisco y con la muerte de David Jiménez Sarmiento Chano la lucha cayó a un nivel de sobrevivencia, La policía, el Estado o el gobierno habían logrado lo que se plantearon desde un principio: eliminar físicamente de manera selectiva a los cuadros revolucionarios más importantes. Así dejaron al resto del movimiento acéfalo.

La policía estuvo tan preocupada y tenía tanto temor de que no fuera él al que habían asesinado que después del sepelio fueron a tratar de desenterrarlo, pero no lo sacaron, nada más excavaron un poco.

Cuando estábamos presos El Tenebras y yo, lo vi quebrantarse ante la pena y el dolor cuando le llevaron la noticia de la muerte de su padre, Camilo Pérez. Yo nunca lo había visto doblares ante nada. Cuando me platicó lo que le había sucedido, les pedí a los demás compañeros que nos saliéramos de la celda para dejarlo un rato solo con su pena y se desahogara. Eso fue con su padre, no sé qué hubiera sido de él si la que hubiera muerto hubiera sido su madre, a la que le tenía un amor hasta venerable. Su madre significaba todo para él. Yo sabía cuánto la amaba, porque además de que les unía la sangre de madre e hijo, también los unían los principios.

Esta gallarda mujer posee un valor incalculable por sus propios méritos. Años después, en una entrevista le hicieron la siguiente pregunta:

—Doña Mary, ¿con el paso del tiempo considera usted que valió la pena que le hayan asesinado a su hijo? ¿Qué lograron?

A lo que ella contestó:

—Bueno, mi hijo y yo lo discutimos mucho, cuando Enrique me decía algunos años atrás: “Mamá, el pueblo tiene mucha hambre, ha sido pisoteado y humillado, ¡yo voy a luchar por su libertad!”. Diciéndole yo: “Mmm… m’ijo, te van a matar”, “¿Y eso qué, mamá? No por eso voy a eludir mi responsabilidad y compromiso”, me contestaba, plenamente convencido de su lucha. Bueno, me convenció y lo acompañé.

Ante la sorpresa del entrevistador, doña Mary le dijo:

—¿Y usted me pregunta que si valió la pena que me lo hayan asesinado? Bueno, que él haya muerto por sus ideales y por tratar de liberar a su pueblo, ¡si valió la pena! ¡Que me duele, me duele el alma, y lo lloro a diario! ¡Y usted me pregunta que si valió la pena! ¡Sí valió la pena! ¿Y que qué logramos? ¡El tiempo lo dirá!

Esta era la forma de pensar de la madre de Enrique, que era la misma de otras madres que también aportaron sus hijos a la revolución, las que sostuvieron siempre una postura digna, de la cual sus hijos tienen que estar muy orgullosos donde quiera que se encuentren.

Tales son los casos de doña Chabelita, mamá de Efraín González Cuevas El Borre, de la mamá de David Jiménez Sarmiento Chano, a la que además le asesinaron a su esposo y a otro de sus hijos, Ángel. También es el caso de la mamá de Francisco Mercado Espinosa El Flaco, quien fue desaparecido; así como la madre y las hermanas de Wenceslao, que eran todo solidaridad. Otras siguen buscando a sus seres queridos, como la esposa de Don Reyes Mayoral, la maestra, madre de Rodolfo Reyes Crespo El Eric, creo que su mamá ya murió buscándolo, y tantas otras familias en las mismas condiciones, sin poder curar sus heridas de esos aciagos años.

¿Cómo aliviar el dolor de estas madres, de estas familias valerosas que aportaron hijos valerosos?