EL CAMINO DEL EJÉRCITO ROJO

INTRODUCCIÓN

Moscú, 21 de mayo de 1922.

 Para los partidos comunistas de todos los países, los problemas que se refieren a las fuerzas armadas de la revolución son de una gran importancia. Desdeñarlos, o, lo que es peor, renegar de ellos so capa de una fraseología pacifista-humanitaria, es un verdadero crimen. Creer que necesariamente se obra mal cuando se obra con violencia, aunque se trate de actos de violencia revolucionaria, y que por esa razón los comunistas no deberían dedicarse a "exaltar" la lucha armada y a glorificar a las tropas revolucionarias, es una filosofía digna de cuáqueros, de dujobors y de solteronas del Ejército de Salvación. Permitir en un partido comunista una propaganda de ese tipo equivale a autorizar la propaganda en la guarnición de una fortaleza sitiada. Quien quiere el fin quiere los medios. Y el acto de la violencia revolucionaria es el medio para liberar a los trabajadores. A partir del momento en que el objetivo es la conquista del poder, la acción terrorista debe trasformarse en acción militar. Nada diferencia el heroísmo de un joven proletario que cae en las barricadas de la naciente revolución del heroísmo del soldado rojo que muere en el frente cuando la revolución ya se ha apoderado del estado. Sólo sentimentales estúpidos pueden creer que el proletariado de los países capitalistas podría exagerar el papel de la violencia revolucionaria y exaltar desmesuradamente los métodos del terrorismo revolucionario. Por el contrario, la clase trabajadora no comprende aún lo suficiente la importancia del papel liberador de la violencia revolucionaria. Y precisamente por esa razón continúa en la esclavitud. La propaganda pacifista en la clase obrera lleva tan solo al reblandecimiento de la voluntad del proletariado y favorece la violencia contrarrevolucionaria, armada hasta los dientes.
Antes de la revolución nuestro partido disponía de una organización militar. Su objetivo era doble: hacer propaganda revolucionaria entre las tropas y preparar en el ejército mismo puntos de apoyo para el golpe de estado. Como la agitación revolucionaria había ganado a todo el ejército, la tarea propiamente organizativa de las células bolcheviques en los regimientos no fue especialmente visible. Sin embargo, fue considerable: dio la posibilidad de aislar un pequeño número de elementos, que en las horas más críticas de la revolución desempeñaron un papel decisivo. En el momento del golpe de octubre se los encontró en los puestos de mando, de comisarios de unidades, etc. Más adelante volveremos a hallar a muchos de ellos como organizadores de la Guardia Roja y del Ejército Rojo [1].
La guerra fue la causa directa de la revolución. El cansancio y el disgusto general que había provocado dio a ésta una de sus consignas principales: terminar con el conflicto. Pero la misma revolución hizo nacer nuevamente otros peligros militares cada vez más amenazadores. De allí la extrema debilidad exterior de la revolución en su primer período. En la época de las tratativas de Brest-Litovsk estuvo casi sin defensa. Todos se negaban a luchar, pensando que la guerra era cosa del pasado. Los campesinos se apoderaban de la tierra y los trabajadores creaban sus propias organizaciones y tomaron en sus manos la industria.
Tal fue el origen de la inmensa experiencia pacifista en la época de Brest-Litovsk. La República Soviética declaró que no podía firmar un tratado bajo presión, pero que sin embargo no se batiría, y publicó la orden de licenciar las tropas. Era correr un gran riesgo, pero la situación lo exigía. Los alemanes volvieron a tomar la ofensiva, y ese fue el punto de partida de un profundo cambio en el espíritu de las masas; éstas comenzaron a comprender que había que defenderse con las armas en las manos. Nuestra declaración pacifista introdujo un fermento de descomposición en el ejército de los Hohenzollern. La ofensiva del general Hoffmann nos ayudó a crear el Ejército Rojo.
En los primeros momentos no nos decidimos, sin embargo, a recurrir al reclutamiento obligatorio; no teníamos las posibilidades políticas ni la organización administrativa necesarias para movilizar a los campesinos que acababan de ser desmovilizados. Se construyó un ejército sobre las bases del voluntariado. Y es comprensible que, junto a una juventud obrera llena de abnegación, entraran en él también elementos vagabundos e inestables que no siempre son de primera calidad. Los nuevos regimientos creados durante el período en que los viejos se disolvían espontáneamente, no eran seguros (para nuestros amigos como para nuestros enemigos es indudable que el levantamiento checoslovaco en el Volga ha sido provocado por los socialrrevolucionarios y otros blancos). La capacidad de resistencia de nuestros regimientos estaba agotada; en el verano de 1918, una ciudad tras otra caen en manos de los checoslovacos y de los contrarevolucionarlos que se les habían unido. Su centro es Samara. Se apoderan de Simbirsk y de Kazán. Nizhni-Nóvgorod se halla amenazada. Del otro lado del Volga se prepara el ataque a Moscú. En ese momento (agosto de 1918) la República Soviética hace esfuerzos extraordinarios para desarrollar y reforzar el ejército. Se adopta, ante todo, un método de movilización masiva de los comunistas y se crea junto a las tropas en el frente del Volga un aparato centralizado de dirección política y de instrucción. Paralelamente, en Moscú y en la región del Volga se trata de movilizar algunas clases de obreros y campesinos; pequeños destacamentos de comunistas aseguran el cumplimiento de la movilización. En las provincias del Volga se establece un régimen draconiano para hacer frente a la gravedad del peligro. Al mismo tiempo se realiza una intensa propaganda escrita y oral con grupos de comunistas que van de una aldea a otra. Después de los primeros tanteos, la movilización se amplía considerablemente Y se completa con una lucha sistemática contra los desertores y grupos sociales que alimentan e inspiran la deserción: contra los kulaks, parte del clero y los residuos de la antigua burocracia. Los trabajadores comunistas de Petrogrado, Moscú, Ivánovo-Voznesensk, etc.; entraron en la unidad que se acababa de reconstituir y en las que los comisarios son los primeros en recibir el nombramiento de jefes revolucionarios y representantes directos del poder soviético. Algunas sentencias ejemplares de los tribunales revolucionarios advierten a todo el mundo que la patria soviética está en peligro de muerte y que exige de todos una absoluta obediencia. Para poder realizar el viraje indispensable es preciso utilizar durante muchas semanas todas las medidas de propaganda, disciplina y represión. De una masa vacilante, inestable y dispersa nace un verdadero ejército. El 10 de setiembre de 1918 se retoma Kazán; al día siguiente, Simbirsk. Esa fecha representa un momento memorable en la historia del Ejército Rojo. De golpe el suelo se afirma bajo nuestros pies. Ya no se trata de as primeras tentativas desesperadas; desde ahora, podemos y sabemos combatir y vencer.
Mientras tanto, en todo el país se crea el aparato militar y administrativo en estrecha combinación con los soviets de las provincias, los distritos y los cantones. El territorio de la República, todavía inmenso a pesar de estar roído por las conquistas enemigas, es dividido en circunscripciones que comprenden muchas provincias, lo que permite la necesaria centralización.
Las dificultades políticas y organizativas son increíbles. El cambio psicológico que representaba la destrucción del antiguo ejército y la creación de uno nuevo se logró tan solo a costa de incesantes desacuerdos y conflictos interiores. El antiguo ejército había hecho elegir comités de soldados y un personal de mando que dependía en rigor de esos comités. Esta medida tenía sin duda un carácter político-revolucionario, y no militar. Desde el punto de vista de la dirección de las tropas para el combate y de s u preparación, eso era inadmisible, monstruoso y criminal. Ni es ni era posible dirigir tropas por medio de comités elegidos, por elementos sometidos a los comités y por jefes revocables en cualquier momento. Pero además el ejército no quería luchar. Al rechazar el personal de mando compuesto de terratenientes y burgueses y crear una administración revolucionaria autónoma en la persona de los soviets de representantes de los soldados, el ejército sostenía la revolución social. Cuando se piensa en el desmembramiento del antiguo ejército, esas medidas de organización política revelan ser justas y necesarias. Pero no hicieron nacer espontáneamente un nuevo ejército apto para el combate. Después de haber pasado por el período de Kerenski, los regimientos del zarismo, se dispersaron con posterioridad a octubre hasta reducirse a la nada, y al intentar aplicar de un modo automático los viejos procedimientos de organización al nuevo Ejército Rojo se amenazó con minarlo por la base. La elección del personal de mando en las tropas zaristas tendía a la depuración de todos los posibles agentes de la restauración; pero el sistema electivo en ningún caso podía garantizar al ejército revolucionario un personal de mando competente. El Ejército Rojo debía crearse desde arriba, de acuerdo con los principios de la clase obrera. El personal de mando debía ser elegido y controlado por los órganos del poder soviético y del partido comunista. La elección de los jefes por unidades políticamente poco educadas y constituidas por campesinos jóvenes que acababan de ser movilizados se habría convertido por fuerza en un juego de azar y habría creado con toda seguridad condiciones favorables para las maniobras de algunos intrigantes y aventureros. De igual modo, el ejército revolucionario, como instrumento de acción y no como terreno de propaganda, era incompatible con un régimen de comités elegidos, que en la práctica, al dejar a cada unidad la decisión de si se estaba por la ofensiva o la defensiva, no podía más que mirar el poder central. Los socialrevolucionarios de izquierda llevaron ese seudodemocratismo caótico hasta el absurdo cuando pidieron a los regimientos que tomaran en sus manos resolver si era necesario observar las condiciones del armisticio con los alemanes o pasar a la ofensiva. Trataban de sublevar de ese modo al ejército contra el poder soviético que lo había creado.
Abandonado a sí mismo, el campesinado no es capaz de formar un ejército centralizado. El campesinado no va más allá de la etapa de destacamentos locales de guerrilleros, en los cuales una "democracia" primitiva sirve generalmente de disfraz a la dictadura personal de los alemanes. Esas tendencias guerrilleristas, reflejo del elemento campesino en la revolución, encontraron su expresión perfecta en los socialrevolucionarios de izquierda y en los anarquistas, pero se manifestaran también en gran número de comunistas, sobre todo entre los campesinos los antiguos soldados y los suboficiales.
En los primeros tiempos el campesinado representaba una herramienta indispensable, y los pequeños destacamentos independientes se bastaban para combatir a los contrarrevolucionarios, que no hablan hallado aún el tiempo suficiente para recobrar el ánimo y armarse. Semejante lucha exigía abnegación, iniciativa e independencia. Pero la guerra, mientras más se extendía más exigía una organización y una disciplina regulares. Las prácticas del guerrillerismo, con sus lados negativos, se volvieron contra la revolución. Trasformar los destacamentos en regimientos, integrar éstos en las divisiones, subordinar los jefes de las divisiones al ejército y al frente eran problemas que presentaban grandes dificultades y que no siempre se resolvían sin víctimas.
La revuelta contra el centralismo burocrático fue en la Rusia zarista parte integrante de la revolución. Regiones, provincias, distritos, ciudades, querían a cual más demostrar su independencia. En los primeros momentos, la idea de "el poder en el lugar" tomó un carácter extremadamente caótico. Para el ala izquierda de los socialrevolucionarios, como para los anarquistas, ella se emparentaba con la doctrina federalista reaccionaria. Para las masas constituía una reacción inevitable y, en el fondo, sana frente al antiguo régimen, que perdía iniciativa. No obstante, a partir del momento en que la unión de los contrarrevolucionarios se consolidó y aumentaron los peligros exteriores, las tendencias autonomistas primitivas en el terreno político y, más aún, en el militar se fueron haciendo más y más peligrosas. Sin duda alguna este problema va a representar un gran papel en Europa occidental, sobre todo en Francia, donde los prejuicios autonomistas y federalistas están más arraigados que en ninguna otra parte. Hacer triunfar el centralismo revolucionario-proletario lo antes posible es la premisa de la futura victoria sobre la burguesía.
El año 1918 y gran parte de 1919 transcurren en una lucha incesante y encarnizada por la creación de un ejército centralizado, disciplinado, aprovisionado y dirigido por un centro único. En el terreno militar esta lucha refleja, solo que en forma más acusada, el proceso que se originaba en todos los dominios de la construcción de la República Soviética.
La elección y la creación de un personal de mando presentaban una serie de enormes dificultades. A nuestra disposición estaban los restos del antiguo cuerpo de oficiales, gran parte de los oficiales del tiempo de guerra y, por último, los jefes que la revolución misma había promovido en su primera etapa, la de las guerrillas.
Entre los antiguos oficiales, los que permanecieron de nuestro lado fueron por una parte los hombres de convicción que comprendían o sentían el carácter de la nueva época; por otra, los funcionarios rutinarios, desprovistos de iniciativa y a los que les faltaba valor para seguir a los blancos; y, por fin, los muchos contrarrevolucionarios activos tomados de sorpresa.
Desde los primeros pasos de la construcción, el problema de los antiguos oficiales del ejército zarista se había planteado en forma aguda. Como representantes de su profesión, portadores de la rutina militar, nos eran indispensables y sin ellos habríamos estado obligados a comenzar desde cero. Es dudoso que en tales circunstancias el enemigo nos hubiera dado la posibilidad de alcanzar solos el nivel necesario. Sin reclutar representantes del antiguo cuerpo de oficiales no podíamos construir un organismo militar centralizado ni un ejército. En consecuencia, se los incorporó a la fuerza armada, no en su condición de agentes de las antiguas clases dirigentes, sino como protegidos de la nueva clase revolucionaria. Muchos de ellos, es cierto, nos traicionaron y se pasaron al enemigo; pero, aunque participaron en los levantamientos, en el fondo su espíritu de resistencia de clase estaba roto. Sin embargo, el odio que inspiraban a las tropas continuaba vivo y representó una de las fuentes del espíritu guerrillero, ya que en los cuadros de una pequeña unidad local no había necesidad de militares calificados. Fue necesario al mismo tiempo quebrar la resistencia de los elementos contrarrevolucionarios del antiguo cuerpo de oficiales, y garantizar, paso a paso, a los elementos leales la posibilidad de incorporarse a las filas del Ejército Rojo.
Las tendencias opositoras de "izquierda", en los hechos las de la intelligentsia campesina, trataban de hallar una fórmula teórica que expresara su manera de concebir el ejército. Según ella, el ejército centralizado era el ejército del estado imperialista. Conforme a su carácter, la revolución debía hacer la cruz no sólo a la guerra de posiciones, sino también al ejército centralizado. La revolución se ha construido por entero sobre la movilidad, el ataque audaz y la facultad de maniobras. Su fuerza de combate reside en la pequeña unidad independiente que combina todas las armas y no está ligada a una base, que se apoya en la simpatía de la población y puede atacar libremente las retaguardias del enemigo, etc. En una palabra, la táctica de la "pequeña guerra" era proclamada la táctica de la revolución. La terrible prueba de la guerra civil dio muy pronto un desmentido a esos prejuicios. Las ventajas que una organización y una estrategia centralizadas representan con relación a la improvisación en el lugar, al separatismo y al federalismo militares se demostraron tan rápidamente y de manera tan clara, que hoy en día los principios fundamentales para la construcción del Ejército Rojo están fuera de discusión.
La institución de los comisarios desempeñó un papel principal en la creación del aparato de mando. La constituían obreros revolucionarios, comunistas y, al comienzo, también en parte socialrevolucionarios de izquierda (hasta julio de 1918). Por lo tanto, el comando estaba en cierto modo desdoblado. El comandante se reservaba la dirección puramente militar; el trabajo de educación política se concentraba en las manos de los comisarios. Pero el comisario era sobre todo el representante directo del poder soviético en el ejército. Sin entorpecer el trabajo meramente, militar del comandante y sin disminuir en ningún caso su autoridad, el comisario debía crear condiciones tales como para que esa autoridad no se volviera contra los intereses de la revolución. La clase obrera sacrificó a esta labor sus mejores hijos; centenares y millares de ellos murieron en sus puestos de comisarios. Otros muchos llegaron a ser luego jefes revolucionarios.
Desde un comienzo nos pusimos a la tarea de crear una red de escuelas militares. En los primeros tiempos reflejaron la debilidad general de nuestra organización militar. Una formación acelerada dio algunos meses después en realidad, soldados rojos mediocres en lugar de jefes. Y así como en esa época muy a menudo las masas debían entrar en combate y manejar el fusil por primera vez, así también se confiaba el mando no solo de grupos, sino de pelotones y aun de compañías a soldados rojos que solamente habían recibido cuatro meses de instrucción.
Nos hemos esforzado sinceramente por reclutar antiguos suboficiales del ejército zarista, pero se debe tener en cuenta que en buena parte ellos provenían en ese entonces de las capas más acomodadas de la población de las aldeas y del campo; eran sobre todo los hijos instruidos de las familias campesinas tipo kulaks, pero seguían odiando a los "charreteras doradas", es decir, a los oficiales de la intelligentsia noble. Tales sentimientos provocaron una división en el seno de ese grupo: dio muchos jefes y comandantes notables, de los cuales Budienny fue uno de los más brillantes; pero proporcionó también nuevos jefes a los levantamientos contrarrevolucionarios y al ejército blanco.
La creación de un personal de mando es un problema muy difícil. Y si durante los tres o cuatro primeros años de existencia del Ejército Rojo pudo formarse un personal de mando superior, no se puede decir lo mismo, ni siquiera hoy, del mando subalterno. Actualmente nos esforzamos por asegurar al ejército jefes independientes que respondan por completo a la pesada responsabilidad que se les confía. La instrucción militar se puede enorgullecer de éxitos inmensos; la enseñanza y la educación del personal de mando rojo mejora sin cesar.
Es conocido el papel que, en el Ejército Rojo ha desempeñado la propaganda. La instrucción política que precedió cada una de nuestras etapas en el camino de la construcción (tanto en el terreno militar como en los otros) ha necesitado de un gran aparato político junto al ejército, Los órganos más importantes de ese trabajo lo constituyen los comisarios que ya conocemos. La prensa burguesa europea falsea la verdad cuando presenta la propaganda como una diabólica invención de los bolcheviques. En todos los ejércitos del mundo la propaganda desempeña un papel enorme. El aparato político de la propaganda burguesa es mucho más poderoso y técnicamente mucho más rico que el nuestro. En su contenido reside la ventaja de nuestra propaganda, ella ha estrechado invariablemente las filas del Ejército Rojo y desmoralizado las del ejército enemigo sin recurrir a ningún procedimiento o medio técnico especial, sino solo a la "idea comunista", que es la clave de esa propaganda. Confesamos este secreto militar sin el menor temor de que nuestros enemigos nos lo plagien.
La técnica del Ejército Rojo reflejaba, y refleja, el conjunto de la situación económica del país. Al comienzo de la revolución disponíamos de la herencia material de la guerra imperialista; en su género era colosal, pero totalmente desorganizada. De una cosa había demasiado; de otra, no lo suficiente; además, no sabíamos qué era lo que teníamos. Los principales servicios de suministros nos ocultaban cuidadosamente lo poco que sabían de su existencia. El "poder en el lugar" ponla la mano sobre todo lo que se encontraba en su territorio. Los jefes guerrilleros revolucionarios se proveían de lo que caía en su poder. Los conductores de trenes desviaban hábilmente de su destino vagones de equipos y trenes enteros. Hubo así al comienzo de la revolución un derroche espantoso de los abastecimientos que nos había dejado la guerra imperialista. Algunos regimientos que no tenían bayonetas para sus fusiles, ni siquiera cartuchos, llevaban consigo carros y aviones. A fines de 1917 el trabajo de la industria bélica se detuvo. Apenas en 1919 cuando las viejas reservas estaban casi agotadas, se la comenzó a resucitar. Desde 1920 casi toda la industria trabaja para la guerra. No teníamos ninguna reserva. Cada fusil, cada cartucho, cada par de botas que salían de las máquinas eran enviados directamente al frente. Hubo períodos (que podían durar semanas) en que cada cartucho era imprescindible, o cuando el atraso de un tren especial de municiones obligaba en el frente al repliegue de divisiones enteras en decenas de verstas.
Si bien el desarrollo de la guerra traía consigo la declinación de la economía, el abastecimiento del ejército llegó a ser cada vez más regular, gracias por una parte a la intensificación de la potencia industrial, y por otra a la creciente mejora en la organización de la economía de guerra.
En el desarrollo del Ejército Rojo la creación de la caballería ocupa un lugar especial. Sin entrar a hablar aquí del papel que ella tendrá en el porvenir, podemos comprobar que los países que tienen mejor caballería son los menos desarrollados: Rusia, Polonia, Hungría y ante todo Suecia. La caballería necesita estepas grandes espacios abiertos. Y fue lógicamente en el Kubán y cerca del Don y no alrededor de Petrogrado y de Moscú donde se creó. En la Guerra de Secesión fueron los labradores del sur quienes contaron con la ventaja de la mejor caballería. Solo en la segunda mitad de la guerra pudieron los del norte utilizar ese tipo de arma. El mismo fenómeno se repitió entre nosotros. La contrarrevolución se había atrincherado en la lejana periferia y se esforzaba, atacando desde allí, por encerrarnos en el centro, alrededor de Moscú. El arma principal de Denikin y Wrangel la formaban los cosacos y la caballería. Al principio sus audaces incursiones nos crearon con frecuencia inmensas dificultades. Sin embargo, esa ventaja que tenía la contrarrevolución -la ventaja del retroceso- se mostró accesible también a la revolución cuando ésta comprendió lo que significaba la caballería en una guerra civil de movimientos y se fijó como objetivo conseguir una a cualquier precio. En 1919 la consigna del Ejército Rojo fue: "¡Proletarios, a caballo!". Al cabo de, algunos meses nuestra caballería igualaba a la del enemigo, para luego pasar a tomar definitivamente la iniciativa en sus manos.
La unidad del ejército y su confianza en ella se reforzaban sin cesar. Al comienzo no solamente los campesinos, sino también los proletarios se negaban a enrolarse. Solo un pequeño número de trabajadores, llenos de abnegación, participaba voluntariamente en la creación de las fuerzas armadas de la República Soviética. Y estos elementos soportaron todo el peso del período más difícil. El estado de ánimo del campesinado cambiaba sin cesar. En los primeros tiempos, regimientos enteros de campesinos que, por cierto, en la mayoría de los casos no estaban de ningún modo preparados, ni política ni técnicamente, se rendían sin oponer resistencia. Pero cuando los blancos los tomaban bajo sus banderas volvían a nuestro lado. A veces la masa campesina intentaba demostrar independencia y abandonaba a los blancos y a los rojos para refugiarse en los bosques y crear sus destacamentos "verdes". Pero su aislamiento y la falta de apoyo político los condenaba de antemano a la derrota. De ese modo en los frentes de la guerra civil se notaba con más claridad la "relación de fuerzas fundamental" de la revolución: la masa campesina, que la contrarrevolución de los terratenientes, los burgueses y la intelligentsia dispuesta a la clase obrera, vacilará sin cesar entre una y otra, para en fin de cuentas sostener a la clase obrera. En las provincias más atrasadas, como Kursk y Vorénezh, donde los que se negaban a cumplir las obligaciones militares se contaban por millares, la aparición en sus fronteras de las tropas de los generales provocó un cambio de opinión radical y lanzó a esa masa de desertores a las filas del Ejército Rojo. El campesino apoyó al trabajador contra el terrateniente y el capitalista. En ese hecho decisivo se halla la raíz del factor más importante de nuestras victorias.
El Ejército Rojo se creó bajo el fuego, a menudo sin línea de conducta bien definida y bajo la forma de improvisaciones bastante desordenadas. Su aparato era extremadamente pesado y muchas veces obstaculizador. Hemos aprovechado cada tregua para estrechar, consolidar y ajustar nuestra organización militar. En el curso de estos dos últimos años se ha logrado a ese respecto progresos evidentes. En 1920, en el momento de nuestra lucha contra Wrangel y Polonia, el Ejército Rojo contaba en sus filas con más de 5.000.000 de hombres. Hoy, incluida la flota, tiene alrededor de 1.500.000 y continúa disminuyendo. La reducción es menos rápida que lo que habríamos deseado, pues corre paralela con la mejora en la calidad. En las reservas y los servicios auxiliares la reducción es incomparablemente, mayor que en las unidades de combate. Al decrecer, el ejército no se debilita; por el contrario, se refuerza. Su capacidad para movilizarse en caso de guerra no cesa de crecer, y su dedicación a la causa de la revolución social no ofrece ya dudas.

[1] La organización militar de nuestro partido fue creada en 1905 y cumplió una tarea considerable en el desarrollo del movimiento revolucionario en el ejército. A fines de marzo de 1906 se hizo el primer intento de coordinar el trabajo de las células del partido en el ejército, y se convocó en Moscú una conferencia de las Organizaciones Militares. Después de la detención de sus participantes, la conferencia se reunió en Támpere (Finlandia), en el invierno de 1906.
Con posterioridad a la revolución de febrero de 1917, la organización militar extendió su influencia al comienzo a Petrogrado y luego al frente (sobre todo al frente norte y a la flota del Báltico). El 15 de abril apareció el primer número del periódico La verdad del soldado, que se convirtió en el órgano central de la organización. En el congreso de las Organizaciones Militares realizado en Petrogrado el 16 de julio están representadas 500 unidades en las que hay unos 30.000 bolcheviques. La organización militar dirige los preparativos de la insurrección y designa algunos camaradas activos en el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado.
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