¿QUE REVISTA MILITAR NECESITAMOS?

Discurso pronunciado el 23 de noviembre de 1919 en la reunión
de los redactores y colaboradores de las ediciones militares

Mi proposición de fusionar las revistas El Oficial Rojo y Asuntos Militares ha levantado una decidida protesta de los colaboradores de esta última. Hemos oído aquí una serie de objeciones que pueden resumiese de la siguiente manera: no tenemos el derecho de hacer desaparecer una revista científico-militar en nombre de la edición "popular". Ocurre, ahora bien, que nada semejante he propuesto. Tengo suficiente respeto por la ciencia militar en la medida en que ésta es digna de ese nombre, vale decir, en la medida en que generaliza la experiencia militar adquirida. Debe ser, sin embargo, una verdadera ciencia militar, y la revista que aspire al título de científico-militar debe cumplir realmente con su papel, que consiste en verificar las antiguas conclusiones con la experiencia contemporánea en las actuales condiciones sociales e históricas. Asuntos Militares no lo hace. Los autores se esfuerzan por emplear un lenguaje atemporal y exponer unas cuantas verdades al margen del tiempo. Es cierto que el redactor de Asuntos Militares -artículos al canto- pretende que la redacción "ya está de vuelta de todos los problemas": fortalezas, artillería, instrucción de las compañías, doctrina militar alemana y muchos otros más. Es una enumeración edificante, pero únicamente prueba que Asuntos Militares se ocupa de asuntos militares. Nada más. Lo que hay que saber es cómo se ocupa. Ciencia militar no quiere decir geometría. Es muy poco probable que las cuatro o cinco verdades "geométricas" -bastante debiluchas, hay que confesarlo- enunciadas por el viejo Leer sean susceptibles de ser completadas con nuevas verdades "atemporales" en las columnas de Asuntos Militares. Lo que hoy necesitamos es una participación directa de la revista en la formación material e ideológica del Ejército Rojo, del ejército que se está creando. Por desgracia la redacción ignora en demasía ese proceso de formación, por no decir que le da lisa y llanamente la espalda.
El ejército de la Revolución Francesa se formó por "amalgama". Esta palabra tenía vigencia por entonces en los medios políticos y militares. Los antiguos regimientos de línea y sus oficiales fueron absorbidos por brigadas compuestas por nuevas unidades revolucionarias. La amalgama significó prácticamente la fusión de la experiencia adquirida con el nuevo espíritu de heroísmo revolucionario de las masas populares, expresado en el ejército revolucionario. Hoy, también entre nosotros se ha llevado a efecto cierta amalgama. Cierto es que no hemos conservado nuestros antiguos regimientos y que hemos partido de cero. Sin embargo no negamos la antigua experiencia ni a los antiguos especialistas. Al contrario. Los reclutamos. Gran número de ellos efectúan su tarea con todo éxito. Y por lo demás una verdadera amalgama -por tanto, cierta fusión química- se halla igualmente en curso de realización en el frente. Nuestra literatura militar debe ser el reflejo ideológico de ese proceso. Asuntos Militares no es tal espejo. Ese es su principal error.
A fin de establecer vínculos más estrechos entre el Ejército Rojo y la edición, en estos debates se ha propuesto confiar ciertos sectores de la edición a los jefes de los correspondientes departamentos superiores. Me opongo formalmente a ello. Sería un vínculo puramente mecánico. Estoy íntegramente de acuerdo con el camarada Svechin cuando dice que semejante medida solo conduciría a una burocratización total de la edición. Sucede que aún hoy no siempre logran salir adelante: obligar a los jefes de los departamentos a disertar a propósito de su propia experiencia es estrictamente imposible. También nuestros departamentos superiores necesitan ser criticados, alentados e ideológicamente estimulados. Si les confiamos una revista serán justamente capaces de proyectar sus propias sombras en sus columnas. Otra cosa es Incitarlos a colaborar en la revista, y eso incumbe a la redacción. Personalmente me siento satisfecho como lector de haber dado con el artículo del ex-intendente Grudzinski acerca del abastecimiento.
Este especialista se levanta contra la improvisación que, esperando resolver todos los problemas a fuerza de pura intuición, rechaza toda enseñanza. El descontento y la crítica del especialista militar están cabalmente fundamentados. Pese a ello, el artículo no responde, por desgracia, a nuestra expectativa. He encontrado una enumeración de citas y de bromas nada tontas que prueban que hasta en condiciones difíciles puede un intendente tener buen humor; es divertido. Pero no he encontrado el menor vestigio de crítica práctica o constructiva. Pensad, pues, en la amplitud del tema elegido y en la responsabilidad que entraña: un enfrentamiento que opone la intendencia al comisariato del pueblo en suministro y al Consejo Superior de la Economía Nacional. Trátase de nuevas y complejas formaciones, de formaciones que reflejan todos los aspectos del proceso de la edificación socialista, con sus errores, sus desviaciones, sus vestigios de rutina, su inexperiencia y su búsqueda de caminos nuevos. Por lo que respecta al abastecimiento del ejército, ¿quién mejor calificado que un intendente para permitirse una crítica constructiva de la actividad del Comisariato de Suministro y del Consejo Superior de la Economía Nacional? El ejército es el organismo más exigente, el más imperativo, y no tolera demora alguna en la satisfacción de sus necesidades. Por eso todos los defectos de la economía se ponen de manifiesto, en su conjunto, con la mayor claridad en el abastecimiento del ejército. Y entretanto nuestros especialistas de la intendencia se comportan respecto del Comisariato de Suministro y respecto del Consejo Superior de la Economía Nacional como respecto de un azote que es necesario, quieras que si, quieras que no, soportar. En vez de criticar, incluso de la manera más insolente y viva, se contentan con rezongar, con callarse o con hacer burlas. Ahí es donde Asuntos Militares equivoca el camino.
Tomemos el problema de la composición social de nuestro ejército. Construimos éste sobre un fundamento clasista. ¿Ha sido examinado este problema desde el punto de vista militar? Nunca[1]. ¿O no es acaso importante? Veamos, sin embargo. En Ucrania el propio Skoropadsky ha intentado formar un ejército que se base en un principio clasista. Ha movilizado labradores que poseen por lo menos, al parecer, veinticinco hectáreas. En fin, hemos asistido a la tentativa de la Asamblea Constituyente de organizar un ejército "popular" al margen del principio de clase. Una tentativa que ha fracasado estrepitosamente. Tendríamos, pues, que sacar la conclusión de que vivimos en una época en la que el principio clasista de construcción del ejército se impone por sí solo. ¿Qué conclusión deducir en el campo militar en cuanto a la formación, la educación y la táctica? ¿Cuáles son sus consecuencias militares prácticas? Vuestra revista jamás se ha detenido en estos problemas. ¿No es inconcebible?
Vayamos más lejos. Sin efectivo de comando un ejército no es ejército. Tornamos nuestro efectivo de comando de dos fuentes esenciales: de la reserva del antiguo cuerpo de oficiales y del seno de la masa de los obreros y los campesinos que han seguido cursos de instrucción. Y la evaluación de este efectivo y la tentativa de facilitar nuestra actividad para su reclutamiento, su educación y su reeducación, ¿dónde están? En vano las buscaríamos en las páginas de Asuntos Militares.
¿Y los problemas de técnica, estrategia y táctica de la guerra actual? Apenas los habéis rozado. Escribís, desde, luego, artículos sobre las fortalezas y cantidad de otros temas. Pero el asunto es saber cómo escribirlos. Nadie exige una vulgarización especial o artificial cualquiera. No se trata de nada de esto en absoluto. Sólo importa escribir en función de los temas tratados. Ni que decir que hay que evitar todo lenguaje pedante, de casta o cancillería; pero en fin de cuentas la vulgarización depende de la importancia del asunto, de la complejidad de las nociones y de su interdependencia. Repito, ahora bien, que no es ese el problema. Se puede escribir acerca de los tanques, de la flota inglesa, de las nuevas estructuras de la división australiana, tomando por punto de partida las necesidades y las tareas del Ejército Rojo, es decir, esforzándose por ampliar su horizonte y enriquecer su experiencia. Se puede asimismo escribir como un observador imparcial cualquiera, cómodamente instalado en su escritorio y contentándose con echar una va-a ojeada a los aledaños a fin de producir de cuando en cuando algunas líneas. Justamente en eso estriba la desgracia. Gran número de artículos de Asuntos Militares están escritos con el tono de personas que se conforman con esperar y con emplear evasivas.
Claro está que también se puede considerar todo el período revolucionario como un equívoco, y hacer como el tipo que espera bajo su paraguas que cese la lluvia. Así se puede aguardar una, dos horas, esperando que el tiempo cambie y le permita proseguir contando los pasos después de haber cerrado su paraguas. ¡Ay!, este estado de ánimo conviene muy apenas a la publicación de una revista. La palabra misma de "diario" viene de "día", y "el tiempo no perdona lo que se ha hecho sin él". En rigor, un secretario o un inspector de artillería, y a veces hasta un comandante de división (un mal comandante, se entiende), pueden inconscientemente esperar algo o a alguien. Pero semejante estado de ánimo no conviene en absoluto a la edición de una revista. Pues un autor sólo es, en esencia, ideas. Invoca, enseña, generaliza, se manifiesta. ¿Y qué valor asignar a su llamado si él mismo se refugia bajo su paraguas? Esta psicología es la desgracia de Asuntos Militares.
Por supuesto, habláis de fortalezas y de muchas otras cosas. Recuerdo artículos de revistas militares francesas sobre las fortalezas en el curso de esta guerra, mientras crujían nuestras fortalezas rusas. Por entonces una febril sobrestimación de la importancia de las fortalezas se abatía sobre la prensa militar. ¿Tendían las fortalezas de tipo antiguo a ser suplantadas, o iban a serlo, por las posiciones fortificadas del nuevo tipo de trincheras? Aquellos artículos franceses estaban redactados, ahora bien, en función de la suerte de Verdún, de Belfort, del conjunto de las fortalezas francesas y de su defensa; en una palabra, estaban redactados desde el punto de vista del ejército francés y para el ejército francés. Vuestros artículos sobre las fortalezas, en cambio, están redactados como composiciones de seminario, "en general", sin ninguna relación con nada de nada. Es una divertidísima geometría militar, una pésima geometría, que con demasiada frecuencia se reduce a palabras en el viento.
V. Borisov, colaborador de la revista, nos ha declarado categóricamente aquí mismo que se puede intentar cualquier cosa, pero que nada puede llevarse a cabo sin un jefe de estado mayor general. Bastaría, pues, con que se presentara un jefe de estado mayor general para sacar inmediatamente a flote Asuntos Militares, aun cuando en el ínterin se haya decidido su supresión. Ahora bien, ¿qué es un jefe de estado mayor general? Es, reparad bien, un individuo que debe tomar en cuenta todo, verificarlo todo, distribuir todo, indicar el sitio de todos y de cada cual. El autor de la sentencia ha sido apoyado por Lebedev, jefe de redacción de la revista. Perdonadme, pero resulta desesperante tener tal filosofía de la historia. ¿De dónde sacar, pues, ese providencial jefe de estado mayor, cuando no tenéis la menor idea acerca del estado mayor general en sí y carecéis de toda idea rectora fundamental para construir el ejército y echarlo a andar? Volvéis la espalda a todos los problemas prácticos de la vida de nuestro ejército, ese ejército que ya existe, que en este mismo momento se está forjando. Los elogios que dirigís a un futuro jefe de estado mayor salvador no traducen más que vuestra impotencia ideológica: es un bonapartismo pasivo de personas completamente desorientadas. Repito: hay quienes hallan por cierto muy de su gusto esperar, cómodamente instalados en un sillón, la aparición de un jefe de estado mayor general. Por desgracia, el individuo así sentado no puede aspirar a la dirección ni a la edición de una revista militar.
Son los mismos que nos han reprochado no tener supuestamente nada más que secretarios de estado mayor general muy capaces de pasar todo su tiempo al teléfono y de escribir órdenes del día relativas a las tropas complementarias. Por lo que a mí respecta, os digo que esos secretarios pegados al teléfono nos son incomparablemente más preciosos desde el punto de vista militar -y hasta lo son, si os parece, para la ciencia militar- que los tristes pedantes que le vuelven deliberadamente la espalda a la historia aguardando la llegada del mesías del estado mayor general. Vuestro desprecio, que pontifica en un todo la actividad militar que se desarrolla actualmente a vuestra vista, se ha puesto de manifiesto con el máximo de claridad en una notita que habéis añadido a mi artículo sobre los especialistas militares, pero a la que no habéis considerado, por desgracia, digna de publicación. Os ruego encarecidamente que la publiquéis. Afirmáis que evidentemente "'todo está permitido" en el curso de la guerra civil o guerrilla que llevamos actualmente, pero que eso nada tiene que ver con la ciencia militar. Os digo, señores especialistas militares, que esa afirmación prueba vuestra ignorancia no sólo política, sino sobre todo militar. No es cierto que la guerra civil no tenga nada en común con la ciencia militar y que sea incapaz de enriquecería. Todo lo contrario. Gracias a la movilidad y la agilidad de sus frentes, la guerra civil amplía de manera considerable el campo de las iniciativas y del verdadero arte militar. Los objetos siguen sien o siempre semejantes: obtener los mejores resultados con un gasto mínimo de fuerzas. A menudo se ha hecho referencia a la analogía entre el arte militar y el del ajedrez. Permitidme incursionar en este terreno. Quien conoce las partidas del gran estratega Murphy sabe que ellas se distinguen por su perfección. Así entablara una guerra "grande" o una guerra "pequeña", es decir, así tuviera que vérselas con un adversario de su talla o con un profano, Murphy daba permanentemente prueba de las mismas cualidades y alcanzaba sus fines con un mínimo de golpes. Tal es también la exigencia fundamental de la ciencia militar, que debe ser obligatoriamente tomada en consideración hasta en el curso de una guerra civil. El frente occidental -de hecho el frente francés- probó rápidamente que la última guerra sólo permitía un desarrollo restringido de la iniciativa. Como consecuencia del establecimiento de un frente inmenso, desde el litoral belga hasta Suiza, la guerra se volvió súbitamente automática; la estrategia fue reducida al mínimo y por ambos lados jugó la carta del agotamiento recíproco. En cambio nuestra guerra es en primer lugar una guerra móvil, una guerra de maniobras, que es precisamente lo que da a la "guerrilla" la posibilidad de revelar sus grandes cualidades. Quien desprecia esta guerra pone así de manifiesto su crasa ignorancia y su pedantería; demuestra, con ello, que, es incapaz de instruir a los demás, puesto que tampoco él es siquiera capaz de aprender la mínima cosa.
Asuntos Militares no es, evidentemente, una publicación de masa destinada a los soldados. El soldado rojo no es más que un simple ciudadano soviético armado de un fusil para defender sus intereses. Para satisfacer sus necesidades ideológicas dispone de la prensa general. En cuanto a los comandantes, son sobre poco más o menos especialistas que tienen una esfera limitada de intereses y que necesitan una publicación especial. Para ellos es una necesidad urgente. A fin de responder a esta exigencia hay que conocer al lector, hay que escucharlo, hay que saber con claridad para quién se escribe. Demasiados son los artículos publicados en Asuntos Militares que se parecen a una amable correspondencia entre buenos amigos.
Se han alzado reclamaciones contra la censura, que impide, al parecer, escribir y criticar. Reconozco de buen grado que la censura ha cometido toda una serie de errores y que sería necesario asignarle a esta honorable, criatura un lugar más modesto. La censura debe defender el secreto militar, y nada más. (Señalemos, no obstante, de paso que entre nosotros, en nuestras propias instituciones, se respeta demasiado al secreto militar). Espero que juntos demos cuenta de este adversario de la crítica militar. Con todo, es demasiado cómodo rechazar la responsabilidad de la pobreza de Asuntos Militares sobre la censura. Por otra parte se nos ha dicho a fin de aproximarnos a la actualidad, dénosenos acceso a los archivos de la guerra civil. Es perfectamente posible. Pero no es necesario buscar el día de hoy en los archivos. Está vivo en la calle; si algunos no lo ven, es simplemente porque tienen los ojos cerrados.
También se ha declarado que finalmente había que renunciar a la posibilidad de editar una revista científico-militar con la colaboración de los antiguos autores militares. No iré tan lejos. Por el momento la experiencia no ha sido concluyente, pero disponemos, según todas las apariencias de elementos de mejora. Estimo que lo único que hay que hacer por el instante es poner de relieve todos los defectos de Asuntos Militares. Hay, que obligar a la redacción a decir con claridad y precisión lo que quiere, cómo se representa la formación del ejército, por qué no menciona en absoluto los problemas más importantes. Es necesario trasformar los gruñidos en críticas inteligibles. Hay que obligar a los señores pontífices de la seudo ciencia militar, a los sostenedores de la idea del jefe de estado mayor general, a medirse ideológicamente con toda franqueza con los verdaderos fundadores del ejército actual.
Gran número de especialistas militares instruidas están trabajando en nuestras instituciones militares, sobre todo en el frente. Se liberan de su morgue académica y pedante y se hallan por eso mismo mucho más acerca del verdadero arte militar. La polémica así abierta sacará al pensamiento militar de su inmovilismo y aportará un nuevo hálito; engendrará autores militares que querrán y sabrán hablar del Ejército Rojo para el Ejército Rojo, sin recusar nada de las exigencias de la ciencia.
¡Abajo la rutina satisfecha de sí misma! Su lugar debe ser ocupado por un verdadero pensamiento científico-militar de índole crítica.

[1] A partir de la experiencia de la guerra de 1870-71, el economista burgués L. Brentano, alemán, hizo un análisis comparativo de las condiciones combativas de los obreros y los campesinos alemanes y dedujo la superioridad militar del proletariado. ¿Se han ocupado nuestros especialistas militares así sea una sola vez, de tan importante asunto en su revista? Nunca. Y entretanto la vida del ejército gira, en nuestra época, en torno de este problema. La experiencia acumulada es enorme. ¿Se la tiene en cuenta? En absoluto. L. T.
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