Salvador Allende

Palabras en la inauguración de la Casa de Menores de Pudahuel


Pronunciado: El 15 de septiembre de 1972.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 4 de febrero de 2016.


Estimado colega, Dr. Carlos Nazar, Vicepresidente del Consejo Nacional de Menores;

Señores Directores de este Consejo;

Compañero Ministro de Educación, Aníbal Palma;

Subsecretario de Justicia;

Autoridades civiles, militares y eclesiásticas:

Quiero ‐especialmente‐ agradecer la presencia aquí, de los Embajadores de la República Popular China, y de la República de Rumania. Es para nosotros muy significativo que ellos nos acompañen en un acto como este.

Señoras y señores: en el día de hoy he podido ‐como gobernante de este país‐ tener la oportunidad de estar presente en la firma del convenio automotriz que hará posible que en nuestro país se fabriquen automóviles medianos, marca Peugeot, construyéndose desde los motores, al resto de lo que necesitan un vehículo de este tipo, en una integración ciento por ciento. Baste señalar que hoy día a Chile le cuesta o le costaba US $ 1.200 (mil doscientos dólares) por vehículo de este tipo. Y, sobre la base de este convenio, a Chile no le costará un dólar. Y, pasaremos a ser exportadores de producción especializada, inclusive motores y automóviles, especialmente para los países signatarios del Pacto Andino.

Ustedes comprenden la importancia que tiene esto para nosotros, si pensamos que ya, hace veinticinco días, tuvimos un convenio similar con Citroën, que esperamos que antes del término de este mes lo hagamos con la firma que salga favorecida, sobre la base de darnos más ventajas o más equidad, para los camiones, con los cuales se cerrará un ciclo importantísimo en la producción nacional. Queda pendiente, todavía, los vehículos intermedios, entre el pequeño y el mediano.

Además, en la mañana de hoy he tenido la satisfacción de firmar una ley elaborada entre los mapuches, los indígenas, el pueblo mapuche y las autoridades de los Ministerios de Agricultura y Tierras y Colonización, que pone término a una discriminación más que centenaria y que incorpora al mapuche, que en número de cuatrocientos mil en los centros rurales y cien mil en los urbanos viven en nuestro país, a similares condiciones a las nuestras; vale decir, dejarán de ser ciudadanos de segunda o tercera categoría para ser ciudadanos para los cuales rija también, la ley que rige para el resto de los chilenos, terminando ‐entre otras cosas‐ con los Juzgados para Indígenas y la imposibilidad que tenían, con una disminución jurídica injusta, de actuar ‐inclusive‐ en relación con sus propios bienes.

Debo decir que he tenido esta mañana un impacto frente a la presencia, por primera vez en la Historia, de seiscientos representantes de ocho provincias del pueblo mapuche que vinieron a testimoniar el reconocimiento a la actitud democrática de este Gobierno que discutió con ellos esta ley que, repito, es trascendente; no es el caso de dar las cifras sobre becas, el porcentaje de mapuches incorporados a la Educación, la creación del Instituto Nacional Indígena, etcétera.

Creo que ha sido uno de los actos más importantes de este Gobierno, que implica un sentido de integración nacional que yo me permito señalar que tiene proyecciones históricas, borrando minorías ‐que no pueden existir en nuestro país- y haciendo que el pueblo mapuche sea también, el pueblo chileno.

Su historia, su heroísmo, sus luchas, el germen inicial de nuestra propia nacionalidad, así lo exigía.

Hoy, quiero manifestar mi satisfacción por estar aquí presente en la inauguración de este Centro N° 2 de tratamiento, Centro Asistencial y Remediativo, como lo ha denominado el doctor Carlos Nazar, junto con un pabellón que, lamentablemente, no podré ir a ver, que será el Centro de Observación N° 1.

En verdad, he recibido una grata sorpresa. No me imaginé las proyecciones, la amplitud, la comodidad. No pensé nunca en la belleza de este paraje. No tuve una sensación, mediana siquiera, de lo que podría representar un Centro de Observación, por el que pudieran deambular ‐por así decirlo‐ de paso, dos mil quinientos o más muchachos que irían ‐según sus necesidades‐ a los centros respectivos, Tampoco pensé que esto se hubiera alcanzado en tan poco tiempo, y expreso mi reconocimiento a todos los que han colaborado, contribuido y esforzado, por hacer viable esto que, indiscutiblemente constituye un señero paso de adelanto en lo que es y debe ser la preocupación de un Gobierno por la juventud o la infancia de conducta antisocial o irregular. Por ello, también, agradezco la presencia de las autoridades civiles, militares y de Carabineros, que están aquí, que vienen a demostrar el interés con que miran esto que es ‐repito- trascendente, como cumplimiento de parte del plan que el Gobierno se ha trazado, a través del Ministerio de Justicia, con el Consejo Nacional de Menores. También me es muy grato destacar que siendo Consejero el señor Pierre Giovarmi es asimismo Jefe de las instituciones particulares que atienden, también, a menores.

La interrelación, la conexión, el intercambio de experiencias y la vinculación entre las instituciones particulares de este tipo y las estatales, es un hecho muy importante, muy significativo.

Para mí, que soy médico, y que puedo apreciar más que otros lo que representa la preocupación cierta de dar atención a un sector de nuestra sociedad, que por causas muy diversas, algunas de ellas económico‐sociales, otras de herencia, están en las condiciones de los muchachos que van a ser tratados, es muy satisfactorio el poder expresar mi reconocimiento, tanto al Vicepresidente del Consejo Nacional, como a otros integrantes de este Consejo y a todos aquellos que han contribuido y que contribuirán a hacer posible que se haga, en nuestro país, una efectiva y real atención al muchacho y al niño de conducta irregular o antisocial.

En los países dependientes, como el nuestro, en los países de una estructura económica débil, en los países con grandes problemas de orden económico, en países donde el esfuerzo nacional es incapaz de dar la satisfacción fundamental de las necesidades de un pueblo, vivienda, salud, trabajo, educación, recreación y descanso, el problema de los niños y muchachos de conducta antisocial o irregular, adquiere, todavía, un dramatismo mayor.

Si faltan los medios económicos para atender a los menores de conducta normal, si acaso faltan los técnicos y profesionales, médicos, siquiatras, sicólogos, maestros especializados, asistentes sociales, para los “normales” se hace más evidente, y se hace más dramáticamente evidente la carencia de estos profesionales, para preocuparse de este sector de muchachos y niños que pesan muy fuertemente sobre sus hogares, y que pesan duramente, también, sobre la sociedad y, por cierto, sobre el Gobierno.

Si imaginamos lo que representa para padres la presencia de estos niños en sus hogares, sí meditamos cómo son ‐por así decirlo‐ caldo de cultivo para el delito y la delincuencia; si pensamos en su propia frustración y la injusticia que los marca, por causas a veces de responsabilidad de la propia sociedad, comprenderemos con mayor profundidad la obligación que una sociedad distinta ‐que es la que queremos formar‐ tiene, para gastar su esfuerzo, su empeño, su capacidad técnica, en que este sector, que no es pequeño, de nuestra vida ciudadana, alcance y tenga la protección, el amparo que necesita, alcance y pueda obtener la preocupación y la atención que le es menester.

Más de alguna vez he señalado, con, dolor de chileno, de padre, de medicó, de hombre que actúa en la vida pública, y ahora en casi dos años, como Gobernante, que en este país, por ejemplo, seiscientos mil o más niños tienen deficiencias en su desarrollo físico, y lo que es peor, en su desarrollo mental, causas esenciales de falta de un régimen alimenticio, balanceado, la falta de proteínas en los primeros ocho meses de su vida.

Quizás, todos nos acostumbramos a mirar los números o leer las cifras como cifras y no vernos lo que hay detrás de cada cifra y el contenido humano, dramáticamente humano, que ellas tienen. Oír decir, saber, leer, que en un país de diez millones de habitantes hay seiscientos mil niños retrasados mentales, es algo que muchas veces yo he pensado parece no golpeara con la intensidad que debiera golpear la conciencia de la comunidad. Son cifras extraordinariamente significativas de una injusticia brutal, son cifras extraordinariamente elocuentes, de un régimen social injusto, son cifras extraordinariamente claras que reflejan la oscuridad en que vivirán por culpa nuestra. Niños hoy deficientes, mañana ciudadanos deficientes. Niños hoy, de menor valía intelectual, mañana trabajadores y ciudadanos que no podrán responder a los requerimientos del país, por culpa ‐precisamente‐ de una sociedad que no tuvo la preocupación por ellos en el momento y épocas oportunos.

Por, eso, también ha hecho muy bien el doctor Mazar, en destacar que el esfuerzo estatal, en este caso concreto de los niños de conducta antisocial o irregular, no podrá jamás llegar a los niveles satisfactoriamente suficientes, para poner atajo definitivo a un problema de la magnitud que tiene que existir, y que ignoramos, seguramente, en un porcentaje muy amplio cuánto es a lo que alcanza.

La comunidad es la que debe reaccionar. Es la comunidad la que debe estar presente. Son los centros de madres, las juntas de vecinos, las asambleas vecinales, los municipios. Es la comunidad la que debe contribuir ‐con una preocupación constante‐ a la posibilidad de ampliación aje estos centros y a su mantención en nivel superior.

Nosotros sabemos perfectamente bien, y hemos agradecido y destacado la participación que el Cuerpo de Carabineros, como institución, tiene, para preocuparse de la situación de nuestra infancia, en estos aspectos que podríamos llamar, en los bordes de la Patología.

Nosotros sabemos perfectamente bien que sólo así, concitando una voluntad común, férrea, de responsabilidad también común podremos ir avanzando, para terminar con lacras que marcan tan fuertemente a países aun jóvenes, como el nuestro.

Nosotros constituimos un país esencialmente joven, más del 45% de la población chilena tiene entre veintidós años y cero años. Constituimos un país esencialmente joven.

El mundo contemporáneo señala la quiebra de su moral, precisamente, en las desviaciones de la juventud, en el escapismo de la juventud, en el uso de las drogas de la juventud. Los “hippies” ‐y pónganle el nombre que se quiera‐ que en las distintas latitudes emergen como expresión de una sociedad en quiebra, también alcanza ‐y por desgracia‐ muy ampliamente a sociedades como las nuestras, que tienen tan poco tiempo de existencia.

Cuando uno sabe cómo ya en nuestro país, muchachos y muchachos vuelan por la marihuana.

Cuando uno tiene conocimiento cabal de lo que representa la ingestión de drogas, que adquiere denominaciones distintas. Cuando uno, también, tiene antecedentes para decir que no son sólo las muchachas y los muchachos de un sector, de una clase, que tienen los medios y las comodidades propias de esa clase, que siendo minoritaria tiene mayores comodidades. Y, cuando por desgracia inclusive ya en los sectores, de trabajadores, en su descendencia, en sus hijos, también asoman estos vicios, comprende la tremenda responsabilidad que la comunidad tiene.

No sólo somos deficitarios en la atención de los niños. No sólo no hemos sabido responder como poderes públicos, para preocuparnos del ciudadano de mañana. Alguien dijo, y con razón: “El niño es el padre del hombre”; y fue un médico y un psiquiatra. El niño, la “guagua”, en sus primeros balbuceos, ya tiene en sí mismo el germen, de una convivencia social que se hace imposible cuando no hay las comodidades materiales de un hogar, cuando la familia es una farsa inexistente, cuando la pocilga representa la casa, cuando el drama de las cuatro paredes es todo lo que tiene el hombre y la mujer que trabajan, que cuando vuelven a su choza, a las “villas miserias”, a las poblaciones marginales, han tenido la duda, respecto de la vida y la conducta de sus hijos.

Cuando recién estamos comenzando a caminar por las Guarderías y los Jardines Infantiles, cuando, por ejemplo, no se entiende, y con pasión, a veces descontrolada, se combaten iniciativas que significan incorporar a la comunidad, como es el caso que queremos, de hacer que la muchacha chilena haga un servicio obligatorio, para dedicar tres o seis meses de su vida, tan sólo, tres o seis meses de su vida, a atender a los niños chilenos.

Cuando uno piensa como hombre, padre o compañero que la mujer, esencialmente, está destinada a ser madre, cómo no entender que la muchacha tiene por vocación, y a veces, también, la necesidad de estar junto a los niños, porque en ese aprendizaje estará mejor mañana, cuando ella se preocupe de sus propios hijos.

Si pensamos que en este país un millón doscientos mil niños deberían ser atendidos en las Guarderías y Jardines Infantiles; si pensamos que por lo menos debe haber una asistente ‐no social, por cierto‐ una asistente, para buscarle este nombre, por cada diez niños comprendemos que necesitaríamos tener 120 mil funcionarios, sería el servicio burocráticamente más amplio, con gastos más altos, imposibles de solventar, dada la economía de Chile.

Por eso, pensamos que debe entenderse que la comunidad debe dar una respuesta, una respuesta que es indispensable y necesaria.

¡Qué importante, que bueno sería que la muchacha del barrio alto, que no supo de lo que fueron las existencias primitivas e iniciales de sus hermanos, porque hubo una empleada o una “mama” que los crió, pudiera adentrarse en el drama que representan los niños en los hogares proletarios, cuando en ellos falta lo esencial y lo vital!

¡Qué bueno es también que las muchachas, cuyos padres tienen un nivel económico más bajo, se vinculen, en su etapa de pubertad, precisamente, a los problemas de la vida, que tarde o temprano les van a alcanzar!

Por eso, yo miro este plan del Consejo Nacional de Menores, en el contexto de una gran política, de un gran esfuerzo nacional, de una gran responsabilidad colectiva, que no puede tener fronteras políticas, que no puede tener apellido político, que no puede tener diferencias o distancias ideológicas. El niño ‐como dijera, si mal no recuerdo, Gabriela Mistral‐ el niño es hoy, no es mañana. Por eso, hoy, creo que lo mejor que pueda señalar la satisfacción que tengo, como Gobernante del Pueblo, estar junto con ustedes, en esto que es parte de una gran tarea, que algún día, con el esfuerzo de todos, le podremos dar un contenido para todos los niños de Chile. (Aplausos).