Enver Hoxha

El Imperialismo y la Revolución

 

 

PRIMERA PARTE

 

I

LA ESTRATEGIA DEL IMPERIALISMO Y DEL REVISIONISMO MODERNO

 

EI VII Congreso del Partido del Trabajo de Albania, al analizar la actual situación internacional y la existente en el movimiento revolucionario mundial, puso de manifiesto los peligros que representan el imperialismo y el revisionismo moderno para la revolución y la liberación de los pueblos, acentuó la necesidad de librar una lucha implacable contra ellos y de apoyar activamente al movimiento marxista-leninista en el mundo.

Estos problemas adquieren una gran importancia debido a que la construcción del socialismo, la lucha por reforzar la dictadura del proletariado y la defensa de la Patria son inseparables de la situación internacional y del proceso general de la evolución mundial.

Actualmente, grandes fuerzas representantes del oscurantismo, de la esclavitud, de la explotación del proletariado y de los pueblos -el imperialismo norteamericano y sus agentes, el socialimperialismo soviético, el socialimperialismo chino, la gran burguesía y la reacción-, se han puesto en pie y luchan contra el marxismo-leninismo. También corrientes ideológicas contrarrevolucionarias, como la socialdemocracia, el revisionismo moderno y muchas otras, se han levantado en contra de nuestra ideología revolucionaria.

En nuestro combate contra todos estos enemigos debernos apoyarnos firmemente en la teoría marxista-leninista y en el proletariado mundial. Nuestra lucha en el aspecto teórico será llevada a cabo con éxito cuando hagamos un análisis dialéctico correcto de la situación internacional, de los acontecimientos que tienen lugar, de los objetivos y los propósitos de todas las fuerzas sociales en movimiento, que están en contradicción y en lucha entre sí. El análisis científico de la situación internacional y la visión clara de la estrategia, ayudan a definir justas tácticas de lucha revolucionaria en las diversas circunstancias, para ganar batalla tras batalla. Nuestro Partido siempre ha actuado así.

El socialismo está en lucha con el capitalismo, el proletariado mundial está en inexorable y continua lucha con la burguesía capitalista, los pueblos del mundo están en lucha con sus opresores externos e internos. En su lucha, el proletariado mundial se guía por su propia ideología marxista-leninista, que explica la necesidad indispensable de esta lucha y moviliza las fuerzas para la batalla. Por este motivo el capitalismo y el imperialismo siempre han organizado una encarnizada lucha contra la teoría de Marx, Engels, Lenin y Stalin.

Carlos Marx descubrió las leyes del desarrollo social, de las transformaciones revolucionarias y de la transición de la sociedad de un orden social inferior a otro superior, analizó sobre bases científicas la propiedad privada de los medios de producción, el modo capitalista de distribución, la plusvalía que arranca el capitalista. Formuló la teoría científica sobre las clases y la lucha de clases, y determinó los rumbos de la lucha del proletariado para derrocar a la burguesía, destruir el sistema capitalista, implantar la dictadura del proletariado y edificar la sociedad socialista.

En todos los países del mundo diversos teóricos reaccionarios han intentado por todos los medios denigrar la teoría de Marx, echar barro sobre ella, tergiversarla, combatirla. Pero esta teoría, que es una auténtica ciencia, ha logrado dominar el pensamiento humano progresista y hacerse un arma poderosa del proletariado y de los pueblos en la lucha contra sus enemigos.

Aplicando la teoría marxista y desarrollándola aún más, Lenin proporcionó al proletariado y a su vanguardia, el partido marxista-leninista, una teoría científica para las condiciones del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Lenin desarrolló el marxismo no sólo en la teoría, sino también en la práctica. Aplicando la doctrina de Carlos Marx, dirigió la revolución bolchevique y la condujo a la victoria. La obra de Lenin fue desarrollada aún más por Stalin.

El triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre asestó el primer golpe demoledor al imperialismo, a todo el sistema capitalista mundial. Marcó el comienzo de la crisis general del capitalismo, que se profundizó constantemente.

Con la creación y la consolidación del estado soviético, se alcanzó una victoria colosal que enseñó al proletariado y a los pueblos que era posible derrotar, aniquilar al enemigo que tenían en frente, el capitalismo, el imperialismo. Un testimonio vivo de ello era la Unión Soviética.

La coalición imperialista y capitalista mundial, enfurecida por la derrota que le infligió la Revolución de Octubre en Rusia, reforzó los medios de lucha política, económica y militar contra el nuevo estado de los proletarios y contra la propagación de la ideología marxista-leninista en el mundo. Los imperialistas, la burguesía reaccionaria, la socialdemocracia europea y mundial, junto con los demás partidos del capital, prepararon la intervención contra la Unión Soviética. Ellos, junto con los hitlerianos, con los fascistas italianos y japoneses, prepararon también la Segunda Guerra Mundial.

Pero en esta guerra se confirmó aún mejor la vitalidad del socialismo y del marxismo-leninismo, que salieron victoriosos.

Después de la victoria sobre el fascismo, el mundo sufrió grandes cambios en beneficio del socialismo. En Europa y Asia surgieron nuevos estados socialistas. Fue creado el campo socialista con la Unión Soviética a la cabeza. Esto venia a constituir otra gran victoria del socialismo, del marxismo-leninismo, y otra gran derrota del capitalismo, del imperialismo.

El sistema capitalista fue profundamente estremecido por la Segunda Guerra Mundial, que rompió por completo su equilibrio. Alemania, Japón e Italia, como potencias vencidas, salieron de la guerra con una economía arruinada. Perdieron las posiciones políticas y militares que antes ocupaban. Otros estados imperialistas, como Gran Bretaña y Francia, no obstante salir victoriosos de la guerra, se habían debilitado hasta tal punto, económica y militarmente, que su papel de gran potencia estaba por los suelos.

Con el desmoronamiento del sistema colonial se profundizó aún más la crisis general del capitalismo. Debido a este desmoronamiento surgieron una serie de nuevos estados nacionales, mientras que en los países que permanecieron en su situación de colonias o semicolonias, creció el movimiento libertador contra el yugo imperialista.

Estos cambios crearon condiciones aún más propicias para el triunfo del socialismo a nivel mundial. Bastantes estados capitalistas se encontraban, a causa de la profunda crisis económica y política y del creciente descontento de las masas, en vísperas de estallidos revolucionarios. En tales situaciones sumamente graves y críticas, acudió en su ayuda el imperialismo norteamericano.

A diferencia de las demás potencias imperialistas, los Estados Unidos de América salieron de la guerra más fuertes. No sólo no sufrieron daños, sino que acumularon riquezas colosales y aumentaron desmesuradamente su potencial económico y militar, su base técnica-científica. Este imperialismo, cebado con la sangre derramada por los pueblos, se convirtió en el único leadership de todo el mundo capitalista.

EI imperialismo norteamericano movilizó a todas las fuerzas reaccionarias del mundo capitalista con el fin de salvar al viejo régimen capitalista y aplastar todo movimiento revolucionario y de liberación nacional que lo amenazara, destruir el campo socialista y restaurar el capitalismo en la Unión Soviética y en los países de democracia popular, establecer su hegemonía en todos los lugares del mundo.

Para alcanzar sus objetivos, el imperialismo norteamericano junto con el capital mundial pusieron en marcha su gigantesca maquina burocrático-militar estatal, su gran potencial económico, técnico y financiero, todas sus fuerzas humanas. Aquel ayudó al capitalismo europeo y japonés, que estaban agotados, a reponerse política, económica y militarmente, y en lugar del sistema colonial derrumbado, levantó un nuevo sistema de explotación y expoliación, el neocolonialismo.

El imperialismo norteamericano movilizó ingentes medios de propaganda, filósofos, economistas, sociólogos, escritores, etc., en la furibunda campaña que desató contra el marxismo-leninismo, contra el comunismo, contra la Unión Soviética y contra los demás países socialistas de Europa y Asia.

Simultáneamente, puso en práctica una política agresiva declarada. La fiebre de la guerra, de la militarización y del anticomunismo invadió todos los terrenos de la vida, la economía, la política, la ideología, el ejército, la ciencia, en los Estados Unidos de América.

Para derrocar el socialismo, para aplastar los movimientos revolucionarios de liberación, para combatir la gran influencia de la teoría marxista-leninista y para implantar su hegemonía en el mundo, el imperialismo norteamericano recurrió a dos caminos.

El primer camino fue la agresión y la intervención armada. Los imperialistas norteamericanos crearon bloques militares agresivos como la OTAN, la SEATO, etc., acantonaron un gran número de tropas en los territorios de muchos otros países, instalaron bases militares en todos los continentes, construyeron poderosas flotas de guerra que diseminaron por mares y océanos. Para aplastar y sofocar la revolución intervinieron militarmente en Grecia, Corea, Vietnam y otros lugares.

El otro camino fue el de la agresión ideológica y la subversión en contra de los estados socialistas y los partidos comunistas y obreros, el de los esfuerzos encaminados a conseguir la degeneración burguesa de estos estados y de estos partidos. En este sentido el imperialismo norteamericano y todo el capital mundial utilizaron poderosos medios de propaganda y diversión ideológica.

Pero el imperialismo norteamericano con el capitalismo mundial, que se recobraba después de la guerra, tenían en frente un poderoso adversario, el campo socialista con la Unión Soviética a la cabeza, el proletariado mundial, los pueblos amantes de la libertad. Por eso debían hacer bien sus cálculos ante esta gigantesca fuerza, que se guiaba por una política correcta y clara, por una ideología triunfante que había conquistado y continuaba conquistando cada vez más el corazón y la mente de los obreros, de los revolucionarios, de los elementos progresistas.

El movimiento revolucionario del proletariado y la lucha de liberación de los pueblos crecían y se reforzaban, a pesar de los esfuerzos que hacían el imperialismo norteamericano y la reacción mundial para aplastarlos y destruirlos. La Unión Soviética, bajo la dirección de Stalin, restañó muy rápidamente las heridas de la guerra y avanzaba a altos ritmos en todos los terrenos, en la economía, la ciencia, la técnica, etc. En los países de democracia popular se consolidaban las posiciones del socialismo. Los partidos comunistas y el movimiento democrático antiimperialista extendían su influencia entre las masas.

En tales condiciones, el imperialismo y el capitalismo mundial explotaron a los revisionistas modernos, y en primer lugar a los revisionistas yugoslavos, en la lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación de los pueblos.

Fue una suerte para el capitalismo mundial que un país supuestamente de democracia popular, Yugoslavia, se opusiera a la Unión Soviética y entrara en abierto conflicto ideológico y político con ella, porque en el seno del campo del socialismo uno de sus miembros se rebelaba. El capitalismo mundial armó una gran bulla en torno a este acontecimiento, que le sirvió en su lucha en contra del socialismo y la revolución.

La traición titista, a pesar de los grandes perjuicios que ocasionó a la causa de la revolución y del socialismo, no logró escindir el campo socialista y el movimiento comunista, como esperaban la burguesía y la reacción. Los comunistas y los revolucionarios en todo el mundo condenaron enérgicamente esta traición y pusieron en evidencia el peligro que significaba el titismo, como agencia del imperialismo contra el comunismo.

Los que prestaron el mayor servicio al capitalismo mundial en la lucha contra el socialismo, la revolución y el marxismo-leninismo, fueron los revisionistas jruschovistas que, después de la muerte de Stalin, tomaron el poder en la Unión Soviética. La aparición del grupo revisionista de Jruschov constituyó la mayor victoria política e ideológica de la estrategia del imperialismo después de la Segunda Guerra Mundial.

El derrocamiento contrarrevolucionario que se produjo en la Unión Soviética alegro enormemente a los imperialistas norteamericanos y a las demás potencias capitalistas, porque el país socialista más poderoso, el soporte de la revolución y la liberación de los pueblos estaba abandonando el camino del socialismo y del marxismo-leninismo y se transformaría en un apoyo, en la teoría y en la práctica de la contrarrevolución, del capitalismo.

El viraje que se operó en la Unión Soviética, provocó la escisión del campo socialista y del movimiento comunista internacional. Fue uno de los principales factores que influyeron y crearon condiciones favorables para que el revisionismo moderno se difundiera en el seno de muchos partidos comunistas. La corriente revisionista jruschovista dañó gravemente la causa de la revolución y del socialismo en todo el mundo.

Entre las autenticas fuerzas marxista-leninistas y revolucionarias, por un lado, y el revisionismo jruschovista, por otro, empezó una lucha encarnizada. EI Partido del Trabajo de Albania, del mismo modo que había luchado y luchaba resueltamente contra el revisionismo yugoslavo, enarboló desde los primeros momentos la bandera de la lucha intransigente y de principios contra el revisionismo soviético y sus seguidores; defendió con valentía el marxismo-leninismo, la causa del socialismo y de la liberación de los pueblos. Contra la traición jruschovista se levantaron también los verdaderos marxista-leninistas y revolucionarios en todo el mundo. Del seno del proletariado revolucionario de los diversos países surgieron los nuevos partidos marxista-leninistas, que asumieron la difícil tarea de dirigir la lucha de la clase obrera y de los pueblos contra la burguesía, el imperialismo y el revisionismo moderno.

Las esperanzas del imperialismo y del revisionismo de ver destruido definitivamente el socialismo, sofocado el verdadero movimiento comunista internacional y aplastada la lucha de los pueblos, no se realizaron. Los revisionistas jruschovistas pronto pusieron al descubierto su catadura antimarxista y contrarrevolucionaria. Los pueblos vieron que la Unión Soviética se había convertido en una superpotencia imperialista, que rivalizaba con los Estados Unidos de América por la dominación del mundo; vieron que se había transformado, junto con el imperialismo norteamericano, en otro gran enemigo de la revolución, del socialismo y de los pueblos del mundo.

Por otro lado, la grave crisis económica, financiera, ideológica y política que abarco todo el mundo capitalista y revisionista, mostraba claramente no solo la mayor descomposición del sistema capitalista, su invariable naturaleza opresora y explotadora, sino que ponía de manifiesto también la demagogia y la hipocresía de todos los revisionistas modernos, que embellecían el sistema capitalista.

Pero cuando el movimiento revolucionario crecía y se consolidaba en todo el mundo, cuando el capitalismo estaba cada vez mas atenazado por la crisis, y cuando el revisionismo jruschovista y otras corrientes del revisionismo moderno eran desenmascarados ante los ojos del proletariado y de los pueblos, en la escena mundial apareció abiertamente el revisionismo chino. Este se convirtió en intimo aliado del imperialismo norteamericano y de la gran burguesía internacional para sofocar y sabotear las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos.

Actualmente en el mundo se ha creado una situación muy compleja. Hoy en la arena internacional actúan diversas fuerzas imperialistas y socialimperialistas que, por un lado, luchan juntas contra la revolución y la libertad de los pueblos, y, por otro, chocan y se enfrentan por conseguir mercados, zonas de influencia, hegemonía. A la rivalidad soviético-norteamericana por dominar el mundo, ahora se le han sumado las pretensiones expansionistas del socialimperialismo chino, las miras rapaces del militarismo japonés, los esfuerzos del imperialismo germanooccidental por conquistar nuevos espacios, la feroz competencia del Mercado Común Europeo, que ha puesto sus ojos en las antiguas colonias.

Todo esto ha agudizado aún más las numerosas contradicciones del mundo capitalista y revisionista. Al mismo tiempo, la perspectiva de la revolución y de la liberación de los pueblos no sólo no ha desaparecido como consecuencia de la traición de los revisionistas titistas, soviéticos, chinos, etc., sino que tras un retroceso momentáneo, la revolución se encuentra ahora en el umbral de un nuevo auge, y con toda seguridad avanzará por el camino que le ha asignado la historia y triunfará a escala mundial.

Nada puede liberar al imperialismo, al capitalismo y al revisionismo de la implacable venganza del proletariado y de los pueblos, nada puede salvarles de las profundas contradicciones antagónicas y de las continuas crisis, de las revoluciones, de la muerte inevitable.

Es precisamente esta situación la que hace que el imperialismo busque nuevos caminos y senderos, elabore nuevas estrategias y tácticas a fin de escapar a la catástrofe que le espera.

La estrategia del imperialismo mundial

El imperialismo norteamericano y los otros estados capitalistas han luchado y luchan por conservar su hegemonía en el mundo, por defender el sistema capitalista y neocolonialista, por salir lo menos dañados posible de la profunda crisis que los atenaza. Han hecho y hacen esfuerzos por impedir que los pueblos y el proletariado hagan realidad sus aspiraciones revolucionarias, liberadoras. El imperialismo norteamericano, que domina política, económica y militarmente a sus socios, es quien desempeña el papel principal en la lucha por alcanzar estos objetivos.

Los enemigos de la revolución y de los pueblos pretenden hacer creer que los cambios operados en el mundo y las pérdidas sufridas por el socialismo, han dado lugar a unas condiciones enteramente diferentes de las anteriores. Por eso, el imperialismo norteamericano y la burguesía capitalista mundial, el socialimperialismo soviético y el socialimperialismo chino, el revisionismo moderno y la socialdemocracia, a pesar de tener agudas contradicciones entre sí, han iniciado la búsqueda de un modus vivendi, una «sociedad nueva», híbrida, para apuntalar el sistema burgués-capitalista, evitar las revoluciones y. continuar oprimiendo y explotando a los pueblos, con nuevas formas y métodos.

El imperialismo y el capitalismo llegaron a comprender que ya no podían continuar explotando a los pueblos del mundo con los métodos anteriores, par eso, siempre y cuando su sistema no se vea amenazado, se ven, en la obligación de hacer algunas concesiones que no les perjudiquen, a fin de mantener subyugadas a las masas. Esto pretenden lograrlo mediante las inversiones y los créditos que distribuyen entre los estados y las camarillas que han asegurado su influencia, o a través de las armas, es decir, por medio de guerras parciales, ya sea participando directamente en ellas o instigando a un estado contra otro. Las guerras locales sirven para someter mejor a la hegemonía del capital mundial a los países que caen en sus trampas.

Todos los «teóricos» al servicio del capital mundial, en el Oeste y en el Este, se esfuerzan por formular esta «sociedad nueva». Esta forma «nueva» la tienen en la sociedad capitalista-revisionista de la Unión Soviética, la cual no es mas que una sociedad degenerada; la han encontrado en el sistema capitalista de la «autogestión» yugoslava y en algunos regímenes llamados de orientación socialista del «tercer mundo». Tratan de encontrar una «nueva sociedad» capitalista de este tipo también en la variante china, que ahora esta cristalizando.

En la declaración programática que el presidente Carter hizo el 22 de mayo de 1977, en la que expuso la línea de una política supuestamente nueva de los Estados Unidos de América, aparece claramente que la característica general y fundamental de esta «política nueva», en las condiciones actuales, es la lucha de esta superpotencia para hacer frente a la revolución proletaria y a las luchas de liberación nacional de los pueblos que aspiran a sacudirse el yugo del gran capital mundial, particularmente del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético.

El mundo capitalista, como pusimos de relieve anteriormente, intenta encontrar, aunque sea provisionalmente, una salida a su situación catastrófica. Naturalmente, el imperialismo norteamericano pretende encontrarla y coordinarla en lo posible con el socialimperialismo soviético, con sus aliados de la OTAN, con China y también con los otros países capitalistas industrializados. Carter hizo un llamamiento a los países del Este, del Oeste y a los países miembros de la OPEP, y les exigió que uniesen sus esfuerzos y «ayudasen efectivamente a los países más pobres». EI imperialismo norteamericano considera esta colaboración como la única alternativa y como el único camino para prevenir las guerras.

El presidente norteamericano dijo en su discurso que hoy «nos hemos liberado del miedo permanente al comunismo, miedo que en el pasado nos llevaba a abrazarnos con cualquier dictador que sintiese lo mismo».

Como es natural Carter, que es el fiel representante del imperialismo más sanguinario de nuestros tiempos, cuando habla de «la liberación del miedo al comunismo», piensa en el comunismo a lo yugoslavo, a lo jruschovista, a lo chino, que de comunistas solo tienen las máscaras; pero la burguesía capitalista no se ha liberado ni jamás se liberará de su miedo al comunismo verdadero. Por el contrario, el comunismo verdadero ha aterrorizado, y aterrorizará todavía más, al imperialismo y al socialimperialismo. A causa de este miedo y este terror los imperialistas y los revisionistas se ven obligados a unirse, a coordinar sus planes y encontrar las formas más adecuadas para prolongar los días de su dominación opresora y explotadora.

En estos momentos de profunda crisis económica, política y militar, los imperialistas de los Estados Unidos de América pretenden consolidar las victorias alcanzadas por el imperialismo, con la traición del revisionismo moderno, en la Unión Soviética, en los antiguos países de democracia popular y en China, y aprovecharlas como una barrera para contener la revolución y la lucha revolucionaria de liberación del proletariado y de los pueblos.

El presidente norteamericano reconoce, asimismo, que, debido al miedo al comunismo, los capitalistas y los imperialistas han abrazado y sostenido en el pasado a los dictadores fascistas, como Mussolini, Hitler, Hirohito, Franco, etc. Las dictaduras fascistas en los respectivos países han sido la última arma a la que han recurrido la burguesía capitalista y el imperialismo mundial contra la Unión Soviética de los tiempos de Lenin y Stalin y contra la revolución proletaria mundial.

Con una cierta seguridad, el presidente norteamericano declara que los estados comunistas (léase revisionistas) han cambiado de fisonomía, y en esto no se equivoca. Dice que «este sistema no podía permanecer inmutable toda la vida». Naturalmente, confunde la traición revisionista con el verdadero sistema socialista, con el comunismo. El imperialismo norteamericano considera el sistema soviético jruschovista como una victoria del capitalismo mundial y de ahí deduce que el peligro de un conflicto con la Unión Soviética se ha vuelto menos intenso, a pesar de que no niega las contradicciones con ella ni la rivalidad por la hegemonía.

Según Carter, el gobierno norteamericano hará todo lo que esté a su alcance por mantener el statu quo. En otras palabras, esto significa que, tanto el imperialismo norteamericano como los otros estados imperialistas, harán esfuerzos por conservar y reforzar sus posiciones en el mundo, mientras que los desacuerdos que puedan existir, y que de hecho existen, con los países amigos y con sus aliados, esperan solucionarlos conjuntamente en el marco de este statu quo.

Como conclusión, dice Carter, «la política norteamericana debe basarse en un nuevo y más vasto mosaico de intereses globales, regionales y bilaterales». Después de haber desmenuzado este nuevo y más vasto «mosaico» de intereses globales, regionales y bilaterales, reafirma que «todos los compromisos que los Estados Unidos de América han asumido respecto a la OTAN, la cual debe ser una organización fuerte, serán cumplidos», que «la alianza de los Estados Unidos de América con las grandes democracias industrializadas es indispensable, porque protege los mismos valores, y por esto el deber de todos nosotros es luchar por una vida mejor».

Como se ve, también los Estados Unidos de América se unen a los esfuerzos de los revisionistas modernos soviéticos, chinos y a los esfuerzos de las «grandes democracias industrializadas» por crear una «realidad nueva», un «mundo nuevo». En otras palabras, haciendo demagogia, la política de los Estados Unidos de América pretende adaptarse a las situaciones creadas. Para mantener el statu quo, para contener el ímpetu del hegemonismo soviético, para debilitar al socialimperialismo soviético y arrastrar a China, de modo que ésta se integre cada vez más profundamente en el campo imperialista, para sofocar las luchas revolucionarias del proletariado y de los pueblos, los Estados Unidos de América deben hacer algunas concesiones políticas fraudulentas. Pero no hacen ninguna concesión militar, ninguna concesión en la política de mantener subyugados y bajo control a los estados y a los pueblos, en la política de explotar las riquezas nacionales de otros países en beneficio propio y de los países industrializados.

Esta es la «política nueva» de los Estados Unidos de América. Para nosotros está claro que no es en absoluto una política nueva, sino una vieja política imperialista expoliadora, neocolonialista, avasalladora y de feroz explotación de los pueblos y de sus riquezas, una política encaminada a sofocar las revoluciones y las luchas de liberación nacional. Ahora el imperialismo norteamericano quiere dar a esta política vieja y permanente un tinte supuestamente nuevo, fresco, y suministrar armas a los elementos contrarrevolucionarios que están o no en el poder, para combatir al comunismo, el cual lanza a los pueblos y al proletariado a las luchas de liberación y a la revolución.

Contrariamente a lo que se afirma en la teoría china de los «tres mundos», que es una teoría falsa capitalista y revisionista, el imperialismo norteamericano continúa estando a la ofensiva. Trata de conservar las viejas alianzas y crear otras nuevas en beneficio propio y en perjuicio del socialimperialismo soviético o de quienquiera que pueda amenazar el potencial imperialista norteamericano. Sobre todo se esfuerza por reforzar la OTAN, que ha sido y sigue siendo una organización política y militar agresiva.

En todo su juego estratégico, los Estados Unidos de América no agravan excesivamente sus relaciones con la Unión Soviética, continúan con ella las conversaciones SALT, independientemente de que Carter declarase que producirá las bombas de neutrones. Sin embargo, aparece una tendencia a mantener el statu quo entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética.

Naturalmente, los Estados Unidos de América y la OTAN quieren mantener este statu quo con la Unión Soviética, teniendo, al mismo tiempo, contradicciones con ésta, pero estas contradicciones aún no han llegado a un grado tal que justifique las prédicas chinas de que la guerra en Europa es inminente.

En la actualidad, el imperialismo norteamericano apoya a China para reforzarla en los terrenos militar y económico. Los capitales norteamericanos afluyen hacia China, donde se hacen importantes inversiones con los créditos procedentes de los principales bancos estadounidenses, pero también del estado norteamericano.

Los Estados Unidos de América están jugando fuertemente la carta de China, pero con cuidado. Al mismo tiempo continúan jugando la carta del Japón. Los Estados Unidos de América quieren mantener las aguas tranquilas con el Japón, que la ayuda entre ellos sea recíproca, para que el Japón, según los objetivos norteamericanos, se fortalezca y se convierta en un Israel en el Extremo Oriente, en el Pacífico, en el Sudeste Asiático y, por que no, cuando sea necesario y llegue el momento, para poder utilizarlo también contra China.

En esta situación China firmó el tratado de amistad y de colaboración con el Japón. Este tratado ha empezado a adquirir, y en el futuro lo hará todavía más, grandes proporciones, multilaterales, peligrosas y monstruosas para los destinos del mundo, dado que entre el Japón y China se establecerá una estrecha colaboración económica y militar cuyo objetivo será la creación de esferas de influencia, particulares y comunes, sobre todo en Asia, en Australia y en toda la cuenca del Pacifico. Naturalmente, esta colaboración empezara a edificarse a la sombra de la alianza con los Estados Unidos de América y al son de la propaganda de guerra contra el socialimperialismo soviético. EI principal objetivo de esta alianza chino-japonesa es frenar y debilitar a la Unión Soviética, desplazarla de Siberia, Mongolia y otras zonas y poner fin a su influencia en toda Asia y Oceanía, en todos los países miembros de la ASEAN.

Esta es la estrategia del imperialismo norteamericano, pero también lo es del imperialismo chino y del militarismo japonés. Los Estados Unidos de América procurarán ayudar a China y al Japón, y mantenerlos bajo su dirección, procurarán reforzar la alianza con ellos y lanzarlos contra la Unión Soviética. Pero a la vez existe la posibilidad de que un día la política diabólica, hipócrita, imperial, carente de principios y con un espíritu imperialista-militarista de China y el Japón, se oponga a la superpotencia que les ayudó a levantarse, como hizo Alemania en la época de Hitler, que se convirtió en una terrible potencia fascista, atacó a los aliados de los Estados Unidos de América y entró en guerra con ellos.

Los Estados Unidos de América se esforzaron por mantener el equilibrio entre el potencial chino y el japonés, el cual va en aumento. Pero, un buen día no estarán en condiciones de hacerlo y la alianza imperialista militarista chino-japonesa constituirá simultáneamente un peligro no sólo para la Unión Soviética, sino también para los propios Estados Unidos de América, debido a que los intereses de estos dos grandes países asiáticos imperialistas, China y el Japón, coinciden en sus designios de dominar Asia y otras zonas, y de debilitar al imperialismo norteamericano y al socialimperialismo soviético.

En la OTAN, los Estados Unidos de América tienen una posición dominante y una gran influencia militar, política y económica. No obstante esto, y a pesar de su unidad interna, la OTAN ha comenzado a diferenciarse desde el punto de vista de la influencia que ejercen cada uno de sus miembros y por la imposición de un estado sobre los otros.

En esta organización la Republica Federal de Alemania se fortalece de año en año. Su potencial económico y político, y su comercio de armas rebasan las fronteras del Mercado Común Europeo. Ahora podemos decir que la política de Alemania Occidental está tomando los rasgos de un revanchismo fascista totalitario que pretende crear sus propias zonas de influencia. Esto, naturalmente, no es del agrado de Inglaterra y Francia, que son los otros dos socios principales de los Estados Unidos de América en la OTAN.

Alemania Occidental reclama la unificación de los dos estados alemanes que daría lugar a un estado poderoso con un gran potencial militar, el cual constituiría una amenaza para el socialimperialismo soviético y, en caso de una conflagración general, en alianza con el Japón y China, podría llegar a ser un peligro para todo el mundo. Desarrolla relaciones muy estrechas especialmente con China. Se encuentra a la cabeza de los estados europeos en los intercambios comerciales con China. Al mismo tiempo Alemania Occidental es el mayor y más poderoso abastecedor europeo de China con créditos, tecnología y armas modernas.

Inglaterra y Francia tienen, del mismo modo, grandes intereses en China, por eso desarrollan sus relaciones con ella. Ahora bien, los intereses de China con Bonn son mayores. Esto preocupa a Inglaterra y Francia porque, de fortalecerse todavía más, la República Federal de Alemania puede llegar a tener un mayor dominio sobre sus socios de la OTAN y del Mercado Común Europeo. Por eso, constatamos que tanto el gobierno inglés como el francés, cuando hablan de amistad y de relaciones con China, no olvidan señalar que desean desarrollar aún más las relaciones económicas y amistosas con la Unión Soviética. Lo mismo dice Bonn, y sin embargo desarrolla rápidamente sus relaciones con China, que se presenta como el principal enemigo de la Unión Soviética. Los poderosos revanchistas de Bonn, se proclaman abiertamente como los más próximos aliados de China. Por eso China no mira a la Alemania Federal de la misma manera que a Francia e Inglaterra.

 

La estrategia del socialimperialismo soviético

Una vez que los jruschovistas se hicieron con el poder en la Unión Soviética, se plantearon como principal objetivo la destrucción de la dictadura del proletariado, la restauración del capitalismo y la transformación de la Unión Soviética en una superpotencia imperialista.[1]

En primer lugar, Jruschov y su grupo, tras consolidar sus posiciones después de la muerte de Stalin, desencadenaron su ofensiva contra la ideología marxista-leninista y la lucha para repudiar el leninismo, atacando a Stalin y haciendo recaer sobre él todas las calumnias que había fabricado desde hacia tiempo la inmunda propaganda de la burguesía capitalista mundial. Los jruschovistas asumieron así el papel de portavoces y ejecutores de los deseos del capital contra la ideología marxista-leninista y la revolución en la Unión Soviética. De manera sistemática liquidaron toda la estructura socialista de la Unión Soviética, se empeñaron en liberalizar el sistema soviético, en transformar el estado de dictadura del proletariado en un estado burgués, y la economía y la cultura socialistas en capitalistas.

La Unión Soviética, que se convirtió en un país revisionista, en un estado socialimperialista, trazó una estrategia y una táctica propias. Los jruschovistas estructuraron una política que les permitiera encubrir toda su actividad con una fraseología leninista. Elaboraron su ideología revisionista de tal manera que les permitiera hacerla pasar a los ojos del proletariado y de los pueblos como un «marxismo-leninismo de un nuevo período», y decir a los comunistas, del interior y el exterior del país, que «en la Unión Soviética prosigue la revolución en las nuevas condiciones políticas, ideológicas y económicas de la evolución mundial» y que ésta revolución no sólo continuaba, sino que supuestamente este país estaba pasando a la fase de la construcción de una sociedad comunista sin clases, en la que el partido y el estado se extinguían.

El partido fue despojado de sus atributos de vanguardia de la clase obrera, de única fuerza política dirigente del estado y de la sociedad, y se transformó en un partido dominado por los aparatchiks y los agentes del KGB. Los revisionistas soviéticos calificaron su partido de «partido de todo el pueblo» y lo redujeron a tal estado que ya no puede ser el partido de la clase obrera, sino de la nueva burguesía soviética.

Por otra parte, los revisionistas soviéticos predicaron la coexistencia pacífica jruschovista como línea general del movimiento comunista internacional y proclamaron la «competencia pacífica con el imperialismo norteamericano» como el camino para el triunfo del socialismo en la Unión Soviética y en los otros países. Declararon, asimismo, que, supuestamente, la revolución proletaria había entrado en una nueva fase, que podía triunfar también por otras vías, diferentes de la toma violenta del poder por parte del proletariado. Según ellos, el poder podía ser tomado por medio del camino pacífico, parlamentario y democrático, por medio de las reformas.

Especulando con el nombre de Lenin y del partido bolchevique, los revisionistas jruschovistas hicieron todo tipo de esfuerzos para imponer su línea antimarxista, esta revisión de la teoría marxista-leninista en todos los terrenos, a todos los partidos comunistas del mundo. Querían que los partidos comunistas y obreros del mundo se encuadraran en esta línea revisionista y se transformaran en partidos contrarrevolucionarios, en ciegos instrumentos de la dictadura burguesa, para servir al capitalismo.

Pero estos deseos no se vieron completamente realizados, porque, en primer lugar, el Partido del Trabajo de Albania se mantuvo inconmovible en la aplicación consecuente del marxismo-leninismo y en la defensa de su pureza. En aquellos momentos hubo también otros partidos que, sin tener razones marxista-leninistas puras, vacilaron, no aceptaron enteramente las orientaciones jruschovistas, otros las admitieron a medias, pero posteriormente acabaron por someterse. En aquellos momentos también el Partido Comunista de China se opuso a los jruschovistas, pero, como demuestran los hechos, se guiaba por fines y objetivos totalmente opuestos a los que llevaron al Partido del Trabajo de Albania a lanzarse al combate contra el revisionismo jruschovista.

Con su acceso al poder, los jruschovistas prepararon a la vez la plataforma de su política exterior. Al igual que el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético basó su política exterior en la expansión y el hegemonismo, a través de la carrera armamentista, las presiones y el chantaje, la agresión militar, económica e ideológica. El objetivo de esta política era el establecimiento de la dominación socialimperialista en todo el mundo.

La Unión Soviética aplica una política típicamente neocolonialista en los países del COMECON. Las economías de estos países se han convertido en apéndices de la economía soviética. Para tenerlos subyugados, la Unión Soviética se vale del Tratado de Varsovia, que le permite mantener acantonados en estos países importantes contingentes militares, que en nada difieren de los ejércitos ocupantes. El Tratado de Varsovia es un pacto militar agresivo que está al servicio de la política de las presiones, los chantajes y las intervenciones armadas del socialimperialismo soviético. También las «teorías» revisionista-imperialistas de la «comunidad socialista», la «división socialista del trabajo», la «soberanía limitada», la «integración económica socialista», etc., están al servicio de esta política neocolonialista.

Pero el socialimperialismo soviético no se siente satisfecho con la dominación que ejerce sobre sus estados satélites. Del mismo modo que los demás estados imperialistas, la Unión Soviética pugna ahora por conseguir nuevos mercados y esferas de influencia, por invertir sus capitales en diversos países, por acaparar fuentes de materias primas, par extender su neocolonialismo a África, Asia, América Latina y otras partes.

Para ensanchar su expansión y su hegemonismo, el socialimperialismo soviético ha elaborado todo un plan estratégico, que comprende una serie de actividades económicas, políticas, ideológicas y militares.

Al mismo tiempo los revisionistas soviéticos se dedican a minar las revoluciones y las luchas de liberación de los pueblos recurriendo a los mismos medios y métodos que utilizan los imperialistas norteamericanos. Normalmente los socialimperialistas actúan por medio de los partidos revisionistas, que son instrumentos suyos, sin embargo, según el caso y las circunstancias, también intentan corromper y sobornar a camarillas que dominan en los países no desarrollados, ofrecen «ayudas» económicas avasalladoras para después penetrar en estos países, instigan conflictos armados entre las distintas camarillas, apoyando a una u otra, traman complots y putschs para colocar en el poder regímenes pro soviéticos, recurren a la intervención militar directa, como hicieron junto con los cubanos en Angola, Etiopia y otros lugares.

Los socialimperialistas soviéticos llevan a cabo su intervención y sus actos hegemonistas y neocolonialistas bajo la mascara de la ayuda y el respaldo a las fuerzas revolucionarias, a la revolución, a la construcción socialista. En verdad lo que hacen es ayudar a la contrarrevolución.

La Unión Soviética intenta abrirse paso para realizar sus planes expansionistas neocolonialistas, presentándose como un país que sigue una política leninista e internacionalista, como aliado, amigo y defensor de los nuevos estados nacionales, de los países poco desarrollados, etc. Los revisionistas soviéticos preconizan que estos países, al ligarse a la Unión Soviética y a la llamada «comunidad socialista», que es proclamada como la «principal fuerza motriz de la actual evolución mundial», pueden avanzar con éxito por el camino de la libertad y la independencia, e incluso del socialismo. A tal efecto han inventado asimismo las teorías del «camino no capitalista de desarrollo», de la «orientación socialista», etc.

La estrategia de los socialimperialistas soviéticos no tiene nada en común con el socialismo y el leninismo, contrariamente a lo que ellos pretenden. Es la estrategia de un estado imperialista rapaz que busca extender su hegemonía y su dominación a todos los continentes y a todos los países.

Esta política hegemonista y neocolonialista que sigue la Unión Soviética revisionista choca, y no puede ser de otra manera, con la política que siguen los Estados Unidos de América y la que ha comenzado a practicar China. Se trata de un enfrentamiento de intereses de los imperialistas en su lucha por repartirse el mundo. Son precisamente estos intereses y esta lucha los que contraponen a las superpotencias entre sí, los que incitan a cada una de ellas a utilizar todas sus fuerzas y medios para debilitar a su rival o rivales, mientras que los choques no lleguen a tal punto de exacerbación que los lance a enfrentamientos armados.

La estrategia del socialimperialismo chino

Los acontecimientos y los hechos demuestran cada vez mejor que China se hunde más y más en el revisionismo, en el capitalismo y en el imperialismo. En este sentido trabaja para realizar una serie de tareas estratégicas, a escala nacional e internacional.

A escala nacional, el socialimperialismo chino se ha planteado la tarea de suprimir cualquier medida de carácter socialista que se hubiera adoptado después de la liberación, y crear un sistema capitalista en la base y la superestructura a fin de hacer que China sea a finales del presente siglo una gran potencia capitalista, gracias a la aplicación de las llamadas «cuatro modernizaciones», de la industria, la agricultura, el ejercito y la ciencia.

Lucha por crear en el interior del país una organización que asegure la dominación de la vieja y la nueva burguesía capitalista china sobre el pueblo chino. El revisionismo chino intenta implantar esta organización y dominación adoptando el camino fascista, con el látigo, con la represión. Trabaja para crear una unidad entre el ejercito y las retaguardias, de tal manera que éstas sirvan a este ejercito represivo.

Las formas y los métodos que más han llamado la atención de la dirección china, y que pueden ser aplicados en China, son los titistas, particularmente el sistema yugoslavo de «autogestión». Numerosas comisiones y delegaciones chinas, de todos los sectores y especialidades, han sido encargadas de estudiar sobre el terreno este sistema y en general la experiencia del «socialismo» capitalista yugoslavo.

Este sistema y esta experiencia ya están siendo aplicados en China. Sin embargo, por otro lado, los dirigentes revisionistas de China no pueden hacer caso omiso de los fracasos de la «autogestión» titista, no pueden dejar de tener presente que las condiciones de su país son totalmente diferentes de las de Yugoslavia. Además, consideran indispensable tomar de prestado muchas cosas de las formas y los métodos capitalistas, los cuales, según ellos, han mostrado su «eficacia» en los Estados Unidos de América, en Alemania Occidental, en el Japón y en otros países burgueses. Al parecer, el sistema capitalista que se está construyendo y desarrollando en China, será un sistema injertado con diferentes formas y métodos revisionista-capitalistas y tradicionales chinos.

Para transformarse en una gran potencia capitalista, el revisionismo chino necesita un período de paz. Con esta necesidad está ligada la consigna del «gran orden» lanzada por el XI Congreso del partido chino.1 Para asegurar un «orden» de este tipo, se requiere, por un lado, un régimen capitalista de tipo dictatorial fascista y, por otro, conservar a toda costa la paz y el compromiso entre los grupos rivales, que han existido y siguen existiendo en el partido y el estado chino. El tiempo dirá en que medida podrán asegurarse este orden y esta paz.

La política de los dirigentes chinos para hacer de China una superpotencia, trata de conseguir que ésta se beneficie económica y militarmente del imperialismo norteamericano, así como de los países capitalistas desarrollados, aliados de los Estados Unidos de América.

Esta política de China ha suscitado un gran interés en el mundo capitalista, sobre todo el interés del imperialismo norteamericano, quien ve en esta política de China un gran apoyo a su propia estrategia, que tiende a mantener en pie el capitalismo y el imperialismo, consolidar el neocolonialismo, extinguir las revoluciones y estrangular el socialismo, así como a debilitar a su rival, la Unión Soviética.

Como ha declarado Carter, el imperialismo norteamericano desea «colaborar estrechamente con los chinos» . Carter ha subrayado: «nosotros consideramos las relaciones norteamericano-chinas como un elemento central de nuesta politica global y consideramos a China como una fuerza clave para la paz» . China está por una coexistencia pacífica que la aproxime lo más posible a los Estados Unidos de América.

Debido a estos puntos de vista y posturas, China se alinea con los estados burgués-capitalistas que fundan su existencia, en tanto que estados, en el imperialismo norteamericano. Este viraje de China hacia el imperialismo, al igual que el que dieran antes la Unión Soviética y otros, es cada día más real. Esto es observado por los mismos imperialistas, que, alegres ante esta «nueva realidad» , declaran que «los conflictos ideológicos que separaron a los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y China en los años 50, hoy son menos visibles y existe una creciente necesidad de colaboración entre las superpotencias...».

Los imperialistas norteamericanos y su presidente Carter se muestran dispuestos a ayudar a China para que consolide su economía y refuerce su ejército, siempre, claro está, en la medida en que les interese. Palmotean las espaldas de los dirigentes revisionistas chinos, porque la estrategia de China constituye una importante ayuda para los objetivos hegemonistas del imperialismo norteamericano.

China aplaude los puntos de vista y los actos norteamericanos contra la Unión Soviética revisionista, porque quiere demostrar que supuestamente sirven a la revolución, sirven al debilitamiento de la gran potencia más peligrosa del mundo, el socialimperialismo soviético. A su vez, el imperialismo norteamericano aplaude los puntos de vista y los actos de China contra la Unión Soviética revisionista, porque, como ha declarado uno de los más íntimos colaboradores de Carter, «el conflicto chino-soviético crea una especie de estructura global más pluralista», por la cual se pronuncia el imperialismo norteamericano y la considera compatible con su noción de «cómo debe ser organizado el mundo», es decir, de cómo azuzar a los demás a destrozarse mutuamente y después los Estados Unidos de América asentar con más facilidad su dominación en todos lados.

La política pragmática y aberrante de China la ha empujado a convertirse en aliada del imperialismo norteamericano y a proclamar al socialimperialismo soviético como el enemigo y peligro principal. Mañana, cuando China vea que ha logrado su objetivo de debilitar al socialimperialismo soviético, cuando vea, según su lógica, que el imperialismo norteamericano está fortaleciéndose, entonces, dado que se apoya en un imperialismo para combatir a otro imperialismo, podrá continuar su lucha en el otro flanco. En este caso el imperialismo norteamericano podrá convertirse en el más peligroso y entonces China, automáticamente, podrá adoptar una posición contraria a la precedente.

Esta es una posibilidad real. En su VIII Congreso celebrado en 1956 los revisionistas chinos consideraron al imperialismo norteamericano como el peligro principal. Posteriormente, en el IX Congreso, en abril de 1969, declararon que el peligro principal lo constituían las dos superpotencias, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético. Más tarde, después del X Congreso, que se efectuó en agosto de 1973, y en el XI Congreso, proclamaron como enemigo principal únicamente al socialimperialismo soviético. Con tales bandazos, con tal política pragmática, no está descartado que el XII o el XIII Congreso apoye al socialimperialismo soviético y declare que el enemigo principal es el imperialismo norteamericano, y así hasta que China alcance su objetivo de transformarse un una gran potencia capitalista mundial. En este caso, ¿qué papel desempeñará China en la arena internacional? Su papel nunca será revolucionario, sino regresivo, contrarrevolucionario.

Un importante aspecto de la política exterior china es la alianza con el Japón. Esta alianza racista de estos dos estados, por así decirlo, amarillos, sellada recientemente con el tratado chino-japonés, tiende, como subrayamos más arriba, a realizar los planes estratégicos de China y Japón para dominar conjuntamente Asia, los países de la ASEAN y Oceanía. Los revisionistas chinos necesitan este tratado y la amistad con el Japón para amenazar, en colusión con los militaristas japoneses, al socialimperialismo soviético y, si fuera posible, liquidarlo y acabar con su influencia en Asia.

Pero, además, China trata de aprovechar sus lazos con el Japón para obtener créditos de él, importar técnica, tecnología y armamento con miras a realizar sus propias ambiciones de gran patencia. Tanta importancia atribuye China a la colaboración económica multilateral con el Japón, que más de la mitad de su comercio exterior se desarrolla con este país.

A la hora de realizar su política expansionista, la China socialimperialista trabaja por extender lo más posible su influencia en Asia. Actualmente no tiene ninguna influencia en la India, donde tanto los Estados Unidos de América como la Unión Soviética, tienen intereses particulares y comunes en el marco de los cambios y las alianzas que puedan tener lugar en el futuro. China desea mejorar de una u otra manera sus relaciones diplomáticas con la India. Pero las pretensiones de la India hacia el Tibet son grandes. La India combatirá por liquidar la escasa influencia que pueda tener China en Pakistán, puesto que éste es un país estratégico en el flanco de Irán y Afganistán. Aquí comienzan las rivalidades por la gran cuenca petrolífera del Oriente Medio, que está dominada por el imperialismo norteamericano. A China le es muy difícil penetrar en ella. Hará una política contraria a los intereses de los pueblos árabes y en pro de los intereses norteamericanos, hasta que llegue el momento de potenciarse ella misma. A la vez China ayudará a los Estados Unidos de América para que, junto con países como Irán, Arabia Saudita y otros, se conviertan en una poderosa barrera contra la penetración política, económica y militar soviética en esta zona vital para el imperialismo norteamericano y el imperialismo europeo.

Para alcanzar sus fines, los socialimperialistas chinos dedican una atención particular a Europa Occidental. Su objetivo es contraponerla al socialimperialismo soviético. Por eso apoyan, utilizando todas las formas, a la OTAN y la alianza de los países europeos con los Estados Unidos de América, al Mercado Común Europeo y la «Europa Unida».

En su plan estratégico, la China socialimperialista se propone extender a los países del «tercer mundo», como ella los llama, su influencia y su hegemonía. La teoría del «tercer mundo» tiene gran importancia para China. Mao Tse-tung no proclamó esta «teoría» porque fuese un soñador, sino con objetivos hegemonistas bien determinados, para que China domine el mundo. Los sucesores de Mao Tse-tung y Chou En-lai siguen la misma estrategia.

Los designios estratégicos chinos se extienden también al llamado «mundo no alineado», que es preconizado por el titismo. Entre estos «mundos» no existe ninguna diferencia, se interfieren mutuamente. Es difícil discernir qué estados son del «tercer mundo» y qué los distingue de los «países no alineados», qué estados forman parte de los «no alineados» y qué los distingue de los del «tercer mundo». Así pues, cualquiera que sea el nombre que se les dé, se trata de los mismos estados.

Esta es otra de las razones por las que la dirección china atribuye una importancia tan grande a las muy amistosas relaciones estatales y de partido con Tito y Yugoslavia en todos los terrenos: ideológico, político, económico y militar.

La comunidad de concepciones entre los revisionistas chinos y los revisionistas yugoslavos no les impide explotar la cordial amistad que existe entre ellos en función de los fines particulares de cada uno.

Tito trata de aprovechar las declaraciones de Jua Kuo-feng sobre su fidelidad y la del partido yugoslavo al marxismo-leninismo, sobre el carácter socialista de la «autogestión», sobre la política interior y exterior «marxista-leninista» que siguen los titistas, para demostrar que el desenmascaramiento de que ha sido objeto por sus desviaciones antimarxistas, por su política chovinista, reaccionaria y pro imperialista, por su revisionismo, no pasa de ser una calumnia de los stalinistas y, sobre esta base, trata de mejorar su reputación a escala internacional.

Por su parte, Jua Kuo-feng aprovecha las relaciones con Yugoslavia para la llamada apertura de China hacia Europa. Los revisionistas chinos se esfuerzan también por utilizar la amistad con los titistas, que se las dan de campeones del «no-alineamiento», como un importante canal para poder introducirse en los países «no alineados» e imponerles su dominación. No fue por azar que Jua Kuofeng, en el curso de su visita a Yugoslavia2, pusiese por las nubes el movimiento de los «no alineados», calificándolo de «fuerza importantísima en la lucha de los pueblos del mundo contra el imperialismo, el colonialismo y el hegemonismo». Si cubrió de elogios a este movimiento y a Tito, es porque sueña con apoderarse de dicho movimiento y hacer que Pekín se convierta en su centro.

En todos sus aspectos, la política del socialimperialismo chino es la política de una gran potencia imperialista, es una política contrarrevolucionaria y belicista, y por eso será execrada, contestada y combatida cada vez más por los pueblos.

 

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Las superpotencias imperialistas, de las cuales hemos hablado más arriba, seguirán siendo imperialistas y belicistas, y, si no es hoy, será mañana cuando arrojaran el mundo a una gran guerra atómica.

El imperialismo norteamericano trata de hundir cada vez más sus colmillos en la economía de los otros pueblos, mientras que el socialimperialismo soviético, que apenas ha mostrado sus garras, intenta clavarlas en diversos países del mundo para crearse, a su vez, posiciones neocolonialistas e imperialistas y reforzarlas. Pero existe también la «Europa Unida», ligada por medio de la OTAN a los Estados Unidos de América, que tiene tendencias imperialistas no globales, sino particulares. Por otra parte, China, que busca convertirse en superpotencia, también ha entrado en la danza, así como el militarismo japonés que se ha levantado. Estos dos imperialismos se alían para formar una potencia imperialista que se oponga a las demás. En tales condiciones aumenta el gran peligro de una guerra mundial. Las alianzas actuales son un hecho, pero irán dislocándose, en el sentido de modificar sus rumbos, no así su contenido.

Los bellos discursos sobre el desarme que se pronuncian en la ONU y en las distintas conferencias internacionales organizadas por los imperialistas, son demagogia. Los imperialistas han creado y protegen el monopolio de las armas estratégicas y desarrollan un enorme tráfico de armas, no para garantizar la paz y la seguridad de las naciones, sino para obtener superganancias y aplastar la revolución y los pueblos, para desencadenar guerras de agresión. Stalin ha dicho:

«Los estados burgueses se arman y se rearman furiosamente. ¿Por qué? Naturalmente, no para pasar el tiempo, sino para la guerra. Y los imperialistas necesitan la guerra, porque es el único medio para repartirse el mundo, para repartirse los mercados, las fuentes de materias primas y las esferas de utiización del capital.»[2]

En su rivalidad, que las conduce a la guerra, las superpotencias, con seguridad, provocarán y fomentarán muchas guerras parciales entre diversos estados del «tercer mundo», de los «países no alineados» o de los «países en vías de desarrollo».

El presidente Carter ha expresado la opinión de que la guerra puede estallar sólo en dos puntos del globo, en Oriente Medio y en África. Y se comprende por qué, porque precisamente en estas dos regiones del mundo los Estados Unidos de América tienen hoy mayores intereses. En el Oriente Medio se encuentra el petróleo y en la rica África chocan los grandes intereses económicos y estratégicos neocolonialistas por el reparto de los mercados y las zonas de influencia entre las superpotencias, que buscan conservar y reforzar sus posiciones y conquistar otras.

Pero, aparte del Oriente Medio y África, hay otras zonas donde chocan los intereses de las superpotencias, como por ejemplo el Sudeste Asiático. Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y, además, China, tratan, de establecer sus zonas de influencia y repartirse los mercados. Esto incluso engendra conflictos que de vez en cuando se convierten en guerras locales, cuyo objetivo no es en absoluto liberar a los pueblos, sino implantar o suplantar las camarillas dominantes del capital aborigen, que unas veces están con una superpotencia y otras veces con otra. El socialimperialismo soviético y el imperialismo norteamericano son dos hidras de las cuales los pueblos no se fían. Del mismo modo, los pueblos tampoco se fían de China.

Cuando las superpotencias no consigan realizar sus intereses expoliadores a través de los medios económicos, ideológicos y diplomáticos, cuando las contradicciones se hayan agravado al extremo, cuando las transacciones y las «reformas» resulten ineficaces para resolver estas contradicciones, entonces estallará la guerra entre ellas. Por lo tanto los pueblos, que serán los que derramaran su sangre en esta guerra, deben intentar con todas sus fuerzas no dejarse coger desprevenidos, deben sabotear la guerra interimperialista de rapiña, para evitar que tome las proporciones de una conflagración mundial y, si esto no pueden lograrlo, convertirla en guerra de liberación y triunfar.

El papel del titismo y de las otras corrientes revisionistas en la estrategia global del imperialismo y del socialimperialismo

EI imperialismo, el socialimperialismo, el capitalismo mundial y la reacción en la lucha feroz que llevan a cabo contra la revolución, el socialismo y los pueblos, tienen el respaldo de los revisionistas modernos de todas las corrientes. Estos renegados y traidores contribuyen a que el imperialismo aplique su estrategia global, minando desde el interior, escindiendo y saboteando los esfuerzos del proletariado y la lucha de los pueblos por sacudirse del yugo social y nacional. Los revisionistas modernos han asumido la misión de denigrar y deformar el marxismo-leninismo, de desorientar a la gente y apartarla de la lucha revolucionaria, de ayudar a que el capital preserve y perpetúe su sistema de opresión y explotación.

A la par de los revisionistas soviéticos y chinos, sobre los cuales ya hemos hablado, también los revisionistas titistas yugoslavos desempeñan un papel de primer orden en el grande y pel igroso juego contrarrevolucionario.

El titismo es una vieja agencia del capital, una de las armas preferidas de la burguesía imperialista en su lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación.

Los pueblos de Yugoslavia lucharon con abnegación contra los ocupantes nazi fascistas por la libertad, la democracia y el socialismo. Lograron liberar el país, pero no les dejaron llevar adelante la revolución en el camino del socialismo. La dirección revisionista yugoslava con Tito a la cabeza, trabajada hace tiempo en secreta por el Intelligence Service, aunque durante el periodo de la guerra pretendía hacer creer que conservaba los rasgos de un partido de la III Internacional, en realidad perseguía otros objetivos, en oposición al marxismo-leninismo y a las aspiraciones de los pueblos de Yugoslavia de construir una sociedad verdaderamente socialista en este país.

El Partido Comunista de Yugoslavia que llegó al poder, había heredado considerables errores de carácter desviacionista. Después de la Segunda Guerra Mundial manifestó acentuados rasgos nacional-chovinistas, que ya habían aflorado en los tiempos de la guerra. Estos rasgos aparecieron en su renuncia a la ideología marxista-leninista, en sus posturas respecto a la Unión Soviética y Stalin, en sus actitudes y actos chovinistas hacia Albania, etc.

El sistema de democracia popular que se instauró en Yugoslavia, era provisional, no se ajustaba a los deseos de la camarilla en el poder, a pesar de que esta camarilla no dejaba de autodenominarse «marxista». Los titistas no estaban por la construcción del socialismo, no estaban por que el Partido Comunista de Yugoslavia se guiara por la teoría marxista-leninista y no aceptaban la dictadura del proletariado. En esto tuvo su origen el conflicto que estalló entre la Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros y el Partido Comunista de Yugoslavia. Se trataba de un conflicto ideológico entre el marxismo-leninismo y el revisionismo, y no de un conflicto entre personas por razones de «predominio», como quieren presentarlo los revisionistas. Stalin defendía la pureza de la teoría marxista-leninista, Tito defendía la corriente desviacionista, revisionista, antimarxista del revisionismo moderno, siguiendo las huellas de Browder y de los otros oportunistas, que aparecieron en vísperas y en el curso de la Segunda Guerra Mundial.

En los primeros años de la liberación, la dirección yugoslava simulaba tomar como ejemplo la construcción del socialismo en la Unión Soviética y proclamó que estaba construyendo el socialismo en Yugoslavia. Esto se hacía para embaucar a los pueblos de Yugoslavia que habían derramado la sangre y aspiraban al socialismo auténtico.

De hecho, los titistas no estaban ni podían estar por el régimen social socialista ni por la forma de organización del estado soviético, porque Tito abogaba por el sistema capitalista y por un estado esencialmente democrático-burgués, donde su camarilla tuviera el poder. Este estado serviría para crear la idea de que en Yugoslavia se construía el socialismo, pero un socialismo «específico» de un «tipo más humano», precisamente esa especie de «socialismo» que serviría de quinta columna en el seno de los países socialistas. Todo había sido bien calculado y coordinado por los imperialistas anglo-norteamericanos y el grupo titista. Así los revisionistas yugoslavos, haciendo el juego al imperialismo y al capitalismo mundial, y en colusión con ellos, se pusieron en contra de la Unión Soviética.

El imperialismo inglés, y posteriormente el norteamericano, continuando sus viejos planes, ya en los tiempos de la lucha antifascista de liberación nacional, ayudaron a Tito no sólo a separarse de la Unión Soviética, sino también a emprender actos de sabotaje contra ella y, sobre todo a trabajar para separar del campo socialista otros países de democracia popular, a fin de aislar a la Unión Soviética de todos estos países y unirlos con Occidente. Esta era la política del capitalismo mundial y de su agente el titismo.

Churchill, este anticomunista rabioso, se interesó directa y personalmente por poner a Tito y su grupo al servicio del capitalismo. Durante la guerra, envió junto al estado mayor de Tito, como dice el propio líder británico, a sus «amigos de mayor confianza» y después a su hijo. Por último, él mismo se entrevistó con Tito en Nápoles, en agosto de 1944, para asegurarse plenamente de que no le andaba con subterfugios. En sus memorias Churchill escribe que, en sus conversaciones con Tito, éste se mostró dispuesto a hacer más tarde una declaración abierta diciendo que «el comunismo no será instaurado en Yugoslavia después de la guerra».

Tito puso tanta energía en servir a sus amos, que Churchill apreciando sus grandes servicios, le declaró: «Ahora comprendo que usted tenía razón, por eso estoy con usted, le quiero mucho, incluso mucho más que antes». No se podría imaginar una declaración de amor más ardiente.

Sin haberse separado por completo de la Unión Soviética y de los países de democracia popular, Yugoslavia recibió considerables ayudas económicas, políticas, ideológicas y militares de los imperialistas, en particular del imperialismo norteamericano, ayudas que con el correr del tiempo fueron más frecuentes y continuas.

Estas ayudas fueron concedidas sólo a condición de que el país se desarrollase en la vía capitalista. La burguesía imperialista no se oponía a que Yugoslavia conservara exteriormente formas socialistas, al contrario, le interesaba mucho que se presentara con un barniz socialista porque así serviría como un arma más eficaz en la lucha contra el socialismo y los movimientos de liberación. Este tipo de «socialismo» no sólo se diferenciaría por completo; sino que además sería contrario al socialismo previsto y realizado por Lenin y Stalin.

En un periodo relativamente breve, Yugoslavia se convirtió en el portavoz «socialista» del imperialismo norteamericano, en agencia diversionista destinada a ayudar al capital mundial. Desde 1948 basta hoy día, el titismo se ha caracterizado por una febril actividad contra el marxismoleninismo, para organizar en todo el mundo una campaña propagandística que presente el sistema yugoslavo bajo la forma de un régimen «socialista auténtico», como una «sociedad nueva», como un «socialismo no alineado», que no es como el que Lenin y Stalin habían construido en la Unión Soviética, sino un régimen socialista «con rostro humano», que se experimenta por primera vez en el mundo y que da «brillantes resultado». Esta propaganda se ha propuesto y se propone meter en un callejón sin salida a los pueblos y a las fuerzas progresistas, que luchan por la libertad y la independencia en los cuatro puntos cardinales del globo.

Los revisionistas yugoslavos adoptaron en su país las formas de gobierno que en los tiempos de Lenin pretendieron utilizar en la Unión Soviética los trotskistas y otros elementos anarquistas incitados por la burguesía capitalista para sabotear la construcción del socialismo. Adoptando estas formas, Tito, mientras decía que estaba construyendo el socialismo, deformó por completo los principios marxista-leninistas de la edificación de la industria, la agricultura, etc.

En el plano de la administración y la dirección organizativo-política, las Repúblicas de Yugoslavia adquirieron una fisonomía tal que el centralismo democrático fue liquidado, el papel del Partido Comunista de Yugoslavia se desvaneció. El Partido Comunista de Yugoslavia cambió de nombre, transformándose en «Liga de los Comunistas de Yugoslavia», denominación en apariencia marxista, pero antimarxista en su contenido, en sus normas, en sus atribuciones y en sus fines. La Liga se convirtió en un frente sin columna vertebral, se despojó de los rasgos distintivos de un partido marxista-leninista, conservó la vieja forma, pero ya no desempeñaba el papel de vanguardia de la clase obrera, ya no era la fuerza política que dirigía la República Federativa de Yugoslavia, sino que, según decían los revisionistas, sólo cumplía funciones «educativas» generales.

La dirección titista puso el partido bajo la dependencia y el control de la UDB, lo transformó en una organización fascista, y el estado en una dictadura fascista. Nosotros conocemos de sobra el carácter extremadamente peligroso de estos actos, porque lo mismo pretendió hacer en Albania el agente de los titistas Koci Xoxe.

Tito, Rankovic y su red de agentes liquidaron por entero todo lo que podía tener el verdadero color del socialismo. El titismo combatió encarnizadamente a los elementos del interior que buscaban hacer saltar por los aires esta red de agentes y esta organización capitalista-revisionista, así como a la propaganda marxista-leninista que se desarrollaba en el exterior y desenmascaraba ese sistema que se hacía pasar por socialista.

La dirección titista abandonó muy pronto la colectivización de la agricultura que había empezado en los primeros años, creó las granjas estatales capitalistas, estimuló el desarrollo de la propiedad privada en el campo, permitió la compraventa de la tierra, rehabilitó a los kulaks, dejó el camino libre al florecimiento del mercado privado en la ciudad y en el campo, emprendió las primeras reformas que reforzaban la orientación capitalista de la economía.

Entretanto, la burguesía titista estaba en busca de una forma «nueva» para disfrazar el sistema capitalista yugoslavo, y la encontró. Le dieron el nombre de «autogestión» yugoslava. La vistieron con un ropaje «marxista-leninista», pretendiendo que este sistema era el socialismo más autentico.

Inicialmente, la «autogestión» nació como un sistema económico, luego se extendió al dominio de la organización estatal y a todos los demás terrenos de la vida del país.

La teoría y la práctica de la «autogestión» yugoslava son una negación abierta de las enseñanzas del marxismo-leninismo y de las leyes generales de la construcción del socialismo. El sistema económico y político de «autogestión», es una forma anarcosindicalista de la dictadura burguesa que domina en la Yugoslavia dependiente del capital internacional.

EI sistema de «autogestión» con todos sus rasgos distintivos, como la eliminación del centralismo democrático, del papel de la dirección única del estado, el federalismo anarquista, la ideología antiestado en general, ha provocado en Yugoslavia un desorden y una confusión económica, política e ideológica permanentes, un desarrollo débil y desigual entre sus repúblicas y regiones, grandes diferenciaciones sociales y de clase, discordia y opresión nacional y degeneración de la vida espiritual. Ha causado un marcado fraccionamiento de la clase obrera, suscitando rivalidades entre sus diversos destacamentos y alimentando el espíritu burgués sectorial, localista e individualista. En Yugoslavia, la clase obrera no sólo no desempeña el papel hegemónico en el estado y la sociedad, sino que el sistema de «autogestión» la pone en condiciones de incapacidad para defender sus propios intereses generales y actuar unida y compacta.

El mundo capitalista, sobre todo el imperialismo norteamericano, ha vertido en Yugoslavia ingentes capitales en forma de inversiones, créditos y empréstitos. Son estos capitales los que constituyen la base material del desarrollo del «socialismo de autogestión» capitalista yugoslava. Sólo la deuda exterior asciende a más de 11.000 millones de dólares. Yugoslavia ha recibido de los Estados Unidos de América más de 7.000 millones de dólares en forma de créditos.

A pesar de los numerosos créditos que la dirección titista recibe del exterior, los pueblos de Yugoslavia no han probado ni prueban los «brillantes resultados» del «socialismo» específico. Por el contrario, en Yugoslavia existe un caos político e ideológico, reina un sistema que engendra un enorme paro forzoso en el interior y una fuerte emigración de mano de obra hacia el exterior, lo que hace de Yugoslavia un país totalmente dependiente de las potencias imperialistas. Los pueblos yugoslavos son explotados hasta la médula para satisfacer los intereses de la clase en el poder y los de todas las potencias imperialistas que han hecho inversiones en este país.

Al estado yugoslavo no le importa que los precios aumenten a diario, que la miseria de las masas trabajadoras aumente sin cesar, y que el país se haya hundido en deudas, además de verse profundamente sumido en la grave crisis del mundo capitalista. La independencia y la soberanía de Yugoslavia están truncadas porque, entre otras cosas, el país no cuenta con un potencial económico enteramente propio. La parte principal de este potencial es común a firmas extranjeras y a diversos estados capitalistas, y por ello sólo puede sentir sobre sus espaldas los efectos desastrosos de la crisis y de la explotación extranjera.

No es por casualidad que el capitalismo mundial apoye tanto, política y financieramente, a la «autogestión» yugoslava y haga coro a la propaganda titista para vender este sistema como una «forma nueva y experimentada de la construcción del socialismo» válida para todos los países.

Lo hace porque la forma de la «autogestión» yugoslava es una vía de subversión y diversión ideológica y política contra los movimientos revolucionarios y de liberación del proletariado y de los pueblos, es una manera de abrir paso a la penetración política y económica del imperialismo en diversos países del mundo. El imperialismo y la burguesía quieren mantener la «autogestión», para ciertas circunstancias y países, como un sistema de reserva para prolongar los días del capitalismo, que no expira fácilmente, sino que hace esfuerzos por encontrar diversas formas de gobernar a expensas de los pueblos.

Un gran servicio prestan a los diversos imperialistas las teorías y prácticas yugoslavas del «noalineamiento», ya que les ayudan a engañar a los pueblos. Esto les interesa tanto a los imperialistas como a los socialimpertalistas, porque les ayuda a establecer y reforzar su influencia en los «países no alineados», apartar a los pueblos amantes de la libertad del camino de la liberación nacional y la revolución proletaria. Por ello, Carter, Brezhnev y también Jua Kuo-feng, elogian la política titista de los «no alineados» y tratan de aprovecharla para sus propios designios.

El titismo ha sido y sigue siendo un arma de la burguesía imperialista, un bombero de la revolución. Se mantiene en la misma fila, tiene los mismos objetivos y está en unidad ideológica con el revisionismo moderno en general y con sus diversas variantes. Las vías, las formas, las tácticas a las que recurren en la lucha contra el marxismo-leninismo, contra la revolución y el socialismo pueden ser diferentes, pero los objetivos contrarrevolucionarios son los mismos.

 

En los esfuerzos que hacen la burguesía y la reacción para aplastar la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos, les prestan un gran servicio los partidos revisionistas de Europa, en primer término, así como los de los demás países en todos los continentes.

Los partidos revisionistas de los países de Europa Occidental despliegan esfuerzos para levantar una teoría sobre una «sociedad nueva» llamada socialista,[3] a la que esperan llegar con «reformas estructurales» y en estrecha coalición con los partidos socialdemócratas, e incluso con los partidos de derecha. Esta sociedad, según ellos, se edificará sobre nuevos fundamentos con «reformas sociales», en «paz social»; por «vía parlamentaria», a través del «compromiso histórico» con los partidos burgueses.

Los partidos revisionistas de Europa, como los de Italia, Francia y España, y tras ellos todos los demás partidos revisionistas de Occidente, niegan el leninismo, la lucha de clases, la revolución y la dictadura del proletariado. Todos se han metido en el camino del compromiso con la burguesía capitalista. Han bautizado esta línea antimarxista con el nombre de «eurocomunismo». El «eurocomunismo» es una nueva corriente seudo comunista que está y no está en oposición al bloque revisionista soviético. Esta actitud vacilante se explica con su propósito de tener una coexistencia de ideas con la socialdemocracia europea, con toda la diversidad de concepciones que se cuecen en la caldera de Europa. Los «eurocomunistas» pueden unirse a quienquiera que sea, a excepción de aquellos que luchan por el triunfo de la revolución y por la pureza de la ideología marxista-leninista.

Todas las corrientes revisionistas, oportunistas y socialdemócratas hacen todo lo que está a su alcance por favorecer los diabólicos actos de las superpotencias que tienen como fin aplastar la revolución y los pueblos. El que estas corrientes apoyen los organismos supuestamente nuevos de la burguesía, tiene como único objetivo estrangular la revolución, poniéndole mil y un obstáculos materiales, políticos e ideológicos. Ellas se afanan por desorientar y dividir al proletariado y sus aliados, porque saben que divididos y escindidos en luchas fraccionalistas, no podrán lograr ni en el interior de un país ni en la plataforma internacional la unidad ideológica, política y de combate que es requisito indispensable para enfrentar los ataques del capitalismo mundial en descomposición.

La coalición del revisionismo moderno con la socialdemocracia tiene miedo al advenimiento del fascismo, sobre todo en algunos países que están amenazados por la extrema derecha. Para evitar la dictadura fascista, los revisionistas y los socialdemócratas intentan «atenuar» las contradicciones y la lucha de clases entre las masas del pueblo y el proletariado, de una parte, y la burguesía capitalista, de otra. Así pues, para poder asegurar una «paz social», estos sujetos de la coalición deben hacerse concesiones mutuas, concertar compromisos con la burguesía capitalista, entenderse con ella sobre una especie de régimen adecuado para ambas partes. Así, mientras la burguesía capitalista y sus partidos continúan abiertamente su lucha contra el comunismo, los partidos revisionistas intentan tergiversar el marxismo-leninismo, la ideología rectora de la revolución.

Los sindicatos reformistas, educados y entrenados especialmente en compromisos con la patronal y únicamente para reclamar limosnas económicas, y no para declarar huelgas por reivindicaciones políticas y lograr el objetivo del proletariado de tomar el poder, se han convertido en sostén de los partidos revisionistas de Europa. Como es natural, los tejemanejes están encaminados a equilibrar la oferta y la demanda, una parte reclama limosnas y la otra determina la cuantía de estas limosnas. Ambas partes, tanto los sindicatos reformistas y los partidos revisionistas, como la patronal con sus partidos, su poder y sus sindicatos, están amenazadas por la revolución, por el proletariado, por sus partidos verdaderamente marxista-leninistas. Por eso, están en busca de un compromiso reaccionario, solución que no puede ser idéntica en todos los países capitalistas, a causa de las diferencias en cuanto a la fuerza del capital, a las proporciones de la crisis y a la amplitud de las contradicciones internas que los corroen.

 

La revolución, única arma para destruir la estrategia de los enemigos del proletariado y de los pueblos

Todos los enemigos, los imperialistas, los socialimperialistas y los revisionistas, juntos o por separado, luchan por embaucar a la humanidad progresista, por desacreditar el marxismo-leninismo y particularmente por tergiversar la teoría leninista de la revolución, por aplastar la revolución, cualquier resistencia popular y lucha de liberación nacional.

EI arsenal de los enemigos del marxismo-leninismo es grande, pero también las fuerzas de la revolución son colosales. Son precisamente estas fuerzas que están en ebullición, las que se enfrentan a los enemigos de la revolución y los combaten, las que han turbado el sueño del mundo capitalista y de la reacción mundial y les han hecho la vida imposible.

«Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma».[4]

Esta constatación de Marx y Engels sigue siendo actual en nuestros días. El imperialismo, el socialimperialismo y el revisionismo moderno se imaginan que el peligro del comunismo ha sido eliminado, porque, al creer que el duro golpe que ha sufrido la revolución debido a la traición revisionista es irreparable, menosprecian la fuerza del marxismo-leninismo, sobreestiman las fuerzas materiales, militares, represivas y económicas de que disponen. Por su parte, esto no es más que una ilusión.

El proletariado mundial recobra sus fuerzas. El y los pueblos amantes de la libertad de día en día se dan cuenta por su propia experiencia de la traición de los revisionistas titistas, jruschovistas, chinos, «eurocomunistas», etc. El tiempo trabaja para la revolución, para el socialismo y no para la burguesía y el imperialismo, ni para el revisionismo moderno y la reacción mundial. El fuego de la revolución arde por doquier en los corazones de los pueblos oprimidos que anhelan conquistar la libertad, la democracia, la verdadera soberanía, tomar el poder en sus manos y seguir el camino del socialismo, destruyendo al imperialismo y a sus lacayos.

Actualmente ocurre el mismo fenómeno que en la época de Lenin, cuando la ruptura con la II Internacional dio lugar a la creación de nuevos partidos marxista-leninistas. La traición revisionista ha llevado y lleva aparejada necesariamente la creación y el fortalecimiento, en todas partes, de los verdaderos partidos comunistas, que han recogido y enarbolado la bandera del marxismo-leninismo y de la revolución, desechada y pisoteada por los revisionistas. Estos partidos deben contraponer a la estrategia global del imperialismo mundial y del revisionismo, la gloriosa estrategia leninista de la revolución, la gran teoría del marxismo-leninismo. Les incumbe hacer a las masas plenamente conscientes de los objetivos y de la justeza de su lucha, de los sacrificios que se precisan; les incumbe agruparlas, organizarlas, dirigirlas y conducirlas a la victoria.

Los marxista-leninistas, que estamos al frente de la titánica lucha que se desarrolla en la actualidad entre el proletariado y los pueblos oprimidos que aspiran a la libertad, por un lado, y los feroces y voraces imperialistas, por otro lado, debemos darnos cuenta cabalmente de los objetivos, las tácticas, los métodos y las formas de lucha de los enemigos comunes y de los enemigos específicos de cada país. No podemos considerar esto en su justo valor, si no nos apoyamos firmemente en la teoría marxista-leninista de la revolución, si no vemos que en las situaciones actuales existe y seguirá existiendo en el futuro una serie de eslabones débiles en la cadena del capitalismo mundial, en los cuales los revolucionarios y los pueblos deben desarrollar una actividad ininterrumpida, una lucha organizada, inflexible y valerosa a fin de que estos eslabones vayan desgajándose de manera sucesiva. Esto, naturalmente, exige esfuerzos, lucha, sacrificios y espíritu de abnegación. Los pueblos y los hombres valerosos, guiándose por los intereses de la revolución, pueden hacer y harán frente a las grandes fuerzas del imperialismo, del socialimperialismo y de la reacción, que se unen entre sí, que conciertan nuevas alianzas y buscan una salida a las situaciones difíciles en las que se encuentran. Los revolucionarios, los marxista-leninistas, la lucha de los pueblos en todos los continentes, en todos los países, son los que crean estas situaciones difíciles a esas fuerzas regresivas.

Los comunistas, en todas partes del mundo, no tienen por que temer los falsos mitos que han predominado por cierto tiempo en el pensamiento revolucionario. Los comunistas deben esforzarse por ganarse a los que se equivocan, con el fin de corregirlos, haciendo todas las tentativas posibles en este sentido, naturalmente, sin caer ellos mismos en el oportunismo. En el proceso de la lucha de principios, trascenderán, en un comienzo, algunas vacilaciones, pero las vacilaciones se manifestarán en los vacilantes, mientras que en los que están resueltos y aplican acertadamente la teoría marxistaleninista, en los que consideran de manera correcta los intereses del proletariado de sus países, del proletariado mundial y de la revolución, no habrá vacilaciones, bien al contrario, cuando los vacilantes vean que sus camaradas se mantienen firmes en sus concepciones revolucionarias marxistaleninistas, se harán más fuertes en su lucha.

Si los marxista-leninistas aplican de manera justa y decidida la teoría marxista-leninista, sobre la base de las actuales condiciones internacionales y nacionales, si consolidan sin cesar la unidad internacionalista proletaria, en implacable lucha contra el imperialismo y cada corriente del revisionismo moderno, con seguridad vencerán todas las dificultades que encontrarán en su camino, aunque sean muy grandes. El marxismo-leninismo y sus principios inmortales, correctamente aplicados, conducirán de manera inevitable a la destrucción del capitalismo mundial y al triunfo de la dictadura del proletariado, mediante la cual la clase obrera construirá el socialismo y se encaminará al comunismo.

 

 

II

LA TEORÍA LENINISTA SOBRE EL IMPERIALISMO MANTIENE

TODA SU ACTUALIDAD

En las condiciones presentes, cuando, so pretexto de que las situaciones han cambiado, la causa de la revolución y la liberación de los pueblos es blanco de los ataques de los revisionistas jruschovistas, titistas, «eurocomunistas», chinos y las demás corrientes antimarxistas, adquiere una importancia de primer orden el profundizar en el estudio de las obras de Lenin sobre el imperialismo.

Debemos volver de nuevo a estas obras, y estudiar profundamente y con suma meticulosidad en particular la genial obra de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo. Al estudiar con atención esta obra, veremos asimismo cómo los revisionistas, y entre estos también los dirigentes chinos, desnaturalizan el pensamiento leninista sobre el imperialismo, cómo entienden los objetivos, la estrategia y las tácticas de éste. Sus escritos, declaraciones, posiciones y actos demuestran que consideran de forma muy errónea la naturaleza del imperialismo, la ven desde posiciones contrarrevolucionarias y antimarxistas, tal como hacían todos los partidos de la II Internacional y sus ideólogos, Kautsky y compañía, que han sido desenmascarados sin compasión por Lenin.

Si estudiamos atentamente esta obra de Lenin y nos atenemos con fidelidad a su análisis y conclusiones geniales, veremos que el imperialismo en nuestros días conserva en su totalidad los mismos rasgos característicos definidos por Lenin, veremos que la definición leninista de nuestra época, como la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, permanece inmutable, veremos que el triunfo de la revolución es inevitable.

Como es sabido, Lenin comienza su análisis del imperialismo con la concentración de la producción, del capital y con los monopolios. Los fenómenos de la concentración y centralización de la producción y del capital también hoy en día solo pueden ser analizados correcta y científicamente basándose en el análisis leninista del imperialismo.

Un rasgo característico del capitalismo actual es la concentración cada vez mayor de la producción y del capital, que ha llevado a la unión de las pequeñas empresas con las empresas poderosas, o a la absorción de aquellas por estas. Asimismo esto ha traído como consecuencia el agrupamiento masivo de la fuerza de trabajo en grandes trusts y consorcios. Además estas empresas han concentrado en sus manos enormes capacidades productivas, fuentes energéticas y de materias primas en proporciones incalculables. En la actualidad, en las grandes empresas capitalistas se explota también la energía nuclear y la tecnología más reciente, que pertenecen exclusivamente a dichas empresas.

Estos gigantescos organismos tienen un carácter nacional e internacional. En el interior del país han destruido la mayoría de los pequeños patronos e industriales, mientras que en el plano internacional se han erigido en consorcios colosales, que abarcan ramas enteras de la industria, la agricultura, la construcción, el transporte, etc., de muchos países. Dondequiera que los consorcios hayan clavado sus garras y que un puñado de capitalistas multimillonarios haya realizado la concentración de la producción, se amplía y profundiza la tendencia a eliminar a los pequeños patronos e industriales. Este camino ha conducido al ulterior fortalecimiento de los monopolios.

«Esta transformación de la competencia en monopolio -ha dicho Lenin- constituye uno de los fenómenos más importantes -por no decir el más importante- de la economía del capitalismo contemporáneo... »[5]

Al hablar sobre este rasgo del imperialismo, añadía que

«...la aparición del monopolio, al concentrarse la producción, es en general una ley universal y fundamental de la presente fase del desarrollo del capitalismo».[6]

El desarrollo del capitalismo en las condiciones actuales confirma enteramente la conclusión de Lenin arriba mencionada. En nuestros días los monopolios son el fenómeno más típico y más corriente, que determina la fisonomía del imperialismo, su esencia económica. En los países imperialistas, como los Estados Unidos de América, la Republica Federal de Alemania, Inglaterra, Japón, Francia, etc., la concentración de la producción ha adquirido proporciones inusitadas.

Así, por ejemplo, en 1976, en las 500 corporaciones norteamericanas más grandes, trabajaban casi 17 millones de personas, que representaban más del 20 por ciento de la mana de obra ocupada. A ellas correspondía el 66 por ciento de las mercancías vendidas. En la época en la que Lenin escribió su obra: El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el mundo capitalista sólo existían una gran compañía norteamericana, la «United States Steel Corporation», cuyo capital activo ascendía a más de mil millones de dólares, mientras que en 1976 el número de sociedades multimillonarias era alrededor de 350. El trust automovilístico «General Motors Corporation», este súper monopolio, en 1975 disponía de un capital global superior a los 22.000 millones de dólares y explotaba a un ejército de 800.000 obreros. A éste le sigue el monopolio «Standard Oil of New Jersey», que domina la industria petrolera de los Estados Unidos de América y de los demás países y explota a más de 700.000 obreros. En la industria automovilística existen tres grandes monopolios que venden más del 90 por ciento de la producción de dicha rama; en las industrias aeronáutica y siderúrgica cuatro compañías gigantescas dan, respectivamente, el 65 y el 47 por ciento de la producción.

Un proceso similar ha tenido y tiene lugar también en los otros países imperialistas. En la Republica Federal de Alemania, el 13 por ciento del total de las empresas han concentrado en sus manos alrededor del 50 por ciento de la producción y el 40 por ciento de la fuerza laboral del país. En Inglaterra dominan 50 grandes monopolios. La corporación británica del acero proporciona más del 90 por ciento de la producción del país. En Francia las tres cuartas partes de esta producción están concentradas en las manos de dos sociedades; cuatro monopolios poseen toda la producción de automóviles y otros cuatro toda la producción de los derivados del petróleo. En el Japón, diez grandes campañas siderúrgicas producen todo el hierro colado y más de las tres cuartas partes del acero, mientras que en la metalurgia no ferrosa actúan ocho compañías. Y lo mismo sucede en las demás ramas y sectores.[7]

Las pequeñas y medianas empresas, que subsisten en estos países; dependen directamente de los monopolios. Reciben encargos de estos monopolios y trabajan para ellos, reciben créditos y materias primas, tecnología; etc. Prácticamente se han convertido en sus apéndices.

Hoy la concentración y la centralización de la producción y del capital, creando monopolios gigantescos que no cuentan con una unidad tecnológica, están muy propagadas. En el interior de estos gigantescos monopolios «conglomerados», actúan empresas y ramas enteras dedicadas a la producción industrial, la construcción, el transporte, el comercio, los servicios, la infraestructura, etc., que producen desde juguetes para niños hasta misiles intercontinentales.

La potencia económica de los monopolios y la creciente concentración del capital, hacen que las «pequeñas criaturas», es decir, las empresas no monopolizadas, típicas del pasado, no sean las únicas victimas de la lucha competitiva, sino también las grandes empresas y grupos financieros. Debido a la desenfrenada sed de los monopolios de obtener elevados beneficios y a la exacerbación al máximo de la competencia, este proceso, a lo largo de los últimos dos decenios, ha adquirido proporciones colosales. Actualmente las fusiones y las absorciones en el mundo capitalista son de 7 a 10 veces mayores que en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.

La fusión y la unión de las empresas industriales, comerciales, agrícolas y bancarias, han llevado a crear las nuevas formas de los monopolios, los grandes complejos industrial-comerciales, o industrialagrarios, formas que son aplicadas ampliamente no sólo en los países capitalistas de Occidente, sino también en la Unión Soviética, Checoslovaquia, Yugoslavia y otros países revisionistas. En el pasado las uniones monopolistas realizaban el transporte y la venta de mercancías con la ayuda de otras firmas independientes; hoy los monopolios tienen en su poder tanto la producción, como el transporte y el mercado.

Los monopolios no sólo intentan evitar la competencia entre las empresas que engloban, sino que además han echado la zarpa con el propósito de monopolizar todas las fuentes de materias primas, todas las zonas ricas en minerales esenciales, como hierro, hulla, cobre, uranio, etc. Este proceso se desarrolla en el plano nacional e internacional.

La concentración de la producción y del capital adquirió enormes proporciones, en particular después de la Segunda Guerra Mundial, con la ampliación y el desarrollo del sector del capitalismo monopolista de estado.

El capitalismo monopolista de estado representa la subordinación del aparato estatal con respecto a los monopolios, la implantación de la dominación total de éstos en la vida económica, política y social del país. De este modo el estado interviene directamente en la economía en interés de la oligarquía financiera, para asegurar el máximo beneficio a la clase que detenta el poder a través de la explotación de todos los trabajadores y para estrangular la revolución y las luchas de liberación de los pueblos.

La propiedad monopolista estatal, como uno de los elementos básicos más característicos del capitalismo monopolista de estado, no representa la propiedad de un solo capitalista o de un grupo de capitalistas particulares, sino la propiedad del estado capitalista, la propiedad de la clase burguesa que está en el poder. En diversos países imperialistas el sector capitalista monopolista de estado ocupa del 20 al 30 por ciento en la producción global.

El capitalismo monopolista de estado, que representa el nivel más alto de la concentración de la producción y del capital, es la principal forma de propiedad actualmente dominante en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas. Este capitalismo monopolista de estado está al servicio de la nueva clase burguesa en el poder.

También en China, por medio de una serie de reformas, como la institución de la ganancia en tanto que objetivo principal de la actividad de las empresas, la aplicación de las prácticas capitalistas de organización, dirección y remuneración, la creación de regiones económicas, trusts y combinados muy semejantes a los existentes en la Unión Soviética, Yugoslavia y Japón, la apertura de las puertas al capital extranjero, los vínculos directos de las empresas de este país con los monopolios extranjeros, etc., la economía está adquiriendo formas típicas del capitalismo monopolista de estado.

Actualmente en el mundo capitalista y revisionista la concentración y la centralización de la producción y del capital han llegado a un nivel interestatal. Esta tendencia es estimulada y realizada en la práctica también por el Mercado Común Europeo, el COMECON, etc., que representan la unión de los monopolios de las diversas potencias imperialistas.

En su época, Lenin, al analizar las formas de los monopolios internacionales, se refería a los cártels y sindicatos. En las condiciones actuales, cuando la concentración de la producción y del capital ha adquirido enormes proporciones, la burguesía monopolista ha hallado nuevas formas de explotación de los trabajadores. Se trata de las sociedades multinacionales.

En apariencia estas sociedades se presentan como propiedad común de los capitalistas de muchos países. En realidad, las multinacionales, en lo referente al capital y al control, pertenecen fundamentalmente a un solo país, mientras su actividad se lleva a cabo en muchos. Ellas se amplían cada vez más mediante la absorción de pequeñas y grandes sociedades y firmas locales que están en la imposibilidad de hacer frente a la feroz competencia.

Las multinacionales abren filiales y extienden sus empresas a los países donde está más garantizada la perspectiva de obtener el máximo beneficio. La multinacional norteamericana «Ford», por ejemplo, ha instalado en otros países 20 grandes plantas industriales, en las que trabajan 100.000 obreros de distintas nacionalidades.

Entre las sociedades multinacionales y el estado burgués existen estrechos lazos y una dependencia mutua, que están basados en su carácter de clase y explotador. El estado capitalista es empleado como un instrumento al servicio de sus fines de dominación y expansión, tanto en el plano nacional como en el internacional.

Por su gran papel económico y el importante peso que tienen en toda la vida del país, algunas multinacionales, tomadas por separado, constituyen una gran fuerza económica que alcanza, o supera en muchos casos, el presupuesto o la producción de varios países capitalistas desarrollados tomados en conjunto. Una poderosa multinacional de los Estados Unidos de América, la «General Motors Corporation», tiene una producción industrial superior a la de Holanda, Bélgica y Suiza juntas. Estas sociedades intervienen para asegurarse favores y privilegios especiales en los países donde actúan. A título de ejemplo, en 1975, los propietarios de la industria electrónica de los Estados Unidos de América exigieron al gobierno mexicano modificar el Código Laboral que establecía algunas medidas de protección, pues de lo contrario transferirían su industria a Costa Rica, y, para presionar, cerraron muchas fábricas en las que trabajaban unos 12.000 obreros mexicanos.

Las multinacionales son palancas del imperialismo y una de sus principales formas de expansión. Son pilares del neocolonialismo y vulneran la soberanía nacional y la independencia de los países en que actúan. Dichas sociedades, para abrir paso a su dominación, no se detienen ante ningún crimen, desde la organización de complots y el trastorno de la economía, hasta el soborno puro y simple de altos funcionarios, de dirigentes políticos y sindicales, etc. El escándalo de la Lockheed fue la mejor confirmación de esto.

Un considerable número de multinacionales han sido instaladas y desarrollan su actividad también en los países revisionistas.3 También han empezado a introducirse en China.

La concentración y la centralización de la producción y del capital, que hoy caracterizan al mundo capitalista y que han conducido a una gran socialización de la producción, no han modificado en absoluto la esencia explotadora del imperialismo. Por el contrario, han intensificado la opresión y provocado una pauperización creciente de los trabajadores. Estos fenómenos confirman por completo la tesis de Lenin de que en las condiciones de la concentración de la producción y del capital, en el imperialismo

«tiene lugar un gigantesco progreso de la socialización de la producción», pero sin embargo «...la apropiación continúa siendo privada. Los medios sociales de la producción siguen siendo propiedad privada de un reducido número de individuos.»[8]

Los monopolios y las multinacionales siguen siendo grandes enemigos del proletariado y de los pueblos.

La intensificación del proceso de concentración de la producción y del capital que se desarrolla en nuestros días, ha recrudecido aún más la contradicción fundamental del capitalismo, la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación, así como todas las demás contradicciones. Al igual que en el pasado, también hoy en día, los enormes ingresos y superganancias que se obtienen de la cruel explotación de los obreros, son apropiados por un puñado de magnates capitalistas. Los medios de producción, con que han sido equipadas las ramas unificadas de la industria, son, igualmente, propiedad privada de los capitalistas, mientras la clase obrera sigue siendo esclava de los poseedores de los medios de producción y la fuerza de sus brazos continúa siendo una mercancía. Ahora las grandes empresas capitalistas no explotan a decenas o centenares de obreros, sino a cientos de miles. Se calcula que sólo en 1976 la plusvalía creada por la feroz explotación capitalista de este enorme ejército de obreros y arrebatada por las corporaciones norteamericanas, fue superior a los 100.000 millones de dólares, frente a 44.000 millones en 1960.

Lenin desenmascaró a los oportunistas de la II Internacional, que predicaban la posibilidad de que se liquidasen las contradicciones antagónicas del capitalismo como resultado de la aparición y del desarrollo de los monopolios. Argumentó científicamente que los monopolios, como vehículos de opresión, explotación y apropiación privada de los resultados del trabajo, agudizan aún más las contradicciones del capitalismo. Sobre la base del dominio de los monopolios, se erige la superestructura del sistema capitalista. Dicha superestructura defiende y representa, tanto en el plano nacional como en el internacional, los intereses expoliadores de los monopolios. Son los monopolios los que dictan la política interior y exterior, la política económica, social, militar, etc.

También la realidad actual de la concentración de la producción y del capital desenmascara las prédicas de los reaccionarios cabecillas de la socialdemocracia, de los revisionistas modernos y de los oportunistas de toda laya, según los cuales los trusts, la propiedad del capitalismo monopolista de estado, etc., pueden «transformarse», de manera pacífica, en economía socialista y que el capitalismo monopolista actual «se integrara» paulatinamente en el socialismo.

 

La concentración de la producción y del capital, nos enseña Lenin, sirve de fundamento también para aumentar la concentración del capital monetario, para concentrarlo en manos de los grandes bancos, para que aparezca y se desarrolle el capital financiero. En el curso del desarrollo del capitalismo, junto con los monopolios, los bancos adquieren un gran desarrollo; estos absorben el capital monetario de los monopolios y los consorcios, el de los pequeños productores y los ahorros personales. Así los bancos, que están en manos de los capitalistas y les sirven a éstos, se convierten en poseedores de los principales medios financieros.

El mismo proceso que se operó para la eliminación de las pequeñas empresas por las grandes, por los cártels y los monopolios, también se produjo en la liquidación progresiva de los pequeños bancos. De esta forma, a semejanza de las grandes empresas que crearon los monopolios, los grandes bancos fundaron sus consorcios bancarios. En estos dos últimos decenios este fenómeno ha cobrado enormes proporciones y hoy prosigue a ritmos muy altos. Un rasgo sobresaliente de las fusiones y absorciones actuales es que han afectado no sólo a los pequeños bancos, sino también a los medianos o relativamente grandes. Este fenómeno se explica por la agravación de las contradicciones de la reproducción capitalista, por la ampliación de la lucha competitiva y por la grave crisis en la que se encuentra el sistema financiero y monetario del mundo capitalista.

En los Estados Unidos de América reinan 26 grandes grupos financieros. EI mayor, el grupo Morgan, cuenta con 20 grandes bancos, compañías de seguros, etc., con activos que ascienden a 90.000 millones de dólares.

El grado de concentración y centralización del capital bancario también es muy elevado en el resto de los principales países capitalistas. En Alemania Occidental, de los 70 grandes bancos existentes, tres poseen más del 58 por ciento de todos los activos bancarios. En Inglaterra toda la actividad bancaria es controlada por 4 bancos conocidos con el nombre «Big Four». También en el Japón y Francia el grado de concentración del capital bancario es elevado.

Lenin ha argumentado que el capital bancario se entrelaza con el capital industrial. Al comienzo los bancos se interesan por la suerte de los créditos que prestan a los industriales. Sirven de mediadores para que los industriales, que reciben estos créditos, se entiendan entre sí y no desarrollen la competencia, porque ésta perjudicaría a los propios bancos. Este es el primer paso de los bancos en su ligazón con el capital industrial. Con el desarrollo de la concentración de la producción y del capital monetario, los bancos se convierten en inversionistas directos en las empresas de producción, organizando sociedades anónimas conjuntas. De este modo, el capital bancario penetra en la industria, en la construcción, en la agricultura, en los transportes, en la esfera de la circulación y en todo lo demás. Por su parte, las empresas compran gran cantidad de acciones bancarias, convirtiéndose en copartícipes. Actualmente los dirigentes de los bancos y de las empresas monopolistas forman parte de los consejos de administración de ambos, creando así lo que Lenin calificaba de «Unión personal». El capital financiero que surge de este proceso lleva en sí mismo todas las formas del capital: capital industrial, capital monetario y capital mercantil. Al caracterizar este proceso, Lenin ha dicho:

«Concentración de la producción; monopolios que se derivan de la misma; fusión o entrelazamiento de los bancos con la industria - tal es la historia de la aparición del capital financiero y lo que dicho concepto encierra.»[9]

Aunque después de la Segunda Guerra Mundial el capital financiero ha crecido y ha sufrido cambios estructurales, persigue los mismos fines de siempre: asegurar el máximo beneficio por medio de la explotación de las amplias masas trabajadoras, dentro y fuera del país. Este mismo papel juegan las compañías de seguros que se han extendido mucho en estos últimos años en los principales países capitalistas, convirtiéndose en competidoras de los bancos. En los Estados Unidos de América, por ejemplo, en 1970 los activos de los bancos aumentaron 3,5 veces en comparación con el nivel de 1950, mientras que los activos de las compañías de seguros durante ese mismo periodo crecieron 6,5 veces.

Estas compañías, con los capitales que acumulan, producto del saqueo del pueblo, han llegado a conceder a los monopolios créditos que ascienden a cientos de millones de dólares. De este modo, las compañías de seguros se fusionan y se entrelazan con los monopolios industriales y bancarios, transformándose en parte orgánica del capital financiero.

La burguesía monopolista, incitada por su insaciable sed de ganancias, convierte en capital toda fuente de medios monetarios provisionalmente libres, como son las cuotas depositadas por los trabajadores para las pensiones de jubilación, los ahorros de la población, etc.

El capital financiero concentrado obtiene ingresos extraordinariamente elevados, no sólo de las ganancias que se derivan de la absorción del dinero de los consorcios, de los pequeños industriales, etc., etc., sino también emitiendo valores y practicando empréstitos. Al igual que ocurre con los depósitos de los ahorros, también en estos casos se fija una pequeña tasa de interés a favor del prestamista, pero con estas actividades el banco obtiene ganancias colosales, con las cuales aumenta su capital, aumenta las inversiones que, naturalmente, aportan al capital financiero continuos beneficios. El capital financiero invierte más en la industria, pero ha extendido su red especuladora a otras riquezas, como la tierra, los ferrocarriles y otras ramas y sectores.

Los bancos tienen posibilidades reales para conceder las considerables sumas de créditos, que requiere el alto nivel de la concentración de la producción y la dominación de los monopolios. De este modo, a las grandes uniones monopolistas se les crean condiciones favorables para explotar más ferozmente a las masas trabajadoras dentro y fuera del país, a fin de asegurar el máximo beneficio.

Con la restauración del capitalismo en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas, los bancos adquirieron todos los rasgos característicos de los monopolios. En ellos, al igual que en todos los demás países capitalistas, los bancos sirven para explotar a las amplias masas trabajadoras, tanto dentro como fuera del país.

Durante los últimos años, en los países capitalistas y revisionistas ha crecido rápidamente el comercio con el crédito que se abre a los clientes para que adquieran artículos de consumo y especialmente mercancías duraderas. Con la concesión de este tipo de crédito, la burguesía se asegura mercados para la venta de sus mercancías, los capitalistas se embolsan inmensas ganancias gracias a las altas tasas de interés, los deudores se atan de pies a cabeza a los acreedores y las firmas capitalistas.

En la actualidad, las deudas y otras formas de obligaciones de los trabajadores con los bancos y las instituciones crediticias han aumentado considerablemente. Sólo en los Estados Unidos de América, en 1976, el endeudamiento de la población debido a este tipo de créditos ascendía a 167.000 millones de dólares frente a 6.000 millones en 1945; mientras que en la República Federal de Alemania el endeudamiento de la población era superior a los 46.000 millones de marcos.

EI aumento de la concentración y la centralización del capital bancario ha conducido a una mayor dominación económica y política por parte de la oligarquía financiera y a la utilización de una serie de formas y métodos a fin de aumentar el yugo económico, la pobreza y la miseria de las amplias masas trabajadoras.

El desarrollo del capital financiero ha hecho posible que se concentrara en manos de un puñado de poderosos capitalistas industriales y banqueros no sólo una gran riqueza, sino también un verdadero poderío económico y político que actúa sobre toda la vida del país. Estos hombres todopoderosos son los que están a la cabeza de los monopolios y los bancos, y constituyen lo que se denomina oligarquía financiera. Los apologistas del capitalismo, partiendo del hecho de que actualmente las grandes sociedades se han transformado en sociedades de accionistas, donde también algún obrero puede disponer de unas cuantas acciones simbólicas, intentan demostrar que ahora el capital habría perdido el carácter privado que ten ía cuando Marx escribió El Capital o cuando Lenin analizó el imperialismo; que el capital se habría vuelto popular. Se trata de una patraña. Al igual que antes, hoy los países imperialistas están dominados por los poderosos grupos industrial-financieros privados: los Rockefeller, Morgan, Dupont, Mellon, Ford, los grupos de Chicago, Texas, California, etc., en los Estados Unidos de América; los grupos financieros de Rothschild, Behring, Samuel, etc., en Inglaterra; de Krupp, Siemens, Mannesmann, Thyssen, Gerling, etc., en Alemania Occidental; de Fiat, Alfa-Romeo, Montedison, Olivetti, etc., en Italia; las doscientas familias en Francia y así sucesivamente.

La oligarquía financiera, como poseedora del capital industrial y financiero, ha asegurado su dominio económico y político en toda la vida del país. Ha subordinado a sus intereses también el aparato estatal, el cual se ha transformado en un instrumento en manos de la plutocracia financiera. La oligarquía financiera quita y pone gobiernos, dicta la política interior y exterior. Mientras en la vida interna está ligada a las fuerzas reaccionarias, a todas las instituciones políticas, ideológicas, docentes y culturales que defienden su poder político y económico, en la política exterior defiende y apoya a todas las fuerzas conservadoras y reaccionarias que sostienen y abren paso a la expansión monopolista, que luchan por conservar y consolidar el capitalismo.

Para asegurar su dominación, la oligarquía financiera no repara en los medios que utiliza, implantando la reacción política en todos los terrenos.

«. . . el capital financiero, decía Lenin, tiende a la dominación y no a la libertad».[10]

La situación actual demuestra que la burguesía monopolista ha intensificado la opresión en todas partes. Sobre esta base se profundiza la contradicción entre el proletariado y la burguesía. Al mismo tiempo, la expansión económica y financiera, acompañada de la expansión política y militar, ha agudizado más las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así como las contradicciones entre las mismas potencias imperialistas. Esta incontestable realidad objetiva es ignorada por la actual propaganda revisionista china.

Ahora la concentración y la centralización de los capitales bancarios se realizan no sólo en el marco de un país, sino también en el de varios países capitalistas, o de capitalistas y revisionistas. Este es el carácter de los bancos del Mercado Común Europeo, o del «Banco Internacional para la Cooperación Económica», así como del «Banco de Inversiones» del COMECON. Asimismo los bancos germano occidentales-polacos, los anglo-rumanos, franco-rumanos y anglo-húngaros, o las corporaciones bancarias norteamericano-yugoslavas, anglo-yugoslavas, etc.; son uniones bancarias de tipo capitalista. La Unión Soviética ha abierto numerosos bancos en diversos países capitalistas, que se han convertido en competidores y en socios de los bancos capitalistas dondequiera que se han establecido, en Zurich, Londres, París, África, América Latina y otras partes.

También China se ve envuelta cada vez más en la vorágine de este proceso de la integración capitalista de los bancos. Además de los bancos que tiene en Hong-Kong, Macao y Singapur, mañana China también los creará en el Japón, en América, etc. Al mismo tiempo autoriza la penetración de los bancos de las potencias imperialistas en el propio país.4

Lenin recalcaba que el capitalismo de hoy se caracteriza por la exportación de capitales. Este rasgo económico del imperialismo se ha desarrollado y reforzado más en nuestros días. Actualmente, los Estados Unidos de América, el Japón, la Unión Soviética, la República Federal Alemana, Inglaterra y Francia, son los mayores exportadores de capitales en el mundo.

En un cierto periodo, eran los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia y Alemania, países en que se había desarrollado la industria, que absorbía las riquezas del suelo y del subsuelo de las colonias, los que exportaban capitales. Posteriormente, la guerra, las crisis, trajeron como consecuencia que unas potencias imperialistas, como Inglaterra, Francia y Alemania, se debilitaran económicamente y se enriqueciera el imperialismo norteamericano, que se transformó en superpotencia. En la situación creada tras la Segunda Guerra Mundial, la exportación de capitales norteamericanos aumenta en detrimento de las otras potencias capitalistas.

Hoy, el capital norteamericano se exporta a todos los países, incluso a los industrializados, en forma de inversiones, créditos, empréstitos, en forma de participación en sociedades mixtas o a través de la creación de grandes compañías industriales. El imperialismo norteamericano, el capital monopolista, invierte en los países poco desarrollados y pobres, puesto que en estos los costos de la producción son bajos, mientras el grado de explotación de los trabajadores es alto. Invierte para asegurarse materias primas, acaparar mercados y vender los productos industrializados.

Es sabido que los países capitalistas se desarrollan de manera desigual, por eso los grandes monopolios y sociedades de los Estados Unidos de América y de otros países exportan capitales precisamente a los países donde el desarrollo económico requiere inversiones y tecnología.

Los capitales invertidos aportan fabulosas ganancias a los consorcios y monopolios financieros, puesto que en los países pobres, poco desarrollados, la tierra es muy barata y con poco dinero puede ser adquirida en grandes cantidades, y la tierra va acompañada de las riquezas que contiene. La mano de obra asimismo es barata, puesto que los hombres que sufren hambre, se ven obligados a trabajar con salarios muy reducidos. Se ha calculado que por cada dólar invertido en estos países, las potencias imperialistas sacan un beneficio de 5 dólares.

Según los datos oficiales norteamericanos, sólo durante el período 1971-1975, el total de las inversiones directas de los Estados Unidos de América en los nuevos estados fue de 6.500 millones de dólares, mientras las ganancias que sacaron de estos países, en este mismo período, alcanzaron el importe de casi 30.000 millones de dólares.[11]

Las potencias imperialistas, a fin de disfrazar la exportación de capitales, practican también la concesión de créditos. Mediante estos llamados créditos o ayudas, los grandes consorcios capitalistas y los estados a que pertenecen, presionan fuertemente a los países y pueblos que los aceptan y los mantienen bajo su férula. Las ayudas o los créditos a los países poco desarrollados provienen del saqueo de sus riquezas y de la explotación de las masas trabajadoras de los países desarrollados, y son concedidos a los ricos de aquellos países. En otras palabras, esto significa que los grandes monopolios norteamericanos por ejemplo, explotan el sudor del pueblo norteamericano y de los otros pueblos y, cuando exportan sus capitales y conceden créditos, estos representan precisamente el sudor y la sangre de esos pueblos. Por otro lado, estos créditos que los grandes monopolios otorgan a los países del llamado tercer mundo, de hecho, sirven a las clases feudal-burguesas que dominan en ellos.

Los créditos que reciben los estados recién creados sirven como eslabones de la cadena imperialista en el cuello de sus pueblos. Según indican las estadísticas, las deudas de estos países se duplican cada quinquenio. Si en 1955 las deudas de los países poco desarrollados con las potencias imperialistas fueron de 8.500 millones de dólares, en 1977 ascendieron a más de 150.000 millones de dólares.

El capitalismo mundial ha desarrollado en su propio interés la técnica y la tecnología, para multiplicar sus ganancias, por medio del descubrimiento de las riquezas del subsuelo, de la creación de una agricultura intensiva, etc. Toda esta tecnología, la propia revolución técnico-científica y los nuevos métodos de explotación económica, benefician al imperialismo, a los monopolios capitalistas y no a los pueblos. El capitalismo nunca puede invertir en otros países, conceder préstamos y exportar capitales, sin calcular de antemano los beneficios que se embolsará.

Si a los grandes monopolios y bancos, que se han extendido como una telaraña por el mundo capitalista y revisionista, no se les presentan datos concretos sobre los posibles ingresos a obtener de la explotación de una mina, de las tierras, de la extracción del petróleo o del agua en un desierto, no dan créditos.

También hay otras formas de conceder créditos, que se practican de cara a los estados seudo socialistas que buscan camuflar el camino capitalista que siguen. Estos créditos, que alcanzan grandes sumas, se conceden en forma de créditos comerciales y se liquidan, naturalmente, a corto plazo. Tales créditos son dados conjuntamente por muchos países capitalistas, los cuales han calculado de antemano los beneficios económicos, y también los políticos, que van a sacar del estado que los recibe, teniendo en cuenta tanto el potencial económico, como la solvencia de los mismos. Los capitalistas en ningún caso dan créditos para construir el socialismo, sino para destruirlo. Por consiguiente, un verdadero país socialista nunca acepta créditos, cualquiera que sea su forma, de un país capitalista, burgués o revisionista.

Al igual que los revisionistas jruschovistas soviéticos, los revisionistas chinos emplean muchos slogans, numerosas citas, construyen un sinfín de frases que suenan a «leninistas», a «revolucionarias», pero su verdadera actividad es reaccionaria, contrarrevolucionaria. Los dirigentes chinos se esfuerzan por presentar también sus actitudes oportunistas y las relaciones que mantienen con los países imperialistas como si fueran en interés del socialismo. Estos revisionistas disfrazan así las cosas intencionalmente, a fin de mantener a oscuras a las masas del proletariado y del pueblo, de manera que éstas no puedan transformar su descontento en un recurso de fuerza para llevar a cabo la revolución.

Consideremos, por ejemplo, la cuestión de la edificación económica del país, del desarrollo de la economía socialista con las propias fuerzas. Se trata de un principio correcto. Cada estado independiente, soberano, socialista, debe movilizar a todo el pueblo y definir correctamente la política económica, debe tomar todas las medidas para explotar de forma adecuada y lo más racional posible todas las riquezas del país, administrarlas con economía y aumentarlas en interés de su propio pueblo, y no permitir que sean arrebatadas por otros. Esta es una orientación principal básica para cualquier país socialista, en tanto que la ayuda exterior, la ayuda que conceden los otros países socialistas, es suplementaria.

Los créditos que un país socialista da a otro país socialista tienen un carácter totalmente diferente. Estos créditos constituyen una ayuda internacionalista, desinteresada. La ayuda internacionalista nunca engendra capitalismo, no empobrece a las masas populares, al contrario, contribuye a desarrollar la industria y la agricultura, sirve a su armonización, conduce al mejoramiento del bienestar de las masas trabajadoras, al fortalecimiento del socialismo.

En primer lugar, los estados socialistas económicamente desarrollados deben ayudar a los demás países socialistas. Esto no quiere decir que un país socialista no tenga que desarrollar relaciones con otros países no socialistas. Pero deben ser relaciones económicas sobre la base del interés mutuo y de ninguna manera deben poner la economía de un país socialista o de uno no socialista, bajo la dependencia de los países más poderosos. Si estas relaciones entre estados están basadas en la explotación de los países pequeños y económicamente débiles por parte de los estados grandes y poderosos, entonces esa «ayuda» debe ser rechazada, porque es esclavizadora.

Lenin dice que el capital financiero ha echado sus redes, en el sentido real de la palabra, en todos los países del mundo. Los monopolios, los cártels y los sindicatos de los capitalistas, trabajan de forma sistemática. Primero se apoderan del mercado interno, se apoderan de la industria, la agricultura, subyugan a la clase obrera y los demás trabajadores, sacan superganancias y posteriormente crean grandes posibilidades para acaparar también mercados en todo el mundo. En esta cuestión el capital financiero juega un papel directo.

También actualmente observamos, en completa concordancia con las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo, como ultima fase del capitalismo, que las dos superpotencias, el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, pugnan por repartirse el mundo, por apoderarse de los mercados. El petróleo por ejemplo, una cuestión que se ha agudizado en todo el mundo, está en primer lugar bajo el dominio de las grandes sociedades monopolistas norteamericanas, pero en ellas participan también compañías petroleras de Inglaterra, Holanda, etc. Los norteamericanos maniobran en la cuestión del petróleo, para que éste siga siendo monopolio suyo. Han invertido capitales e instalado una gran técnica en los países - productores, como Arabia Saudita, Irán, etc., han tendido sus tentáculos sobre las camarillas dominantes de estos países, comprometiendo con grandes sumas de dólares a los reyes, jeques e imanes. Los cabecillas dominantes de los países productores de petróleo tienen la autorización de la plutocracia financiera de estos países para invertir en los Estados Unidos de América, en Inglaterra y otras partes, comprando incluso acciones de diversas compañías monopolistas, así como hoteles de lujo, fábricas, etc.

Arabia Saudita, por ejemplo, es un país semifeudal, donde reina la pobreza y el oscurantismo, aunque de ella se extraen anualmente 420 millones de toneladas de petróleo. Mientras las masas trabajadoras viven en la pobreza, el rey y la clase de los grandes terratenientes han depositado en los bancos de Wall Street más de 40.000 millones de dólares. La misma situación existe en Kuwait, en los Emiratos Árabes Unidos, etc. Estas camarillas hacen toda clase de concesiones a las potencias imperialistas para que saqueen las riquezas de los pueblos de los países que dominan, a fin de apropiarse de una parte de las ganancias.

Las inversiones que hacen los países productores de petróleo y que son propiedad de las camarillas dominantes, representan una unión, naturalmente a una escala muy insignificante, del capital de estas camarillas con el capital norteamericano o inglés. A primera vista parece que las camarillas dominantes de los países de donde sale el petróleo son, en cierta medida, socios inversionistas del imperialismo norteamericano, inglés francés e influyen en su economía. En realidad ocurre todo lo contrario. Las ganancias de los imperialistas norteamericanos y de los demás imperialistas son extraordinariamente grandes en comparación con las ganancias que dejan a estas camarillas. Esta es una característica del neocolonialismo actual, el cual, para poder explotar al máximo las riquezas de algunos países, hace ciertas concesiones mesuradas en favor de los grupos dominantes burgués capitalistas, feudales, pero, ciertamente, no en detrimento suyo. Este ejemplo confirma la justeza de la tesis de Lenin, de que es muy fácil que los intereses de la burguesía de distintos países, así como los intereses de los monopolios privados, se entrelacen con los intereses de los monopolios estatales. Los grandes monopolios pueden entrelazarse también con monopolios menos poderosos, pero que tengan en su posesión grandes riquezas, sobre todo del subsuelo, como minas de hierro, cromo, cobre, uranio, etc.

Hoy día, los empréstitos, los créditos y las ayudas gubernamentales constituyen una de las formas más difundidas de exportar capitales. Este tipo de exportación lo practican especialmente la Unión Soviética y los demás países revisionistas.

Además de asegurar beneficios capitalistas, estos créditos, «ayudas» y empréstitos tienen también fines políticos. Los estados que dan los créditos tienden a apuntalar y a consolidar el poder político y económico de determinadas camarillas, que defienden los intereses económicos, políticos y militares del país acreedor. Puesto que los acuerdos sobre este tipo de créditos son ultimados entre gobiernos, refuerzan aún más la dependencia económica y política del prestatario con respecto al prestamista. Un ejemplo clásico en lo que se refiere a esta forma de exportación de capitales lo constituye el «Plan Marshall», que después de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser la base económica de la expansión política y militar de los Estados Unidos de América en los países de Europa Occidental. Similares son las llamadas ayudas que los revisionistas soviéticos dan a países como la India, Irak, etc., supuestamente para desarrollar la economía y crear el sector estatal de la industria.

Actualmente el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y el capitalismo de los países industrializados han alcanzado tal nivel de desarrollo que las ganancias que obtienen acumulando capitales, son extraordinariamente grandes. La acumulación de capitales crea enormes beneficios que van a parar a los bolsillos de los monopolistas, de la oligarquía financiera, quienes no ponen estas utilidades al servicio del pueblo trabajador, pobre e indigente, sino que las exportan a los países de donde esperan obtener beneficios aún más grandes. Estos son los países que China llama «tercer mundo». Pero también hacen inversiones de este tipo en los países capitalistas desarrollados.

Se han escrito numerosos libros sobre el proceso de la penetración de los capitales norteamericanos en Europa y sus objetivos políticos y económicos. En un libro suyo, el autor norteamericano Geoffrey Owen nos ofrece un claro panorama. Al empezar el capitulo «Sociedades internacionales», dice que el aumento de las inversiones norteamericanas en el exterior se ha realizado según la concepción de que los norteamericanos no representan una sociedad con intereses en ultramar, sino una sociedad internacional. El cuartel general de esta sociedad se encuentra en los Estados Unidos de América. Esto significa que las grandes firmas norteamericanas no piensan únicamente en cubrir las necesidades de su propio país, las de la industria y de sus clientes en los Estados Unidos de América, sino también en extender sus redes a otros países. Estas sociedades invierten sus «excedentes de capitales» en otros países para obtener mayores beneficios. Corporaciones gigantes tales como la «Socony Mobile», la «Standard Oil of New Jersey» y otras, consiguen casi la mitad de sus ganancias saqueando y explotando a los otros países. Alrededor de 500 compañías aseguran cada año aproximadamente 10.000 millones de dólares de beneficios en el exterior. Son más de 3.000 las empresas de este género que han invertido en el extranjero. Por lo tanto, las fórmulas y los términos, «sociedades multinacionales» o «capitalismo internacional», están en boga, son utilizados en el lenguaje periodístico y en las operaciones bancarias.

Geoffrey Owen señala que, en 1929, más de 1.300 sociedades europeas eran propiedad de firmas norteamericanas o estaban bajo su control. Esta era la primera fase de la ofensiva norteamericana en dirección a la industria europea. La presión de la Segunda Guerra Mundial que se preparaba, contuvo momentáneamente la invasión de capitales norteamericanos. De 1929 a 1946, el valor de las inversiones directas, realizadas por las sociedades norteamericanas en otros países del mundo, descendió de 7.500 a 7.200 millones de dólares. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1950, la cantidad de inversiones norteamericanas en el exterior ascendió a 11.200 millones, cuya mitad estaba concentrada en los países de América Latina y Canadá. En América Latina se hicieron inversiones para explotar las materias primas: petróleo, cobre, mineral de hierro, bauxita, así como bananas y otros productos agrícolas. En Canadá estas inversiones se hicieron en mayor medida en las minas y el petróleo, y se desarrollaban en amplia escala debido a la proximidad de estos países y a otras condiciones que facilitaban la penetración.

Europa, del mismo modo, se convirtió en los años 50 en un importante terreno para las inversiones norteamericanas. Las inversiones en este continente se extendieron rápidamente al sector de las comunicaciones, a la gran producción en serie, a la fabricación de equipos complejos. Junto con ellas afluyeron también las mercancías y los productos norteamericanos.

El mencionado autor indica que la situación creada en el mercado capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, dio un mayor impulso a las inversiones norteamericanas. Veamos los siguientes datos sobre el aumento de estas inversiones en el exterior; en 1946 totalizaban 7.200 millones, y luego comienzan a aumentar, en 1950 llegan a 11.200 millones, en 1964 alcanzan el importe de 44.300 millones y en 1977 superan los 60.000 millones de dólares.

Las sociedades norteamericanas, ampliando continuamente sus operaciones a escala mundial, han exacerbado la competencia con las firmas de cada país y se ha acrecentado el temor de éstas a verse dominadas por las gigantes norteamericanas. Este problema es aún más agudo en los países poco desarrollados donde las firmas norteamericanas dominan las ramas clave de la industria y tienen una influencia preponderante sobre las economías nacionales. En otras palabras, estas gigantescas sociedades norteamericanas tienen en sus manos, y de hecho dirigen, las economías y los gobiernos locales.

Es conocida la prolongada lucha desarrollada entre las sociedades norteamericanas del petróleo y el gobierno mexicano, que concluyó, en 1938, con el fracaso de la política de oposición del gobierno de México. La misma suerte corrió la disputa entre el monopolio británico del petróleo y el gobierno iraní, que terminó con la destitución de Mosadegh. Estas contiendas son continuas y demoledoras y acaban siendo ganadas por los grandes trusts norteamericanos.

Las grandes compañías petroleras actúan a escala mundial. Para ellas es normal y necesario controlar de forma absoluta todos los capitales y la producción de esta rama en los países donde han invertido, controlar a los gobiernos, etc., porque de no tener estas posibilidades, se ven dificultadas para la coordinación a escala mundial de sus actividades. Por eso las grandes compañías extranjeras se oponen a los esfuerzos de los capitalistas locales por obtener mayores beneficios de los que reciben de los inversionistas norteamericanos o de los inversionistas de otros países imperialistas.

Las sociedades norteamericanas en Europa, en Canadá, en Asia, en África, etc., han creado una situación tal que prácticamente controlan la economía de muchos países. Sus gobiernos tienen un miedo cerval a los Estados Unidos de América, que se han transformado en leadership de la economía europea, de la misma forma que lo son de las cuestiones militares. Por eso los países capitalistas europeos industrializados intentan contener la invasión de capitales norteamericanos que afluyen cada vez más hacia ellos.

La dirección china pretende que los estados de Europa, industrializados ya desde el siglo XIX, están haciendo mayores inversiones en los Estados Unidos de América. Pero es sabido que, mientras las inversiones de capitales europeos en los Estados Unidos de América son principalmente en forma de valores, acciones, obligaciones, depósitos, etc., las inversiones norteamericanas en Europa ocupan posiciones dominantes en las más importantes ramas de la economía europea.

Geoffrey Owen, intentando justificar el aumento de las inversiones norteamericanas, pretende que los países europeos desean desarrollar su industria sobre bases científicas y hacen esfuerzos en este sentido, por ejemplo, en la industria electrónica y de ordenadores, Estas industrias, en cierta medida, contribuyen al progreso técnico, al aumento de las exportaciones y, en general, al desarrollo económico de estos países. Pero las sociedades norteamericanas están en este dominio más adelantadas que sus rivales europeas y controlan este progreso técnico según sus propios intereses.

En lo que a los ordenadores se refiere, por ejemplo, las sociedades europeas correspondientes están estrechamente ligadas para hacer frente a la competencia de la corporación norteamericana «International Business Machines» (IBM), que controla más del 70 por ciento del mercado norteamericano y un porcentaje mayor del mercado mundial.

Del mismo modo, la tendencia de las grandes sociedades norteamericanas es la de asociarse con las empresas locales. A fin de encubrir la explotación, muchas firmas evitan tener filiales suyas al cien por cien, y crean sociedades con inversiones mixtas en una proporción de 49 y 51 por ciento, o a medias. De este modo han actuado los norteamericanos en el Japón, de este modo han actuado también en Yugoslavia, que intenta dar la impresión de que construye el socialismo con sus propias fuerzas, cuando en realidad los titistas han repartido económicamente Yugoslavia entre los Estados Unidos de América y las grandes firmas de los países industriales desarrollados. De esta forma los titistas también han recortado la libertad y la independencia de Yugoslavia.

La tendencia de muchas de estas grandes sociedades norteamericanas, como la «General Motors», «Ford», «Chrysler», «General Electric», etc., es la de poseer de hecho al cien por cien sus filiales en los países extranjeros. Sin embargo estas filiales, según Owen, no olvidan el problema de la nacionalización, y la respuesta que dan al respecto es que «no se trata de formar sociedades con inversionistas locales, sino de propiciar la propiedad internacional de las acciones de las sociedades madres». Este es el concepto de la «internacional» del capitalismo, cuya más ferviente defensora es en particular la «General Motors».

Estas orientaciones del capital imperialista norteamericano o de la potencia industrial norteamericana, que invierte fuera de los Estados Unidos de América para crear sus colonias y su imperio, son algunos hechos que ilustran de forma clara la tesis de que, contrariamente a lo que pretenden los revisionistas chinos, el imperialismo norteamericano no se ha debilitado en absoluto. Por el contrario, se ha fortalecido, ha obtenido enormes concesiones en otros países, controla muchas importantes ramas de su economía. Asimismo, ha hundido en innumerables dificultades a varios gobiernos, a menudo hace la ley en estos países, y tiene muchos gobiernos bajo su control y su dirección. Naturalmente, en este proceso hay también altibajos, pero la marcha general no testimonia el debilitamiento del imperialismo norteamericano.

Actualmente vivimos en una época en que otra superpotencia, el socialimperialismo soviético, exporta sus capitales y trata de explotar a los diversos pueblos. Los capitales que exporta esta superpotencia emanan de la plusvalía que se crea en la Unión Soviética, transformada ya en un país capitalista.

La restauración del capitalismo ha llevado a una polarización de la actual sociedad soviética, donde una pequeña parte de la misma domina y explota a la mayoría aplastante del pueblo. La capa constituida por los burócratas, los tecnócratas y la intelectualidad creadora de alto rango ya ha sido creada y ha tomado la forma de una clase burguesa explotadora en sí que se apropia y distribuye entre sus miembros la plusvalía que obtiene explotando ferozmente a la clase obrera y las amplias masas trabajadoras. A diferencia de los países de capitalismo clásico, donde la apropiación de la plusvalía es proporcional al capital de cada capitalista, en la Unión Soviética y en los demás países revisionistas ésta es distribuida de conformidad con el escalafón de la alta capa de la burguesía en la jerarquía estatal, económica, científica, cultural, etc.5 Los elevados sueldos, los emolumentos ordinarios y extraordinarios, las gratificaciones y los incentivos materiales, los favoritismos, etc., se han erigido en toda una institución para apropiarse la plusvalía extraída de la explotación de los trabajadores. La capa que representa el «capitalista colectivo» conserva este saqueo par medio de una serie de leyes, de normas, que garantizan la opresión y la explotación capitalistas.

La economía soviética ya se ha integrado en el sistema del capitalismo mundial. Mientras las capitales norteamericanas, alemanes, japoneses, etc., han penetrado profundamente en la Unión Soviética, los capitales soviéticos son exportados a otros países y se fusionan en diversas formas can los capitales de los mismos.

Es sabido que la Unión Soviética explota económicamente en primer lugar a los países satélites. Pero ahora rivaliza y pugna con los otros estados capitalistas por apoderarse de mercados, ganar esferas de inversiones, saquear las materias primas, conservar las leyes neocolonialistas en el comercio mundial, etc. Para extender su hegemonía, la nueva burguesía soviética exporta capitales, pero en esto choca no sólo con la competencia del imperialismo norteamericano, que es muy fuerte, sino también con la de los otros estados capitalistas desarrollados, como el Japón, Gran Bretaña, Alemania Occidental, Francia, etc. Estos estados, a fin de obtener superganancias, exportan capitales no sólo a África, Asia y América Latina, sino también a los países de Europa del Este que se encuentran bajo la tutela de la Unión Soviética revisionista, e incluso los exportan a la propia Unión Soviética.

Las camarillas dominantes de los países llamados socialistas, como la Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, etc., y ahora también China, permiten la afluencia de capitales extranjeros a sus propios países, porque estos capitales las benefician, mientras gravitan sobre las espaldas de los pueblos. Los países del COMECON han contraído grandes deudas. Su endeudamiento con los países del Occidente alcanza la cifra de 50.000 millones de dólares.

Yugoslavia es uno de los primeros países revisionistas que ha permitido la penetración de capitales extranjeros en su economía. Comenzó recibiendo créditos, luego patentes de producción, y más tarde pasó a la formación de empresas mixtas. En 1967 se aprobó una ley que autorizaba la creación de empresas mixtas con el 49 por ciento de capital extranjero. En 1977, en Yugoslavia, el número de estas empresas llegaba a 170. Yugoslavia ha asegurado a las firmas capitalistas las más favorables condiciones para que desarrollen su actividad y obtengan el máximo beneficio.

El fenómeno yugoslavo demuestra que los capitales extranjeros que se han invertido en Yugoslavia constituyen uno de los factores determinantes de su transformación en un país capitalista. Los Estados Unidos de América y otros estados capitalistas ricos no han salido perdiendo con estas inversiones, por el contrario, han obtenido enormes beneficios, acrecentando la miseria de la clase obrera y del campesinado de Yugoslavia. Lenin ha dicho que la exportación de capitales es una buena base para la explotación de la mayoría de las naciones y países del mundo, para la existencia del parasitismo capitalista de un puñado de estados muy ricos.

Los estados capitalistas obtendrán enormes ganancias también de China. Estamos viendo que a este país afluyen en miles de millones de dólares los capitales norteamericanos, japoneses, germano occidentales, etc. Con los japoneses se suscribieron acuerdos para explotar conjuntamente los yacimientos petrolíferos y las capacidades energéticas del río Yang Tse. Con los alemanes se firmó un acuerdo para construir minas de carbón, etc. Las inversiones que se realizan en China, y las que se realizaran, aportarán necesariamente ganancias satisfactorias a los capitalistas extranjeros y al mismo tiempo fortalecerán las bases del capitalismo en China.

La exportación de capitales de un país capitalista a otro país capitalista o revisionista, ya sea grande o pequeño el estado que los da o el que los recibe, sigue siendo una de las formas de explotación de los pueblos por el capital. Esta explotación lleva aparejada la dependencia económica y política del país que los recibe.

Lenin ha señalado que los monopolios, después de apoderarse del mercado interior, pugnan por repartirse y conquistar económicamente el mercado mundial de productos industrializados y de materias primas. La competencia y la sed de ganancias hace que los monopolistas de los diversos países concierten acuerdos provisionales y alianzas, y lleguen a unirse para repartirse los mercados en el plano internacional, vender sus productos acabados y comprar materias primas. Los estados capitalistas desarrollados, incluso cuando poseen reservas de materias primas y energéticas, se abalanzan sobre los otros países, porque los costos de producción en estos son menores que en los suyos y sobre todo porque el salario de los obreros es varias veces más bajo.

Es conocida la lucha que se ha llevado y se lleva a cabo por la conquista de los yacimientos y los mercados del petróleo. Esta lucha ha arruinado a decenas y centenares de empresas y sociedades privadas y se ha llegado a que el cartel internacional del petróleo, que comprende 7 grandes monopolios (de los cuales 5 son norteamericanos, 1 inglés y 1 anglo-holandés, las famosas Esso, Texaco, Shell, etc.), controle más del 60 por ciento de la extracción y la venta del petróleo en los países capitalistas del mundo occidental y elabore cerca del 54 por ciento de este producto.

Tal reparto de las fuentes de producción y de los mercados ya se ha hecho también con el cobre y el estaño, con el uranio y otros minerales preciosos y estratégicos.

Muchos de los viejos países colonialistas, como Inglaterra y Francia, han concluido acuerdos especiales, llamados preferenciales, de colaboración, etc., con las ex colonias, que les aseguran privilegios económicos y comerciales casi exclusivos. La existencia de las llamadas zonas del dólar, de la libra esterlina, del franco o del rublo demuestran la división económica del mundo entre los monopolios y los diversos estados imperialistas.

El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, a través de diversas vías, a través de un comercio discriminatorio y desigual con estos países, se aseguran los máximos beneficios. Solamente los países «en vías de desarrollo», excluyendo a los de la OPEP, tienen en la actualidad un saldo pasivo que asciende a casi 34.000 millones de dólares.

Los monopolios, en las condiciones actuales, sobre todo en las condiciones de la crisis económica, concluyen acuerdos directos también con los gobiernos de los países capitalistas, sobre cuotas de producción, precios, mercados, etc. Incluso la propia existencia de organismos como el Mercado Común Europeo, el COMECON y otros, es un claro testimonio del reparto económico que existe hoy en el mundo.

Este reparto económico del mundo, la dominación de los monopolios, el dictado que imponen a la vida y al desarrollo económico de los otros países, no hace sino agravar aún más, aparte de la contradicción entre el trabajo y el capital, las contradicciones entre los pueblos y el imperialismo, así como las contradicciones interimperialistas.

La teoría china de los «tres mundos»; que busca la conciliación del «tercer mundo» con el «segundo mundo» y con el imperialismo norteamericano, está fuera de esta realidad. No quiere ver que la incontenible ofensiva de los monopolios norteamericanos, ingleses, alemanes, japoneses, franceses, etc., hacia lo que China llama «tercer mundo», aumenta la resistencia de los pueblos frente a todas las potencias imperialistas y hegemonistas y amplía las condiciones objetivas de la lucha intransigente entre ellos. Por otra parte, el desarrollo desigual de las potencias imperialistas, que es una ley objetiva del desarrollo del capitalismo, las incita a una competencia y tensiones irreductibles entre sí para ampliar su expansión económica a todo el mundo.

La teoría china de los «tres mundos», que pretende conciliar estas contradicciones y predica lo mismo que desde hace mucho vienen diciendo la socialdemocracia y los revisionistas de toda laya, está en flagrante oposición con la estrategia leninista, que tiende no a negar, sino a profundizar estas contradicciones, a fin de preparar al proletariado para la revolución y a los pueblos para la liberación.

Lenin, en su análisis del imperialismo indicó que, con el paso del capitalismo premonopolista a su fase superior y última, a la fase del imperialismo, termina el reparto territorial del mundo entre las grandes potencias imperialistas.

«...el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo del planeta, definitivo, no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo -al contrario, nuevos repartos son posibles e inevitables-, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por primera vez el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un «propietario» a otro.. .»[12]

El viejo colonialismo clásico, que explotaba física, económica, política e ideológicamente a la mayoría de los pueblos, después de la Segunda Guerra Mundial se ha transformado en un nuevo colonialismo. Este nuevo colonialismo comprende todo un sistema de medidas económicas, políticas, militares e ideológicas, que ha sido establecido por el imperialismo con la finalidad de conservar su dominación y asegurar el control político y la explotación económica de las antiguas colonias y de muchos otros países, acomodándose a las nuevas condiciones que se crearon después de la guerra.

¿Cuáles son estas nuevas condiciones?

Después de la guerra, los países imperialistas, Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, el Japón y los Estados Unidos de América, no estaban en condiciones de conservar mediante la fuerza la situación que existía antes de la guerra. Francia, por ejemplo, no podía mantener colonizados, como antes, a Marruecos, Argelia, Túnez y otros países de África. Lo mismo podemos decir del imperialismo británico, italiano, etc.

La Segunda Guerra Mundial produjo un cambio radical en la correlación de fuerzas en el mundo. Condujo a la destrucción de las grandes potencias fascistas, pero también estremeció los fundamentos y debilitó considerablemente a las viejas potencias colonialistas. La guerra antifascista planteó en todas partes, incluso en los países que no se habían visto envueltos en su torbellino, el problema de la liberación nacional. Los pueblos de las antiguas colonias que, conjuntamente con los países de la coalición antifascista, habían participado en la guerra para sacudirse el yugo fascista, ya no podían dar pasos atrás y soportar por más tiempo el yugo colonial. La victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo, la creación del campo socialista, la liberación de China, dieron un poderosísimo impulso al despertar de la conciencia nacional y a las luchas de liberación de los pueblos. Las amplias masas de los pueblos colonizados llegaron a comprender que era preciso cambiar la situación existente. Estallaron las luchas de liberación en Indochina, África del Norte, etc.

Obligados por la situación, muchos países colonialistas comprendieron que las viejas formas de explotación y administración de las colonias eran anacrónicas, sin concederles la más mínima libertad e independencia. Las potencias imperialistas, colonialistas, no llegaron a esta conclusión movidas por sus sentimientos democráticos y por su deseo de conceder la libertad a los pueblos, sino presionadas por los pueblos colonizados y a causa de su debilidad militar, económica, política e ideológica, que no les permitía conservar el viejo colonialismo. Pero, el imperialismo francés, inglés, italiano, norteamericano, etc., no quería renunciar a la explotación de esos pueblos y países. Cada potencia imperialista se vio obligada por las circunstancias creadas a conceder la autonomía a estos pueblos o prometerles la libertad y la independencia después de un cierto plazo. Este plazo, que fijaron supuestamente para permitirles tomar conciencia de su capacidad de gobernarse por sí mismos y formar a este fin los cuadros locales, tendía de hecho a preparar nuevas formas de explotación imperialistas, el nuevo colonialismo, dando a los países y a los pueblos la falsa impresión de que habían conquistado la libertad.

Esto tenía lugar después de la guerra, cuando el imperialismo mundial sufrió una grave derrota, cuando se acentuó aún más la crisis del sistema colonial del imperialismo. Los Estados Unidos de América aprovecharon este periodo de descomposición del capitalismo, como resultado de la debilitación del imperialismo por la Segunda Guerra Mundial, y crearon una nueva y profunda forma de explotación de los pueblos coloniales, supuestamente libres e independientes. Extendieron su dominio imperialista a los países en otro tiempo colonias de las otras potencias imperialistas, ahora debilitadas en una u otra forma.

Muchos pueblos ex coloniales, a pesar de haber obtenido esta «independencia» y esta «libertad», tal como se las habían dado las antiguas potencias colonialistas, tuvieron que empuñar las armas porque los imperialistas no estaban dispuestos a conceder de inmediato esa «libertad» y esa «independencia». Particularmente los imperialistas franceses pretendían conservar también después de la guerra la fuerza o la «grandeza» de Francia. Así fue cómo los pueblos de Argelia, Vietnam y muchos otros dieron inicio a una prolongada lucha de liberación y, por último, lograron liberarse. No entraremos en detalles de cómo lo lograron, cuáles fueron las fuerzas sociales que lucharon, etc. El hecho es que el viejo imperialismo francés e inglés se debilitó. Se confirmaron así las tesis de Lenin, de que el imperialismo estaba en descomposición, de que la vieja sociedad capitalista-imperialista estaba siendo corroída por los movimientos revolucionarios y por los sentimientos de amor a la libertad de los pueblos hasta entonces oprimidos y subyugados.

Durante este período, el imperialismo norteamericano engordó, extendió la zona del dólar, puso bajo su control territorios de la zona del franco y la libra esterlina y, con el fin de conservar su poderío hegemónico imperialista, que consistía en explotar al máximo a los pueblos, creó numerosas bases militares y colocó camarillas políticas pronorteamericanas en muchos de los países del mundo que supuestamente habían conquistado la libertad y la independencia. Naturalmente, esta explotación estaba acompañada también de una serie de cambios estructurales y superestructurales.

El capital financiero ha creado asimismo una ideología propia, que le precede en la explotación del proletariado y en la conquista del mundo, y completa la dominación de los pueblos, la legitimación de esta dominación, con diversas formas almibaradas, predicando y concediendo una cierta libertad, una cierta independencia, creando también algunos partidos pretendidamente democráticos, etc.

Paralelamente a la inversión de capitales norteamericanos, a la creación de bancos y de las llamadas multinacionales, se exporta el modo de vida norteamericano, junto con la degeneración que comporta.

La exportación de capitales por las grandes potencias imperialistas crea colonias, que hoy son los países dominados por el neocolonialismo. La independencia de estos países es puramente formal. En otras palabras, ahora al igual que antes, se desarrolla el mismo proceso de exportación de capitales, pero en formas distintas, acompañando de explicaciones y de una propaganda «almibarada». La explotación hasta la médula de los pueblos de dichos países es la de siempre, incluso más salvaje aún; continúa asimismo el saqueo de sus riquezas naturales.

La mayor potencia neocolonialista de nuestra época son los Estados Unidos de América. A lo largo de tres años, de 1973 a 1975, las inversiones básicas gubernamentales y privadas realizadas por los Estados Unidos de América en las antiguas colonias, en los países dependientes y semidependientes, representaban cerca del 36 por ciento de todas las inversiones hechas en esas regiones por los países capitalistas y revisionistas más desarrollados.[13]

Los tratados y los acuerdos económicos, políticos y militares concluidos entre las potencias imperialistas y las ex colonias, tienen un carácter avasallador, son armas en manos del imperialismo para mantener a estos países en la esclavitud. Hoy, como ayer, son muy actuales las palabras de Lenin, que puntualizaba:

«...es indispensable explicar infatigablemente y desenmascarar de continuo ante las grandes masas trabajadoras de todos los países, sobre todo de los atrasados, el engaño que utilizan sistemáticamente las potencias imperialistas, las cuales, bajo el aspecto de estados políticamente independientes, crean en realidad estados desde todo punto de vista sojuzgados por ellas en el sentido económico, financiero y militar...».[14]

El imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, viejas y nuevas, con el fin de mantener dominados a los pueblos, instigan, donde pueden, las disputas entre los estados vecinos o entre los diversos grupos sociales del interior,6 y luego, apareciendo como árbitros o sostenedores de una u otra parte, intervienen en los asuntos internos de los otros, justifican su presencia económica, política y militar. Los hechos demuestran que, cuando las superpotencias se han inmiscuido en los asuntos internos de los demás pueblos, los problemas han quedado sin resolver o han terminado con la consolidación de las posiciones del imperialismo y del socialimperialismo en estos países. Una prueba de ello son los acontecimientos del Oriente Medio, el conflicto entre Somalia y Etiopia, la guerra entre Camboya y Vietnam, etc.

Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética y todos los demás países capitalistas, a la par de invertir, consolidan sus posiciones en los países que aceptan estas inversiones, y luchan por conseguir mercados y zonas de influencia. Esto crea fricciones entre los diversos estados capitalistas, entre los grandes consorcios que no están enlazados ni son interdependientes. Estas fricciones son las que provocan las guerras locales que pueden llegar hasta una conflagración general. La guerra desatada por estas razones, ya sea local o general, como nos enseña el leninismo, no tiene un carácter libertador, sino de rapiña. La guerra es justa, es libertadora, sólo cuando los pueblos se levantan contra los ocupantes extranjeros, cuando se alzan contra la burguesía capitalista del país, que está estrechamente vinculada con el imperialismo, el socialimperialismo y el capital mundial.

Los representantes del gran capital mundial hablan mucho sobre la necesidad de cambiar el actual sistema de relaciones económicas internacionales y de crear un «nuevo orden económico mundial», que también es respaldado por los dirigentes chinos. Según ellos, este «nuevo orden económico» servirá de «base para la estabilidad global». Por su parte, los revisionistas soviéticos hablan de crear una pretendida estructura nueva en las relaciones económicas internacionales.

Todo esto son esfuerzos y planes de las potencias imperialistas y neocolonialistas, las cuales quieren mantener vivo y prolongar el neocolonialismo, y conservar la opresión y la expoliación de los pueblos. Pero, las leyes de desarrollo del capitalismo y del imperialismo no obedecen a los deseos ni a las invenciones teóricas de la burguesía y de los revisionistas. Como Lenin ha señalado, para resolver estas contradicciones es necesaria la lucha consecuente contra el colonialismo y el neocolonialismo, la revolución.

Analizando los rasgos económicos fundamentales del imperialismo, Lenin determinó también su lugar histórico. Recalcó que, el imperialismo es no sólo la fase superior, sino también la última del capitalismo, es la antesala de la revolución proletaria. Lenin ha escrito que:

«El imperialismo es una fase histórica especial del capitalismo... es 1) capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante.»[15]

La realidad del mundo capitalista actual confirma enteramente esta conclusión.

La base económica de todas las plagas económico-sociales del imperialismo, como ha confirmado Lenin, es el monopolio. Los monopolios son impotentes para superar las contradicciones de la economía capitalista. Lenin ligaba orgánicamente el parasitismo y la putrefacción del imperialismo, con la tendencia de los monopolios a frenar en general el desarrollo de las fuerzas productivas, a acentuar el desarrollo desproporcional entre las diversas ramas y a nivel de toda la economía nacional, a no explotar las capacidades productivas, humanas y materiales; los ligaba con su propensión a impedir la introducción de los adelantos de la ciencia y de la técnica en interés de las masas y del progreso de toda la sociedad.

La avidez de ganancias, la competencia, obligan a los monopolios a hacer inversiones para introducir la técnica avanzada en la actividad productiva. Pero en todo el proceso histórico del desarrollo del imperialismo lo que predomina es la tendencia a un desarrollo desproporcional y a frenarlo.

Los gastos para las investigaciones y el desarrollo de la ciencia realizados en la industria, y particularmente en la industria de guerra, en los Estados Unidos de América, por ejemplo, de 2.000 millones de dólares que fueron en 1950, ascendieron a unos 11.000 millones en 1965 y a 30.000 millones, aproximadamente, en 1972. Muchas veces las grandes firmas chocan con dificultades en las investigaciones científicas, pero, cuando se hace un descubrimiento, compran patentes, contratan obreros cualificados y, sólo cuando les conviene, lo llevan a la práctica.

Naturalmente, los principales sectores y los más interesantes para las inversiones destinadas al desarrollo y a la revolución técnica, tienen prioridad, porque aseguran mayores ganancias. En este sentido el primer lugar es ocupado por la industria de guerra, debido a que aquí la tasa de ganancias es más elevada. Así, por ejemplo, los Estados Unidos de América invirtieron, en 1964, 3.565 millones de dólares en investigaciones científicas en el sector de la aeronáutica y los misiles. Ese mismo año, en la industria eléctrica y de telecomunicaciones invirtieron mil millones 537 mil dólares, en la industria química 196 millones, en la de máquinas 136 millones, automóviles 174 millones, instrumentos científicos 172 millones, productos de caucho 38 millones, en la del petróleo 8 millones, en la del metano 9 millones, etc.

En las condiciones actuales, la militarización de la economía, como manifestación de la descomposición del imperialismo, se ha convertido en un rasgo característico de todos los países capitalistas y revisionistas. Pero el proceso de la militarización de la economía ha adquirido proporciones sin precedentes particularmente en los Estados Unidos de América y en la Unión Soviética. Los gastos militares directos de ambas partes han alcanzado proporciones astronómicas, ascendiendo a un total de más de 240.000 millones de dólares al año.7

En su política tendente a la hegemonía y a la dominación mundial, los Estados Unidos de América y la Unión Soviética practican a amplia escala también el comercio de armas, que es otra clara expresión de la descomposición del imperialismo. El valor de las armas que venden anualmente supera los 20.000 millones de dólares. Los otros estados imperialistas, como Inglaterra, Alemania Occidental, Francia, Italia, etc., también venden armas. Las camarillas reaccionarias y fascistas de Chile, Israel, Corea del Sur, Rhodesia, la República Sudafricana, etc., son clientes regulares de este comercio imperialista. Lo son asimismo los países ricos en materias primas estratégicas o en petróleo, a los que los imperialistas intentan atraerse con armas a cambio de saquear sus riquezas.

Un claro testimonio de la descomposición y del parasitismo del capitalismo monopolista actual es el estallido cada vez más frecuente de las crisis económicas de superproducción. El estallido de las crisis, que en la actualidad son muy profundas, prueba la justeza de la teoría marxista acerca del carácter anárquico, espontáneo y desproporcional de la producción y del consumo, y rechaza las «teorías» burguesas del desarrolló del capitalismo «sin crisis», o de la transformación del capitalismo en «capitalismo dirigido».

En la sociedad capitalista de hoy actúa con una fuerza aún mayor la ley general de la acumulación capitalista, descubierta por Marx, según la cual, mientras, por un lado, aumenta la pobreza de los trabajadores, por otro lado, crecen las ganancias de los capitalistas. Va acentuándose el proceso de la polarización de la sociedad en proletarios y en burgueses, que constituyen un número limitado de personas.

El sistema imperialista actual, que cuenta con mayores posibilidades económicas para corromper a las capas altas del proletariado, a la aristocracia obrera, ha hecho que ésta crezca en enormes proporciones.

En la actualidad, la oligarquía financiera utiliza ampliamente a esta aristocracia para embaucar y desorientar al proletariado, para castrar su ímpetu revolucionario. De las filas de la aristocracia obrera surgen de ordinario aquellos a los que Lenin llama socialistas de palabra e imperialistas de hecho. En esta caracterización de Lenin se incluye a la socialdemocracia, los «partidos obreros burgueses», los dirigentes oportunistas de los sindicatos, los revisionistas modernos, etc. Lenin recalca que el imperialismo se enlaza con el oportunismo, que los oportunistas contribuyen a salvaguardar y reforzar al imperialismo. Él dice que:

«...los más peligrosos son los que no desean comprender que la lucha contra el imperialismo es una frase vacía y falsa si no va ligada indisolublemente a la lucha contra el oportunismo».[16]

La descomposición del imperialismo se ve claramente también en la intensificación y la profundización de la reacción en todos los terrenos, y particularmente en el político y social. La práctica demuestra que, cuando la burguesía monopolista ve que se agudiza la lucha de clases, arroja lejos las máscaras, negando a las masas trabajadoras incluso los escasos derechos que habían obtenido a precio de sangre. Una prueba de ello son los regímenes y las dictaduras fascistas implantadas en muchos países del mundo.

Todo este podrido sistema, que se encuentra en una situación caótica, se mantiene en pie gracias a un gran ejército pretoriano, a una policía muy numerosa que está movilizada y armada hasta los dientes. Todas estas fuerzas militar-policíacas entran en acción para evitar y reprimir cualquier resistencia que rebase los límites fijados por una inextricable maraña de leyes promulgadas por la burguesía en el poder. Los cuadros del ejército y de las demás fuerzas represivas viven lujosamente, reciben muy buenos sueldos. En Italia, por ejemplo, no se oye hablar de otra cosa que del ejército, la policía, el cuerpo de carabineros, los agentes de seguridad que son condecorados, pero que también resultan muertos.

En esta situación tan confusa que impera en los estados burgueses se ha desarrollado y propagado el bandidaje, que es un engendro del propio sistema capitalista, expresión de su degeneración y reflejo de la desesperación y desorientación originadas por el sistema burgués de opresión y explotación. La burguesía intenta evitar aquellas manifestaciones de bandidaje que le crean problemas y son motivo de preocupación para el estado burgués. Pero lo fomenta y utiliza para aterrorizar a las amplias masas trabajadoras que viven en la miseria. En muchos países capitalistas el bandidaje se ha convertido en una industria que abarca desde los asaltos a los bancos y los almacenes, hasta los secuestros de personas, reclamando enormes rescates a cambio de su libertad. En algunos países el bandidaje se ha organizado en grupos. Estos grupos tienen nombres que suenan a «revolucionarios», a «comunistas», etc. La burguesía les deja actuar libremente con el fin de preparar la situación para dar un golpe de estado fascista y justificar la realización del mismo. Con el propósito de desacreditar a la revolución y al socialismo, esta actividad de bandidaje es presentada como obra de «grupos comunistas», que supuestamente actúan contra el régimen burgués.

Como conclusión, podemos afirmar que en la situación actual del imperialismo en general, del imperialismo norteamericano, del socialimperialismo soviético y de los otros imperialismos, el imperialismo, cualquiera que sea su matiz, se encuentra en la fase de su debilitamiento y putrefacción, y que la vieja sociedad, a través de la revolución, será destruida desde sus cimientos y reemplazada por una sociedad nueva, por la sociedad socialista. Esta nueva sociedad socialista existe y se ampliará, se desarrollará, ganará terreno, independientemente de que los revisionistas soviéticos traicionaron al socialismo en la Unión Soviética, independientemente de que en China domina el oportunismo y se erige un socialimperialismo nuevo, independientemente de que en los antiguos países de democracia popular se ha restaurado el capitalismo. El socialismo seguirá avanzando en su camino y con su lucha y sus esfuerzos saldrá victorioso sobre el imperialismo y el capitalismo mundial, pero nunca y de ninguna manera lo hará mediante reformas, a través del camino parlamentario y pacífico, como predicaba Jruschov y como predican ahora todos los revisionistas. Triunfará permaneciendo fiel a la teoría leninista sobre el imperialismo y la revolución proletaria, pero nunca siguiendo las actuales teorías revisionistas que proclaman el capitalismo monopolista de estado como una supuesta fase nueva y particular del capitalismo, como la «aparición de los elementos socialistas en el seno del capitalismo».

De conformidad con las conclusiones de Lenin sobre la naturaleza del imperialismo y su lugar histórico, todo el imperialismo mundial como sistema social, a causa de las contradicciones internas que lo corroen y de las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos ya no tiene ese poder de dominación exclusiva de antes. Esta es la dialéctica de la historia y confirma la tesis marxista-leninista de que el imperialismo está en descenso, en decadencia, en descomposición.

La tendencia del capitalismo y del imperialismo a debilitarse, es hoy la tendencia principal en la historia universal. Marx y Lenin han argumentado esto apoyándose en datos concretos, en los acontecimientos históricos, en la dialéctica materialista. También la tendencia a mancomunar los esfuerzos por parte de los estados que se oponen al imperialismo, conduce al debilitamiento de éste. Pero esta segunda tendencia, a la que China da carácter absoluto, sin hacer las diferenciaciones requeridas, sin estudiar las situaciones particulares, no lleva a buen camino. Pretendiendo que el imperialismo norteamericano está en decadencia y es menos poderoso que el socialimperialismo soviético, proclamando el «tercer mundo», como la principal fuerza motriz de la época, los dirigentes chinos prácticamente incitan a la capitulación y la claudicación ante la burguesía.

Es verdad que los pueblos aspiran a la liberación, pero deben conquistarla sólo con lucha, con esfuerzos y teniendo a la cabeza una dirección combativa. Marx: Engels, Lenin y Stalin nos enseñan que esta dirección es el proletariado de cada país. Pero, el proletariado y su partido marxista-leninista deben hacer bien los análisis políticos, económicos y militares, sopesarlo todo, tomar decisiones y definir una estrategia y táctica adecuadas, teniendo siempre presente el preparar y hacer la revolución. Si no se tiene en cuenta la revolución, como no la tienen en cuenta los chinos, los análisis, los actos, la estrategia y las tácticas no pueden ser marxista-leninistas, revolucionarios.

No podemos forjamos ninguna ilusión acerca del imperialismo, del tipo que sea, poderoso o menos poderoso. La naturaleza misma del imperialismo crea las condiciones para la expansión económica y política, para el estallido de las guerras, porque su carácter es esencialmente explotador, agresivo. Por eso, engañar a las amplias masas de los pueblos que quieren su liberación diciéndoles que la obtendrán guiándose por teorías revisionistas como la de los «tres mundos», significa cometer un crimen contra los pueblos y la revolución.

Nuestra época; como nos enseña Lenin, es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Con esto debemos comprender que a nosotros, marxista-leninistas, nos corresponde combatir con la mayor dureza al imperialismo mundial, a cualquier imperialismo, a cualquier potencia capitalista, que son los que explotan al proletariado y a los pueblos. Sostenemos la tesis leninista de que la revolución está actualmente a la orden del día. El mundo seguirá adelante hacia una sociedad nueva, que será la sociedad socialista. El capitalismo mundial, el imperialismo y el socialimperialismo se descompondrán todavía más y serán liquidados por medio de la revolución.

Lenin nos enseña a combatir hasta el fin al imperialismo, criticado en la amplia acepción de la palabra y levantar a las clases oprimidas contra la política imperialista, contra la burguesía. El análisis marxista-leninista del desarrollo actual del imperialismo, demuestra claramente que son inmutables el análisis y las conclusiones de Lenin sobre el imperialismo, sobre su naturaleza y sus rasgos, sobre la revolución. Los intentos de todos los oportunistas, desde los socialdemócratas hasta los revisionistas jruschovistas y chinos, de deformar las tesis leninistas sobre el imperialismo, son intentos contrarrevolucionarios. Su objetivo es negar la revolución, embellecer al imperialismo, prolongar la vida del capitalismo. Cuando Lenin desenmascara al imperialismo y a sus apologistas como Bernstein, Kautsky, Hilferding y todos los demás oportunistas de la II Internacional, advierte que

«La ideología imperialista penetra incluso en el seno de la clase obrera, que no está separada de las demás clases por una muralla china.»[17]

Pero, desafortunadamente, ahora también la «muralla china» se ha derrumbado y en China han penetrado la propaganda y la ideología imperialistas. Los oportunistas chinos no son en absoluto originales. Avanzando por el camino de Kautsky y compañía también ellos embellecen al imperialismo en general y al norteamericano en particular, presentándolo como un imperialismo que está en retroceso y en el que los pueblos deben apoyarse para defenderse de los socialimperialistas soviéticos.

La semejanza de las «teorías» de los revisionistas chinos con las de Kautsky es muy evidente. En su tiempo, este último trataba de defender la política colonial del imperialismo, encubrir su explotación y expansión, deformando la teoría marxista sobre el desarrollo del capitalismo. Lo mismo están haciendo en la actualidad los dirigentes chinos, quienes, con la intención de apoyar al imperialismo norteamericano y su política neocolonialista, fabrican teorías absurdas supuestamente fundadas en Marx o en Lenin. Pero si se habla en el lenguaje de Lenin, la «teoría» china es una inmersión en la charca del revisionismo y del oportunismo.

La teoría de Kautsky propagaba la ilusión de que en las condiciones del capitalismo monopolista existe la posibilidad de que se realice otra política, no anexionista. Respecto a esto Lenin puntualizaba:

«Lo esencial es que Kautsky separa la política del imperialismo de su economía, hablando de las anexiones como de la política «preferida» por el capital financiero y oponiendo a ella otra política burguesa, posible, segun él, sobre la misma base del capital financiero. Resulta que los monopolios en la economía son compatibles con el modo de obrar no-monopolista, no violento, no anexionista en política. Resulta que el reparto territorial del mundo, terminado precisamente en la época del capital financiero y que es la base de lo peculiar de las formas actuales de rivalidad entre los más grandes estados capitalistas, es compatible con una política no imperialista. Resulta que de este modo se disimulan, se atenuan las contradicciones más importantes de la fase actual del capitalismo, en vez de ponerlas al descubierto en toda su profundidad; resulta reformismo burgués en lugar de marxismo.»[18]

Ignorando el hecho de que en los Estados Unidos de América, en el terreno económico dominan los monopolios, el capital financiero, y que precisamente éstos dictan la política interior y exterior, los revisionistas chinos hablan de un imperialismo pacifico, que ya no busca la expansión, que incluso está en retirada. Los dirigentes chinos «olvidan» la afirmación de Stalin de que las principales peculiaridades y exigencias de la ley económica fundamental del capitalismo actual son:

«...asegurar el máximo de beneficios capitalistas explotando, arruinando, empobreciendo a la mayor parte de la población de un país dado, esclavizando y despojando de manera sistemática a los pueblos de otros países, sobre todo de los países atrasados, por ultimo desencadenando guerras y miitarizando la economía nacional, con vistas a asegurar el máximo de ganancias».[19]

Así, las «nuevas» teorías de los dirigentes chinos demuestran que ellos cantan la vieja cantinela de Kautsky con una nueva melodía.

Al desenmascarar a los cabecillas de la II Internacional, que querían hacer distinción entre las potencias imperialistas, dividiéndolas en más y menos agresoras, Lenin recalcaba que esta actitud era antimarxista. Esta actitud llevó a los partidos de la II Internacional a las posiciones del chovinismo, a traicionar abiertamente la causa del proletariado y de la revolución. En nuestra época, decía Lenin, no puede plantearse el problema de qué estado imperialista de los implicados en la Primera Guerra Mundial en uno u otro campo, es el «peor de los males».

«La democracia contemporánea, decía, sólo será fiel a sí misma si no se suma a ninguna burguesía imperialista, sí declara que «tan pésima es una como otra» y sí desea en cada país la derrota de la burguesía imperialista. Toda otra solución será, de hecho, una solución nacional-liberal, y no tendrá nada en común con el verdadero internacionalismo.»[20]

En las condiciones actuales, si se aceptase la tesis china según la cual el socialimperialismo soviético es más agresivo que el imperialismo norteamericano, se caería en una traición abierta a la revolución, a la misión histórica de la clase obrera, se pasaría a las posiciones de la II Internacional. Ambas superpotencias imperialistas representan, en el mismo grado, el principal enemigo y peligro para el socialismo, para la libertad y la independencia de los pueblos, para la soberanía de las naciones. Son los principales defensores del capitalismo mundial.

Para disimular su traición a los pueblos, los dirigentes chinos dicen que las relaciones de los grandes monopolios con algunos países poseedores de grandes riquezas, crean una situación que incluso puede evitar los conflictos entre las potencias monopolistas y los pueblos. Esto es una gran absurdidad, es un esfuerzo tendente a presentar como mansa la bestia imperialista, a crear una situación eufórica y falsa, alegando que supuestamente la inversión de capitales creará el bienestar del pueblo del país donde se realiza la inversión y que así dejarán de existir las contradicciones antagónicas entre los imperialistas y los pueblos de dichos países. Esta falsa teoría, que ahora pregonan los dirigentes chinos, ha sido creada por el imperialismo para extender su dominación a todo el mundo y ayudar a las camarillas reaccionarias dominantes en diversos países a oprimir a su pueblo y vender su propio país a los extranjeros.

Estas «teorías» son una repetición, bajo formas nuevas y refinadas, de las teorías reaccionarias de los oportunistas de la II Internacional. Durante la Primera Guerra Mundial, Lenin desenmascaró la teoría antimarxista de Kautsky del «ultraimperialismo», Kautsky pretendía que, en las condiciones del imperialismo, las guerras pueden ser conjuradas mediante un acuerdo entre los capitalistas de los diversos países.

Polemizando con Kautsky, Lenin decía que

«...las alianzas «interimperialistas» y «ultraimperialistas» en el mundo real capitalista, y no en la vulgar fantasía pequeñoburguesa de los curas ingleses o del «marxista» alemán Kautsky, sea cual fuere su forma: una coalición imperialista contra otra coalición imperialista, o una alianza general de todas las potencias imperialistas, sólo pueden ser inevitablemente «treguas» entre las guerras».[21]

Estas enseñanzas de Lenin son muy actuales en las condiciones de hoy cuando los revisionistas chinos hablan y despliegan febriles esfuerzos para crear una alianza y un gran frente mundial de todos los estados y los regímenes fascistas y feudales, capitalistas e imperialistas, incluyendo a los Estados Unidos de América, contra el socialimperialismo soviético.

Entre los países imperialistas pueden crearse alianzas, recalcaba Lenin, pero se crean con el único objetivo de aplastar conjuntamente la revolución, el socialismo, de saquear conjuntamente las colonias y los países dependientes y semidependientes.

Los revisionistas chinos, al igual que los cabecillas de la II Internacional, han substituido la consigna del Manifiesto Comunista «¡Proletarios de todos los países, uníos!» por la consigna pragmática «Unámonos con todos aquellos que son susceptibles de unirse», contra el socialimperialismo soviético.

La teoría de los «tres mundos», inventada por los dirigentes chinos, no analiza el desarrollo histórico del imperialismo a través del prisma marxista-leninista, sino que lo considera erróneamente, ignorando las contradicciones de nuestra época, definidas de forma tan clara por Marx y Lenin. Siguiendo esta «teoría», la China «socialista» se une con el imperialismo norteamericano y el «segundo mundo», es decir, con otros imperialistas, que explotan a los pueblos, y llama al «tercer mundo», a los pueblos que aspiran a luchar contra el imperialismo y el capitalismo mundial, tanto si es el imperialismo norteamericano como si es el socialimperialismo soviético, a unirse únicamente contra este último.

También la teoría titista de los países «no alineados» es tan antimarxista como la teoría de los «tres mundos».

Estas dos «teorías» son los rieles de una misma vía férrea sobre la que rueda el tren del imperialismo norteamericano y del socialimperialismo soviético, tren que, va cargado con las riquezas arrebatadas a los pueblos del mundo. Los titistas y los revisionistas chinos tratan de abrir algunos agujeros en los vagones de este tren imperialista y socialimperialista para que se derrame un poco de aceite, un poco de azúcar, algún dólar, alguna libra esterlina, algún franco o algún rubio. Estos rieles, que están tendidos sobre las espaldas de los pueblos oprimidos y que tienden a mantenerlos continuamente subyugados, son dos teorías tan reaccionarias como todas las demás teorías antimarxistas de los trotskistas, anarquistas, bujarinistas, jruschovistas, de los partidarios de Togliatti, Carrillo, Marchais, etc., etc.

La vida confirma continuamente las geniales tesis de Lenin sobre el imperialismo. El capitalismo ha entrado en la fase de su putrefacción. Esta situación suscita la revuelta de los pueblos y los empuja a la revolución. La lucha de los pueblos contra el imperialismo y contra las camarillas capitalistas burguesas crece de diferentes formas, con diversa intensidad. Ineluctablemente la cantidad se convertirá en calidad. Esto se verificará antes en los países, que constituyen el eslabón más débil de la cadena capitalista y donde la conciencia y la organización de la clase obrera han alcanzado un alto nivel, donde el problema es tratado con una profunda comprensión política e ideológica.

El imperialismo ha intensificado la opresión y la bárbara explotación de los pueblos. Pero al mismo tiempo también los pueblos del mundo se hacen cada vez más conscientes de que ya no se puede vivir en la sociedad capitalista actual, donde las masas trabajadoras son oprimidas y explotadas con una intensidad no menor a la de antes de la guerra.

El imperialismo, a pesar de sus esfuerzos y de los de sus adeptos, ni ahora ni tampoco más tarde puede encontrar estabilidad en la lucha que lleva a cabo por sentar su hegemonía sobre los pueblos. No puede encontrarla porque se ha despertado la conciencia de la clase obrera y de las masas trabajadoras oprimidas que quieren liberarse, y además a causa de las inevitables contradicciones interimperialistas.

Los pueblos ven, y más tarde lo verán mejor, que el imperialismo y el capitalismo mundial no se apoyan sólo en la fuerza económica, militar, política e ideológica de las dos superpotencias, sino también en las clases ricas que mantienen sojuzgados a los pueblos de sus países, que los explotan y los aterrorizan a fin de que no se levanten para conquistar la verdadera libertad e independencia.

Las amplias masas de los diversos países del mundo han comenzado asimismo a comprender que la actual sociedad burgués-capitalista, el sistema explotador del imperialismo mundial, deben ser derrocados. Para los pueblos esto no es sólo una aspiración, en muchos países también han empuñado las armas.

Por eso, no es necesario inventar teorías que dividan el mundo en tres o cuatro partes, en «alineados» y en «no alineados», sino ver e interpretar correctamente el gran proceso histórico objetivo según las enseñanzas del marxismo-leninismo. El mundo está dividido en dos partes, el mundo del capitalismo y el mundo nuevo del socialismo, que están en implacable lucha entre sí. En esta lucha triunfará lo nuevo, el mundo socialista, mientras que la vieja sociedad capitalista, la sociedad burguesa e imperialista, se derrumbará.

 

III

LA REVOLUCIÓN Y LOS PUEBLOS

 

Marx ha argumentado científicamente la necesidad de destruir la sociedad capitalista y construir una sociedad más avanzada, la del socialismo y después la del comunismo. En la obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin, desarrollando el pensamiento de Marx, demostró que la época actual es la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias. Esta es la época de la destrucción del viejo régimen capitalista; del colonialismo y del imperialismo, de la toma del poder por el proletariado y de la liberación de los pueblos oprimidos, el período del triunfo del socialismo a escala mundial.

Esto significa que hoy vivimos en la época de la substitución de la vieja sociedad explotadora, insoportable para la mayoría de la humanidad, para los oprimidos y los explotados, por una sociedad nueva, donde desaparece de una vez y para siempre la explotación del hombre por el hombre. Nuestro Partido, se ha basado precisamente en estas enseñanzas fundamentales y en el análisis marxista-leninista de la actual evolución mundial, al presentar en su VII Congreso la tesis de que el mundo se encuentra en una fase en que la causa de la revolución y de la liberación de los pueblos es un problema planteado que espera solución.

La lucha del proletariado contra la burguesía es dura, inexorable y se desarrolla de continuo. Frente a frente se encuentran dos grandes fuerzas sociales. De un lado, la burguesía capitalista imperialista, que es la clase más salvaje, más embaucadora y más sanguinaria que haya conocido la historia. De otro lado, está el proletariado, la clase totalmente despojada de los medios de producción, la clase oprimida y explotada despiadadamente por la burguesía, y, al mismo tiempo, la clase más avanzada de la sociedad, que piensa, crea, trabaja, produce, y que, sin embargo, no goza de los frutos de su trabajo.

Ambas clases intentan, cada una por su parte, agrupar fuerzas a su alrededor y prepararlas para conseguir sus objetivos: el proletariado para alcanzar la liberación nacional y social, para hacer la revolución; la burguesía para conservar su dominación y aplastar la revolución. Mientras la burguesía agrupa en torno suyo a las fuerzas más negras, más regresivas y criminales, el proletariado se esfuerza por ganar para su causa a todas las fuerzas revolucionarias y progresistas.

El marxismo-leninismo nos enseña que la lucha entre el proletariado y la burguesía se intensifica ininterrumpidamente y que con toda seguridad será coronada con la victoria del proletariado y de sus aliados. Pero, para que esta lucha sea coronada con éxito es necesario que el proletariado esté organizado, tenga su partido de vanguardia, haga conscientes a las amplias masas populares de la necesidad de la revolución y las dirija en la lucha por la toma del poder, por la instauración de su propia dictadura, por la construcción del socialismo y del comunismo, de la sociedad sin clases.

En el mundo hay muchos elementos exaltados, con buenas o malas intenciones, quienes piensan que es posible hacer la revolución en cualquier época, en cualquier momento y en cualquier parte. Pero se equivocan. La revolución no puede realizarse en cualquier momento y en cualquier parte, conforme a los deseos. La revolución estalla y se realiza en el eslabón más débil de la cadena capitalista. Para que estalle y triunfe, deben existir condiciones apropiadas, objetivas y subjetivas, y hace falta esperar el momento favorable para lanzarse a ella. Lo principal es que cuando hagan estallar la revolución, las amplias masas del pueblo, con el proletariado al frente, estén decididas y preparadas para llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Lenin puntualiza que la revolución es obra del pueblo de cada país, que no puede ser exportada. Esto no significa que los marxista-leninistas, dondequiera que militen, no se sientan solidarios, mutuamente ligados por los sentimientos más puros del internacionalismo proletario y no contribuyan a la lucha del proletariado y de los pueblos de los otros países por su liberación. Por el contrario, todos los comunistas, los proletarios, todas las fuerzas revolucionarias de los diversos países tienen la obligación de ayudar a la revolución en cada país en particular y en todo el mundo con su propaganda, agitación, ayuda material, ejemplo de determinación y abnegación, y ateniéndose fielmente al marxismo-leninismo. Como es natural, el que esta ayuda sea bien aprovechada depende, ante todo, del nivel de preparación del proletariado y de su partido, del nivel de desarrollo de la lucha revolucionaria en uno u otro país.

Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista demuestran que los intereses del proletariado y del pueblo de un país son inseparables de los intereses del proletariado y de los pueblos de todo el mundo.

La revolución, como enseña Lenin y como la vida ha confirmado, triunfa en cada país en particular. Por eso, esta victoria depende, ante todo, de la clase obrera de cada país y de su partido revolucionario, depende de su capacidad para aplicar, de acuerdo con las condiciones concretas, las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la revolución.

Pero acerca de estas enseñanzas y sobre todo en tomo a la teoría leninista de la revolución, los revisionistas modernos titistas, soviéticos, «eurocomunistas», chinos, etc., que han asumido la misión de desorientar a la gente en cuanto al problema de la revolución y de evitar su estallido, han suscitado una confusión enorme y realizado una amplia actividad de zapa.

Hoy, cuando esta cuestión está planteada para ser resuelta, es una tarea imperativa disipar la neblina que han creado los revisionistas acerca de la revolución, denunciar las maniobras y las especulaciones que hacen en torno a esta cuestión, poner al descubierto sus objetivos contrarrevolucionarios, chovinistas y hegemonistas, comprender y aplicar correctamente las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución.

 

Defendamos y apliquemos las enseñanzas marxista-leninistas sobre la revolución

El marxismo-leninismo nos enseña, y la experiencia de todas las revoluciones ha confirmado que, para que estalle y triunfe la revolución, deben existir los factores objetivos y subjetivos.

Lenin ha formulado esta enseñanza en su obra La bancarrota de la II Internacional y la ha desarrollado posteriormente en La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo y otros escritos.

Considerando la situación revolucionaria como el factor objetivo de la revolución, Lenin la caracteriza de este modo:

«1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable»[22] debido a la profunda crisis que ha afectado a estas clases, crisis que provoca el descontento y la indignación de las clases oprimidas. «Para que estalle la revolución - indica - ordinariamente no basta que «los de abajo no quieran vivir» como antes, sino que hace falta también que «los de arriba no puedan vivir» como hasta entonces. 2) Una agravación... de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas que... son empujadas... a una acción histórica independiente.»[23]

«En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).»[24]

«Sin estos cambios objetivos - puntualiza -, independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, sino también de la voluntad de estas o aquellas clases, la revolución es, por regla general, imposible.»[25]

Pero no toda situación revolucionaria da lugar a la revolución, dice Lenin. En muchos casos, indica, las situaciones revolucionarias, como las de 1860-1870 en Alemania, 1859-1861 y 1879-1880 en Rusia, no se han transformado en revoluciones, porque no ha existido el factor subjetivo, es decir, una elevada conciencia por parte de las masas, su disposición para hacer la revolución,

«...la capacidad de la clase revolucionaria según las palabras de Lenin - para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o quebrantar) al viejo gobierno, que jamás «caerá», ni siquiera en las épocas de crisis, si no se le «hace caer»».[26]

Como ha escrito Lenin ya en sus primeras obras, el partido revolucionario de la clase obrera, su función de dirección, educación y movilización de las masas revolucionarias, desempeñan un papel determinante en la preparación del factor subjetivo. El partido logra esto tanto elaborando una correcta línea política, que responda a las condiciones concretas, a los deseos y a las exigencias revolucionarias de las masas, como realizando un trabajo muy grande y acciones revolucionarias frecuentes y bien estudiadas en el plano político, que hagan tomar conciencia al proletariado y a las masas trabajadoras de la situación en que viven, de la opresión, la explotación y las bárbaras leyes de la burguesía, de la necesidad de hacer la revolución, como el medio para derrocar al régimen esclavizador.

De este modo las capas pobres reaccionarán con tal intensidad que a los ricos, a la burguesía en el poder, conmocionados también por las otras contradicciones internas y externas, les será difícil seguir dominando como antes. Cuándo estos requisitos se cumplen, cuando existen los factores objetivos y subjetivos, los cuales están entrelazados, entonces no sólo puede estallar la revolución, sino también triunfar.

En todo momento, los revolucionarios reflexionan hondamente sobre estas geniales tesis de Lenin y no sólo reflexiona, sino que además analizan las situaciones de modo concreto y en todos sus aspectos. Actúan con la vista puesta en no dejarse sorprender jamás por las situaciones revolucionarias, de forma que no se encuentren desarmados en esos momentos decisivos, sino que sepan aprovecharlas con la finalidad de preparar el estallido de la revolución.

¿Qué demuestra el análisis de la situación actual en el mundo? El Partido del Trabajo de Albania, partiendo de la teoría leninista de la revolución, concluye que hoy la situación en el mundo es en general revolucionaria, que en muchos países esta situación ha madurado o está madurando rápidamente, mientras que en otros este proceso está en desarrollo.

Cuando decimos que hoy la situación es revolucionaria tenemos en cuenta que el mundo de nuestros días está en movimiento hacia grandes estallidos. En general, la situación actualmente semeja un volcán en erupción, un fuego abrasador, cuyas llamas devorarán precisamente a las clases dominantes, opresoras y explotadoras.

El mundo capitalista y revisionista está sumido en una grave crisis económica y política, financiera y militar, ideológica y moral. La presente crisis, que ha sacudido todas las estructuras y superestructuras del régimen burgués y revisionista, ha recrudecido y profundizado aún más la crisis general del sistema capitalista.

Las consecuencias de la crisis se presentan muy serias y desastrosas sobre todo en el terreno de la economía. A partir de 1974 ha comenzado la profundización de la crisis económica más grave de las aparecidas en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esto ha ocasionado una disminución en proporciones considerables de la producción industrial: en el Japón 20%, Gran Bretaña 15%, Estados Unidos de América 14%, Francia e Italia 13%, República Federal de Alemania 10%, etc. La crisis ha dado lugar a una depresión muy profunda. En muchos países capitalistas las capacidades productivas no aprovechadas en algunas ramas clave de la economía oscilan entre un 25 y 40 por ciento, y esta situación se viene prolongando desde hace años. Por esta razón ha quedado estancada la producción industrial. Los stocks de «excedentes» de mercancías que no encuentran salida alcanzan cantidades extraordinarias.

Pero no obstante estos stocks y a pesar de que no se explotan muchas capacidades productivas, las ganancias de los monopolios siguen aumentando debido al alza de los precios. Los precios suben de día en día, mientras que la inflación en determinados países ha alcanzado porcentajes muy elevados.

El alza de los precios y, sobre todo, la inflación, se han convertido en un medio muy apropiado en poder de los monopolios y el estado capitalista y revisionista para descargar el peso de la crisis sobre las espaldas de la clase obrera y de los demás trabajadores.

Con el pretexto de tomar medidas antiinflacionistas, los estados capitalistas y burgués-revisionistas elevan los impuestos sobre los ingresos de las masas trabajadoras, congelan sus salarios y, al mismo tiempo, reducen los impuestos sobre las ganancias de los monopolios, devalúan la moneda, etc. Todas estas medidas están dirigidas contra la clase obrera y todos los trabajadores, intensifican la explotación y atentan contra su nivel de vida.

A causa de la prolongación de la crisis económica ha empeorado y se ha agravado considerablemente la existencia de la clase obrera y de las masas campesinas. Como en raras ocasiones se ha incrementado el paro, el cual se ha convertido en un mal crónico, en una gran plaga de la sociedad burguesa y revisionista. En el mundo capitalista-revisionista han sido echados a la calle 110 millones de trabajadores. Sólo en los Estados Unidos de América existen de 7 a 8 millones de parados. Millones de personas están hoy al borde del hambre o efectivamente la padecen. Centenares de millones de personas viven en una situación de angustia a causa de la incertidumbre de su porvenir.

La penuria y la inseguridad en que viven las amplias masas trabajadoras, así como la política interior y exterior reaccionaria, antipopular, que siguen los regímenes capitalistas y burgués-revisionistas, vienen aumentando continuamente el descontento de las amplias capas populares. Esta grave situación ha suscitado en estas capas una incontenible indignación que se exterioriza por medio de huelgas, protestas, manifestaciones, choques con los órganos represivos del régimen burgués y revisionista, y en muchos casos a través de verdaderas rebeliones. Las masas populares sienten una creciente hostilidad hacia los regímenes que las subyugan.

Los gobiernos de los países imperialistas, capitalistas y revisionistas, hacen todo tipo de promesas y propuestas fraudulentas, esforzándose, también en esta situación de crisis, por acaparar el máximo beneficio, por atenuar el descontento y la indignación de las masas y desviarlas de la revolución.

Mientras tanto, los pobres se empobrecen cada vez más, los ricos se enriquecen mucho más, el abismo entre las capas sociales pobres y las ricas, entre los países capitalistas desarrollados y los países poco desarrollados se ahonda sin cesar.

La crisis actual se ha extendido asimismo a la vida política, atizando el fuego en los círculos dirigentes de los estados capitalistas y revisionistas. Claro testimonio de esto son las repetidas crisis gubernamentales y el cambio de los equipos en el poder.

La burguesía y las camarillas dominantes se ven obligadas a cambiar más a menudo los caballos de los carros gubernamentales, con el fin de engañar a los trabajadores y hacerles creer que los nuevos serán mejores que los viejos, que los responsables de la crisis y de que ésta prosiga son los anteriores, mientras que los substitutos mejorarán la situación, y otras cosas por el estilo, Todo este engaño que alcanza proporciones cada vez más vastas, se encubre, sobre todo durante las campañas electorales, con las falsas consignas de libertad, democracia, etc. Al mismo tiempo la burguesía, en los países capitalistas y revisionistas, refuerza sus salvajes armas de represión, el ejército, la policía, los servicios secretos, los órganos judiciales; refuerza el control de su dictadura sobre cualquier movimiento e intento de lucha del proletariado. Hoy en los países capitalistas y revisionistas es evidente la tendencia a intensificar la violencia burguesa y a restringir los derechos democráticos. Se observan con una intensidad cada vez mayor la propensión a fascistizar la vida del país y los preparativos para instaurar el fascismo, en el momento en que la burguesía se vea en la imposibilidad de dominar con métodos y medios «democráticos».

La crisis económico-financiera y política ha abarcado no sólo los monopolios, los gobiernos, los partidos y las fuerzas políticas internas de cada país, sino también las alianzas internacionales, los bloques económicos, políticos y militares, como el Mercado Común Europeo y el COMECON, la Comunidad Europea, la OTAN y el Tratado de Varsovia. Las contradicciones, las fricciones, las contestaciones, las disputas entre los socios de estas alianzas y bloques se manifiestan más abierta y violentamente.

Otra manifestación de la crisis y de los intentos para salir de ella es la carrera armamentista, los vastos preparativos bélicos y la provocación de guerras locales por parte de las superpotencias y las otras potencias imperialistas como en el Oriente Medio, el Cuerno de África, el Sahara Occidental, Indochina y otras regiones. Esto sirve a los planes hegemonistas y expansionistas de una u otra potencia imperialista. Fomenta y desarrolla la industria militar y el comercio de armas, que en la actualidad han cobrado proporciones inauditas.

Pero todos estos medios políticos y militares no son sino paliativos, incapaces de curar al sistema capitalista-revisionista de la grave enfermedad que padece.

A la actual crisis económica y política del mundo capitalista y revisionista hay que sumarle la crisis ideológica y moral sin precedentes. Jamás han existido una confusión ideológica y una corrupción moral como las que se observan hoy día. Jamás ha habido tanta variedad de teorías burguesas, de derecha, de centro y de «izquierda», disfrazadas de las más diversas formas, laicas y religiosas, clásicas y modernas, abiertamente anticomunistas y pretendidamente comunistas y marxistas. Nunca se ha visto una perversión moral tal, un modo de vida tan degenerado, una depresión espiritual tan grande. Las teorías burguesas y revisionistas, tan penosamente hilvanadas y tan ruidosamente propagadas como «guías para salvarse de los males de la vieja sociedad», como es el caso de las teorías de la «estabilización definitiva del capitalismo, del «capitalismo popular», de la «sociedad de consumo», de la «sociedad postindustrial», de la «prevención de las crisis», de la «revolución técnicocientífica», de la «coexistencia pacífica» jruschovista, del «mundo sin ejércitos, sin armas y sin guerras», del «socialismo con rostro humano», etc., etc., ya se han resquebrajado en sus propios cimientos.

Todos estos aspectos de la crisis general se encuentran no sólo en Yugoslavia, donde las consecuencias de la crisis son más evidentes, sino también en la Unión Soviética socialimperialista y en los otros países revisionistas. En todos ellos se han intensificado la opresión y la explotación, todos padecen los males del capitalismo, en las filas de los dirigentes y de las altas capas sociales han estallado rencillas y pugnas por apoderarse del poder y obtener privilegios, en todas partes bulle el descontento y la indignación de las masas populares. Así pues, también en estos países existen grandes posibilidades para la revolución. También en ellos la ley de la revolución actúa igual que en cualquier otro país burgués.

Es precisamente esta situación actual de crisis general del capitalismo, que tiende a profundizarse de continuo, la que nos lleva a sacar la conclusión de que la situación revolucionaria se ha dado o se está dando en la mayoría de los países capitalistas y revisionistas y que esta situación, por consiguiente, ha puesto la revolución en el orden del día.

La burguesía y los revisionistas, debido a la presión creciente de la crisis y de los fracasos que han sufrido sus profecías y sus maniobras para estrangular la revolución, intentan encontrar nuevos expedientes y fabricar otras teorías mistificadoras.

Hoy los revisionistas modernos han enarbolado la bandera de la defensa del sistema capitalista, de la opresión y la explotación de los pueblos, de la escisión del movimiento revolucionario y de liberación, y en general la bandera del embaucamiento de las masas. Pero correrán la misma suerte que los socialdemócratas y todos los demás oportunistas del pasado, que se convirtieron en meros lacayos de la burguesía.

La burguesía, en la situación en que se encuentra, atenazada por graves crisis económicas, políticas e ideológicas, exige a sus lacayos, los revisionistas, que acudan más abiertamente en su defensa.

Esto les obliga a quitarse cada vez más la careta, pero también a desacreditarse aún más. Lenin dice:

«Los oportunistas son enemigos burgueses de la revolución proletaria que, en tiempos de paz, realizan furtivamente su labor burguesa incrustándose en los partidos obreros, pero que en épocas de crisis se revelan enseguida como francos aliados, de toda la burguesía unida, desde la conservadora hasta la más radical y democrática y desde los burgueses librepensadores hasta los elementos religiosos y clericales.»[27]

Esta conclusión científica de Lenin es enteramente confirmada por el servicio que prestan hoy los revisionistas modernos al sistema capitalista en crisis.

Tomemos, por ejemplo, Italia, que es un país típico donde se refleja la descomposición del capitalismo en su base y superestructura. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en Italia están en el poder los democristianos, el partido de la gran burguesía, el partido del Vaticano, que ha agrupado a su alrededor a toda la burguesía clerical-reaccionaria y a los elementos de derecha. Su gobierno domina en un país que se encuentra en una situación de quiebra. Las capas de la alta burguesía a partir de 1945 han entrado en una crisis tan grave que han cambiado unos 40 gobiernos, gobierno «monocolor» democristiano, gobierno democristiano-socialista, gobierno tripartido (democristiano-socialista-socialdemócrata), gobierno de «centro-sinistra», gobierno de «centrodestra», etc.

La profunda crisis gubernamental existente en Italia representa una situación de crisis interna general, que no encuentra ninguna salida. Como consecuencia, son cada vez más frecuentes las rencillas, los conflictos, los asesinatos y los escándalos políticos, como la destitución del presidente Leone, el asesinato del presidente del Partido Democristiano, Mero, etc.

Italia se ha convertido en una plaza de armas de los Estados Unidos de América. Su economía, que está en quiebra y apresada en los tentáculos del imperialismo norteamericano, está enredada también con el Mercado Común Europeo, en el que hace de último comparsa.

Como consecuencia de esta situación, las amplias masas trabajadoras de Italia han venido empobreciéndose de manera ininterrumpida. El paro existente es mucho mayor que en todos los demás países del Mercado Común Europeo. Italia es el país con la más grande emigración de mano de obra y donde la balanza comercial es muy deficitaria. Los países del Mercado Común Europeo, en particular Alemania Occidental y Francia, restringiendo la compra de géneros alimenticios a Italia, han puesto a la agricultura italiana en una difícil situación. Los precios de exportación de la mantequilla, la leche y las frutas italianas han registrado una baja considerable; mientras que la vida se ha encarecido extraordinariamente. Italia es el país de las grandes huelgas, en las que participan desde los obreros de la industria pesada y ligera, del transporte, hasta los carteros y los pilotos, e incluso la propia policía.

En tal situación de efervescencia, en la que los intereses de las masas y de la revolución exigen que todo este enorme descontento del proletariado y de todo el pueblo sea canalizado en la lucha contra la burguesía reaccionaria, contra los preparativos para el asalto fascista que se apresta a desencadenar, los revisionistas italianos y los sindicatos reformistas, toda la aristocracia obrera, así como también los sostenedores de la teoría china de los «tres mundos», actúan como bomberos de la revolución y como defensores del régimen burgués.

Todos lo partidos, desde el fascista hasta el partido revisionista de Berlinguer, defienden este putrefacto régimen burgués. El partido revisionista italiano se une con la burguesía precisamente para apuntalar este régimen burgués estremecido desde sus fundamentos. Intenta embotar y reprimir el ímpetu revolucionario del proletariado italiano pretendiendo hacerle creer que sigue y aplica un marxismo adecuado a las condiciones de su país.

Berlinguer hace tiempo que ha entrado no sólo en negociaciones con los democristianos, sino también en componendas; incluso acerca de muchos problemas, sin participar oficialmente en el gobierno, gobierna con ellos. El gobierno apoya a este partido y al mismo tiempo, por pura fórmula, da a entender que pretendidamente no está de acuerdo con él. De igual modo el partido revisionista italiano hace el mismo juego.

Los revisionistas italianos arman un gran ruido en torno a un programa gubernamental, elaborado entre los cinco partidos de la mayoría parlamentaria italiana, del que dicen que es una «importante victoria», una «nueva fase política» para su país. Pero esta fase política, a la cual se refiere Berlinguer, significa encuadrar el partido revisionista en los planes del capital italiano. Berlinguer califica esto como un acuerdo serio, realista y no dogmático. Pretende que este acuerdo dará lugar a una transformación real, no sólo de las relaciones políticas entre los partidos, sino de toda la vida económica, social y estatal del país.

Los revisionistas italianos recorren así justamente el mismo camino que ha previsto Lenin para los diversos oportunistas, quienes buscan la unidad con el capital para contener el ímpetu revolucionario de las masas. Con esta unidad piensan haber alcanzado hasta cierto punto su objetivo de llegar al socialismo a través del pluralismo. Huelga decir que esto es un sueño, y el presidente del Senado italiano, Amintore Fanfani, no se equivoca en absoluto al calificar de colección de sueños el acuerdo de los cinco partidos. Es una colección de sueños que acarician los revisionistas italianos, mientras que para las fuerzas del capital no son en absoluto sueños, sino un trabajo bien pensado a fin de liquidar las ideas del comunismo en Italia y rechazar las reivindicaciones del pueblo y del proletariado italianos, aplastar su lucha revolucionaria por construir una nueva sociedad. Los revisionistas italianos están recibiendo algunas migajas, pero, pretendiendo que el gobierno tiene necesidad de que el partido revisionista participe en él, tratan de encuadrarlo por completo, para que se sienta como el pez en el agua. En una palabra, el partido revisionista italiano intenta insertarse enteramente en el torbellino reaccionario del capital monopolista italiano.

El partido de Berlinguer es un partido totalmente degenerado en lo ideológico, con un programa socialdemócrata, de cabo a rabo reformista y parlamentarista. Apoya el orden establecido por una Constitución seudo democrática, en cuya formulación han tomado parte también los mismos «comunistas» italianos encabezados por Togliatti. Precisamente en nombre de esta Constitución, desde hace tres decenios, la burguesía reaccionaria y clerical dicta la ley en Italia, oprime al proletariado y las amplias masas populares. Los llamados comunistas italianos encuentran que esta opresión es justa y conforme a la Constitución.

El partido revisionista italiano, junto con los otros partidos burgueses, con los democristianos a la cabeza, desarrollan en el parlamento o fuera de él, en los órganos de prensa, a través de la televisión y la radio, una política y una demagogia desenfrenada que confunde a la opinión pública italiana, que la desorienta y desconcierta cada día a fin de embotar la voluntad revolucionaria del proletariado y la conciencia política de las masas trabajadoras.

Toda esta actividad les es muy útil a la reacción italiana y al Vaticano. El partido revisionista italiano trata de aplastar el movimiento revolucionario de las masas populares, con el proletariado a la cabeza, para detener la revolución, ayudar a la burguesía a salir del atolladero y evitar el derrocamiento del régimen existente.

Tomemos otro ejemplo, España. Después de la muerte de Franco subió al poder el rey Juan Carlos, que es el representante de la gran burguesía española, la cual, viendo que la larga dominación del régimen fascista había sumido al país en una grave crisis, llegó a la conclusión de que España ya no podía ser gobernada como en la época de Franco. Había, pues, que proceder a algunas modificaciones en la forma de gobierno y descartar del poder a la desacreditada falange de Franco. Después de las peripecias de un cambio de presidentes de gobierno, tomaron el poder los hombres de mayor confianza del nuevo rey, continuador del franquismo reformado.

En España las manifestaciones y las huelgas alcanzaron unas proporciones nunca vistas. Con ellas el pueblo exigía cambios, aunque naturalmente no ese «cambio» que se ha hecho, sino cambios profundos y radícales. En este país las huelgas, las manifestaciones y los choques ni se acabaron ni dejan de acabar. Las masas exigen libertades y derechos, y las diversas nacionalidades autonomía. En esta situación, el gobierno de Juan Carlos, a fin de engañar a las masas indignadas, también legalizó el partido revisionista de Carrillo-Ibárruri. Los cabecillas de este partido se convirtieron en dóciles lacayos del régimen monárquico español, asumieron el papel de francos esquiroles para castrar el gran ímpetu revolucionario, que hoy, en la situación existente, es mayor, para aplastar junto con la burguesía, a todos aquellos que mantienen vivas las ideas revolucionarias de la Guerra de España y simpatizan con la República.

Con esto vemos cómo el partido revisionista español desempeña el mismo papel de bombero que el partido revisionista italiano, pero con menor eficacia que éste.

Un papel análogo juegan los partidos revisionistas en Francia, el Japón, los Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Portugal y en todos los demás países capitalistas, con el objetivo de defender al régimen burgués, para que éste supere las crisis y las situaciones revolucionarias, aturdir y paralizar al proletariado y demás masas oprimidas y explotadas, que se dan cuenta cada vez con mayor claridad de que ya no se puede vivir en la «sociedad de consumo» y en otras sociedades explotadoras, y se rebelan contra el régimen político y económico capitalista.

Los partidos revisionistas son en particular enemigos del leninismo. Esto quiere decir que son enemigos de la revolución, puesto que fue Lenin quien elaboró de manera perfecta la teoría sobre la revolución proletaria y la llevó a la práctica en Rusia. Sobre la base de esta teoría triunfó la revolución socialista en Albania y en otros países. La teoría leninista, que indica el camino para que la revolución triunfe en todas partes, pone al descubierto la falsedad de las teorías contrarrevolucionarlas revisionistas de la transición pacifica al socialismo, a través de la vía parlamentaria, sin destruir el aparato estatal burgués, incluso, según ellos, utilizándolo para realizar transformaciones socialistas pacíficas, sin tener necesidad de la dirección del proletariado y de su partido de vanguardia, ni tampoco de la dictadura del proletariado.

Precisamente en estos momentos tan revolucionarios, cuando existen muchas probabilidades de que la revolución estalle en los eslabones más débiles de la cadena capitalista y cuando se siente una enorme necesidad de elevar la conciencia de clase del proletariado, de preparar el factor subjetivo y reforzar la confianza en la justeza y en el carácter universal de la teoría marxista-leninista que indica al proletariado y a las otras masas oprimidas el verdadero camino a seguir para tomar el poder, los revisionistas prestan un servicio inestimable a la burguesía para que enfrente y evite la revolución. Por eso la burguesía recurre a todos los medios para encuadrar a los partidos revisionistas y los sindicatos influenciados por estos últimos, en la lucha contra la revolución y el comunismo. Toda la línea del imperialismo norteamericano, del capitalismo mundial y de la burguesía de cada país, tiende precisamente a alcanzar este objetivo. La burguesía procura que los partidos revisionistas se pongan de manera abierta y por completo al servicio del capital, pero actuando con disfraces «comunistas» y luchando supuestamente para cambiar la situación, y así crear una nueva sociedad híbrida, en la que no sólo digan su opinión la patronal y las clases ricas, sino presuntamente también las clases pobres, presentándose los partidos «comunistas» revisionistas y los partidos socialistas como representantes y defensores de éstas.

Sobre todo los revisionistas que están en el poder, yugoslavos, soviéticos y chinos, prestan un servicio muy grande al capitalismo mundial en la lucha para frenar y sofocar las revoluciones.

Los revisionistas yugoslavos son enemigos declarados del leninismo, son los más ardientes propagandistas de la negación del carácter universal de las leyes de la revolución socialista, encarnadas en la Revolución de Octubre y reflejadas en la teoría leninista sobre la revolución. Preconizan que supuestamente el mundo actual avanza de forma espontánea hacia el socialismo, y que por eso no son necesarias la revolución, la lucha de clases, etc. Los revisionistas yugoslavos presentan como modelo del socialismo auténtico, su sistema capitalista de la «autogestión», que, según ellos, es una panacea contra los «males» del socialismo «stalinista» y contra los males del capitalismo. Para instaurar este sistema, dicen ellos, no se precisan ni la revolución violenta, ni la dictadura del proletariado, ni la propiedad estatal socialista, ni el centralismo democrático. ¡La «autogestión» puede establecerse dulcemente, con el acuerdo y la colaboración entre los círculos dominantes, entre los empresarios y los obreros, entre el gobierno y la patronal! Precisamente porque el revisionismo yugoslavo es enemigo del leninismo y sabotea la revolución, el capitalismo internacional, en especial el imperialismo norteamericano, se muestra tan «generoso» a la hora de conceder ayudas financieras, materiales, políticas e ideológicas a la Yugoslavia titista.

Los revisionistas soviéticos de palabra no rechazan el leninismo y la teoría leninista de la revolución, pero en la práctica los combaten con sus posturas y su actividad contrarrevolucionarias. No tienen menos miedo a la revolución proletaria que los imperialistas norteamericanos y la burguesía de tal o cual país, porque saben que en su propio país la revolución les destrona, les despoja del poder y de los privilegios de clase, mientras en el exterior frustra sus planes estratégicos para dominar el mundo.

Pretenden presentarse como continuadores de la Revolución de Octubre, como seguidores del leninismo, con el fin de engañar al proletariado y a las masas trabajadoras tanto de la Unión Soviética como de los otros países. Hablan de «socialismo desarrollado» y de «transición al comunismo» para sofocar cualquier descontento, revuelta y movimiento revolucionario de las masas trabajadoras de su país contra la dominación revisionista, y reprimirlos como actos «contrarrevolucionario», «antisocialistas». De cara al exterior utilizan la máscara del «leninismo» para encubrir sus teorías y prácticas antimarxistas, antileninistas, para desbrozar el camino a los planes expansionistas y hegemonistas del socialimperialismo.

Los revisionistas soviéticos califican la revolución violenta en los países capitalistas desarrollados de muy peligrosa en la época actual, cuando cualquier estallido revolucionario puede transformarse, según ellos, en una guerra mundial y termonuclear, que exterminaría a la humanidad. Por eso, recomiendan que hoy el camino más adecuado, es la revolución por vía pacifica, la transformación del parlamento «de un órgano de democracia burguesa, en un órgano de democracia para los trabajadores». También presentan la «détente», la llamada reducción de la tensión que sirve a los objetivos de la política exterior soviética, como «la tendencia general de la actual evolución mundial», que supuestamente conducirá al triunfo pacifico de la revolución a escala mundial.

Con objetivos demagógicos, ellos no niegan la dictadura del proletariado, incluso teóricamente se presentan como defensores de la misma, dicen que, en casos especiales, puede utilizarse también la revolución violenta. Pero necesitan hacer estas declaraciones sobre todo para legitimar los complots y los putschs armados que urden en uno u otro país con el propósito de implantar regímenes y camarillas reaccionarias pro soviéticos, para apartar a los movimientos de liberación nacional del camino justo y colocarlos bajo su hegemonía, etc.

Ahora, también la China revisionista se ha convertido en celoso bombero de la revolución.

Toda la política interna y externa de los revisionistas chinos está dirigida contra la revolución, porque la revolución malogra su estrategia de hacer de China una superpotencia imperialista.

En China, la dirección revisionista reprime salvajemente cualquier brote revolucionario de la clase obrera y las masas trabajadoras contra sus posiciones y sus actos burgueses y contrarrevolucionarios. Ella se esfuerza por encubrir a toda costa las contracciones de la época actual, en particular la contradicción entre el trabajo y el capital, entre el proletariado y la burguesía. Los revisionistas chinos dicen que en el mundo actual hay una sola contradicción, la existente entre las dos superpotencias, que es presentada como una contradicción entre los Estados Unidos de América y todos los demás países del mundo, por un lado, y el socialimperialismo Soviético, por otro. Apoyándose en esta tesis prefabricada, llaman al proletariado y al pueblo de cada país a unirse con su propia burguesía para «defender la patria y la independencia nacional» contra el peligro que procede sólo del socialimperialismo soviético. Con esto, los revisionistas chinos predican a las masas la idea de renunciar a la revolución y a la lucha de liberación.

Para los revisionistas chinos, la cuestión de la revolución proletaria y de la revolución de liberación nacional no se plantea en absoluto en la época actual, debido también a que, según ellos, en ninguna parte del mundo existe una situación revolucionaria. Por eso aconsejan al proletariado que se encierre en las bibliotecas y estudie la «teoría», porque a su juicio no ha llegado la hora de las acciones revolucionarias. En este marco se ve a todas luces lo hostil y contrarrevolucionaria que es la política de los revisionistas chinos, que escinden el movimiento marxista-leninista y obstaculizan la unión de la clase obrera en la lucha contra el capital.

La prensa y la propaganda chinas, así como los discursos de los dirigentes chinos, dejan pasar en el silencio más absoluto las grandes manifestaciones y huelgas que desarrolla actualmente todo el proletariado en los diversos países capitalistas. Hacen esto porque no quieren estimular la revuelta de las masas, porque no quieren que el proletariado aproveche estas situaciones para combatir la opresión y la explotación. ¡Cuán hipócritas suenan sus consignas rimbombantes y hueras de que «los países quieren la independencia, las naciones quieren la liberación y los pueblos quieren la revolución»!

Los revisionistas chinos, al pretender que hoy en el mundo no existe una situación revolucionaria, no sólo entran en contradicción con la realidad, sino que también exigen que el proletariado con su partido marxista-leninista se cruce de brazos, no emprenda ninguna acción revolucionaria, no trabaje para preparar la revolución. Lenin, ya en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, había criticado semejantes puntos de vista capitulacionistas manifestados por el italiano Serratti, según el cual no cabe realizar acciones revolucionarias cuando no existe una situación revolucionaria.

«En eso reside -decía Lenin- la diferencia entre los socialistas y los comunistas: los socialistas rehúsan actuar en la forma en que lo hacemos nosotros en cualquier situación, o sea, realizar un trabajo revolucionario.»[28]

Esta crítica de Lenin es asimismo un bofetón para los revisionistas modernos chinos y para el resto de los revisionistas, los cuales, al igual que los socialdemócratas, están en contra de las acciones revolucionarias del proletariado y de las masas trabajadoras en general.

Lenin calificaba a Kautsky de renegado porque

«...ha desnaturalizado por completo la doctrina de Marx, tratando de adaptarla al oportunismo, «y ha renunciado a la revolución de hecho, reconociéndola de palabra»».[29]

Los dirigentes revisionistas chinos van algo más lejos que Kutsky. No reconocen ni de palabra la necesidad de la revolución.

Esta línea reaccionaria explica la política y las posiciones profundamente contrarrevolucionarias de la dirección revisionista china, la cual intenta por todos los medios establecer alianzas y colaborar con el imperialismo norteamericano y los otros países capitalistas desarrollados, apoya al Mercado Común Europeo y a la OTAN.

Aliándose y buscando la unidad con los imperialistas norteamericanos, que son, junto con los socialimperialistas soviéticos, los más feroces opresores y explotadores y los más grandes enemigos del proletariado y de los pueblos, y con los demás imperialistas dominantes, con la más negra reacción mundial, y exigiendo al proletariado de los países europeos y de los otros países capitalistas desarrollados que doble el espinazo ante la burguesía y acepte su opresión, los mismos revisionistas chinos participan en esta opresión y se unen al capitalismo mundial en la lucha contra la revolución, contra el socialismo, contra la liberación de los pueblos.

Como se puede observar, el capitalismo mundial con el revisionismo moderno y todos sus demás instrumentos desarrolla una lucha frontal, encarnizada y multilateral para impedir el estallido de las revoluciones.

Intentan con todas sus fuerzas superar las crisis, atenuar o sofocar las situaciones revolucionarias para que no se transformen en revolución. Pero las crisis y las situaciones revolucionarias son fenómenos objetivos que no dependen de la voluntad y los deseos ni de los capitalistas, ni de los revisionistas, ni de ningún otro. Sólo podrán ser evitadas cuando desaparezca el régimen capitalista de opresión y explotación que las origina de manera inevitable.

Los imperialistas, los demás capitalistas y los revisionistas saben bien que la revolución no estalla por sí misma en los periodos de crisis y de situaciones revolucionarias. Por eso, dirigen su atención y sus golpes principales contra el factor subjetivo. Por un lado, se esfuerzan por aturdir y embaucar al proletariado, a las masas trabajadoras, a los pueblos, por dificultar que adquieran conciencia de la necesidad absoluta de la revolución y por impedir que se unan y se organicen; por otro lado, pugnan por destruir el movimiento marxista-leninista internacional, para que no crezca ni se fortalezca, para que no se convierta en una gran fuerza política dirigente de la revolución, para que los auténticos partidos marxista-leninistas de cada país no se doten de la capacidad política e ideológica que les permita unir, organizar, movilizar y dirigir a las masas en la revolución y llevarlas a la victoria.

Pero, por más que los imperialistas, los capitalistas, los revisionistas y los reaccionarios se esfuercen y luchen, no podrán detener el avance de la rueda de la historia. Sus esfuerzos y su lucha chocarán con los esfuerzos y la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos amantes de la libertad; a su vez, los revisionistas modernos correrán la misma suerte, que los socialdemócratas y todos los oportunistas del pasado, la misma suerte que todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo.

 

La lucha de liberación de los pueblos, parte integrante de la revolución mundial

Cuando hablamos de la revolución no tenemos en cuenta sólo la revolución socialista. Como han explicado Lenin y Stalin, hoy en la época de la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo, también la lucha de liberación de los pueblos, las revoluciones nacional-democráticas, antiimperialistas, los movimientos de liberación nacional, son parte de un proceso revolucionario único, de la revolución proletaria mundial.

«El leninismo -dice Stalin - demostró... que la cuestión nacional puede ser solucionada sólo en ligazón con la revolución proletaria y sobre la base de ésta, que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa por la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes, contra el imperialismo. La cuestión nacional es parte integrante de la cuestión general de la revolución proletaria, parte componente de la cuestión de la dictadura del proletariado.»[30]

Esta ligazón se ha vuelto más clara, más natural, hoy, cuando la mayoría de los pueblos, con el desmoronamiento del viejo sistema colonial, han dado un gran paso adelante en el camino hacia la independencia, creando sus propios estados nacionales y cuando, después de haber dado este paso, aspiran a avanzar más aún. Ellos quieren suprimir el sistema neocolonialista, toda dependencia del imperialismo, toda explotación del capital extranjero, quieren su plena soberanía e independencia económica y política. Está confirmado que estas aspiraciones pueden ser materializadas, que tales objetivos pueden ser alcanzados, sólo con la supresión de toda dominación y dependencia extranjeras, y poniendo fin a la opresión y la explotación de los burgueses y los terratenientes del país.

De ahí la ligazón y el entrelazamiento de la revolución nacional-democrática, antiimperialista, de liberación nacional, con la revolución socialista, porque la primera, al golpear al imperialismo y a la reacción, que son enemigos comunes del proletariado y de los pueblos, abre el camino también a las grandes transformaciones sociales, contribuye al triunfo de la revolución socialista. Y viceversa, la revolución socialista, al golpear a la burguesía imperialista, al destruir sus posiciones económicas y políticas, crea condiciones favorables y facilita el triunfo de los movimientos de liberación.

Así enfoca el Partido del Trabajo de Albania la cuestión de la revolución; la enfoca desde posiciones marxista-leninistas, por eso apoya y respalda con todas sus fuerzas las justas luchas de los pueblos amantes de la libertad contra el imperialismo norteamericano, el socialimperialismo soviético y las otras potencias imperialistas, contra el neocolonialismo, dado que con ellas aportan su contribución a la causa común de la destrucción del imperialismo, del sistema capitalista, y al triunfo del socialismo en cada país y a escala mundial.

Por eso, cuando sacamos la conclusión de que la revolución es un problema planteado que espera solución, que está a la orden del día, no sólo tenemos en cuenta la revolución socialista, sino también la revolución democrática antiimperialista.

El grado de madurez de la situación revolucionaría, el carácter y el desarrollo de la revolución, no pueden ser idénticos en todos los países. Ello depende de las condiciones históricas concretas de cada uno en particular, del estadio de su desarrollo económico y social, de la correlación de clases, de la situación y el nivel de organización del proletariado y de las masas oprimidas, del grado de intervención de las potencias extranjeras en diversos países, etc. Cada país y cada pueblo tienen planteados muchos problemas específicos de la revolución, que son bastante complejos.

En la actualidad se habla mucho de la situación en África, Asía, América Latina, y de la realización de la revolución en estas regiones. Los dirigentes chinos consideran la cuestión de la revolución, de la independencia y la liberación nacional de los países de dichas regiones, de manera global, como si fuese posible solucionarla a través de la unión de todo el «tercer mundo», por lo tanto de los estados, las clases, los gobiernos, etc., ignorando las situaciones y los problemas concretos de cada país y región. Este enfoque metafísico demuestra que los dirigentes chinos, en realidad, están en contra de la revolución y de la liberación de los pueblos de África, Asia, América Latina, etc., que están por el mantenimiento del statu quo y de la dominación imperialista y neocolonialista en estas regiones.

También nosotros hablamos de la cuestión de la liberación de los pueblos africanos, asiáticos, árabes, etc. Estos pueblos tienen que resolver considerables problemas comunes, pero cada uno de ellos en concreto tiene planteados problemas específicos muy complejos.

La aspiración general y común de estos pueblos es suprimir todo yugo extranjero imperialista colonial y neocolonial, la opresión que ejerce la burguesía interna. Los pueblos de África, América Latina, Asía y otras zonas expresan vehementemente su repulsa y su odio contra el yugo extranjero y también contra el de las camarillas dominantes burguesas o latifundista-burguesas internas, vendidas a los imperialistas norteamericanos, a los socialimperialistas soviéticos o a otros imperialistas. Ahora se han despertado y ya no soportan por más tiempo el saqueo de sus riquezas, de su sudor y su sangre, no pueden resignarse por más tiempo al atraso económico, social y cultural en el que se encuentran.

La lucha contra el imperialismo norteamericano y el socialimperialismo soviético, los principales enemigos de la revolución, de la liberación nacional y social de los pueblos, la lucha contra la burguesía y la reacción, hacen que los pueblos tengan muchos intereses comunes, muchos problemas comunes y que, sobre esta base, se unan.

La lucha contra Israel, el instrumento más sanguinario del imperialismo norteamericano, el cual se ha convertido en un gran obstáculo para el avance de los pueblos árabes, es una cuestión común a todos ellos. No obstante, en la práctica, no todos los estados árabes son de la misma opinión sobre la lucha que deben llevar a cabo conjuntamente contra Israel y sobre el carácter

que debe tener esta lucha contra ese enemigo común. Muchas veces, algunos la consideran desde un estrecho ángulo nacionalista. Nosotros no podemos estar de acuerdo con una posición de este tipo. Somos partidarios de que Israel se retire a su propia guarida y ponga fin a sus posturas y actos chovinistas, provocadores, ofensivos y agresivos contra los estados árabes. Exigimos que Israel devuelva a los árabes los territorios que les ha arrebatado, que los palestinos conquisten todos sus derechos nacionales, pero jamás seremos partidarios de que el pueblo israelí desaparezca.

Asimismo los esfuerzos encaminados a liberarse completamente de las garras del imperialismo y del socialimperialismo, a reforzar su libertad y su soberanía, son comunes a los pueblos árabes.

Sin embargo, cada pueblo árabe tiene sus propias características, tiene problemas específicos, diferentes de los problemas de los otros y que se derivan del grado de desarrollo económico-social, del nivel cultural, de la organización estatal, del grado de libertad y soberanía, de la unificación de las gens y tribus en muchos de ellos, etc. Es imposible confundir todos estos elementos particulares y pretender que el problema de la libertad, la independencia, la democracia y el socialismo en estos países sea solucionado para todos en la misma forma y al mismo tiempo.

En los países árabes que han presentado mayor interés para la burguesía, los diversos imperialistas han invertido considerables sumas para explotar las riquezas naturales y a los pueblos. Para este fin ha sido preciso que se creasen ciertas condiciones de trabajo tanto para los colonizadores como para los colonizados. Allí donde las riquezas naturales han sido más abundantes y mayores los intereses de los colonizadores, la explotación del pueblo y de las riquezas ha sido más intensa. Naturalmente, la explotación de las riquezas ha traído aparejado un cierto desarrollo, pero que no puede ser considerado como un desarrollo general y armonioso de la economía de este o aquel país. Los colonizadores han financiado y ayudado a los jefes de las principales tribus, que se habían entregado en cuerpo y alma y vendido las riquezas de sus pueblos a los ocupantes imperialistas, y que sólo recibían un pequeño tanto por ciento de las fabulosas ganancias que obtenían los colonizadores.

Con esto y con la ayuda de sus amos del exterior, los jefes de estas tribus, según el caso y según el potencial del estado que les había esclavizado, crearon una especie de estado, supuestamente independiente, sostenido y controlado por el país colonizador. Así, con la ayuda de los colonizadores, los jefes de las tribus se convirtieron en capas de la burguesía rica de los jeques que, por unas migajas, vendieron sus territorios y junto con ellos a los pueblos, colocándolos bajo un doble yugo, el de los colonizadores extranjeros y el propio. De esta forma, en los países árabes se crearon y se pusieron frente a frente, por un lado, la capa de la gran burguesía, de los grandes feudales, de los reyes medievales, y, por otro lado, los esclavos, el proletariado que trabajaba en las concesiones extranjeras. Las capas altas, con el dinero y las ganancias que les proporcionaban los explotadores extranjeros, adoptaron el modo de vida de la burguesía europea y norteamericana. Sus hijos fueron a cursar estudios a las escuelas de los colonizadores, donde recibieron una cierta cultura occidental. Se hacían pasar por representantes de la cultura de su pueblo, pero de hecho, fueron preparados para mantener subyugadas a las masas trabajadoras y permitir que los colonizadores explotaran a éstas de continuo y hasta la médula.

De los estados árabes, aquel que contaba con mayores riquezas, tuvo un desarrollo más rápido; el desarrollo del menos rico, fue más lento; mientras el que era pobre, permaneció en un estadio de desarrollo muy bajo.

El colonialismo, el poder de los reyes feudales y de la gran burguesía latifundista, al contar con una organización adecuada para ejercer una represión radical y al tener también en sus manos las fuerzas armadas, aplastaban en embrión cualquier conato de rebelión, cualquier reivindicación, aunque fuese de unos pocos derechos económicos muy limitados, y esto por no hablar ya de reivindicaciones políticas y de revolución.

En la actualidad, el desarrollo de los estados árabes no les plantea la solución de los mismos problemas. El rey de Arabia Saudita, por ejemplo, tiene una serie de problemas planteados y ve las cuestiones económicas, políticas, organizativas y militares, desde un determinado ángulo; pero los emires del Golfo Pérsico ven estas cuestiones desde un ángulo completamente diferente y en otra dimensión. Del mismo modo, Irak, Siria, Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania etc., ven sus problemas con otros ojos.

Por eso, cuando nos referimos a los pueblos árabes, llegamos a la conclusión de que sus problemas no son idénticos, aunque tienen muchos intereses comunes, ni pueden ser solucionados de la misma manera en todos los países. Asimismo no podemos afirmar que entre estos países existan una alianza y la misma opinión sobre la solución de los problemas comunes. Los problemas de cada estado árabe son diferentes, no sólo debido a la diferente actitud de sus gobiernos, sino también a la actitud de los estados coloniales y neocoloniales que todavía hacen la ley en la mayoría de ellos.

Lo dicho para los pueblos árabes, es aplicable a los pueblos del continente africano. Africa es un mosaico de pueblos con una antigua cultura. Cada uno de ellos tiene su cultura, sus costumbres, su modo de vida, que se encuentran, en unos sitios más y en otros menos, en un estadio bastante atrasado, por causas conocidas. El despertar de la mayor parte de estos pueblos no hace mucho que ha empezado. De jure, los pueblos africanos han obtenido en general la libertad y la independencia. Pero no se trata de una libertad y una independencia auténticas, porque la mayoría de ellos se encuentran todavía en estado colonial o neocolonial. Muchos de estos países son gobernados por los cabecillas de las viejas tribus, que han tomado el poder y se apoyan en los viejos colonialistas o en los imperialistas norteamericanos y los socialimperialistas soviéticos. Tales métodos de gobierno en estos estados, no son ni pueden ser en este estadio otra cosa que un acentuado remanente del colonialismo. Los imperialistas dominan de nuevo en la mayor parte de los países africanos a través de los consorcios, de los capitales industriales invertidos, de los bancos, etc. La inmensa mayoría de las riquezas de estos países continúa afluyendo a las metrópolis.

Esa libertad e independencia de que gozan los países africanos, unos las han conquistado con la lucha, mientras que los otros las han obtenido sin ella. Durante el periodo de su dominación colonial en África, los colonizadores ingleses, franceses y otros han reprimido a los pueblos, mas también han creado una burguesía indígena más o menos educada a la manera occidental. De esta burguesía han surgido también personalidades. Entre ellas hay un considerable número de elementos antiimperialistas, de combatientes por la independencia de su país, pero la mayoría o bien se mantiene fiel a los viejos colonizadores, para conservar estrechos vínculos con ellos aún después de la desaparición formal del colonialismo, o bien se ha puesto bajo la dependencia económica y política de los imperialistas norteamericanos o de los socialimperialistas soviéticos.

En el pasado, los colonizadores no hicieron grandes inversiones. Así ocurrió, por ejemplo, en Libia, Túnez, Egipto y otros países. No obstante, en todos ellos los colonizadores saquearon las riquezas, se apoderaron de vastos territorios y crearon un proletariado, importante numéricamente, en determinadas ramas de la industria, como la de extracción y transformación de las materias primas. Asimismo trasladaron a las metrópolis, a Francia por ejemplo, pero también a Inglaterra, una gran cantidad de mano de obra barata que trabajaba en las minas y las fábricas de los colonizadores.

En las otras regiones de África; sobre todo en África negra, el desarrollo industrial ha quedado más atrasado. Todos los países de esta cuenca estaban repartidos especialmente entre Francia, Inglaterra, Bélgica y Portugal. Hace mucho que en ellos se descubrieron grandes riquezas del subsuelo, como diamantes, hierro, cobre, oro, estaño; etc., y que se creó una industria de extracción y tratamiento de los minerales.

En muchos países de África se han construido grandes ciudades, típicamente coloniales, donde los colonizadores vivían de manera fabulosa. Hoy, en ellos crece y se desarrolla, por un lado, la gran burguesía nativa y sus riquezas y, por otro, se agrava aún más la pobreza de las amplias masas trabajadoras. En dichos países se ha logrado, más o menos, un cierto desarrollo cultural, pero tiene más bien un carácter europeo. La cultura autóctona no está desarrollada, se ha quedado en general al nivel alcanzado por las tribus y no está representada fuera de ellas, en los centros donde se levantan los rascacielos. Esto ha sido así porque fuera de los grandes centros donde vivían los colonizadores, existían la miseria más negra y el infortunio más grande, reinaban el hambre, las enfermedades, la ignorancia y la explotación de los hombres hasta la médula, en toda la acepción de la palabra.

La población africana se ha quedado en un nivel de subdesarrollo desde el punto de vista cultural y económico y ha ido disminuyendo, decayendo, a causa de las guerras coloniales, de la feroz persecución racial, del tráfico de los negros africanos y de su traslado forzoso a las metrópolis, a los Estados Unidos de América y a otros países, para hacerlos trabajar como bestias en las plantaciones de algodón y otros cultivos, y para destinarlos a los trabajos más pesados en la industria y la construcción.

Por estas razones, los pueblos africanos aún tienen por delante una gran lucha. Esta lucha es y será muy compleja, diferente en los diversos países, debido a las condiciones del desarrollo económico, cultural y educacional, del grado de su despertar político, de la gran influencia que ejercen entre las masas de estos pueblos las diversas religiones, como la cristiana, la musulmana, las viejas creencias paganas, etc. Esta lucha resulta aún más difícil porque en muchos de estos países pesa actualmente la dominación neocolonialista junto con la de las camarillas nativas burgués-capitalistas. En ellos la ley la hacen los poderosos estados capitalistas e imperialistas que subvencionan o que tienen bajo su dependencia a las camarillas dominantes, a las que aupan al poder y derrocan cuando lo exigen los intereses de los neocolonizadores o cuando se rompe el equilibrio de estos intereses.

La política de los latifundistas, la burguesía reaccionaria; los imperialistas y los neocolonialistas tiende a mantener a los pueblos africanos continuamente subyugados, en el oscurantismo, a impedir su desarrollo social, político e ideológico, a obstaculizar su lucha por la conquista de estos derechos. En la actualidad, vemos que los mismos imperialistas que en el pasado dominaron a estos pueblos, y otros imperialistas nuevos, intentan penetrar en el continente africano, interviniendo de todas las formas en los asuntos internos de los pueblos. Todo ello ha hecho que se exacerben cada vez más las contradicciones entre los imperialistas, entre los pueblos y las direcciones burgués-capitalistas de la mayoría de estos países, entre los pueblos y los nuevos colonizadores.

Estas contradicciones deben ser aprovechadas por los pueblos, tanto para profundizarlas como para beneficiarse de ellas. Pero esto sólo se logrará a través de la lucha resuelta del proletariado, del campesinado pobre, de todos los oprimidos y los esclavos, contra el imperialismo y el neocolonialismo, contra la gran burguesía nativa, los latifundistas y todos los organismos creados por ellos. En esta lucha les corresponde desempeñar un papel particular a los hombres progresistas y demócratas, a los jóvenes revolucionarios y a los intelectuales patriotas, los cuales aspiran a ver sus países avanzando libres e independientes en el camino del desarrollo y del progreso. Sólo mediante una lucha continua y organizada se les hará la vida difícil y el gobernar imposible a los opresores y explotadores nativos y extranjeros. Esta situación, será preparada en las condiciones concretas de cada estado africano.

El imperialismo inglés y el imperialismo norteamericano no han concedido ni una sola libertad a los pueblos de África. Todos vemos, por ejemplo, lo que ocurre en África del Sur, que está dominada por los racistas blancos, por los capitalistas ingleses, dominada por los explotadores, los cuales reprimen ferozmente a los pueblos de color de este estado donde impera la ley de la jungla. Muchos otros países de África están dominados por los consorcios y los capitales de los Estados Unidos de América, Inglaterra, Francia, Bélgica, de los demás viejos colonizadores e imperialistas, que se han debilitado en cierta medida, pero que continúan controlando los puntos clave de la economía.

También los pueblos de Asia han recorrido un camino lleno de sufrimientos y penalidades, de despiadada opresión y explotación imperialistas. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial las nueve décimas partes de la población de este continente, sin contar el Asia soviética, se encontraban en una situación de opresión y explotación colonial y semicolonial ejercidas por las potencias imperialistas de Europa, el Japón y los Estados Unidos de América. Sólo Gran. Bretaña poseía en Asia colonias con una extensión de 5 millones 635 mil km2 y con más de 420 millones de habitantes. La opresión y la explotación colonial de la aplastante mayoría de los países de Asia, los había dejado en un acentuado atraso económico-social y cultural y en una tremenda miseria. Sólo servían como fuentes de abastecimiento de materias primas a las metrópolis imperialistas (petróleo, carbón, cromo, manganeso, magnesita, estaño, caucho, etc.).

Después de la guerra también en Asia fue destruido el régimen colonial. En las viejas colonias se levantaron estados nacionales aparte. En la mayoría de ellas se logró esta victoria por medio de una lucha sangrienta de las masas populares contra los colonizadores y los ocupantes japoneses.

La lucha libertadora del pueblo chino, la cual condujo a la liberación de China de la dominación imperialista japonesa, al aniquilamiento de las fuerzas reaccionarias de Chiang Kai-shek y al triunfo de la revolución democrática, tuvo una particular importancia para el derrocamiento del colonialismo en Asia. Esta victoria, en un gran país como China, ejerció durante uno cierto periodo una amplia influencia en la lucha de liberación de los pueblos asiáticos y de los otros países dominados por las potencias imperialistas o dependientes de ellas. Pero esta influencia fue debilitándose paulatinamente, debido a la línea que adoptó la dirección china tras la creación de la República Popular China.

La dirección china proclamó que su país se había encauzado por el camino del desarrollo socialista. Los revolucionarios y los pueblos del mundo amantes de la libertad, que deseaban y esperaban que se convirtiera en un poderoso baluarte del socialismo y de la revolución mundial, saludaron calurosamente esta proclamación. Pero sus deseos y sus esperanzas no se confirmaban. La gente no quería creérselo, pero los hechos y la situación muy agitada y turbulenta que predominaba en China, demostraban que no marchaba por el camino del socialismo.

Mientras tanto, la lucha de los pueblos asiáticos no había finalizado con la destrucción del colonialismo. Los colonizadores ingleses, franceses; holandeses, etc., a pesar de verse obligados a reconocer la independencia de las antiguas colonias, querían conservar sus posiciones económicas y políticas a fin de continuar la dominación y la explotación bajo otras formas, neocolonialistas. La situación se agravó particularmente por la penetración de los Estados Unidos de América en Asia, sobre todo en el Lejano Oriente, en el Sudeste Asiático y en las islas del Pacifico. Esta zona tenía y tiene una gran importancia económica, militar-estratégica para el imperialismo norteamericano. Allí estableció grandes bases y flotas de guerra. Paralelamente a esto, el capital norteamericano clavó sus sangrientas garras en la economía de esas regiones. Entretanto, los imperialistas norteamericanos llevaron a cabo operaciones militares y acciones diversionistas de gran envergadura a fin de aplastar los movimientos de liberación nacional en los países asiáticos. Lograron dividir Corea y Vietnam en dos partes, implantando regímenes reaccionarios, títeres, en la parte sur de estos países. En numerosas ex colonias y semicolonias de Asia, se establecieron regímenes latifundistaburgueses pro imperialistas. De este modo se conservaron allí la esclavitud medieval, la feroz dominación de los maharajás, los reyes, los jeques, los samurais, de los señores capitalistas «modernizados». Estos regímenes vendieron otra vez sus países a los imperialistas, sobre todo al imperialismo norteamericano, frenando así considerablemente el desarrollo económico, social y cultural de estos países.

En estas condiciones, los pueblos de Asia, agobiados de nuevo por el pesado yugo imperialista y latifundista-burgués, se vieron obligados a no deponer las armas y continuar su lucha libertadora a fin de liquidar este yugo. En general esta lucha estaba dirigida por los partidos comunistas. Allí donde estos partidos habían logrado crear estrechos vínculos con las masas, hacerlas conscientes de los objetivos libertadores de la lucha, movilizarlas y organizarlas en la guerra revolucionaria, esta lucha dio resultados positivos. La histórica victoria que lograron los pueblos de Indochina, especialmente el pueblo vietnamita, sobre los imperialistas norteamericanos y sus lacayos nativos latifundistaburgueses, demostró al mundo entero que el imperialismo, aún siendo como los Estados Unidos de América una superpotencia, a pesar de su gran potencial económico y militar y los modernos medios de guerra de que dispone y que utiliza para aplastar los movimientos de liberación, no es capaz de someter a los pueblos y los países, sean grandes o pequeños, cuando están decididos a hacer cualquier sacrificio y luchar con abnegación hasta el fin por su libertad y su independencia.

En muchos otros países de Asia, como Birmania, Malasia, Filipinas, Indonesia, etc., se han desarrollado y todavía siguen desarrollándose las luchas armadas de liberación. Estas luchas seguramente habrían logrado mayores éxitos y victorias, si no hubieran sido obstaculizadas por la intervención y las actitudes antimarxistas y chovinistas de la dirección china, intervención y actitudes que han provocado escisión y desorientación en las fuerzas revolucionarias y los partidos comunistas a la cabeza de estas fuerzas. Por un lado, los dirigentes chinos decían apoyar las luchas libertadoras en estos países y, por el otro, sostenían a los regímenes reaccionarios, recibían y despedían con mil honores y elogios a sus cabecillas. Siempre han seguido la estrategia y la táctica de someter los movimientos de liberación en los países asiáticos a su política pragmática y a sus intereses hegemonistas. De continuo han presionado a las fuerzas revolucionarias y a la dirección de estas fuerzas para imponerles esa política. En realidad, no se han preocupado por la causa de la liberación de los pueblos y de la revolución en los países de Asia, sino por la realización de sus designios chovinistas. No han ayudado a estos pueblos, sólo los han obstaculizado.

El problema de la revolución y de la lucha de liberación en Asia, jamás se ha planteado con tanta fuerza y de manera tan imperativa como ahora; nunca ha sido más complicado que ahora ni su solución más difícil.

Esta complicación y estas dificultades se deben principalmente a los designios y a la actividad de los imperialistas norteamericanos, así como a los designios y la actividad antimarxista, antipopular, hegemonista y expansionista de los revisionistas y los socialimperialistas soviéticos y chinos.

Los Estados Unidos de América ambicionan e intentan por todos los medios y con todas sus fuerzas conservar y reforzar sus posiciones estratégicas, económicas y militares en Asia, puesto que consideran estas posiciones como vitales para sus intereses imperialistas.

A su vez, también la Unión Soviética aspira a extender las posiciones que ya ha conquistado en Asia y se vale de todos los medios y de todas sus fuerzas para conseguirlo.

China, por su parte, ha manifestado abiertamente su pretensión de dominar a los países asiáticos, estableciendo a este efecto alianzas con los Estados Unidos de América y, en especial, con el Japón, y contraponiéndose directamente a la Unión Soviética.

También el Japón pretende dominar en Asia; éste es un viejo objetivo del imperialismo japonés.

Por eso la Unión Soviética tiene tanto miedo a la alianza chino-japonesa y la combate tan enérgicamente. Pero tampoco el imperialismo norteamericano desea que esta alianza cobre mayores proporciones y supere los límites en que puedan verse afectados sus intereses, a pesar de que estimuló y dio el «visto bueno» a la firma del Tratado entre China y el Japón juzgando desde el punto de vista de que este tratado puede frenar la expansión soviética que va en perjuicio de la dominación norteamericana.

También la India, que es un gran país, tiene la ambición de convertirse en una gran potencia nuclear y con peso en Asia, de desempeñar un papel particular, sobre todo dada su posición estratégica en el cruce de los intereses expansionistas de las dos superpotencias imperialistas, la norteamericana y la soviética, en el Océano Indico y el Golfo Pérsico, y en sus fronteras septentrionales y orientales.

Tampoco el imperialismo inglés ha renunciado a sus designios de dominar los países asiáticos. Otros estados capitalista-imperialistas tienen asimismo una meta análoga.

Por esta razón Asia constituye hoy día una de las zonas en las que tienen lugar las rivalidades interimperialistas más agudas; se han creado, por lo tanto, muchos focos peligrosos que amenazan con transformarse en conflagraciones mundiales, que serían pagadas por los pueblos.

Para sofocar las revoluciones y las luchas de liberación en los países de Asia y abrir paso a sus planes hegemonistas y expansionistas, los revisionistas soviéticos y chinos, en una febril competencia entre si, han realizado y realizan un trabajo muy sucio de escisión y de zapa en el seno de los partidos comunistas y de las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad de estos países. Esta actividad fue una de las causas principales de la catástrofe que sufrió el Partido Comunista de Indonesia, de la escisión y del desbaratamiento del Partido Comunista de la India, etc. Predican la alianza y la unidad del proletariado y de las amplias masas populares con sus respectivas burguesías reaccionarias, esforzándose cada uno por separado en granjearse la amistad de estas burguesías dominantes.

La ingerencia de los socialimperialistas soviéticos y chinos en los diversos países de Asia, partiendo de sus posiciones y sus objetivos hegemonistas y expansionistas, amenaza con grandes peligros a los movimientos de liberación de estos pueblos y ha puesto directamente en peligro también las victorias de la lucha de liberación en Vietnam, Camboya y Laos.

En los países asiáticos, las fuerzas revolucionarias y amantes de la libertad, dirigidas por los partidos comunistas marxista-leninistas, deben enfrentar y desbaratar tanto el peligro que proviene de la reacción interna, armada por los amos imperialistas, como los peligros procedentes de la actividad escisionista y de zapa, y de los planes hegemonistas y expansionistas de los revisionistas soviéticos y chinos. Además deben liberarse de una serie de antiguas ideas y concepciones reaccionarias; religiosas, místicas, budistas, brahmanistas, etc., que frenan el movimiento. Del mismo modo no deben permitir que arraiguen «nuevas» ideas y concepciones reaccionarias, como las ideas revisionistas jruschovistas, maoístas y otras teorías igual de reaccionarias, que desorientan a las masas, las engañan, las despojan de su espíritu combativo de clase, las meten en callejones tortuosos y sin salida.

Es cierto que la lucha de liberación que tienen por delante los pueblos de Asia es difícil, es cierto que choca con muchos obstáculos, pero no hay ni habrá lucha de liberación ni revolución fáciles, que no sorteen grandes dificultades y obstáculos, que se lleven a cabo sin sangre y sin grandes sacrificios, para alcanzar la victoria final.

Los países de América Latina en general tienen un desarrollo capitalista superior a los países de África y Asia. Pero el grado de dependencia de los países latinoamericanos respecto al capital extranjero no es menor que el de la gran mayoría de los países africanos y asiáticos.

La mayor parte de los países de América Latina, a diferencia de los países africanos y asiáticos, se proclamaron estados independientes mucho más temprano, a partir de la primera mitad del siglo XIX, como resultado de las guerras de liberación de sus pueblos en contra de los colonizadores españoles y portugueses. Estos países habrían avanzado mucho más si no hubieran caído, inmediatamente después de la supresión del yugo colonial español y portugués, bajo otro yugo, semicolonial, del capital extranjero, inglés, francés, alemán, norteamericano, etc. Hasta principios de este siglo, los colonialistas ingleses eran quienes dominaban la situación en América Latina. Saqueaban colosales cantidades de materias primas, construían puertos, ferrocarriles, centrales eléctricas, exclusivamente al servicio de sus propias sociedades concesionarias, y comerciaban con sus artículos industriales producidos en Gran Bretaña.

Esta situación cambió, pero no en provecho de los pueblos latinoamericanos, con la penetración en América Latina de los Estados Unidos de América, que estaban en la etapa de su desarrollo imperialista. El imperialismo de los Estados Unidos de América empleó el lema de «América para los americanos», que estaba encarnado en la «Doctrina Monroe»8, para sentar su dominación exclusiva en todo el hemisferio occidental. La penetración económica de los Estados Unidos de América en este hemisferio se llevó a cabo tanto a través de la fuerza militar y del chantaje político, como de la diplomacia del dólar, por medio del garrote y la zanahoria. Así, en 1930 las inversiones de capitales norteamericanos e ingleses en América Latina se igualaron, mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América se convirtieron en los verdaderos dueños de la economía de esta parte del globo. Sus grandes monopolios se apoderaron de las ramas clave de la economía latinoamericana. Los países de esta región entraron a formar parte del imperio «invisible» del imperialismo norteamericano, que empezó a hacer la ley en todos ellos, a cambiar a su antojo jefes de estado y gobiernos, a dictarles su propia política económica y militar, interior y exterior.

Las sociedades monopolistas de los Estados Unidos de América sacaban fabulosas ganancias explotando las ricas fuentes naturales, el trabajo, el sudor y la sangre de los pueblos latinoamericanos. Por cada dólar invertido en los diversos países del continente, se embolsaban cuatro o cinco. Y esta situación ha seguido inalterable hasta nuestros días.

A pesar de que las inversiones de capitales en América Latina por parte de los estados imperialistas llevaron a la creación de una cierta industria moderna, especialmente la industria de extracción, y también la industria ligera y alimenticia, estas inversiones han frenado sobremanera el desarrollo económico general de sus países. Los monopolios extranjeros y la política neocolonialista de los estados imperialistas deformaron monstruosamente el desarrollo económico de estos países, le dieron un carácter unilateral, de monocultivo, los convirtieron en simples abastecedores de materias primas: Venezuela se especializó en el petróleo, Bolivia en el estaño, Chile en el cobre, Brasil y Colombia en el café, Cuba, Haití y la República Dominicana en el azúcar, Uruguay y Argentina en productos ganaderos, Ecuador en plátanos y así sucesivamente.

El carácter unilateral de la economía de estos países hacía que ella fuera totalmente inestable, totalmente incapaz de desarrollarse de manera acelerada y en todos sus aspectos, completamente dependiente de las coyunturas y las fluctuaciones de los precios en el mercado capitalista mundial. Cualquier descenso de la producción, cualquier síntoma de crisis económica en los Estados Unidos de América y en los otros países capitalistas, necesariamente se reflejaría de manera negativa, e incluso en mayor medida, también en la economía de los países de América Latina. Después de la Segunda Guerra Mundial, las metrópolis imperialistas comenzaron a hacer grandes inversiones directas en las diversas ramas de la industria, en las minas, la agricultura, a comprar empresas nacionales, etc. Dominaron sectores enteros de la producción, extremaron la expoliación de los países latinoamericanos. Al mismo tiempo, estimularon la concesión de empréstitos y las financiaciones con una elevada tasa de interés, sometiendo aún más dichos países a la dominación extranjera y, en primer lugar, a la de los Estados Unidos de América. Sólo Brasil y México deben a los bancos extranjeros respectivamente casi 40.000 y 30.000 millones de dólares.9

El desarrollo capitalista en América Latina se ha quedado en general atrasado, también por el hecho de que aún subsisten bastantes residuos de los latifundios, que no se han despojado por completo de su carácter feudal, y por eso algunos de los países latinoamericanos tienen un atraso tan acentuado como los de Asia y África. En función de la política económica y la intervención imperialista directa, en los países de América Latina se ha creado una oligarquía, una gran burguesía monopolista bastante poderosa que, junto con los grandes propietarios de tierras, detenta el poder y, siempre con el apoyo del imperialismo norteamericano y juntamente con él, oprime y explota despiadadamente a la clase obrera, al campesinado y a las otras capas trabajadoras, que llevan una vida miserable.

Este desarrollo ha creado también un proletariado industrial bastante grande, que junto con el proletariado agrícola y los obreros de la construcción y los servicios, representa casi la mitad de la población, a diferencia de África y Asia, donde en la mayor parte de los países la clase obrera es muy red ucida.

Además, en América Latina, el campesinado y la clase obrera, surgida de sus filas, poseen ricas tradiciones de combate revolucionario, adquiridas en las incesantes luchas por la libertad, por la tierra, por el trabajo y por el pan, tradiciones que se han desarrollado aún más en las batallas contra la oligarquía nativa y contra los monopolios extranjeros, contra el imperialismo norteamericano. Los pueblos de América Latina se encuentran entre los pueblos que más se han enfrentado a los opresores y explotadores internos y externos, y que más sangre han derramado. Las victorias que han logrado en estos enfrentamientos no han sido pocas ni pequeñas, pero todavía en ningún país han triunfado plenamente las libertades democráticas, ha desaparecido totalmente la explotación ni se ha logrado la plena independencia y soberanía nacionales. Los pueblos latinoamericanos cifraron muchas esperanzas, muchas ilusiones, en la victoria del pueblo cubano, la cual fue una inspiración y un estímulo en la lucha para sacudirse el yugo de los opresores capitalistas y terratenientes nativos y de los imperialistas norteamericanos. Pero estas esperanzas y esta inspiración se desvanecieron rápidamente, cuando vieron que la Cuba castrista no se desarrollaba por el camino del socialismo, sino del capitalismo de tipo revisionista, y con mayor motivo cuando se convirtió en vasalla y mercenaria del socialimperialismo soviético.

Al igual que en todos los continentes, también en América Latina hoy las situaciones se presentan complicadas.

En la mayoría de los países estas situaciones son revolucionarias y plantean a la orden del día las revoluciones, para derrocar el régimen burgués-latifundista y liquidar la dependencia imperialista. Naturalmente, estas revoluciones no pueden tener en todas partes el mismo carácter, seguir el mismo proceso y resolverse de la misma manera, por razones ya conocidas, esto es, por las condiciones y los problemas particulares que tiene cada país o grupo de países, los diferentes grados de desarrollo económico-social y de dependencia del imperialismo y del socialimperialismo, el nivel de moderación o de fascistización de los regímenes burgueses, etc. Pero una cosa parece indispensable, la necesidad de entrelazar, más que en muchos países de África y Asia, las tareas antiimperialistas, democráticas y socialistas de la revolución.

De la misma manera, en América Latina hay muchas ventajas para la preparación del factor subjetivo de la revolución, debido a una conciencia bastante elevada y a la disposición de las amplias masas populares a luchar contra la opresión y la explotación interna y extranjera, por la libertad, la democracia y el socialismo. Pero su completa preparación es obstaculizada, confundida y atacada con todas las fuerzas no sólo por los imperialistas, particularmente los norteamericanos, y la reacción interna, sino también por los revisionistas de los respectivos países y los otros oportunistas, lacayos del capitalismo, así como por los revisionistas soviéticos y chinos.

El imperialismo norteamericano, siguiendo la política de siempre para que América Latina continúe siendo su feudo, del cual saca superganancias colosales, maniobra con todos los medios, militares, diversionistas, demagógicos y mistificadores, para no permitir que algún otro imperialismo predomine allá, y garantizar que en ningún país estalle y triunfe la revolución. Quiere conservar así la completa dependencia de los países latinoamericanos respecto a los Estados Unidos de América y también el sistema burgués-latifundista en estos países.

A este efecto, una importante arma en manos de los Estados Unidos de América es la llamada Organización de Estados Americanos, que es manipulada por el presidente, el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericanos. Los estatutos de esta organización les confieren el derecho de intervenir valiéndose de todos los medios y procedimientos, incluso los militares, para mantener el statu quo, tanto interior como exterior, en los países de América Latina.

Mientras tanto, los grandes monopolios norteamericanos han perfeccionado los métodos de explotación en estos países, organizando sociedades monopolistas multinacionales, cuyos hilos son manejados desde su central en los Estados Unidos de América, y utilizando en grandes proporciones el capitalismo estatal, a través del cual logran manipular los gobiernos y el aparato estatal de cada país en general.

Pero éstos y muchos otros medios que utilizan los Estados Unidos de América no pueden resolver los problemas provocados por la grave crisis económica y política que ha afectado también a los países latinoamericanos.

En un momento en que los capitalistas y los terratenientes nativos no pueden vivir a no ser que lo hagan bajo la tutela y con el apoyo del imperialismo norteamericano, la idea de la revolución, como el único medio indispensable para asegurar la liberación nacional y social, penetra cada vez más profunda y ampliamente en la conciencia del proletariado, del campesinado trabajador, de la intelectualidad progresista y de las masas de la juventud de estos países.

Para evitar las revoluciones, los imperialistas norteamericanos con los capitalistas nativos utilizan dos métodos principales. Uno, el de establecer regímenes militar-fascistas por medio de un pronunciamiento militar, cuando ven amenazadas de manera inminente sus posiciones. Así actuaron en Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, etc. El otro método es la organización de regímenes democráticoburgueses, con acentuadas limitaciones y una pronunciada carencia de libertades fundamentales,

como en Venezuela y México, o como están haciendo actualmente en Brasil, esforzándose así por atenuar las tensiones revolucionarias y dar la impresión de que la burguesía de dichos países y, en mayor medida, la administración de los Estados Unidos de América y su presidente, se preocupan por los «derechos humanos».

Pero tales medios y maniobras no pueden resolver los problemas de la crisis, no pueden evitar las situaciones revolucionarias, no pueden borrar la revolución del orden del día.

El proletariado con todas las fuerzas revolucionarias de los países latinoamericanos se encuentran ante tareas revolucionarias muy importantes. Para realizar estas tareas, llevar a cabo la revolución, conquistar la completa independencia nacional, instaurar las libertades democráticas y el socialismo, deben luchar en muchas direcciones, contra la oligarquía burguesa y latifundista nativa, contra el imperialismo norteamericano, así como contra los diversos servidores del capital, del imperialismo y del socialimperialismo, tales como los revisionistas pro-soviéticos y castristas, los revisionistas pro- chinos, los trotskistas y otros. No sólo tienen el deber de hacer frente a la actividad diversionista y escisioncita de los oportunistas y los revisionistas de diverso pelaje, sino también de liberarse de las influencias pequeñoburguesas que se reflejan en algunas concepciones y prácticas golpistas, foquistas, aventureras, que se han convertido en una cierta tradición, pero que no tienen nada en común con la verdadera revolución, por el contrario la perjudican enormemente. Pero esta cuestión requiere un tratamiento cuidadoso.

En lo que atañe a la tradición combativa de los pueblos de América Latina, en ella predomina el aspecto positivo, revolucionario, que constituye un factor muy importante y que hace falta utilizar lo mejor y más ampliamente posible en la preparación y el desarrollo de la revolución, dando a esta tradición un nuevo contenido, desprovisto de los elementos negativos propios de las prácticas de los pistoleros y foquistas.

Para realizar estas grandes tareas, los partidos marxista-leninistas de la clase obrera desempeñarán un papel decisivo. Estos partidos no sólo han sido creados ya en casi todos los países de América Latina, sino que la mayoría de ellos han dado importantes pasos hacia adelante en el trabajo por preparar al proletariado y a las masas populares para la revolución. En intransigente lucha contra los revisionistas y los demás oportunistas, contra todos los lacayos de la burguesía y del imperialismo, contra los puntos de vista y las prácticas castristas, jruschovistas, trotskistas, tercermundistas, etc., han elaborado una línea política correcta y acumulado una experiencia de lucha bastante grande para materializar esta línea, convirtiéndose en portadores de toda la tradición revolucionaria del pasado, para utilizarla y desarrollarla en adelante a favor del movimiento obrero y de liberación, con el fin de preparar a las masas y lanzarlas a la revolución.

La situación revolucionaria actual plantea ante estos partidos la necesidad de mantener vínculos lo más estrechos y consultarse lo más frecuentemente posible entre sÍ para que puedan aprovechar al máximo la experiencia mutua y coordinar sus posiciones y sus acciones en lo concerniente a los problemas comunes de la lucha contra la burguesía reaccionaria y el imperialismo, contra el revisionismo moderno soviético, chino, etc., en lo concerniente a todos los problemas de la revolución.

Ahora que los pueblos han despertado y ya no aceptan vivir bajo el yugo imperialista y colonial, que exigen la libertad, la independencia, el desarrollo y el progreso; ahora que crece el odio popular contra los opresores extranjeros e internos, ahora que África, América Latina y Asia se han transformado en una caldera en ebullición, para los colonizadores viejos y nuevos es difícil, si no imposible, dominar y explotar a los pueblos de estos países con los anteriores métodos y formas. Ellos no pueden abstraerse de saquear y explotar las riquezas, el sudor y la sangre de estos pueblos.

He aquí la razón de todos los esfuerzos que se despliegan para encontrar nuevos métodos y formas de engaño saqueo y explotación, para repartir limosnas, que sin embargo no benefician a las masas, sino a las clases burgués-latifundistas dominantes.

Mientras tanto, el problema se ha complicado aún más, porque desde hace tiempo en las antiguas colonias y semicolonias ha comenzado a penetrar profundamente el socialimperialismo soviético, y porque también la China socialimperialista ha iniciado febrilmente sus esfuerzos para introducirse en ellos.

La Unión soviética revisionista lleva a cabo su intervención expansionista tras la máscara de una política supuestamente leninista de ayuda a la lucha de liberación de los pueblos, presentándose como aliado natural de estos países y pueblos. Los revisionistas soviéticos, como medio para penetrar en África y en otras partes, emplean y propagan consignas de tinte socialista, a fin de engañar a los pueblos que aspiran a liberarse, a suprimir la opresión y la explotación y saben que el único camino que conduce a la completa liberación nacional y social es el socialismo.

En su intervención, la Unión Soviética arrastra además a sus aliados o, mejor dicho, a sus satélites. Esto lo vemos en concreto en África, donde los socialimperialistas soviéticos y sus mercenarios cubanos intervienen so pretexto de ayudar a la revolución. Desde luego, se trata de una mentira. Su intervención no pasa de ser una acción colonialista; cuyo objetivo es conquistar mercados y someter a los pueblos.

De esta índole es la intervención de la Unión Soviética y de los mercenarios cubanos en Angola. Ellos no han tenido ni tienen en absoluto el objetivo de ayudar a la revolución angoleña, sino el de clavar sus garras en este país africano que había ganado cierta independencia después de la expulsión de los colonizadores portugueses. Los mercenarios cubanos son el ejército colonial enviado por la Unión Soviética a ocupar mercados y posiciones estratégicas en los países del África Negra, a utilizar Angola para pasar a otros estados, a fin de que también los socialimperialistas soviéticos puedan crear un imperio colonial moderno.

La Unión Soviética y su mercenario, Cuba, con la excusa de ayudar a la liberación de los pueblos, intervienen en otros países con ejércitos dotados de cañones y ametralladoras supuestamente para construir el socialismo que no existe ni en la Unión Soviética ni en Cuba. Estos dos estados burguésrevisionistas se metieron en Angola para ayudar a una camarilla capitalista a tomar el poder, contrariamente a las aspiraciones del pueblo angoleño, que luchó contra los colonizadores portugueses para conquistar su libertad. Agostinho Neto hace el juego a los soviéticos. Estando en lucha contra la otra fracción, en sus intentos para hacerse con el poder, llamó a los soviéticos a acudir en su ayuda. La confrontación entre los dos clanes en lucha no tenía en absoluto un carácter revolucionario popular. El choque entre ellos era una lucha de camarillas por el poder. Cada una de éstas era apoyada por diversos estados imperialistas. De esta contienda salió victorioso Agostinho Neto, y en Angola, lejos de triunfar el socialismo, se implantó, después de la intervención extranjera, el neocolonialismo soviético.

También la China socialimperialista está haciendo grandes esfuerzos por penetrar en las antiguas colonias y semicolonias.

Un ejemplo de cómo interviene China es el Zaire, donde domina la camarilla más sangrienta y más rica del continente africano acaudillada por Mobutu. En los últimos combates que se desarrollaron en el Zaire, acudieron inmediatamente en ayuda de Mobutu, asesino de Patricio Lumumba, los marroquíes del reino jerifiano de Marruecos, acudió la aviación francesa, acudió asimismo China. La ayuda dada por los franceses es comprensible, porque con su intervención defienden las concesiones y los consorcios que poseen en Katanga, a la vez que defienden a sus gentes, así como a Mobutu y su camarilla. Pero los revisionistas chinos ¿qué buscan en Katanga? ¿A quién asisten? ¿Acaso auxilian al pueblo del Zaire oprimido por Mobutu, por su camarilla y por los concesionarios franceses, belgas, norteamericanos y otros? ¿No será que también ellos ayudan a la sangrienta camarilla de Mobutu? El hecho es que la dirección revisionista china socorre a esta camarilla no de manera indirecta, sino muy abiertamente. Para que esta ayuda sea más concreta y ostensible, mandó allí al ministro de Asuntos Exteriores Juan-Jua, envió expertos militares, asistencia militar y económica, actuando así de manera antimarxista, antirrevolucionaria. Su intervención tiene las mismas características que las del rey Hassán de Marruecos y las de Francia.

Los socialimperialistas chinos se inmiscuyen no sólo en este asunto, sino también en los otros problemas de los pueblos y de los países de África y de los otros continentes, sobre todo en los países donde tratan de penetrar a toda costa para crear bases económicas, políticas y estratégicas.

Ni siquiera los Estados Unidos de América acuden tan abiertamente en ayuda de Pinochet, verdugo fascista de Chile, como lo hace China. Incluso los norteamericanos no socorren de este modo ni siquiera a los gobernantes reaccionarios de los otros países, donde sus intereses son grandes. Esto no significa que los imperialistas norteamericanos renuncien a sus intereses. Defienden, incluso enérgicamente, estos intereses, pero en formas sutiles.

Con la actitud que mantiene China, llamada socialista, va en contra de los intereses y las aspiraciones de los pueblos, de los comunistas, de los elementos revolucionarios, en contra de las aspiraciones de todos los hombres progresistas de América Latina.

China asume la defensa de los diversos dictadores que dominan a los pueblos y que con todos los medios a su alcance, incluido el terror, reprimen los esfuerzos de los revolucionarios, del proletariado y de los partidos marxista-leninistas por la liberación nacional y social. Con estas posturas ha tomado el camino de la contrarrevolución. Disfrazándose con el marxismo-leninismo, trata de hacer ver que supuestamente exporta a los diversos países la idea de la revolución, pero de hecho está exportando la idea de la contrarrevolución. Con esto ayuda al imperialismo norteamericano y a las camarillas fascistas en el poder.

Las potencias imperialistas o socialimperialistas tratan, de igual modo, de impedir que los pueblos africanos, asiáticos, latinoamericanos desarrollen su lucha revolucionaria, etapa tras etapa, contra la opresión, contra la feroz explotación por parte de sus gobernantes y de los imperialistas que dominan en colusión con ellos y que les chupan la sangre.

El deber de los revolucionarios, de los hombres progresistas y patriotas, en los países con un bajo nivel de desarrollo económico-social y dependientes de las potencias imperialistas y socialimperialistas, es hacer que los pueblos tomen conciencia de esta opresión y explotación, educarles, movilizarles, organizarles, lanzarles a la lucha de liberación, teniendo siempre presente que la revolución es obra de las amplias masas, de los pueblos. Para lograrlo, es necesario analizar bien la situación interna y externa de cada país, su desarrollo económico-social, a correlación de las fuerzas de clase, los antagonismos entre las clases, los antagonismos entre el pueblo y las camarillas reaccionarias en el poder, y entre el pueblo y los estados imperialistas. Sobre esta base podrán sacarse justas conclusiones acerca de los pasos a dar y las tácticas a seguir. De las fuerzas revolucionarias se requiere un trabajo intenso, resolución e inteligencia, se requiere ante todo que se comprenda bien que la lucha de liberación en sus países puede alcanzar la victoria verdadera sólo ligando esta lucha con la causa del proletariado, con la causa del socialismo.

Por eso, es necesario que el proletariado de cada país cree su propio partido revolucionario, que sea capaz de aplicar con fidelidad las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin, en estrecha relación con las condiciones de cada país, con la situación de cada pueblo en particular. Es indispensable que estos partidos conozcan bien la mentalidad de las masas, el desarrollo económico, político, ideológico y cultural de cada país y que no actúen de manera imaginaria y aventurera, de manera blanquista, sino que luchen persistentemente para agrupar en torno suyo a los aliados del proletariado, a las amplias masas populares.

Los revolucionarios y las masas populares tienen necesidad de prepararse tenazmente, de tener en cuenta los actos de la burguesía reaccionaria y de los grandes latifundistas en el poder, de los opresores extranjeros, así como las intrigas de los neocolonialistas. Todos ellos son factores importantes que los elementos revolucionarios y los pueblos deben afrontar con madurez, con una sólida organización y con tácticas revolucionarias.

Naturalmente, no sólo no se excluye sino que también es imprescindible que entre las fuerzas y los elementos revolucionarios de los diversos países se establezcan vínculos de colaboración, de coordinación y de intercambio de experiencias. Esta tarea es facilitada por la existencia de muchas condiciones idénticas, tales como la opresión y la explotación de los neocolonialistas y de la burguesía reaccionaria, la cultura común y el objetivo común de liberarse de esta opresión y explotación. Las condiciones y los intereses comunes inducen a los elementos revolucionarios y progresistas de todos estos países a consultarse, a colaborar entre sí y coordinar sus actos, que se contraponen a los actos de los enemigos que les oprimen.

Viendo desde posiciones marxista-leninistas la situación de los pueblos que se encuentran bajo la dominación neocolonialista, a todos los auténticos revolucionarios se les plantea la tarea de respaldar y apoyar sin reservas la lucha revolucionaria y de liberación de estos pueblos, para que esta lucha vaya continuamente hacia adelante, para que la revolución siga siempre su línea ascendente, hasta su victoria completa.

Los auténticos revolucionarios llaman a los proletarios y a los pueblos a levantarse por el mundo nuevo, por el mundo socialista

La crisis general del capitalismo, como hemos explicado anteriormente, va profundizándose cada vez más. Esto hace que el proletariado, las clases y los pueblos oprimidos ya no soporten la explotación, exijan que cambie su vida, que sea derrocado el sistema burgués y suprimido el neocolonialismo, el imperialismo. Pero estas aspiraciones sólo pueden ser realizadas a través de la revolución. Ninguna victoria puede ser alcanzada sin enfrentarse y golpear a los enemigos de clase, internos y externos.

Los verdaderos partidos marxista-leninistas de la clase obrera como dirigentes de la revolución hacen tomar conciencia al proletariado, a las masas trabajadoras y a los pueblos, y les preparan política, ideológica y militarmente para esos enfrentamientos.

Los partidos marxista-leninistas, todos los revolucionarios, por poco numerosos que sean, penetran en el seno del pueblo, organizan sistemáticamente, con solicitud y gran paciencia a las masas, las convencen de su gran fuerza, de que están en condiciones de derrumbar al capital, de tomar en sus manos el poder y utilizarlo en interés del proletariado y del pueblo. Estos partidos no piensan que, por ser pequeños, no pueden hacer frente a la coalición de los partidos de la burguesía y a la opinión creada por éstos. El deber de los revolucionarios es probar ante las amplias masas del pueblo que dicha opinión, creada por la burguesía, es falsa, y hace falta acabar con ella y formar la verdadera opinión revolucionaria, que representa una gran fuerza transformadora.

Para realizar con éxito su misión, los partidos marxista-leninistas ante todo piensan en dotarse de una estrategia y una táctica revolucionarias, una acertada línea política que responda a los intereses y aspiraciones de las amplias masas populares, a la solución revolucionaria de los problemas y tareas que plantea en su curso la lucha por la destrucción del régimen burgués y de la dominación imperialista extranjera.

El marxismo-leninismo es la única ciencia que permite al partido revolucionario de la clase obrera elaborar una acertada línea política, definir claramente el objetivo y las tareas estratégicas, aplicar tácticas y métodos revolucionarios para la realización de los mismos.

Iluminado por el marxismo-leninismo y en conformidad con las condiciones concretas económicosociales y políticas del país, así como con las circunstancias internacionales, el partido marxistaleninista sabe orientarse y estar a la cabeza de las masas, en cada momento y cada etapa de la revolución, sea democrática, de liberación nacional o socialista. Una estrategia revolucionaria y una acertada línea política fundadas en el marxismo-leninismo, en la práctica revolucionaria del proletariado mundial y de las luchas de clases de su propio país, hacen posible determinar claramente el objetivo estratégico en una etapa dada, determinar cuáles son los principales enemigos internos y externos en contra de los cuales debe dirigirse el ataque principal, cuáles son los aliados internos y externos del proletariado, etc.

Los partidos marxista-leninistas tienen como meta derrocar el régimen capitalista y hacer que triunfe el socialismo, mientras cuando la revolución en sus países confronta tareas de carácter democrático y antiimperialista, tienden a desarrollarla ininterrumpidamente, a elevarla a revolución socialista y a pasar cuanto antes a la solución de las tareas socialistas.

Tanto el objetivo estratégico de los partidos marxista-leninistas como los caminos para alcanzarlo, son totalmente diferentes del objetivo y los caminos de los falsos partidos comunistas y obreros. Los primeros no pueden concebir el logro de este objetivo sin subvertir las relaciones capitalistas de producción y sin destruir desde sus cimientos el viejo aparato estatal, toda la superestructura burguesa. Se atienen a las enseñanzas de Lenin, que dice:

«La revolución consiste en que el proletariado destruye el «aparato administrativo» y todo el aparato del estado, substituyéndolo por otro nuevo, constituido por los obreros armados.»[31]

Los segundos predican la necesidad de conservar el viejo aparato del estado, aunque de palabra dicen que están por el socialismo. Según ellos, el socialismo puede ser implantado a través de reformas, a través de la vía parlamentaria, e incluso utilizando la vieja máquina estatal.

Una serie de partidos llamados comunistas actualmente se muestran más diligentes en la defensa del sistema capitalista existente que los partidos burgueses declarados. A título de ejemplo, el partido revisionista de Carrillo-Ibárruri defiende descaradamente al régimen monárquico de Juan Carlos, mientras que algunos partidos burgueses españoles exigen su substitución por un régimen republicano. Asimismo el partido revisionista de Berlinguer se presenta como un ardiente defensor de las leyes represivas del estado capitalista italiano que están dirigidas contra las libertades democráticas, en tanto que algunos partidos burgueses no lo hacen abiertamente. Los revisionistas chinos, por su parte, orientan a los partidos que siguen la línea china en los países capitalistas a luchar conjuntamente con los círculos más militaristas por el reforzamiento de los ejércitos y del aparato represivo de la burguesía para supuestamente defender la patria, pero en realidad es para aplastar la revolución, en caso de que estalle.

En sus designios por socavar el movimiento revolucionario y de liberación, y perpetuar el capitalismo y la dominación imperialista, la burguesía y sus adeptos; en particular los revisionistas modernos, intentan por todos los medios desorientar y escindir a las fuerzas revolucionarias, borrando la diferencia entre los amigos y los enemigos de la revolución. Son típicas las prédicas de los revisionistas chinos, los cuales presentan como aliados del proletariado y de los pueblos oprimidos a la gran burguesía monopolista, a los regímenes reaccionarios y fascistas, a la OTAN y al Mercado Común Europeo e incluso al imperialismo norteamericano.

En lo que concierne a los partidos marxista-leninistas, éstos consideran como condición indispensable para trazar una verdadera estrategia revolucionaria, la determinación de una línea neta de demarcación entre las fuerzas motrices de la revolución y sus enemigos, y la clara definición del principal enemigo interno y externo contra el cual, como señalaba Stalin, es preciso dirigir los golpes principales, sin subestimar ni olvidar la lucha contra los otros enemigos.

En nuestros días, en las condiciones del imperialismo, e principal enemigo interno de la revolución, no sólo en los países capitalistas desarrollados, sino también en los países oprimidos y dependientes, es la gran burguesía del país, la cual está a la cabeza del régimen capitalista y se vale de todos los medios, de la violencia y la represión, de la demagogia y el engaño, para conservar su dominación y sus privilegios, para estrangular y sofocar cualquier movimiento de los trabajadores que afecte mismamente a su poder y sus intereses de clase. Mientras el principal enemigo exterior de la revolución y de los pueblos es, en las condiciones actuales, el imperialismo mundial, sobre todo las superpotencias imperialistas. Aconsejar y llamar al proletariado y a los pueblos oprimidos a apoyarse en una superpotencia para combatir a otra, o a aliarse con las potencias imperialistas en nombre de a supuesta defensa de la libertad y la independencia nacional, como predican los revisionistas chinos, no es más que traicionar la causa de la revolución.

Los revisionistas han convertido en blanco suyo especialmente el papel hegemónico de la clase obrera en la revolución, que constituye uno de los problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria.

«Lo fundamental en la doctrina de Marx -ha escrito Lenin- es el esclarecimiento del papel histórico mundial del proletariado como creador de la sociedad socialista.»[32]

Lenin consideraba la negación de la idea de la hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario como el aspecto más vulgar del reformismo.

Entre los revisionistas modernos, unos intentan demostrar que la clase obrera supuestamente se desproletariza y se convierte en «co-administradora» de las empresas, y que por eso no cabe la revolución proletaria, no hace falta un régimen social diferente del existente. Otros pretenden que proletarios ya no son únicamente los obreros, sino todos los hombres del trabajo y la cultura, todos los empleados, y que por el socialismo están interesadas no sólo la clase obrera, sino también otras clases y capas de la sociedad. Por ello, concluyen, el papel hegemónico de la clase obrera en el movimiento revolucionario actual ha perdido su sentido. Los revisionistas soviéticos, de palabra, no niegan el papel dirigente de la clase obrera, mientras en la práctica lo han liquidado, porque han despojado a dicha clase de toda posibilidad de dirigir. Pero también teóricamente eliminan este papel, dado que defienden la nefasta teoría «del partido y del estado de todo el pueblo». Los revisionistas chinos, como pragmáticos que son, colocan a la cabeza de la «revolución», según el caso, unas veces al campesinado, otras al ejército, en ocasiones a los estudiantes, etc.

El Partido del Trabajo de Albania defiende firmemente la tesis marxista-leninista de que la clase obrera constituye la fuerza decisiva del desarrollo de la sociedad, la fuerza dirigente de la transformación revolucionaria del mundo, de la construcción de la sociedad socialista y comunista.

La clase obrera sigue siendo la principal fuerza productora de la sociedad, la clase más avanzada, y más interesada que cualquier otra, en la liberación nacional y social, en el socialismo, la portadora de las mejores tradiciones de organización y lucha revolucionarias. Ella cuenta con la única teoría científica para conseguir la transformación revolucionaria de la sociedad y con su partido combativo marxista-leninista que la guían hacia esta meta. Objetivamente, la historia le ha encomendado la misión de dirigir toda la lucha para la transición del capitalismo al comunismo.

La hegemonía del proletariado en la revolución es decisiva para solucionar, en su propio beneficio y en el de las masas populares, el problema fundamental de la revolución, el problema del poder político.

El nuevo poder puede pasar por diversas fases y recibir diferentes nombres, de acuerdo con las condiciones concretas en las que se desarrolla la revolución y con las distintas etapas que pueda atravesar, pero no podrá haber una evolución de la revolución hacia el triunfo del socialismo sin la instauración de la dictadura del proletariado. Esto nos lo enseña el marxismo-leninismo, esto nos lo indica también la experiencia de todas las revoluciones socialistas victoriosas. Por ello, el partido marxista-leninista, en cualquier circunstancia que se desarrolle la revolución, jamás renuncia a su objetivo de implantar la dictadura del proletariado.

Los revisionistas de toda laya y de diversas corrientes, de un modo u otro, todos, sin excepción, niegan la necesidad de instaurar la dictadura del proletariado, porque están en contra de la revolución, porque están por salvaguardar y perpetuar el sistema capitalista.

El proletariado y su partido marxista-leninista van a la lucha junto con sus aliados. También éste es uno de los problemas más importantes de la estrategia revolucionaria.

El aliado natural y estrecho del proletariado es el campesinado pobre, unido al primero no sólo por el objetivo estratégico inmediato, sino también por el objetivo a largo plazo y final. Asimismo son aliadas suyas las capas pobres de los trabajadores urbanos. El proletariado con el campesinado pobre y los demás trabajadores oprimidos y explotados constituyen las principales fuerzas motrices de la revolución.

También la pequeña burguesía de la ciudad, que se encuentra constantemente en las tenazas del gran capital y bajo la amenaza de una completa expropiación, puede y debe ser su aliada.

El proletariado busca y lucha por hacer aliadas suyas a otras capas de la población, como el sector progresista de la intelectualidad, que es explotado por el capital interno y externo. En los países capitalistas y revisionistas el peso de la intelectualidad ha crecido. Pero, pese a los cambios que han sufrido la posición, el carácter y el papel de su trabajo, no es ni puede constituir una clase en sí, no es clase obrera ni puede ser diluida en ésta, como pretenden los diversos revisionistas. Por eso, como ha señalado Lenin y ha confirmado la historia, la intelectualidad no puede ser una fuerza social y política independiente. Su papel y su lugar en la sociedad son determinados por su situación económico-social y sus convicciones ideológicas y políticas. Por mucho que cambien esta situación y estas convicciones, la intelectualidad jamás puede sustituir a la clase obrera en el papel dirigente de la revolución. El deber del proletariado es conquistar al sector progresista de ella, convencerle de la inevitabilidad del hundimiento del sistema capitalista y del triunfo del socialismo, hacer de él un aliado en la revolución.

En los países de África, América Latina, Asia, etc., con escaso desarrollo económico-social y más dependientes del capital extranjero y donde las tareas democráticas y antiimperialistas de la revolución revisten particular importancia, el proletariado puede tener como aliados al campesinado medio y al sector de la burguesía que no está ligado al capital extranjero y que aspira a un desarrollo independiente del país.

La vinculación de esta parte de la burguesía con la revolución democrática y antiimperialista depende de la estrategia y de una táctica justa del proletariado, y de si el partido revolucionario de la clase obrera maniobra ágil y prudentemente. El proletariado con su partido puede convencer, de esta forma, no sólo a la pequeña burguesía, sino también a ese sector de la burguesía del que hablamos para que se ponga bajo su dirección y se levante para suprimir la dominación extranjera y a la grande y feroz burguesía capitalista, instrumento del imperialismo, que oprime y explota, que desmoraliza al pueblo y adultera sus sentimientos puros, su cultura secular.

Para hacer aliadas suyas a las otras clases y capas que están interesadas en lograr el objetivo estratégico en una determinada etapa de la revolución, el proletariado, al igual que en cualquier otro problema, se ve obligado a enfrentarse con la gran burguesía y los demás reaccionarios.

La burguesía reaccionaria y los terratenientes, previendo su derrota, hacen mil esfuerzos y maniobras para atraerse a la pequeña burguesía, al campesinado y a la intelectualidad progresista, e impedir que se conviertan en aliados del proletariado. Tratan de engañar también a la misma clase obrera, a fin de que la revolución no estalle y, si estalla, no vaya hasta el fin, se estanque o dé marcha atrás.

Por su parte, el proletariado y su partido marxista-leninista trabajan y cuentan con todas las posibilidades para unir en torno suyo a sus aliados contra los enemigos comunes, como la gran burguesía, los terratenientes, los imperialistas y los socialimperialistas, y no permitir que capas del campesinado y de la pequeña burguesía se conviertan en reservas del gran capital o de la dictadura fascista, como ocurrió en los tiempos de Hitler en Alemania, en los de Mussolini en Italia y en los de Franco durante la Guerra de España.

El partido marxista-leninista mantiene una actitud cuidadosa y hábil en particular respecto a los posibles aliados vacilantes o temporales, incluyendo diversas capas de la burguesía media, etc., que están atadas por numerosos hilos y diversos intereses, tradiciones y prejuicios al mundo del capital y al imperialismo. El proletariado y su vanguardia, el partido marxista-leninista, sin moverse en ningún momento de sus posiciones de principio, están interesados en ganar para la revolución y la lucha de liberación también a estas fuerzas, pese a sus vacilaciones y su inestabilidad, o por lo menos neutralizarlas para que no se conviertan en reservas del enemigo.

Las leyes de la revolución, al igual que en todas partes, actúan también en los países donde los revisionistas detentan el poder. ¿Cuál es la posición de la nueva burguesía que se desarrolla en los países revisionistas de Europa? Esta burguesía aspira a liberarse de la opresión multiforme y feroz de la burguesía soviética, del socialimperialismo soviético, pero los intereses radicales de ambas son comunes. La burguesía de estos países no puede vivir desligada de la burguesía soviética. Y si se divorciara de esta grande y feroz burguesía socialimperialista, no cabe duda de que se pondría pronto bajo la dominación de la burguesía de los estados capitalistas desarrollados de Europa Occidental y del imperialismo norteamericano.

Pero, a la vez, en los países revisionistas, que están integrándose económica, política y militarmente en el gran estado soviético socialimperialista, además del proletariado; también otras capas de la población están descontentas de la explotación a que las somete la nueva burguesía, y de la dominación del socialimperialismo soviético. Por eso, odian tanto a su propia burguesía dominante, como al hegemonismo y al neocolonialismo ruso. Es preciso que el proletariado de estos países despierte y tome conciencia de la necesidad histórica de descender de nuevo al campo de batalla, lanzarse a la lucha para derrocar y desbaratar a los traidores, para realizar una vez más la revolución proletaria, para restaurar la dictadura del proletariado. Debe crear sus nuevos partidos marxistaleninistas y agrupar en torno suyo a todas las masas populares.[33]

Ateniéndose consecuentemente al principio de que el factor decisivo del triunfo de la revolución es el interno, es la propia lucha revolucionaria del proletariado y del pueblo de un país dado, mientras que el factor exterior es auxiliar y secundario, los partidos marxista-leninistas no ignoran ni subestiman en absoluto a los aliados externos de la revolución. Al igual que para los aliados internos, mantienen al mismo tiempo una actitud flexible y de principios hacia los aliados externos.

En consonancia con las enseñanzas de Lenin y Stalin y con las condiciones actuales, ellos ven en el proletariado y en su movimiento revolucionario en los demás países, en el movimiento revolucionario antiimperialista de los pueblos oprimidos del mundo y en los verdaderos países socialistas, a los aliados externos, naturales y seguros, del movimiento revolucionario de cada país.

En determinados casos pueden darse circunstancias en que un país socialista o un pueblo que lucha contra la agresión imperialista o socialimperialista, se encuentre en un frente común incluso con países del mundo capitalista que luchan contra el mismo enemigo, como sucedió en el periodo de la Segunda Guerra Mundial.

En tales ocasiones, es de primordial importancia tener siempre en cuenta los intereses de la revolución, no olvidados, eclipsados ni sacrificados en nombre de un frente común o de una alianza con estos aliados provisionales, y que este frente o esta alianza no se convierta en un objetivo en sí. Especialmente es importante impedir que estos aliados intervengan para sabotear la revolución y arrebatarle la victoria. La experiencia del Partido Comunista de Albania respecto a la actitud hacia los aliados norteamericanos e ingleses en los años de la Lucha Antifascista de Liberación Nacional es significativa. Esta actitud fue salvadora para los destinos de la causa de la revolución en Albania.[34]

La estrategia revolucionaria es inseparable de las tácticas revolucionarias que aplican los partidos marxista-leninistas a fin de realizar el objetivo y las tareas de la revolución. Las tácticas, formando parte de la estrategia y estando a su servicio, pueden cambiar de acuerdo con los flujos y reflujos de la revolución, con las circunstancias y las condiciones concretas, pero siempre dentro de los límites de la estrategia revolucionaria y de los principios marxista-leninistas.

«La tarea de la dirección táctica - dice J. Stalin - es dominar todas las formas de lucha y de organización del proletariado y asegurar su justo aprovechamiento, para el logro del máximo de resultados en una correlación de fuerzas dada, cosa que es necesaria indispensablemente para preparar el éxito estratégico.»[35]

Los auténticos partidos marxista-leninistas, al adoptar tácticas y formas de lucha ágiles para llevar adelante la causa de la revolución, en todo momento se atienen con fidelidad a los principios revolucionarios. Rechazan y combaten toda tendencia a abandonar los principios en aras de las tácticas, son los más resueltos adversarios de toda política carente de principios, coyuntural y pragmática, que caracteriza toda la actividad de los revisionistas de todas las corrientes.

La revolución siempre es obra de las masas, dirigidas por la vanguardia revolucionaria. Por eso el partido marxista-leninista no puede dejar de prestar una gran atención a la organización revolucionaria de las masas en forma adecuada, partiendo de las condiciones y las circunstancias concretas, de las tradiciones que existen en cada país, etc. Sin lazos organizados del partido con las masas es inimaginable el levantamiento, la preparación y la movilización de las mismas en la lucha revolucionaria.

Justamente por esta razón el partido marxista-leninista dedica mucha importancia a la creación de organizaciones de masas, bajo su dirección. Como es natural, éste no es un problema de fácil solución, sobre todo en la actualidad cuando en todos los países capitalistas y revisionistas existen toda suerte de organizaciones sindicales, cooperativistas, culturales, científicas, juveniles, femeninas, etc., cuya mayoría se encuentra bajo la dirección y la influencia de la burguesía, de los revisionistas y de la iglesia.

Pero, como nos enseña Lenin, los comunistas deben penetrar y trabajar en todas partes donde estén las masas. Por eso no pueden dejar de trabajar en las organizaciones de masas controladas o influenciadas por la burguesía, la socialdemocracia, los revisionistas, etc. Los marxista-leninistas trabajan en ellas para socavar la influencia y la dirección de los partidos burgueses y reformistas, para propagar entre las masas la influencia del partido revolucionario de la clase obrera, para denunciar el carácter mistificador de los programas y de la actividad de los cabecillas de estas organizaciones, para dar a la acción de las masas un carácter político anticapitalista, antiimperialista, antirrevisionista. Mediante el trabajo revolucionario que despliegan en las filas de las masas, pueden formarse asimismo fracciones revolucionarias en el seno de estas organizaciones, e incluso puede darse la posibilidad de apoderarse de la dirección de estas organizaciones y orientarlas en el justo camino.

Pero, en cualquiera de los casos, el partido marxista-leninista nunca renuncia a su objetivo de levantar organizaciones revolucionarias de masas, bajo su propia dirección.

Las organizaciones de masas más importantes son los sindicatos o las tradeuniones. En general, hoy estas organizaciones en los países capitalistas y revisionistas sirven a la burguesía, al revisionismo, para mantener subyugados al proletariado y a todas las masas trabajadoras. Engels en su época decía que las tradeuniones en Inglaterra, se habían transformado de organizaciones que infundían terror a la burguesía, en organizaciones que servían al capital. Las organizaciones sindicales han atado al obrero con mil hilos, con miles de grillos esclavizadores, de manera que el obrero aislado, cuando se levante, sea fácilmente aplastado. Los dirigentes oportunistas de los sindicatos trabajan para que las revueltas de los obreros, de una o más empresas, que se lanzan a las huelgas y las manifestaciones, estén sujetas a su control y tomen únicamente un carácter económico. En este sentido, la aristocracia obrera se entrega a las más diversas manipulaciones. En los países capitalistas esta aristocracia desempeña un gran papel de corrosión, de coerción y mistificación, y hace tiempo que se ha convertido en bombero de la revolución.

Hoy, en todos los países capitalistas, los principales partidos burgueses y revisionistas tienen sus propios sindicatos. Ahora estos sindicatos actúan unitariamente y han establecido una estrecha colaboración para frenar el movimiento revolucionario del proletariado, para corromper política y moralmente a la clase obrera.

En Francia e Italia, por ejemplo, los sindicatos de los partidos revisionistas son grandes y poderosos. Pero ¿a qué se dedican? Tratan de mantener subyugado al proletariado, de adormecerlo y, cuando se subleva y se desata, llevado a la mesa de las conversaciones con la patronal y taparle la boca con alguna migaja muy insignificante procedente de las superganancias capitalistas. Y lo que le dan, vuelven a quitárselo a través del alza de los precios.

Por eso, para que el proletariado de cada país se libere del capitalismo es indispensable que se quite de encima el yugo de los sindicatos dominados por la burguesía y los oportunistas, así como el de cualquier organización o partido socialdemócrata o revisionista. Todos estos organismos secundan a la patronal en diversas formas, e intentan hacer creer que «constituyen una gran fuerza», que «son un freno», que «pueden imponerse a los grandes capitalistas» supuestamente en favor del proletariado. Esto no es otra cosa que una gran mentira. El proletariado debe destruir estos organismos. Pero ¿cómo? Combatiendo a la dirección de estos sindicatos, levantándose contra sus traicioneros vínculos con la burguesía, rompiendo la «tranquilidad», la «paz social» que intentan establecer, «paz» que es disimulada con las supuestas revueltas periódicas de los sindicatos contra la patronal.

Estos sindicatos pueden ser destruidos también penetrando en su seno, para combatirlos y socavados, para oponerse a sus decisiones y actos injustos. Esta actividad debe abarcar a grandes y poderosos grupos de obreros en las fábricas. En todo caso es necesario tender al logro de una unidad férrea del proletariado en la lucha no sólo contra la patronal, sino también contra sus agentes, los cabecillas sindicales. La enérgica denuncia de todos los elementos traidores que están a la cabeza de los sindicatos y del aburguesamiento de la dirección sindical y de los sindicatos reformistas en general, libera a los obreros de muchas ilusiones que abrigan todavía sobre esta dirección y estos sindicatos.

Los marxista-leninistas, al penetrar en los sindicatos existentes; jamás se deslizan hacia las posiciones tradeunionistas, reformistas, anarcosindicalistas, revisionistas, que caracterizan a la dirección de estos sindicatos. Jamás se asocian con los revisionistas y los otros partidos oportunistas y burgueses en la dirección de los sindicatos. Su objetivo es denunciar el carácter burgués y el papel reaccionario de los actuales sindicatos de los países capitalistas y revisionistas en general, minar estas organizaciones para permitir la creación de verdaderos sindicatos proletarios.

La organización de las masas juveniles tiene una importancia especial para los partidos marxista-leninistas. El papel de la juventud en los movimientos revolucionarios siempre ha sido importante. Por su propia naturaleza, la juventud está por lo nuevo y contra lo caduco, y se muestra dispuesta a combatir por el triunfo de todo lo que sea progresista, revolucionario. Pero por si sola no está en condiciones de encontrar el camino justo. Únicamente el partido de la clase obrera puede indicarle este camino. Cuando las inagotables energías revolucionarias de la juventud se unen a las energías de la clase obrera y de las masas trabajadoras para acabar con la opresión y la explotación, para lograr la liberación nacional y social, no hay fuerza capaz de impedir el triunfo de la revolución.

Pero hoy día la mayoría de la juventud en los países capitalistas y revisionistas malgasta sus energías siguiendo un camino equivocado, es engañada por la burguesía y el revisionismo, y a menudo pasa al aventurerismo y al anarquismo, o cae en la utopía y la desesperación, puesto que está desorientada y aturdida, y ve sombrío su futuro y la perspectiva de la satisfacción de sus reivindicaciones políticas, materiales y espirituales.

Los marxista-leninistas en todo momento dedican una gran atención a la juventud, se esfuerzan por esclarecerla y convencerla de que sólo por el camino que le indica el marxismo-leninismo y bajo la dirección de la clase obrera y de su partido pueden hacerse realidad sus aspiraciones y anhelos. Trabajan para apartar a la juventud de la influencia de la burguesía y de los revisionistas, de los movimientos «izquierdistas», trotskistas, anarquistas y arrastrarla a las organizaciones revolucionarias, para atraerla al sendero de la revolución.

El auténtico partido marxista-leninista y los comunistas revolucionarios participan activamente en las huelgas y las manifestaciones de los obreros y luchan por convertirlas en huelgas y manifestaciones políticas, a fin de hacer imposible la vida al capitalismo, a la patronal, a los cártels, a los monopolios y a los cabecillas sindicales. En el curso de esta vasta actividad, el proletariado se enfrentará de forma cada vez más frecuente y abierta con las fuerzas armadas del régimen burgués, y a través de los enfrentamientos aprenderá a combatir mejor. En el curso de la lucha encontrará las posibles formas de organización y de lucha revolucionaria justas y apropiadas. «A nadar se aprende nadando», dice una sentencia popular. Si no se lucha a través de huelgas, manifestaciones, si no se participa en acciones contra el capitalismo en general, no puede organizarse ni intensificarse la lucha para conquistar la victoria final, no puede ser derrocado el régimen burgués.

La revolución no se prepara con palabrería, como hacen los diversos revisionistas, o teorizando sobre los «tres mundos», como hacen los revisionistas chinos. No triunfa por la vía pacifica. Lenin ha hablado sobre esta posibilidad en casos particulares, pero siempre ha hecho hincapié principalmente en la violencia revolucionaria, porque la burguesía jamás entrega voluntariamente el poder. La historia del movimiento obrero y comunista internacional, del desarrollo de las revoluciones y de las victorias de la clase obrera en una serie de países que fueron socialistas, y en nuestro país socialista, demuestra que hasta el presente las revoluciones sólo han triunfado a través de la insurrección armada.

La insurrección armada revolucionaria no tiene nada en común con los putschs militares. La primera tiene por objetivo lograr cambios políticos radicales; destruir el viejo régimen desde sus cimientos. Los segundos no conducen ni pueden conducir al derrocamiento del régimen de opresión y explotación o a la liquidación de la dominación imperialista. La insurrección armada se basa en el apoyo de las amplias masas populares, mientras que el putsch es expresión de la desconfianza en las masas, de la separación de ellas. Las tendencias putschistas en la política y en la actividad de un partido que se hace llamar partido de la clase obrera constituyen una desviación del marxismoleninismo.

De acuerdo con las condiciones concretas de un país y con la situación en general, la insurrección armada puede ser un estallido repentino o un proceso revolucionario más largo, pero no sin fin y sin perspectiva, como preconiza la «teoría de la guerra popular prolongada» de Mao Tse-tung. Si se hace una confrontación entre las enseñanzas de Marx, Engels, Lenin y Stalin sobre la insurrección armada revolucionaria y la teoría de Mao sobre la «guerra popular», aparece claramente el carácter antimarxista, antileninista, anticientífico de esta teoría. Las enseñanzas marxista-leninistas sobre la insurrección armada se basan en la estrecha concatenación de la lucha en la ciudad y en el campo bajo la dirección de la clase obrera y de su partido revolucionario.

Oponiéndose al papel dirigente del proletariado en la revolución, la teoría maoista considera el campo como la única base de la insurrección armada y descuida la lucha armada de las masas trabajadoras en las ciudades. Preconiza que el campo debe mantener asediada a la ciudad, que es considerada como el reducto de la burguesía contrarrevolucionarla. Esto es una expresión de desconfianza en la clase obrera, es una negación de su papel hegemónico.

Ateniéndose sin vacilar a las enseñanzas del marxismo-leninismo sobre la revolución violenta como ley general, el partido revolucionario de la clase obrera es resuelto adversario del aventurerismo y jamás juega con la insurrección armada. Desarrolla sin cesar, en todas las condiciones y circunstancias, diversas formas de lucha y actividad revolucionarias a fin de prepararse a sí mismo y preparar a las masas para las batallas decisivas en la revolución, para poner fin a la dominación de la burguesía mediante la violencia revolucionaria. Pero, sólo cuando la situación revolucionaria está por completo madura, pone directamente la insurrección armada al orden del día y adopta todas las medidas políticas, ideológicas, organizativas y militares para llevarla a la victoria.

Un poderoso medio en manos del partido marxista-leninista para preparar a las masas para la revolución, es la propaganda, que debe ser activa, clara y convincente. La propaganda revolucionaria no tiene valor si se limita únicamente a la fraseología. Sólo una propaganda incisiva, correctamente relacionada con los problemas de la vida, con los problemas generales y con las cuestiones locales, una propaganda que ayude a crear en las amplias masas un espíritu de iniciativa, puede educar política e ideológicamente al proletariado y a las masas trabajadoras, lanzarlas a la acción, prepararlas para la revolución.

La burguesía capitalista en todos los países, además de manejar una gran fuerza como el ejército, la policía, etc., posee asimismo una vasta experiencia en la lucha contra el proletariado y su actividad. Cuenta igualmente con toda una red de propaganda, la prensa, la radio, la televisión, la cinematografía, el teatro, la música, etc. Todos estos medios de propaganda son tan corruptores, que son susceptibles de desorientar, viciar y debilitar durante cierto tiempo los esfuerzos del proletariado y su lucha de liberación.

En los estados de llamada democracia burguesa, donde existe una cierta «libertad democrática», no es suficiente desarrollar sólo una propaganda periodística corriente contra el capitalismo en general. Los órganos de prensa de los diversos partidos burgueses y revisionistas hablan sin orden ni concierto, naturalmente no en contra del régimen burgués, sino en contra de personas en particular, en contra de aquellos que pretenden reducir la tajada de los demás en la gran mesa, a la que se han sentado y en la que comen a expensas del pueblo.

La propaganda, sobre todo la prensa de los partidos marxista-leninistas recién creados, tiene una importantísima tarea: desenmascarar la falsedad de la «democracia» burguesa, denunciar todas sus maquinaciones, y también la demagogia de los revisionistas y de los demás lacayos del capital. La propaganda y la prensa marxista-leninista muestran la verdad al desnudo, indican que el camino de la liberación social y nacional pasa a través de la revolución, mientras que la propaganda y la prensa burguesa y revisionista embaucan, adormecen, desorientan a las masas para apartarlas de la revolución, meterlas en un callejón sin salida, mantenerlas esclavizadas.

Pero para esclarecer a las masas, para convencerlas de la justeza de la línea política del partido de la clase obrera, para prepararlas para la revolución, la propaganda por si sola no es suficiente. Lenin dice que para preparar la revolución,

«...se precisa la propia experiencia política de las masas»[36]

 

La propaganda misma es eficaz y hace mella cuando es acompañada de la acción revolucionaria. Sin acción, el pensamiento se marchita. Esta actividad no es ni debe ser una aventura, sino una lucha dura, un choque encarnizado con los enemigos de clase, que pasa de una forma sencilla a una forma superior, que vence innumerables dificultades y acepta todos los sacrificios que requiere la revolución.

Los auténticos partidos marxista-leninistas están a la vanguardia y no a la zaga de la acción revolucionaria. Las posibilidades momentáneamente escasas de su lucha y sus esfuerzos, con los cuales se oponen y deben oponerse a la gran fuerza de la reacción capitalista, no los desalientan. Enseñan a sus miembros a ser osados y a no perder de vista que su acción justa, ponderada, madura, resuelta, tiene hondas repercusiones en las masas que les ven actuar y les escuchan. Cuando se obra así, las masas comprenden que el objetivo de esta o aquella acción revolucionaría va en interés del proletariado y de los explotados. El valor y la madurez en las acciones tienen una gran importancia, porque de este modo, palmo a palmo, se gana terreno y se avanza en el ascenso de la marejada de la revolución. La acción revolucionaria liga a los partidos de la clase obrera con las masas, los pone a su cabeza, los hace vencedores sobre los partidos reformistas, revisionistas.

«Cada paso de movimiento real -decía Marx- vale más que una docena de programas.»[37]

 

En los países capitalistas, además de las fuerzas revolucionarias que están dirigidas por el partido marxista-leninista, hay otras fuerzas que luchan y se enfrentan con la policía, la gendarmería, etc. Muchas acciones y enfrentamientos de estas otras fuerzas tienen un carácter terrorista, aventurerista, anarquista, se presentan con toda clase de colores y etiquetas y están guiadas por diversas ideologías. Estas acciones a menudo son organizadas a instigación de los servicios secretos de los países capitalistas, son financiadas por ellos, y tienen por objeto, entre otras cosas, desacreditar a los partidos marxista-leninistas, atribuyéndoles tales acciones. Los elementos fascistas o los agentes secretos de la burguesía que organizan y dirigen frecuentemente estas acciones, se esfuerzan por sacar partida del descontento, la indignación y el coraje del proletariado, de los estudiantes, de la juventud en general, a fin de lanzar a los grupos y los diversos movimientos que forman estas masas a acciones que, además de no tener nada en común con los movimientos revolucionarios reales, ponen en peligro estos movimientos, crean la impresión de que el proletariado está en degradación, de que se ha transformado en lumpenproletariado.

Los partidos marxista-leninistas, dedicando la debida atención a esta cuestión, deben, de una parte, hacer que las masas se convenzan por su propia experiencia de que las acciones revolucionarias tienen un carácter totalmente diferente de los actos terroristas y anarquistas y, de otra parte, luchar para separar de las filas de los grupos terroristas y anarquistas a los elementos revolucionarios que han caído en su trampa, para separados de los fascistas y los agentes secretos de la burguesía infiltrados en dichos grupos.

Los partidos marxista-leninistas son partidos de la revolución. En oposición a las teorías y las prácticas de los partidos revisionistas, que se han hundido de pies a cabeza en el legalismo burgués y en el «cretinismo parlamentario», no reducen su lucha al trabajo meramente legal ni tampoco ven éste como su actividad principal. En el marco de los esfuerzos por dominar todas las formas de la lucha, dedican particular importancia a la combinación del trabajo legal con el ilegal, dando primacía a este ultimo, por ser decisivo para el derrocamiento de la burguesía y por ser una verdadera garantía para alcanzar la victoria.[38] Educan y enseñan a sus cuadros, a sus militantes y a sus simpatizantes para que sepan obrar con inteligencia, habilidad y valentía tanto en condiciones legales como ilegales. Pero también cuando actúan en las condiciones de la profunda clandestinidad, esforzándose por no exponer sus fuerzas ante el enemigo y proteger la organización revolucionaria de sus golpes, los partidos marxista-leninistas no se encierran en sí mismos, no debilitan ni rompen sus lazos con las masas, en ningún momento cesan su actividad viva entre las masas ni dejan de aprovechar en favor de la causa de la revolución todas las posibilidades legales que permiten las condiciones y circunstancias.

El partido marxista-leninista, despojado de cualquier ilusión acerca de la toma del poder a través de la vía parlamentaria, puede juzgar y considerar oportuno participar, en algunos casos particulares y favorables, también en actividades legales, como las elecciones municipales, parlamentarias, etc., con el único objetivo de propagar su línea entre las masas y desenmascarar el régimen político burgués. Pero el partido no convierte esta participación en línea general de su lucha, como hacen los revisionistas, no convierte estas formas en principales o, lo que es peor, en únicas formas de lucha.

A la hora de explotar las posibilidades legales, el partido busca, encuentra y utiliza formas y métodos de Carácter revolucionario, desde los más simples hasta los más complejos, sin medir sacrificios, haciendo esfuerzos para que estas formas y métodos sean lo más populares, lo más accesibles a las masas.

En su actividad, los marxista-leninistas, no se preocupan en absoluto de que, con sus acciones revolucionarias, pisotean y violan la constitución, las leyes, las reglas, las normas, el régimen burgués. Luchan para minar este régimen, para preparar la revolución. Por eso, el partido marxistaleninista se prepara y prepara a las masas para hacer frente a los golpes, que la burguesía puede dar en respuesta a las acciones revolucionarias del proletariado y de las masas populares.

En las condiciones actuales del desarrollo del movimiento revolucionario y de liberación, en tanto que un proceso complejo y con una base social amplia, en el cual participan muchas fuerzas de clase y políticas, el partido revolucionario del proletariado se enfrenta a menudo al problema de la colaboración y de los frentes comunes con otros partidos y organizaciones políticas en esta o aquella fase de la revolución, para estos o aquellos asuntos, de interés común. En relación con este problema, la justa posición de principios y al mismo tiempo ágil, lejos de todo oportunismo y sectarismo, es de trascendental importancia para ganar, preparar y movilizar a las masas en la revolución y en la lucha de liberación. El partido marxista-leninista no es ni puede ser en principio adversario de la colaboración o de los frentes comunes con otros partidos y fuerzas políticas, cuando lo exigen los intereses de la causa de la revolución y lo imponen las situaciones. Pero jamás ve esto como una coalición de cabecillas y como un fin en sí, sino como un medio para unir a las masas y lanzarlas a la lucha. Es importante que en tales frentes comunes el partido proletario no pierda de vista en ningún momento los intereses de clase del proletariado, la meta final de su lucha, que no se diluya en el frente, sino que conserve en él su individualidad ideológica y su independencia política, organizativa y militar, y luche para asegurar en el frente su papel dirigente y aplicar en él una política revolucionaria.

A fin de que el partido marxista-leninista pueda elaborar y aplicar una estrategia y una táctica revolucionarias, una línea política acertada, sepa orientarse correctamente en las situaciones difíciles, sea capaz de enfrentar a los enemigos y superar los obstáculos, es indispensable que desarrolle un grande y amplio trabajo para estudiar y asimilar la teoría marxista-leninista.

Una de las razones de que los antiguos partidos comunistas de los países capitalistas se convirtieran en partidos revisionistas es precisamente el haber descuidado por completo el estudio y la asimilación del marxismo-leninismo. La doctrina marxista-leninista sólo era utilizada como lustre, se había convertido en palabras vacías, en slogans, no había penetrado profundamente en la conciencia de los miembros del partido, no se había convertido en sangre y carne suya, no se había hecho un arma para la acción. Si se hacía alguna pequeña cosa respecto al estudio del marxismo-leninismo, tendía únicamente a dar a conocer al miembro del partido algunas fórmulas áridas, sólo para que pudiera decir que se llamaba comunista, para que amara el comunismo de manera sentimental, pero de cómo se llegaría hasta ahí, no sabía nada, porque no se lo hablan enseñado.

Los dirigentes de aquellos partidos, que tenían solamente palabras y nada en las alforjas, vivían en un ambiente burgués y contaminaban al proletariado de sus países con ideas liberales y reformistas.

De este modo, el viraje de los partidos revisionistas hacia la burguesía es una evolución socialdemócrata, oportunista, preparada desde hace tiempo por sus líderes socialdemócratas, por la aristocracia obrera que dirigía estos partidos llamados comunistas.

Los partidos marxista-leninistas no pueden dejar de tener en cuenta esta experiencia negativa, a fin de sacar de ella enseñanzas para organizar el estudio y la asimilación del marxismo-leninismo sobre bases sólidas, ligando siempre este estudio a la acción revolucionaria.

 

En la preparación de la revolución, la unidad y la colaboración de los partidos marxistaleninistas de los diversos países sobre la base de los principios del internacionalismo proletario, tiene una importancia particular.

Esta unidad se reforzará y esta colaboración se ampliará en lucha contra el imperialismo y el socialimperialismo, contra la burguesía y el revisionismo moderno de toda laya, jruschovista, titista, «eurocomunista», chino, etc.

Los revisionistas, en tanto que enemigos de la revolución, combaten con todas sus fuerzas y por todos los medios el internacionalismo proletario, para arrebatar al proletariado mundial en general y al proletariado de cada país en particular, esta poderosa arma en su lucha contra la burguesía y el imperialismo.

Los partidos marxista-leninistas tienen el deber de desenmascarar las maniobras tanto de los revisionistas titistas y «eurocomunistas» que hoy califican el internacionalismo proletario de anticuado y superado, como de los revisionistas soviéticos y de los revisionistas chinos, que lo han deformado y se esfuerzan por utilizarlo como arma para conseguir sus fines hegemonistas, socialimperialistas.

El Partido Comunista de China, que no sigue los principios del internacionalismo proletario ni apoya las luchas revolucionarias y de liberación de los pueblos, ha tomado el camino de acercarse y entablar amistad con los partidos socialdemócratas y burgueses, incluso con los más derechistas y reaccionarios. Simultáneamente trata de crear diversos grupos dependientes y dirigidos por él mismo. Necesita de tales agrupaciones para sabotear precisamente a los auténticos partidos marxistaleninistas y a los elementos progresistas, que se han dedicado al trabajo para despertar al pueblo, para lanzarlo a la revolución contra las camarillas dominantes, las cuales están ligadas a las superpotencias.

Los pequeños grupos que se hacen llamar partidos y que siguen la línea china, como oportunistas que son, no hacen otra cosa que defender y propagar las teorías revisionistas del grupo de Jua Kuofeng y de Teng Siao-ping, así como sus actos contrarrevolucionarios. Estos grupos carecen de toda personalidad y de resolución para luchar siguiendo la teoría marxista-leninista.

Según la consigna principal de estos partidos, que también es el slogan básico de la política china, en la situación actual el proletariado tiene como tarea fundamental y única la salvaguardia de la independencia nacional, amenazada supuestamente sólo por el socialimperialismo soviético. Repiten casi al pie de la letra las consignas de los cabecillas de la II Internacional, los cuales abandonaron la causa de la revolución sustituyéndola con la tesis de la defensa de la patria capitalista. Lenin ha desenmascarado esta consigna falsa y antimarxista, que no sirve para defender la verdadera independencia, sino que fomenta las guerras interimperialistas. Ha definido claramente cuál debe ser la actitud del auténtico revolucionario en los conflictos entre las agrupaciones imperialistas. Él ha escrito:

«Si se trata de una guerra imperialista y reaccionaria, es decir, de una guerra entre dos grupos mundiales de la burguesía reaccionaria imperialista, despótica y expoliadora, toda burguesía (incluso la de un pequeño país) se hace cómplice de la rapiña, y yo, representante del proleta riado revolucionario, tengo el deber de preparar la revolución proletaria mundial como única salvación de los horrores de una carnicería mundial...

Esto es internacionalismo, este es el deber del internacionalista, del obrero revolucionario, del verdadero socialista.»[39]

 

Los partidos de la línea china se han convertido en apologistas del incremento y el fortalecimiento de los ejércitos burgueses, justificando esto con la supuesta necesidad de proteger la independencia. Llaman a los trabajadores a ser dóciles soldados, y, junto con la burguesía, combaten a todos aquellos que luchan por debilitar esta arma principal de la dominación y la explotación capitalistas. En una palabra, quieren que el proletariado y las masas trabajadoras sean carne de cañón en las guerras de rapiña que preparan el imperialismo y el socialimperialismo.

Al mismo tiempo, estos apéndices de los chinos se han hecho ardientes defensores de las instituciones estatales capitalistas burguesas, especialmente de la OTAN, el Mercado Común Europeo, etc., considerándolos factores principales en la «defensa de la independencia». Ellos, al igual que los dirigentes chinos, blanquean y lustran estos puntales de la dominación y la expansión capitalistas. Ayudan precisamente a los organismos que, en realidad, han afectado gravemente a la independencia y a la soberanía de sus propios países.

La alianza con la gran burguesía, la defensa del ejército burgués, el apoyo a la OTAN, al Mercado Común Europeo, etc., constituyen para estos seudo marxistas un camino sin preocupaciones, puesto que no sólo no les conduce a enfrentarse con la burguesía, sino que les asegura sus favores.

Estas posiciones de estos elementos sin porvenir, contaminados por el espíritu de grupo, les conducen a unificarse con los partidos del «eurocomunismo» y de la burguesía, y esto ocurrirá, porque la propia China llama al proletariado a unirse con la burguesía. Entre estos seudo marxistaleninistas y Marchais ya no existe ninguna diferencia.

Los marxista-leninistas deben guardarse mucho de las frases que utilizan los revisionistas modernos, los socialdemócratas y los seudo marxista-leninistas acerca del internacionalismo proletario, de la unión de los proletarios para defender la paz, y otras patrañas por el estilo. El internacionalismo proletario es verdadero cuando la gente trabaja con abnegación por favorecer y desarrollar las acciones revolucionarias, por crear una verdadera situación de lucha revolucionaria, en primer lugar en su propio país. Al mismo tiempo, como dice Lenin, ellos deben apoyar con propaganda, con ayuda moral y material esta lucha, esta línea en todos los países, sin excepción. Todo lo demás, como nos enseña él, es mentira y maniovismo.

Por eso debemos tener mucho cuidado con tales elementos seudo marxistas, seudo revolucionarios, seudo internacionalistas, sean individuos particulares o pequeños grupos de personas, o partidos que se hacen llamar marxista-leninistas, pero que de hecho no lo son, son social chovinistas, centristas o pequeñoburgueses. Todos estos partidos que juran estar por el internacionalismo proletario, por la defensa de la paz, por reformas, etc., sirven al capital.

También los revisionistas chinos hablan de vez en cuando sobre el internacionalismo proletario, pero están en posiciones nacionalistas y chovinistas. Los dirigentes chinos son de los que se dan golpes de pecho y juran «por dios» que están por el internacionalismo proletario, por la paz, en pro de las luchas del proletariado y de sus reivindicaciones, pero en la práctica se cruzan de brazos y no sueltan más que frases fraudulentas para provocar la escisión de las fuerzas revolucionarias.

La importante tarea que se plantea a los partidos marxista-leninistas es la de fortalecer el internacionalismo proletario, que debe desarrollarse entre todos los partidos, sean grandes o pequeños, antiguos o recién creados. Todos ellos deben fortalecer la unidad entre sí y coordinar las acciones políticas, ideológicas y de combate.

Acentuando esta importante línea, que es una tarea primordial de los partidos marxista-leninistas para atacar frontalmente al capitalismo mundial, su política esclavizadora, así como sus intrigas, sus maldades y sus alianzas con el revisionismo moderno: soviético, titista, chino, italiano, francés, español y otros, estos partidos crearán un poderoso frente que se hará cada día más invencible. Si actúan unitariamente y atacan todos, a la vez, a las fuerzas de la reacción, si denuncian todas las intrigas que el capitalismo y el revisionismo moderno urden de diversas maneras para sofocar la revolución y la lucha de clases, su victoria será segura.

Nosotros, los marxista-leninistas, debemos luchar y llamar a los obreros, dondequiera que estén, a ponerse en pie contra sus enemigos seculares y romper las cadenas, hacer la revolución y no someterse a los monopolios y a los capitalistas, contrariamente a lo que predican los revisionistas modernos. La tarea de los marxista-leninistas, de los verdaderos revolucionarios, es llamar a los proletarios y a los pueblos a levantarse por el mundo nuevo, por su mundo, por el mundo socialista.

 

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[1] Véase: Enver Hoxha. Los Jruschovistas (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1984, segunda edición en español.

[2] J. V. Stalin. Obras, t. XII, págs. 242-243, ed. en albanés.

[3] Ver: Enver Hoxha, Eurocomunismo es anticomunismo.

[4] C. Marx y F. Engels. Manifiesto del Partido Comunista, pág. 13, Tirana, 1974, ed. en albanés.

[5] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 237, ed. en albanés. 

[6] Ibidem, pág. 241.

[7] Los datos han sido extraídos de Monthly Bulletin of Statistics, United Nations, 1977; del Statistical Yearbook, 1976; de la revista norteamericana Fortune, 1976, etc.

[8] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 247, ed. en albanés.

[9] V. I. Lenin, Obras, t. XXII, pág. 273, ed. en albanés.

[10] V. I. Lenin. Obras, t. XXIII, pág. 124, ed. en albanés.

 [11] Revista norteamericana Survey of Business, pág. 44, agosto, 1976.

[12] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, págs. 308-309, ed. en albanés.

[13] Anuario Estadístico de la RF de Alemania, 1977.

[14] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 159, ed. en albanés.

[15] V. I. Lenin. Obras, t. XXIII, pág. 122, ed. en albanés.

[16] V. I. Lenin. Obras. t. XXII, pág. 367, ed. en albanés.

[17] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 347, ed. en albanés.

[18] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, pág. 328, ed. en albanés.

[19] J. V. Stalin. Problemas económicos del socialismo en la URSS, Tirana, 1974, pág. 45, ed. en albanés.

[20] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, págs. 145-146, ed. en albanés. 

[21] V. I. Lenin. Obras, t. XXII, págs. 3 59-360, ed. en albanés.

[22] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 223, ed. en albanés. 

[23] Ibidem.

[24] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 83, ed. en albanés. 

[25] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 223, ed. en albanés. 

[26] Ibidem

[27] V. I. Lenin. Obras, t. XXI, pág. 106, ed. en albanés.

[28] V. I. Lenin. Obras, t. XXXI, pág. 277, ed. en albanés.

[29] V. I. Lenin. Obras, t: XXVIII, pág. 257, en albanés.

[30] J. V. Stalin. Obras, t. VI, pág. 144, ed. en albanés.

[31] V. I. Lenin. Obras, t. XXV, pág. 577, ed. en albanés.

[32] V. I. Lenin. Obras, t. XVIII, pág. 651, ed. en albanés.

[33] Véase: Enver Hoxha. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana; 1983, págs. 416-449, ed. en español.

[34] Véase: Enver Hoxha. Las tramas anglo-americanas en Albania (Memorias), Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1982. ed. en español.

[35] J. V. Stalin. Obras, t. VI, pág. 164, ed. en albanés.

[36] V. I. Lenin. Obras. t. XXXI, pág. 92. ed. en albanés.

[37] C. Marx y F. Engels. Obras Escogidas, Tirana, 1975, t. II, pág. 8. ed. en albanés.

[38] Véase: Enver Hoxba. Obras Escogidas, t. IV, Casa Editora «8 Nëntori», Tirana, 1983, págs. 598-601, ed. en español.

[39] V. I. Lenin. Obras, t. XXVIII, págs. 324-325, ed. en albanés.