Pepita Gherra

¿Amemos? no. ¡Luchemos!

 


Publicado: “¿Amemos? no. ¡Luchemos!” de La Voz de la Mujer Nº 2, enero 31 de 1896, Buenos Aires.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, febrero 2020.
Fuente de la edición: Pepita Gherra [Guerra], “¿Amemos? no. ¡Luchemos!” de La Voz de la Mujer Nº 2, enero 31 de 1896, facsímil en nuestros archivos. Transcripción y HTML por Juan Fajardo.


 

 

 

¿Qué tienes, tierna e inocente niña? ¿Por qué el rubor cubre tus mejillas? ¿Por qué estás agitada y vergonzosa? ¿Qué tienes? ¿Qué sufres?

¡Ah! no lo digas, no, no lo digas, ya he comprendido cual es tu situación, cual el pesar que te aqueja. Ya sé por qué a veces tus ojos son un raudal de lágrimas en vez de ser un foco de luz.

Ya sé también por qué tus mejillas se cubren de pronto de un vivo carmín. Si, niña, ¡tú amas!

¿Y por eso te avergüenzas y te muestras tan apesadumbrada? ¡Ah! ¿Te han dicho que es una falta decirle al objeto de tu amor que le amas?

¿Qué tú crees que es cierto que debas fingir, ser hipócrita? ¿Crees que tu amor te deshonra? ¿Crees que no tienes derecho a sentir amor hasta que te lo confiesen a ti?

No lo creas, niña, no, te han engañado, se burlaron cruelmente de tu cándida inocencia. Sí, te han engañado, por que tu amor lejos de ser un crimen, es todo lo contrario.

¡Amar es vivir! ¡Amar es la ley de la existencia!

¡Ama pues, niña, ama con toda la fuerza de tu juvenil y tierno corazón! ¡Ama!

Ama, y con tu amor endulza tu existencia y todo cuanto re rodea. Ama y sé amada. ¡Amar y ser amada, es ser feliz!

¿Por qué vacilas, pues? ¿Qué te detiene? Ama, niña, que la existencia te sonríe.

Fija tu mirada en la mirada de aquel, que sin saberlo, te magnetiza; rodéale el cuello con tus ebúrneos y redondos brazos, aprisiónale en ellos y al compás cadencioso del ondular de tu virginal seno que promete un mar de mágicos deleites, murmura quedo, muy quedo, a su oído: ¡Yo te amo!... díselo y verás como cae a tus pies, loco, loco y enajenado de amor y placer!

*    *    *    *    *    *    *

… Pero no, niña, no se lo digas, no se lo digas, por que él creerá que eres una loca, ¿oyes? ¡una loca! Y lo contará a sus amigos en la calle, en el taller, en el hogar, en gin, y entonces ¡ay de ti! niña, ¡ay de ti! ¿A dónde irás que la reciña no te siga?

¡Oculta pues tu amor, ocúltalo cual una asquerosa lacra, ocúltalo cual si fuese un crimen!

Busca en la masturbación un lenitivo a tus voluptuosas ansias. Hazlo todo, todo menos amar hasta que te amen, ¿sabes? por que nosotras no somos seres que puedan y deban sentir hasta que nos lo permitan del mismo modo que el cigarrillo no pide que lo fumen y espera a que su poseedor quiera usarlo.

No se lo digas, por favor, niña, no se lo digas, que si se lo dices y acepta las primicias de tu cuerpo, gentil y esbelto cual la gallarda palmera del «oasis» del desierto, qué harás luego cuando la estupidez de tus padres y parientes te insulte y escarnezca, porque creerán que tu amor les llena de ignominia, despreciada e insultada por esta sociedad; mofada por tus ex-compañeras, que en su ignorancia creerán también una falta el más grande y noble de los sentimientos; ¡el Amor!

¿Qué harás entonces, desamparada y sola entre el inmenso número de seres que rodearán? ¿A dó irás, cuando aterida de frio o desfalleciente de calor, te halles sola, muy sola, sin pan para ti, sin leche para tu hijo en brazos? ¿A mendigar? ¿Le arrojarás a un potrero?

¿Le arrojarás a una casa de esas llamadas de Expósitos?

¿Venderás tu cuerpo, que aun esbelto, codiciarán?

¡Ah! no niña, ¡no hagas eso, niña, que no sabes con qué saña feroz, con qué cruel encarnizamiento te perseguirá la sociedad repleta de virtuosas y elegantes damas, de religiosas y piadosísimas matronas, mujeres que son quizá esposas, hijas o madres de aquellos mismo que comprarán con tu cuerpo y le cubrirían de cieno, des cieno babeante corruptor y nauseabundo, que corre en forma de pequeños arroyuelos debajo del aristocrático frac y de la elegante vestimenta de las señoras tal y cual!

¡A, si tú vendieses tu cuerpo para tener pan, ya verías a esas matronas, esas mismas que para sí tienen un marido y diez amantes, esas mismas que los apartados y lujosos gabinetes paternales de la señorial mansión se entregan con rabioso y erótico furor al noble y elevado ejercicio de la masturbación, escarnecerte y con frenesí inhumano tratar de arrojar sobre tu cuerpo, un poco del mucho pus que en el de ellas tienen!

No ames pues, niña, no, sé hipócrita, rastrera y vil, acepta al primero que se presente, ¿qué importa que el tal te repugne? Siempre podrás hacer lo que las grandes matronas, un marido para el lecho y diez queridos para todas partes.

Pero antes, niña, oye: Si como nosotras tienes fuerte el ánimo y sereno el corazón, ven con nosotras, aparta de la tiniebla y vamos hacia donde el vivo fulgor de la naciente luz anuncia el nuevo día.

¿No le ves brillar ya en lontananza? ¿Ves aquello que de entre las sombras se destaca? ¿Ves como irradia en torno diamantino claridad?

Mirala ¡mirala! Ya se acerca a pasos agigantados.

¿La conoces? es la Anarquía. Sí; es ella que nos trae paz y libertad, igualdad y felicidad para todos.

No temas, no, por que veas que en su izquierda chispea una antorcha y su diestra blande un puñal, si tal trae, es porque tiene que abrirse paso por entre tinieblas, y porque en ellas anida el cuervo, el grajo y el vampiro, o sea la religión, la ley y el poder; la Burguesía, en fin!

 

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¡Jóvenes, niñas, mujeres en general, de la presente sociedad!

Si no queréis convertiros en prostitutas, en esclavas sin voluntad de pensar ni sentir, ¡no os caséis!

Vosotras, las mujeres, ¿qué somos? ¡Algo! ¿Qué se nos considera? ¡nada!

Vosotras, las que pensáis encontrar amor y ternezas en el hogar, sabed que no encontraréis otra cosa que un amo, un señor, un rey, un tirano.

El amor no puede ser eterno ni inmutable y fijo; luego si éste tiene un término, ¿qué queda en esa impía institución que dura lo que la vida? ¿qué quedará, cuando el amor termine, de vuestro matrimonio? fastidio, tedio, ir como es natural hacia la prostitución.

Sí, la ley natural nos impele a amar continuamente; no nos impele igualmente a amar el mismo objeto, no, y entonces, ¿por qué permanecer sujetas a tal o cual hombre para toda nuestra vida?

Miles de casos se ven en que una infeliz mujer huye del hogar marital, no quiero saber por qué causa, sea ella cualquiera; el caso es que el marido acude a la autoridad y ésta obliga a la esposa a ir nuevamente al lado del hombre a quien detesta y odia.

¡Más no hiciera un pastor con una oveja o una cabra!

Yo no digo que en la presente sociedad pueda una mujer tener el grado de libertad que anhelamos, pero sí que en nuestra futura y próxima sociedad, donde nada faltará a nadie, donde nadie padecerá hambre ni miseria, allí sí que querremos el amor libre completamente. Es decir que la unión termine cuando termine el amor, y que si yo, porque la gana me da, no quiero estar sujeta a ningún hombre, no se me desprecie, porque cumpliendo y satisfaciendo la ley natural y un deseo propio tenga un amante y críe dos, cuatro o los hijos que quiera.

En la sociedad presente no lo hago, porque como yo no quiero ser la fregona de ningún hombre y no siendo suficiente mi salario para mantenerme a mí, menos a mis hijos, pues yo creo que si los tuviera, me vería obligada por huir de ser la hembra de uno o ser la de diez más.

Por otra parte, no creáis que la crítica me importe; yo no soy de aquellas que tienen la desvergüenza de querer tener vergüenza.

Es por eso que yo no pienso jamás enlazarme con nadie, ni tampoco (si llega el caso), ahogar en mis entrañas para conservar la negra honrilla al fruto de mi amor o momentánea unión; quede eso para «la distinguida» niña fulanita que va (en tiempo de invierno) a reponer su apreciable salud a la estancia de tal o cual, y que a los pocos meses ¡oh prodigio! vuelve sana y desembarazada de la pícara enfermedad que la aquejaba.

Es por esto, queridas compañeras, que yo digo y pienso que a los falsos anarquistas que critican la iniciativa vuestra de proclamar el amor libre, quisiera tenerlos a mi lado para cuando, desgarradas las entrañas, estuviera próximo mi postrer aliento, para escupirles al rostro, envuelta en una baba sanguinolenta, esta frase: ¡MARICAS!

Sea lo que quiera.

Adelante con «La Voz de la Mujer» y con el amor libre.

¡Viva la Anarquía!