Pepita Gherra

 

Siluetas

 


Publicado: En La Voz de la Mujer Nº 7, 18 de octubre de 1896, Buenos Aires.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, febrero 2020.
Fuente de la edición: Pepita Gherra, "¡Jirones!...", en La Voz de la Mujer Nº 7, 18 de octubre de 1896; facsímil en nuestros archivos.
Transcripción y HTML: Por Juan Fajardo, para marxists.org, febrero 2020.


 

 

 

¡Se trata ni más ni menos que de mi unión! ¿Queréis saber con quién? Escuchad pues.

 

Altivo, sin pedantería ridícula, cariñoso y noble en su proceder, desprendido y generoso, cuanto sus medios de vida se lo permitan, pero sin vanidad ni hipocresía; franco, sin exageraciones, es celoso defensor de su dignidad de persona, de su libre albedrío e independiente individualidad, así como también de la de sus camaradas y compañeros a quienes ama sin interés, ni egoísmo alguno.

Sencillo en sus modales, y en su conversación, que siempre se os hace agradable y atrayente, es decir, simpática, por sus ideas de fraternidad, de paz, amor y de progreso social, y por la noble y leal franqueza con que os las explica y da a conocer; siente vuestros males y dolores casi tanto como vosotros mismos; compasivo y amante de la humanidad, le oiréis fustigar sin piedad y con fogosa vehemencia la causa de los males que afligen a la humanidad.

Su corazón ardiente y generoso pal-pita al unísono del de todos los que sufren y lloran, pero a él pocas veces le veréis abatido o lloroso, porque su corazón sereno y fuerte, forjado en el yunque del dolor, y los padecimientos físico-intelectuales, se aviene más con la lucha que con el lamento, esto es tratándose de sí propio. Por eso habrés oído decir de él que es sanguinario, cruel, lo cual es mentira. Él es altivo y rebelde, sí, pero no cruel ni despiadado.

Él no sabe rogar ni implorar, por eso cuando se siente herido se rebela y subleva, repele con violentos estallidos de cólera la agresión de que se lo hizo víctima. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Si os pegan no defenderéis acaso?

Sintiendo como siente los dolores ajenos tanto como los propios, jamás dejará de aliviar los primeros si sus fuerzas se lo permiten, sin que por ello se crea con derecho a agradecimiento alguno ni tampoco más digno que antes de vuestra amistad o aprecio; por-que dice que ayudar al caído es una necesidad de todos los corazones no corruptos.

Téngase entendido que esta ayuda mutua no es caridad en forma de socorro, pues la caridad la practican aquellos a quienes sobran medios de vida y esto es humillante para el que la recibe y es una ruindad por parte de quien la hace.

Compasivo y tierno, su corazón no guarda rencor para los que por ignorancia o [los que of]enden o desprecian; pero es implacable para con sus eternos e irreconciliables enemigos, que lo son los de la clase parásita y opresora, para los cuales no tiene piedad ni compasión, por reconocer que son ellos quienes lo obligan a una vida de dolor y miseria, haciéndole por esta causa estar en perpetua lucha y declarada guerra; lucha y guerra sin tregua ni cuartel, en la que ellos emplean todos los medios, desde el más infame al más horroroso, entre ellos la cárcel, la falsía, el error y la mentira, los cañones y el patíbulo, ante cuyas amenazas y golpes él, lejos de amedrentarse o rendirse, continúa firme y sereno, dando de vez en cuando formidables golpes a su contrario.

Un día yo le pregunté por qué siendo tan cariñoso, tan compasivo y noblemente tierno propagaba la destrucción y desplome de ciertas clases sociales.

¡No ves -me dijo- que son ellos los que me obligan a ello?

Mi corazón no aspira más que odio, doquier que voy hay injusticias, hay dolores y miserias, por doquier llanto y duelo, infamias y vilezas, ¡qué quieres que haga pues?

¡Oh -prosiguió con dolorida vehemencia- mi ardiente corazón no puede tanto, es preciso pues que yo luche, que me revuelva airado contra los causantes de tanta y tanta iniquidad, no hacerlo así sería ser cómplice de esas infamias!

No ataca jamás ni critica los efectos, sin antes haber analizado las causas.

Modesto y sencillo, jamás en su pe-cho tiene cabida el orgullo ni la estúpida vanidad, y lo mismo le veis subir a una silla o banco para desde allí manifestar a sus compañeros sus opiniones o bien con frases de ardiente vehemencia, anatematizar y fustigar sin piedad los perjuicios y ruindades socia-les, que bajarse de una tribuna y perderse entre sus compañeros, sin vanidad, sin orgullo, sin afectada modestia.

El aplauso de los que lo oyen ni lo seduce ni halagan, y por el contrario, dice que esos aplausos no son para él, sino para sus ideas, porque éstas son las mismas de los que lo oyen, los cuales al aplaudirle sólo lo hacen para manifestarle su conformidad, pero ja-más para mostrarle admiración. Dice, y con razón, que no hay lugar por elevado y honroso que sea, en el cual él no deba estar, pues se cree tan digno y con tanto derecho como el que más, sin pensar por esto que nadie sea menos que él, es decir, considera perfectamente iguales en derechos y necesidades a toda la raza humana.

En su persona es cuidadoso y limpio, tanto cuanto sus medios y ocupación se lo permitan.

Su porte es sumamente sencillo, demostrando casi siempre pobreza, pero jamás veréis en su persona los signos exteriores de la dejadez, pereza o haraganería. Amante de la higiene, hace para conservarla verdaderos sacrificios y la falta de ella en su persona u hogar es una de las razones que invoca, cuando os propaga sus ideales, diciendo que una sociedad que no le permite la satisfacción de esta necesidad y muchas otras, tales como la lectura, a que es sumamente afecto, es una mala y criminal sociedad, pues tiende a perpetuar la ignorancia y el embrutecimiento de los pueblos.

No creáis por esto que él desprecie o considere en menos al ignorante o al que no es limpio en su persona, no, él sabe perfectamente que por regla general es sucio quien no puede ser limpio o quien desconoce las ventajas de la higiene, y que quien desconoce esas ventajas y necesidades es un ignorante, y ¿quién quiere ser ignorante?, ¿quién desea serlo?, ¿quién tiene la culpa, quién es causa de la ignorancia y miseria del pueblo trabajador?

¡La clase exploradora, esa clase que él odia y detesta con todo corazón!

Por otra parte nunca lo veréis ador-nado con prendas ridículas ni aparatosas, ni llevar en sus dedos dijes más o menos relucientes, y por el contrario, es enemigo de la ostentación y de un lujo que, según él, es criminal, pues es tener ruin corazón el arrojar a la calle lo que otros necesitan.

Sumamente afecto a la lectura, analiza mucho todo cuanto lee, sin que jamás se deje sorprender por pomposas promesas ni mentidas descripciones.

En extremo afecto a la discusión, se expresa en ella con suma sencillez no fingida, aun cuando sí con entusiasmo y calor, pero sobre todo con franqueza.

Raras veces sus discusiones degeneran en disputas, dándose el caso en que a pesar de tener de su parte la fuerza y la razón, desdeñe las insinuaciones de una lucha a que se lo provoca y que él considera estúpida e improcedente, excepto de tratarse de uno de sus irreconciliables enemigos, pues en tal caso no vacilará en aceptar y hasta en atacar, pues sabe que éstos, por el contrario de los obreros, discuten y ultrajan por mala fe, por egoísmo y por maldad.

"Es más enemigo suyo quien es más autoritario."

Luchador infatigable y decidido, es un propagandista activísimo de sus teorías, ya sea por la palabra o por la pluma, no desperdiciando ocasión que se le presente, ya en el taller, ya en el hogar.

Explica sus ideas con cuanta claridad se lo permiten sus conocimientos, poco profundos, pero bastante extensos si se tiene en cuenta la mala y poca educación recibida.

Cuando propaga sus ideales, lo hace con franqueza y lealtad, pero sin ultrajar ni insultar, pues considera mucho el medio ambiente en que se vive, pero no creáis que por esto oculta o mistifica sus ideas, no, las presenta tal cual son, de progreso, de paz y de amor e igualdad, explicando las causas que producen los violentos estallidos de su cólera justiciera.

Nada le importa el concepto en que sus enemigos o los inconscientes le puedan tener, pues no acata ni reconoce más juez que su severa razón y corazón, franco altivo y leal. Esto es en su faz exterior.

 

*    *    *

 

En el hogar es sumamente tierno y cariñoso para con los niños y la mujer, no por creerse su protector sino simplemente por cariño.

Ama y trata con dulzura a su esposa, a quien llama "compañera", frase cuyo significado dice por sí solo que en su hogar hay un amor dulce y sereno, puro y constante afecto, que códigos, leyes, curias ni registros no pueden dar jamás.

Si halla faltas en su compañera se las hace notar con dulzura, tratando de evitarlas y combatirlas con ejemplos y cariñosos consejos, sin hacer valer una autoridad, preponderancia o superioridad que él niega tener, y si se diera el caso poco probable de que ella no atendiera o no fuera posible, ya por cierta clase de carácter, o bien por temperamento, a sus consejos, él se se-parada de ella, pero nunca la ultraja-ría ni de hecho ni de palabra.

Claro es que a su lado su compañera goza de toda cuanta libertad puede gozarse en esta sociedad y es suficiente que ella demuestre deseo de separarse de él para que sin otra ceremonia lo hagan, quedando tan amigos como antes de unirse, y no sería de extrañar que después de una separación más o menos larga, volvieran a unirse.

En sociedad, en la calle, jamás fastidia a sus compañeros con cuentos ni botaratadas insulsas, ni con groserías tontas ni cargosas, siendo por lo general serio y formal en su conversación.

En sus relaciones de amistad con las compañeras de sus camaradas, o con las hijas de los mismos, nunca las molestará con arrumiacas ni dicharachos, pues él considera (y tal creo yo también) que las mujeres no necesitamos almibarados y tontos galanteos, pues teniendo como tenemos cerebro y corazón, bien podemos hacer lo que hacen los hombres, que ciertamente no aguardan para sentir amor y pensar, a que nosotras les arrastremos el ala, y en cuanto a la diferencia de sexo, la considera un simple detalle, necesario a la perpetuación y mejora-miento de las razas humanas.

Tal es, mis queridos amigos, el compañero que sin necesidad de terceros, he elegido, sin otra ceremonia que el mutuo consentimiento, sellado por un ósculo de cariñoso y puro afecto, que él ha impreso con amorosa e infinita ternura en mi marchita y pálida frente.

Vosotras lo conocéis, ¿sabéis quién es?

¡El Anarquista!

Decidme ahora, obreras y obreros todos, ¿creéis que yo sea una mala mujer por unirme así, sin curas ni jueces, con un hombre como el que acabo de describiros?

¿Creéis que merezco que arrojéis lodo a mi frente porque confiada y cariñosa todo lo arrastro por el cariño y felicidad del que amo y me ama?

¿Cuál es la cosa mejor de la existencia?

Amar, ¿verdad? Y ¿qué es mejor, amar por deber, por obligación o por simpatía y atracción?

PEPITA GHERRA