Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: info@oceanbooks.com.au o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au

 

 

 

…paréntesis amoroso

 

En realidad escapa a la intención de estas notas narrar los días de Miramar donde Comeback encontró un nuevo hogar, hacia uno de cuyos integrantes era dirigido el intencionado nombre y el viaje quedó girando en un remanso, indeciso, supeditándolo todo a la palabra que consintiera y amarrara.

Alberto veía el peligro y ya se imaginaba solitario por los caminos de América, pero no levantaba la voz. La puja era entre ella y yo. Por un momento resonaron en mis oídos los versos de Otero Silva, al irme, creía, victorioso: 

Yo escuchaba chapotear en el barro
Los pies descalzos
Y presentía los rostros anochecidos de hambre.
Mi corazón fue un péndulo entre ella y la calle.
Y no sé con qué fuerza me libré de sus ojos
Me zafé de sus brazos.
Ella quedó nublando de lágrimas su angustia
Tras de la lluvia y el cristal
Pero incapaz para gritarme: ¡Espérame,
Yo me marcho contigo!

Después dudé que la astilla tenga derecho a decir: vencí, cuando la resaca la arroja a la playa donde ella quería llegar, pero eso fue después. Después no interesa al presente. Los dos días programados se estiraron como goma hasta hacerse ocho, y con el sabor agridulce de la despedida mezclándose a mi inveterada halitosis me sentí llevar definitivamente por aires de aventuras hacia mundos que se me antojaban más extraños de lo que fueron, con situaciones que imaginaba mucho más normales de lo que resultaron.

Recuerdo un día en que el amigo mar decidió salir en mi defensa y sacarme del limbo en que cursaba. La playa estaba solitaria y un viento frío soplaba hacia la tierra. Mi cabeza estaba en el regazo que me sujetaba a esas tierras. Todo el universo flotaba rítmico obedeciendo los impulsos de mi voz interior; mi cabeza era mecida por todo lo circundante. De pronto, un soplo más potente trajo distinta la voz del mar: levanté la cabeza sobresaltado, no era nada, sólo una falsa alarma; apoyé de nuevo mis sueños en el regazo acariciador cuando volvía a oír de nuevo la advertencia del mar. Su enorme disritmia martilleaba mi castillo y amenazaba su imponente serenidad. Sentimos frío y nos fuimos tierra adentro huyendo de la presencia turbadora que se negaba a dejarme. Sobre una corta porción de playa, el mar caracoleaba indiferente a su ley sempiterna y de allí nacía la nota turbadora, el aviso indignado. Pero un hombre enamorado (Alberto aplica un adjetivo más suculento y menos literario), no está en condiciones de escuchar llamados de esta naturaleza; en el enorme vientre del Buick siguió construyéndose mi universo basado en un lado burgués.

El punto uno del decálogo del buen raidista dice así:

1) Un raid tiene dos puntas. El punto donde se empieza y el punto donde se acaba; si tu intención es hacer coincidir el segundo punto teórico con el real no repares en los medios (como el raid es un espacio virtual que acaba donde acaba, hay tantos medios como posibilidades de que se termine, es decir, los medios son infinitos).

Yo me acordaba de la recomendación de Alberto: “la pulsera o no sos quien sos”.

Sus manos se perdían en el hueco de las mías.

—Chichina, esta pulsera… ¿si me acompañara en todo el viaje como un guía y un recuerdo?

¡Pobre! Yo sé que no pesó el oro, pese a lo que digan: sus dedos trataban de palpar el cariño que me llevara a reclamar los kilates que reclamaba. Eso, al menos, pienso honestamente yo. Alberto dice (con cierta picardía, me parece), que no se necesita tener dedos muy sensibles para palpar la densidad 29 de mi cariño.

 


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