Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: info@oceanbooks.com.au o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au

 

 

 

los expertos

 

La hospitalidad chilena, no me canso de repetirlo, es una de las cosas que hace más agradable un paseo por la tierra vecina. Y nosotros gozábamos de ella con toda la plenitud de nuestros recursos “característicos”. Me desperezaba lentamente entre las cobijas, aquilatando el valor de una buena cama y sopesando el contenido calórico de la comida de la noche anterior. Pasé revista a los últimos acontecimientos, a la falaz pinchadura de la Poderosa II que nos dejara, lloviendo, en el medio del camino, a la generosa ayuda de Raúl, el dueño de la cama en que dormíamos, y a la entrevista periodística en el Austral de Temuco. Raúl era un estudiante de veterinaria, no extremadamente aplicado al parecer, y el dueño de una camioneta en la que había alzado a la pobre moto y en la que nos había traído hasta este tranquilo pueblo del centro de Chile. En rigor de verdad, hubo un momento en que nuestro amigo hubiera deseado no habernos conocido nunca, ya que constituíamos un feo grano para su reposo, pero él solito se había cavado la sepultura con sus bravatas sobre la plata que gastaba en mujeres, a la que se agregó una invitación directa para ir a visitar un “cabaret” y pasar la noche allí; todo por cuenta de él, como es natural. Ese fue el motivo por el que prolongamos nuestra estada en la tierra de Pablo Neruda, tras de un animado debate en que se arguyó largo y tendido. Pero, por supuesto, al final hubo el esperado inconveniente que obligó a postergar la visita a tan interesante lugar de distracción y, en compensación, ligamos catre y comida. A la una de la mañana habíamos caído lo más orondos a devorar todo lo que había en la mesa, que era bastante y algo más que trajeron después, y a apropiarnos de la cama de nuestro invitante, ya que estaban levantando la casa porque al padre lo trasladaban a Santiago, y no había casi muebles en ella.

Alberto, imperturbable, desafiaba al sol de la mañana a que turbara su sueño de piedra, mientras yo empezaba a vestirme lentamente, tarea que en nosotros no era de una dificultad extrema porque la diferencia entre la vestimenta de cama y la del día la hacían, en general, los zapatos. El diario mostraba toda su plenitud de papel, tan en contraste con nuestros pobres y raquíticos matutinos, pero a mi no me interesaba sino una noticia local que encontré con letras bastante grandes en la segunda sección:

DOS EXPERTOS ARGENTINOS EN LEPROLOGÍA RECORREN SUDAMÉRICA EN MOTOCICLETA

Y después, con letra más chica:

Están en Temuco y desean visitar Rapa-nui.

Allí estaba la condensación de nuestra audacia. Nosotros, los expertos, los hombres claves de la leprología americana, con tres mil enfermos tratados y una vastísima experiencia, conocedores de los centros más importantes del continente e investigadores de las condiciones sanitarias del mismo, nos dignábamos hacer una visita al pueblito pintoresco y tristón que nos acogía ahora. Suponíamos que ellos sabrían valorar en todo su alcance la deferencia que para el pueblo tuvimos, pero supusimos poco. Pronto toda la familia estaba reunida en torno al artículo y todos los demás temas del diario eran objeto de un olímpico desprecio. Y así, rodeados de la admiración de todos nos despedimos de ellos, de esa gente de la cual no conservamos ni el recuerdo del apellido.

Habíamos pedido permiso para dejar la moto en el garaje de un señor que vivía en las afueras y allí nos dirigimos encontrándonos con que ya no éramos un par de vagos más o menos simpáticos con una moto a la rastra, no; éramos LOS EXPERTOS, y como a tales se nos trataba. Todo el día pusimos en arreglar y acondicionar la máquina y a cada rato la morocha mucama se acercaba a traer algún regalito comestible. A las cinco, luego de un opíparo “once”, con que nos invitara el dueño de casa, nos despedimos de Temuco saliendo con rumbo norte.

 


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