Archivo Javier Heraud: Habla el padre, Dr. Jorge Heraud

 

 

Archivo Javier Heraud

 

Habla el padre, Dr. Jorge Heraud

 


Fuente del texto: Antonio Cisneros, "Habla el padre", El Caballo Rojo (suplemento dominical de El Diario de Marka), Año 1, Núm. 1 (Lima, 18 mayo 1980), pág. 7.


 

 
 
 

El doctor Jorge Heraud es uno de los casos más dolientes y hermosos de fidelidad a la memoria de un hijo. Hace 17 años que cultiva este acto de amor y de combate. Siempre presente —y a veces con riesgos— adonde se honre el recuerdo de Javier. Siempre orgulloso. "Aunque me he dado cuenta que algunos aprovechan el nombre de mi hijo para crecer a su sombra. Yo hago todo lo posible para relevar la figura de Javier”. En esta conversación melancólica y franca, nombra por vez primera a los cinco asesinos del poeta.

Los amigos de Javier eran ustedes y también unos que yo no conocía. En los días previos al viaje a Cuba, por ejemplo, andaba mucho con el joven R. Yo creo que él lo inducía a la beligerancia, aunque después su conducta fue la negación de la conducta consecuente de Javier.

Y vino el viaje a Cuba. Traté de disuadirlo porque tuve la certeza de que no lo iba a ver más. Nunca más. Es verdad que anteriormente había viajado a Europa, con motivo del Foro de Juventudes de Moscú. Entonces no tuve esa sensación, pero también me opuse. Temía los actos de violencia. Era una época muy violenta. Era los tiempos de Hugo Blanco y las guerrillas en todo el continente.

Poco antes del viaje a Cuba tuvo lugar el incidente de la plazuela de San Francisco. Con el pretexto de una misa, los exiliados cubanos hacían propaganda política. Los jóvenes se opusieron violentamente. Javier fue un protagonista principal. Esa vez, Arturo Corcuera cayó preso. La violencia. Ese era mi temor. Yo, como padre, quería preservar a mi hijo.

Cuando estuvo en Cuba, en su correspondencia hablaba de sus estudios de cine. Pero yo sentía otra cosa. Podía leer, entre Iíneas que se preparaba para algo especial, efectivo. Una vez, un año antes, conversando con amigos en el Zela, Javier dijo "Voy a ofrendar mi vida por la patria, por los desamparados, por los humiIdes ". Un caballero conocido que lo oyó desde otra mesa, me llamó alarmado al estudio. Preocupado por estas inquietudes de mi hijo, hablé con mi hermano Luis. Javier le tenía mucho afecto y respeto. Lo sugerí a mi hermano que lo disuadiese. "Tío, ya no es tiempo de discursos y palabrería. Ya es tiempo que la juventud actúe para cambiar al Perú", fue su respuesta.

Lo último que me envió desde Cuba fue una postal, muy cariñosa, en el mes de enero. Después no supe nada de cl. Hasta el 16 de mayo de 1963. Cuando leí en “La Prensa” la noticia de su muerte. La noticia nos fulminó. Toda la familia estuvo conmigo. “La Prensa” público su foto de perfil y de frente. Eran las fotos de su libreta militar. Lo que me hizo pensar de la vinculación del periódico con las autoridades militares. Parecía un individuo fichado. Daban una idea de prontuario. Se le presentaba como un disociador, un asesino. Yo envié una carta a "La Prensa". No podía permitir que deformaran los hechos. Inclusive el día 23, la Junta Militar de entonces público un comunicado donde vinculaba a Javier con una banda de asesinos. Ante mi dolor y mi protesta Pedro Beltrán se sintió mal. Vino a darnos el pésame. Aunque acompañado de una camioneta con fotógrafos. Al entrar en la sala, vio el luto de mi familia y de innumerables jóvenes y gente humilde.

Ya no supo qué hacer.

Entonces los diarios cambiaron de actitud. Ya Javier no era miembro de una banda de anarquistas. Sin embargo, el respeto que mostraban por él y mi familia tenía una nueva distorsión. Lo presentaban como un joven iluso, engañado. Eso es más que falso. Javier tomo el camino exacto porque sintió la miseria exactamente. Yo no soy conservador. Siempre tuve ideas progresistas. Así pasé de respetar sus ideas a asumirlas. Mi hijo era consciente, culto y trabajador.

Vivaz, vital y alegre. Como podía ser algún iluso.

Los guerrilleros vinieron en tres grupos. El de Javier era a través de Bolivia hacia Madre de Dios. Sin embargo habían sido delatados.

Ya en marzo del 63 marchó a la zona un destacamento especial de la policía. Llamado por la policía boliviana. No tuvieron ninguna oportunidad. Los esperaban. En realidad, Javier y su compañero Alain Elías fueron cercados por el ejército y la policía, pero abaleados por algunos civiles. Los llamados principales de la población local. En mis viajes a Puerto Maldonado, en mis diversas averiguaciones han sido señalados. Siempre los mismos. Y los voy a nombrar. El 14 de mayo, Mallea Benavente azuzó los ribereños. Era entonces candidato por el Apra y estaba en campaña. Los otros cuatro fueron: el abogado Sotelo, Bardini también abogado, Ugarriza, el agricultor Pérez Troncoso, Troncoso su tío y administrador de la aduana. Este fue el que disparo la bala asesina. Son los cinco que señalo y señala la población. Las balas no fueron militares. Si no explosivas, para bestias, para caza mayor.

Al día siguiente viajé a Puerto Maldonado. Le pedí al médico legista, un español, Del Río, que exhumaran el cadáver. Él me dijo que no tenía inconveniente, pero tampoco me lo recomendaba. “Vea, yo encontré el cadáver de su hijo tres horas después y ya estaba descomponiéndose bajo el color. Los inmensos boquetes abiertos por las balas explosivas estaban repletos de moscas”. Ya no insistí.

Los persiguieron como a fieras desde el día 14. El motor de energía eléctrica de la ciudad funcionaba sólo hasta las once. Esa noche no lo apagaron. El cerco culmino el día 15 a la una y media de la tarde. Javier murió, Alain Elías quedó malherido. Fueron acribillados inermes y sin armas en medio del río. Algunos ribereños se habían instalado delante de sus casas. Almorzaban durante la cacería. (A.C.)