Heinrich Laufenberg

 

La Revolución de Hamburgo

 

 


Fecha original de publicación: 1919.
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez, para marxists.org, 2019.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marxists.org, mayo 2019.


 

 

Prefacio

 

Este pequeño libro le debe su existencia al comité editorial del Archivo de Ciencias Sociales y Legislación Social, quien me invitó a exponer el rol e importancia del sistema consejista. Me he restringido a mí mismo a contar una bitácora histórica, basada en los procedimientos y políticas del consejo de Hamburgo y, dado su interés general, he publicado este trabajo sin ninguna modificación substancial para así hacerlo más accesible a un público más amplio.

Lo narración siguiente incluye las partes del evento en cuestión en que yo personalmente participé. Los eventos comprendidos entre los días 6 y 11 de noviembre, por lo tanto, no están registrados aquí. El levantamiento de los marinos kieleses solamente adquirió importancia después de la rebelión del 6 de noviembre en Hamburgo, lo cual solamente fue posible gracias a que, a las masivas demostraciones pacifistas, organizadas por el Partido Socialdemócrata Independiente en los campos Heiligengeist, se les unió la insurrección de tropas revolucionarias bajo el mando de oficiales izquierdistas. El hecho de que el poderío militar se derrumbara completamente en la novena división, única formación castrense capaz de evitar un levantamiento generalizado, fue la señal de revolución dentro de Alemania. Dado que me no tengo una documentación más detallista, estos eventos, que ocurrieron bajo el liderazgo de las facciones de extrema izquierda, solamente pueden ser explicados en su significancia completa por los participantes mismos. Mi camarada Wolffheim, quien jugó un rol importante dentro del levantamiento revolucionario y su anticipada preparación, también tendrá sus propias opiniones sobre el asunto.

H. Laufenberg
Hamburgo-Altrahlstedt, 26 de Julio, 1919.

 

 

 

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El movimiento consejista, el cual dentro de Alemania y en otros lugares con ideas revolucionarias, no ha sido apreciado en toda su amplitud, ni tampoco ha concluido en su desarrollo. El movimiento consejista está ubicado en el corazón de las luchas partidarias, y es, simultáneamente, la meta y el medio dentro de estas peleas. Encarados por la actual imposibilidad de subordinar este vasto proceso histórico que es la revolución en Hamburgo al juzgamiento crítico, solamente se nos abre una puerta para poder orientarnos política y científicamente: la descripción de eventos históricos, particularmente locaciones importantes, y la exposición de las posturas originales que se distinguieron de las permutaciones de la práctica política. Dada la importancia de la región urbana del Bajo Elba para toda Alemania, la delineación de experiencias y peculiaridades del sistema de consejos en Hamburgo, Altona y sus alrededores nos permitirá sacar una serie de conclusiones concernientes al rumbo general de eventos y estructuras básicas del sistema consejista alemán.

Unos cuantos días después de la victoria de la revuelta de marineros en Kiel, el movimiento revolucionario se extendió a Hamburgo, dando la señal de revolución para el resto de Alemania. La lucha en la región misma fue breve. Mientras que el ejército se retiraba de una manera poco gloriosa de la ciudad, un Consejo Provisional de Trabajadores y Soldados se formó, el cual distribuyó un manifiesto a la población el 7 de noviembre. El mensaje empezó con la declaración de que la captura de la mayor parte del poder político por parte del Consejo Provisional había sido realizada, y luego continuó con el anuncio de la necesidad del mayor nivel de unidad por parte de la izquierda para poder cumplir “las grandes tareas del futuro”. Una serie de medidas políticas fueron decretadas, como la liberación de todos los prisioneros políticos, la libertad de prensa y opinión, y la abolición de la censura del correo. El anuncio más importante del manifiesto fue la eliminación de la ancestral disciplina militar prusiana y de los viejos, pero excesivamente poderosos, comandos militares; y el reemplazo de estos últimos por los consejos democráticos de soldados. El trato decente de las tropas por sus oficiales, y la libertad personal de los militares fuera de servicio, como órdenes estrictas venidas del Consejo de Soldados, fueron impuestos dentro del ejército. Además, la propiedad privada fue protegida y la seguridad de las líneas de abastecimiento fue garantizada.

Al comienzo de la revolución, una asamblea popular ciudadana se reunió en los campos Heiligengeist y decidió confiscar el viejo periódico de los trabajadores de Hamburgo, “El Eco de Hamburgo”, y, bajo el nuevo nombre de “Bandera Roja”, ponerlo al servicio de la revolución. Pero esta decisión pronto fue anulada. Después de unos cuantos días, el viejo periódico una vez más apareció en los quiscos, junto con la primera edición de “Bandera Roja”, al mismo tiempo en que la toma del poder político no era completada; el cual, más adelante, de una u otra manera volvió a caer en manos de las antiguas autoridades. Gracias a la revolución, el Consejo de Trabajadores y Soldados pudo convertirse en el verdadero gobierno en Hamburgo, a pesar de que siguió permitiendo el funcionamiento del viejo senado.

Se llegó a un acuerdo entre diversos partidos socialistas, el cual consistía en la formación de un Consejo General de Trabajadores con aproximadamente 500 miembros representando las fábricas, y, como brazo ejecutivo de este mismo, de un nuevo Consejo de Trabajadores y Soldados, el cual consistiría de tres delegados, cada uno elegido del Partido Socialdemócrata, los sindicatos, el Partido Socialdemócrata Independiente y el Partido de la Izquierda Radical, respectivamente; así como de 18 representantes de las trabajadores industriales. El presidium de este comité ejecutivo, nombrado como Consejo de los Trabajadores, estaría conformado por un representante de cada partido anteriormente mencionado y ciertas asociaciones sindicales; y tres delegados de los obreros de las fábricas. La elección del presidente de este órgano sería mediante voto popular. Un representante del Partido de la Izquierda Radical, que más tarde se convirtió al grupo comunista, fue elegido; esto, al igual que la composición política en general del comité ejecutivo, fue reflejo del rol interpretado por las facciones comunista y socialdemócrata independiente durante los eventos del 6 de noviembre.

El Comité Ejecutivo del Consejo de Soldados, el cual estaba conformado inicialmente por 15 miembros y luego por 30, constituía un órgano consultivo junto con el Consejo de Trabajadores, esto con la condición de que los problemas militares solamente podían ser abordados por los soldados mismos. Este comité pronto creó una comisión de siete miembros como Comando Central. Durante los primeros días, se vio cierta inestabilidad en el departamento debido al cambiante estado del personal de servicio. Además, la composición de este órgano presentaba una gran variedad de ideologías políticas. Las ideas democrático-burguesas eran compartidas por la mayoría, algunos de sus miembros eran simpatizantes tibios del socialismo, y solo unos cuantos eran convictos izquierdistas; el único tema que les concernía a todos los soldados miembros eran sus tareas militares. Si el Consejo de Trabajadores, con su diversidad de partidos, tenía una base común en la clase trabajadora, tal fundación no existía entre los representantes del Consejo de Soldados. Esto significo que, mientras más clara era la retórica clasista de las políticas del Consejo de Trabajadores, y más distintas opiniones se volvieran evidentes, más soldados del Consejo Militar caerían en la influencia del Consejo de los Trabajadores y sus aliados socialdemócratas-comunistas; esto se volvió más obvio tan pronto como el Consejo empezó a proceder clara y firmemente con respecto al tema de los viejos actores políticos.

Hamburgo es una ciudad-estado. El poder político en este lugar era ejercido por el senado. Junto a él, y delimitado su actividad por sus derechos particulares y prerrogativas, el Bürgerschaft (consejo ciudadano) existía como asamblea legislativa. Si el Consejo de Trabajadores y Soldados quería pasar firmemente sus resoluciones, tenía que desplazar al senado e imponer duramente su poder sobre el Bürgerschaft. Ambas tareas fueron cumplidas mediante el manifiesto publicado el 12 de noviembre. Basándose en el hecho que la revolución había, mediante el establecimiento de una nueva división de poderes, creado una nueva base para una nueva constitución, y por lo tanto una nueva situación legal, el mensaje empezó con la proclamación de que, como el Consejo de Trabajadores y Soldados habían asumido el ejercicio del poder político en el estado de Hamburgo, el senado y el Bürgerschaft ya no eran necesarios; y que la nueva estructura política de la región sería explicada en mayor detalle cuando se funde la tan deseada República Popular Alemana. También se dijo que nuevos órganos legislativos serían creados para que, más adelante, se decida el nuevo carácter de las relaciones inter-estatales. La paz y el orden fueron garantizados, se mencionó que los funcionarios se mantendrían en sus puestos de trabajo y podrían seguir cobrando su sueldo; y se hizo la promesa que la propiedad privada seria siendo protegida.

Los debates que se celebraron en el Consejo antes de la publicación del manifiesto anteriormente mostrado fueron calientes y turbulentos, esto debido que todos los representantes de la socialdemocracia ortodoxa defendían una postura que se oponía profundamente a los nuevos principios revolucionarios expuestos en la declaración. Contra la idea de la dictadura del proletariado, en la cual el manifiesto se basaba, ellos sostenían el “derecho” de la soberanía popular, y propusieron oficialmente el mantenimiento del Bürgerschaft. La moción también llamó al inmediato reconocimiento del sufragio universal, con un voto igual, directo y secreto para las elecciones del Bürgerschaft y demás gobiernos municipales, sobre la base de un sistema proporcional de representación, para todos los ciudadanos adultos de ambos sexos; a que todas las elecciones especiales para las clases privilegiadas sean abolidas, como aquellas que habían sido realizadas hasta ese momento solamente para la nobleza y la clase terrateniente; a que el senado debía ser elegido por el Bürgerschaft para un periodo limitado, y que su composición ya no sería restringida solamente para unas cuantas profesiones; y a la democratización de la administración ciudadana. Además de esto, se propuso que, inmediatamente después de la introducción del nuevo sistema electoral, se celebraran nuevas elecciones para el Bürgerschaft; para así crear rápidamente una nueva constitución y una nueva administración para la ciudad. El Consejo de Trabajadores y Soldados, actuando como si fuese una cuestión de principios, fue más allá de lo originalmente planteado por la facción socialdemócrata, para así expresar, de la manera más inequívoca, el hecho de que el cambio de clase dominante ya había sido efectuado. El manifiesto resultante declaraba que: el senado y el Bürgerschaft ya no existían, y que la tierra de Hamburgo sería en un futuro parte de una República Popular Alemana; pero los líderes del Consejo tenían conocimiento de que, como lo expresaron una vez en el debate, las funciones comunes previamente realizadas por el senado y el Bürgerschaft como instituciones comunitarias aún tenían que ser ejercidas, y que, además, la última palabra sobre el futuro de cada parcela de Hamburgo dependía en el proceder de los eventos de todo el Imperio, pero que, mientras tanto, una declaración concerniente a la naturaleza de la tierra de Hamburgo era necesaria. El Consejo tomo acción en estos dos asuntos poco después, esto como voz indisputable de la completa soberanía regional que había sido entregada a las instituciones de la clase trabajadora; al precisamente asignar tareas particulares, claramente definidas y fundamentalmente distintas de sus anteriores prerrogativas, a las dictadas por los anteriores agentes de poder, el nuevo régimen mostró que era maestra de la situación y del poder en sí. Inclusive durante altas horas de la noche, la proclamación fue entregada a los periódicos, y fue también publicada en diversas paredes de la ciudad.

La primera tarea, por lo tanto, fue la de asegurar el senado. Dado que este anteriormente constituyó el eje del aparato administrativo, cuyas ininterrumpidas funciones eran de gran interés para el Consejo de Trabajadores y Soldados, sobre todo para prevenir futuros problemas con la circulación del dinero, y por consiguiente con el pago de los subsidios familiares y los sueldos de los trabajadores públicos. El Consejo se puso como meta no destruir este aparato, sino de transformar su burocracia en una institución popular, y de asegurar su control político en todos sus aspectos decisivos. La transición a esta nueva situación fue realizada sin ningún percance significativo. En las memorables negociaciones que se dieron, el senado aceptó sin ninguna resistencia la situación existente y declaró su voluntad de cooperar en la base de que esto era necesario por el nuevo estado de la política. El Consejo publicó un decreto asegurando la continuidad de todas las autoridades administrativas y comisiones, las cuales tenían en el pasado la función de juzgar las apelaciones judiciales traídas por el público. Una declaración del manifiesto del 12 de noviembre explicaba que Hamburgo todavía existía como “nación” y ente portador de derechos y obligaciones financieras, hasta que llegue el momento en que se defina a nivel nacional la cuestión sobre la constitución alemana. Para la relación entre Hamburgo y otros estados alemanes, con la sola responsabilidad de cumplir sus obligaciones y proveer de dinero, el departamento de finanzas continuaría laborando en conformidad con las leyes. Cuatro representantes del Consejo de Trabajadores y Soldados fueron incorporados al senado, y uno al departamento de finanzas; el Consejo se reservó a sí mismo el derecho incondicional de vetar cualquier orden legislativa. Esto hizo dejar clara la posición del órgano revolucionario ante el senado, el cual solamente conservaba en esencia su rol como institución municipal.

En paralelo con el inicio de las negociaciones con el senado, también se dieron lugar las conversaciones con representantes de la burguesía industrial, de los comerciantes minoristas, de grandes vendedores y delegados de la cámara de comercio; las cuales llevaron a la creación de un Consejo Económico. Estos delegados de la burguesía también se resignaron a aceptar como hecho consumado el cambio de clase dominante. Renunciado a su propuesta de que el Bürgerschaft debía ser reestablecido con sus antiguas prerrogativas, ellos postularon el establecimiento de un sistema de representación local. Se celebró un debate sobre si era conveniente que el Consejo Municipal incluya a delegados del Consejo de Trabajadores y Soldados, de los consejos de trabajadores de cuello blanco, empleados civiles, profesores y otros profesionales; o si se debía dejar al viejo Bürgerschaft provisionalmente en el cargo. Mientras que los miembros de la socialdemocracia ortodoxa, sin excepción alguna, querían que el Bürgerschaft se mantuviera como antes de la revolución con la sustentación de que este serviría más tarde como fundación para una Asamblea Constituyente, los representantes de la socialdemocracia independiente acordaron que el viejo Bürgerschaft debía ser intervenido, pero se opusieron a que se dieran lugar a elecciones en un futuro cercano, dado a que nadie sabía que iba a pasar en lo que restaba de la semana. Los representantes de la Izquierda Radical, sin embargo, propusieron que al Bürgerschaft se le delegara la misma importancia que al senado. Debido a que por lo menos durante ese periodo de tiempo era imposible eliminar completamente el Bürgerschaft y reemplazarlo por el Consejo General de Trabajadores dadas las repercusiones internacionales, el Consejo, dotado por sus virtudes revolucionarias, tuvo que convocar provisionalmente al viejo Bürgerschaft, dentro del marco y en concordancia con las tareas de representación municipal. El decreto estableció desde el principio que: el derecho universal, igualitario, directo y secreto al voto era requisito para cualquier elección de órgano representativo dentro de la región de Hamburgo. En cualquier situación, el Consejo tenía que convocar a comicios lo más pronto posible. A estas alturas el Consejo tenía la capacidad de determinar la naturaleza de los órganos parlamentarios municipales, y de asignarle claros y determinados derechos y funciones para evitar el traspaso del poder político a organizaciones con filo reaccionario como eran el senado y al Bürgerschaft. El Consejo de Trabajadores y Soldados asintieron a esta propuesta, también estando de acuerdo, sin embargo, con los representantes de la facción socialdemócrata independiente con respecto al tema de la convocatoria de elecciones para una asamblea constituyente municipal. Si bien no estableciendo una fecha exacta, se acordó que se tenían que realizar los comicios lo más rápido posible. En ejercicio de su poder político, el Consejo también se reservó el derecho al veto incondicional sobre las decisiones del Bürgerschaft.

Para asegurar su efectividad, el Consejo tuvo que crear su propio aparato logístico. Excusado está tener que decir que, desde los primeros momentos de su existencia, el Consejo tenía a su disposición una muy bien organizada oficina, además de haber creado un departamento de prensa para difundir sus políticas fuera de Hamburgo, lo cual causó en un primer momento ciertas dificultades debido a que, a pesar de ser un órgano creado por el Consejo de Trabajadores y Soldados, este estaba compuesto en su mayoría por burgueses faltos de criterio que no expresaban adecuadamente la retórica política fijada por el gobierno consejista. Tuvieron que pasar unas cuantas semanas para que la situación se resolviera, esto cuando el Consejo cerró la oficina y creó otra con un staff totalmente renovado. En su primera sesión, el Consejo ya había creado tres comisiones especiales: la de política social, medicina y transportes. A estas pronto se le fueron sumando otras: comités de relaciones exteriores y prensa, abastecimiento de comida, justicia y prisiones, seguridad y policía, salud pública, construcción y vivienda, educación, comercio, manufacturación e industria, finanzas, defensa e indemnizaciones.

Los departamentos más importantes fueron aquellos que tenían que ver con justicia, educación, comercio e industria, políticas sociales y seguridad. El comité judicial tenía el trabajo de resolver problemas con respecto a los edictos del Consejo, o de sus interpretaciones. También tenía que elaborar nuevas normas para el sistema penitenciario y la regulación de la justicia; y, en general, era responsable de cambiar la práctica penalista y de eliminar las leyes reaccionarias. El departamento de seguridad estaba a cargo de adaptar la estructura policial a la nueva situación, así como de crear una base para la liquidación del viejo aparato militar y la introducción de una milicia popular, compuesta esencialmente por miembros de las tres organizaciones socialistas preponderantes. El comité de educación tuvo la misión de transformar el sistema escolar completo, desde los niveles elementales hasta los secundarios, con la meta de establecer un sistema educacional único. El comité de comercio, manufacturación e industria estaba a cargo de la reincorporación de la economía hamburguesa a la producción alemana, y, sobre todo, de hacer reajustes en la industria metalúrgica, especialmente en los astilleros, para la reparación de las vías ferroviarias. El departamento de política social jugó un papel importantísimo para el Consejo. Tuvo que introducir el sistema consejista socialista a las fábricas para prepararlas para su posterior socialización. Además, esta comisión también funcionó como segunda instancia en caso de conflictos entre trabajadores y propietarios. Obviamente no se reemplazó a los tribunales industriales, pero tenía jurisdicción en todos los casos importantes que pudieran establecer un precedente importante para la vida industrial o económica en general, y esto se daba después de escuchar las peticiones de ambas partes; de esta manera todas las relaciones económicas de la fábrica estaban definitivamente en manos de esta institución tan importante como era el Consejo revolucionario. Los resultados obtenidos por este comité se quedaron cortos con los deseados, dado que en ninguna situación se cumplió efectivamente los objetivos iniciales; la culpa recayó mucho en sus propias deficiencias estructurales al igual que en la resistencia de las viejas autoridades y clases propietarias. Problemas similares también se dieron en el comité de comercio, manufacturación e industria en sus intentos de reorganizar la economía de Hamburgo y de reintegrarla a la vida productiva alemana. Por muy difícil que fuera la tarea, esta podría haberse llevado a cabo si es que las autoridades prusianas hubieran puesto algo de su apoyo.

Entre las primeras medidas llevadas a cabo por el Consejo, la implementación de requisitos económicos básicos en la política laboral destacó entre todas. En la segunda sesión del Consejo se proclamaron las ocho horas, con la cláusula de que, si los propietarios, en protesta contra los edictos reivindicadores, cerraban sus negocios, estos podían ser reabiertos por la fuerza. Esta directiva también menciono que, la suma completa de salarios previamente pagados seguiría siendo entregado a los trabajadores en un periodo semanal, inclusive la paga por los días no laborados. A partir de ese momento, el horario de ocho horas, o, cuando esto no fuera factible, como en los casos de las tareas relacionadas al suministro de alimentos y de transportes, la semana laboral de 48 horas, serian establecidos como el máximo tiempo en el que uno podía trabajar formalmente. Los salarios a pagar tenían que tener la misma cantidad de dinero de lo que anteriormente se entregaba por el día regular de trabajo. Consecuentemente, los salarios por hora y las comisiones por mercancía tenían que ser aumentados hasta que alcanzaran el antiguo sueldo laboral, con la obligación de eliminar por completo el trabajo a destajo lo más pronto posible. Con el tiempo, cuando era necesario, se tenía que pagar con una prima extra, la cual tenía que ser estipulada de acuerdo con el caso en particular. Estas reglas tenían que ser vigorosamente obedecidas y llevadas a cabo sin ninguna tardanza significativa. Cualquier infracción tenía que ser severamente castigada, con la provisión de que el negocio ofensor podía ser expropiado por el Consejo de Trabajadores y Soldados. Los edictos de este manifiesto no fueron implementados de manera uniforme, esto debido a que la regulación del trabajo a destajo estaba a cargo de sindicatos poco organizados, y la resolución de quejas estaba bajo la responsabilidad del sobrecargado departamento de políticas sociales. Sin embargo, las reglas establecían que los sueldos por la reducida semana de trabajo tenían que ser “al menos” parecidas a lo anteriormente pagado por semana laboral, y ahora que el salario a destajo tenía que ser “completa y rápidamente” eliminado, demandas del mismo tipo empezaron a ser, naturalmente, solicitadas por las masas obreras. La situación tampoco cambio mucho cuando, algún tiempo después, ciertos aspectos del manifiesto fueron más claramente formulados, para así poder regular la situación en todas aquellas empresas donde la reducción de la jornada laboral no podía ser implementada inmediatamente. La actitud de los trabajadores, sin embargo, aún continuaba siendo fuertemente influenciada por los edictos iniciales.

Ya, entre sus primeros actos, el Consejo había acotado el problema del desempleo, lo cual era de vital importancia dado que el número de desocupados pronto había superado los 70 000, mientras que, todos aquellos que solamente tenían un trabajo a medio tiempo ya sumaban 100,000. El senado y el Bürgerschaft habían previamente, antes de la revolución, decidido crear una oficina de empleos, la cual sería responsable de la colocación de trabajos, ayudar a los soldados dados de baja, y de organizar los beneficios de los desempleados, los cuales consistían en 6 marcos por cada pareja casada sin ningún niño, 1 marco y medio por cada niño de un grupo no mayor de 3, y 4 marcos por cada persona individualmente; lo que al final le costó a la ciudad-estado de Hamburgo un total de tres millones de marcos mensuales. Debido a que esta oficina todavía no había sido establecida, y el Consejo tuvo que encarar al principio de la revolución distintos problemas en diversos frentes, la resolución del tema tuvo que ser pospuesta hasta mediados de diciembre. Esta tardanza conllevó a vastas protestas por parte de los desocupados, pero el Consejo eventualmente logró alcanzar un acuerdo satisfactorio. Se propuso que a los desempleados se les estableciera una comisión permanente, elegida por el desempleado con el mayor derecho representativo y con más profesiones y habilidades, el cual tenía que estar en permanente contacto con el Consejo, con representantes de la oficina del trabajo y sus diversas delegaciones, para así tener un ojo puesto en sus actividades. A pesar de que las cocinas del ejército suplían comida muy barata a los desempleados, y las personas sin trabajo se comprometían cada vez más y más en poner en marcha este servicio público, el Consejo ordenó un incremento en los beneficios de los desempleados: un marco extra por cada persona y dos más por cada pareja. Un intento por parte del senado y la oficina del trabajo para reducir estos incrementos fue vetado por el Consejo. Solamente después se decidió que el subsidio total por cada familia no podía superar los 7 marcos y medios semanales.

Las actividades del gobierno revolucionario, especialmente en el ámbito económico, alentaron la creación de nuevos consejos. Estos últimos fueron conformados por servidores públicos, profesores, policías, bomberos, trabajadores ferroviarios, etc. La demanda, generalmente expresada por aquellos órganos obreros, de ser representados directamente por el Consejo de Trabajadores y Soldados, no fue puesta a consideración debido a que el número de miembros del Comité Ejecutivo y la respectiva proporción de representantes de los partidos y las fábricas ya habían sido pre-acordados; sin embargo, relaciones directas y permanentes fueron establecidas entre los distintos consejos regionales y los comités correspondientes del Consejo de Trabajadores y Soldados, especialmente con el departamento de políticas sociales.

Tan pronto como sus departamentos laborales fueron creados, el Consejo empezó a organizar el control político del aparato administrativo. Este control fue ejercido por medio de la actividad de aquellas instituciones (los comités) mencionadas anteriormente, y por medio de comisarios políticos, quienes fueron asignados en los más importantes departamentos. Sin embargo, como pasaba en el Consejo mismo, había una falta de personal calificado, al igual que interés por parte de los viejos los altos funcionarios, la cual había sido un problema desde el primer día del nuevo régimen y que solamente había estado en aumento desde entonces. El control político absoluto del aparato administrativo solamente podía ser alcanzado al integrarse la socialdemocracia al gobierno y, por lo tanto, dejándolo libre de cualquier impedimento burocrático, y reduciéndolo a sus tareas básicas, ósea, ponerlo en manos de la población misma y basando el sistema municipal en el sistema consejista. Pero estas dificultades presentadas con anterioridad no evitaron que el Consejo purgara de la administración a los elementos más perniciosos por medio de un simple decreto, como en el caso de los altos funcionarios prusianos en los suburbios de Hamburgo, que fueron expulsados de sus puestos de trabajo a pesar de tener protestas pro-gubernamentales respaldándolos en Jutlandia y Berlín. La misma cosa le pasó a un presidente distrital, cuyo trabajo fue controlado y después delegado por un representante del Consejo mismo. Sin embargo, los problemas no fueron ajenos a los aliados del gobierno hamburgués. Los consejos de trabajadores y soldados en ciertas ciudades de la región de Hamburgo habían eliminado sus órganos municipales y, en una ciudad, habían introducido la jornada de seis horas; y en otra habían revisado las tarifas de los sueldos de todos los agentes gubernamentales y trabajadores de collar blanco y habían depuesto a los representantes de los terratenientes. Estos eventos, los cuales habían tomado lugar con el consentimiento de los trabajadores en esas dos ciudades, fueron usados como justificación para trazar la clara delineación de las funciones de los Consejos Obreros, los cuales no solo eran responsables de Hamburgo, sino de Altona, Ottensen, Wandsbeck, y toda el área que rodeaba las cuatro ciudades en territorios fronterizos.

De acuerdo con el decreto resultante, todos los consejos de la Tierra de Hamburgo estaban subordinados al Consejo de Hamburgo, el cual era portador del poder político del estado; y los consejos locales eran instituciones que solo controlaban sus administraciones locales. Se les prohibió involucrarse en actividades administrativas a nivel estatal. En la región que era parte de Prusia, el dominio del Consejo incluyó las organizaciones y las unidades militares, las cuales tenían que mandar delegados a Hamburgo mismo. En estos casos, sin embargo, el Consejo pudo solamente operar como una oficina de control para la administración local, de acuerdo con las reglas establecidas por el gobierno prusiano, y, en principio - la practica actual varió mucho -  no se le autorizó el verse involucrado en actividades administrativas a nivel de país. Los consejos locales en estas áreas correspondientes que acataron el decreto fueron reconocidos por el Consejo de Hamburgo; el cual proveyó de protección y asistencia y, en temas que afectaban a todos como resultado de la interdependencia económica de la región, cooperación. Donde no existían consejos de obreros y soldados, el Consejo de Hamburgo fue autorizado de ejercer el derecho de controlar la administración local a través de comisarios ad hoc.

Las medidas organizacionales y tareas gerenciales que el Consejo tuvo que realizar, obviamente, abarcaron diversos ámbitos. El Consejo Provisional de Trabajadores y Soldados habían formado un comité de abastecimiento alimenticio, del cual su permiso era necesario para la exportación de comida. Hasta entonces, esta regulación había estado en manos de la Oficina de Suministros Bélicos, por lo que, para poder mejorar el sistema de abastecimiento, se demandó que la parte administrativa de esta nueva oficina de abastecimiento se extendiera desde Hamburgo hasta las áreas urbanas y rurales. El Consejo también nombró otro comité de cinco miembros para supervisar en su enteridad el sistema de abastecimiento. Esta junta decidió asumir las funciones de la Oficina de Suministros Bélicos y del consejo municipal de Altona en lo concerniente a sus responsabilidades del abastecimiento, una decisión que, dada la complejidad del aparato de la oficina de Suministros Bélicos de Hamburgo, no pudo haber sido llevada a cabo sin haber perjudicado gravemente la continuidad de la ruta alimenticia, y sin contradecir el edicto de la permanencia temporal de las autoridades hamburguesas en sus puestos de trabajo. El Consejo, al darse cuenta de su error, anuló la decisión. Luego fueron estipulados diversos cambios vitales en la distribución de comida y en la reducción de los precios de los bienes racionados, los cuales no podían ser cambiados sin previa autorización. Acatando los intereses populares, el Consejo repetidas veces intervino en la cuestión de los precios y de las cantidades de los bienes a distribuir.

El hecho de que los granjeros no entregaran las cantidades preestablecidas de comida conllevó a serios problemas. Ya en la primera sesión del Consejo, se había discutido la manera de entablar buenas vías de comunicación entre las zonas urbanas y rurales, al igual que un sistema de colaboración organizada. Para esto se llamó, entre otras cosas, a la formación de consejos campesinos, y se llevó a cabo una extensa campaña propagandística para exacerbar los ánimos los habitantes rurales. Estas propuestas, sin embargo, no se llevaron a voto en las asambleas campesinas y nunca fueron implementadas. Tampoco fueron exitosos los esfuerzos del Consejo por reabrir las pesquerías en alta mar después de presentar una petición al gobierno imperial y a la Comisión de Armisticio.

Un consejo económico fue formado bajo el auspicio del Consejo de Hamburgo y los representantes industriales, bancarios y de firmas exportadoras; cuya misión se enfocó en la estimulación de la reanudación del comercio, especialmente al extranjero. Este esfuerzo colaborativo no probó, sin embargo, ser fructífero; esto generalmente debido a que la divergencia de las opiniones concernientes a la forma en que se debía retomar la producción y la distribución era muy profunda y muy evidente. Mientras que los colaboradores burgueses consideraban las practicas capitalistas muy naturales, el Consejo apuntaba hacia la socialización económica. Consecuentemente, esto llevó a que solamente se realizaran unas cuantas reuniones de este consejo, las cuales al final no tuvieron ningún resultado práctico. El Consejo de Trabajadores y Soldados obviamente no estuvo de acuerdo con la demanda de la parte burguesa del consejo económico de la reducción de los salarios, a pesar de que los sindicatos mostraron buena voluntad en acatar cualquier orden gubernamental. Debido a que toda producción de bienes bajo un sistema socialista es producción hecha en función de los intereses del comprador, el Consejo postuló que los precios al consumidor sean reducidos; y que se dieran los primeros pasos a la reorganización del proceso distributivo. También se propuso que el material almacenado en los astilleros para la construcción de submarinos sea en vez utilizado para la construcción de material rodante para las vías ferroviarias. Al reconocer que la producción es la base de la vida social, se buscó transformar fundamentalmente el papel de la clase trabajadora en la producción; poniendo las fábricas bajo su control, tanto en el ámbito social como técnico. La posibilidad de socializar las panaderías fue debatida. Dado que las doce panaderías más grandes eran capaces de producir suficiente pan para todas las áreas urbanas, la eliminación de las pequeñas y medianas empresas y su posterior transformación en meros centros de distribución habría significado importantes ahorros en recursos industriales y materias primas, los cuales podían haber sido usadas para otras cosas. La posible socialización de la industria pesquera también fue discutida con los representantes de los pescadores; a pesar de que la transferencia del control de la tierra de Hamburgo a los campesinos era un asunto relativamente fácil, tales medidas, tan importantes para la alimentación de una población entera, habrían introducido inevitablemente la política de socialización a los trabajadores en otras áreas económicas. El Consejo también insistió en no ser excluido de las negociaciones entre el consejo económico y el gobierno imperial sobre el tema de la distribución de alimentos. Al final, estos proyectos pronto se volvieron letra muerta debido a que el gobierno berlinés, esposado por sus compromisos políticos con la gran burguesía, no estaba dispuesto a emprender las políticas democratizadoras de la economía. Los desacuerdos dentro del propio Consejo, al mismo, también se estaban volviendo cada vez más agudos.

Por esta serie de razones, el Consejo buscó crear reglas fijas para la consolidación del sistema consejista, a la vez que mantenía el comité económico en una cierta relación de dependencia. Con este fin, se presentó una serie de regulaciones a los diversos órganos legislativos de Hamburgo. Estos decretaban que el consejo económico era una institución creada como consecuencia de la revolución, y que, por lo tanto, tenía que presentar sus propuestas a los departamentos de economía e industria del Consejo de Trabajadores y Soldados, quienes serían los encargados de examinar y aprobar las mociones más convenientes antes de su eventual aplicación. Se ordenó que por cada empresa con más de veinte trabajadores se formara un consejo obrero; las empresas con menos de ese número tenían que unirse con otras para así elegir consejos industriales; y que los obreros informales se tenían que sindicar de acuerdo con su trabajo para elegir consejos industriales. Todos los trabajadores mayores de 16 años, de acuerdo con esta propuesta, tenían el derecho a votar; pero solo los mayores de 20 podían ser candidatos para los cargos políticos y administrativos. Los consejos obreros eran responsables del correcto funcionamiento de la empresa, al igual que de su administración en sus aspectos sociales, técnicos y comerciales; y la regulación, junto con los propietarios; y, en colaboración con las organizaciones sindicales y de trabajadores de cuello blanco, de las condiciones laborales y salariales. Mientras que no se llegara a un acuerdo con los propietarios con respecto a los temas anteriormente expuestos, una apelación tendría que ser mandada al comité de políticas sociales del Consejo de Trabajadores y Soldados, el cual tendría que emitir una resolución con la asistencia de expertos de las dos partes en litigio. En otras palabras: los consejos industriales tenían que ejercer las funciones que les habían sido delegadas por el Consejo de Trabajadores y Soldados, sin tener que ser impedidos ya sea por los propietarios de la fábrica o las viejas autoridades. El Consejo General de Trabajadores estableció reglas dentro de su marco de acción, y el alcance de sus prerrogativas; una resolución que habría permitido, y, de acuerdo con la intención de los autores de la propuesta, tenía que permitir la toma, en cualquier momento y en toda su extensión, de todas las funciones políticas del ejecutivo. Las deliberaciones sobre el tema continuaron, y finalmente, después de un tiempo, cuando el poder del Consejo se disolvió, y ya no se podía implementar ninguna de las propuestas, terminaron.

Los trabajadores en las áreas urbanas naturalmente tomaron ventaja de la revolución para mejorar sus estándares de vida, e intentaron reestablecerlo a sus niveles de la época antes de la guerra. Ayudados en sus esfuerzos por el decreto de las ocho horas y la rápida eliminación del trabajo a destajo, los obreros de los astilleros, los cuales consideraban que la última medida de las dos anteriormente expuestas era de vital importancia, lograron eliminar rápidamente el odioso modo de empleo, el cual, por cierto, quería ser reintroducido por los propietarios. Para obligar a los industriales a pagarles a sus trabajadores cuando estos se iban a las grandes demostraciones de apoyo al gobierno, el Consejo, como ejemplo, cerró la fábrica de un burgués que había querido rebajar el sueldo de los protestantes, arrestó a los accionistas, y confiscó las cuentas bancarias de la empresa correspondiente. El Consejo repetidas veces intervino a favor de los pescadores, para así asegurar los aumentos de sueldo que les habían sido garantizados por el sindicato de marineros y la asociación de propietarios de barcos. En la huelga de plomeros, el Consejo ejerció presión en los empleadores e impuso el reconocimiento de las demandas de los obreros. En resumen, apoyó las demandas de aumento salarial con todo su prestigio moral y político. En las negociaciones con los dueños de los astilleros, el departamento de políticas sociales del Consejo recordó a los propietarios que anteriormente habían sido ellos los que habían utilizado de forma interesada su poder político, y declaro que la clase obrera usaría la misma estrategia sin miedo a nada; se aplicó sus propios principios legales sin preocuparse del prospecto que los grandes capitalistas, quienes nunca se habían preocupado en entender el sentido de justicia de la clase trabajadora, podrían considerar esto como una injusticia. Estas acciones cambiaron profundamente las relaciones de fuerza entre los trabajadores y los propietarios. El departamento de políticas sociales no escatimó en maneras de mantener bajo presión a la burguesía: usó formas antiguas, como la huelga y la mediación de una organización con otra, y aplicó otras nuevas, como los juicios ante el Consejo, órgano de poder político de toda la clase proletaria. Sin tener una posición de poder ejercer una dictadura propiamente dicha, manteniendo simplemente un poder subsidiario en el aparato del estado burgués, el Consejo eliminó largamente, en las polémicas decisivas, los viejos órganos de negociación y lucha, y los transformó en órganos de su política. Más adelante, durante la huelga de transportistas que duró más de una semana, se probó claramente a todo el mundo el importantísimo rol del energético despliegue de poder político para la satisfacción de las demandas de la clase obrera; sin embargo, el Consejo no estaba capacitado para poner fin rápidamente a esta calamidad pública, ni tampoco para cumplir todas las demandas de los trabajadores, o siquiera protegerlos del terrible aumento de los impuestos.

Una de los objetivos más importantes del Consejo fue la regulación de la seguridad pública. Se mandó a las tropas acuarteladas a las ciudades y se ordenó la formación de tropas policiales con algunas de ellas, mientras que los no adecuados para tales responsabilidades fueron asignados como guardias personales u otros puestos menores. Además de tener un pago alimenticio y militar, los soldados recibían una prima de tres marcos diarios, al igual que sus compañeros asignados como policías. El número máximo de estos últimos fue fijado en 24 000 efectivos.  Al principio la situación efectivamente era para consternarse: los altos mandos policiales esperaban sentados en la sala de espera en el Bürgerschaft, frustrados con la tardanza de la emisión de sus nuevas órdenes y de su tan ansiada satisfacción de sus quejas. El orden fue reestablecido por medio de rápidos, pero convenientes, despidos. El reclutamiento para los Cuerpos Libres de Voluntarios (Freikorps) fue prohibido por el Consejo, quien además ordenó la disolución de las milicias de jóvenes.

Mientras que realizaba su política socializadora, el Consejo se había dado cuenta de la necesidad de reestructurar la posición de Hamburgo dentro de Alemania mediante la expansión considerable de su territorio. Completamente rodeada por territorio prusiano, a la región histórica no solo le faltaba espacio para extender su industria y realizar un plan para su reconstrucción, sino que también le faltaba territorio para expandir sus facultades portuarias, esto debido a que los derechos administrativos de controlar los bancos de los ríos eran indispensables para este propósito económico y la ciudad solamente se le había delegado la responsabilidad de regular nada más que el río Elba. La división administrativa de la región entre Hamburgo, Altona y Wandsbeck resultó en políticas cortas y parroquiales en todos los ámbitos importantes, como el mantenimiento de las vías ferroviarias, la construcción de infraestructura, la regulación de los canales y la iluminación; e hizo evidente la naturaleza no rentable del antiguo sistema federal, así como la vasta cantidad de obstáculos que se interponían en el camino de la expansión del “socialismo municipal”. La opinión dominante en el Consejo fue, por lo tanto, que el territorio de Hamburgo tenía que ser expandido. Para la realización de esta noble tarea, era de vital importancia que Alemania deje de ser una federación imperial de estados y se convierta en una república unitaria. Cuando los representantes hamburgueses en la Conferencia de Estados Germánicos en Berlín, la cual tomó lugar a finales de noviembre, expresaron sus deseos “anexionistas”, una turba reaccionaria desató un rugido tremendo, y fue el ministro-presidente prusiano Hirsch el encargado de descartar vehemente cualquier tentativa de “desmembrar” el territorio de Prusia. Los delegados, sin embargo, mantuvieron la firme convicción de que, Hamburgo, pronto y sin grandes dificultades, y con la asistencia de las instituciones imperiales, alcanzaría el indispensable agrandamiento de su territorio; una esperanza que, desgraciadamente, nunca se cumplió.

A principios de diciembre, el Consejo de Hamburgo convocó una asamblea de delegados de todos los consejos municipales de soldados y obreros para así debatir sobre la propuesta de crear una región económica unitaria en el Bajo Elba, con su centro en Hamburgo, la cual tomaría el nombre de “Gran Hamburgo”. Las sospechas de que Hamburgo haría peligrar la unidad del país fueron energéticamente negadas; se manifestó repetidas veces que no se realizarían anexiones forzosas. Si, en ocasiones, en las sesiones del Consejo de Hamburgo, se expresó el deseo de extender el poder del Consejo a Altona y Wandsbeck y de controlar estas ciudades a través de comisarios políticos, estas opiniones no obtuvieron apoyo alguno. Mientras que, en lo concerniente a la cuestión de las fronteras de esta futura región económica, ningún juicio ni propuesta fue expresada en las asambleas. Parecía, sin embargo, que la mayor parte de delegados estaban a favor de incorporar una franja substancial del valle Elba, entre la ciudad-estado y la boca del río, al territorio hamburgués. La conferencia declaró su apoyo a la creación del distrito administrativo del Gran Hamburgo, y delegó al Consejo Municipal de Hamburgo la importante tarea de realizar las acciones necesarias para el establecimiento de este, mediante la cooperación con las autoridades locales y los consejos obreros colindantes. Sea como fuere, el Consejo de Hamburgo tuvo el mérito de dar los primeros pasos para concretar el asunto y preparar las negociaciones con el gobierno imperial. El eclipse posterior de su poder en los últimos días de la Revolución Alemana dejó la continuación de estas negociaciones en manos del senado.

El Consejo tuvo más éxito en el área de educación. Se llevaron diversas propuestas en materia educacional a los profesores, para así resolver la cuestión universitaria y traer a la realidad la tan deseada Universidad Regional de Hamburgo. Pero el proyecto nunca avanzó de los primeros estadios de planeamiento. El Consejo, sin embargo, sí aplicó agresivamente la ley sobre la educación secundaria, con mejoras esenciales, la cual había estado en suspensión desde hace 5 años; y cuya previa implementación había sido pospuesta por la guerra y la falta de maestros. El comité de educación tuvo discusiones con los consejos de maestros acerca de la cuestión de la reorganización de todo el sistema educativo hamburgués para así crear un solo distrito escolar. Se eliminó la instrucción religiosa de todas las escuelas e instituciones públicas y, al llegar el primero de junio de 1919, también se nulificaron todas las leyes y decretos senatoriales concernientes al diezmo parroquial, del cual su gestión fue traspasada a la jurisdicción de las comunidades religiosas mismas. También se hizo más fácil renunciar a la religión; se decretó que era suficiente que los individuos mayores de 14 años escribieran una carta al registro civil declarándose apostatas para así ya no pertenecer a la organización en cuestión.

El Consejo también abordó prontamente la cuestión de vivienda y construcción. Se recomendó que el senado comprara todos los materiales de construcción, y se propuso que se aplicaran medidas especiales para evitar la especulación de la tierra por parte de los terratenientes.

El ejercicio soberano de los derechos del Consejo fue indisputable. El Consejo, ignorando las recomendaciones del senado, redujo la sentencia por homicidio de pena de muerte a cadena perpetua. Al regresar del frente de batalla, era el Consejo, en ejercicio de sus funciones como representante del estado y la revolución, el que recibía a las tropas, mientras que el senado, como representante de la ciudad, los abordaba más tarde. Se decretó que, en los eventos oficiales, las banderas de Hamburgo y de la revolución fueran izadas en vez de los viejos blasones imperiales. Repetidas veces, el órgano revolucionario vetó diversas resoluciones del senado y del Bürgerschaft. Como representante del estado, el Consejo envió a sus delegados a la más reciente Conferencia de Estados Germánicos, organizada por el gobierno imperial a finales de noviembre. En las deliberaciones correspondientes a la delineación de funciones de esta comisión, las divisiones dentro del Consejo se pudieron hacer evidentes, las cuales, al final, fueron las que terminarían de destruir su poder político.

Dado que estaba previsto que la Conferencia de Estados Germánicos discutiría también la cuestión de la asamblea constituyente, un debate se celebró en el Consejo sobre la postura que sus representantes tomarían en las discusiones de la conferencia. Los socialistas del ala derecha rechazaron la posible defensa ideológica de un posible régimen consejista y demandaron que los delegados sostengan que una pronta convocación de la asamblea constituyente era necesaria. Los concejales de Partido Socialdemócrata Independiente apoyaron la proposición hecha por los derechistas, pero sostuvieran que la delegación también intente retrasar lo más que se pueda la deseada convocatoria de la asamblea, argumentando que primero se tenía que esperar a los soldados que retornaban del frente, preparar a las mujeres para los procesos electorales; y de asegurar los logros de la revolución iniciando la socialización de los medios de producción. Un ponente de la socialdemocracia independiente dijo que los días del gobierno consejista estaban contados, y que no sería favorable para el compromiso alcanzando en interés de la revolución por las tres facciones más grandes, si una de estas se declaraba en contra de la asamblea constituyente. El representante del ala comunista, sin embargo, puso énfasis en el hecho de que el poder político había caído en manos de la clase trabajadora, a pesar de que esta última no era capaz de ejercer su dictadura: esto fue prevenido por el hecho de que la mayor parte de la revolución había sido hecha por los soldados, e inclusive con el apoyo de ciertos sectores burgueses. Si se quería continuar la revolución en una manera ordenada y flexible, decía el comunista, y, al mismo tiempo, mantener el poder político de la clase obrera, además de prevenir una agudización de las contradicciones de clase e inclusive una guerra civil, entonces solo había un camino a seguir. Había peligro proveniente de la izquierda y la derecha. De la izquierda debido a que por cada intento de liquidación del sistema consejista y restauración del orden burgués, crecían cada vez más los elementos anarquistas y sindicalistas, y junto con ellos las posibilidades de una insurrección armada. De la derecha porque cada intento de restauración capitalista venía acompañado de un rearme cada vez mayor de la burguesía. Para prevenir que estas dos variables, y la guerra civil, explotaran, era necesario que la totalidad del poder político de la clase obrera se mantenga para asegurar la socialización de la producción; sin embargo, a la burguesía se le debían ofrecer diversas oportunidades de influenciar el curso de los eventos, la manera de la socialización, de acuerdo con su importancia numérica en la sociedad para evitar una indeseable marginalización de una parte del pueblo alemán. La convocatoria de una asamblea constituyente significaría el término del poder obrero: el poder político de la burguesía no sería cuestionado si los trabajadores no entraban en la lucha electoral como una clase unida. Si se quería preservar el poder político de la clase obrera, no se podía, por lo tanto, permitir que la iniciativa de la asamblea constituyente pasara. Sin embargo, se podía ofertar que, junto con el órgano principal de control de la clase trabajadora, el Consejo Central, un parlamento sea creado, elegido por voto popular, el cual, bajo el control del gobierno de los obreros, y con claras y determinadas atribuciones, proporcionaría cierto margen de movimiento para la burguesía, para que así pudieran defender sus intereses en el proceso de socialización. Esta propuesta fue también vetada para ser presentada en la Conferencia de Estados Germánicos, dado que no era posible detallarla y, prácticamente, no tenía apoyo dentro del Consejo. Al contrario, las posiciones de las distintas facciones partidarias se antagonizaban las unas a las otras en una cuestión que no era simplemente un tema de la división entre la clase obrera y la burguesía, sino que giraba en torno a la cuestión del poder, ya que afectaba a la propia clase trabajadora: las estructuras de poder de las viejas organizaciones transformaban la lucha por el liderazgo de clase en una lucha por la posición e identidad de los miembros líderes.

El curso de los eventos en el Imperio, por lo tanto, tuvo consecuencias negativas para el posicionamiento político del Consejo de Hamburgo. Sobre la cuestión de las fundaciones legales del estado, sobre las cuales la reorganización del Imperio tenía que estar basadas, pululaban serias diferencias de opinión entre las dos facciones de izquierda. Cada una tenía su propio acercamiento sobre la asamblea constituyente. El intento de los concejales comunistas de hacer que el Consejo, particularmente su ala izquierda, estableciera una sola línea política no prosperó. Por estas razones, sobre la importante interrogante de las políticas exteriores de Hamburgo, muchos expresaron lo siguiente: en lo concerniente a la política doméstica del Imperio, la influencia que las facciones de izquierda ejercieron sobre el Consejo de Soldados en los ámbitos distintos de la política falló desde el primer momento, y los componentes burgueses del Consejo de Soldados fueron capaces de prevalecer, lo cual conllevó a una situación donde las políticas externas del Consejo de Hamburgo fueron dañadas por lo que pareció ser en un primer momento sus aspectos más rescatables. Por el otro lado, el exclusivo régimen político de la clase obrera era más acentuado en Hamburgo que en otra parte, y muchísimo más que en el gobierno imperial, el cual había insistido desde el primer momento en una coalición con la burguesía. Si el Imperio no seguía a Hamburgo, si la revolución retrocedía en vez de avanzar, las fundaciones de las políticas del Consejo de Hamburgo se disolverían. Y esto es precisamente lo que pasó. Poco tiempo pasó antes de que una fiera lucha explotara entre las facciones del Consejo por el liderazgo y el poder. Como en el Imperio, los líderes socialistas de derecha encabezaron una marcha hacia el pasado.

A pesar de que la política del Consejo intentaba ejercer un control más estricto sobre la administración burguesa, integrando orgánicamente dentro de sí a las oficinas más importantes, el viejo partido, yendo en contra de estos edictos, nombró a cuatro senadores en Altona. En los sindicatos, un vigoroso ataque concerniente a la composición del Consejo fue realizado: se demandó energéticamente la disolución de este último y la convocatoria a comicios inmediatos, lo cual habría puesto en peligro a todo lo logrado previamente, con la obvia intención de neutralizar todas las políticas llevadas a cabo por el Consejo y hacer un giro de 180 grados con respecto a la administración de Hamburgo; un ataque que, coincidentemente, fue llevado a cabo paralelamente cuando se realizaba la primera sesión del Bürgerschaft provisional. Durante este evento, el presidente del poder legislativo declaró que iba a presentar una moción, la cual iba a ser apoyada por todas las facciones políticas representadas en el aparato legislativo, que le otorgaría a Hamburgo una nueva ley electoral, cosa que el Consejo ya había hecho, pero esta vez asignando la creación del edicto al senado y al Bürgerschaft. Esta maniobra fue un intento de estas reaccionarias instituciones de reestablecer su autoridad legislativa, y, por lo tanto, su poder político. El representante del consejo en el senado, durante los debates congresales sobre esta materia, acusó que descaradamente se estaba buscando la confrontación sobre la cuestión del poder. Sin embargo, el viejo partido socialdemócrata siguió presionando el tema; a pesar de que la autoridad del Consejo estaba siendo claramente violada por la moción, los socialdemócratas solo hicieron una pequeña enmienda a esta que básicamente consistía en la tan deseada eliminación del Bürgerschaft como factor político, pero a la vez restituía al Senado en absolutamente todas sus antiguas funciones. La pelea terminó rápidamente en una visible derrota para el Bürgerschaft, y la autoridad del Consejo fue claramente enfatizada cuando, en el podio, el presidente del órgano revolucionario lacónicamente declaró en nombre del Consejo que, como consecuencia de la revolución, el poder político había pasado a las manos del Consejo de Trabajadores y Soldados; que el senado y el Bürgerschaft habían sido cesado como entidades políticas, y en cambio asumirían responsabilidades meramente comunales y administrativas; y que el Consejo había hecho saber claramente que los acuerdos jurisdiccionales establecidos con anterioridad aún seguirían reconocidos y aprobados por el Bürgerschaft, tal como lo había hecho anteriormente el senado.

Mientras tanto, transformaciones fundamentales se estaban dando dentro del Consejo de Soldados. Para establecer paridad con el de los Trabajadores, el grupo había, sin haber consultado con nadie, aumentado su membresía de 15 personas a 30. Esto fue bien visto en los círculos sindicales y socialdemócratas, quienes veían en esta medida una forma de incrementar su influencia dentro del organismo y convertirlo a sus respectivas causas. Se pudo observar claramente cuánto había cambiado la situación cuando el Consejo de Soldados abordó el tema de la milicia popular. El comité responsable de la implementación de esta medida impuso cuatro reglas que dictaban que la milicia estaría conformada por militantes dedicados de los tres grupos políticos mayoritarios: independientemente de las convicciones ideológicas individuales, este batallón no debía ser el instrumento de ninguna facción socialista o de sus políticas. Como organización independiente del servicio de seguridad, al cual tenía que asistir en ciertas circunstancias, sus miembros podían mantener sus armas en sus casas, y podían en principio ser económicamente dependientes de sus trabajos diarios. La milicia era responsabilidad directa del gobierno central, aunque las funciones diarias de comando necesarias para cumplir la tarea especial de la milicia en sí permanencia en manos del gobierno local: esta tarea era la de salvaguardar la revolución. La moción fue descartada debido a la resistencia de los concejales de la socialdemocracia ortodoxa y los líderes del Consejo de Soldados; y a que estos dos grupos lograron posponer el debate y dejar su futuro en manos del renuente comité militar. Esto, por lo tanto, significó la eliminación de la milicia popular, lo cual claramente desembocó en las protestas del ala comunista del Consejo y de los representantes de la socialdemocracia independiente.

Esta era la situación reinante cuando se celebró en Berlín el Primer Congreso de Consejos de Trabajadores y Soldados. El intento de mantener unida a la delegación de Hamburgo como único cuerpo representativo de la región falló; algunos representantes del Consejo de Soldados junto con los de la socialdemocracia ortodoxa se separaron del resto de delegados. Debido a que no había una facción comunista en el Congreso, a que el ala de la izquierda radical no quería unirse con ningún otro grupo de izquierda, y a que esta se tuvo que enfrentar con la obligación de pertenecer a un grupo, regla indirectamente impuesta por el decálogo del Congreso; se formó una facción independiente llamada Unión Revolucionaria de Trabajadores y Soldados, la cual tenía el prometedor número de 24 miembros. La moción presentada al Congreso por el ala comunista, la cual estaba en consonancia con la política del Consejo de Hamburgo, fijó lo siguiente: “El proletario revolucionario, junto con el ejército revolucionario, ha destronado a los viejos poderes. Junto con la victoriosa conclusión del levantamiento, el poder supremo ha caído en manos de los consejos de trabajadores y soldados. Como representante de todos los consejos regionales de trabajadores y soldados de toda Alemania, este congreso toma posesión del poder político y la responsabilidad por ejercerlo. Como portador de la soberanía del imperio, tiene el derecho de controlar, nominar o de deponer cualquier miembro del ejecutivo. El Congreso demanda la inmediata renuncia de los miembros burgueses del gobierno central. Se debe elegir una comisión que presentará propuestas concernientes a la situación de los antiguos miembros del gobierno.” Como resultado del estado legal en que esta moción tenía que estar según las reglas de orden del Congreso, se debatió solo el último día del Congreso, momento en el cual la mayoría de asambleístas ya había votado a favor de la bien conocida y muy diferente moción presentada por Lüdemann, por lo tanto, ignorando y dejando sin efecto la propuesta de los revolucionarios comunistas.

Enfrentado con las divergentes tendencias que al final fueron las que destruyeron al Consejo, el alto mando consejista llamó a la unidad de toda la clase trabajadora, para así asegurar y extender la revolución y sus conquistas sociales. Esta meta no fue obstaculizada por la intentona golpista en contra de la revolución que involucró a varios ex-miembros del Consejo y a su oficina de prensa, diversos editores burgueses, a la oligarquía financiera y ciertos políticos derechistas. Diversos empleados del “Eco de Hamburgo” también estuvieron involucrados, esto se descubrió gracias a sus despreciables confesiones mientras estaban bajo arresto. Los conspiradores dijeron que querían secuestrar a catorce concejales y mantenerlos como rehenes, para así ejecutarlos en caso de retribución por parte de los revolucionarios. Sobre la base de una propuesta previamente preparada por el Consejo, se dictaminó que: para evitar la recuperación política de los elementos reaccionarios, las fuerzas de seguridad debían estar solamente compuestas por dedicados revolucionarios; que todas las tiendas de armas y municiones fueran puestas bajo el exclusivo control de estas leales tropas; y que la comisión de los 7 comandantes del Consejo Supremo de Soldados esté exclusivamente compuesta por determinados cuadros políticos. También se ordenó que los uniformes e insignias de los oficiales fueran también prohibidos, el desarme general de los oficiales, y la completa sumisión de las unidades militares a sus respectivos consejos de soldados. Cabe a mencionar que el Consejo también reglamentó en esta propuesta, a la cual más tarde se le daría el nombre de “Los 7 puntos de Hamburgo”, el hecho de que, si los oficiales querían ser miembros de estos consejos, tenían que ser elegidos por la mayoría de sus destacamentos y tener reputación de convencidos simpatizantes de la revolución. Con el fin de acelerar el proceso de unidad de la izquierda y de proveer más publicidad a las políticas del gobierno socialista, se demandó que, recordando las primeras medidas tomadas por la revolución en la región, el “Eco de Hamburgo” sea puesto al servicio del Consejo. Cuando las tropas hamburguesas extendieron el fallo en contra de las insignias de oficiales a todas las insignias militares, surgió oposición particularmente de entre los rangos no-comisionados inferiores. 

La consigna de la unidad acrecentó la conciencia de los trabajadores de pertenecer a una clase, y los alentó a que bajo ningún pretexto político se prestaran a dañarse los unos a los otros. Esto también ayudó a que los miembros de la socialdemocracia en general (ortodoxa e independiente) moviera sus posiciones más a la izquierda. También debe acotarse que, si este eslogan de la reconciliación de izquierdas no funcionaba, la estructura de la socialdemocracia independiente en particular se podía venir abajo dado que su seno partidario contenía a dos facciones siempre pujantes. En general, sin embargo, las negociaciones concernientes a la organización unitaria, las cuales tomarían lugar en Hamburgo, solamente podían construir un marco básico para el futuro, esto mientras que la dirección general de eventos pudo ser vista en el hecho de que en las fundaciones establecidas para tal unión había un beneficio extraordinario para los comunistas: la revolución había creado nuevas condiciones que habían hecho posible la concertación de todas las masas revolucionarias. En el futuro, las políticas, las tácticas, y la organización de la clase trabajadora tenía que ser orientada dentro del marco establecido por la revolución. El programa de Wurzburgo había perdido todo significado después de la revolución.  El programa de Erfurt debía ser, por lo tanto, el nuevo punto de partida, con sus principios de socialización de los medios de producción y de lucha clasista, y teniendo en cuenta, por supuesto, que, en relación con muchos de sus otros postulados, este programa no era el más perfecto, pero si el más perfectible. Dado que el viejo aparato organizacional no correspondía ni a la meta del desarrollo social, ni al de necesidades tácticas y políticas de la clase obrera, un nuevo programa y una nueva organización eran necesarios, los cuales tenían que estar más preparados para afrontar todos los problemas de la revolución y que pudieran garantizar en un futuro que la voluntad de los militantes organizados no solo sería expresada por el liderazgo, sino que sería realmente la fuerza definitoria de las políticas y tácticas del movimiento.

Pero era precisamente este considerable éxito de la consigna por la unidad de la izquierda el que más exacerbaba las diferencias de opinión entre los líderes consejistas y el que desencadenó, después del Primer Congreso de Consejos, a los ataques en contra del poder de comando ejercido por los consejos de soldados, los representantes del gobierno berlinés, y por consiguiente eliminó las dudas de los sindicatos con respecto a la sinceridad del movimiento en realizar la socialización de la economía. Cuando la situación en Berlín rápidamente se deterioró, delegados revolucionarios de las fábricas de Hamburgo hicieron un llamado a una huelga solidaria, la cual conduciría después a una gran manifestación en contra de los líderes de la derecha socialista y sindical. Estos delegados demandaron la socialización de la economía, especialmente en las grandes fábricas, la garantía del mantenimiento de las 8 horas laborales, y sueldos decentes, al igual que la total eliminación de trabajo a destajo y la especulación en los precios. Una delegación mandada al Consejo trajo noticias: los obreros habían ocupado las oficinas de los sindicatos y las habían cerrado. Se demandó que el Consejo ratificara e implementara las medidas anteriormente expuestas. Para garantizar la seguridad de los edificios y de la propiedad, el presidente del Consejo declaró, en presencia de una pequeña proporción de todos los concejales – esto debido a que la llamada fue de tal urgencia que no todos pudieron asistir rápidamente al pleno – que los deseos de las delegaciones obreras serían provisionalmente satisfechos, y ordenó que todas las medidas necesarias para cumplir con la orden sean utilizadas. De esta manera, las oficinas de los sindicatos fueron cerradas y el Consejo garantizó la seguridad de estas. Esta medida, sin embargo, conllevó a manifestaciones violentas en contra del Consejo. El ala derecha rechazó tajantemente la satisfacción de las demandas, y el Comité de los 7 del Consejo de Soldados decidió expulsar a los huelguistas de las oficinas sindicales con tres batallones de infantería, pero, después de analizar las graves consecuencias de tales actos, decidieron no llevar a cabo sus propias voluntades.

A pesar de los procedimientos tumultuosos, el debate en el Consejo se cristalizó en torno a la cuestión de la relación entre el sistema consejista y los sindicatos. A los socialistas de derecha, quienes insistían en la preservación de las viejas jurisdicciones organizacionales, se les dijo que la revolución no había acabado, y que su efectividad básica residía en la consolidación del sistema consejista. Dado que su corpus teórico se basaba en la organización primaria de las fábricas, las cuales tenían que ser puestas bajo el control de sus trabajadores, el sistema consejista alemán tenía una nueva manera de concebir la construcción de la sociedad, y era al mismo tiempo la culminación de la organización de la clase obrera, ya que abrazaba los aspectos políticos y económicos que revoloteaban alrededor de ella; se expresó que la unidad de clase y denotaba, además, incompatibilidad con la separación organizacional de la política y la economía, aspectos que la clase obrera ya había mezclado dentro de su propia institución revolucionaria para luchar en contra de la sociedad opresora capitalista. En teoría y en praxis, el sistema consejista por lo tanto superó los aparatos sindicales y políticos de la era pre-revolucionaria. La demostración que había tomado lugar durante ese periodo de tiempo, cuyo propósito era el de concientizar a la población sobre las tareas asignadas por el aparato consejista, era, a pesar de las circunstancias que la acompañaban, el principio de una nueva era de lucha en Hamburgo. El Consejo finalmente pasó una resolución que, considerando la ambivalencia de las políticas gubernamentales, demandaba la renuncia del gabinete Ebert-Scheidemann-Noske, llamaba para la consolidación del sistema consejista en las fábricas, y definía al Consejo como el poder máximo en todos los asuntos concernientes a la industria. Para poder traer a la realidad este último punto, un tribunal revolucionario tenía que ser creado. La resolución también proclamaba que, el Consejo era el órgano más alto y supremo de los trabajadores de Hamburgo, al cual los sindicatos tenían que estar subordinados. La exposición detallada de estos principios tenía que ser elaborada por un comité cuya composición fue determinada tiempo después.

Dado que esa misma tarde diversos excesos fueron cometidos en la sede de “El Eco de Hamburgo”, el presidente del Consejo, tomando acción para pacificar a la turba, decretó que el edificio debía ser cerrado, prohibiendo provisionalmente la publicación del periódico para prevenir nuevos incidentes, esto debido al hecho de que hubo muchísimos infiltrados en la multitud rabiosa. Esta medida también fue aplicada, por razones de justicia, al segundo periódico socialista publicado en la ciudad, ósea el de los socialdemócratas; edicto que luego fue ratificado por el Consejo. Un comité fue formado para deliberar sobre las condiciones que podían ser concertadas para el re abrimiento del “Eco”. Se decretó que la medida, la cual había sido propuesta después del intento de golpe de estado, y que después fue aprobada por las asambleas populares, se debía implementar inmediatamente, y que los periódicos, por medio de una asignación equitativa de las posiciones editoriales, debían ser transformados en órganos del Consejo. El comité entendió, por supuesto, que tendría que suspender la publicación del periódico del Partido Socialdemócrata Independiente, para que de esta manera se asegure la unidad izquierdista en el ámbito de la prensa, y, en un futuro, en el ámbito político también. Sin embargo, antes de que se realizara tal medida, se arrestó al presidente del Consejo, el cual fue abordado en la sala de conferencia, en medio de amenazas, por tropas de seguridad; al mismo tiempo en que el Consejo de Soldados ocupó las oficinas del “Eco” con un gran contingente de soldados, protegiéndolo así del mandato gubernamental.

Como consecuencia de estos eventos, el Partido Socialdemócrata Ortodoxo organizó una larga demostración que tomo lugar el 11 de enero de 1919. La implementación del edicto del Consejo fue evitada por la intervención de las fuerzas armadas en interés de un solo partido. Sin embargo, el presidente fue liberado horas después, por orden del Consejo. Solo quedaba un camino a tomar si es que la hegemonía del Consejo de Soldados sobre el Consejo de Trabajadores no era abiertamente proclamada, de esta manera marcando un precedente para el futuro: se disolvería el Consejo de Trabajadores, y se llamarían a nuevas elecciones basado en el argumento de que habría una mejor composición, según lo habían entendido los socialistas de derechas. De esta manera, se hizo claro el deseo del Consejo de Soldados de que la actual composición del Consejo de Trabajadores renunciara.  Como representantes de una larga turba reunida en la plaza frente al edificio del Bürgerschaft, una delegación apareció ante la sala de conferencias del Consejo y preguntó si es que los actuales miembros del órgano de los trabajadores estaban dispuestos a de una vez renunciar. Esta delegación fue informada que, en principio, el Consejo ya estaba listo para resignar en cualquier momento, pero que esa acción era en sí misma decisión del Consejo General de Trabajadores, y que no se permitiría una intervención en este último; quedaba todavía la posibilidad de usar la fuerza del Consejo de Soldados contra todo el Consejo de Trabajadores, como había ocurrido unos días antes en el caso del presidente del Consejo. Inclusive cuando el despido del Consejo de Trabajadores fue propuesto ante la multitud reunida afuera, y esta se mostró a favor de la medida, la gran mayoría del Consejo de Trabajadores no estaba más de acuerdo. Después una ronda de candente debate, la delegación se contentó con una declaración en donde se reconoció la necesidad del sistema consejista y su posterior consolidación - su ataque había sido básicamente dirigido contra esta posición- mientras que el Consejo estuvo conforme con entregar una propuesta al Consejo General de Trabajadores concerniente a la reelección del comité ejecutivo sobre la base de un sistema de representación proporcional por partido político en vez del sistema de representación por fábrica independiente de la afiliación política.  Como se pudo haber predicho, el Consejo General de Trabajadores se rehusó a tomar en cuenta esta propuesta. El sistema proporcional fue eventualmente impuesto en Hamburgo por el Consejo General Alemán antes de las elecciones para el Segundo Congreso de Consejos, momento en el cual el poder político de la clase obrera ya había expirado.

Una fase dictatorial dirigida por el Consejo de Soldados empezó. No solo se propagó la idea entre las tropas militares y de seguridad de que la izquierda y el Consejo de Trabajadores estaban preparando un putsch (golpe de estado), sino que también se produjo una larga y extraña serie de arrestos de presuntos espartaquistas, entre personas que, aunque no totalmente inofensivas, no tenían nada que ver con el movimiento de Liebknecht y Luxemburgo. El Comité de los Siete incluso ordenó el arresto del líder de la delegación de trabajadores de astilleros que había demandado el cierre de las oficinas sindicales, incriminándolo de la acusación completamente infundada de que él, un ruso, había pedido la resistencia armada y la ocupación de las oficinas sindicales, y de que sus documentos de identidad eran falsificados. A petición del Ministro de Relaciones Exteriores, y en contra de la voluntad del juez que preside el caso en Hamburgo, que se había negado expresamente a autorizar tal cosa, el contador del consulado ruso fue arrestado y llevado a Berlín. Varias personas trabajando en la administración municipal fueron arrestadas, acusadas de haber proporcionado a los portavoces de la delegación de los astilleros documentos de identificación supuestamente falsos; esto, supuestamente, en forma de pases de viajes con nombres falsos. Debido a que no querían asumir más responsabilidad por este régimen tan arbitrario, el cual ni siquiera había consultado al Comité de Justicia sobre el estado legal de las acciones que estaba cometiendo, el presidente del Comité de Justicia, junto con el presidente del Consejo, renunciaron, para luego emitir una declaración pública sobre el asunto. Poco tiempo después, los eventos tomaron un inevitable curso, el cual puede ser resumido de la siguiente manera: la oposición en el Consejo, cuando las elecciones para elegir un nuevo presidente del órgano tomaron lugar, emitió votos en blanco. Un representante de los socialistas de derechas fue elegido. El creciente poder de la reacción en Alemania, asistido por la recién formada guardia blanca, y la política gubernamental de eliminar progresivamente el poder de los consejos y de revocar sus proclamaciones y decretos, hicieron que la realización de las propuestas consejistas, al menos como originalmente fueron planeadas, fuera imposible.

Los nuevos líderes empezaron a minar sistemáticamente el poder político del Consejo. Se propusieron elecciones inmediatas para el Bürgerschaft. El ala comunista, por supuesto, no solo nunca se había opuesto a elecciones de un aparato comunal representativo, sino que las había recomendado desde los primeros días del Consejo. Pero la socialdemocracia ortodoxa tenía una meta mucho más ambiciosa, y esa era la de reinstalar al Bürgerschaft en su vieja posición y con todas sus antiguas facultades. El Consejo, el cual, debido al cambio de funcionarios obligado por el Consejo de Soldados, estaba dominado por el socialismo de derechas, decidió, después de exhaustivas negociaciones, que se elegiría un nuevo parlamento municipal, el cual mantendría el nombre de Bürgerschaft, y que todos aquellos que habían favorecido la convocación de la asamblea nacional tendrían el derecho de votar en estas elecciones, esto si la fecha de las elecciones en Hamburgo se fijaba dentro de los siguientes seis meses. Otro fallo siguió a este, el cual fue muchísimo más lejos, según el cual se transformaría al Bürgerschaft en un órgano legislativo con verdadero poder político. De acuerdo con el decisivo primer artículo del edicto decretado por el Consejo sobre las elecciones para el Bürgerschaft, sus tareas, además del manejo de asunto diarios, abarcarían el debatir y aprobar una nueva constitución, además de formular y pasar leyes que complementarían su creación. Una moción que proponía que el consecuente fallo sobre el tema de la constitución tendría que estar basado en el manifiesto del 12 de noviembre, ósea, el documento que permitía el veto de cualquier decisión concerniente a la realización de una nueva carta magna por parte del Consejo, fue rechazada. El intento de al menos asegurar la reorganización del senado, adaptándolo a los nuevos tiempos, también falló, y sus oponentes explicaron que las funciones propuestas no eran responsabilidad del Consejo, sino del recién creado Bürgerschaft. Estas decisiones básicamente estuvieron determinadas por la voluntad del gobierno imperial, el cual ya no reconocía al Consejo como el ostentador del poder político en Hamburgo. Cuando una delegación de Hamburgo tuvo que ser elegida para la nueva Cámara de Estados, el gobierno nacional se volvió hacia el senado, a pesar de las protestas del Consejo, en este caso, curiosamente, apoyado por la facción socialdemócrata ortodoxa, la cual no había sido provechosa hasta ese momento; esta es la forma en que la política del gobierno, el cual estaba bajo presión debido a las sucesivas huelgas de carácter revolucionario para que se siga manteniendo los consejos obreros, logró eliminar los órganos revolucionarios consejistas dondequiera que tuviera poder, ya que había logrado crear un vació legal donde introducir su poder debido a la liquidación de los reaccionarios consejos militares.

Las disputas faccionales en Hamburgo facilitaron el avance de las fuerzas contrarrevolucionarias. Los nuevos líderes permitieron el alistamiento de unidades voluntarias (Freikorps) sin restricción alguna. Las decisiones del Consejo o bien encontraban resistencia abierta por parte de las autoridades, sobre todo la de la policía y las distintas ramas de los consejos de soldados, o bien eran impugnadas por repentinas huelgas de trabajadores públicos. Esta situación tuvo el mayor impacto en los fallos del departamento de política social. La mayoría de veces, los empleadores ya no hacían caso a esta comisión, y en otros casos su jurisdicción legal era negada, esto podía hacerse debido a los nuevos edictos imperiales que entraban en directa contradicción con los emitidos por el Consejo de Hamburgo. El sindicato de trabajadores textiles, por ejemplo, decidió cerrar una empresa, y el departamento de políticas sociales aprobó la acción a realizar. La empresa, sin embargo, presentó una demanda para evitar su cese de operaciones y emitió una declaración que decía que las razones por las cuales el sindicato decidió tan “arbitraria” decisión no eran ciertas, en otras palabras, se realizó un acto contrarrevolucionario que ya no solo atacaba al Consejo, sino también a los sindicatos. Considerando la gran importancia del caso, el Consejo ponderó la opción de intervenir fuera de su jurisdicción y prohibir a la corte emitir un fallo que favorezca al lado burgués de la pelea. Una moción para hacer esto fue aprobada por la mayoría de concejales, y se decidió también que una delegación debía ser mandada a Berlín para que monitoreara de cerca el litigio. La iniciativa del Consejo quedó en nada, esto porque el fin de la revolución era inminente.

Particularmente durante los últimos días del Consejo, uno podía notar que los diversos intentos de crear un tribunal especial con jurisdicción sobre todos los temas que incluían a la revolución y el poder del Consejo, los cuales no podían ser juzgados por las leyes existentes en ese momento, no habían dado fruto, de esta manera haciendo que las decisiones del Consejo sean inaplicables. Cada vez que los propietarios de negocios apelaban a los fallos del departamento de políticas sociales ante las cortes judiciales, estas últimas decretaban que los edictos producidos por el comité consejista no eran legales. Y todo permanecía como era antes. A pesar de que la propuesta del tribunal especial fue elevada al comité de justicia para su debate y elaboración, ninguna decisión definitiva fue alcanzada, y cuando un tribunal revolucionario normal era creado, su presidente, un juez de alta corte, renunciaba porque, según él, “el tribunal no era compatible con el procedimiento judicial”.

Cuando Liebknecht fue enterrado en Berlín, el Consejo sólo envió solo una delegación. Una declaración pública no era posible de hacerse. Mientras tanto, la muy conocida Batalla de Bremen tomaba lugar. El gobierno imperial tomó ventaja del colapso del gobierno bremense para subyugar la ciudad portuaria a su voluntad, e imponer un gobierno de socialistas de derecha muy de su gusto. Al hacer esto, intervino en la región militar de la novena división del ejército sin previo aviso, lo cual dio lugar a un grave descontento: el Consejo de Soldados de la Novena División respondió a la agresión movilizando sus fuerzas, lo cual significaba una declaratoria de guerra. Este fue un paso precipitado, tomado sin consultar al Consejo de Trabajadores de la región, que tuvo las consecuencias más desastrosas debido a la falta de poder real detrás de la acción, y, más aún, a la falta de capacidad para llevar a cabo acciones militares por parte de las tropas; lo cual se dio, dado que el Consejo de Soldados de Hamburgo se rehusó a obedecer las órdenes del alto mando de la novena división, esto al principio de forma clandestina y luego abiertamente. El desastre que era inminente en estas circunstancias solo podía ser prevenido por la intervención unánime de los renuentes Consejos de los Trabajadores de las cuatro ciudades más cercanas de la región, de esta manera asegurando que las medidas necesarias para calmar los ánimos fueran realizadas. El Consejo General de Trabajadores, por lo pronto, aprobó una resolución exigiendo que los trabajadores estén armados dentro de las siguientes 48 horas. Conformidad con esta orden podía ser esperada del comando militar, a pesar del poco tiempo, ya que a esta institución se le había delegado la responsabilidad de estudiar la formación de milicias con semanas de anticipación. El Consejo de Trabajadores también demandó que el acceso a las carreteras sea asegurado, que el abastecimiento de comida en los puertos sea requisado, y que Bremen sea apoyado con por todos los medios militares posibles. La ofensiva sobre Bremen no solo era la continuación lógica del intento del alto mando berlinés de repeler las conquistas de la revolución, el ejercicio del alto poder militar por parte de los consejos de soldados, y de eliminar los Siete Puntos de Hamburgo, los cuales ya habían sufrido una aplastante derrota en las luchas en Berlín, y que, con la derrota en Bremen, serían completamente aniquilados; sino que también representaba la total eliminación de los remanentes revolucionarios en el ejército, al igual que la caída del nuevo aparato democrático militar, el cual estaba en proceso de formación por parte del antiguo personal general.

El resultado del éxito político-militar de esta acción sería más beneficioso para el ejército que para el gobierno imperial. Lo mismo se podía decir, más o menos, de sus posibles consecuencias. El gobierno no podía sentirse seguro hasta que no fuera maestro de sus costas. Pero si se quería establecerse ahí, también se tenía que poner una base militar donde, un día quizás, los militares republicanos, luchando en contra de gobierno imperial mismo, podrían unir fuerzas con las tropas anglo-francesas de la Entente. La intención del ala izquierda del Consejo era la de mantener al gobierno y su milicia lejos de la costa; y esto, aunque parezca descabellado, era posible. Dadas las fuerzas de las formaciones de los trabajadores armados en Bremen, los cuales estaban bien atrincherados, fueron suficiente unos miles de hombres para prevenir momentáneamente que la división Gerstenberg entrara a la ciudad. Había más que suficientes armas y municiones en Hamburgo. Los trabajadores de las áreas costeras del Mar del Norte no intervenidas por los militares pudieron ser usados como tropas si oportunamente hubieran sido armados. Una batalla por el puerto de Hamburgo, con todas sus reservas y materiales, no podía ser tolerada por el gobierno. Y al menos durante estos momentos de peligro, el llamado a la unidad tuvo un efecto. Ni siquiera los socialistas de derecha pudieron negarse al plegamiento general del movimiento bajo estas circunstancias; estaban obligados a participar en las demostraciones públicas en contra de Noske, y de resignarse a sí mismos a la posibilidad de la auto-defensa. El ala comunista, mientras tanto, consideró la opción de conectar las protestas con las zonas industrializadas del Elba para finalmente unirse a los trabajadores revolucionarios de Sajonia y Alemania Central en una cadena ininterrumpida de huelgas. Quería tomar ventaja de la oportunidad de intervenir en el curso de los eventos en el resto de Alemania, y de dar un empujón considerable a la revolución. Si este plan funcionaba, el gobierno y la asamblea nacional se verían perdidos. Unas semanas más tarde estallaron las manifestaciones en el centro de Alemania.

Esta política falló decisivamente como resultado de los serios desacuerdos entre las facciones del Consejo, a pesar de que la unidad entre los trabajadores había avanzado seriamente, y que la radicalización general hacia la izquierda obligó a los líderes socialistas de derecha a claramente distanciarse de la política militarista del Gobierno. Los desacuerdos faccionales conllevaron a la resistencia del Consejo de Soldados y de sus líderes a las órdenes del alto mando de la Novena División de Infantería. ¡Una vívida exhibición de rencores personales! Entre estos eventos, los Siete Puntos de Hamburgo desaparecieron definitivamente, enterrados precisamente por aquellos que los habían usado como trampolín para sus primeros ascensos, y que poco después se habían distinguido como favoritos del gobierno.

Estos eventos también sellaron el destino del Consejo. Su actividad desde ese momento no sería más que agonizantes pero sonoros pasos hacia el panteón, de los cuales los representantes comunistas mantendrían su distancia. La consecuencia inmediata de estos espasmos mortales, para los trabajadores, fue la parálisis total del departamento de políticas sociales. Inclusive en el Consejo, su actividad era violentamente criticada porque, a pesar de que esto era cierto desde su concepción como institución pública oficial, sus decretos chocaban directamente con las normas judiciales de la ley imperial; dado que la revolución había solo reemplazado el anterior soberano por el Consejo, este tenía que seguir la jurisdicción delineada por las leyes del Imperio; esto constituyó un intento de basar la revolución en leyes burguesas, lo cual fue posible porque todas las cortes habían reconocido el gobierno imperial. Finalmente, los partidarios del departamento de justicia tuvieron que subyugar todas las decisiones del comité a la cláusula de habilitamiento del Consejo.  Pero el departamento de justicia, el cual se le había asignado la tarea de examinar el caso, propuso elevar a las cortes una apelación para verificar la validez de sus fallos. Se repitió la misma experiencia: cuando tienes el poder político, las formulaciones legales son más fáciles. Cuando se pierde el poder, las formulaciones legales no pueden vencer ni sobreponerse a la resistencia de la realidad.

Hasta ese entonces no se había creado un comité de arbitraje. El comisionado de desmovilización declaró que, hasta que el Consejo formé ese comité, él nombraría uno de forma provisional. De esta manera, dos departamentos de políticas sociales existieron al mismo tiempo: uno basado en el decreto del gobierno imperial, y el otro por el ya desgastado poder político de la revolución. El fin tenía que venir para este último, y la decisión de traer tal asunto al Consejo no fue más que una estratagema para ganar tiempo, esto en vez de reconocer el significado completo de la situación, lo cual hubiera sido muchísimo más digno.

Dado que el Consejo se había retirado de la palestra política, se habían producido unos cuantos debates sobre este tema, pero ninguna posición definitiva fue adoptada. Cuando el nuevo Bürgerschaft se reunió por primera vez, con una mayoría de socialistas de derecha, el presidente del Consejo, también un socialista de derecha, rindió el poder político del Consejo ante el órgano parlamentario. De acuerdo con la política imperial del gobierno, el nuevo Consejo de Trabajadores, el cual se reunía al mismo tiempo, ya no podría ejercer funciones políticas, solo económicas.

Un sistema consejista apolítico, una demanda imposible, ¡una fantasía política! El gobierno, con ayuda de las leales unidades militares, derrotó los remanentes revolucionarios del viejo ejército. Pero todavía no había podido detener las huelgas revolucionarias de los obreros, ni podrá hacerlo, al menos eso parece. Encadenado a la burguesía, y al compromiso que llegó con ella, el cual implicó el rechazo de cualquier socialización económica y política, el gobierno tiene que cuidar la coalición que ha creado con la reacción, y, con ello, su existencia misma. Aún más importante es el hecho de que, antes de tener que enfrentar la presión de las huelgas, este se había retractado en los dos puntos anteriormente expuestos. En su momento se prometió la institucionalización de la constitución, la socialización de la economía, y que las fundaciones legales para esta serían creadas. Sin embargo, los distintos partidos reconocidos por el gobierno para llevar a cabo la nueva reglamentación laboral contradicen la idea fundamental del sistema consejista. La llamada ley de socialización es una ley abortada, la cual no va más allá de los principios legales del estado, y la tributación del comercio del carbón es todo lo opuesto a una medida socializadora. Si bien estas concesiones y la manera en que fueron hechas solamente podían fortalecer la posición intermedia contradictoria del gobierno, la cual no tenía intención alguna de satisfacer las demandas de la clase trabajadora, su estrategia de pacificación para hacer que los consejos participen en la socialización contenía una contradicción aún mayor.

Solo aquellos que tenían poder político podían llevar a cabo una socialización. La socialización es la única posible manera de afrontar y fundamentalmente transformar la burocracia, al confrontar radicalmente el capitalismo, como principio económico y como una clase social unida, al reemplazar totalmente los poderes sociales existentes, al completamente reorganizar las leyes de propiedad, producción y distribución. Y es en este vasto proceso de transformación de toda la sociedad, en que los consejos sirven como instrumentos revolucionarios y transformativos de la clase obrera. ¿Quiénes creería que, habiendo encontrado una solución para estos problemas, relegar a los consejos a la esfera económica es la tarea política más urgente del presente y la mayor cuestión social-cultural del futuro?

Los consejos en los largos complejos industriales tomaron, como cuestión de principios, control de las empresas en los ámbitos comerciales y técnicos. En las industrias más pequeñas y descentralizadas, las tareas fueron más exhaustivas. Aquí tenían que recién crear las fundaciones para la concentración productiva en más grandes unidades económicas. El ahorro, el sentido más amplio de la palabra, era ahora una necesidad vital para toda la humanidad. El ahorro en las economías capitalistas era realizado solo por las empresas particulares, en cambio, el ahorro en las economías socialistas era realizado por toda la economía en conjunto. Inclusive si esta última cerraba empresas pequeñas y medianas, y, por lo tanto, destruía el capital privado, la acción estaría justificada debido a que los sistemas socializados solo intervienen en los procesos productivos para proteger el interés general de la población y para evitar mayores daños al nivel de vida de la sociedad. Es en esta transformación hacia formas más elevadas de producción donde la fuerza física y laboral será liberada y donde los consejos de fábricas serán tan indispensables como los consejos de las ciudades; esto debido a que tal reorientación de la industria sería indispensable sin una reforma total de la administración.

Como nuevo sistema organizativo y administrativo, el consejismo se opone a la política municipal, la cual es la base de la economía privada, y, por lo tanto, de la sociedad capitalista: la idea de la unión de todos aquellos que laboran en el proceso productivo sobre el argumento de la naturaleza y localización de su trabajo. Así como la era de organización tribal tenía sus propias formas de socialización grupal, y la era de la organización privada de la economía manifiesta formas de interconexión entre grupos esencialmente distintos, también la sociedad socializada crea sus propias formas particulares de unión e integración. Los lazos sanguíneos de la organización tribal como principio constructivo de la economía humana y social fueron sucedidos por la no menos simple idea de la residencia de la persona, de la política municipal dentro de un país o territorio. Este principio, el cual ha dominado la civilización por miles de años, ahora es reemplazado por el principio del trabajo. La idea de la política municipal, y de su más grande manifestación en la democracia liberal y parlamentaria, es contrastada, sin ser completamente desconectada de aquellos dos conceptos, a la idea organizacional y administrativa de los consejos, la cual está radicalmente enfrentada a la noción anteriormente expuesta. Esto no implica que una organización social que ha tomado miles de año en desarrollarse y ha obtenido su última forma burguesa-capitalista durante los últimos siglos puede ser rápida y totalmente desechada. Los dos principios sociales, tal vez por mucho tiempo, se verán obligados a aceptar compromisos pragmáticos para existir. Lo que debe ser decidido ahora no es la eliminación absoluta y destrucción del viejo principio, sino cuestionar cuál de los dos debería dominar la sociedad, cuál debe prevalecer sobre el otro. Hasta ahora, los lazos de la nacionalidad han sido basados a través de la coerción jerárquica. El nuevo sistema organizará las naciones desde abajo. Y es precisamente por este hecho que el nuevo sistema obtendrá la seguridad que le permitirá prevalecer sobre su antecesor y que traerá consigo, en todas las regiones y en todo el mundo, con la garantía de la invencibilidad doméstica, la posibilidad de expansión ilimitada del orden socialista mundial.