F. Engels

 

Apuntes para una crítica de la economía política

 

 


Escrito: Por F. Engels, en Manchester, entre octubre y noviembre de 1843.
Publicado por vez primera: En el Deustche-Französische Jaharbücher, Paris, febrero de 1844.
Traducción: Por Juan Miguel Salinas Granados, en base a F. Engels, «Umrisse zu einer Kritik der Nationalökonomie», en Marx-Engels Werke, vol. 1,  Dietz Verlag Berlin, págs. 499-524.


 

 

 

 

La Economía Nacional se originó como una consecuencia natural de la extensión del comercio, y con ella se colocó en la posición del sistema preparado del fraude consentido, el juego más sencillo, poco científico, una ciencia para el enriquecimiento completo.

Esta ciencia del enriquecimiento o Economía Nacional, que surgió de la envidia recíproca y la codicia de los comerciantes, lleva el cuño del egoísmo más hediondo grabado en la frente. Vivía aún en la concepción ingenua de que el oro y la plata sería la riqueza, y nada tuvo que ver con la prisa por prohibir en todos lados la exportación de metales "nobles". Las naciones se encontraban de frente como avaras, las cuales rodeaban cada una su saco de dinero con ambas manos, y con envidia y recelo miraban a su vecina. Fueron seleccionados todos los medios para obtener astutamente del pueblo, con el cual se estaba en tráfico comercial, tanto dinero en metálico como fuera posible y para retener el lindo feliz aporte dentro de las líneas aduaneras.

La realización más consecuente de este principio habría acabo con el comercio. Se comenzó por tanto del siguiente modo para sobrepasar este primer grado; se comprendió que el Capital yace muerto en cajas, mientras que en la circulación se reproduce. Así de este modo se fué filántropo, se enviaba sus monedas de oro como reclamo, con esto tendrían que devolverse con otras, y se reconoció que no daña nada, si se paga a A tanto por su mercancía, mientras aún se pueda desembarazar de B por un precio más alto.

Sobre esa base se levanto el sistema mercantil. El carácter codicioso del Comercio fué desde el principio algo oculto; las Naciones se acercaron algo más, cerraron tratados de amistad y comerciales, hicieron negocios recíprocos e hicieron todo lo posible con afición y bondad mutuamente para conseguir grandes ganancias. Pero en el fondo esto no fue más que la vieja codicia y egoísmo, y esto desencadenó de tiempo en tiempo las guerras que estaban basadas por los celos comerciales, en cada período. En estas guerras también se mostró que el comercio, como el robo, se basaban en la ley del más fuerte (das Faustrecht); no se tomó ninguna conciencia de ello para extorsionar mediante la astucia o la violencia tales tratados, como si se mantuvo para los momentos más oportunos.

En todo el sistema mercantil se encuentra, en un punto principal, la teoría del balance comercial. A saber, porque aún se aferra a la proposición de que el oro y la plata serían la riqueza, así se mantiene sólo los negocios como portadores de ventajas que al final traerían dinero en metálico al país. Para hallar esto se comparó la exportación y la importación. Se habría exportado más que importado, así se creía que se alcanzaría la diferencia en dinero metálico en el país y se mantendría para esa diferencia más opulenta. El arte de la economía existía en aquello, para lo que se preocupaba, que al final de cada año la exportación daría un balance oportuno frente a la importación; y ¡para alcanzar esa ridícula ilusión habían sido sacrificados miles de humanos! El comercio ha mostrado también su Cruzada y su Inquisición.

El siglo XIX, el siglo de la Revolución, revolucionó también la economía; pero como todas las Revoluciones de ese siglo fueron unilaterales y en oposición se quedaron atascadas, como igual fueron opuestos el espiritualismo abstracto al materialismo abstracto, la monarquía a la República, el derecho sagrado al contrato social, así tampoco rebasó la revolución económica sobre las oposiciones. Todos los requisitos quedaron en pié; el materialismo no arremetió contra el desprecio cristiano y la humillación de los humanos y tan sólo contrapuso, en lugar del Dios cristiano a la naturaleza de los humanos como Absoluto; la política no pensó en comprobar los requisitos del Estado en sí y para sí; la Economía no se dejó invadir, después de cuestionar la autorización de la propiedad privada. Por eso fueron los nuevos economistas tan sólo la mitad de progresivos; ello fué necesario, esto es, traicionar y desmentir sus propios requisitos, para tomar a sofistas e hipócritas como auxilio y ocultar las contradicciones en las que se habían involucrado, y para dar con la llave hacia la que ellos habían sido derivados, no a través de sus requisitos, sino a través del espíritu humanista del siglo. Así adoptaron los economistas un carácter filántropo; ellos retiraron su favor a los productores y se desencantaron por los consumidores; sintieron una aversión solemne contra el terror sangriento del sistema mercantil y explicaron que el comercio era una banda amistosa y de unidad tanto entre las Naciones como entre los Individuos. Todo era ruidosa magnificencia y majestuosidad - pero los requisitos se hicieron nuevamente pronto valer y produjeron, en oposición a esa resplandeciente Filantropía, la teoría de la población Malthusiana, el más tosco y bárbaro sistema que nunca existió, un sistema de la desesperación que tumbo al suelo todos aquellos tipos de discursos bellos sobre el amor a la Humanidad y el mundo civilizado; ellos produjeron y levantaron el sistema fabril y la esclavitud moderna, de la cual los antiguos nada cedieron en tanto inhumanidad y crueldad. La nueva economía, basada en el sistema fundado del libre mercado de las Wealth of Nations de Adam Smith, demostró ser como aquella misma hipocresía, inconsecuencia e inmoralidad que ahora se colocaba frente a todos los terrenos de la libre Humanidad.

¿Pero entonces, no supuso el sistema de Smith ningún progreso? Claro que lo fué, y además fué un progreso necesario. Fué necesario que el sistema mercantil hubiera sido derrocado con sus Monopolios y su cohibición del tráfico, con esto podrían salir a flote las verdaderas consecuencias de la propiedad privada; fué necesario que retrocedieran todas esas consideraciones locales y nacionales, con esto podría llegar a ser la lucha de nuestro tiempo una lucha general y humana; fué necesario que la teoría de la propiedad privada abandonase la senda examinación puramente empírica y meramente objetiva y asumiera un carácter científico que se hiciera responsable de las consecuencias y con ello dirigiera el asunto hacia un terreno generalmente humano; que fué intensificada una inmoralidad implicada, a través del intento de la negación de su trayectoria y a través de la hipocresía introducida – una consecuencia necesaria de aquellos intentos – sobre la más alta cumbre en la vieja economía. Nosotros reconocemos de buen grado que hemos sido primeramente colocados en este estamento a través de la instauración y la realización del libre comercio, para rebasar a la economía de la propiedad privada, pero debemos tener al mismo tiempo el derecho de describir ese libre comercio en su total nulidad teórica y práctica.

Nuestra sentencia debería de haberse tornado más rigurosa, cuanto más economistas llegan a nuestro tiempo, aquello que disponemos para juzgarlos. Entonces mientras Smith y Malthus hallaron tan sólo aislados fragmentos acabados, los más nuevos tenían ante sí todo el sistema consumado; todas las consecuencias habían sido sacadas, las contradicciones salieron claramente a la luz, y ellas no vinieron para un examen de premisas, y siempre tomaron la responsabilidad para sí de todo el sistema. Cuanto más se ha acercan los economistas a la actualidad, tanto más lejos se distancia de la honestidad. Con cada progreso de los tiempos asciende necesariamente los Sofistas para recibir a los economistas sobre la altura de los tiempos. Por eso es Ricardo, por ejemplo, más culpable que Adam Smith, y MacCulloch y Mill más culpables que Ricardo.

La más nueva economía no puede juzgar de una sola vez correctamente el sistema mercantil, porque ella misma adolece de la unilateralidad y aún con los requisitos de aquella misma. Hasta el punto de vista que se alza sobre las oposiciones de ambos sistemas, que critica los requisitos comunes de ambos y que salen de una base (estructura) puramente humana, general, podrá indicar su posición correcta. Se mostrará que los defensores del libre comercio son peores monopolistas que los mismos viejos mercantilistas. Se mostrará que detrás de la humanidad hipócrita de los más nuevos se esconde una Barbarie, de la que los viejos nada sabían; que la confusión conceptual es aún sencilla y consecuente frente a la Lógica de dos caras de sus agresores y que ninguna de las dos partes podrá incriminar algo al otro que no reincida sobre sí mismo. Por eso no puede la más novedosa economía liberal asimilar la restauración del sistema mercantil a través de artimañas, mientras que la cosa está muy clara para nosotros. La inconsecuencia y bilateralidad de la economía liberal se debe resolver necesariamente de nuevo sobre sus elementos fundamentales. Así como la Teología o bien debe volver hacía la ciega creencia, o debe avanzar hacia la Filosofía libre, así debe el libre comercio producir por un lado la restauración del monopolio, y por otro la supresión de la propiedad privada.

El único progreso positivo que ha realizado la economía liberal ha sido el desarrollo de las leyes de la propiedad privada. Estas están sin embargo contenidas en ella, aunque aún no estén desarrolladas hasta las últimas consecuencias y claramente expresadas. De aquí sigue que en todos los puntos donde se llegan a la decisión, por la manía sucinta, de llegar a ser rico, esto es en todas las controversias estrictamente económicas, los defensores del libre comercio tienen la ley de su lado. Bien entendido - en controversia con los monopolistas, no con los enemigos de la propiedad privada, los socialistas ingleses han demostrado desde hace mucho, práctica y teóricamente, que están en condiciones de hacer esto, de decidir en cuestiones económicas, también de forma económicamente correcta.

Por lo tanto examinaremos en la crítica de la economía nacional las categorías fundamentales que a través del sistema del libre comercio desvela las contradicciones que en sí llevan y sacan las consecuencias de ambos lados de las contradicciones.

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La expresión de riqueza nacional surgió ya por el afán generalizado de los economistas liberales. Mientras exista la propiedad privada esa expresión carecerá de sentido. La "riqueza nacional" de los ingleses es muy grande, y sin embargo ellos son el pueblo más pobre que habita bajo el sol. O bien se abandona por completo la expresión, o se asume los requisitos que le dan un sentido. Lo mismo con la expresión Economía Nacional, política, economía pública. La ciencia debería de llamarse, bajo las relaciones actuales, economía privada, pues sus relaciones pública son tan sólo para las que quiere la propiedad privada.

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La siguiente consecuencia de la propiedad privada es el comercio, el intercambio de necesidades opuestas, compra y venta. Ese comercio debe tornarse, bajo el dominio de la propiedad privada, como toda actividad, en una adquisición de fuentes inmediatas para el contrabando comercial; esto es, cada uno debe tratar de vender tan caro como le sea posible y comprar tan barato como le sea posible. Para cada compra y venta se encuentran así dos humanos con intereses enfrentados uno frente al otro; el conflicto es decididamente hostil, pues cada uno conoce las intenciones del otro, sabe que ellos están enfrentados uno al otro. Por tanto la primera consecuencia es, de una parte la mutua desconfianza, de otra la justificación de esa desconfianza, la aplicación de medios inmorales para la imposición de objetivos inmorales. Así es por ejemplo la primera máxima en el comercio la discreción, encubrimiento de todo aquello que pudiera disminuir el valor de los artículos frágiles. La consecuencia consiguiente: en el comercio está permitido, del desconocimiento, sacar el mayor uso posible de la confianza de la parte opositora, y así mismo enaltecer propiedades que su mercancía no posee. En una palabra, el comercio es el fraude legal. Que la Praxis concuerda con esa Teoría me lo puede atestiguar todo comerciante, si éste quiere dar la verdad de la honradez.

El sistema mercantil tenía aún una fundada y católica rectitud y no cubría, cuando menos, la esencia inmoral del comercio. Hemos visto como llevaba su secreta codicia patente a ser expuesta. La posición mutua hostil de la Nación en el siglo XVIII, la hedionda envidia y celo comercial fueron la principal consiguiente consecuencia del comercio. La opinión pública aún no estaba humanizada, y por lo tanto se tendría que esconder cosas que se deducían de la esencia hostilmente inhumana del comercio.

Pero de aquellos tiempos del Lutero económico, Adam Smith, que criticó la economía actual, a acá, las cosas han cambiado mucho. El siglo fué humanizado, la razón se habían hecho valer, comenzó la moralidad, reclamó su eterno derecho. Los tratados comerciales, que eran un chantaje, las guerras comerciales, el brusco aislamiento de la Nación, chocaron muy fuerte contra la consciencia progresiva. En la posición de la rectitud católica entró la hipocresía protestante. Smith justificó que también la humanidad estaría fundada en la esencia del comercio; que el comercio, en lugar de ser "la más horrible fuente de discordias y hostilidades", debiera ser una "banda de la unión y amistad entre las Naciones como entre los individuos" (cf. Wealth of Nations B.4, c.3, §2); queda en la naturaleza de la cosa que el comercio sería favorable en todo y todos los grandes participantes.

Smith tenía razón, cuando alabó el comercio como algo humano. No hay nada absolutamente inmoral en el Mundo; también el comercio tiene un lado donde éste rinde homenaje a la Moralidad y la Humanidad. ¡Y que alabanza! El derecho del más fuerte que había humanizado el robo en la calle de la edad media, cuando el en el comercio, el comercio como su primer etapa, aquella que se caracteriza por la prohibición de la exportación de dinero, se transformó en el sistema mercantil. Ahora aquél mismo fué humanizado. Naturalmente es en interés de los comerciantes mantenerse en buena comunicación, tanto con unos, de los cuales el compra barato, como con otros, a los cuales el vende más caro. Es por lo tanto poco inteligente de una nación proceder, si ella alimenta un ánimo hostil para sus abastecimientos y clientes. Cuanto más amistoso tanto más ventajoso. Esta es la Humanidad del comercio, y este modo hipócrita, la moralidad para abusar de objetivos inmorales, es el orgullo del sistema del libre comercio. ¿No hemos acaso derrocado la barbarie del monopolio, exclaman los hipócritas, no hemos acaso llevado la civilización a todas la partes del mundo, no hemos acaso hermanado los pueblos y aminorado las guerras? – Sí, todo eso habéis hecho ustedes, pero y como lo habéis hecho! Habéis aniquilado los pequeños monopolios para dejar operar tanto más libre y sin limitaciones a un gran monopolio fundamental, la propiedad; ¡Habéis civilizados todos los confines de la tierra para conquistar nuevos terrenos para el despliegue de vuestra mísera avaricia; habéis hermanado a los pueblos, pero hacia una Hermandad de ladrones, y las guerras aminorados para ganar tanto más en la paz, para practicar en la más alta cúspide la enemistad de los individuos, la deshonrada guerra de la concurrencia! – ¿Dónde habéis hecho algo que proceda de la pura Humanidad, de la conciencia de la vanidad de la oposición entre los intereses generales y los individuales? ¿En qué punto habés sido morales, sin ser unos interesados, sin abrigar en el fondo inmoralidad, motivos egoístas?

Después de que la economía liberal hubiera dado lo mejor de sí misma, para generalizar la enemistad por la disolución de las nacionalidades, para transformar la humanidad en una horda de animales feroces – ¿y que son sino los concurrentes? -, que por ello se devoran recíprocamente, porque cada uno tiene los mismo intereses que todos los demás, después del trabajo preparatorio le quedo aún sólo un paso restante como objetivo, la disolución de la familia. Para imponer este paso vino en su ayuda su bello descubrimiento, el sistema fabril.

Pero el economista mismo no sabe a qué objeto está sirviendo. Pero él no sabe que con todo su razonamiento egoísta tan sólo forma un eslabón de la cadena del progreso general de la Humanidad. Él no sabe que con su resolución tan sólo abre paso a los intereses particulares para el cambio brusco, que se acerca a fin de siglo, la conciliación de la Humanidad con la Naturaleza y consigo mismo.

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La siguiente categoría condicionada por el comercio es el Valor. Sobre este, lo mismo que sobre todas las otras categorías, no existe ninguna polémica entre los viejos y los nuevos economistas, porque los monopolistas, en su rabia inmediata por el enriquecimiento, no encuentra tiempo que les sobre para ocuparse con estas categorías. Todas las cuestiones polémicas sobre este tipo de puntos partían de los nuevos.

El economista que vive de las divergencias tiene también naturalmente un Valor doble; el Valor abstracto o real, y el valor de cambio. Sobre la esencia la esencia del Valor real se dió una larga polémica entre los ingleses, que determinaron los costes de producción como expresión del Valor real, y el francés Say, que fijó ese Valor según la utilidad (Brauchbarkeit) de una cosa para medir. La polémica ha estado en el aire desde principios de este siglo y se ha languidecido, no decisivamente.

Los ingleses – MacCulloch y Ricardo particularmente – afirman entonces que el Valor abstracto será determinado a través de los costes de producción. Bien entendido esto, el Valor abstracto, no el Valor de cambio, el exchangeable value, el Valor en el comercio – esto sería otra cosa. ¿Son los costos de producción por eso la medida del Valor? ¿Porque – escucha, escucha!- porque nadie vendería una cosa, bajo circunstancias normales y de relación de la concurrencia del juego sereno por menos que lo que la producción le costó, la vendería? ¿Qué tenemos aquí que tenga que ver con "Vender", dónde no se trate del Valor comercial? Porque tenemos nuevamente incluso el comercio en juego que tenemos incluso que soltar directamente – y vaya que comercio! un comercio donde lo principal, la relación concurrente, no tendría que llegar de golpe! Primero un Valor abstracto, ahora también un Comercio abstracto, un Comercio sin concurrencia, esto es, un humano sin cuerpo, un pensamiento sin cerebro para producir pensamientos. ¿Y no tiene presente el economista en absoluto, que así como la concurrencia será dejada en el juego, donde no hay ninguna garantía, que el productor compra su mercancía directamente de los costes de producción? ¡Vaya confusión!

¡Continuemos! Aceptemos por un momento que todo esto fuera así, como el economista dice. ¿Suponiendo que alguien hizo algo totalmente inutilizable con tremendo esfuerzo y enormes costes, algo que nadie solicita, es esto también los costos de producción del valor? ¿Todo y absolutamente nada, dice el economista, quién querría comprarlo? Porque no sólo tenemos por tanto de una vez la Utilidad de mala fama de Say, sino – con la "compra"- sino además la relación de concurrencia. No es posible, el economista no puede mantener su abstracción por un momento. No solo eso que quiere eliminar con esfuerzo, la concurrencia, sino también aquello que él acomete, la Utilidad, le viene a cada momento entre los dedos. El valor abstracto y su determinación a través de los costes de producción son justamente sólo abstracción, un absurdo.

Pero vayamos una vez más, por un momento, al derecho del economista – ¿cómo quiere él determinar entonces los precios de producción sin apuntar la concurrencia? Veremos en la investigación de los costos de producción que también esa categoría está basada en la concurrencia, y también aquí se mostrará nuevamente como de mal podrá llevar a cabo sus afirmaciones.

Pasemos a Say, así encontraremos las mismas abstracciones. La Utilidad de una cosa es algo puramente subjetivo, en absoluto para decidir sobre decisiones fundadas – al menos mientras se merodee en oposiciones. Según esa teoría las necesidades requeridas deberían de poseer más valor que los artículos de lujo. El único camino posible hacia para llegar a una decisión objetiva y aparentemente general sobre la mayor o menor Utilidad de una cosa es, bajo el dominio de la propiedad privada, la relación de concurrencia, y esto tendrá que ser dejado incluso aparte. Pero siendo admitida la relación de concurrencia, así entran también los costes de producción; pues nadie venderá por menos de lo que el mismo haya invertido para la producción. Por lo tanto también aquí relega a un lado de la oposición, contra la voluntad en el otro.

Tratemos de arrojar luz ante esta confusión. El valor de una cosa encierra ambos factores que serán separadas de las partes en disputa con violencia y como hemos visto sin éxito. El valor es la relación de los costes de producción sobre la utilidad. La siguiente aplicación del valor es la decisión sobre si una cosa tendrá que ser en general producida, esto es, si la utilidad compensa los costes de producción. Entonces primeramente la cuestión puede ser de la aplicación del valor para el cambio. Los costes de producción de dos cosas equiparadas será la utilidad el momento decisivo para determinar su valor de medida comparativo.

Esa base es la única base justa del cambio. ¿Pero terminamos en aquello mismo, quién tendría que decidir sobre la utilidad de la cosa? ¿La mera opinión de los implicados? Así será uno estafado. ¿O uno sobre la utilidad inherente de la cosa independiente de las partes fundadas implicadas y sus determinaciones no convincentes? Así sólo puede realizarse el cambio mediante la coacción, y cada uno se considerará como estafado. No se puede suprimir esa oposición entre la utilidad real inherente de la cosa y entre la determinación de esa utilidad, entre la determinación de la utilidad y la libertad de los cambios, sin suprimir la propiedad privada; y tan pronto como está sea suprimida no podrá ser más la cuestión de un cambio, como existe ahora. La aplicación práctica del concepto Valor será limitada cada vez más a la decisión sobre la producción y ahí está su verdadera esfera.

¿Pero cómo están las cosas ahora? Hemos visto como el concepto de Valor es violentamente desgarrado y serán llamados los lados particulares cada cual por entero. Los costes de producción, tergiversados desde el principio por la concurrencia, tienen que ser válidos para el mismo valor; lo mismo la mera utilidad – pues ahora no se puede dar otra -. Para mantener sobre las piernas esa definición coja deberá hacerse uso en ambos casos de la concurrencia; y lo mejor es que para los ingleses la concurrencia, frente a los costes de producción, reemplaza la utilidad, mientras esto es a la inversa para Say quién recoge los costes de producción frente a la utilidad. ¡Pero vaya que utilidad recoge, que costes de producción! Su utilidad depende de la casualidad, de la moda, del ánimo de los ricos, sus costes de producción se desprenden y brotan de la relación causal entre demanda y la oferta.

De la diferencia entre valor real y valor de cambio queda un hecho para fundamentar – particularmente que el valor de una cosa es diferente del llamado equivalente dado para el en el comercio, esto es, que el equivalente no es un equivalente. El llamado equivalente es el precio de la cosa, y si el economista fuera sincero, así usaría él esta palabra para referirse al "valor comercial". Pero el debe guardar aún una huella de apariencia, que el precio está relacionado, de alguna manera, con el valor, con esto no sale a la luz tan claramente la inmoralidad del comercio. Pero que el precio será determinado por el efecto de cambio de los costes de producción y la concurrencia, esto es totalmente correcto y una ley principal de la propiedad privada. Esto fué lo primero que el economista encontró, la ley empírica pura; y sobre esto abstrae el economista pues su valor real, esto es, el precio por el tiempo, si la relación de concurrencia se balancea, si la demanda y la oferta son cubiertas – entonces quedan restantes naturalmente los costos de producción, y a esto nombre entonces el economista valor real, mientras de lo que se trata es tan sólo de una determinación del precio. Pero así esta todo sobre la cabeza en la economía; el valor que originariamente es la fuente del precio, será hecho dependiente de ello, de su propio producto. Es conocida esa inversión de la esencia la abstracción sobre la que Feuerbach compara.

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Según el economista los costos de producción se componen de tres elementos: impuesto sobre bienes inmuebles (Grundzins) por el uso del trozo de tierra para producir la Materia prima, sobre el Capital con la ganancia y el salario por el Trabajo que fueron requeridos para la producción y la manipulación. Pero muestra al mismo tiempo que Capital y Trabajo son idénticos porque los economistas mismos admiten que el Capital sería "Trabajo acumulado" (aufgespeicherte Arbeit). De este modo nos quedan tan sólo dos lados restantes, el natural, objetivo, el suelo, y el humano, subjetivo, el Trabajo que encierra el Capital – y por fuera del Capital aún un tercero, en el que el economista no piensa. Me refiero al elemento intelectual de la invención, el pensamiento, junto al físico, al mero Trabajo. ¿Qué ha conseguido el economista con el intelecto inventor? ¿No se le han ido volando todos los inventos sin su intervención? ¿Le han costado a él algo? ¿Qué tiene pues que encargarse él para el cálculo de los costos de producción? Para él son la tierra, el Capital, el Trabajo las condiciones de la riqueza, y por consiguiente no necesita nada más. La ciencia no le concierne.

¿Si ello le han servido de obsequios a través de del Berthollet, Davy, Liebig, Watt Cartwright, etc., que a él y a su producción lo han elevando infinitamente, que le queda de ello? Eso mismo no sabe calcularlo; los progresos de la ciencia rebasan sus números. Pero para una condición razonable que está por fuera sobre el reparto de los intereses, como tiene lugar para los economistas, pertenece, sin embargo, el elemento intelectual a los elementos de la producción y encuentra también en la economía su posición bajo los costos de producción. Y porque es sin embargo satisfactorio conocer como la atención de la ciencia se recompensa materialmente, conocer que uno de los únicos frutos de la ciencia, como la máquina de vapor de James Watts, en los primeros cinco años de su existencia ha aportado más al Mundo que gastado el Mundo desde el comienzo por el cuidado de la ciencia.

Tenemos dos elementos de producción, la Naturaleza y el Humano, y el último nuevamente físico e intelectual en la actividad y podrían regresar hacia el economista y sus precios de producción.

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Todo lo que no pueda ser monopolizado no tiene ningún Valor, dice el economista – una frase que investigaremos más tarde o más temprano. Cuando decimos que "no tiene ningún precio" la frase es así correcta para la condición basada en la propiedad privada. Si disponer del suelo fuera tan fácil como tener el aire, así no sería ninguna persona pagada con intereses de fondo. Y porque esto no es así, sino que está limitada la extensión de este en un caso especial de derecho de disposición privado del suelo, así se paga interés fundamental para el derecho de disposición privado tomado, esto es, el suelo monopolizado, o sucumbe para ello en un precio de compra. Pero es muy raro escuchar según qué información sobre la formación del valor fundamental del economista que sería el interés fundamental la diferencia entre el beneficio del interés por pagar y el peor de todos, el esfuerzo del cultivo más enriquecedor el terreno. Es conocido que fué Ricardo el primero en dar una definición desarrollada integral de los impuestos sobre los bienes inmuebles (Grundzinses). Esa definición es, a decir verdad, correcta, si se requiere que un caso reaccione a la demanda instantáneamente sobre el impuesto de bienes inmuebles, y así mismo coloca una cantidad correspondiente de la peor tierra cultivada salvo el labrado. Por sí solo este no es el caso, la definición es por ello insuficiente; asimismo esta no encierra la causa del impuesto sobre bienes inmuebles y por eso debe caer ya. El coronel T.P. Thompson, de la Liga pro Ley Anti-cereales, innovó, en oposición a esa definición de Adam Smith y la fundó. Según el es el impuesto sobre bienes inmuebles la relación entre la concurrencia. Cómo mínimo es un regreso al origen del impuesto sobre bienes inmuebles; pero esa explicación excluye la variada fertilidad del suelo, como la arriba mencionada omite la concurrencia.

Tenemos nuevamente dos definiciones unilaterales y por ello una media definición para un objeto. Habremos de resumir nuevamente, como para el concepto de Valor, esas dos determinaciones, para encontrar la correcta que procede del desarrollo de la cosa sucesiva y por ello de toda abarcadora determinación Praxis. El impuesto sobre bienes inmuebles es la relación entre la productividad del suelo, el lado natural (que nuevamente consta de la instalación natural y del cultivo humano para la mejora del trabajo aplicado) – y el lado humano, la concurrencia. Los economistas gustan de zarandear sus cabezas sobre esa "definición"; para su asombro verán que ella encierra todo lo que tiene con respeto a la cosa.

El terrateniente no tiene nada que recriminar al mercader.

Él roba en tanto que él monopoliza el suelo. Él roba en tanto que él explota para sí el aumento de la población, la cual aumenta la concurrencia y con ello el Valor de su terreno, en tanto que él hace para la fuente de sus ventajas personales, lo que no realiza a través de su hacer personal, lo que le es puramente casual. En última instancia las mejoras se rompen en sí. Este es el secreto de la permanente riqueza creciente de los grandes terratenientes.

El axioma que cualifica el tipo de adquisición del terrateniente como ladrón, a saber, que cada uno tiene un derecho al producto de su trabajo, o que nadie debería de cosechar donde él no ha sembrado, estás no son nuestras afirmaciones. La primera excluye el deber de la alimentación de los niños, la segunda excluye a cada generación del derecho a la existencia, en tanto cada generación hereda el legado de la generación precedente. Esos axiomas son otras tantas consecuencias más de la propiedad privada. O bien se hizo pasar antaño por sus consecuencias, o bien se dio como premisa.

Sí, la apropiación original misma fué justificada a través de la afirmación del otrora derecho de posesión común. Miremos donde miremos la propiedad privada nos lleva a contradicciones.

Fué el último paso para la autoventa barata, para regatear la Tierra, que es la primera condición de nuestra existencia, nuestro uno y todo; fué y es, hasta nuestros días, una inmoralidad, que sólo será sobrepasada por la inmoralidad de la autoalienación (Selbstveräußerung). Y la apropiación originaria, la monopolización de la Tierra por una por una pequeña parte, la exclusión del resto de las condiciones de su vida, no cede nada ante la inmoralidad del posterior regateo del suelo.

Dejemos caer nuevamente la propiedad privada aquí y así quedará reducido el impuesto de bienes inmuebles a su verdad, a un parecer razonable que está en la base esencial de el. El mismo Valor separado, como impuesto de bienes inmuebles del suelo, reincide entonces en los suelos. Ese Valor, que es para medir a través de la capacidad de producción de mismas superficies por el mismo trabajo aplicado, queda apuntado sin embargo como parte de los costes de producción para la determinación del Valor del producto y es como el impuesto de bienes inmuebles la relación de la capacidad de producción a la concurrencia, pero sobre verdadera concurrencia como si ella hubiera desarrollado su Tiempo.

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Hemos visto como Capital y Trabajo son originariamente idénticos; vemos de lejos, del desarrollo del economistas como el Capital, el resultado del Trabajo, en el proceso de la producción será hecha nuevamente de inmediato, hasta el sustrato, la materia del trabajo, como por tanto aquella por un momento reglada separación del Capital del Trabajo, será abolido nuevamente de inmediato en la unidad de ambos; y aún así separa el economista el Capital del Trabajo, pero mantiene fija la desunión, sin reconocer la unión al lado del otro como por la definición del capital: "trabajo acumulado". Esta consecuente escisión, procedente de la propiedad privada, entre Capital y Trabajo no es nada más que la condición desunida correspondiente y de ello la desunión derivada del trabajo en sí mismo. Y después de llevarse a efecto esa separación, el Capital se divide otra vez más en el Capital originario y en la ganancia, el incremento del Capital que es recibido en el proceso de la producción, aunque la misma Praxis de esa ganancia golpea nuevamente contra el Capital y con este se coloca en la corriente. Sí, la ganancia misma será nuevamente escindida en intereses y en ganancia real. En los intereses es practicada sobre la cúspide la irracionabilidad de esa escisión. La inmoralidad de la concesión de intereses, es el recibo sin trabajo en forma préstamo, aunque ya subyacente en la propiedad privada, pero desde hace tiempo reconocida de forma manifiesta y de conciencia popular despreocupada, que en esas cosas la mayoría de las veces tiene razón. Todas esas escisiones distinguidas y divisiones se forman de la separación originaria del Capital del Trabajo y la culminación de esa separación en la escisión de la humanidad en capitalistas y trabajadores, una escisión que todos los días será formada más y más agudamente y que debe aumentar siempre, como veremos. Pero esa separación, como la ya contemplada separación del suelo del Capital y del Trabajo, es en última instancia algo imposible. No está absolutamente por determinar cuánto aporta la porción del suelo, del Capital y del Trabajo a un determinado producto. Las tres magnitudes son inconmensurables. El suelo produce la materia prima, pero no sin Capital y Trabajo, el Capital requiere del suelo y del Trabajo, y el Trabajo requiere como mínimo del suelo, y la mayoría de las veces también del Capital. Las ejecuciones de los tres son tres tipos distintos y no mesurables en una cuarta magnitud común. Si se viene por tanto de las relaciones actuales hacia el reparto del beneficio bajo los tres elementos, es así que no se les da ninguna magnitud inherente, sino que una magnitud totalmente desconocida y casual a ellas decide: la concurrencia o el derecho refinado del más fuerte. El interés fundamental implica la concurrencia, la ganancia sobre el Capital será únicamente determinada a través de la concurrencia, y veremos lo mismo que sucede con el trabajo asalariado.

Si dejamos caer la propiedad privada, así caerán todas esas escisiones antinaturales. La diferencia entre interés y ganancia cae; El Capital no es nada sin el Trabajo, sin movimiento. La ganancia reduce su significado sobre el peso que queda en la determinación de los costes de producción del capital en la báscula, y así queda el Capital inherente, como este mismo reinciden en su unidad originaria con el trabajo.

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El Trabajo – lo principal para la producción, la "fuente de la riqueza", la actividad humana libre, sale mal parado para el economista. Como el capital ya fué separado del Trabajo, así será escindido nuevamente el Trabajo por segunda vez; el producto del Trabajo se enfrente a él como salario, es separado de el y será de nuevo, como habitualmente, determinado por la concurrencia, porque no se da para la porción de Trabajo en la producción, como ya hemos visto, ninguna medida fija. Suprimamos la propiedad privada y así caerá también esa separación artificial, el Trabajo es su propio salario, y el verdadero significado del antiguo salario laboral enajenado llega al día: el significado del Trabajo para la determinación del coste de producción de una cosa.

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Hemos visto que mientras exista la propiedad privada, al final, todo va a parar a la concurrencia. Ella es la categoría principal del economista, su hija predilecta, a la que dará cuidados, con continuos mimos y caricias, de la que se descubrirá el rostro de una medusa.

La siguiente consecuencia de la propiedad privada fué la escisión de la producción en dos lados opuestos, el natural y el humano; el suelo que sin la fertilización del humano está muerto y estéril, y la actividad humana, cuya primera condición es justamente el suelo. Vimos de lejos como se resolvía la actividad humana de nuevo en el Trabajo y el Capital, y como esos dos lados nuevamente se hacían frente el uno al otro. Teníamos por tanto la lucha de los tres elementos unos contra otros, en lugar del apoyo mutuo de los tres; ahora tenemos además que la propiedad privada trae consigo la fragmentación de cada uno de esos elementos. Un terreno está frente a otro, un capital frente a otro y una fuerza de trabajo frente a otra. Con otras palabras: porque la propiedad privada aísla a cada uno a su propio por menor en bruto y porque no obstante tiene el mismo interés que su vecino, así se enfrenta hostilmente un propietario a otro, un capitalista a otro, un trabajador a otro. En esa enemistad del mismo interés, justamente por querer los mismo, está culminada la inmoralidad de las condiciones actuales de la Humanidad; y esa culminación es la concurrencia.

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Lo opuesto a la concurrencia es el monopolio. El monopolio fué el clamor de tierra de los mercantilistas, la concurrencia el grito de guerra de los economistas liberales. Es sencillo comprender que esa oposición es absolutamente de nuevo una caverna. Todo concurrente debe desear de tener el monopolio, el quiere ser trabajador, capitalista o terrateniente. Cada pequeña totalidad de los concurrentes debe desear de tener para sí el monopolio frente a todos los otros. La concurrencia se basa en el interés, y el interés produce de nuevo el monopolio; en pocas palabras, la concurrencia pasa por el monopolio. De otro lado el monopolio no puede detener la corriente de la concurrencia, incluso este mismo produce la concurrencia, como por ejemplo, la prohibición de importación o las altas aduanas produce directamente la concurrencia del contrabando. La contradicción de la concurrencia es totalmente la misma que aquella contradicción de la propiedad privada. Queda en interés de cada individuo de poseerlo todo, pero en interés de la totalidad queda que cada uno posea lo mismo que otro. Así quedan por tanto el interés general y el individual diametralmente opuestos. La contradicción de la concurrencia es: cada uno desea para si el monopolio, mientras la totalidad debe perder como tal a través del monopolio y debe distanciarse. Si, la concurrencia claro requiere el monopolio, particularmente el monopolio de la propiedad – y aquí entra de nuevo a la luz del día la hipocresía de los liberales – y en tanto que exista el monopolio de la propiedad, estará en igualdad de derecho propiedad del monopolio; pues también el monopolio una vez dado es propiedad. Es una deficiencia lamentable atacar los pequeños monopolios y dejar existir los monopolios fundamentales. Y si hacemos uso aquí aún de las anteriores frases apasionadas del economista, que nada que no pueda ser monopolizada tiene Valor, que por tanto nada, que no admita esa monopolización, puede entrar en esa lucha de la concurrencia, esta es nuestra afirmación, que la concurrencia requiere, totalmente justificada, del monopolio.

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La ley de la concurrencia es que la demanda y la oferta siempre se complemente y justamente por eso jamás se complementen. Ambos lados son nuevamente partidos y transformados en la más abrupta oposición. La oferta está siempre igual detrás de la demanda, pero jamás se yuxtapone a ella para cubrirla. Ella es o bien demasiado grande o demasiado pequeña, jamás la demanda corresponde porque en esa circunstancia inconsciente de la Humanidad ningun humano sabe como de grande es esta o aquella. Si la demanda es mayor que el suministro (Zufuhr) así aumentará el precio, y por ello será desorientado, en cierto modo, el abastecimiento; como ello se muestra en el Mercado, caen los precios y si ella es mayor que aquel así la caída de los precios será tan significativa que la demanda será soliviantada por ello nuevamente. Así continúa, nunca en una condición sana, sino en una siempre alternancia de confusión y lasitud que excluye todo progreso, una eterna oscilación sin llegar jamás al objetivo. Esta ley con su continua compensación, donde lo que aquí se pierde allí será nuevamente ganado, le parece una maravilla al economista. Es su principal gloria, el no puede verse satisfecho y lo contempla bajo todas las relaciones posibles e imposibles. Y queda sin embargo sobre la mano que esta ley es una ley natural pura, y no una ley de espíritus. Una ley que produce la revolución. El economista se acerca con su preciosa teoría de la demanda y el abastecimiento, verificar ustedes, a que "nunca podrá ser producido en demasía", y la Praxis responde con las crisis comerciales que vuelven tan regularmente como los cometas y de los cuales tenemos ahora por término medio de 5 a 7 años. Esas crisis comerciales han llegado cada dieciocho anhos justamente con tanta regularidad como antiguamente las grandes epidemias (ver Wade: History of the Middle and Working Classes, London 1835, p.211). Naturalmente confirman esas revoluciones comerciales la ley, las confirman en gran medida, pero de un modo diferente como el economista nos quiere hacer creer. Que se puede pensar de una ley que sólo puede imponerse a través de revoluciones periódicas? Es justamente una ley natural que se basa en la inconsciencia de los participantes. Si los productores supieran tal cosa, cuanto necesitan los consumidores, entonces organizaran la producción, la repartieran entre sí, entonces serían imposible la oscilación de la concurrencia y su tendencia a la crisis. Producid con conciencia, como humanos, y no como átomos fragmentados sin conciencia de género y estaréis por encima de todas esas oposiciones superficiales e insostenibles. Pero mientras sigáis adelante con ello, sobre la inconsciencia de hoy, descuidados, por dejar producir abandonados al dominio de la casualidad, entretanto quedarán las crisis comerciales; y cada consecutiva deberá ser universal, por tanto peor que las precedentes, deberán empobrecerse una gran cantidad de pequeños capitalistas y el resto de la clase trabajadora viva aumentará en relación creciente – por tanto la masa ampliará el trabajo que está por ocupar visiblemente, principal problema de nuestro economista, y finalmente dará como resultado una revolución social, tal como no se deja soñar por la sabiduría escolar del economista.

La eterna oscilación de los precios, como ha sido conseguida a través de la relación de concurrencia, saca del comercio completamente hasta la última huella de moralidad. Del Valor no hay más que decir; el mismo sistema, que parece dejar sobre el Valor tanto peso que la abstracción del Valor en dinero la honra da una particular existencia – este mismo sistema destruye a través de la concurrencia todo Valor inherente y transforma la relación de Valor de todas las cosas unas contra otras a diaria y cada hora. ¿Dónde queda en esa vorágine la posibilidad de un intercambio basado en un principio moral? En ese continuo dar y tomar debe buscar cada uno el momento más oportuno para comprar y vender, cada uno deberá especular, esto es, cosechar donde no ha sembrado, enriquecerse a costa de la pérdida de otros, calcular sobre infortunio de otros o ganar la casualidad para sí. El especulador siempre cuenta con casos de infortunio, particularmente sobre las malas cosechas, el utiliza todo, como por ejemplo, en su momento el incendio de New York, y el punto de culminación de de la inmoralidad es la especulación bursátil en Fondos, por lo cual será desacreditada la Historia y en ella la Humanidad como medio, para satisfacer la codicia de los especuladores que calculan y arriesgan. Y no gusta al sincero "sólido" comerciante, no fariseo, alzarse sobre el juego bursátil, te doy las gracias Dios etc. Él esta tan malo como el especulador de fondos, el especula tanto o más como ellos, debe de hacerlo, la concurrencia le obliga a ello, y su comercio implica por tanto la misma inmoralidad como la suya. La verdad de la relación de concurrencia es la relación de la fuerza de consumo por la fuerza de producción. Algún día la Humanidad dignificará su condición y no volverá a darse ninguna otra concurrencia que aquella. La comunidad habrá de contar que podrá producir sobre la oferta de medios existentes, y después de aumentar o disminuir la relación de la fuerza de producción, hasta que punto ella habrá de cejar el lujo o de limitarlo. Pero para juzgar correctamente sobre esta relación y aquellas, de unas condiciones razonables, de la comunidad hacia un aumento esperado de las fuerzas de trabajo, gusten de comparar a mis lectores los escritos de los socialistas ingleses y en parte también de Fourier.

La concurrencia subjetiva, la competición de Capital contra Capital, Trabajo contra Trabajo etc., será establecida bajo esas circunstancias sobre aquellas en la naturaleza humana, y hasta ahora tan sólo reducida por la rivalidad desarrollado soportable de Fourier, que después de la supresión de los intereses contrapuestos será reducida sobre su esfera peculiar y sensata.

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La lucha de Capital contra Capital, Trabajo contra Trabajo, suelo contra suelo finca la producción en una fiebre de calor que fija en la cima de todas la relaciones naturales y razonables. Ningún Capital puede soportar la concurrencia de otro si no es llevado al estadio más alto de su actividad. Ningún terreno podrá ser cultivado si su fuerza de producción no se incrementa permanentemente. Ningún Trabajo puede mantenerse frente a sus concurrentes si este no entrega toda su fuerza de Trabajo. Pero nadie que se meta en la lucha de la concurrencia podrá soportar sin el mayor esfuerzo de su fuerza, sin la entrega de todos los fines humanos. La consecuencia de esa sobretensión de una parte es necesariamente la relación de la otra parte. Si la fluctuación de la concurrencia es escasa cuando la demanda y la oferta, el consumo y la producción están casi igualados, así tendrá que producirse en el desarrollo de la producción un estadio en la que este a disposición tanta fuerza de producción excedente que la gran masa de la nación no tenga nada de lo que vivir; que la gente muera de hambre ante la exuberante sobreabundancia. En esa terrible posición, en absurdo vivo se encuentra Inglaterra desde hace algún tiempo. Si oscila fuertemente la producción, como hace a consecuencia de tales condiciones necesariamente, así se sobreviene la alternancia de sangre y crisis, sobreproducción y congestión. El economista no ha podido explicar esta disparatada posición; para poder explicarla inventó la teoría de la población que es igualmente disparatada, incluso más disparatada que esa contradicción de riqueza y miseria al mismo tiempo. El economista no debió de ver la verdad; no debió de reconocer que esa contradicción es una sencilla consecuencia de la concurrencia porque de lo contrario todo su sistema habría venido abajo.

Para nosotros es sencillo de explicar la cosa. Es inconmensurable que la Humanidad esté a la orden de la fuerza de producción disponible. La rentabilidad del suelo está en incremento infinito mediante la aplicación de capital, trabajo y ciencia. La "excedente" Gran Bretaña podrá ser llevada allí después de 10 años, según el cálculo del más diligente economista y estadista (compárese Alison Principles of Population, T.1, Cap.1 y 2)[1] , que es producido suficiente cereal para el séxtuplo de su población actual. El Capital se acrecienta diariamente; la fuerza de Trabajo crece con la población, y la ciencia supedita a diario al humano la fuerza de la naturaleza más y más. Esa capacidad de producción inconmensurable, manejada a conciencia y en interese de todos, mermará pronto al mínimo el trabajo recaído sobre la humanidad; la concurrencia cede, ella hace lo mismo, pero dentro de las oposiciones. Una parte del país será cultivado sobre las mejores tierras, mientras otra parte – en Gran Bretaña e Irlanda 30 millones de Acres de buena tierra – yace desierta. Una parte del Capital circula a una velocidad descomunal, otra parte queda muerta en la caja. Una parte de los trabajadores trabajan catorce, dieciséis horas al día, mientras otra parte queda inactiva y perezosa, y muere de hambre. O la distribución se destaca con esa simultaneidad: hoy le va bien al comercio, la demanda es muy significativa, todos trabajan, el Capital será doblado con prodigiosa rapidez, la agricultura florece, los trabajadores trabajan enfermos – mañana entra una congestión, la agricultura no merece el esfuerzo, grandes segmentos de tierra quedan sin cultivar, el Capital se petrifica en medio de la corriente, los trabajadores no tiene empleo, y toda la tierra trabaja en riqueza superficial y población superficial.

Ese desarrollo de la cosa no puede reconocerlo el economista como el correcto; el debió, por el contrario, como dije, debió renunciar a todo su sistema de concurrencia; el debió de comprender el vacío de su oposición entre producción y consumo, de la población sobrante y la riqueza sobrante. Pero para equiparar los hechos con la teoría, porque los hecho nos fueron negados una sola vez, fué descubierto la teoría de la población.

Malthus, el autor de esa teoría, afirmó que la población presiona siempre sobre los medios de subsistencia, que así como la producción aumentará, la población se reproducirá en la misma relación y que la población, de forma tendencialmente inherente, que se reproduce por encima de los medios de subsistencia disponibles, es la causa de todas las miserias, de todos los vicios. Entonces cuando haya tantos humanos, así se deberá conseguir de una forma u otra quitarlos del medio, bien matándolos violentamente, bien matándolos de hambre. Pero si esto sucede, habrá nuevamente un hueco ahí que deberá ser rellenado inmediatamente por otra reproducción de la población, así comienza nuevamente la vieja miseria. Esto es así incluso bajo todas las condiciones, no sólo en las civilizadas, sino también en las condiciones naturales; los salvajes de nueva Holanda, algunos de los cuales provienen de millas cuadradas trabajan tanto en superpoblación como Inglaterra. En pocas palabras, si queremos ser consecuentes, debemos así confesar que la tierra ya estaba superpoblada cuando tan sólo existía un humano. Ahora bien, las consecuencias de ese desarrollo son que debido a que los pobres son precisamente los excedentes, no se tiene que hacer nada mas por ellos que hacer la inanición lo más leve posible, convencerlos de que no se puede cambiar y que para toda su clase no hay ninguna otra salvación que una posible escasa procreación, o cuando esto no sea posible, así será siempre mejor, que una institución estatal será establecida para la muerte indolora de los hijos de los pobres, como "Marcus" ya ha propuesto- según la cual cada familia trabajadora dos niños y medio; si reciben más de lo establecido, se les dará muerte de forma indoloramente. Dar limosna sería un acto de delincuencia ya que ayudaría al crecimiento de la población excedente; pero sería muy propicio si se hace de la pobreza de una delincuencia y de los hospicios a institución penitenciaria, como precisamente está sucediendo en Inglaterra por medio de la nueva ley de pobreza[2] "liberar". ¡A decir verdad es cierto que esa Teoría concierta de muy mal modo con las enseñanzas de la Biblia de la perfección (die Vollkommenheit) de Dios y su creación, pero "es una mala refutación, si se dirige la Biblia contra los hechos en ese campo"!

¿Tengo que desarrollar aún más esa infame, vil Doctrina, esa atroz blasfemia contra la Naturaleza y la Humanidad, tengo que perseguirla más allá de sus consecuencias? Finalmente hemos llevado aquí, sobre su más alta cima, la inmoralidad de la Economía. ¿Qué son todas esas guerras y sobresaltos del sistema del monopolio contra esa Teoría? Y justamente ella es la piedra angular del sistema liberal del libre comercio, cuya caída arrastra tras de sí todo el edificio. Pues aquí queda demostrada la concurrencia como la causa de la miseria, de la pobreza, de los delincuentes, entonces, ¿quién quiere aún arriesgarse a tomar la palabra para hablar?

Alison ha convulsionado, en su obra arríba citada, la teoría malthusiana, en tanto que él opone el hecho a las apeladas fuerzas de producción de la Tierra y el principio malthusiano, de que cada humano adulto puede producir más de lo que él mismo necesita, un hecho sin el cual la Humanidad no puede reproducirse, incluso ni aún podría existir; ¿de qué tendrían por el contrario que vivir los adolescentes? Pero Alison no va al meollo de la cuestión y llega por tanto en últimas de nuevo al mismo resultado que Malthus. A decir verdad él demuestra que el principio de Malthus es incorrecto, pero no puede negar el hecho de que aquellos han derivado en sus principios.

Si Malthus no hubiera contemplado la cosa tan unilateralmente, así debería de haber visto que la población excedente o la fuerza de trabajo siempre están ligadas con la riqueza excedente, capital excedente y terratenientes excedentes. La población es numerosa allí donde la fuerza de producción es numerosa. La condición de cada país sobrepoblado, particularmente de Inglaterra, desde aquellos entonces donde Malthus escribió, muestra esto de la forma más clara. Estos fueron los hechos que Malthus tuvo por contemplar en su totalidad y cuya contemplación debió de haberle dirigido hacia los resultados correctos; en lugar de ello seleccionó él unos, dejo otros desatendidos y llegó por tanto a su delirante resultado. El segundo error con el que comienza fué la confusión de los medios de subsistencia y de ocupación. Que la población presiona siempre sobre los medios de la ocupación, que tantos humanos podrán ser empleados, también como tanto sea producido, en pocas palabras, que la producción de la fuerza de trabajo hasta aquí fué regulada por la ley de la concurrencia y por tanto han estado expuesto también a los períodos de crisis y fluctuaciones, eso es un hecho de cuya constatación es mérito de Malthus. Pero los medios de ocupación no son los medios de subsistencia. Los medios de ocupación se verán multiplicados con el aumento de la fuerza maquinaria y el capital tan sólo en su resultado final; los medios de subsistencia se reproducen tan pronto como la fuerza de producción, principalmente, sean incrementadas por algo. Aquí sale a la luz del día una nueva contradicción de la economía. La demanda del economista no es la demanda real, su consumo es algo artificial. El economista es sólo un verdadero interrogador, un verdadero consumidos, que para aquellos que el recibe tiene un equivalente que ofrecer. Pero cuando se da el hecho de que cada adulto produce más de lo que puede consumir, que niños son como árboles, que se reembolsan sobreabundante nuevamente sobre los gastos familiares – y bien, ¿estos son los hechos?, así se debería de opinar, cada trabajador debería de poder producir tanto más de lo que el necesita, y la comunidad debería de querer suministrarle amablemente con todo lo que el necesita, así se debería de opinar, una gran familia debería de ser a la comunidad un deseable regalo. Pero el economista en la crudeza de su opinión no conoce ningún otro equivalente que pagarle en palpable dinero en metálico. El está tan anclado en sus oposiciones que le preocupan tan poco los hechos más contundentes como los principios más científicos.

Nosotros destruimos la contradicción sencillamente dado que la anulamos. Con la fusión de los ahora intereses contrapuestos desaparece la oposición entre la superpoblación aquí y la superriqueza allí, desaparece el hecho maravilloso, maravilloso como todas las maravillas juntas de la religiones, por el que deben morir de hambre una nación ante la vanidosa riqueza y la abundancia; desaparece la demente afirmación que dice que la Tierra no posee la fuerza para alimentar a los humanos. Esa afirmación es la más alta cúspide de la economía cristiana – y que nuestra economía es esencialmente cristiana, lo hubiera podido demostrar por cada frase, por cada categoría, y también lo haré en su momento; la teoría Malthusiana es tan sólo la expresión económica para el dogma religioso de la contradicción del espíritu y la naturaleza y de ello la perversión consiguiente de ambos. Esa contradicción que se disuelve para la religión y con ella a lo largo del tiempo, espero haberla mostrado también sobre el terreno económico en su vanidad; por lo demás no aceptaré ninguna defensa de la teoría Malthusiana como competente, que no me sea aclarada antes fuera de su propio principio, como un pueblo de acentuada abundancia puede morir de hambre y conciliar esto con la razón y los hechos.

La teoría Malthusiana ha sido por lo demás un punto de transferencia absolutamente necesario que nos ha hecho avanzar infinitamente. Nos ha sido advertido, como principalmente a través de la economía, de que la fuerza de producción de la Tierra y la humanidad, y después de la superación de esa desesperación económica esta por siempre asegurada ante el miedo de la superpoblación. De ella sacamos los argumentos económicos más fuertes para una reorganización; pues incluso cuando Malthus hubiera tenido absolutamente razón, así debería proponerse esa reorganización sobre el lugar, porque sólo ella, sólo a través de ella se hace posible la formación orientadora de la masas, aquella limitación moral del instinto de reproducción, que Malthus mismo representó como el remedio más efectivo y leve contra la superpoblación. Nosotros hemos conocido a través de ella la más profunda degradación de la Humanidad, su dependencia de la relación de concurrencia; ella nos ha mostrado como en última instancia la propiedad privada ha hecho de los humanos una mercancía, cuya producción y destrucción también depende sólo de la demanda; como de tal manera ha sacrificado, y sacrifica a diario a millones de humanos el sistema de la concurrencia; todo esto lo hemos visto, y todo esto lleva a la deriva de la supresión de esa degradación de la Humanidad a través de la supresión de la propiedad privada, la concurrencia y los intereses opuestos.

Entretanto volvamos una vez más sobre la relación de la fuerza de producción sobre la población, para toda asumir todas las bases del miedo general a la superpoblación. Malthus formula un cálculo en el que se basa todo su sistema. La población se reproduce en una progresión de tipo geométrica: 1+2+4+8+16+32 etc., la fuerza de producción del suelo en una progresión de tipo aritmético: 1+2+3+4+5+6. La diferencia es aparente, es alarmista; pero, es esto correcto? Dónde queda manifiesto que la capacidad productiva del suelo se reproduce en una progresión de tipo aritmética? La extensión del suelo está limitada, bien. La fuerza de trabajo aplicada sobre esa superficie aumenta con la población; supongamos nosotros mismo que la reproducción del rendimiento a través de la reproducción del trabajo no siempre aumenta en relación con el trabajo; así que un tercer elemento que naturalmente el economista jamás será algo válido, la ciencia y su progreso es tan infinitamente, y por lo menos, otro tanto tan rápido como el de la población. ¿Qué progresos no debe de agradecer la agricultura de este último siglo sólo a la química, incluso sólo a dos hombres – Sir Humphrey Davy y Justus Liebig? Pero la ciencia se reproduce por lo menos como la población; esta se reproduce en relación con la cantidad de la última generación; la ciencia progresa en relación con la masa de conocimientos que le fué dejada por la generación precedente, esto es, bajo la relación de todas las relaciones comunes también en progresión geométrica - y, ¿qué es imposible para la ciencia? Pero es ridículo hablar de superpoblación mientras "el valle de Mississippi ocupe suficientes suelos desertificados, como para poder transplantar allí a toda la población de Europa"[3] , mientras que, generalmente, no sea vista una tercera para de la Tierra para el cultivo y la producción de esa tercera parte misma a través de la aplicación, ahora, de las ya mejoras conocidas para poder hacerla aumentar a un séxtuplo y más.

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La concurrencia coloca por tanto al Capital contra el Capital, al Trabajo contra el Trabajo, al Terrateniente contra el Terrateniente, y lo mismo a cada uno de estos tres elementos contra los otros dos. En la lucha vence el más fuerte y habremos de examinar el más fuerte de los combatientes para predecir el resultado de esa lucha. Primero están el Terrateniente y el Capital cada cual más fuerte que el Trabajo, pues el trabajador debe trabajar para vivir, mientras el Terrateniente puede vivir de su renta y el Capitalista de sus intereses, y en caso de necesidad de su capital o del Terrateniente capitalista. La consecuencia de ello es que el Trabajador recae sólo lo indispensable, los medios de subsistencia desnudo, mientras que la gran parte del Producto se reparte entre el capital y el Terrateniente. El trabajador más fuerte saca la parte más débil, el más grande Capitalista la más escasa, el más grande Terrateniente la más pequeña del Mercado. La práctica confirma ese cierre. Las ventajas que tienen el gran Fabricante y el vendedor sobre el pequeño, son conocidas. La consecuencia de ello es que bajo relaciones habituales el gran Capital y el gran Terrateniente devoran al pequeño Capital y al pequeño Terrateniente según la ley del más fuerte – la centralización de los propietarios. En el comercio – y en la crisis de la agricultura la centralización se da mucho más presta para sí. – El gran propietario se reproduce principalmente mucho más presto que el pequeño porque del usufructo recibe una parte mucho más escasa que el desembolso del propietario en deducción. Esa centralización del propietario es justamente una ley inmanente, como todas las otras, de la propiedad privada; las clases medias deberán ir siempre a menos, hasta que el Mundo quede dividido en Millonarios y pobres, en grandes Terratenientes y pobres asalariados. Toda ley, todo reparto de los Terratenientes, toda fragmentación posible del Capital no ayuda en nada - este resultado debe llegar y llegará, si no se anticipa una total reconfiguración de las relaciones sociales, una fundición de los intereses opuestos, una liquidación de la propiedad privada.

La libre concurrencia, la principal palabra clave de nuestros economistas de hoy día, es algo imposible. El monopolio tiene, como mínimo, la intención de proteger a los consumidores del fraude, si este tampoco puede ser llevado a cabo. La abolición del Monopolio abre la puerta de par en par a los estafadores. El dice, la concurrencia contiene en sí mismo el antídoto contra el fraude, nadie compraría cosas malas – esto es, cada uno debe ser un conocedor de todos los artículos, y eso es imposible – por tanto, la necesidad del monopolio, que se muestra también en muchos artículos. Las farmacias etc., deben tener un monopolio. Y el artículo más importante, el dinero, tiene directamente el monopolio, en la mayoría de los casos necesariamente. El medio circulante ha producido, cada vez, así como paró de ser monopolio de Estado, una crisis comercial, y los economistas ingleses, entre otros Dr. Wade, admiten aquí también la necesidad del Monopolio. Pero el monopolio tampoco protege del dinero falso. Nos pongamos sobre aquel lado de la cuestión que queramos, uno es tan difícil como el otro, el monopolio produce la libre concurrencia y esa nuevamente al monopolio; por eso deben caer ambos y esa dificultad será levantada por la anulación de sus principios producentes.

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La concurrencia ha penetrado en todas nuestras relaciones de vida y ha concluido la servidumbre opuesta, en la que se mantienen ahora los humanos. La concurrencia es el gran resorte que incita a la actividad siempre y nuevamente nuestro viejo y durmiente aprovechable orden social, o mejor desorden, pero que también consume una parte de las fuerzas que se van a pique en cada nuevo esfuerzo. La concurrencia domina los numéricos progresos de la humanidad, ella también domina sus progresos morales. Quién esté familiarizado de alguna manera con las estadísticas sobre los crímenes, le debe de ser llamativa la regularidad propia con la que progresan los crímenes anuales, con la que se producen a causas fundadas crímenes fundados. La extensión del sistema fabril ha tenido ante todo como consecuencia el incremento del crimen. Se puede determinar previamente la cantidad de detenciones, casos criminales, incluso la cantidad de asesinatos, de ladrones, los pequeños robos, etc., de una gran ciudad o de un distrito con la justa exactitud todos los años, como ya ha sucedido a menudo en Inglaterra. Esa regularidad demuestra que el crimen también reaccionaría ante la concurrencia, que la sociedad produce una demanda después de los crímenes, que sería correspondido a través de un abastecimiento adecuado, que haría los huecos que a través de las detenciones, transportaciones o ejecuciones y de inmediato rellenaría a través de otros nuevamente, igual que cada hueco en la población sería rellanado de inmediato por un nuevo forastero, con otras palabras, que los crímenes presionan igual sobre medios de castigo que los pueblos sobre los medios de empleo. Cómo de justo es castigar los crímenes bajo esas circunstancias, al margen de todos los otros, lo dejo a cargo del juicio de mis lectores. Por el resto, de lo que se trata para mi es de demostrar la concurrencia también en el terreno moral y de señalar como la propiedad privada ha llevado al humano a la más profunda degradación.

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En la lucha de capital y suelo contra el trabajo aventajan aún los dos primeros elementos un particular interés frente al trabajo – la ayuda de la ciencia, pues también esta es dirigida, bajo las relaciones actuales, contra el trabajo. Casi todos los descubrimientos mecánicos, por ejemplo, han sido ocasionados por la carencia de fuerza de trabajo, así particularmente el telar mecánico de algodón Hargreaves, Cromptons y Arkrights. El trabajo no ha sido jamás tan buscado sin que por ello no resultara un descubrimiento que incrementara la fuerza de trabajo significativamente, pues la demanda de trabajo humano desvió. La historia de Inglaterra de 1770 hasta hoy es una prueba continua de ello. El último gran descubrimiento en el telar mecánico, la self-acting mule, fué del todo resultado de la cuestión según el trabajo y el aumento del salario – se duplicó el trabajo maquinario y limitó por ello la mano de obra a la mitad, sacó fuera de su empleo a la mitad de los trabajadores y rebajó por ellos el salario de los otros a la mitad; aniquiló una conspiración de los trabajadores contra los fabricantes y destruyó el último resto de su fuerza, con el que el trabajo aún había resistido la desigual lucha contra el capital (vgl. Dr. Ure, Philosophy of Manufactures, vol. 2). El economista dice ahora, a decir verdad, que el resultado final de la industrialización sería favorable para los trabajadores, en tanto que haría la producción más barata y por a través de ello conseguiría un nuevo gran Mercado para sus productos, y así por último die außer Arbeit gesetzen Arbeiter doch wieder beschäftige. Totalmente correcto, pero el economista olvida aquí que la producción de la fuerza de trabajo será regulada a través de la concurrencia, que presiona siempre a la fuerza de trabajo sobre el medio del empleo, que por tanto si tiene que darse esa ventaja ya espera nuevemente encima una abundacia de concurrentes para el trabajo y por ellos esa ventaja se hará ilusioria, mientras la desventaja, la repentina retirada de los medios de subsistencia para unos y la caida del salario para la otra mitad de los trabajadores, ¿no es ilusoria? ¿El economista olvida que el progreso de los inventos nunca para, que por tanto esa desventaja se eterniza? ¿Olvida él que un trabajador sólo pueda vivir en nuestra civilización, tan infinitamente creciente división del trabajo, si él puede ser empleado en esa determinada máquina para ese determinado mezquino trabajo? ¿Que la transición de una ocupación a otra, más nueva, es para el trabajador adulto casi siempre una imposibilidad definitiva?

En tanto tengo en vista los efectos de la maquinaria, llego a otro tema, mucho más alejado, el sistema fabril, y para tratar este de aquí, no tengo ni tiempo, ni ganas. Por lo demás espero tener pronto la ocasión de desarrollar y desvelar con detenimiento la atroz inmoralidad de ese sistema y la hipocresía del economista, que aparece aquí en todo su esplendor.

 

 

 

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[1] Archibald Alison, The Principles of Population, and their Connection with Human Happiness, Vol. 1-2, Londres 1840.

[2] Se refiere a la nueva ley de pobreza aceptada en Inglaterra en 1834. Esta ley deja valer tan sólo una forma de ayuda para los pobres: su ingreso en casa de trabajo con régimen de cárcel o de trabajo forzoso. Esas casa de trabajo fueron llamadas por el pueblo como "ley de pobres – Bastille".

[3] Archibald Alison, The principles of Population, Vol. 1, Londres 1840.