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C. MARX Y F. ENGELS

 

DE LA CARTA CIRCULAR A A. BEBEL,
W. LIEBKNECHT, W. BRACKE
Y OTROS[1]



Escrito: Del 17 al 18 de septiembre de 1879.
Primera edición: En la revista Die Kommunistische Internationale, XII. Jahrg. Heft 23, 15 de junio de 1931.
Digitalización: Juan R. Fajardo, para el MIA, marzo de 2001.
Fuente: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. III, págs. 91-97.
Esta edición: Marxists Internet Archive, marzo de 2001.




III.
El manifiesto de los tres de Zurich


Entretanto, llegó el "Jahrbuch"[2] de Höchberg, con el artículo "Examen retrospectivo del movimiento socialista en Alemania", escrito, según me ha comunicado el propio Höchberg, precisamente por los tres miembros de la Comisión de Zurich. Aquí tenemos una crítica auténtica de estos señores a todo el movimiento hasta nuestros días, y, por consiguiente, en la medida en que ellos determinan la línea del nuevo periódico[3], el programa auténtico del mismo.    

Desde el principio leemos:

«El movimiento, considerado como eminentemente político por Lassalle —quien invitaba a incorporarse a él no sólo a los obreros, sino también a todos los demócratas honrados—, y al frente del cual debían situarse los representantes independientes de la ciencia y todas las personas de verdaderos sentimientos humanitarios, se acható bajo la dirección de J. B. von Schweitzer, reduciéndose a una lucha unilateral de los obreros industriales por sus intereses».

No voy a examinar la cuestión de si esto corresponde, y hasta qué punto, a la realidad de los hechos. El reproche especial que aquí se le hace a Schweitzer es el de haber achatado el lassalleanismo, considerado aquí como un movimiento burgués democrático-filantrópico, reduciéndolo al nivel de una lucha unilateral de los obreros industriales por sus intereses. Pero, en realidad, resulta que Schweitzer acható el movimiento, haciéndolo más profundo, al darle el carácter de lucha de clases de los obreros industriales contra la burguesía. Más adelante se le reprocha el «haber ahuyentado a la democracia burguesa». Pero, ¿qué tiene que hacer la democracia burguesa en las filas del Partido Socialdemócrata? Si la democracia burguesa está integrada por «personas honradas», no puede desear el ingreso en el Partido; y si a pesar de ello desea ingresar en él, sólo puede ser para hacer daño.

El partido lassalleano «ha preferido, de la manera más unilateral, conducirse como un partido obrero». Y los señores que escriben eso pertenecen a un partido que se conduce del modo más unilateral como partido obrero, y ocupan ahora en él puestos oficiales. Hay en esto una incompatibilidad absoluta. Si piensan, como escriben, deben abandonar el partido, o por lo menos, renunciar a los cargos que en él ocupan. Si no lo hacen, confiesan con ello sus intenciones de aprovechar su posición oficial para luchar contra el carácter proletario del partido. De este modo, al dejarlos en sus puestos oficiales, el partido se hace traición a sí mismo.

Así pues, según estos señores, el Partido Socialdemócrata no debe ser un partido unilateralmente obrero, sino el partido universal «de todas las personas de verdaderos sentimientos humanitarios». Y para demostrarlo, debe renunicar ante todo a las groseras pasiones proletarias y, dirigido por burgueses cultos y de sentimientos filantrópicos, «adquirir gustos finos» y «aprender buenos modales» (pag. 85). Entonces, los «toscos modales» de ciertos líderes serán sustituidos por distinguidos «modales burgueses» (¡como si la indecorosidad externa de aquellos a quienes se alude no fuese el menor de los defectos que se les puede imputar!). Entonces, tampoco tardarán en aparecer

"numerosos partidarios procedentes de las clases cultivadas y poseedoras. Sin estos elementos los que deben ser atraídos ante todo... si se quiere que la propaganda alcance éxitos tangibles».

El socialismo alemán «ha atribuido demasiada importancia a la conquista de las masas, a la vez que ha descuidado la propaganda enérgica (!) entre las llamadas capas altas de la sociedad». Pero «al partido aún le faltan personas que pueden representarlo en el Reichstag», y «es deseable, e incluso necesario, que las credenciales sean entregadas a personas que tengan tiempo y posibilidades de estudiar a fondo los problemas. Los simples obreros y los pequeños artesanos... sólo muy excepcionalmente pueden disponer del ocio necesario».

Así que, ¡elegid a los burgueses!

En una palabra, la clase obrera no es capaz de lograr por sí misma su emancipación. Para ello necesita someterse a la dirección de burgueses «cultivados y poseedores», pues sólo ellos «tienen tiempo y posibilidades» de llegar a conocer lo que puede ser útil para los obreros. En segundo lugar, la burguesía no debe ser atacada en ningún caso, sino conquistada mediante una propaganda enérgica.

Pero si nos proponemos conquistar a las capas altas de la sociedad, o por lo menos a sus elementos bien intencionados, en modo alguno debemos asustarlos. Y aquí es donde los tres de Zurich creen haber hecho un descubrimiento tranquilizador:

«Precisamente ahora, bajo la presión de la ley contra los socialistas, el partido demuestra que no tiene la intención de recurrir a la violencia e ir a una revolución sangrienta, sino que, por el contrario, está dispuesto... a seguir el camino de la legalidad, es decir, el camino de las reformas».

De este modo, si 500.000 ó 600.000 electores socialdemócratas (la décima o la octava parte del censo electoral), dispersos, además, por todo el país, son lo bastante sensatos para no romperse la cabeza contra un muro y para no lanzarse, en la proporción de uno contra diez, a una «revolución sangrienta», eso demuestra que han renunciado para siempre a utilizar cualquier gran acontecimiento de la política exterior y el ascenso revolucionario por él provocado, e incluso la victoria lograda por el pueblo en el conflicto que pueda producirse sobre esta base. Si alguna vez Berlín vuelve a dar pruebas de su incultura con otro 18 de Marzo[4], la socialdemocracia no participará en la lucha, como «cualquier chusma ansiosa de lanzarse a las barricadas» (pag. 88), sino que «seguirá el camino de la legalidad», apaciguará la insurrección, retirará las barricadas y, en caso necesario, marchará con el glorioso ejército contra la masa unilateral, grosera e inculta. Y si esos caballeros afirman que no era tal la intención de sus palabras, ¿qué era, pues, lo que querían decir?

Pero aún falta lo mejor.

«Cuanto más sereno, objetivo y circunspecto sea el partido en su crítica del orden actual y en sus propuestas de reforma, menos posibilidades habrá de que se repita la jugada, que ahora ha tenido éxito» (al dictarse la ley contra los socialistas), «y gracias a la cual la reacción consciente ha logrado meter en un puño a la burguesía, intimidada por el fantasma rojo» (pag. 88).

Para liberar a la burguesía de toda sombra de temor, hay que demostrarle clara y palpablemente que el fantasma rojo no es más que eso, un fantasma que no existe en la realidad. Pero el secreto del fantasma rojo está precisamente en el miedo de la burguesía a la inevitable lucha a vida o muerte que tiene que librarse entre ella y el proletariado, está en el temor al inevitable desenlace de la actual lucha de clases. Acabemos con la lucha de clases y la burguesía, lo mismo que «todas las personas independientes», «no temerá marchar del brazo con el proletariado». Pero éste será precisamente quien se quede con un palmo de narices.

Por lo tanto, el partido debe demostrar con su acatamiento y humildad que ha renunciado para siempre a «los despropósitos y a los excesos» que dieron pie a la promulgación de la ley contra los socialistas. Si promete voluntariamente no salirse del marco de esa ley, Bismarck y la burguesía serán naturalmente tan amables que la abolirán, pues ya no será necesaria.

«Entiéndasenos bien»; nosotros no queremos «renunciar a nuestro partido ni a nuestro programa, pero consideramos que tenemos trabajo para muchos años si aplicamos todas nuestras fuerzas y todas nuestras energías a lograr ciertos objetivos inmediatos, que deben ser conseguidos por encima de todo antes de ponernos a pensar en tareas de mayor alcance».

Y entonces, los burgueses, los pequeñoburgueses y los obreros, que «ahora se asustan... de nuestras reivindicaciones de largo alcance», vendrán a nosotros en masa.

No se renuncia al programa; lo único que se hace es aplazar su realización... por tiempo indefinido. Se acepta el programa, pero esta aceptación no es en realidad para sí mismo, para seguirlo durante la vida de uno, sino únicamente para dejarlo en herencia a los hijos y a los nietos. Y mientras tanto, «todas las fuerzas y todas las energías» se dedican a futilidades sin cuento y a un remiendo miserable del régimen capitalista, para dar la impresión de que se hace algo, sin asustar al mismo tiempo a la burguesía. Es preferible mil veces la conducta del «comunista» Miqel, quien para demostrar su seguridad inquebrantable de que la sociedad capitalista ha de hundirse inevitablemente al cabo de unos cuantos siglos, especula cuanto puede y contribuye, en la medida de sus fuerzas, al crac de 1873, con lo que realmente hace algo para preparar el fin del régimen actual.

Otro atentado a los buenos modales fueron los «ataques exagerados contra los especuladores», quienes después de todo no eran más que unas «criaturas de la época»; por eso, «hubiera sido mejor... no insultar a Stroussberg ni a los de su mismo tipo». Por desgracia, todos los hombres son «criaturas de la época», y si esta justificación es valedera, ya no se puede atacar a nadie y tenemos que renunciar a toda polémica y a toda lucha; tenemos que aceptar tranquilamente los puntapiés de nuestros adversarios, pues nuestra sabiduría nos enseña que no son más que unas «criaturas de la época», y como tales no pueden actuar de otro modo. En lugar de devolverles con creces sus puntapiés, tenemos que compadecernos de esos desdichados.

Así también, nuestra defensa de la Comuna tuvo consecuencias desagradables, pues

«apartó de nuestro lado a muchas personas que estaban bien dispuestas hacia nosotros y, en general, acrecentó el odio que nos tenía la burguesía». Ademas, el partido «no está totalmente libre de culpa por la promulgación de la ley de octubre[5], pues atizó innecesariamente el odio de la burguesía».

Tal es el programa de los tres censores de Zurich. Es de una claridad meridiana, sobre todo para nosotros, que desde 1848 conocemos al dedillo todos esos tópicos. Aquí tenemos a unos representantes de la pequeña burguesía llenos de miedo ante la idea de que los proletarios, impulsados por su posición revolucionaria, puedan «llegar demasiado lejos». En lugar de una oposición política resuelta, mediación general; en lugar de la lucha contra el gobierno y la burguesía, intentos de convencerlos y de atraerlos; en lugar de una resistencia encarnizada a las persecuciones de arriba, humilde sumisión y reconocimiento de que el castigo ha sido merecido. Todos los conflictos impuestos por la necesidad histórica se interpretan como malentendidos y se da carpetazo a todas las discusiones con la declaración de que en lo fundamental todos estamos de acuerdo. Los que en 1848 actuaban como demócratas burgueses pueden llamarse hoy socialdemócratas sin ningún reparo. Lo que para los primeros era la república democrática es para los segundos la caída del régimen capitalista: algo perteneciente a un futuro muy remoto, algo que no tiene absolutamente ninguna importancia para la práctica política del momento presente, por lo que puede uno entregarse hasta la saciedad a la mediación, a las componendas y a la filantropía. Exactamente lo mismo en cuanto a la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía. Se le reconoce en el papel, porque ya es imposible negarla, pero en la práctica se la difumina, se la diluye, se la debilita. El Partido Socialdemócrata no debe ser un partido de la clase obrera, no debe despertar el odio de la burguesía ni de nadie. Lo primero que debe hacer es realizar una propaganda enérgica entre la burguesía; en vez de hacer hincapié en objetivos de largo alcance, que asustan a la burguesía y que de todos modos no han de ser conseguidos por nuestra generación, mejor será que concentre todas sus fuerzas y todas sus energías en la aplicación de reformas remendonas pequeñoburguesas, que habrán de convertirse en nuevos refuerzos del viejo régimen social, con lo que, tal vez, la catástrofe final se transformará en un proceso de descomposición que se lleve a cabo lentamente, a pedazos y, en la medida de lo posible, pacíficamente. Esa gente es la misma que, so capa de una febril actividad, no sólo no hace nada ella misma, sino que trata de impedir que, en general, se haga algo más que charlar; son los mismos que en 1848 y 1849, con su miedo a cualquier acción, frenaban el movimiento a cada paso y terminaron por conducirlo a la derrota; los mismos que nunca advierten la reacción y se asombran extraordinariamente al hallarse en un callejón sin salida, donde la resistencia y la huida son igualmente imposibles; los mismos que se empeñan en aprisionar la historia en su estrecho horizonte de filisteos, y de los cuales la historia jamás hace el menor caso, pasando invariablemente al orden del día.

Por lo que respecta a sus convicciones socialistas, ya han sido bastante criticadas en el Manifiesto del Partido Comunista, en el capítulo donde se trata del socialismo alemán o socialismo «verdadero»[*]. Cuando la lucha de clases se deja a un lado como algo fastidioso y «grosero», la única base que le queda al socialismo es el «verdadero amor a la humanidad» y unas cuantas frases hueras sobre la «justicia».

El mismo curso del desarrollo determina el fenómeno inevitable de que algunos individuos de la clase hasta ahora dominante se incorporen al proletariado en lucha y le proporcionen elementos de instrucción. Ya lo hemos señalado con toda claridad en el Manifiesto. Pero aquí conviene tener presente dos circunstancias:

Primera; que para ser verdaderamente útiles al movimiento proletario, esos individuos deben aportar auténticos elementos de instrucción, cosa que no podemos decir de la mayoría de los burgueses alemanes que se han adherido al movimiento; ni Zukunft ni Neue Gesellschaft[6] han dado nada que haya hecho avanzar al movimiento un solo paso. En ellos no encontramos ningún material verdaderamente efectivo o teórico que pueda contribuir a la ilustración de las masas. En su lugar, un intento de conciliar unas ideas socialistas superficialmente asimiladas con los más variados conceptos teóricos, adquiridos por esos señores en la universidad o en otros lugares, y a cual más confusos a causa del proceso de descomposición por que están pasando actualmente los residuos de la filosofía alemana. En lugar de profundizar ante todo en el estudio de la nueva ciencia, cada uno de ellos ha tratado de adaptarla de una forma o de otra a los puntos de vista que ha tomado de fuera, se ha hecho a toda prisa una ciencia para su uso particular y se ha lanzado a la palestra con la pretensión de enseñársela a los demás. De aquí que entre esos caballeros haya tantos puntos de vista como cabezas. En vez de poner en claro un problema cualquiera, han provocado una confusión espantosa, que, por fortuna, se circunscribe casi exclusivamente a ellos mismos. El partido puede prescindir perfectamente de unos educadores cuyo principio fundamental es enseñar a los demás lo que ellos mismos no han aprendido.

Segunda; que cuando llegan al movimiento proletario tales elementos procedentes de otras clases, la primera condición que se les debe exigir es que no traigan resabios de prejuicios burgueses, pequeñoburgueses, etc., y que asimilen sin reservas el enfoque proletario. Pero estos señores, como ya se ha demostrado, están atiborrados de ideas burguesas y pequeñoburguesas, que tienen sin duda su justificación en un país tan pequeñoburgués como Alemania, pero únicamente fuera del Partido Obrero Socialdemócrata. Si estos señores se constituyen en un partido socialdemócrata pequeñoburgués, nadie les discutirá el derecho de hacerlo; en tal caso, podríamos entablar negociaciones, formar en ciertos momentos bloques con ellos, etc. Pero en un partido obrero constituyen un elemento corruptor. Si por ahora las circunstancias aconsejan que se les tolere, debemos comprender que la ruptura con ellos es únicamente cuestión de tiempo, siendo nuestro deber el de tolerarlos únicamente, sin permitir que ejerzan alguna influencia sobre la dirección del partido. Además, parece ser que el momento de ruptura ya ha llegado. No podemos comprender en modo alguno cómo puede el partido seguir tolerando en sus filas a los autores de ese artículo. Y si hasta la dirección del partido cae en mayor o menor grado en manos de esos hombres, quiere decir simplemente que el partido está castrado y que ya no le queda vigor proletario.

En cuanto a nosotros, y teniendo en cuenta todo nuestro pasado, no nos queda más que un camino. Durante cerca de cuarenta años hemos venido destacando la lucha de clases como fuerza directamente propulsora de la historia, y particularmente la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado como la gran palanca de la revolución social moderna. Esta es la razón de que no podamos marchar con unos hombres que pretenden extirpar del movimiento esta lucha de clases. Al ser fundada la Internacional, formulamos con toda claridad su grito de guerra: la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos[**]. No podemos, por consiguiente, marchar con unos hombres que declaran abiertamente que los obreros son demasiado incultos para emanciparse ellos mismos, por lo que tienen que ser liberados desde arriba, por los filántropos de la gran burguesía y de la pequeña burguesía. Si el nuevo órgano de prensa del partido sigue una orientación en consonancia con los puntos de vista de esos señores, si en vez de un periódico proletario se convierte en un periódico burgués, no nos quedará, por desgracia, más remedio que manifestar públicamente nuestro desacuerdo y romper la solidaridad que hemos tenido con ustedes al representar al partido alemán en el extranjero. Pero es de esperar que las cosas no lleguen a tal extremo.....


 

Traducido del alemán.



NOTAS

 

[1] La carta circular de C. Marx y F. Engels del 17-18 de septiembre de 1879, enviada a Bebel, pero destinada por sus autores a toda la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán, tiene carácter de documento del partido. En el presente tomo se publica la parte III de este documento, en la que se pone de relieve la conducta capituladora de Höchberg, Bernstein y Schramm, que encabezaban el ala derecha del partido e insertaron en 1879 en las páginas del Jahrbuch für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik («Anuario de ciencias sociales y de política social») artículos predicando un oportunismo descarado.
  Marx y Engels denuncian en su carta las bases políticas de clase e ideológicas del oportunismo manifestado y hacen valer su protesta contra la transigencia para con él por parte le la dirección del partido. Critican acerbamente las vacilaciones oportunistas que se manifestaron en el partido después de la promulgación de la ley de excepción contra los socialistas. Al defender el carácter consecuente de clase del partido proletario, Marx y Engels exigen que se elimine toda influencia de los elementos oportunistas en el partido y el órgano del partido. La crítica de Marx y Engels ayudó a los dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán a mejorar la situación en el partido, que supo en el período de vigencia de la ley de excepción, en condiciones de persecuciones de todo género, fortalecer sus filas, reestructurar la organización y encontrar el acertado camino de las masas, combinando las formas legales y clandestinas de trabajo.

[2] Trátase del Jahrbuch für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik, revista de orientación socialreformista que se publicaba en Zurich de 1879 a 1881 bajo la dirección de K. Höchberg, cuyo seudónimo era Ludwig Richter; aparecieron tres números.

[3] Trátase del órgano del partido que se proyectaba fundar en Zurich.

[4] Se alude a los combates de barricadas en Berlín el 18 de marzo, que dieron comienzo a la revolución de 1848-1849 en Alemania.

[5] Trátase de la ley de excepción contra los socialistas, aprobada por el Reichstag alemán en octubre de 1878 (véase: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos t. III, pág. 540, nota 22).

[6] Die Zukunft («El porvenir»): revista de orientación socialreformista que aparecía en Berlín desde octubre de 1877 hasta noviembre de 1878. La editaba K. Höchberg. Marx y Engels criticaban acerbamente la revista por sus intentos de llevar al partido a la vía reformista.
  Die Neue Gesellschaft ("La nueva sociedad"): revista socialreformista, aparecí en Zurich de 1877 a 1880.

[*] Véase: Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos (Editorial Progreso, Moscú, 1974), t. I, págs. 133-135.

[**] C. Marx, "Estatutos Provisionales de la Asociación". (N. de la Edit.)




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