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Carlos Marx


La Guerra Civil en Francia



 

Primer Manifiesto
 
del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Franco-Prusiana[17]



Escrito: Por Marx entre el 19 y el 23 de julio de 1870.
Primera publicación: Publicado en hojas sueltas en inglés en julio de 1870, y también en periódicos en alemán, francés y ruso entre agosto y septiembre de 1870.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2001.
Fuente del texto digital: Izquierda Revolucionaria, Sevilla - España.



A los miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores en Europa y los Estados Unidos,

 

    En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fechado en noviembre de 1864, decíamos: "Si ía emancipación de la clase obrera exige su fraternal unión y colaboración, ¿cómo van a poder cumplir esta gran misión, con una política exterior que persigue designios criminales, que pone en juego prejuicios nacionales y dilapida en guerras de piratería la sangre y las riquezas del pueblo?" Y definíamos la política exterior a que aspira la Internacional con estas palabras: "Reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones".[18]

    No puede asombrarnos que Luis Bonaparte, que usurpó el Poder explotando la guerra de clases en Francia y lo perpetuó mediante guerras periódicas en el exterior, haya ¿ratado desde el primer momento a la Internacional como a un enemigo peligroso. En vísperas del plebiscito, ordenó una batida con tra los miembros de los Comités Administrativos de la Asociación Internacional de los Trabajadores de un extremo a otro de Francia: en París, Lyon, Ruán, Marsella, Brest, etc, con el pretexto de que la Internacional era una sociedad secreta, que estaba enredada en un complot para asesinarle. Lo absurdo de este pretexto fue puesto de manifiesto poco después, en toda su plenitud, por sus propios jueces.[19] ¿Qué delito habían cometido en realidad las secciones francesas de la Internacional? El de decir al pueblo francés, pública y enérgicamente, que votar por el plebiscito era votar por el despotismo en el interior y por la guerra en el exterior. Y fue obra suya, en realidad, el que en todas las grandes ciudades, en todos los centros industriales de Francia, la clase obrera se levantase como un solo hombre para rechazar el plebiscito. Desgraciadamente la profunda ignorancia de los distritos rurales hizo inclinarse del lado contrario el platillo de la balanza. Las bolsas de valores, los gobiernos, las clases dominantes y la prensa de Europa celebraron el plebiscito como un triunfo memorable del emperador francés sobre la clase obrera de Francia; en realidad, el plebiscito fue la señal para el asesinato, no ya de un individuo, sino de naciones. 

    El complot bélico de julio de 1870[20] no es más que una edición corregida del coup d'Etat [golpe de Estado] de diciembre de 1851[21]. A primera vista, la cosa parecía tan absurda que Francia no quería creer que aquello fuese realmente en serio. Se inclinaba más bien a dar crédito al diputado que denunciaba los discursos belicistas de los ministros como una simple maniobra bursátil. Cuando, por fin, el 15 de julio, la guerra fue oficialmente comunicada al Corps Législatif [Cuerpo Legislativo], toda la oposición se negó a votar los créditos preliminares; hasta el propio Thiers estigmatizó la guerra como "detestable"; todos los periódicos independientes de París la condenaron y, cosa extraña, la prensa de provincia se unió a ellos casi unánimemente. 

    Mientras tanto, los miembros parisinos de la Internacional habían puesto de nuevo manos a la obra. En Le Réveil[22] del 2 de julio publicaron su manifiesto "A los obreros de todas las naciones", del que tomamos las líneas siguientes:

    "Una vez más, -- dicen --, bajo el pretexto del equilibrio europeo y del honor nacional, la paz del mundo se ve amena zada por las ambiciones políticas. ¡Obreros de Francia, de Alemania, de España! ¡Unamos nuestras voces en un grito unánime de reprobación contra la guerra! . . . ¡Guerrear por una cuestión de preponderancia o por una dinastía tiene que ser forzosamente considerado por los obreros como un absur do criminal! ¡Contestando a las proclamas guerreras de quie nes se eximen a sí mismos de la contribución de sangre y hallan en las desventuras públicas una fuente de nuevas espe culaciones, nosotros, los que queremos paz, trabajo y libertad, alzamos nuestra voz de protestal . . . ¡Hermanos de Alemania! ¡Nuestras disensiones no harían más que asegurar el triunfo completo del despotismo en ambas orillas del Rin. . . ! ¡Obreros de todos los países! Cualquiera que sea por el mo mento el resultado de nuestros esfuerzos comunes, nosotros, miembros de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que no conoce fronteras, os enviamos, como prenda de una solidaridad indestructible, los buenos deseos y los saludos de los trabajadores de Francia".

    Este manifiesto de nuestra sección parisina fue seguido pot numerosos llamamientos parecidos de otras partes de Francia, entre los cuales sólo podremos citar aquí la declaración de Neuilly-sur-Seine, publicada en La Marseillaise [23] del 22 de julio: "¿Es justa esta guerra? ¡No! ¿Es nacional esta guerra? ¡No! Es una guerra puramente dinástica. En nombre de la humanidad, de la democracia, y de los verdaderos intereses de Francia, nos adherimos por entero y con toda energía a la protesta de la Internacional contra la guerra". 

    Estas protestas expresaban los verdaderos sentimientos de los obreros franceses, como pronto había de probarlo un curioso incidente. La banda del 10 de Diciembre,[24] que fuera organizada por primera vez bajo el mandato presidencial de Luis Bonaparte, fue lanzada a la calle, disfrazada con blusas de obreros, para representar las contorsiones de la fiebre bélica; entonces los obreros auténticos de los suburbios se lanzaron también a la calle en manifestaciones de paz tan arrolladoras que el prefecto de policía Pietri estimó prudente poner término inmediatamente a toda política callejera, alegando que el leal pueblo de París había manifestado ya suficientemente su reprimido patriotismo y su exuberante entusiasmo por la guerra.

    Cualquiera que sea el desarrollo de la guerra de Luis Bonaparte con Prusia, en París ya han doblado las campanas por el Segundo Imperio. Acabará como empezó, con una parodia. Pero no olvidemos que fueron los gobiernos y las clases dominantes de Europa quienes permitieron a Luis Bonaparte representar durante dieciocho años la cruel farsa del Imperio Restaurado.

    Por parte de Alemania, la suya es una guerra defensiva, pero ?quién colocó a Alemania en el trance detener que de fenderse? ¿Quién permitió a Luis Bonaparte guerrear contra ella? ¡Prusia! Fue Bismarck quien conspiró con el mismísimo Luis Bonaparte, con el propósito de aplastar la oposición po pular dentro de su país y anexionar Alemania a la dinastía de los Hohenzollern. Si la batalla de Sadowa[25] se hubiera perdido en vez de ganarse, los batallones franceses habrían invadido Alemania como aliados de Prusia. Después de su triunfo, ¿pensó Prusia un solo momento en oponer una Alemania libre a una Francia esclavizada? Todo lo contrario. Sin dejar de conservar celosamente todos los encantos nativos cle su antiguo sistema, les añadía todas las mañas del Segundo Imperio, su despotismo real y su falso democratismo, sus supercherías políticas y sus trapicheos financieros, sus frases grandilocuentes y sus vulgares malabarismos. Al régimen bonapartista, que hasta ahora sólo había florecido en una orilla del Rin, le salió un émulo al otro lado. Así las cosas, ¿qué podía salir de aquí que no fuera la guerra?

    Si la clase obrera alemana permite que la guerra actual pierda su carácter estrictamente defensivo y degenere en una guerra contra el pueblo francés, el triunfo o la derrota serán igualmente desastrosos. Todas las miserias que cayeron sobre Alemania después de su guerra de independencia, renacerán con redoblada intensidad.

    Pero los principios de la Internacional se hallan demasiado difundidos y demasiado firmemente arraigados entre la clase obrera alemana para temer un desenlace tan triste. Las voces de los obreros franceses han encontrado eco en Alemania. Una asamblea obrera de masas celebrada en Brunswick el I6 de julio expresó su absoluta solidaridad con el manifiesto de París, rechazó con desprecio toda idea de antagonismo nacional respecto a Francia y cerró sus resoluciones con estas palabras: "Somos enemigos de todas las guerras, pero sobre todo de las guerras dinásticas. . . Con profunda pena y gran dolor, nos vemos obligados a soportar una guerra defensiva como un mal inevitable; pero, al mismo tiempo, apelamos a toda la clase obrera alemana para que haga imposible la repetición de una desgracia social tan inmensa, reivindicando para los pueblos mismos la potestad de decidir sobre la paz y la guerra y haciéndolos dueños de sus propios destinos".

    En Chemnitz, una asamblea de delegados, que representaban a 50.000 obreros de Sajonia, adoptó por unanimidad la siguiente resolución: "En nombre de la democracia alemana y especialmente de los obreros que forman el Partido Socialdemócrata, declaramos que la actual es una guerra exclusivamente dinástica. . . Nos hallamos felices de estrechar la mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia. . . Atentos a la consigna de la Asociación Internacional de los Trabajadores: ¡Proletarios de todos los países, uníos! jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países, nuestros enemigos ."[26]

    La sección berlinesa de la Internacional contestó también al manifiesto de París: "Nos adherimos en cuerpo y alma a vuestra protesta. . . Solemnemente prometemos que ni el toque del clarín ni el retumbar del cañón, ni la victoria ni la derrota, nos desviarán de nuestro trabajo común por la unión de los obreros de todos los países."

    ¡Así sea!

    Al fondo de esta lucha suicida se alza la figura siniestra de Rusia. Es un mal presagio que la señal para el desencadenamiento de esta guerra se haya dado cuando el gobierno moscovita acababa de terminar sus estratégicas vías ferroviarias y estaba ya concentrando tropas en la dirección de Pruth. Por muchas que sean las simpatías que los alemanes puedan justamente reclamar en una guerra deferlsiva contra  la agresión bonapartista, las perderán de golpe si permiten que el Gobierno prusiano pida o acepte la ayuda de los cosacos. Que recuerden que, después de su guerra de índependencia contra el primer Napoleón, Alemania yació durante varias generaciones postrada a los pies del zar.

    La clase obrera inglesa tiende su mano fraternal a los obreros de Francia y de Alemania. Está firmemente convencida de que, cualquiera que sea el giro que tome la horrenda guerra inminente, la alianza de los obreros de todos los países acabará finalmente con las guerras. El simple hecho de que, mientras la Francia y la Alemania oficiales se lanzan a una lucha fratricida, entre los obreros de estos países se crucen mensajes de paz y amistad es un hecho grandioso, sin precedentes en la historia, que abre la perspectiva de un porvenir más luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y su delirio politico, está surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque su gobernante nacional será el mismo en todas partes: ¡el trabajo! La precursora de esta sociedad nueva es la Asociación Internacional de los Trabajadores.



EL CONSEJO GENERAL
Robert Applegarth 
Martin J. Boon 
Fred. Bradnick 
Cowell Stepney 
John Hales 
William Hales 
George Harris 
Fred. Lessner 
Legreulier

George Milner 
Thomas Mottershead 
Charles Murray 
George Odger 
James Parnell 
Pfänder 
Rühl 
Joseph Shepherd 
Stoll 
W. Lintern 
Zévy Maurice

 

 

SECRETARIOS CORRESPONDIENTES
Eugène Dupont, por Francia 
Karl Marx, por Alemania 
A. Serraillier, por Bélgica, Holanda y España 
Hermann Jung, por Suiza 
Giovanni Bora, por Italia 
Antoni Zabicki, por Polania 
James Cohen, por Dinamarca 
J. G. Eccarius, por Estados Unidos de América 
 
    Benjamin Lucraft, Presidente 
    John Weston, Tesorero 
    J. George Eccarius, Secretario General 
 

Oficina: 256, High Holborn, Londres, W.C. 
 
23 de julio de 1870