F. ENGELS

 

Prólogo

a la edición norteamericana de 1888 del pamfleto "Sobre la cuestión del libre comercio" de Karl Marx

 



Escrito: Como prólogo de Frederick Engels a la edición norteamericana de 1888 del pamfleto On the Question of Free Trade (Sobre la cuestión del libre comercio) de Karl Marx.
Primera edición: En Karl Marx, On the Question of Free Trade, (Lee and Shepard Publishers, Boston) 1888; págs. 8-24.
Traducción al castellano: Especialmente para marxists.org por Lucas, mayo 2023.
Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2023.



 


Hacia fines de 1847, un Congreso de Libre Comercio tuvo lugar en Bruselas. Fue un movimiento estratégico en la campaña de libre comercio llevada a cabo luego por los productores ingleses. Victoriosos en sus casas, por la derogación de las leyes del maíz en 1846, ahora invadieron el continente para exigir a cambio de la libre admisión de maíz continental en Inglaterra, la libre admisión de los bienes manufacturados ingleses a los mercados continentales.

En este congreso, Marx se inscribió en la lista de oradores; pero, como se debió haber supuesto, con manejos de por medio, antes de que llegase su turno el congreso había terminado. Por lo tanto, lo que Marx tenía que decir sobre la cuestión del libre comercio se vio obligado a decir ante la Asociación Demócrata de Bruselas, un organismo internacional del cual él era uno de sus vicepresidentes.

Al estar la cuestión acerca del libre comercio o la protección a la orden del día en América, fue considerada de interés para publicar una traducción al inglés del discurso de Marx, del cual me pidieron que escriba un prólogo.

“El sistema de protección”, dice Marx,[1] “fue un medio artificial de producir productores, de expropiar obreros independientes, de capitalizar los medios nacionales de producción y subsistencia, y de abreviar a la fuerza la transición del modo de producción medieval, al moderno.”

Tal era la protección en sus orígenes en el siglo XVII, que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX. Luego se consideró que era la política normal de todos los estados civilizados de Europa occidental. Las únicas excepciones fueron los estados más pequeños de Alemania y Suiza- no por disgustarles el sistema, sino por la imposibilidad de aplicarlo en territorios tan pequeños.

Fue bajo la falda tutelar de la protección que el sistema de la industria moderna -producción movida por máquinas a vapor- fue tramada y desarrollada en Inglaterra durante el último tercio del siglo XVIII. Y, como si la protección arancelaria no fuera suficiente, las guerras en contra de la Revolución Francesa ayudaron a asegurar a Inglaterra el monopolio de los nuevos métodos industriales. Por más de 20 años, los barcos de combate ingleses cortaron a los rivales industriales de Inglaterra de sus mercados coloniales respectivos, mientras que forzosamente abrían esos negocios al mercado inglés. La secesión de las colonias de América del Sur del mando colonial de sus países madre europeos, la conquista por parte de Inglaterra de todas las colonias francesas y holandesas que valían la pena tener, la subyugación progresiva de India, convirtieron a las personas de todos estos territorios inmensos en clientes de los bienes ingleses. Inglaterra suplementó así la protección que practicaba en su interior con el Libre Comercio que forzó a sus posibles clientes en el extranjero; y gracias a esta mezcla feliz de ambos sistemas, al final de las guerras, en 1815, encontró a si misma, considerando todas las ramas importantes de la industria, en posesión del monopolio virtual de comercio mundial.

Este monopolio se extendió y se fortificó más durante los años de paz consiguientes. La ventaja, la cual Inglaterra había obtenido durante la guerra, incrementó de año en año; parecía distanciar más y más de sus posibles rivales. Las exportaciones de bienes manufacturados en cantidades cada vez mayores se convirtieron en una cuestión de vida o muerte para ese país. Y ahí aparecían dos obstáculos en el camino: la legislación prohibida o protectoria de otros países y los impuestos sobre la importación de materias primas y artículos de comida en Inglaterra.

Luego, las doctrinas de Libre Comercio de la economía política clásica- de los fisiócratas franceses y sus sucesores ingleses, Adam Smith y Ricardo- se hicieron populares en la tierra de John Bull.

La protección en el interior era innecesaria para los productores que habían vencido a todos sus rivales extranjeros y para aquellos cuya misma existencia dependía de la expansión de sus exportaciones. La protección en el interior era una ventaja para nadie más que los productores de artículos de comida y otras materias primas, para el interés agrícola, el cual, bajo las circunstancias existentes en Inglaterra, se refería a los destinatarios de la renta, a la aristocracia terrateniente. Y esta forma de protección fue perjudicial para los productores. Al poner impuestos en las materias primas, incrementó el precio de los artículos manufacturados con ellos; al poner impuestos en la comida, subió el precio de la mano de obra; de ambos modos, dejó al productor inglés en desventaja en comparación con su competidor extranjero. Y, como los demás países enviaban a Inglaterra principalmente productos agrícolas y sacaban de Inglaterra principalmente bienes manufacturados, la derogación de los impuestos de protección ingleses al maíz y las materias primas en general fue a su vez un llamamiento a los países extranjeros para acabar con - o al menos reducir sucesivamente- los impuestos de importación practicados por ellos a los productores ingleses.

Luego de una lucha larga y violenta, los capitalistas industriales ingleses, ya en realidad la clase líder de la nación, esa clase cuyos intereses eran entonces los intereses nacionales primordiales, salieron victoriosos. La aristocracia terrateniente tuvo que ceder. Los impuestos al maíz y otras materias primas fueron revocados. El Libre Comercio se convirtió en la palabra clave del día. Convertir a los demás países al evangelio del Libre comercio, y así crear un mundo en el cual Inglaterra fuera el gran centro de producción, con todos los demás países como sus distritos agrícolas independientes, esa fue la tarea siguiente para los productores ingleses y sus portavoces, los economistas políticos.

Ese fue el momento del Congreso de Bruselas, el momento cuando Marx preparó el discurso en cuestión. Al tiempo que reconoce que la protección, bajo ciertas circunstancias, por ejemplo en Alemania de 1847, todavía puede ser ventajoso para los productores capitalistas; mientras demostraba que el Libre Comercio no era la panacea de todos los males por los cuales la clase trabajadora sufría, y quizás incluso los agravaba; él se pronuncia, en última instancia y en principio, a favor del Libre Comercio.

Para él, el Libre Comercio es la condición normal de la producción capitalista moderna. Sólo bajo el Libre Comercio los poderes de producción inmensos del vapor, de la electricidad, de la maquinaria, pueden ser desarrollados por completo; y mientras más rápido sea el ritmo de este desarrollo, más rápido y más completo se realizarán sus resultados inevitables; la sociedad se divide en dos clases, los capitalistas acá, los trabajadores asalariados allá; riqueza hereditaria de un lado, pobreza hereditaria del otro; la oferta superando a la demanda, los mercados no pueden absorber la masa de producción de la industria siempre creciente; un ciclo siempre recurrente de prosperidad, exceso, crisis, pánico, depresión crónica, y renacimiento gradual del comercio, el presagio no de mejora permanente sino de sobreproducción renovada y crisis; en resumen, las fuerzas productivas se expanden a tal grado que se revelan, como contra las trabas intolerables, en contra de las instituciones sociales bajo las cuales son puestas en marcha; la única posible solución: una revolución social, liberando las fuerzas productivas sociales de las trabas de un orden social anticuado, y los productores actuales, la gran masa de las personas, de la esclavitud salarial. Y porque el Libre Comercio es el ambiente natural, normal para esta evolución histórica, el medio económico en el que se crearán las condiciones para la inevitable revolución social lo antes posible—por esta razón y sólo por esto, Marx se declaró a favor del Libre Comercio.

De todos modos, los años siguientes a la victoria del Libre Comercio en Inglaterra parecían comprobar las expectativas más extravagantes de la prosperidad fundada en ese evento. El comercio británico subió a una cantidad fabulosa; el monopolio industrial de Inglaterra en el mercado mundial parecía estar más firmemente establecido que nunca; nuevos trabajos de hierro, nuevas fábricas textiles surgieron por venta al por mayor; nuevas ramas de la industria crecieron en cada lado. Hubo, de hecho, una crisis severa en 1857, pero fue superada, y el avanzo en el comercio y en la manufatura pronto estuvo en plena marcha de nuevo, hasta que en 1866 ocurrió un pánico aturdidor, un pánico, esta vez, que parece marcar un nuevo callejón en la historia de la economía del mundo.

La expansión incomparable del comercio y de la producción británicos entre 1848 y 1866 era sin dudas debido, en gran medida, a la remoción de los impuestos protectores en la comida y materias primas. Pero no del todo. Otros cambios importantes tuvieron lugar simultáneamente y ayudaron. Los años anteriores comprenden el descubrimiento y funcionamiento de los yacimientos de oro de California y Australia, que aumentaron tan inmensamente el medio circulante del mundo; marcaron la victoria final del vapor por sobre todos los demás medios de transporte; en el océano, los vapores ahora sustituyen a los barcos de vela; en la tierra, en todos los países civilizados, el ferrocarril tomó el primer lugar, los caminos pavimentados el segundo; el transporte ahora se hizo cuatro veces más rápido y barato. No es de extrañar que bajo tales circunstancias favorables, las manufacturas británicas movidas a vapor deberían extender su dominio a expensas de las industrias nacionales extranjeras basadas en el trabajo manual. ¿Pero iban los demás países a quedarse quietos y someterse a este cambio, el cual los degradaba a ser meros apéndices agrícolas de Inglaterra, el “taller del mundo”?

Los países extranjeros no hicieron nada de eso. Francia, por casi 200 años, había cercado a sus productores detrás de un muro chino de protección y prohibición perfecto, y había alcanzado en todos los artículos de lujo y de gusto, una supremacía la cual Inglaterra ni siquiera pretendía disputar. Suiza, bajo el perfecto Libre Comercio, poseía manufacturas relativamente importantes, las cuales la competencia inglesa no podía tocar. Alemania, con una tarifa mucho más liberal que la de cualquier otro país continental grande, estaba desarrollando sus productos a un ritmo relativamente más rápido que incluso Inglaterra. Y América estaba, por la guerra civil de 1861, de repente restringida sus propios recursos, tuvo que encontrar los medios para satisfacer una demanda repentina de bienes manufacturados de todo tipo, y sólo lo pudo hacer creando manufacturas propias en casa. La demanda de la guerra cesó junto con la guerra; pero las nuevas manufacturas estaban ahí, y tenían que hacer frente a la competencia inglesa. Y la guerra había madurado, en América, la idea de que una nación de 35 millones, duplicando sus números en 40 años como mucho, con tales recursos inmensos, y rodeada de vecinos que deben ser en los próximos años principalmente agricultores, que tal nación tenía el “manifiesto destino” para ser independiente de las manufacturas extranjeras en sus principales artículos de consumo, y que así fuera tanto en tiempos de paz como de guerra. Y luego América se volvió proteccionista.

Ahora deben ser 15 años desde que viajé en un vagón de ferrocarril con un comerciante de Glasgow inteligente, probablemente interesado en el comercio del hierro. Hablando sobre América, me repetía las antiguas líneas del libre comercio:

“¿No era inconcebible que una nación de empresarios astutos como los estadounidenses rindieran tributo a las fundiciones locales, cuando podrían comprar el mismo artículos, sino un o mejor, mucho más barato en este país?"

Y luego me dio ejemplos de cuánto se tasaban los estadounidenses para enriquecer a unas pocas codiciosas fundiciones.

“Bueno”, contesté, “Creo que hay otro lado del asunto. Sabes que en el carbón, la energía hidráulica, el hierro y otros minerales, los alimentos baratos, el algodón de cosecha propia y otras materias primas, América tiene recursos y ventajas sin igual en cualquier país europeo. Admitirás, también, que hoy día, una gran nación como la de los estadounidenses no puede existir en base a la agricultura solamente; eso sería equivalente a una condena a la barbarie permanente y la inferioridad; ninguna gran nación puede vivir, en nuestra época, sin manufacturas propias. Bueno, entonces, si América debe convertirse en un país fabril, y si tiene todas las posibilidades de no sólo tener éxito sino incluso de superar a sus rivales, le quedan dos posibilidades abiertas: continuar por, digamos, 50 años bajo el Libre Comercio, en una competencia de guerra extremadamente cara en contra de los productos ingleses que tienen cerca de unos cien años de ventaja; o sino excluir, por los derechos proteccionistas, las manufacturas inglesas, digamos por unos 25 años, con casi la certeza absoluta que a finales de esos 25 años será capaz de mantenerse a sí misma en el mercado abierto del mundo. ¿Cuál de las dos será la más barata y la más corta? Esa es la pregunta. Si querés ir de Glasgow a Londres, tomas el tren parlamentario a un centavo por milla y viajas a una velocidad de 1 millas por hora. Pero no lo haces, tu tiempo es demasiado valioso, tomás el express, pagás 2 centavos la milla y hacés 40 millas por hora. Muy bien, los americanos prefieren pagar la tarifa express e ir a la velocidad express.

Mi librecambista Escocés no tenía palabras para responder.

Siendo la protección un medio para fabricar artificialmente fabricantes, ella puede, por lo tanto, parecer útil no solo para una clase capitalista desarrollada de manera incompleta que todavía lucha con el feudalismo; También puede dar vida a la creciente clase capitalista de un país que, como Estados Unidos, nunca ha conocido el feudalismo, sino que ha llegado a esa etapa de desarrollo donde el paso de la agricultura a las manufacturas se convierte en una necesidad. América, colocada en esa situación, decidió a favor de la protección. Desde que se tomó esa decisión, los veinte y cinco años de los que hablé con mi compañero de viaje ya pasaron y, si no me equivocaba, la protección debería haber realizado su tarea para América, y ahora debería convertirse en una molestia.

Esa ha sido mi opinión por algún tiempo. Hace casi dos años, le dije a un proteccionista estadounidense:

"Estoy convencido de que si Estados Unidos opta por el libre comercio, en 10 años habrá vencido a Inglaterra en el mercado mundial".

La protección es, en el mejor de los casos, un giro sin fin, y nunca se sabe cuándo se ha terminado. Al proteger una industria, lastimas directa o indirectamente a todas las demás y, por lo tanto, también tenés que protegerlas. Al hacerlo, dañará nuevamente la industria que primero protegió, y tenés que compensarla; pero esta compensación reacciona, como antes, en todos los demás comercios, y les da derecho a una reparación, y así sucesivamente hasta el infinito. En este sentido, Estados Unidos nos ofrece un ejemplo sorprendente de la mejor manera de matar a una industria importante mediante el proteccionismo. En 1856, las importaciones y exportaciones totales por mar de los Estados Unidos ascendieron a $641.604.850, de esta cantidad, el 75,2 por ciento se transportaba en buques americanos y solo el 24,8 por ciento en buques extranjeros. Los barcos a vapor oceánicos británicos ya estaban invadiendo el terreno de los barcos a vela estadounidenses; sin embargo, en 1860, de un comercio marítimo total de $762.288.550, los buques estadounidenses todavía transportaban el 66,5 por ciento. Se inició la Guerra Civil, y también la protección a la construcción naval estadounidense; y este plan fue tan exitoso que casi ha expulsado a la bandera estadounidense del alto mar. En 1887, el comercio marítimo total de los Estados Unidos ascendió a $1.408.502.979, pero de este total solo el 13.8% se realizó en barcos americanos y el 86.2% en carga extranjera. Los bienes transportados por los buques estadounidenses ascendieron, en 1856, a $482.268.274; En 1860 a $507.247.757. En 1887, se habían hundido a $194.356.746.[2] Hace cuarenta años, la bandera de Estados Unidos era el rival más peligroso de la bandera británica, y pidió justamente que la superara en el océano; Ahora no está en ninguna parte. La protección a la construcción naval ha matado tanto al transporte marítimo como a la construcción naval.

Otro punto. Las mejoras en los métodos de producción hoy en día se suceden tan rápidamente, y cambian tan repentina y completamente el carácter de ramas completas de la industria, que lo que pudo haber sido ayer una tarifa protectora bastante equilibrada ya no lo es hoy en día. Tomemos otro ejemplo del Informe del Secretario de Hacienda para 1887:

"La mejora en los últimos años en la maquinaria empleada en el peinado de la lana ha cambiado tanto el carácter de lo que se conoce comercialmente como ropa de estambre, que esta última ha reemplazado en gran medida a las telas de lana para nosotros como vestimenta masculina. Este cambio ... ha provocado lesiones graves a nuestros fabricantes nacionales de estos productos (peinados), porque el impuesto sobre la lana que deben usar es el mismo que el de la lana utilizada en la fabricación de telas de lana, mientras que el tipo de impuesto cuando se valora a no más de 80 centavos de dólar por libra, se imponen a este último el 35 por ciento ad valorem, mientras que el impuesto sobre las telas de estambre por un valor de no más de 80 centavos varía de 10 a 24 centavos de dólar por libra y el 35 por ciento ad valorem. En algunos casos, el impuesto sobre la lana utilizada para fabricar telas peinadas excede el impuesto aplicado sobre el artículo terminado".

Por lo tanto, lo que ayer era protección para la industria nacional, hoy resulta ser una prima para el importador extranjero, y bien puede decir el Secretario de Hacienda:

"Hay muchas razones para creer que el fabricante de telas de estambre debe cerrar pronto en este país a menos que se modifique la ley arancelaria a este respecto".

Pero para enmendarlo, tendrá que luchar contra los fabricantes de ropa de lana que se benefician de este estado de cosas; Tendrá que empezar una campaña regular para que la mayoría de las dos cámaras del Congreso y, finalmente, la opinión pública del país se refiera a sus puntos de vista, y la pregunta es: ¿valdrá la pena?

Pero lo peor de la protección es que una vez que la tienes, no puedes deshacerte de ella fácilmente. Por difícil que sea el proceso de ajuste de una tarifa equitativa, el retorno al libre comercio es mucho más difícil. Las circunstancias que permitieron a Inglaterra lograr el cambio en unos pocos años no volverán a ocurrir. E incluso allí, la lucha que data de 1823 (Huckisson), comenzó a tener éxito en 1842 (tarifa de Peel), y continuó durante varios años después de la derogación de las Leyes del Maíz. Así, la protección al fabricante de la seda (la única que todavía tenía que temer a la competencia extranjera) se prolongó durante una serie de años y luego se otorgó en otra forma positivamente infame; mientras que las otras industrias textiles se sometieron a la Ley de Fábrica, que limitaba las horas de trabajo de las mujeres, los jóvenes y los niños, se favoreció el comercio de la seda con excepciones considerables a la regla general que les permite trabajar a los niños más pequeños, y para que niños y jóvenes trabajen más horas que en las demás ramas textiles. El monopolio que los hipócritas librecambistas derogaron con respecto a los competidores extranjeros, ese monopolio lo crearon de nuevo a expensas de la salud y la vida de los niños ingleses.

Pero ningún país podrá volver a pasar de Protección a Libre Comercio en un momento en que todas, o casi todas, las sucursales de sus fabricantes puedan desafiar la competencia extranjera en el mercado abierto. La necesidad del cambio se producirá mucho antes de que se pueda esperar un estado tan feliz. Esa necesidad se hará evidente en diferentes oficios en diferentes momentos; y de los intereses en conflicto de estos oficios, surgirán las disputas más mezquinas, las intrigas de lobby y las conspiraciones parlamentarias. El maquinista, el ingeniero y el constructor naval pueden pensar que la protección otorgada a la fundición eleva el precio de sus bienes tanto que su comercio de exportación se impide. El fabricante de telas de algodón descubre el camino para ver expulsadas las telas inglesas de los mercados chino e indio, pero es debido al alto precio que tiene que pagar por el hilo, debido a la protección a los hilanderos, etc.

El momento en que una rama de la industria nacional ha conquistado completamente el mercado interno es el momento en que la exportación se convierte en una necesidad para ella. Bajo condiciones capitalistas, una industria se expande o decae. Un comercio no puede permanecer estacionario; La detención de la expansión es la ruina incipiente; El progreso de la invención mecánica y química, al reemplazar constantemente al trabajo humano y en un ritmo más rápido aún aumentar y concentrar el capital, crea en cada industria estancada un exceso de trabajadores y de capital, un exceso que no encuentra salida en ninguna parte, porque el mismo proceso se está llevando a cabo en todas las demás industrias.

Por lo tanto, el paso de una producción para el mercado interno a una para exportación se convierte en una cuestión de vida o muerte para las industrias afectadas. Pero se encuentran con las leyes establecidas, los intereses creados de otros que aún encuentran la protección más segura o más rentable que el libre comercio. Luego se produce una larga y obstinada lucha entre los librecambistas y los proteccionistas; una lucha donde, en ambos lados, el liderazgo pronto pasa de las manos de las personas directamente interesadas, a las de los políticos profesionales, los negociadores de los partidos políticos tradicionales, cuyo interés no es un arreglo de la cuestión, sino que siga estando abierta para siempre; y el resultado es una inmensa pérdida de tiempo, energía y dinero en una serie de compromisos que favorecen ahora a uno, luego al otro, y se desvían lentamente, aunque no majestuosamente, en la dirección del libre comercio - a menos que la Protección logre, mientras tanto, hacerse absolutamente insoportable para la nación, lo que ahora parece ser el caso en Estados Unidos.

Hay, sin embargo, otro tipo de protección, la peor de todas, y que se exhibe en Alemania. También Alemania comenzó a sentir, poco después de 1815, la necesidad de un desarrollo más rápido de sus manufacturas. Pero la primera condición de eso fue la creación de un mercado interno mediante la eliminación de las innumerables aduanas y variedades de legislación fiscal formada por los pequeños estados alemanes; en otras palabras, la formación de una Unión Aduanera Alemana o Zollverein. Esto solo podría hacerse sobre la base de un arancel liberal, calculado más bien para recaudar un ingreso común que para proteger la producción nacional. En ninguna otra condición podrían haberse unido los estados pequeños.

Así, el nuevo arancel alemán, aunque un poco protector para algunas operaciones, era, en el momento de su introducción, un modelo de legislación de libre comercio; y así siguió siendo, aunque, desde 1830, la mayoría de los fabricantes alemanes siguieron pidiendo protección. Sin embargo, bajo esta tarifa extremadamente liberal, y a pesar de que las industrias nacionales alemanas basadas en el trabajo manual fueron aplastadas sin piedad por la competencia de las fábricas inglesas movidas a vapor, la transición del trabajo manual a la maquinaria también se logró gradualmente en Alemania, y ahora está casi completa. La transformación de Alemania de un país agrícola a un país manufacturero continuó al mismo ritmo y, desde 1866, fue asistida por eventos políticos favorables: el establecimiento de un gobierno central fuerte y la legislación federal, que aseguran la uniformidad en las leyes que regulan el comercio, así como en moneda, pesos y medidas, y, finalmente, la inundación del dinero francés. Así, alrededor de 1874, el comercio alemán en el mercado mundial se ubicó al lado de Gran Bretaña,[3] y Alemania empleó más potencia de vapor en manufacturas y locomoción que cualquier otro país de Europa continental. De este modo, se ha proporcionado la prueba de que incluso hoy en día, a pesar del enorme comienzo que ha tenido la industria inglesa, un gran país puede abrirse camino hacia una competencia exitosa en el mercado abierto con Inglaterra.

Entonces, de repente, se hizo un cambio de frente: Alemania se volvió proteccionista en un momento en que más que nunca el Libre Comercio parecía una necesidad para ella. El cambio fue sin duda absurdo; pero puede explicarse. Si bien Alemania había sido un país exportador de maíz, todo el interés agrícola, no menos que todo el comercio marítimo, había sido ardientemente librecambista. Pero en 1874, en lugar de exportar, Alemania requería grandes suministros de maíz del extranjero. En ese momento, Estados Unidos comenzó a inundar Europa con enormes suministros de maíz barato; Dondequiera que iban, reducían los ingresos monetarios generados por la tierra y, en consecuencia, su renta; y desde ese momento, el interés agrícola en toda Europa comenzó a clamar por protección.

Al mismo tiempo, los fabricantes en Alemania sufrieron el efecto de la imprudente sobrevaloración provocada por la afluencia del dinero francés, mientras que Inglaterra, cuyo comercio desde la crisis de 1866 había estado en un estado de depresión crónica, inundó todos los mercados accesibles con productos que no se podían vender nacionalmente y que se ofrecían en el extranjero a precios bajos. Así sucedió que los fabricantes alemanes, aunque dependían sobre todo de la exportación, empezaron a ver en la protección un medio para asegurarse el suministro exclusivo del mercado interno. Y el gobierno, enteramente en manos de la aristocracia terrateniente, estaba muy contento de aprovechar esta circunstancia para beneficiar a los receptores de la renta de la tierra al ofrecer obligaciones de protección tanto a los propietarios como a los fabricantes. En 1878, se promulgó una tarifa altamente protectora tanto para los productos agrícolas como para los productos manufacturados.

La consecuencia fue que, en adelante, la exportación de manufacturas alemanas se llevó a expensas directas de los consumidores locales. Siempre que fue posible, se formaron "trusts" para regular el comercio de exportación e incluso la propia producción. El comercio alemán de hierro está en manos de unas pocas empresas grandes, en su mayoría sociedades anónimas, que, entre ellas, pueden producir aproximadamente cuatro veces más hierro que el consumo promedio del país. Para evitar la competencia innecesaria entre sí, estas empresas han formado un trust que divide entre ellos todos los contratos extranjeros y determina en cada caso la empresa que debe presentar la oferta real. Esta "confianza", hace algunos años, incluso llegó a un acuerdo con las fundiciones inglesas, pero esto ya no subsiste. De manera similar, las minas de carbón de Westfalia (que producen alrededor de 30 millones de toneladas al año) se habían constituido en un trust para regular la producción, las licitaciones de contratos y los precios. Y, en general, cualquier fabricante alemán le dirá que lo único que los derechos proteccionistas hacen para él es permitirle recuperarse en el mercado local por los precios ruinosos que tiene que llevar al extranjero.

Y esto no es todo. Este absurdo sistema de protección para los fabricantes no es otra cosa que el golpe a los capitalistas industriales para inducirlos a apoyar un monopolio aún más escandaloso dado a los intereses terratenientes. No solo todos los productos agrícolas están sujetos a fuertes impuestos de importación que aumentan de año en año, sino que ciertas industrias rurales, que se realizan en grandes parcelas por cuenta del propietario, están dotadas positivamente en la bolsa pública. La fabricación de azúcar de remolacha no solo está protegida, sino que recibe enormes sumas en forma de primas de exportación. Quien debería saberlo es de la opinión de que, si todo el azúcar exportado se arrojara al mar, el fabricante seguiría obteniendo beneficios de la prima del gobierno. De manera similar, las destilerías de papa reciben, como consecuencia de una legislación reciente, un regalo de los bolsillos del público de aproximadamente $9 millones al año. Y como casi todos los grandes terratenientes en el noreste de Alemania son fabricantes de azúcar de remolacha o destiladores de papa, o ambos, no es de extrañar que el mundo esté literalmente inundado con su producción.

Esta política, ruinosa en cualquier circunstancia, lo es doblemente en un país cuyos fabricantes mantienen su posición en mercados neutrales, principalmente a través de la mano de obra barata. Los salarios en Alemania, mantenidos cerca del punto de inanición en el mejor momento, a través de la redundancia de la población (que aumenta rápidamente, a pesar de la emigración), deben aumentar como consecuencia del aumento de todas las necesidades causadas por la protección; el fabricante alemán ya no podrá, como lo hace con demasiada frecuencia, compensar un precio ruinoso de sus artículos mediante una deducción del salario normal de sus manos, y será expulsado del mercado. La protección, en Alemania, está matando al ganso que pone el huevo de oro.

Francia también sufre las consecuencias de la protección. El sistema en ese país se ha convertido, por sus dos siglos de dominio indiscutible, casi parte de la vida de la nación. Sin embargo, es cada vez más un obstáculo. Los constantes cambios en los métodos de fabricación están a la orden del día; Pero la protección obstruye la vía. Los terciopelos de seda tienen sus reversos hoy en día hechos de finos hilos de algodón; el fabricante francés tiene que pagar un precio de protección por eso, o someterse a una interminable chicana oficial que compense completamente la diferencia entre ese precio y el inconveniente del gobierno en la exportación; y así, el comercio de terciopelo va de Lyon a Crefeld, donde el precio de protección del hilo de algodón fino es considerablemente más bajo.

Las exportaciones francesas, como se dijo antes, consisten principalmente en artículos de lujo donde el gusto francés no puede, por el momento, ser derrotado; pero los principales consumidores en todo el mundo de tales artículos son nuestros modernos capitalistas advenedizos que no tienen educación ni gusto, y que se adaptan bastante bien a las imitaciones baratas y torpes alemanas o inglesas, y que a menudo las aceptan en lugar del artículo real francés a precios más que especiales. El mercado para aquellas especialidades que no se pueden hacer fuera de Francia se está estrechando constantemente, los fabricantes exportadores franceses apenas se mantienen, y pronto deben disminuir; ¿Por qué nuevos artículos puede Francia reemplazar a aquellos cuya exportación se está extinguiendo? Si algo puede ayudar aquí, es una medida audaz de Libre Comercio, sacando al fabricante francés de su habitual ambiente de invernadero y colocándolo una vez más al aire libre de la competencia con sus rivales extranjeros. De hecho, el comercio general francés habría empezado a reducirse si no hubiera sido por el paso ligero y vacilante en la dirección del libre comercio realizado por el tratado de Cobden [francés-inglés] de 1860, pero eso se agotó y se requiere una dosis del mismo tónico.

No vale la pena hablar de Rusia. Allí, el arancel de protección (los aranceles que deben pagarse en oro, en lugar de en la moneda de papel depreciada del país) sirve, sobre todo, para proporcionar al gobierno pobre el dinero en efectivo indispensable para las transacciones con acreedores extranjeros. El mismo día en que esa tarifa cumpla su misión de protección al excluir totalmente los bienes extranjeros, ese día el gobierno ruso estará en bancarrota. Y, sin embargo, ese mismo gobierno divierte a sus súbditos al colgar ante sus ojos la posibilidad de convertir a Rusia, a través de este arancel, en un país completamente auto suficiente, que no requiere del extranjero ni alimentos, ni materia prima, ni artículos manufacturados, ni obras de arte. Las personas que creen en esta visión de un Imperio Ruso, aislado del resto del mundo, están al mismo nivel que el teniente prusiano patriótico que entró en una tienda y pidió un globo, pero no terrestre ni celestial, quería un globo de Prusia.

Volviendo a América. Hay una gran cantidad de síntomas de que la Protección ha hecho todo lo posible por los Estados Unidos, y que cuanto antes reciba un aviso para renunciar, será mejor para todas las partes. Uno de estos síntomas es la formación de trusts dentro de las industrias protegidas para la explotación más completa del monopolio que se les otorga. Ahora los trusts son verdaderas instituciones estadounidenses y, cuando explotan ventajas naturales, generalmente se imponen con pocas quejas. La transformación del suministro de petróleo de Pensilvania en un monopolio por parte de la Standard Oil Company es un procedimiento totalmente en conformidad con las reglas de la producción capitalista. Pero si los refinadores de azúcar intentan transformar la petición que les otorgó la nación, contra la competencia extranjera, en un monopolio contra el consumidor local, es decir, contra la misma nación que otorgó la protección, eso es algo muy diferente. Sin embargo, los grandes refinadores de azúcar han formado una trust que no apunta a nada más. Y el trust del azúcar no es el único de su tipo.

Ahora, la formación de tales trusts en industrias protegidas es el signo más seguro de que la protección ha hecho su trabajo y está cambiando su carácter; que protege al fabricante ya no contra el importador extranjero, sino contra el consumidor local; se fabricó, al menos en la rama especial correspondiente, no lo suficiente, sino demasiados fabricantes; que el dinero que pone en el bolso de estos fabricantes es dinero desechado, exactamente como en Alemania.

En Estados Unidos, como en otros lugares, la protección se ve reforzada por el argumento de que el libre comercio solo beneficiará a Inglaterra. La mejor prueba de lo contrario es que en Inglaterra no solo los agricultores y los terratenientes, sino también los fabricantes se están volviendo proteccionistas. En la casa de la "Escuela de Manchester" de los libre comerciantes, el 1 de noviembre de 1886, la cámara de comercio de Manchester discutió una resolución

"que, habiendo esperado en vano 40 años para que otras naciones sigan el ejemplo del libre comercio de Inglaterra, la cámara cree que ha llegado el momento de reconsiderar esa posición".

¡La resolución fue efectivamente rechazada, pero por 22 votos contra 21! Y eso sucedió en el centro de la fabricación de algodón, es decir, la única rama de la manufactura inglesa cuya superioridad en el mercado abierto parece aún indiscutible. Pero, entonces, incluso en esa rama especial, el genio inventivo ha pasado de Inglaterra a América. Las últimas mejoras en maquinaria para hilar y tejer algodón han provenido, casi todas, de Estados Unidos, y Manchester tiene que adoptarlas. En invenciones industriales de todo tipo, Estados Unidos ha tomado claramente el liderazgo, mientras que Alemania disputa con Inglaterra muy de cerca para el segundo lugar.

Está ganando terreno en Inglaterra la consciencia de que el monopolio industrial de ese país está irremediablemente perdido, de que todavía está perdiendo terreno relativamente, mientras que sus rivales están progresando, y de que está a la deriva en una posición en la que tendrá que contentarse con ser sólo una nación fabricante entre muchas, en lugar de, como una vez soñó, "el taller del mundo". Es para evitar este destino inminente que la Protección, apenas disfrazada bajo el velo del "comercio justo" y las tarifas de represalia, ahora es invocada con tal fervor por los hijos de los mismos hombres que, hace 40 años, no conocían la salvación sino en el Libre Comercio. Y cuando los fabricantes ingleses comienzan a descubrir que el libre comercio los está arruinando, y le piden al gobierno que los proteja contra sus competidores extranjeros, entonces, seguramente, ha llegado el momento de que estos competidores tomen represalias lanzando por el borde un sistema de protección inútil hasta ahora, para luchar contra el desvaneciente monopolio industrial de Inglaterra con su propia arma: el libre comercio.

Pero, como dije antes, se puede introducir la protección fácilmente, pero no se puede deshacerse de ella tan fácilmente. La legislatura, al adoptar el plan de protección, ha creado grandes intereses, por los cuales es responsable. Y no todos estos intereses, las diferentes ramas de la industria, están igualmente preparados, en un momento dado, para enfrentar una competencia abierta. Algunos se quedarán rezagados, mientras que otros ya no necesitarán asistencia protectora. Esta diferencia de posición dará lugar a la conspiración habitual en el lobby, y es en sí misma una garantía segura de que las industrias protegidas, si se resuelve por el libre comercio, se descartarán muy fácilmente, al igual que la fabricación de seda en Inglaterra después de 1846. Esto es inevitable en las circunstancias actuales y deberá reconocido por los partidarios del Libre Comercio siempre que el cambio se resuelva por principios.

La cuestión del libre comercio o la protección se mueve completamente dentro de los límites del sistema actual de producción capitalista y, por lo tanto, no tiene un interés directo para los socialistas que queremos acabar con ese sistema.

Indirectamente, sin embargo, nos interesa en la medida en que debemos desear que el sistema actual de producción se desarrolle y expanda con la mayor libertad y rapidez posible, porque junto con él desarrollará también aquellos fenómenos económicos que son sus consecuencias necesarias y que deben destruir todo el sistema: la miseria de la gran masa de la gente, como consecuencia de la sobreproducción. Esta sobreproducción engendra excesos y revulsiones periódicas, acompañadas de pánico, o bien un estancamiento crónico del comercio; la división de la sociedad en una pequeña clase de grandes capitalistas, y una gran parte de esclavos asalariados prácticamente hereditarios, los proletarios, quienes, aunque su número aumenta constantemente, al mismo tiempo son constantemente reemplazados por una nueva maquinaria que ahorra mano de obra; En resumen, la sociedad se encuentra en un punto muerto, del cual no se puede escapar sino mediante una remodelación completa de la estructura económica que la conforma.

Desde este punto de vista, hace 40 años, Marx se pronunció, en principio, a favor del libre comercio como el plan más progresista y, por lo tanto, el plan que pronto llevaría a la sociedad capitalista a ese punto muerto. Pero si Marx se declaró a favor del libre comercio por ese motivo, ¿no es esa una razón para que todos los partidarios del orden actual de la sociedad se declaren en contra del libre comercio? Si se declara que el libre comercio es revolucionario, ¿no deben todos los buenos ciudadanos votar por la protección como un plan conservador?

Si un país hoy en día acepta el libre comercio, ciertamente no lo hará para complacer a los socialistas. Lo hará porque el libre comercio se ha convertido en una necesidad para los capitalistas industriales. Pero si se debe rechazar el libre comercio y atenerse a la protección, con el fin de ahuyentar a los socialistas de la catástrofe social esperada, eso no perjudicará en lo más mínimo las perspectivas del socialismo. La protección es un plan para la producción artificial de fabricantes y, por lo tanto, también un plan para la fabricación artificial de trabajadores asalariados. No se puede criar el uno sin criar el otro.

El trabajador asalariado de todas partes sigue los pasos del fabricante; es como el "cuidado sombrío" de Horacio, que se sienta detrás del jinete, y que no puede sacudirse donde quiera que vaya. Tu no puedes escapar del destino; en otras palabras, no puedes escapar a las consecuencias necesarias de tus propias acciones. Un sistema de producción basado en la explotación del trabajo asalariado, en el cual la riqueza aumenta en proporción al número de trabajadores empleados y explotados, tal sistema está obligado a aumentar la clase de trabajadores asalariados, es decir, la clase que está destinada un día a destruir el propio sistema. Mientras tanto, no hay solución: se debe continuar desarrollando el sistema capitalista, se debe acelerar la producción, la acumulación y la centralización de la riqueza capitalista y, junto con ello, la producción de una clase revolucionaria de trabajadores. Ya sea que pruebes el proteccionismo o el libre comercio, no habrá ninguna diferencia al final, y casi nada en la duración del descanso que te queda hasta el día en que llegará ese fin. Mucho antes de ese día, la protección se convertirá en un obstáculo insoportable para cualquier país que aspire, con posibilidades de éxito, a mantenerse en el mercado mundial.

 

 

_________________

[1] Karl Marx, Capital. Londres: Swan Sonnenschein Co., 1886; p. 782.  [Nota de Engels]

[2] Informe anual del Secretario del Tesoro, etc. para el año 1887. Washington: 1887; pp. xxvii, xxix.   [Nota de Engels]

[3] Comercio general en exportaciones e importaciones agregado en 1874, en millones de dólares: Gran Bretaña — 3300; Alemania — 2325; Francia — 1665; Estados Unidos — 1245 millones de dólares. (Kolb, Statistik, 7ª edic. Leipzig: 1875; p. 790.)   [Nota de Engels]