OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

EL PARTIDO POPULAR ITALIANO1

 

Tiene un rol decisivo en la política italiana el Partido Popular que para unos representa el sentimiento socialista-cristiano y para otros representa simplemente el sentimiento católico. El Partido Popular es el más joven de los partidos italianos. Su fundación no data sino del año últi­mo. Y es, sin embargo, el más vigoroso e influ­yente después del Partido Socialista. Sus ciento un votos siguen a los ciento cincuenta y seis votos socialistas en la composición de la cáma­ra de diputados.

Los elementos católicos intervenían desde hacía mucho tiempo en la política de Italia; pero no bajo el nombre de elementos católicos. Se les veía generalmente al lado de los liberales moderados, neutralizando el anti-clericalismo de los extremistas y evitando un predominio agre­sivo de la masonería. En los últimos tiempos su ascendiente creció mucho. Pero su situación como partido autónomo y como partido de fran­ca etiqueta católica no comenzó sino con la constitución del Partido Popular.

El Partido Popular es obra de un cura: Don Sturzo. (En Italia se dice "Don" a los curas). Don Sturzo no es sólo un coordinador de ele­mentos católicos. Es mucho más. Es el construc­tor del Partido Popular desde sus cimientos. La fundación del Partido Popular ha sido preparada por él poco a poco. Y ha sido preparada con tal acierto que se puede decir que a él, esen­cialmente a él, debe el Partido Popular su posi­ción y su autoridad actuales. Antes de dirigirse la burguesía católica, Don Sturzo se dirigió al pueblo. Pasó largos años organizando sindicatos y federaciones de obreros católicos sobre la base de un programa socialista-cristiano. Y sólo cuando dispuso de una sólida masa popu­lar, creyó oportuno proceder a la constitución del partido católico. Y no quiso denominarlo partido católico sino Partido Popular, partido del pueblo.

Es Don Sturzo un admirable tipo de organi­zador inteligente y moderno. Después de haber sido creador, continúa siendo todo para el Par­tido Popular: el líder, el apóstol, el caudillo. No ha aceptado entrar a la Cámara. Pero desde su puesto de Secretario Político dirige la marcha de la agrupación en sus menores detalles. Es original la figura de este curita menudo, nervio-so, activo y meridional, tan práctico e idealista, tan flexible y firme al mismo tiempo. Se trata, según parece, de un hombre de extraordinaria facultad de captación y de una facultad de adap­tación más extraordinaria todavía.

Naturalmente nadie discute que en todo ins­tante ha trabajado de acuerdo con el Vaticano. Pero tampoco discute nadie que su obra ha sido, en todo instante también, muy personal en la forma, en las modalidades, en los medios. La meta ha sido señalada tal vez por el Vaticano; el camino ha sido señalado siempre por Don Sturzo.

Un partido católico de espíritu netamente burgués, de programa sustancialmente conserva­dor, habría fracasado sin remedio. Y habría fracasado, sobre todo, si, rígidamente católico en su acción, se hubiera declarado paladín de las reivindicaciones vaticanas. Ha mostrado un sen­tido profundamente oportunista y se ha situado dentro de la realidad y dentro de la época. Y por el programa del Partido Popular ninguna anacrónica aspiración confesional, de otro lado ha inscrito en él una serie de aspiraciones eco­nómicas, congruente con las orientaciones e in­tereses del proletariado y particularmente del proletariado de los campos. Don Sturzo ha per­cibido con igual claridad la realidad política de Italia y la realidad social del mundo.

Es verdad que en cuanto a la primera reali­dad, el criterio de la Santa Sede, antes cerra­do e intransigente en demasía, se ha modificado mucho. La última encíclica del Papa, que, po­niendo fin a una de las tradicionales formas de protesta de la Santa Sede, autoriza la visita ofi­cial al Vaticano de los príncipes y presidentes de los estados católicos, representa el síntoma de una evolución. En esta encíclica, como en las anteriores, la Santa Sede ha hablado de su "si­tuación anormal" y aún ha añadido su confianza de que sea prontamente "regularizada". Pero ni las palabras ni la entonación han sido las mismas de otra encíclica de hace algunos años en que se mencionaba así al rey: "Aquel que deten­ta...". La prensa romana ha hecho mucho hincapié a este respecto.

Pero si es verdad que en la actitud del Vatica­no frente al Quirinal se ha operado una evolu­ción, es verdad también que esta verdad no ha llegado ni puede llegar al punto de significar una renuncia de las pretensiones del Pontificado, y en verdad consideran que su deber de tales es exhibirse estrictamente fieles al Papa y hacer del restablecimiento de su poder temporal la fi­nalidad sustantiva y manifiesta de su acción po­lítica. Don Sturzo ha tenido, pues, que conci­liar con esta situación la necesidad de dar al Partido Popular una orientación afirmativa y co­laboracionista y no una orientación negativa y abstencionista.

El partido católico, desde el punto de vista religioso, sustenta el siguiente programa míni­mo: La política del gobierno no debe ser con­fesional y masónica. Debe permitirse, sin tardan­za, la libertad de enseñanza.

Unicamente a cambio de la aceptación de este programa mínimo, puede obligarse el Parti­do Popular a apoyar el gobierno. La libertad de enseñanza quiere decir, naturalmente, la auto­rización de la enseñanza religiosa. Creen los ca­tólicos que es en la escuela donde hay que li­brar la batalla definitiva. Y que es en la escuela donde hay que intentar la conquista política de Italia.

Las facciones monarquistas convienen plenamente con las populares respecto a la neutrali­dad religiosa del estado, pero no convienen res­pecto a la libertad de la enseñanza. No es admi­sible, a su juicio, que los populares traten de arrancar una claudicación al liberalismo, preva­lidos de su transitoria posición de árbitros del parlamento. Su deber es ayudar a los partidos constitucionales a sacar a Italia de sus dificul­tades presentes y a salir victoriosos de los ata­ques socialistas. Los populares están delante de este dilema: o colaboran con los liberales o cola­boran con los socialistas. Lo primero representa la salvación del Estado actual; lo segundo, su fracaso y la institución del estado socialista.

Pero los populares, sin embargo, mantienen su programa mínimo. No se conforman con eso, mientras de un lado, no se ha inscrito en el pro-grama del gobierno las reformas económicas y sociales destinadas, según su opinión, a conser­varles la adhesión de su proselitismo popular. Reclaman también la inclusión de la reforma de la enseñanza. Exigen finalmente que la neutrali­dad religiosa del liberalismo entrañe su neutra­lidad ante varias iniciativas socialistas, la del divorcio por ejemplo.

Las facciones extremistas del liberalismo re­chazan de plano esta limitación de su libertad. Más aún. En lo que concierne a la enseñanza están resueltos a dejar solos a los católicos y a unir sus votos a los votos socialistas. Los so­cialistas, como los liberales, son adversos a la enseñanza religiosa. Patrocinan la enseñanza laica de inspiración absolutamente científica. Además, los socialistas, por razón de estrategia política, tienen interés especial en procurar la batalla par­lamentaria sobre la enseñanza y el divorcio pa­ra determinar una crisis en las relaciones de los partidos del gobierno con sus eventuales aliados los populares.

La solidaridad del partido católico con los otros partidos constitucionales se halla, pues, constante y seriamente amenazada. Sin embar­go, esa solidaridad es indispensable para la sub­sistencia de un gabinete. Sin los votos católicos, la suerte de un gabinete cualquiera quedaría a merced de los votos socialistas. Y como los so­cialistas no atenúan su anticolaboracionismo, no habría forma de constituir un gabinete estable. Italia no podría ser gobernada.

He aquí por qué el Partido Popular tiene hoy un rol decisivo en la política de Italia. Un rol que es decisivo, al mismo tiempo, para el pro­pio Partido Popular. Porque, como ya hemos visto, el Partido Popular extrae sus fuerzas del proletariado. De aquella parte del proletariado atraída por la bandera del socialismo-cristiano. Y bien. Si el Partido Popular no consigue que el gobierno desenvuelva una política acorde con sus principios programáticos, si por el contra­rio, se solidariza con una política de represión, perderá la confianza de sus masas proletarias. Los socialistas no desperdician, por esto, la oca­sión de colocar a los populares entre los intere­ses de la burguesía y los intereses del prole­tariado para empujarles a un renuncio. Saben perfectamente cuál sería el efecto de dos o tres renuncios en la muchedumbre electora.

Don Sturzo ha logrado formar un partido de aristócratas, burgueses, curas y obreros, reuni­dos por el lazo de un espiritualismo cristiano en­frentando al materialismo maximalista. Un par­tido que, conforme a una frase de Claudio Tre­ves, el ilustre diputado socialista, puede ser com­parado a un árbol cuya copa es la aristocracia y cuyas raíces se alimentan del humus prole­tario. Este partido vivirá, luego, mientras el humus proletario no le falta; si no se marchita­rá y se secará.

Y en estos tiempos de lucha de clases, nada más difícil de conservar mancomunados y soli­darios a los católicos de arriba con los católicos de abajo. Aunque esté de por medio un Stur­zo, ecléctico, sagaz y persuasivo.

 

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, 28 de marzo de 1920; publicado en El Tiempo, Lima, 15 de setiembre de 1920.