OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LA CONFERENCIA DE SPA1

 

La Conferencia de Spa, que acaba de termi­nar, constituye la inauguración oficial de una nueva política aliada respecto de Alemania. Esta nueva política tiene su origen en el conven­cimiento de que es indispensable a la convale­cencia europea que Alemania se restablezca eco­nómicamente. Que Alemania vuelva a ser un elemento productor y activo. Alemania ha probado a la Entente que el Tratado de Versailles le qui­ta los medios de cumplir las obligaciones que en el mismo Tratado se le imponen. Y se ha hecho necesario —ya que no se puede aligerar el pese del Tratado de Versailles—, ayudar a Ale­mania a soportarlo.

La Conferencia sí ha sido ya una dulcificación de la política aliada: los representantes de Ale­mania no han ido a Spa, como en Versailles, a oír hablar a Clemenceau del duro ajuste de cuentas. Han ido invitados por los gobiernos de la Entente a discutir y negociar con ellos de igual a igual. Los aliados los han llamado para cono­cer y considerar las razones de Alemania y pa­ra buscar la forma de conciliarlas con los dere­chos de la Entente.

Los acuerdos de la conferencia han sido de dos clases. Acuerdos domésticos de la Entente. Acuerdos de la Entente con Alemania. Uno y otros han sido de laboriosa gestación, pero, so­bre todo, los últimos. En más de un momento se ha temido que la conferencia concluyera sin que arribara a resultado alguno.

El principal acuerdo doméstico de la Entente ha sido el relativo a Roma. La Entente ha resuelto en Spa negociar con los Soviets no só­lo la reanudación de las relaciones comerciales sino también la reanudación de las relaciones po­líticas. Y ha propuesto a los Soviets una confe­rencia en Londres para fijar, con la concurren­cia de los Estados que formaban antes parte de la Rusia, los términos de la paz entre Europa Occidental y Europa leninista. Esta decisión de la Entente era conceptuada inminente desde hace algún tiempo. Y, además; Inglaterra le ha­bía abierto el camino desde la iniciación de sus negociaciones directas con Rusia. Pero le faltaba aún la adhesión oficial de Francia, reacia a se­guir las aguas de Inglaterra e Italia acerca de Rusia.

Los acuerdos con Alemania se han referido, casi totalmente, a la aplicación de dos cláusulas del Tratado de Versailles. La que obliga a Ale­mania a reducir su ejército a cien mil hombres. Y la que la obliga a consignar mensualmente a los aliados dos millones de toneladas de car­bón, de las cuales un millón ochocientos mil son para Francia y doscientos mil para Italia. Otro acuerdo contempla el problema de los culpa­bles de guerra, pero en forma tan poco precisa e imperativa para Alemania que se puede clasi­ficar como un acuerdo secundario y de pura fórmula.

La Entente no ha cedido absolutamente en cuanto a la cantidad de carbón que Alemania debe entregar mensualmente, conforme al Tra­tado. Pero, en cambio, Alemania ha conseguido que se le conceda un pago de cinco marcos oro por cada tonelada y un préstamo ínteraliado de dos libras esterlinas, aproximadamente, por cada tonelada también. El pago de cinco marcos oro le servirá a Alemania para mejorar las condiciones de los trabajadores de las minas de car­bón, y el préstamo de dos libras esterlinas, que le creará un ingreso de cuatro millones de li­bras al mes, para atender a la progresiva reor­ganización fiscal.

Los plazos para el desarme han sido nuevamente prorrogados. Francia ha exigido que Ale­mania le reconozca el derecho de ocupar mili­tarmente la cuenca del Ruhr si la cláusula del desarme no es cumplida estrictamente. Pero el uso de este derecho no sería tal vez menos perjudicial para Francia que para Alemania. La ocu­pación militar del Ruhr causaría la suspensión de las labores en las minas de carbón. Los cien mil obreros que en ellas trabajan se cruzarían de brazos en señal de protesta. Y en el interés de Francia está que la producción de carbón del Ruhr no disminuya y que mucho menos se pa­ralice.

En una palabra, la letra del Tratado de Ver­sailles no ha sido tomada en cuenta, y de esto se muestra satisfecha Francia, Pero, evidentemente, se ha dado el primer paso en el sentido de inter­pretar su espíritu sin rigidez y sin intransigen­cia. Francia ha obtenido que Alemania ratifique su sometimiento al Tratado. Pero Alemania ha obtenido que los aliados le hagan varias conce­siones importantes. No se corrige el Tratado en su texto sino al margen de él.

Corresponde, en buena parte, a Italia el méri­to de esta nueva política aliada. La conferen­cia de Spa, por ejemplo, fue propuesta por Nitti. Lloyd George, práctico y ecléctico como siempre, acogió con entusiasmo la idea del sa­gaz e inteligente hombre de estado italiano. Mi­llerand, más bien, le opuso algunas reservas y objeciones.

Y, aunque Nitti no es ya presidente del Con­sejo, la política internacional de Italia ha con­servado sus orientaciones sustantivas. En la con­ferencia de Spa el papel de Italia ha sido el mismo que en la conferencia de San Remo y que en otras conferencias interaliadas. Italia, repre­sentada por el Conde Sforza, Ministro de Rela­ciones Exteriores, ha hecho lo posible porque la Entente se inspire en su amplio concepto de so­lidaridad europea.

Esta política italiana, desasosiega mucho a Francia. Una gran parte de la prensa francesa sospecha que Italia quiere valorizar su posición internacional reconquistándose la amistad de los vencidos y preparando un equilibrio europeo se­mejante al destruido por la guerra. Pero, por prejuzgar sobre las intenciones de Italia, esta parte de la prensa francesa, no se fija en que la situación es, efectivamente, la que Italia pre­senta. La reconstitución alemana es una cosa precisa a la reconstitución de las demás poten­cias europeas. Tal es la teoría italiana. El go­bierno italiano ve que los gobiernos de la En-tente, por interés del régimen político y econó­mico que personifican, deben sentirse solidarios con el estado alemán. Y el estado alemán para subsistir necesita que su desarme se detenga en los prudentes límites marcados por su instinto de conservación. Y, necesita, asimismo, que sean aliviadas las cargas económicas de la presente generación por lo menos. Porque, si no, las cla­ses que lo sostienen, las clases conservadoras, carecerían de todo estímulo para continuar lu­chando contra el asalto de las clases revolucio­narias.

El gobierno inglés piensa como el gobierno italiano. Pero ha menester que el gobierno fran­cés apoye las vastas empresas de la política in­ternacional británica. Y, naturalmente, tiene muy pocas ganas de resentir a Francia, diciéndole que el Tratado de Versailles no puede ni debe ser tan intransigible como ella pretende. Ape­nas si, de vez en cuanto, se lo deja comprender.

 


NOTA:

1 Publicado en El Tiempo, Lima, 1º de noviembre de 1920.