OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LOS PROBLEMAS DE LA PAZ1

 

Alemania se ha sometido a la voluntad de los aliados. Y ha empezado a pagar la primera anualidad de la indemnización exigida. Esto ha evitado la resurrección del estado de guerra y ha puesto término a un instante de dramática tensión nerviosa del mundo. Pero esto no es la paz todavía.

Solucionado el problema de las reparaciones, ha surgido el problema de la Alta Silesia. Pro­blema respecto del cual no sólo resulta difícil un acuerdo de los aliados con Alemania sino tam­bién un acuerdo entre los mismos aliados.

Además, tampoco el problema de las repa­raciones está solucionado definitivamente. Está solucionado en teoría. Así como el Tratado de Versailles fue una solución teórica de los proble­mas de la guerra, la aceptación por Alemania de las condiciones del ultimátum aliado es una so­lución teórica de los problemas de la paz.

La cifra de la indemnización y las modali­dades de su cumplimiento han sido decididas unilateralmente. Y han sido impuestas a Alema­nia bajo la amenaza de la ocupación militar de una parte de su territorio. Alemania las sufre, pues, como una obligación declarada precisamen­te por ella superior a la capacidad económica. Como una obligación que carece para su pue­blo de valor moral. Y a la cual se siente vincu­lada sólo por la fuerza.

La responsabilidad recae en gran parte so­bre el gobierno alemán. Dominado por los intereses de las clases ricas y de las clases conservadoras, —deseosas de asegurarse un míni­mum de cargas económicas, más que de asegu­rar a Alemania un máximum de paz y de tran­quilidad—, el gobierno alemán ha polemnizado su lealtad, sin honradez y buena fe, con los go­biernos aliados acerca de las reparaciones. Ha sido poco sincero en sus cálculos y en sus cifras.

Ha maniobrado equívoca y dilatoriamente. Esta política tramposa no ha cesado sino con la desaparición del gabinete de Von Fereshim­bach y Von Simons y la constitución de un ga­binete apoyado en los socialistas mayoristas de Alemania. Porque en la conferencia de Boulogne-­sur-mer, hace un año aproximadamente, Lloyd George y Millerand se mostraron propicios a es­timular una indemnización relativamente moderada.

Si Alemania hubiese querido entonces llegar a un arreglo, habría encontrado en los gobier­nos aliados un espíritu transigente. No el espíri­tu hostil que ha creado después su contumacia. La cifra de la indemnización no habría pasado de ciento veinte millones de marcos oro. Y las facilitaciones para el pago habrían sido impor­tantes.

Alemania no ha sabido ser sagaz, conciliado­ra y oportuna. Se lo han impedido sus clases conservadoras. La falta es del gobierno alemán exclusivamente. No es del pueblo alemán. El pue­blo alemán es inocente de la política de sus Hu­go Stimmes, de sus grandes industriales y de sus grandes señores. Lo mismo que el pueblo francés es inocente de la política dictada a su gobierno por una cámara reaccionaria, naciona­lista y marcial. Por una cámara cuyo ardimien­to patriótico comienza a parecer excesivo a los propios gobernantes franceses. Lo han confesado las palabras pronunciadas por Briand en la conferencia del ultimátum, explicando la imposi­bilidad de retroceder en sus exigencias. "Me encuentro de espaldas contra un vesuro".

No son únicamente los economistas alemanes quienes sostienen que la cantidad de la indemni­zación es abrumadora para Alemania. Son tam­bién algunos honestos y autorizados escritores aliados. Es, por ejemplo, —para no citar sino uno genuinamente nacionalista y burgués—, Mr. Maynard Keynes, representante del tesoro britá­nico en la conferencia de Versailles, profesor de Economía Política en la Universidad de Cambridge y autor del famoso libro "Consecuencias económicas de la paz". Mr. Keynes ha publicado en el Manchester Guardian, de Londres, como es notorio, una serie de artículos ilustrando el tratado de Versailles y estudiando la aptitud eco­nómica de Alemania. Uno de sus últimos artícu­los trataba de la proyectada ocupación del Ruhr. Y en uno de sus acápites decía así: "Los alemanes proponen un plan definitivo para la reconstrucción de las zonas devastadas y quieren empeñar su crédito en un empréstito internacio­nal del cual Francia gozará las ventajas. Han prometido suministrar carbón, potasa y otras materias primas que les demandamos. Nos ofre­cen su trabajo y las utilidades de sus empre­sas. ¿Es justo recomenzar la guerra porque no quieren prometer sumas fabulosas que no poseen o que podrían pagar solamente desarrollando un comercio enorme, en concurrencia con el nues­tro, lo que nosotros sabemos muy bien que no consentiremos?".

Las obligaciones asumidas por Alemania al someterse a las condiciones del ultimátum de Londres, representan la esclavitud económica del pueblo alemán durante cuarenta años. No pesa­rán sólo sobre la generación contemporánea. Pe­sarán también sobre la generación venidera.

En medio de su infortunio actual, Alemania se ve trágicamente aislada. Unicamente dos na­ciones podrían auxiliarla eficazmente, Inglate­rra y Estados Unidos. Y bien. Ninguna de las dos tiene interés en impedir su miseria ni en conjurar su bancarrota. A Inglaterra no le conviene el resurgimiento del poder económico ale­mán. El interés de Estados Unidos es idéntico.

Estados Unidos no es una nación platónica. Y es, en cambio, una nación manufacturera. ¿Qué puede inducirla, por el momento, a ayudar a una nación concurrente?

En la paz, como en la guerra, el pueblo ale­mán es, pues, la víctima de sus clases dominantes. En la paz, como en la guerra, descuenta los pecados y las responsabilidades de éstas. En la guerra le tocó aceptar la suerte en las trin­cheras o el hambre en las ciudades. En la paz le toca aceptar la condena a cuarenta años de esclavitud económica.

Nada, absolutamente nada, puede esperar del presente. El presente es para el pueblo alemán implacablemente adverso. Sólo el porvenir pue­de reservarle mejor suerte.

 


NOTA:

1 Fechado n Roma, mayo de 1921; publicado en El Tiem­po, Lima, 15 de julio de 1921.