OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

P R O L O G O

 

LA CULTURA ITALIANA EN EL PERU DEL SIGLO XX

 

Con los comienzos del siglo XX coincide un rena­cer del influjo italiano presente en el Perú desde los días iniciales de la conquista española. La llegada de los conquistadores hispánicos, señala para la in-fluencia italiana un auge dominante en el XVI que desciende con altibajos entre el XVII y el XVIII, aflorando con débiles expresiones, para reaccionar a mediados del XIX, bajo el ardor de los románticos. A continuación, el post-romanticismo anuncia claramente su preferencia por la literatura francesa y así advienen los grupos galicistas finiseculares. Un sec­tor "modernista" —en los años aurorales del 900—anuncia su predilección por D'Annunzio —cuyo influjo decisivo estudiamos separadamente, en sus as­pectos positivos y negativos—. José Carlos Mariátegui no fue ajeno —en su creación juvenil— a esa influen­cia, aunque la juzgue mal en el caso de Valdelomar.

Entre otros escritores itálicos menores, de ese momento inicial del siglo XX, destaca con acogida muy especial en el Perú, el nombre de Ada Negri, hoy un tanto olvidado y entonces de clara y certera vigen­cia. La poesía y la prosa de Ada Negri fueron portado-ras de una emoción distinta que la común de los escri­tores italianos de comienzos de este siglo. En los dos primeros decenios se advierte la actividad de precla­ros traductores de sus poemas o frecuentes transcrip­ciones de sus cuentos. Las novelas se vinieron a conocer más tarde. José E. Lora y Lora estampa como epígrafe de un poema de 1905 este verso de la Negri:

Va-sei bella o fatal come il desio,
Bianca fanciulla da le trecce d'or.1

En 1899, se había publicado por primera vez en una revista peruana, en versión de Sebastián Rivela, un poema de la misma autora: "Autopsia"2 Pero a partir de 1904, destaca un insigne traductor poético de Ada Negri en Juan Tassara, inquieto y desintere­sado espíritu de escritor con honda sensibilidad que se volcó en traducciones de grandes poetas italianos y franceses sobre todo. Diversas versiones suyas se pu­blicaron y reprodujeron en periódicos y revistas de esos años, entre 1904 y 1912.3 No fue ajeno a empre­sa semejante el exquisito espíritu de Manuel Beltroy,4 ni el de Angel Origgi Galli, que por 1920 divulgó igualmente la poesía de Ada Negri, junto con la de otras figuras femeninas de la moderna poesía italia­na como Victoria Aganoor, Annie Vivanti y María Ricci Paternó.5 Contemporáneamente difundiese tam­bién la prosa de Grazia Deledda. La sensibilidad del momento recibía con interés estas muestras de una literatura de pasión exacerbada; en que el sexo impri­mía su sello definido, sin vaguedad ni eufemismo. Esa nota la recogieron con todo calor, aunque a veces sin denunciar la procedencia, muchas poetisas americanas de ese momento, Juana de Ibarbourou, Alfonsi­na onsina y Delmira Agustini, que encontraron a su vez desafortunadas imitadoras en el Perú que hicie­ron legión hasta muy entrado el siglo. Pero Ada Ne­gri trajo, además, invívita en su prosa, una profunda emoción social, que aquí se filtró tardíamente y que sólo encuentra eco notable en José Carlos Mariátegui, comentarista de Il libro di Mara en 1920.6 Habían contribuido desde el primer decenio del siglo a crear el ambiente propicio para las letras de Italia, dos pe­riódicos importantes que aparecieron y perduraron algunos años en Lima: La Voce d'Italia (de 1883-1930) dirigido, inicialmente por Emilio Sequi y la Revista ítalo-peruviana (que apareció entre 1910 y 1915) dirigida por Enrico Calcagnoli.

Sequi, que había sido Secretario de Mazzini, y que luego se estableció definitivamente en el Perú, publicaba asimismo, artículos en. otros periódicos sobre materias culturales y sociológicas. Comparte con Au­gusto Catanzaro (1861-1933), Director del Colegio Italiano de Lima, (traductor de Bruto minore de Leo­pardi y otros poemas de Carducci, Guerrini, Pascoli y Foscolo), la tarea de difundir las letras y el pensa­miento italiano de su época.

Las letras de Italia constituyeron ya una expe­riencia formativa en Manuel González Prada (cono­cedor, traductor e introductor de Carducci, Leopardi, Prati y Stechetti y otros poetas italianos del roman­ticismo) y en algunos de los integrantes de la generación de ensayistas de 1905 como Francisco y Ven­tura Garcia Calderón, Oscar Miró Quesada7 —lecto­res y traductores del italiano—, José de la Riva Agüero, y también en algunos creadores de sangre italiana como Juan Tassara, Felipe Sassone (traductor de La hija del Yorio, de D'Annunzio, Madrid 1916) y más adelante en Angel Origgi Galli, Miguel A. Pasquale, Mateo Amico, Joaquín Capelo y más tarde en Tomás Catanzaro y Palmiro Machiavello.

Algunos espíritus selectos coetáneos como Enri­que A. Carrillo, José María Eguren, Raimundo Mo­rales de la Torre y Enrique Bustamante y Ballivián participaban de la inquietud por conocer a las grandes figuras de la literatura italiana. Un hermano de Eguren —Jorge, no literato pero muy cultivado e inquie­to— influyó sobre su generación trayendo de Italia libros nuevos de esa procedencia.

En Riva Agüero y en J. C. Mariátegui esa ex­periencia formativa se aglutina y madura en una ex­periencia vital, gracias a la estada prolongada en tie­rras de Italia. Riva Agüero viaja a Europa, por vez primera, en 1921 y coincidirá con Mariátegui en su estada en la península, pues hicieron juntos algunos recorridos romanos. El propio Mariátegui ha revelado alguna impresión sobre otro compañero de generación, algo mayor que él y que sin duda tuvo ascen­diente en sus años de formación: Valdelomar.

"El d'annunzianismo —dice Mariátegui—sobre todo, fue un fenómeno de irresistible seducción para el estado de ánimo rubenda­riano. En el Perú padecimos algunas de sus más empalagosas y ramplonas caricaturas, aunque como compensación, la influencia d'annunziana dejara su huella en temperamento tan sensible y afinado como el de Valdelomar, d'annunziano de primera mano, bien distinto de cuantos se iniciaron en los misterios del "divino Gabriel" en las edicio­nes baratas de Maucci o en sus no menos infieles biblias parisienses".8

Iniciado Valdelomar bajo el impacto d'annun­ziano, escribe sus primeras prosas La ciudad de los tísicos (1910) y La ciudad muerta (1911) (hasta el título es réplica del poeta italiano) sometiendo su ado­lescencia a ese impulso, y logra entre 1913 y 1914 realizar el sueño de viajar a la península, aunque por breves meses. Allí —pese a lo dicho por Mariátegui—no se aficiona a D'Annunzio sino, antes bien, se li­bera de él afirmando su propia originalidad. Pero de regreso trajo la revelación de otras figuras de la lite­ratura italiana más reciente y particularmente la de Marinetti. Es verosímil que las conversaciones de Val­delomar con Mariátegui, después de 1914 hicieran nacer en éste el interés, la admiración y la curiosidad por el fenómeno cultural y político italiano, al que fueron permeables otros escritores coetáneos como Fé­lix del Valle, César Falcón, Alfredo González Prada y el grupo de Las voces múltiples.9

De tal manera el fervor italianizante se ha de mostrar muy vivo en tres figuras de la literatura pe-ruana de este siglo, en José de la Riva Agüero, en Abraham Valdelomar y en José Carlos Mariátegui. De los dos primeros ya hemos tratado en otras páginas. Mientras Riva Agüero y Mariátegui van a significar dos posiciones ideológicas diametrales y contrapues­tas, la derecha conservadora y la izquierda marxista, Valdelomar representa una posición independiente y esteticista. Pero los tres son coincidentes en ese fer­vor. Riva Agüero, hombre de derecha, se afana en exaltar los elementos conservadores y actitudes reac­cionarias de D'Annunzio, mientras Mariátegui ha de revelar a los escritores de izquierda o la línea renova­dora de los independientes o la oculta faceta revo­lucionaria de autores a quienes se suponía generalmente al margen de la inquietud, como en el claro ejemplo de Ada Negri.

 

ORIGENES DEL ITALIANISMO EN MARIÁTEGUI

Mariátegui debió tomar los primeros contactos con la cultura italiana a través de su amistad con un colega en las letras y colaborador en más de una obra, Abraham Valdelomar. De allí surgió su inquietud, ali­mentada desde 1915, al calor de esa amistad, por viajar a Italia, antes que a otro país de Europa. Pero —aunque Mariátegui no lo advirtiera del todo— el retorno de Valdelomar, señala en el Perú, la declina­ción del influjo de D'Annunzio y la revelación de los valores de la nueva generación italiana, a partir de Marinetti. Con el tiempo, Mariátegui descubriría a los grandes sociólogos italianos —Pareto, Astura­ro, etc., y a otras grandes figuras literarias como Pa­pini, Bontempelli, Pirandello, Malaparte, etc. Esa re­lación entre Mariátegui y las letras de Italia exige ser examinada en sus antecedentes. Si bien Mariáte­gui no frecuentó asiduamente los claustros de la Uni­versidad de San Marcos, en cambio Valdelomar fue estudiante de la Facultad de Letras entre 1910 y 1912. Sin duda, como alumno de los cursos de Filosofía del maestro Alejandro Deustua, renovador de la enseñanza de la filosofía moderna y muy empapado del pensamiento de los idealistas italianos como Filippo Masci y Guido della Valle, asimiló algunas muestras del pensamiento italiano, sobre todo las ideas estéticas a las que siempre dio Valdelomar en­cendido culto en sus escritos de reflexión. La admi­ración de Valdelomar por Deustua es visible en algu­nas citas y la asimilación de sus enseñanzas podría deducirse de la coherencia de su concepción de las artes expuesta tanto en diversos escritos y conferen­cias como en su ensayo Belmonte, el trágico (1918).

Parece improbable que Valdelomar hubiese captado la difusión de las ideas insnaturalistas de la filosofía del derecho italiano que por esa época (1911) emprendía su amigo y contemporáneo Juan Bautista de Lavalle, revelador de Carle, Fragappane y de Igi­nio Petrone, maestro de Jorge del Vecchio, y más adelante, de Vanni.10 Pero es importante esta aproximación ideológica que algún impacto habrá de te­ner sobre la formación de Valdelomar y a través de él, en la de Mariátegui, a partir de 1915.

Otro coetáneo de Valdelomar y Mariátegui, el poeta Juan Parra del Riego, alejado del Perú por 1915, y residente en Uruguay, se sacudió pronto del influjo d'annunziano y asimiló las novísimas inquie­tudes de Marinetti que incorporó a la poesía una te­mática nueva: la máquina, la fábrica, las multitudes, el fútbol, la motocicleta, en sus vibrantes polirritmos. Sin participar de estos nuevos temas, la prosa de Val­delomar renueva los asuntos recónditos y tradiciona­les subsistentes dentro de la corriente modernista. De otro lado, la poesía de Alberto Hidalgo mostraba ya por entonces fuerte impacto marinettiano.

Esas inclinaciones de sus compañeros de generación y de algunos precedentes como su colega de periodismo el médico Hermilio Valdizán, que venía de Italia en 1915 —que creaban en conjunto clima ade­cuado—, estimularon los intereses intelectuales de Ma­riátegui e incitaron tanto su predilección por el pen­samiento y el arte de Italia como su fervor por la su­peración ideológica y el deseo de un contacto más estrecho con la cuna de dicha cultura. Así se va pre­parando espiritualmente la inclinación al viaje y la búsqueda de la oportunidad requerida.

Mientras tanto, seguían entre 1914 y 1919, los afanes periodísticos de Mariátegui en La Prensa, El Turf, Lulú, Colónida, Mundo Limeño, El Tiempo, La Noche, Nuestra Epoca, La Razón y se perfilaba en él la inquietud social de un lado y de otro, el dominio del ensayo. Sus escritos eran cada vez más tersos y menos retóricos. Sus frases se cargaban de sentido profundo de las realidades palpitantes y de aliento crítico indicador de una toma de posición frente a la vida.

La actividad intelectual de Mariátegui empezó a ser intensa en 1914, a los 20 años (había nacido el 14 de junio de 1894, en Moquegua) desde las páginas de La Prensa.11 Habían precedido desde 1909 cinco años de aprendizaje en los que logró familiarizarse con las intimidades de la vida periodística, desde men­sajero hasta linotipista y empleado administrativo. Al-terna artículos y crónicas ligeras y cotidianas con em­peños literarios de más aliento, esto es, poesías y dos piezas dramáticas que escribe en colaboración (Las Tapadas, con Julio Baudoin —1915— y La Maris­cala con Abraham Valdelomar —1916).

En junio de 1916, renuncia a su cargo en la re­dacción de La Prensa y pasa a El Tiempo, diario recién fundado en julio del mismo año. Su actividad se multiplica, pues ejerce al mismo tiempo la codirec­ción de la revista El Turf, y colabora en otras revistas como Lulú y Colónida, dirigida por Valdelomar. Se matricula en la Universidad Católica para estudiar latín con el maestro Emilio Huidobro, notable gramá­tico y lingüista.

 

LA EVOLUCION ESPIRITUAL DE MARIATEGUI

El cronista se hace menos ligero y aborda en La Prensa casi exclusivamente los tópicos de la vida po­lítica parlamentaria y de episodios de la vida coti­diana, con cierta altura artística. Se prodiga publi­cando otras colaboraciones —poemas y cuentos— en revistas. Empieza a escribir Mariátegui igualmente algunos ensayos, género en el que encontrará más tar­de su clara vocación intelectual. Forma parte de las tertulias literarias del grupo de Valdelomar quien alterna con él en sus Diálogos máximos que se publi­can a fines de 1916 y comienzos del año siguiente, principalmente en La Prensa, cuando ya Mariátegui había dejado de ser redactor de ese periódico.

Aunque no interviene en el poemario antológico Las voces múltiples, no obstante su aproximación es­piritual y personal con el grupo de sus autores, ese momento corresponde al clímax de su producción poé­tica un tanto sentimental y otro tanto modernista y hasta se dispone a publicar un tomo de poesías que proyecta titular Tristeza. Pero la intención no se cum­ple y el proyecto no cristaliza y, antes bien, prospe­ran otros planes más afines con su inquietud renova­dora que desembocan en el periódico de ideas y la crí­tica intelectual y social. Así surge la revista Nuestra Epoca (de la que aparecen dos números, en junio y agosto de 1918) que dirige en compañía de César Falcón, y en la cual colaboran César Antonio Ugarte, Félix del Valle, Valdelomar, César Vallejo, Percy Gib­son y César A. Rodríguez.

Se había acentuado por entonces la aproximación de Mariátegui a Manuel González Prada, próximo ya a sus postreros días. Debe igualmente atribuirse al pa­tricio autor de Páginas libres, por lo menos en parte, el estímulo a los planes de Mariátegui en el orden social y en el empeño del viaje a Europa.

Se agregaba a sus nuevos trabajos e inquietudes la codirección del periódico humorístico La Noche ejercida con César Falcón y Humberto del Aguila, a fines de 1918, y desde donde se contribuye a la cam­paña popular del candidato de oposición a la Presi­dencia de la República don Augusto B. Leguía. Se anota por esa misma fecha (mediados de 1918) su vinculación con un socialista italiano de paso por Li­ma Remo Polastri, con quien llega a proyectar la organización de un partido socialista, plan que llegó a ser discutido con César Falcón, Humberto del Agui­la, Carlos del Barzo, Luis Ulloa y Pedro Bustamante Santisteban. Circunstancias ambientales determinaron de otro lado, el incremento de su inclinación personal hacia las ideas socialistas, pues desde 1918 se advier­ten las actividades sindicalistas en el Perú y la prime­ra huelga general organizada dicho año, con serias re-percusiones políticas. Circunstancias históricas tam­bién contribuyeron a su evolución espiritual. Había terminado la 1ª Guerra Mundial y la Paz de Versalles trajo las primeras experiencias de la justicia social y la fijación de la jornada de 8 horas, y poco antes, la revolución rusa de 1917 había llenado de esperanza a las masas postergadas e incrementado la inquietud socialista en el mundo. La guerra que había sido un obstáculo para concretar cualquier proyecto de viaje, se había disipado y sólo quedaba esperar o buscar la oportunidad anhelada. El horizonte de sus lecturas se ha acrecentado notablemente en ese momento. Deja Mariátegui un tanto de lado la literatura idealista de comienzos de siglo y la poesía y prosa modernis­tas, y entra en contacto con nuevas revistas europeas como España dirigida por Luis Araquistaín. Lo in­quietan los pensadores españoles del 98, como Unamuno y Ortega y Gabriel Alomar que entonces em­piezan a difundirse más ampliamente en tierras ame­ricanas.

Las inquietudes intelectuales y sociales de Ma­riátegui, calificadas por Luis Monguió como "un cri­ticismo socializante", iban sin duda, a encontrar plas­mación política, un tanto tímida si la vemos desde la perspectiva del tiempo (a casi 50 años de distancia}, pero audaz y aventurada en su momento. No hacía muchos meses que había celebrado socarronamente en una crónica de El Tiempo, la afirmación de un "mi­nistro bolchevique" (Víctor M. Maúrtua) que se au­totitulaba en el parlamento "socialista" de tendencia y se había referido en otra al "maximalismo peruano" atribuido a los redactores de El Tiempo por un diario conservador. Ahora define su "posición socialista", renuncia a El Tiempo (en enero de 1919), funda un nuevo diario de otro carácter, más acusadamente ideológico, y edita con César Falcón La Razón que sólo dura desde el 3 de mayo hasta el 12 de agosto de 1919, cuando ya se perfilaba un nuevo gobierno desde al 4 de julio, el segundo período de Augusto B. Leguía, quien había depuesto a José Pardo poco antes de concluir su mandato, aunque había ganado previa-mente una elección popular.

Desde La Razón, Mariátegui había contribuido al triunfo electoral de Leguía, a la consecución de los ideales estudiantiles en pro de la reforma universita­ria, a las reivindicaciones sociales y a la liberación de líderes obreros que estaban en prisión por los distur­bios recientes en las calles de Lima. Pero el 8 de agos­to de 1919 La Razón empieza a tener dificultades con la censura impuesta por el nuevo gobierno y por cierto incidente con un diario conservador. La tensión crece y el nuevo gobierno considera inconveniente la subsistencia de un periódico que ya insinuaba una peligrosa actitud de rebeldía y cierto tono de crítica desacostumbrado.

 

EL VIAJE A EUROPA

Aunque el gobierno de Leguía había acogido las demandas estudiantiles de reforma universitaria y de­cretó asimismo la libertad de los líderes proletarios, no se mostraba sin embargo dispuesto a resistir nue­vas presiones de carácter social. Los consejeros de Leguía lo indujeron entonces a desprenderse de los directores de La Razón (Mariátegui y César Falcón) que ya mostraban su insatisfacción ante diversas ac­titudes, medidas y reformas, del nuevo régimen, pro­piciando su designación como agentes de propaganda del Perú en Italia y España. Tuvo que ver en ello cierta relación de parentesco que unía a Mariátegui con la familia de Leguía y específicamente con su esposa (doña Julia Swayne y Mariátegui). Los conduc­tos para la gestión del nombramiento fueron don En­rique Piedra y don Foción Mariátegui, familiares del Presidente y hombres de su confianza. En tal forma Mariátegui y Falcón accedieron a tolerar ese exilio disimulado, el uno en Italia y el otro en España. Lo aceptaron voluntariamente porque era la forma dig­na de lograr la anhelada oportunidad de perfeccionarse, de ampliar su horizonte cultural y de realizar el soñado ideal del viaje a las fuentes de la cultura oc­cidental. Mariátegui había adquirido en ese momen­to —a los 25 años de edad— la madurez y la prepara­ción necesarias para asimilar la nueva visión del mun­do europeo que entonces resurgía de entre los escom­bros dejados por la hecatombe reciente. Arribará al Viejo Continente en el momento preciso en que se iniciaba la reconstrucción y el reajuste, y la afirma­ción de una nueva concepción del mundo y de la vida planteada por la I Guerra Mundial y ya volcada especulativamente en el articulado del Tratado de Versalles.

El viaje se inició el 8 de octubre de 1919 y siguió la ruta marítima de Callao a Nueva York y desde ese puerto a Francia. La escala en Nueva York, a fines de octubre, aunque breve, permitió a Mariáte­gui observar la organización obrera norteamericana con ocasión de una huelga de trabajadores portuarios. El 10 de noviembre desembarcaba Mariátegui en La Rochelle para seguir inmediatamente a París, ya envuelto en las nieblas otoñales. Casi dos meses, hasta fines de diciembre, ocupa a Mariátegui conocer los atractivos culturales de la capital francesa, las librerías del Barrio Latino y de las riberas del Sena, el Museo del Louvre, la Comedia francesa, el Museo Rodin, el teatro de vanguardia, los conciertos, las con­ferencias de La Sorbona, los cafés de artistas e inte­lectuales. Pero al mismo tiempo, hombre inquieto por la política, no desdeña la concurrencia a la Cámara de Diputados, la visita a los periódicos y el encuentro con personajes de las letras y de las ideas nuevas co­mo Henry Barbusse y Romain Rolland.

El rigor del clima parisino apresura su viaje a tierras meridionales. La navidad lo encuentra ya en el puerto de Génova, en donde lo espera su compa­triota Palmiro Machiavello, cónsul en dicho puerto.12 Allí escribe antes de finalizar el año, 1919, su primer artículo sobre asunto europeo ("El Estatuto del Estado Libre de Fiume") que se publicará en El Tiempo de Lima, del 6 de febrero de 1920, inaugurando así una serie de artículos que titula "Cartas de Italia", cuya compilación forma precisamente el presente li­bro. El conducto a esa realidad política ha sido —en su actitud de caudillo fiuminense— el D'Annunzio de su deslumbramiento adolescente, pero la realidad italiana ya está muy lejos de los deliquios esteticistas del poeta.

 

LA EXPERIENCIA ITALIANA

La costa mediterránea, en pleno invierno, no in­vita a una larga permanencia. Pero Italia tiene atrac­tivos históricos y artísticos que no admiten mayor apla­zamiento del plan de un recorrido por las principales ciudades. La crisis política del reino es profunda en lo político y en lo social y arrecia la lucha entre un libe­ralismo que periclita y un socialismo naciente y com­bativo. Mariátegui se instala en Roma de enero a ma­yo de ese año, luego en Florencia entre junio y julio. Vuelve a Génova en agosto y parte de nuevo a Vene­cia en setiembre. Regresa a Roma en octubre de 1920 y allí reside hasta comienzos de 1922. Esa estada sólo se interrumpe por un breve viaje a Livorno para asis­tir al Congreso Socialista y para una vacación en Frascati y visitas a Milán, Turín y Pisa. En Florencia ha conocido a una mujer italiana de cuya bondad, inteli­gencia y vivacidad meridional queda prendado. Algu­nos de los recorridos los comparte con sus connacionales el periodista César Falcón y el escultor Artemio Ocaña. Este año de 1921 será decisivo en su destino. Desposa —dirá después— "una mujer y algunas ideas". El lazo matrimonial lo une hasta el fin de sus días con Anna Chiappe, "la doncella de Siena". La primavera romana hace el marco para su luna de miel en Frascati (a una hora de Roma) transcurrida entre mayo y junio de 1921. Su trabajo periodístico ha sido intenso. Cuando menos ha escrito un par de artículos mensuales sobre política europea y el caso italiano, que ofrece singulares aspectos. Pero además, informa sobre el Congreso de Livorno y la Conferencia de Génova, de la cual envía diarias informaciones cablegráficas a El Tiempo de Lima. Disfruta del paisaje, de los museos, de la arquitectura y de la vida y el ambiente italianos. Ha empezado a incrementar su cultura con la lectura febril de muchos libros en ita­liano y en francés, sobre cultura y sobre política. Su correspondencia periodística se interrumpe entre di­ciembre de 1921 y febrero de 1922 y en el resto de este último año permanece varios meses en Génova, ocupado en asuntos del Consulado del Perú, estudiando intensamente y planeando la organización de un partido político de izquierda con César Falcón y dos peruanos más. Desde allí sigue escribiendo sus Cartas de Italia, sobre política italiana y europea y sobre la vida y la cultura de Italia. Sus impresiones de viaje quedan impresas en algunas de sus Cartas y en otros apuntes que desarrolla y destina más tarde a su libro póstumo El alma matinal y otras estaciones del hom­bre de hoy13 sobre Roma, Génova, Venecia, Florencia, Milán. La estada en Italia ha consolidado su cultura de autodidacta, lo ha curado de vacíos esteticismos, le ha permitido conocer de cerca grandes figuras del pensamiento italiano como Benedetto Crece. Giovan­ni Papini, Marinetti, Gobetti. Prezzolini... Ha afir­mado su buen gusto. ha hecho coherente su pensa­miento político. te ha brindado experiencia y madu­rez política, ha fortalecido su alma y su cuerpo. Su debilidad física se ha superado y su sentido crítico de la vida social se ha aguzado. Acaso serán esos los más saludables y completos años de su vida.

En Italia. Mariátegui ha descubierto su ser más profundo y el sentido de su destino de escritor. Allí se ha decidido su misión de adelantado de la causa de los pobres v de los explotados. Se ha perfilado su figura apostólica y su fe socialista. Allí se afirma su "alma matinal" y allí clausura definitivamente sus de­liquios decadentistas y crepusculares. Halla también la compañera de su vida, quien le da su primer hijo, nacido en Roma el 7 de diciembre de 1922, cuyo nom­bre Sandro Ticiano Romeo constituye un homenaje a Botticelli, a Florencia y a las obras artísticas del Re-nacimiento que tanto admiró en su viaje. Allí robus­tece su peruanismo y confirma la fe en el destino de América, depura el sistema y la coherencia de su ideología social. Pocos viajeros de Italia (que lo fueron muchos, provenientes de todas las latitudes y en todos los siglos) habrán vivido con tanta intensidad como Mariátegui sus días de estada en la península. Entre diciembre de 1919 y junio de 1922, el viajero Mariátegui hizo tal acopio de experiencia y captó tan intenso caudal de impresiones que resulta significati­vo que su trayectoria posterior no pueda desprenderse en los pocos años que le quedaban de vida, de ese há­lito de vitalidad y de inquietud recibido en tierra italiana.

El resto de su periplo europeo se desenvuelve en el segundo semestre de 1922 y comienzos de 1923 hasta su regreso al Perú. De los tres años y 7 meses que Mariátegui permaneció en Europa, dos años y 7 meses permaneció en Italia, y sólo el saldo estuvo dedicado a Europa. Pero debe agregarse que desde el mirador italiano, Mariátegui vivía al mismo tiempo el drama europeo, "la escena contemporánea", volcada después en más de uno de sus libros.

En junio de 1922 miró por última vez tierra ita­liana. Siguió a Francia (junio y julio) y luego prosi­gue a Alemania (Munich), Austria, Hungría, Che­coslovaquia. En Berlín queda de octubre de 1922 a enero de 1923 y finalmente en Hamburgo, Colonia y Essen de enero a febrero de 1923. En Alemania reafirmó su fe socialista y amplió sus conocimientos de la realidad económica y social europea. Al contacto de la cultura alemana su espíritu crítico se afina y la se­riedad y estructura de su pensamiento se robustecen. En breve tiempo, logró alcanzar el dominio de la lengua alemana (cuyo estudio había empezado en Italia) y el manejo de su sustantiva y poco conocida biblio­grafía en problemas económicos y sociales.

De Alemania pasó finalmente a Francia y Bélgi­ca. En el puerto de Amberes se embarcó para el Pe­rú (febrero de 1923) y arribó al puerto de Callao el 20 de marzo. Lo esperaba, pese a su cuerpo enjuto y enfermo, una labor gigantesca que logró cumplir ajus­tadamente dentro de los escasos 7 años que le restaron de enfermedad y de vida espiritual multiplicada.

 

ESTIMATIVA DE LAS CARTAS DE ITALIA

En Italia y entre enero de 1920 y marzo de 1922, Mariátegui escribió los artículos que integran este volumen, bajo el título general Cartas de Italia, los cuales se publicaron sucesivamente en El Tiempo de Lima entre mayo de 1920 y el mismo mes de 1922. Usaba indistintamente los seudónimos Jack y luan Croniqueur y firmaba algunas veces con su nombre propio.

Estas Cartas de Italia recogen los primeros im­pactos del ambiente europeo que Mariátegui recibió y registran su información de la situación política ita­liana en ese momento, frente a la que ya afinaba su espíritu crítico y sus concepciones sociológicas.

En medio de algunos toques de humorismo, se empieza a manifestar la fe y la filiación socialista. La simpatía se vuelca siempre por el sesgo político reno­vador y su crítica sutil asedia con energía las figu­ras y actitudes conservadoras y reaccionarias.

Se afirma un estilo claro, cristalino, cortado, ner­vioso, incisivo, lacerante. La mente de Mariátegui parece siempre tensa y en febril atención a todo cuanto sucede a su alrededor, sea el paisaje, el hombre, el suceso o la realidad general. Nada de lo que lo cir­cunda es ajeno al interés que el ambiente europeo des­pierta en el hombre que cumple la misión de auscul­tar y de asimilar esa realidad en crisis.

Italia ofrecía el espectáculo de la inestabilidad y d desorden bajo el peligro de la ruina financiera. Los ex soldados engrosaban las masas de desocupados, los que trabajaban no obtenían sino salarios bajos, los bur­gueses se pauperizaban a causa de la inflación, el di­nero se desvalorizaba. Los políticos e intelectuales li­berales y socialistas se empeñaban en interminables debates y polémicas acerca de las causas, efectos y remedios de la crisis. La monarquía se mostraba im­potente para gobernar e imponer el orden. En medio de tanta adversidad, el fantasma del fascismo pareció pronto la solución salvadora y aceptable.

En medio lustro de su estada en Italia (exactamente dos años y 7 meses), Mariátegui recorrió espa­cialmente gran parte de la península pero espiritualmente caló muy hondo en la vida social, en las com­plejidades de la política, en el conocimiento del arte antiguo y moderno, en la observación de los valores humanos, en la sugestión de las costumbres, en el sen­tido de la vida italiana en general y en sus aportes al desarrollo de la civilización occidental. Eludió Mariá­tegui la tentación de un aprecio puramente turístico del hombre y la sociedad italiana y lejos de eso, ahondo en las profundas raíces del estado crítico por el que atravesaba el país recorrido y vivido tan intensamente. Nada escapó a su febril inquietud y a su inte­ligencia multiplicada por el impacto recibido. Desen­volvió Mariátegui una extraordinaria capacidad de trabajo —día y noche— que no lo fatigó, pues la va­riedad de estímulos parecía comunicarle una energía sorprendente. Sentíase vivir a plenitud, feliz de reali­zar su destino y de gozar de su salud, y disfrutaba de los libros, de las gentes, del vino y del paisaje de Ita­lia Los viajeros peruanos y latinoamericanos que le precedieron adormecían sus vigilias turísticas con la referencia historicista y anecdótica, con paseos arqueológicos y disquisiciones eruditas. Mariátegui inicia otra actitud. Su visión es crítica y actual, su actitud es dinámica y sustantiva. Fue el viajero completo y ejemplar pues —descontando y abreviando la referen­cia historicista— abarcó el fenómeno de la vida en toda su dimensión, pero sin mostrarse insensible al paisaje y, antes bien, ahondando en su significado.

"El cielo azul del Latium —dice Mariáte­gui— los dulces racimos de los Castillos Romanos, la miel de las abejas de oro de Fras­cati, la poesía sensual del paisaje de la églo­ga, embriagaron dionisíacamente mis senti­dos ... ".14

En otras páginas Mariátegui sigue bosquejando el paisaje, dentro de esa nueva actitud:

"Yo soy un hombre que ha querido ver Italia sin literatura. Con sus propios ojos y sin la lente ambigua y capciosa de la erudi­ción..." "Entre el turista e Italia se inter­pone la historia y la literatura".15

De tal suerte, quiere apreciar a Italia desnuda y desvestida de historia y de literatura y justifica al Futurismo en su propósito de librarla de la erudición y academismo y de concluir con la teatralidad de Italia y su paisaje escenográfico producto de su gloria y an­cianidad.

Descubre las tres Romas: la extinta de los Césa­res, la aún viviente de los Papas y la larvada al flan­co papal de Víctor Manuel y del Risorgimento, o sea la Terza Roma. Son tres estratos que percibe nítidamente en sus excursiones y lecturas romanas. Pero descubre también que la vida moderna no surge de Roma sino de otras urbes italianas como Milán, Géno­va, Turín y Nápoles.

Y concluye con su penetración en lo social: "La historia de la política explica el panorama de la Ciu­dad Eterna mejor que la historia del arte".

Tuvo allí —en Roma, en Florencia, en Géno­va— algunos contactos personales decisivos con hom­bres de letras (Papini, Croce, Marinetti, Gobetti) y con políticos de acción (Tchicherin, Lloyd George, Barthou).

Su pensamiento se renovó y tomó nuevos rum­bos sugeridos por los ideólogos del socialismo europeo (Sorel, Pareto, etc.), los novelistas que reflejaban la inquietud de la época (Romain Rolland, Henry Bar­busse) y por los críticos literarios, cuya plenitud ideo-lógica y método y rigor de enjuiciamiento siguió muy de cerca, desde el romántico De Sanctis, el neo-idea­lista Croce, Borghese, Giuseppe Prezzolini, Piero Go­betti, Antonio Gramsci, hasta los más recientes, Adria­no Tilgher y Luigi Tonelli. El pensamiento vigoroso de estos críticos es adaptado por Mariátegui en la apre­ciación de los fenómenos sociales y culturales del Pe­rú. Sus predilecciones literarias hicieron conocer en el Perú, aparte de Marinetti y Bontempelli, la recien­te producción de Malaparte, Pirandello, Govoni, Co­rrazini.

Guillermo Ferrero —sólo conocido antes como historiador y periodista— resultó revelado por Mariá­tegui como novelista de la Terza Roma. Hizo familiares para el público americano —en donde alcanzaron considerable difusión sus artículos, su revista Amauta, sus libros— otros nombres del pensamiento italiano de ese momento (la tercera década del siglo), Mario Missiroli, Giovanni Amendola, Rocco, Corradini, Se­timelli.

Entre Piero Gobetti y Mariátegui se produce una identificación de destino, de ideología y de actitud. La muerte prematura (el primero no llegó a los 30 años y el segundo desapareció a los 35), la preocupa­ción social y económica, las fuentes comunes (Marx, Sorel, Croce, Gentile, etc.), la formación autodidacta, la interpretación de los problemas de las grandes ma­sas, la renovación del sentido de la crítica, el análisis sociológico de la realidad actual, la aproximación del intelectual al pueblo, la lucha por dar conciencia de clase al obrero, el aliento filosófico en el periodismo político, la búsqueda de una gran revista para difun­dir su pensamiento, la fundación de una empresa edi­torial, son circunstancias coincidentes en ambos es­critores.

Los unió asimismo la irreparable realidad de la obra trunca o dispersa o por hacer (proyectada en pla­nes frustrados por la muerte), volcada "en artículos, apuntes, esquemas, que después de su muerte un gru­po de editores e intelectuales amigos ha compilado... pero que Gobetti, combatiente esforzado, no tuvo tiem­po de desarrollar en los libros planeados mientras fun­daba una revista, imponía una editorial, renovaba la crítica e infundía un potente aliento filosófico en el periodismo político", según las frases que el propio Mariátegui dedicó a Gobetti y que tal vez no sospechó que pudieran alguna vez aplicarse a su propia labor.16

Podría establecerse que la idea original de escri­bir los artículos de la sección "Peruanicemos el Pe­rú" en la revista Mundial de Lima, y que después, ya estructurados, constituyen los capítulos del libro 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (Lima, 1928) partió de la lectura detenida de los libros de Gobetti, estructurados de semejante manera y apareci­dos poco tiempo después de la muerte de su autor y minuciosamente leídos y comentados y citados por Ma­riátegui.

 

ITALIANISMO Y EUROPEISMO

La cultura italiana fue en sí misma una meta de Mariátegui, quien se dolía del desconocimiento imperante en toda Hispanoamérica por las nuevas expresiones culturales de Italia, apenas vislumbradas a través

de D'Annunzio y Ada Negri. En la introducción de su ensayo sobre Gobetti, afirma Mariátegui:

"La deficiencia de nuestra asimilación de la mejor Italia, la irregularidad de nuestro trato con su más sustanciosa cultura, no es ciertamente una responsabilidad especifica de nuestras universidades, revistas y mentores. El Perú, no tiene —decía en 1929— por razones obvias, relación directa y constante sino con dos literaturas europeas: la españo­la y la francesa y España hoy mismo que sus distancias con la Europa moderna se han acortado considerablemente, no es una inter­mediaria muy exacta ni muy atenta entre Italia e Hispano América. La Revista de Oc­cidente que registra en su haber un persis­tente esfuerzo por incorporar a España en la cultura occidental, no ha acordado a la literatura y al pensamiento italianos sino un lugar secundario".17

Recuerdo nítidamente la singular devoción con que losé Carlos Mariátegui exponía y difundía las ex-presiones del pensamiento italiano en sus vespertinas tertulias (entre 1927 y 1929). Concurríamos algunos adolescentes que aspirábamos con distinto y vacilante bagaje intelectual a entronizarnos en la vida cultural representada entonces por Amauta. Sus libros de ca­becera eran los tratados y manuales italianos más re­cientes. Incluso pronunciaba con deleite en un clási­co italiano los nombres y apellidos y citas muy preci­sas en su forma original —desde Marinetti y Pirande­llo hasta Bontempelli, en lo literario, desde Croce a Prezzolini en lo histórico, desde Asturaro a Gobetti en lo económico y sociológico. La versación itálica de Ma­riátegui se desplazaba con una radiante claridad, latente tanto en su expresión oral como en sus escritos sobre la vida cultural y política de la escena mundial.

Pero la aproximación de Mariátegui a la cultura italiana fue, además de una meta conscientemente al­canzada, un medio eficaz de acercarse también al pen­samiento europeo contemporáneo. La cultura italiana se caracterizó siempre por su permeabilidad humanís­tica y su aliento de interpretación de la inquietud in­telectual europea. Las mejores expresiones de la inte­ligencia alemana, francesa, escandinava y rusa encon­traron en todas las épocas traductores, eruditos comen­tadores y sutiles críticos en la península, siempre al día en su información. El fenómeno es el mismo tanto en lo literario, en las ideas sociales, en la filosofía co­mo en las expresiones del derecho teórico y positivo. Lo hemos estudiado en el caso específico de la difu­sión de las ideas jurídicas alemanas venidas a Hispa­noamérica por el conducto italiano.18

Por tal conducto cristalino y sutil, Mariátegui pudo ponerse al día con el pensamiento político contemporáneo y adquirir familiaridad con las fuentes alemanas, francesas y rusas, a las que llegó a tener acceso incluso directamente, gracias a su perfeccionamiento operado en la misma Italia, en el manejo de las lenguas italiana, francesa y alemana.

El conjunto de los artículos reunidos en este vo­lumen tiene parentesco con otros estudios, artículos o ensayos que figuran incorporados a diversos tomos de sus obras completas hasta ahora publicadas. Prescin­diendo de meras citas o referencias, anotamos que de ellos, el libro El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy contiene el mayor número de escritos con tema italiano específico. Allí están incluidos los siguientes: "El paisaje italiano", "Las tres Romas", "Roma y arte gótico", "Roma, polis moderna", "Gui­llermo Ferrero y la terza Roiza", "El caso Piran­dello", "Giovanni Papini", los tres ensayos sobre Piero Gobetti, "Divagaciones sobre el tema de la Latini­dad", "La influencia de Italia en la cultura hispano-americana", "Antirreforma y Fascismo", etc.

La escena contemporánea incluye la reunión de 5 artículos titulados "Biología del Fascismo", y ade­más "Nitti", "Amendola y la batalla liberal de Ita­lia", "La democracia católica", "La política socialis­ta en Italia", "Marinetti y el Futurismo".

A través de la ficción y la realidad entretejida de su ensayo-novela Siegfried y el profesor Canalla se hallan los personajes, la trama y el ambiente italiano bajo la advocación pirandelliana.

En El Artista y la época, son de tema italiano los artículos titulados: "Aspectos viejos y nuevos del Futurismo", "La pintura italiana en la última Exposi­ción", "Una polémica literaria" (M. Bontempelli y Curzio Malaparte), "Bragaglia y el teatro de los Independientes de Roma", "La última película de Fran­cisca Bertini".

En Signos y obras, es de tópico italiano el artícu­lo titulado "Antología de la poesía italiana".

En Historia de la Crisis Mundial se refiere a su­cesos italianos en la conferencia que titula "La inter­vención de Italia en la guerra". Habrá que advertir que algunos de estos libros —con excepción principal de El alma matinal— se han conformado por los editores con materiales extraídos de Cartas de Italia, so­bre todo los de materia literaria.

De tal suerte, el libro inicial de sus inquietudes latinas y típicamente occidentales y fáusticas, aquel que señala su honda y trascendente transformación espiritual, es sin duda alguna Cartas de Italia.

Puede que no sean estas Cartas de Italia las que nos expliquen mejor la experiencia de Mariátegui en la península. A pesar de la variedad de aspectos que tratan, a pesar de su universalidad y de la inquietud que registran, están un tanto limitadas por el con-tacto directo con los acontecimientos contemporáneos que constituyen su meollo o por el afán interpretati­vo y didáctico de su autor. Sus mejores aciertos sobre aspectos de la vida italiana han de encontrarse en su libro El alma matinal, principalmente.

Acaso el más cercano antecedente de estas Cartas de Italia, dentro de la literatura peruana, puede ser hallado en las Crónicas de Roma19 escritas en 1913 por Abraham Valdelomar, amigo y colega entrañable de Mariátegui. El antecedente es innegable pero la ac­titud es diferente. Aunque Mariátegui es ganado por el impresionismo poético —tan característicamente cultivado en la crónica por Valdelomar— sobre todo en sus impresiones florentinas o el paisaje de Roma y su campiña, no podría afirmarse que ésta sea la acti­tud dominante en las crónicas italianas de Mariáte­gui, como si lo fue en las romanas de Valdelomar. En las crónicas de Mariátegui son constantes los enfoques al fenómeno político, al problema social, al pensamien­to renovador. A pesar de las bellas páginas de impre­siones sobre el paisaje o sobre aspectos literarios, la tónica dominante es la dialéctica estimativa de la rea­lidad social y política, despojada de retórica y adje­tivada en forma rotunda y un tanto dogmática. Ma­riátegui trataba de alejarse del esteticismo de modo deliberado aunque todavía asomaran algunas huellas de sus inclinaciones de adolescencia. Esta primera expe­riencia del cambio de estilo que se opera en Mariáte­gui —bajo el estímulo de los nuevos críticos europeos— se encuentra latente en Cartas de Italia, que como crónicas también constituyen sin duda una mues­tra elocuente de la transición espiritual operante en su autor en esos años cruciales italianos. Por lo de-más, el impacto italiano sobre Valdelomar fue superficial y sin la significación que tuvo en Mariátegui. Influye naturalmente el distinto tiempo transcurrido en Italia: Valdelomar en la pre-guerra (1913-1914) y sólo por 6 meses; Mariátegui en la Italia convulsa de la postguerra y por más de medio lustro.

En la obra de Valdelomar posterior al viaje, casi no queda huella de su estada en la península, salvo algunas menciones y una crónica sobre D'Annunzio. En cambio, en la obra de Mariátegui, persiste una nota de constante adhesión a esa cultura tan admirada por él y se manifiesta además en el papel de animador e incitador a la lectura de los textos italianos, a la admiración de las expresiones artísticas de Italia, a la discusión de sus ideas, a las muestras constantes de su genio creador, y es significativo que el primer acto suyo después de su regreso al Perú, fuera la organiza­ción de una exposición de reproducciones de la pintu­ra antigua y muestras del arte contemporáneo de Ita­lia, que tuvo lugar en Lima, a mediados de 1923 en la Sala de la Academia Alzedo. No quedó allí su papel de promotor del conocimiento del fenómeno cultural italiano en el Perú, pues también tradujo textos lite­rarios de autores recientes y un tanto desconocidos.20 El conocimiento del libro Cartas de Italia abre, dentro de la perspectiva de la creación de Mariátegui, un pri­mer plano que explica su evolución hacia el futuro próximo e intenso y contiene asimismo, un segundo plano en donde se avizoran los años iniciales, anterio­res, cargados de insinuaciones y potencialidades im­prescindibles para explicar y estudiar la evolución intelectual del gran escritor peruano.

 

ESTUARDO NUÑEZ


NOTAS:

 

1 José E. Lora y Lora, Anunciación, París, 1908.

2 Poema de A. Negri, trad. por S. Rivela en Lima Ilustrado, 8 de agosto de 1899, p. 780.

3 El mejor dotado de esos traductores fue Juan Tassara, quien publicó versiones de Ada Negri en El Lucero, Lima, 20 de noviem­bre de 1904, 20 de febrero de 1905, 5 de agosto de 1906, y en Ac­tualidades, Lima, Nº 147, enero de 1906, y Balnearios, Barranco, Lima, Nos. 112 y 113, 24 de noviembre y 1º de diciembre de 1912. Juan Tassara publicó diversas poesías de autores italianos moder­nos en Balnearios, Ilustración Peruana y Variedades.

4 M. Beltroy, publicó muchas versiones de poesía italiana recogidas en Florilegio Occidental, Lima, Imp. de la U.N.M.S.M. 1963.

5 Las traducciones de Angel Origgi Galli se hallan reunidas en Mundial, N° 5, Lima, 1920.

6 J. C. Mariátegui comentario a "Il libro di Mara", en El Tiempo, Lima, 12 de octubre de 1920, en donde se cita igualmente la obra de Grazia Deledda y Amalia Guglielminetti. Se incluye en la presente recopilación.

7 De Oscar Miró Quesada es una bella traducción de Giacomo Leopardi, publicada en Actualidades.

8 J.C.M., en El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Lima, Empresa Editora Amauta, 1950.

9 Las voces múltiples, libro colectivo antológico, que contie­ne poesías de A. Valdelomar, A. González Prada, Félix del Valle, Pablo Abril, Antonio Garland, Hernán Bellido, Federico More, Al­berto Ulloa: Lima, 1916.

10 J. B. de Lavalle, La crisis contemporánea de la filosofía del derecho, Lima, 1911.

11 Guillermo Rouillon: Bio-bibliografía de J.C.M. Lima, Im­prenta de la U.N.M.S.M., 1963.

12 Palmiro Machiavello, publicó, bajo el estímulo de Mariáte­gui entre otras traducciones, los cuentos de Alfredo Panzini, "23 mil liras bien empleadas", en Variedades, Lima Nº 982, 4 de abril de 1925; y de Massimo Bontempelli, “Olvido”, en Variedades, Lima Nº 1008, 25 de junio de 1927.

13 J.C.M. El alma matinal, cit. id. id.

14 J.C.M. El alma matinal cit. cap. "Divagaciones sobre el tema de la latinidad", p. 160-166.

15 El alma matinal, ob. cit.

16. J.C.M. El alma matinal, cit. ensayo sobre "Piero Gobetti", p. 149.

17 J.C.M. El alma matinal, cit. ensayo sobre Gobetti, p. 146-147

18 Estuardo Núñez, La influencia alemana en el derecho peruano, Lima, Imp. Gil, 1937.

19 Abraham Valdelomar, La ciudad muerta - Crónicas de Ro­ma, Lima, U.N.M.S.M., Edición del Instituto de Literatura, 1960.

20 José Carlos Mariátegui fue traductor del cuento de Luis Pi­randello, "El banco bajo el viejo ciprés" en Variedades, Lima, Nº 884, 7 de febrero de 1925.