OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

DEFENSA DEL MARXISMO

 

 

CONFESIONES DE DRIEU LA ROCHELLE[1]

 

Las confesiones de Drieu La Rochelle podrían llamarse como, las otras2, Confesiones de un hijo del siglo. Drieu La Rochelle, literato de la generación de la guerra, ha vivido todas las experiencias intelectuales de la crisis francesa: clartismo, dadaísmo, suprarrealismo, reacción antidemocrática. Pero, en verdad, no se puede decir que Drieu La Rochelle haya militado en ninguno de estos movimientos. Al estado de ánimo clartista lo aproximó su amistad con Raymond Lefevre y Vaillant Couturier, junto con la corriente revolucionaria que después de la paz recorrió Europa. Su libro Mesure de la France se incubó en la misma atmósfera exasperada que produjo antes los libros de Barbusse, Duhamel, Rolland, etc. Actitud más sentida que pensada. No se le podría exigir a Drieu La Rochelle fidelidad a ella, ahora que no existen los estímulos externos colectivos, que la provocaron. Y casi lo mismo se podría decir del dadaísmo y del suprarrealismo de Drieu La Rochelle. En la guerrilla dadaísta y suprarrealista, el autor de Mesure de la France y Plainte contre Inconnu no fue sino un transeúnte, un pasajero. Se le sentía venido de fuera, para marcharse apenas tocara la órbita de una gravitación nueva. Por eso, después de haber colaborado en un panfleto suprarrealista contra Anatole France, con Aragón y Bretón, se separó de éstos, que desde entonces no han dejado de dedicarle sus más feroces epítetos. Drieu La Rochelle, enamorado sin fortuna, responde estos agravios con nuevas declaraciones de amor. Los líderes del suprarrea­lismo son para él los mejores escritores de su generación.

Drieu La Rochelle está ahora en su ciclo reaccionario. Pero también en esta actitud se le en­cuentra aire transeúnte e intención versátil. De­masiado realista, como buen burgués de Francia, se mantiene a distancia del monarquismo nacionalista de Maurrás y Daudet. Prefiere el oportunismo imperialista de Lucien Romier que sueña con una liga europea presidida napoleóni­camente por una Francia renacida bajo la su­gestión de una élite taumatúrgica. Drieu La Ro­chelle no puede ser dogmático. En el fondo, guarda un romántico culto a la libertad, enten­dida como la antítesis del dogma. Pero la liber­tad es también la herejía limitada y, como pien­sa Tilgher, la actividad absoluta equivale al éx­tasis absoluto. Y es así como Drieu La Roche­lle se halla de pronto entre los predicadores de la reacción, dispuesto a obedecer cualquier dic­tadura que le prometa restaurar la libertad.

El drama de este escritor, sensible a las más encontradas atracciones, está muy lejos de ser un drama personal, exclusivo, individual. Es el drama del espíritu pequeño-burgués, que en una época de orden se siente empujado irresistible­mente al anarquismo y en una época de trans­formación o inseguridad clama por una autori­dad que le imponga su dura ley.

Pero su problema, aún en medio de su más desesperada afirmación reaccionaria y autorita­ria, será siempre el problema de la libertad. Es­cuchemos las confesiones de este nuevo hijo del siglo: "Yo vivo tal vez más que hace dos o tres años, pero en fin no soy un hombre. He supues­to siempre que no se trataba sino de una cosa en el mundo: de ser un hombre. Un hombre, el que hace justicia a todas sus facultades. De lo que más he sufrido es de la imperfección de los hombres. Para ser un hombre, necesitaría ser a la vez un atleta, un amigo, un amante, un obre­ro y que sin embargo la muerte pueda venir".

Todas estas son las exigencias desmesuradas de su tiempo: todas se encuentran por encima de este "Joven europeo". "A despecho de la ametralladora de Lenin o de Mussolini continúa no quiero regresar a vuestra usina americana. No más oficios, puesto que hoy todos los oficios matan". "¿Creéis que uso todavía tinta y papel? Por cobardía, por ganar mi pan, prefiero aún este oficio a otro". Y luego un resto de coquetería, de lascivia: "La peor suciedad es hacer este oficio, pues es el que amo, pero no creo más en él y lo hago por ganar dinero. Escribir es para mí lo que más se parece a la prostitución". Pero cuando la confesión de Drieu La Rochelle alcanza su tono más patético es cuando dice: "Soy el hombre de hoy, el hombre amenazado, el hombre que se olvida, el hombre que se va a ahogar y que se crispa. Soy un desesperado, yo el europeo que amo todavía todo aquello de que desespero".

La última certidumbre que dejan, sin embargo, estas confesiones, es la de que, si Francia hubiese tenido ya su revolución socialista o su golpe de Estado fascista, el discurso de Drieu La Rochelle no sería el mismo: Porque a tan trágica desesperanza no se puede llegar sino bajo un régimen parlamentario. 

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 28 de Enero de 1928.

2 Se refiere a las "confesiones" en las cuales describió Alfredo de Musset el ambiente moral del Siglo XIX.