OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

DEFENSA DEL MARXISMO

 

   V

 

RASGOS Y ESPÍRITU DEL SOCIALISMO BELGA

 

No son arbitrarias las alusiones que el lec­tor ha encontrado en el curso de este estudio a la nacionalidad de Henri de Man. El caso de Man se explica, en gran parte, por el proceso de la lucha de clases en su país. Su tesis se ali­menta de la experiencia belga. Quiero explicar esto antes de seguir adelante en el examen de sus proposiciones. El lector puede encerrar esta disgresión dentro de un paréntesis.

Bélgica es el país de Europa con el que se identifica más el espíritu de la II Internacional. En ninguna ciudad encuentra mejor su clima, que en Bruselas, el reformismo occidental. Ber­lín, París significarían una sospechosa y envidia­da hegemonía de la social-democracia alemana o de la S.F.I.O.1. La II Internacional ha prefe­rido habitualmente para sus asambleas Bruse­las, Amsterdam, Berna. Sus sedes característi­cas son Bruselas y Amsterdam. (El Labour Panty2 británico ha guardado en su política mucho de la situación insular de Inglaterra).

Vandervelde, de Brouckére, Huysman han he­cho temprano su aprendizaje de funcionarios de la II Internacional. Este trabajo les ha comu­nicado, forzosamente, cierto aire diplomático, cierto hábito de mesura y equilibrio, fácilmen­te asequibles a su psiablogia burocrática y pe­queño-burguesa de socialistas belgas. 

Porque Bélgica no debe a su función de hogar de la II Internacional el tono menor de su so­cialismo. Desde su origen, el movimiento socia­lista o proletariado de Bélgica, se resiente del influjo de la tradición pequeño-burguesa de un pueblo católico y agrícola, apretado entre dos grandes nacionalidades rivales, fiel todavía en sus burgos a los gustos de artesanado, insufi­cientemente conquistado por la gran industria. Sorel no ahorra, en su obra, duro! sarcasmos sobre Vandervelde y sus correligionarios. "Bélgi­ca escribe en Reflexiones sobre la Violencia es uno de los países donde el movimiento sin­dical es más débil; toda la organización del so­cialismo está fundada sobre la panadería, la epicerie3 y la mercería, explotadas por comités del partido; el obrero, habituado largo tiempo a una disciplina clerical, es siempre un inferior, que se cree obligado a seguir la dirección de las gentes que le venden los productos de que ha menes­ter, con una ligera rebaja, y que lo abrevan de arengas sean católicas, sean socialistas. No sola­mente encontramos el comercio de víveres erigi­do en sacerdocio, sino que es de Bélgica de don­de nos vino la famosa teoría de los servicios públicos, contra la cual Guesde escribió, en 1883, un tan violento folleto y que Deville llamaba, al mismo tiempo, una deformación belga del co­lectivismo. Todo el socialismo belga tiende al desarrollo de la industria del Estado, a la cons­titución de una clase de trabajadores-funciona­rios, sólidamente disciplinada bajo la mano de hierro de los jefes que la democracia aceptaría". Marx, como se sabe, juzgaba a Bélgica el paraí­so de los capitalistas.

En la poca de tranquilo apogeo de la social-democracia lassaliana y jauresiana, estos juicios no eran, sin duda, muy populares. Entonces, se miraba a Bélgica como el paraíso de la reforma, más bien que del capital. Se admiraba el espíritu progresista de sus liberales, alacres y vigilantes defensores de la laicidad; de sus católicos-sociales, vanguardia del Rerum Novarum4, de sus socialistas, sabiamente abastecidos de oportunismo lassaliano y de elocuencia jauresiana. Eliseo Reclus había definido a Bélgica como "el campo de experiencia de Europa". La democracia occidental sentía descansar su optimismo en este pequeño Estado, en que parecían dulcificarse todos los antagonismos de clase y de partido.

El proceso de la guerra quiso que en esta beata sede de la II Internacional, la política de la "Unión sagrada"5 llevara a los socialistas al más exacerbado nacionalismo. Los líderes del internacionalismo se convirtieron en excelentes Ministros de la monarquía. De aquí proviene, evidentemente, en gran parte, la desilusión de Henri dé Man respecto al internacionalismo de los socialistas. Sus inmediatos puntos de referencia están en Bruselas, la capital donde Jaurés pronunciara inútilmente, dos días antes del desencadenamiento de la guerra, su última arenga internacionalista.

En su erección nacionalista, ante, la invasión, Bélgica mostró mucha más grandeza y coraje que en su oficio pacifista e internacional de bureau del socialismo europeo. "El sentimiento de la falta de heroísmo afirma Piero Gobetti nos debe explicar los improvisos gestos de dignidad y de altruísmo en este pueblo utilitarista y calculador que, en 1830 como en 1924, en todos los grandes cruceros de su historia, sabe comportarse con desinterés señorial". Para Gobetti a quien no se puede atribuir el mismo humor de polémica con Vandervelde que a Sorel la vida normal de Bélgica sufre de la ausencia de lo sublime y de lo heroico. Gobetti completa la diagnosis soreliana. "La fuerza de Bélgica observa está en el equilibrio realizado entre agricultura, industria y comercio. Resulta de esto la feliz mediocridad de las tierras fértiles y cerradas. Las relaciones con el exterior son extremamente delicadas; ninguna audacia le es consentida impunemente; todas las crisis mundiales repercuten con gran sensibilidad en su comercio, en su capacidad de expansión, amenazando a cada rato constreñirlo en las posiciones seguras pero insoportables de su equilibrio casero. Bélgica es un pueblo de tipo casero y provincial, empujado, por la situación absurda y afortunada, a jugar siempre un rol superior a sus fuerzas en la vida europea". A las consecuencias de la tradición y la mecánica de la vida belga, no podía escapar el movimiento obrero y socialista. "La práctica de la lucha de clases agrega Gobetti no era consentida por las mismas exigencias idílicas de una industria experimental y de una agricultura que acerca y adapta a todas las clases. La mediocridad es enemiga hasta de la desesperación. Un país en el cual se experimenta, no puede dejar de cultivar la discreción de los gestos, la quietud modesta y optimista. Además, aunque del 1848 al 1900, han desaparecido casi completamente en Bélgica los artesanos y la industria a domicilio, el instinto pequeño-burgués ha subsistido en el operario de la gran industria, que a veces es contemporáneamente agricultor y obrero y siempre, habitando a treinta o cuarenta kilómetros de la fábrica, se sustrae a la vida y a la psicología de la ciudad, escuela del socia­lismo intransigente". A juicio de Gobetti, los lideres del socialismo belga "han conducido a los obreros de Bélgica a la vanguardia del coopera­tivismo y del ahorro, pero los han dejado sin un ideal de lucha. Después de treinta años de vi­da política se hallan de representantes natura­les de un socialismo áulico y obligatorio, y con­tinuador de las funciones conservadoras".

La consideración de estos hechos nos expli­ca no sólo la entonación general de la larga obra de Vandervelde, sino también la inspiración del libro derrotista y desencantado de Henri de Man, quien poco antes de la guerra fundara una "central de educación", de la que proceden jus­tamente los animadores del primer movimiento comunista belga. Henri de Man, como él mis­mo lo dice en su libro, no pudo acompañar a sus amigos, en su trayectoria heroica. Malhumo­rado y pesimista, regresa, por esto, al lado de Vandervelde.

 


NOTAS:

1 Sección Francesa de la Internacional Obrera.

2 Partido Laborista.

3 Sitio donde venden el pan de especias.

4 Encíclica de León XIII, en que plantea la posición de la Iglesia Católica frente al problema social.

5 Sobre la "Unión Sagrada" ver la serie de referencias que, en torno a ella, formula José Carlos Mariátegui en La Escena  Contemporánea (N. de los  E.).