OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

     

 

GUILLERMO FERRERO Y LA TERZA ROMA1

 

El historiógrafo de Roma antigua deviene, en su ancianidad, el novelista de Roma moderna. La serie de novelas que con el título de la Terza Roma ha comenzado a publicar (Le Due Veritá, La Rivolta del Figlio) nos introducen en la vida romana, en los últimos años de la administra­ción de Francesco Crispi, cuando se entrevé ya el fracaso de la aventura colonial de Abisinia.2

Zola, en una de sus tentaculares novelas, in­tentó aprehender en un solo volumen el espíri­tu de esta misma Roma. Pero, encontrando to­davía demasiado frágil y exigua la Roma del Risorgimento, esbozó más bien un cuadro de la Roma pontificia. Sus pasos buscaron el ánima compleja y múltiple de Roma en el tortuoso borgho trasteverino y en los umbrosos pala­cios eclesiásticos. Y por este lado no iban mal encaminados. Mas Roma les escapó siempre. Ce­rrando el volumen, se advierte en seguida que la Roma del Vaticano y del Quirinal no está en la enorme anécdota urdida por Zola para captu­rarla.

Guglielmo Ferrero sigue otro derrotero. Nos introduce en Roma por la puerta de un palacio que aloja en sus tortuosos y antiguos salones la alianza de la prepotente y alacre burguesía de Milán y de la conquistadora y cultivada aristocracia del Piamonte. En este palacio en el cual los nuevos amos de la Ciudad Eterna han sucedido a la decaída nobleza romana, se respira el ambiente oficial de la Italia crispiana, que empieza su acercamiento al .mundo del Vaticano, bajo el auspicio de la catolicidad de doña Eduvigis Alamanni.

La figura del senador Alamanni, hijo de un plebeyo, más aún de un siervo enriquecido, que se hace perdonar su origen por la aristocracia mediante su unión con una patricia empobrecida, es en los dos primeros tomos de la Terza Roma, la figura central de la novela. Alamanni tiene en su juventud la dureza, el ímpetu, los dotes de comando y potencia de los grandes burgueses. Capitán de finanzas y de industria, posee el genio de los negocios. La acumulación de capitales es, en su teoría, en su práctica, la vía de la posesión del mundo. Siente un desprecio altanero de plebeyo victorioso, por la nobleza des- monetizada y parasitaria. Pero, a los cuarenta años, el enlace con doña Eduvigis, —a quien Guglielmo Ferrero, generoso con los vencidos, caballero con el pasado, concede todas las cualidades y virtudes de, la nobleza cristiana—, domestica su voluntad agresiva. Alamanni se enamora insensiblemente de los hábitos y de los gustos de la aristocracia. Reconoce a la tradición y a la estirpe el valor que antes le había negado. Se deja ganar por los sentimientos de la aristócrata, gentil y delicada, a la cual sus millones le han permitido llegar.

La psicología de la época es propicia a este cambio. "La monarquía, la aristocracia y una parte, la más ambiciosa y la más fina de la riqueza no blasonada todavía, habían comenzado, desde hacía un ventenio, en toda Europa, a atrincherarse en la acrópolis de la sociedad contra la democracia y la llanura; y a fin de que la trinchera fuese alta y sólida, cada uno aportaba lo que podía, que todo servía; la cultura, la gloria, la potencia, el blasón, el valor, la elegancia y las bellas maneras, la riqueza y el lujo y el arte antiguo patrimonio de los grandes y los humildes; y quien no poseía otra cosa, su frivolidad, ignorancia y disipación". El dinamismo de la idea liberal, generadora del Risorgimento, inquietaba

a los espíritus. En la masa prendía la idea socialista, catastrófica y mesiánica. La política de Francesco Crispi tendía a dar al orden el cimiento de la tradición, sofocando las consecuencias lógicas de los principios del Risorgimento. Contra esta política, se alzaban en el parlamento, además de los tribunos socialistas, los hombres de izquierda del liberalismo. Vavalloti y Rudiní preparaban con sus requisitorias contra la administración crispiana el advenimiento de la era de Giolitti. Alamanni, que había gastado su impulso original en la creación de una gran fortuna y que había suavizado su soberbia de nuevo rico en un sedante palacio romano, se sentía un soporte del orden. Intuitivo, práctico, pesimista, no abría en su espíritu un excesivo crédito de confianza a los dotes del presunto Bismarck italiano. Pero sus sentimientos y móviles de con- servador lo constreñían a sostener esta política, contra todas las amenazas tormentosas del sufragio y de la plaza. Los paladines de la izquierda demo-liberal, Cavallotti, Di Rudiní, Giolitti, le parecían peligrosos, demagogos. Prefería a su victoria, el compromiso directo entre la plutocracia y el socialismo, entre el poder, conforme a la praxis bismarckiana. Mas estas ideas eran de naturaleza absolutamente confidencial, privada. Alamanni no era un político; era sólo un plutócrata. Daba al orden el apoyo de sus millones, de su riqueza, en cambio de las garantías que le otorgaban para acrecentarlos. Su campo era la economía, no la política, ni la administración. Vagamente percibía el peso muerto de la política y de sus funcionarios y doctrinas en el libre juego de los intereses económicos. Los políticos le parecían costosos y embarazantes intermediarios. Estaba ligado al conservantismo de Crispi por todos los vínculos de su ambición y de su riqueza. Crispi le había hecho marqués. El despreciador de títulos y blasones, había gestionado solícitamente esta merced que lo igualaba formalmente con su mujer en la jerarquía mundana.

Pero el argumento de la Terza Roma no es la vida misma de este hombre. Ferrero le antepone una intriga de sabor folletinesco que si nos conduce a la entraña de algunos aspectos de la vida social de la época, se apropia demasiado, con sus episodios, de las páginas de la obra y del espíritu del narrador. El novelista se impone con prepotencia de diletante y debutante, al historiógrafo. Y, al cerrar el segundo volumen, —La Rivolta del Figlio— la impresión de que la Terza Roma está escapando también a Ferrero, trae al lector el recuerdo de la frustrada tentativa de Zolá. El, conflicto sentimental y moral del hijo del senador Alamanni, que parte al Africa en vísperas del desastre de Adua, acapara demasiado la obra y el novelista. Esperemos que éste, en el descanso que ha seguido a La Rivolta del Figlio, tenga tiempo y voluntad para advertirlo.

 

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 4 de Agosto de 1928.

2 Se refiere a la aventura colonial organizada bajo el reinado de Humberto I. Inicióse con la adquisición de Eri­trea; pero el Negus Menelik la desbarató en los encuentros de Amba-Alagi, Macalle y Abba-Garima (1896); y el conoci­miento de estos reveses militares determinó la caída del ministerio Crispi.