OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

 

 

LA RUSIA DE DOSTOIEVSKI. A PROPOSITO DEL LIBRO DE STEFAN ZWEIG1

 

Las tentativas baratas, premiosas de interpretación del bolchevismo, que una crítica diletantesca y apriorística produjo en Occidente en los primeros años de la Revolución rusa, y cuyos ecos han durado hasta hace muy poco, se entretenían con curiosa uniformidad en explicar este fenómeno, en algo así como la culminación del movimiento espiritualista representado por Dostoievski. El misticismo, la neurosis, la exasperada búsqueda de infinito y de absoluto, que hallan su más fuerte y patética expresión artística en la obra de Dostoievski, eran estimados como los factores morales de la Revolución, que debería a esos factores su acento apocalíptico y extremista. Recuerdo que hace tres años, Luis de Zulueta, en un ensayo de La Revista de Occidente, sobre El Enigma de Rusia, que debía su primera inspiración a Ortega y Gasset, barajaba todavía estos motivos, suscribiendo, a pesar de advertir el programa marxista y occidental de la Revolución, el concepto de Ortega de que ésta «no era, en el fondo, una revolución europea, sino un misticismo oriental».

No debe haber sido escasa la sorpresa de estos apresurados y enfáticos exégetas ante la protesta de Ilya Ehrenburg, contra la general tendencia de suponer a la nueva literatura rusa fuertemente influida por el espíritu de Dostoievski. Ehrenburg desmintió esta influencia, afirmando que las actuales generaciones rusas estaban, precisamente, lo más distantes posibles de Dostoievski y que, en la nueva Rusia, era mucho más evidente y neta la presencia de Tolstoy. Y Julio Alvarez del Vayo, en sus impresiones literarias de Rusia, sobre todo en las que sirven de prólogo a la edición española de El Cemento, la notable novela de Fedor Gladkov, ha confirmado sustancialmente la versión de Ehrenburg, que no era una revelación para quienes seguían el movimiento intelectual ruso a través de revistas francesas, italianas y alemanas, aunque no se diesen cuenta, exactamente, del sentido profundo de la Revolución.

Dostoievski tradujo en su obra la crisis de la inteligencia rusa, como Lenin y su equipo marxista se encargaron de resolver y superar. Los bolcheviques oponían un realismo activo y práctico al misticismo espirituoso e inconcluyente de la inteligencia dostoievskíana, una voluntad realizadora y operante a su hesitación nihilista y anárquica, una acción concreta y enérgica a su abstractismo divagador, un método científico y experimental a su metafísica sentimental. La intellighentsia,2 desde el movimiento dekabris­ta3 hasta la Revolución de 1917, no conoció sino fracasos. Se reconoce su romanticismo, de fondo, más o menos rousseauniano, en los dekabristas, en los narodnikis, en los nihilistas, en los so­cialistas revolucionarios. Su impotencia, para guiar una revolución demoburguesa que sustitu­yera la autocracia zarista por un régimen capi­talista de tipo occidental, la condujo a un uto­pismo desorbitado, en que el más extremista y disolvente individualismo se asociaba al mesia­nismo racial, hostil a Europa, de los orientalistas.

La literatura, de esta época, o más bien de este origen —Dostoievski, Andreyev, Sollogub, etc.— refleja, como ya alguna vez lo he apun­tado, la neurosis de una burguesía frustrada, a la que no fue posible conquistar el poder. El capitalismo ruso, técnica y financieramente im­pulsado y aun dirigido en gran parte por extran­jeros, se desarrolló en Rusia, hasta 1917, bajo un régimen absolutista, que no consintió a la burguesía salir de un rol larvado y secundario. Es­ta burguesía fracasada, incapaz de sacudirse de la tutela de una aristocracia primitiva, no pudo asegurar su equilibrio interior. No supo dar con­creción a sus ideales políticos. El utopismo hu­manitarista, la negación nihilista, en sus mani­festaciones más diversas, la hallaron siempre propicia a sus delirios. La burguesía vio desertar a sus vástagos de su propia empresa polí­tica, para entregarse a la preparación sentimen­tal de una revolución que no sería la suya. El populismo4 exasperado a que llegó, en su inútil lucha por alcanzar sus propios objetivos de clase, tocó un grado de misticismo e idealización que sedujo fácilmente la fantasía de sus literatos. Dostoievski podía escribir así sobre la élite a que pertenecía: «La clase intelectual rusa es la más elevada y la más seductora de todas las elites que existen. En todo el mundo no se encuentra nada que se le parezca. Es una magnificencia de espléndida belleza que todavía no se estima bastante. Prueba predicar en Francia, en Inglaterra, o donde quieras, que la propiedad individual es ilegítima, que el egoísmo es criminal. Todos se alejarán de ti. ¿Cómo podría ser ilegítima la propiedad individual? ¿Y qué existiría entonces de legítimo? Pero el intelectual ruso te sabrá comprender. Ha comenzado a filosofar apenas su conciencia ha despertado. Así, si toca un pedazo de pan blanco, enseguida se presenta a sus ojos un cuadro tétrico: Es pan fabricado por esclavos. Y este pan blanco se le antoja muy amargo». Piero Gobetti, señalando y comentando estas palabras, define nítidamente el sentido de este "atormentado individualismo". «En la mística aspiración al infinito —observa— o a la eternidad se alientan las aspiraciones del pueblo a una organización anárquica de la sociedad. Ni el pan-eslavísmo, buscado con curiosos sentimientos mesiánicos, consigue alimentar una conciencia nacional. La lucha de los intelectuales contra el zarismo semeja una lucha de descentrados».

Mientras la novela occidental, hasta en su estación romántica, describe a una burguesía inquieta, pero normal, mediocre a veces pero estable siempre, que asienta con confianza y sin disgusto sus pies en la tierra, y en la que el atormentado no es la regla sino la excepción, la novela rusa, de estirpe dostoievskiana nos describe invariablemente a una burguesía lunática, desequilibrada, sentimental, en cuya conciencia trabaja un complejo y en la que el empresario alacre, contento de sí mismo, es un caso extraordinario, contradicho y renegado por una descendencia neurótica.

Zweig estudia a Dostoievski, con prescindencia de este substractum5 histórico, de este sedimento social de su arte. Esto es quizá lo que falta en su libro, que rehúsa relacionar a Dostoievski con su época y su ambiente. Pero, en cambio, el retrato artístico, el croquis estético del autor de Los Hermanos Karamasov, conquistan al lector completamente. Singularmente penetrante es la confrontación de la distinta y opuesta experiencia que para Dostoievski y Wilde significó la prisión. «En Wilde —escribe Zweig— el lord sobrevive al hombre y sufre de que los forzados puedan tomarlo por uno de los suyos. Dostoievski no sufre sino en tanto que asesinos y ladrones rehúsan considerarlo como un hermano. Ser tenido a distancia, no ser tratado como hermano, le parece una tara, una insuficiencia de su ser. Así como el carbón y el diamante son una misma sustancia, así este destino es uno y sin embargo diferente para los dos escritores. Wilde es un hombre terminado cuando sale de la prisión. Dostoievski comienza su vida. Wilde es reducido al estado de escoria, por la misma flama que da a Dostoievski su temple y su luz. Wilde es castigado como un valet6 porque resiste. Dostoievski triunfa de su destino porque ama su destino». Podría observarse, restringiendo parcialmente la exactitud de este paralelo de Zweig, que la naturaleza distinta de ambas condenas no es extraña a su distinto efecto espiritual: pero, aparte de que el contraste entre el lord sensual y orgulloso y el ruso, que busca el placer en el fondo del más duro sufrimiento y de la más exasperada humillación, subsiste siempre, la última frase de Zweig nos hace olvidar cualquier reserva ausente: "Dostoievski triunfa de su destino, porque ama su destino". Y en otra comparación, Zweig es acaso más certero: «Goethe mira al apolineísmo antiguo; Dostoievski al bacantismo: ni siquiera ser olímpico ni semejante a un Dios, quiere ser el hombre fuerte. Su moral no aspira al clasicismo, a la regla, sino a la intensidad». Estas palabras plantean, tal vez, el problema de Dostoievski clásico o romántico. Problema que, en Dostoievski, admite esta respuesta: Clásico y romántico. O romántico hasta el punto de ser, al mismo tiempo, clásico.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 10 de abril de 1929.

2 Inteligencia, el grupo intelectual.

3 Partidario de reformas burguesas en la antigua auto­cracia zarista.

4 Miembros de la organización "Tierra y Libertad", que surgió en Rusia, en 1876. La principal fuerza revolu­cionaria en el país era el campesinado. Se fueron al campo, "al pueblo" (de ahí el nombre de "populis­tas"). No los entendieron ni los siguieron, dedicán­dose a practicar el terrorismo político.

5 Substancia.