OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

  

  

ULTIMAS AVENTURAS DE LA VIDA DE DON RAMON DEL VALLE INCLAN1

 

A propósito de la barba de Tristán Marof, bos­quejé yo a algunos, en una plática íntima, la "teo­ría de la barba biológica".2 Mis proposiciones, aproximadamente, se resumían así: La barba de­cae porque desaparecen seis razones biológicas, históricas. La barba tramonta, porque es extraña a una civilización maquinista, industrial, urbana, cubista. La figura del hombre moderno no necesi­ta esta decoración medioeval, inadecuada a sus gustos deportivos, a su movimiento, a su mecáni­ca. La estética de la figura humana está, en el fondo, regida por las mismas leyes que la estética de los edificios. La necesidad, la utilidad, justifi­can y determinan sus elementos. La barba, en un hombre, debe ser como la columna, como la cariátide, en un palacio o un templo: debe ser necesaria. Está demás, cuando no lo es. Hay personas que se dejan barbas, porque piensan que les sientan bien; otras, porque quieren pa­recerse a sus antepasados. Estas barbas de ca­rácter puramente hereditario o de origen exclu­sivamente estético, no son biológicas, no son arquitectónicas. Carecen de función vital. Aun­que parezcan arraigadas y naturales, es como si fueran postizas. Pero todas las reglas de nues­tra edad —reglas behavioristas—, tienen ex­cepciones, vale decir sin variedad, sin diversi­dad. También en nuestra época, nacen y cre­cen barbas biológicas. La de Marof, nacida y crecida para amparar su evasión, es de éstas. Ya he dicho hasta que punto la encuentro vital, económica, pragmática, espontánea. Ha brotado sólo ayer y parece muy antigua, al revés de las barbas ficticias, arbitrarias, deliberadas, que aun siendo muy viejas tienen el aire de haber aparecido la víspera, durante un descuido.

La barba de don Ramón del Valle Inclán, aunque haya tenido un proceso mucho más ordenado, es de la misma estirpe. Tiene todos los atributos de un buen espécimen de barba biológica. La barba de Valle Inclán es como su manquera. ¿Cómo habría podido Valle Inclán ser Valle Inclán sin su barba? (Entre los mitos de la Biblia, el de la cabellera de Sansón me parece más eficaz y sabio que un tratado de biología). No es por acaso que el soneto de Rubén Darío comienza con el célebre verso: "este gran don Ramón de las barbas de chivo". El genio poético de Rubén tenía que asir la personalidad de Valle Inclán por la barba. Esto es por lo más vital de su figura.

Esta barba, que es uno de los muchos ornamentos de España, uno de los más ultramontanos, retintos y señeros atributos de su individualidad, ha comparecido hace poco ante un juez. Porque, muy donquijotescamente, muy caballero, muy español como es, Valle Inclán está siempre dispuesto a romper una lanza por la justicia, contra jueces y alguaciles. El haber gritado en un teatro contra una pieza mala, le ha valido un proceso. Un proceso que no ha sido sino un interrogatorio, en el cual Valle Inclán rehusó declarar su nombre, profesión y domicilio como cualquier anónimo. Era el juez el que debía decirle su nombre, porque mientras en la sala de la audiencia nadie ignoraba el de Valle Inclán, muy pocos sabían sin duda el del magistrado que lo interrogaba. Valle Inclán declaró, en su diálogo, ser coronel-general de los ejércitos de Tierras Calientes y se afirmó católico, apostólico y antidinástico.

Valle Inclán es tradicionalista, ultramontano, por oposición a la España jesuíticamente constitucional, burocráticamente dinástica, falsamente liberal de don Alfonso XIII. Es o ha sido carlista; pero no a la manera de don Carlos ni de su líder Vásquez de Mella. Ha sido carlista por sentir en el carlismo algo así como una reivindicación del caballero andante. En 1920, estaba hasta la médula con la revolución rusa, con Lenin, con Trotsky, con todos los grandes donquijotes de la época. De partir a la guerra, lo habría hecho por los Soviets, no por don Jaime. Y hoy mismo, interrogado sobre el porvenir del liberalismo por un diario español, ha respondido que un liberalismo iluminado debe hacerse socialista. El porvenir no será liberal, sino socia- lista. Don Ramón no lo piensa como político, ni como intelectual; lo siente como artista, lo intuye como hombre de genio. Este hombre de la España negra es el que más cerca está de una España nueva.

Los amigos y paisanos de Blasco Ibáñez andan quejosos de la manera desdeñosa y agresiva como Valle Inclán ha tratado la memoria del autor de Sangre y Arena. Esta ha sido otra de las últimas aventuras de Valle Inclán. También, aunque no lo parezca, aventura de viejo hidalgo, porque es muy de viejo hidalgo guardar sus ojerizas y sus aversiones más allá de la muerte. La aversión de Valle Inclán a Blasco Ibáñez refleja un contraste profundo entre la España del 800 y la España inmortal y eterna. ¿Qué podría amar Valle Inclán de un mediterráneo optimista, republicano, democrático, de gusto mesocrático y de ideales standarizados, y sobre todo tan exento de pasión y tan incapaz de tragedia?

La crítica nueva hará justicia a este gran don Ramón, pendenciero, arbitrario y donquijotesco. Waldo Frank, en su magnífico libro España Virgen —que tan justicieramente pasa por alto otros valores adjetivos, otros signos secundarios de la literatura española— destaca el carácter singularmente representativo, profundamente español, de Valle Inclán. «El último gesto lógico de Larra —escribe Frank— fue levantarse la tapa de los sesos. Pero el espíritu de Larra está en las mesas de los cafés de Madrid. El sueño es un vino del arte histórico de España. La desesperación es una voluptuosidad, y la incompetencia un culto. Entre los devotos de este trance narcisista se encuentran los escritores más exquisitos de España. El principal de todos ellos es, sin duda, don Ramón María del Valle Inclán. Cervantes era manco y a don Ramón le falta un brazo. Rojas, el autor de La Celestina hace cuatro siglos, dialogó sus novelas y las dividió en actos; don Ramón hace lo mismo y entremezcla en su prosa palabras y giros que el mismo Rojas habría encontrado arcaicos. Los libros de Valle Inclán no se venden por pesetas sino por reales de vellón. Su tipografía es afectadamente antigua. Sus volúmenes se abren con la opera omnia3 y están ilustrados con grabados a la usanza medioeval. Su forma revela gran maestría en el uso del castellano antiguo, con el que se mezclan vocablos puros del gallego, que fue en otros tiempos la lengua poética de España. Es un arte armonioso y de plasticidad verbal. Don Ramón es un hidalgo de Galicia, la rocosa provincia del nordeste que apenas hollaron los árabes. Don Ramón se jacta de su sangre celta. Hay un estrecho y curioso parentesco entre la música del diálogo de sus libros y el sonido de la siringa, pero este parentesco no es más profundo que un eco. La plasticidad de la prosa de Valle Inclán vive para dar forma a la muerte. Su drama es un drama de furiosa retórica. Los espíritus más gloriosos de España pasan por sus libros. La Iglesia con "la caridad de la espada", la caballería enmohecida y deshecha en su largo peregrinaje hacia el sur, las guerras patriarcales, la lealtad, el amor místico, están personificados en la fiereza ampulosa de sus escenas. Pero aunque estas formas sean espectros, no tienen ellos el hálito del sepulcro; la sal de la ironía moderna —la ironía perenne de España— está en ellos. Su pujanza no se puede negar. Es tan atrayente el candor firme y sombrío de esta prosa, que uno acepta de buen grado la pantomima quimérica y sentimental... la pompa gesticulante de esos sueños, que son el sueño de España».

El gesto bizarro, el lenguaje osado, la imaginación aventurera, la sensibilidad genial de Valle Inclán es, para todos los que estamos siempre dispuestos a mandar al diablo las invitaciones de un hispanismo diplomático y metropolitano, uno de los testimonios más fehacientes de la vitalidad de la España que amamos, y de la cual no estamos nunca tan cerca como cuando nos vence la gana de renegar a España, ahitos de su borbones, infantes, duques, académicos, curas, doctores, alguaciles, bachilleres y cupletistas. Desde el fondo de la historia de España, don Ramón del Vale Inclán, cenceño y filudo personaje del Greco, manco como Cervantes, nos tiende su única mano, generosa e impávida.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 24 de Marzo de 1928.

2 La enunciada teoría ha sido ágilmente desenvuelta por el propio José Carlos Mariátegui en su ensayo sobre La civilización y el cabello, incluido en "Ensayos Sintéticos" que Forma parte del volumen: La Novela y la Vida.

3 Obras completas. Era costumbre de Valle Inclán publicar sus libros como si se tratase de edición de sus Obras Completas.