OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

HERR HUGO STINNES*

 

 Herr Hugo Stinnes es actualmente la figura central de la política alemana. El ministerio de Stressemann tiene como bases sustantivas, como bases primarias, a los populistas y a los socialistas. El partido populista (Volkspartei) es el partido de Stinnes. Stressemann, leader populista, representa en el gobierno a Stinnes y a la alta industria. (Hilferding representa al proletariado social-democrático). El jefe del gobierno resulta, en una palabra, un apoderado, un intermediario del gran industrial rhenano. Alemania, por esto, sigue atentamente la carrera cotidiana de la limousine de Hugo Stinnes. 

¿Quién es este magnate que suena en la Alemania contemporánea más que la relativitaetstheorie? La potencia de Hugo Stinnes, como la desvalorización del marco, es un eco, un reflejo de la guerra. Ambos fenómenos han tenido un proceso paralelo y sincrónico. A medida que el valor del marco ha disminuido, el valor de Stinnes ha aumentado. A medida que el marcó ha bajado, Stinnes ha subido. Hoy la cotización del marco alcanza una cifra astronómica como decía Rakovsky de la cotización del rublo. Y la figura de Hugo Stinnes domina la economía de Alemania sobre un mastodóntico pedestal de papel moneda. 

Este Stinnes, hipertrofiado y tentacular, es un producto de la crisis europea. Antes de la guerra, Stinnes era un capitalista de proporciones normales, comunes. Era ya uno de los grandes productores de carbón de Alemania. Pero estaba distante todavía de la jerarquía plutocrá­tica de Rockefeller, de Morgan, de Vanderbilt. Alemania se transformó, con la guerra, en una inmensa usina siderúrgica. Stinnes alimentó con su hulla westphaliana los hornos de la siderur­gia tudesca. Fue uno de los generalísimos, uno de los dictadores, uno de los leaders de la gue­rra siderúrgica. Durante la guerra, sus dominios se ensancharon, se extendieron, se multiplicaron. Más tarde, las consecuencias económicas de la guerra favorecieron este crecimiento, esta hi­pertrofia de Stinnes y de otros industriales de su tipo. La crisis del cambio, como es sabido, ha empobrecido, en beneficio de los grandes in­dustriales, a innumerables capitalistas de tipo medio y tipo ínfimo. Los tenedores de deuda pú­blica, por ejemplo, han sufrido la disolución pro­gresiva de su capital. Los tenedores de propie­dad urbana, a su vez, han sufrido la evaporación de su renta. El Estado, en Alemania, ha llegado a las fronteras de la socialización de la propie­dad urbana: la tarifa fiscal ha aniquilado los alquileres. Una casa que, antes de la guerra, redituaba quinientos marcos oro mensuales a su propietario, no le reditúa ahora sino una canti­dad flotante de billetes del Reichsbank equiva­lente a dos o tres marcos oro. Además, la indus­tria media y pequeña, desprovistas de crédito y materias primas, han ido enrareciendo y pe­reciendo. Su actividad y su campo han sido absorbidos por los trusts verticales y horizonta­les. Se ha operado, en suma, una vertiginosa con­centración capitalista. Millares de antiguos ren­tistas han sido tragados por el torbellino de la baja del cambio. Y una modernísima categoría capitalista de nuevos ricos, de especuladores fe­lices de la Bolsa y de proveedores voraces del Estado, ha salido a flote. Sobre los escombros y las ruinas de la guerra y la paz, algunos grandes industriales han construido gigantescas empresas, heteróclitos edificios capitalistas. En­tre estos industriales, Hugo Stinnes es el más osado, el más genial, él más técnico.

Stinnes ha creado un nuevo tipo de trust: el trust vertical. El tipo clásico de trust es el trust horizontal que enlaza a industrias de la misma familia. Crece, así, horizontalmente. El trust ver­tical asocia, escalonadamente, a todas las indus­trias destinadas a una misma producción. Cre­ce, por tanto, verticalmente. Stinnes, verbigracia, ha reunido en un trust minas de carbón y hie­rro, altos hornos, usinas metalúrgicas y eléctri­cas. Y, una vez tejida esta compleja malla mi­nera y metalúrgica, ha penetrado en otras in­dustrias desorganizadas o anémicas: ha adqui­rido diarios, imprentas, hoteles, bosques, fábri­cas diversas. A través de sus capitales bancarios, Stinnes influencia todo el movimiento económi­co alemán. A través de su prensa y sus edito­riales, influencia extensos sectores de la opinión pública. Sus periodistas y sus publicistas provo­can los estados de ánimo convenientes a sus intentos. Sus millares de dependientes, tributa­rios y colaboradores, su vasta claque electoral, son otros tantos gérmenes de difusión y de pro­paganda de sus ideas. Y su actividad comercial no se detiene en los confines nacionales. Stinnes ha incorporado en su feudo una parte de la in­dustria metalúrgica austríaca, ha comprado accio­nes de la industria metalúrgica italiana y ha diseminado sus agentes y sus raíces en toda la Europa central. 

Estos hechos explican la posición singular de Stinnes en la política alemana. Stinnes es el leader de la plutocracia industrial de Alemania. En el nombre de esta plutocracia industrial, Stinnes negocia con los leaders del proletariado social-democrático. La clase media, la pequeña burguesía, desmonetizadas y pauperizadas por la crisis, insurgen instintivamente contra estos pactos. Y se concentran en la derecha reaccionaria y nacionalista, cuyo núcleo central son los latifundistas, los terratenientes, los junkers. Capitalistas agrarios y rentistas medios, sienten desamparados sus intereses bajo un gobierno de coalición industrial-socialista. A expensas de ellos, populistas y socialistas coordinan dos puntos de su programa de gobierno: requisición de las monedas extranjeras necesarias para el saneamiento del marco y fiscalización de los precios de la alimentación popular. Esta política contraría a latifundistas y rentistas. Aviva en ellos la nostalgia de la monarquía. Y los empuja a la reacción. 

Veamos el programa económico y político de Stinnes y de su Volkspartei. Stinnes piensa que el remedio de la crisis alemana está en el aumento de la producción industrial. Propugna una política que estimule y proteja este aumento. Y aconseja las siguientes medidas: supresión de la jornada de ocho horas, cesión al capital privado de los ferrocarriles y bosques del Estado, simplificación del mecanismo del Estado, exoneran dolo de toda función de empresario, de industrial y de gerente de los servicios públicos. El punto de vistá de Stinnes es típica y peculiar- mente el punto de vista simplista de una industrial. Stinnes considera y resuelve la crisis alemana con un criterio característico de gerente de trust vertical. Para Stinnes, la salud y la potencia de sus consorcios y de sus carteles son la salud y la potencia de Alemania. Y, por eso, Stinnes no tiende sino a anexar a sus negocios la explotación de los ferrocarriles y los bosques demaniales, a intensificar el trabajo y sus rendimientos y a eliminar del mercado del trabajo la concurrencia del Estado empresario. El trabajo es hoy una mercadería, un valor que se adquiere y se vende y que está, por ende, subordinado a la ley de oferta y demanda. El Estado, a fin de evitar la desocupación, emplea en las obras públicas a numerosos trabajadores. La industria alemana quiere que cese esta competencia del Estado y disminuya la demanda de trabajadores, para que los salarios no encarezcan. Stinnes desea convertir a Alemania en una gran fábrica colocada bajo su gerencia. Tiene plena fe en su capacidad, en su imaginación y en su pericia de gerente. Esta fe lo induce a creer que la fábrica andaría bien y haría buenos negocios. Stinnes está seguro de que conseguiría la solución de todos los problemas administrativos y el financiamiento de todas las operaciones necesarias para el acrecentamiento de la producción. Los expertos de economía le objetan respetuosamente: Herr Stinnes, ¿a quiénes vendería, a dónde exportaría Alemania este exceso de producción? No se trata tan sólo de acumular enormes stocks. Se trata, principalmente, de encontrar mercados capaces de absorberlos. Y bien. ¿Toleraría Francia, toleraría Inglaterra, sobre todo, que Alemania inundase de mercaderías el mundo? Herr Stinnes, cazurramente risueño, calla. Pero, recónditamente, razona sin duda así: Está bien. Inglaterra y Francia no consentirán, naturalmente, un gran crecimiento industrial y comercial de Alemania. El tratado de Versailles, además, las provee de armas eficaces para impedirlo. Pero existe una solución. La solución reside, precisamente, en asociar a Francia o a Inglaterra, o a las dos conjuntamente, a la colosal empresa Stinnes. ¡Qué Francia o Inglaterra tengan participación en nuestros negocios! ¡Que Francia o Inglaterra sean nuestro socio comanditario! Preferible sería, por su- puesto, un entendimiento con Francia. l°—Porque Francia tiene en sus manos los instrumentos de extorsión y de tortura de Alemania y en su ánimo la tendencia a usarlos. 2º—Porque Inglaterra, país hullero, metalúrgico y manufacturero, tendría que subordinar la actividad de la industria alemana a los intereses de su industria nacional. 

¿Aceptaría Francia esta cooperación franco-alemana? Entre industriales franceses y alemanes hubo, antes de la ocupación del Ruhr, conversaciones preliminares. El convenio Loucheur-Rathenau y el convenio Stinnes-Lubersac abrieron la vía del compromiso, de la entente. Pero, probablemente, una y otra parte encontraron recíprocamente excesivas sus pretensiones. Sobrevino la ocupación del Ruhr. Guerrera y dramáticamente, los industriales alemanes opusieron a esta operación militar una actitud de resistencia y de desafío. Bajo su orden, las minas y las fábricas del Ruhr cesaron de producir. Tyssen y Krupp, en represalia, fueron juzgados por los tribunales marciales de Francia. Al mundo le parecía asistir a un duelo a muerte. Pero los duelos a muerte eran cosa de la Edad Media. Poco a poco, los industriales alemanes se han fatigado de resistir. Los socialistas han pedido la suspensión de los subsidios al Ruhr, porque empobrecen la desangrada economía alemana. Finalmente Stressemann ha anunciado el abandono de la resistencia pasiva. Tras de Stressemann anda Stinnes que planea, probablemente, un entendimiento con Francia. Esta política solivianta a la derecha reaccionaria y pangermanista que aprovecha de su número en Baviera, donde domina la burguesía agraria, para amenazar a Stressemann con una actitud secesionista. Y, al mismo tiempo, arrecian los asaltos revolucionarios de los comunistas. El gobierno es atacado, simultáneamente, por el fascismo y el bolchevismo. La derecha trama un putsch; la izquierda organiza la revolución. Contra una y otra agresión, Stinnes y la social- democracia movilizan todos sus elementos de persuasión y de propaganda, su prensa, su mayoría parlamentaria. Un frente único periodístico, que comienza en la "Deutsche Allgemeine Zeitung", órgano de Stinnes, y termina en el "Vorwaerts", órgano oficial socialista, explica a Alemania la necesidad de la suspensión de la resistencia pasiva. 

¿Durará esta entente entre los industriales y los socialista? Provisoriamente, los socialis­tas transigen con los industriales, sobre la ba­se de una acción contra el hambre y la miseria. Pero, más tarde, Stinnes reclamará la abolición de la jornada de ocho horas y la entrega de los ferrocarriles a un trust privado. Los leaders de la social-democracia no podrán avenirse a es­tas medidas, sin riesgo de que las masas, descontentas y disgustadas, se pasen al comunis­mo. Stinnes tendría, entonces, que entenderse apresuradamente con la derecha. Pero, probablemente, tratará a toda costa de encontrar una nueva vía de compromiso con la social-demo­cracia. Y logrará, tal vez, conducir a Alemania a una política de cooperación con Francia. Estos grandes señores de la industria son, momentá­neamente, los orientadores de la política europea. Cailleaux los equipara a los burgraves de la Edad Media. Y agrega que Europa parece en vísperas de caer en un período de feudalis­mo anárquico. 

Stinnes tiene abolengo y blasón de hullero, de burgués y de industrial. Su padre fue tam­bién un minero. Bruno, recio, sólido, Stinnes es un hombre forjado en hulla westphaliana. Po­see, como un fragmento de carbón de piedra,, una ingente cantidad potencial de energía. Es un gran creador, un gran constructor de riqueza. Es un representante típico de la civilización ca­pitalista. Vive dentro de un mundo fantástico y extraño de telefonemas, de cotizaciones, de estenogramas y de cifras bursátiles. Ignora el ocio sensual y el ocio intelectual de los magnates de la Edad Antigua y de la Edad Media que se ro­deaban de artistas, de estatuas, de musas, de música, de literatura, de voluptuosidad y de fi­losofía. Stinnes se rodea de estenógrafos, de fi­nancistas y de ingenieros. Carece de' toda acti­vidad teorética y de toda curiosidad metafísica. Adriano Tilgher observa, con suma exactitud, que los multimillonarios de este tipo, absorbi­dos por un trabajo febril, no conducen una vi-da grandemente diversa de la de uno de sus altos empleados. Y, definiendo la civilización ca­pitalista como "la civilización de la actividad absoluta" dice de ella que "ama la riqueza por la riqueza, independientemente de las satisfac­ciones que puede dar, de los placeres que per­mite procurarse". Stinnes se viste como cual-quiera de sus ingenieros. Y, como cualquiera de sus ingenieros, no entiende las estatuas de Archi­penko, ni ama la música de Strauss, ni le im­portan las pinturas de Franz Mark, ni le preocu­pa Einstein ni le interesa Vaihingher.

 


NOTA:

* Publicado en Variedades, Lima, 29 de Setiembre de 1923.