OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

PABLO IGLESIAS Y EL SOCIALISMO ESPAÑOL*

 

La figura de Pablo Iglesias domina la historia del partido socialista español. Iglesias ha ocupado hasta su muerte su puesto de jefe. El partido socialista español es una obra suya. Los intelectuales, los abogados, que enrolados en sus filas en su período de crecimiento, constituyen presentemente su estado mayor, no han sabido renovar su espíritu ni ensanchar su programa. Han adoptado la teoría y la práctica del antiguo y patriarcal tipógrafo.

Esto quiere decir, sin duda, que el edificio construido por Iglesias, en su austera y paciente vida, es un edificio sólido. Pero nada más que sólido. Trabajo de buen albañil más bien que de gran arquitecto. Iglesias se preocupó, sobre todo, de dar a su partido un cimiento seguro y prudente. Se propuso hacer un partido; no una revolución.

El mérito de su labor no puede ser contestado. En un país donde el industrialismo, el liberalismo, el capitalismo tenían un desarrollo exiguo, Iglesias consiguió establecer y acreditar una agencia de la Segunda Internacional, con el busto de Karl Marx en la fachada. En torno del busto de Marx, si no de la doctrina, agrupó a los obreros de Madrid, separándolos, poco a poco, de los partidos de la burguesía. Organizó un partido socialista, fuerte y compacto, que con su sola existencia afirmó la posibilidad y la necesidad de una revolución y decidió a muchos intelectuales a colocarse al flanco del proletariado.

En esta obra, Iglesias probó sus condiciones de organizador. Era de la estirpe clásica de la Segunda Internacional. Se puede encontrar vidas paralelas a la suya en todas las secciones de la social-democracia prebélica. Como Ebert, procedía del taller. Sabía bien que su misión no era de ideólogo sino de propagandista.

Para atraer al socialismo a las masas obreras, redujo las reivindicaciones socialistas casi exclusivamente al mejoramiento de los salarios y a la disminución de las horas de trabajo. Este método le permitió crear una organización obrera; pero le impidió insuflar en esta organización un espíritu revolucionario. La táctica de Pablo Iglesias, por otra parte, parecía consultar sólo las condiciones y las tendencias de los obreros de Madrid. Unicamente en Madrid llegó el socialismo a representar una gran fuerza. El partido socialista español podía haberse llamado en verdad partido socialista madrileño. Iglesias no supo encontrar las palabras de orden precisas para conquistar al proletariado campesino. Y ni aún en el proletariado industrial supo prevalecer realmente. Barcelona se mantuvo siempre fuera de su influencia. El proletariado catalán adoptó los principios del sindicalismo revolucionario francés, más o menos deformados por un poco de espíritu anarquista.

El partido socialista habría podido, sin embargo, asumir una función decisiva en la historia de España cuando la guerra inauguró un nuevo período histórico, si la preparación espiritual y doctrinaria de su categoría dirigente hubiese sido mayor. La guerra aceleró el proceso de anquilosamiento de los viejos partidos españoles. Luego, la revolución rusa sacudió fuertemente los ánimos. Entre los intelectuales se propagó un sentimiento filo-socialista. Pero esta situación sorprendía impreparado al partido de Pablo Iglesias. Los elementos intelectuales que se habían incorporado en él no eran capaces de tomar en sus propias manos el timón. En el momento en que se planteó la cuestión de la adhesión de la Tercera Internacional, la gran mayoría del partido se manifestó convencida de la conveniencia de continuar todavía empleando el viejo recetario de Iglesias. La juventud pasó a formar el comunismo.

Iglesias desconfiaba un poco de los intelectuales. Temía sin duda, entre otras cosas, que trastornasen y transformasen su política. Pero, en sus últimos años, la experiencia debe haberle demostrado que los intelectuales socialistas eran bastante inferiores a este temor. La prosa política de Besteiro, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, etc., es más literaria y más elegante que la de Pablo Iglesias; pero, en el fondo, no es más nueva. El partido socialista español no ha logrado con estos elementos una clarificación de su ideología.

La situación actual de España parece favorecerlo. Los elementos jóvenes de la pequeña burguesía no pueden ya dejarse seducir por los gastados y ancianos señuelos de las izquierdas burguesas. El partido socialista, libre de las responsabilidades de la vieja política, resulta un campo de concentración en el cual muchos de los que tratan de desentrañar oportunamente el porvenir comienzan ya a poner los ojos. La quiebra del anarco-sindicalismo, que ha perdido a sus conductores más dinámicos e inteligentes, coloca a los obreros ante el dilema de escoger, entre la táctica socialista y la táctica comunista.

Pero para moverse con eficacia, en esta situación, el partido socialista necesita más que nunca un rumbo nuevo. Con Iglesias, con Ebert, con Branting, etc., ha tramontado definitivamente una época del socialismo. En estos tiempos en que la burguesía, sintiéndose seriamente amenazada, deroga o suspende sus propios códigos y sus propios principios, no sirve de nada la certidumbre de poder ganar, por, ejemplo, en las próximas elecciones, las diputaciones de Madrid.

Pablo Iglesias desaparece en un instante en que a su partido le toca afrontar problemas desconocidos, insólitos. Para debatirlos y resolverlos acertadamente, su experiencia y su consejo no eran ya útiles. El proletariado español debe buscar y encontrar, por sí mismo, otro camino. Puede ser que en alguna de las cárceles de Primo de Rivera esté ya madurando el nuevo guía.

 


 

NOTA:

 

*Publicado en Variedades: Lima, 19 de Diciembre de 1925.