OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

EL NUEVO GABINETE ALEMÁN*

 

El período de estabilización capitalista en que ha entrado Europa desde hace más o menos tres años, está liquidando inexorablemente las rezagadas ilusiones del reformismo. Las úl­timas elecciones parlamentarias de Francia las ganaron, en una estruendosa jornada, las iz­quierdas. Y, sin necesidad de una nueva consul­ta al país, están en el gobierno las derechas, acaudilladas por Poincaré y solícitamente soste­nidas por el radicalismo bonachón y provincial de Herriot. En Alemania, donde la revolución izó en 1918 a la presidencia de la República a un obrero socialista, las últimas elecciones parla­mentarias las ganaron todavía los colores repu­blicanos. Esto es las izquierdas y el centro. Y, —lo mismo que en Francia Poincaré y su banda hace algunos meses—, se instalan ahora en el poder las derechas, en tierna colaboración con el centro, dentro de un ministerio encabezado por Marx, candidato de las izquierdas a la pre­sidencia de la República hace sólo dos años. 

El proceso de esta reconciliación de los par­tidos burgueses no ha sido, en su apariencia ni en su ritmo, el mismo. Mientras en Francia son los burgueses de izquierda los que tienen el aire de haberse rendido a los de la derecha, acep­tando el regreso de Poincaré a la jefatura del gobierno, en Alemania son los nacionalistas, hasta antes de ayer impugnadores sañudos de la república, de su constitución y de su política, los que se enrolan en una coalición burguesa acaudillada por Marx, juran obediencia a la car­ta de Weimar y saludan la bandera republicana. Pero esto no es sino la superficie o, si se quie­re, la envoltura del fenómeno. En su sustancia, éste no se diferencia. En Alemania como en Francia se ha producido una concentración bur­guesa, fuera de la cual no han quedado sino unos pocos disidentes, insuficientes para cons­tituir el núcleo de una nueva secesión reformis­ta mientras las condiciones del capitalismo no se modifiquen radicalmente. 

El gobierno de minoría, encabezado también por Marx, que precedió a este gobierno de con­centración burguesa, se apoyaba alternativamen­te en la derecha nacionalista y en la izquierda socialista. Los votos de los socialistas le servían para llevar adelante la política internacional de Stresseman, condenada por los nacionalistas. Y los votos de estos últimos le servían para impri­mir a su política interior un carácter conserva­dor. El partido socialista comprendió recientemente la necesidad de una clarificación, negan­do sus votos al gobierno y dejándolo en minoría en el Reichstag. Vino así la crisis que acaba de resolver un nuevo ministerio Marx, del cual forman parte los nacionalistas. 

Todos saben que los nacionalistas desde que se fundó la República en Alemania no se ocupan de otra cosa que de atacarla. Representan el an­tiguo régimen. Encarnan el sentimiento de re­vancha. Son los que en los últimos meses han lanzado tan incandescentes invectivas contra la adhesión de Alemania al llamado espíritu de Locarno. Nada de esto, empero, ha sido bastante fuerte para ponerlos contra el movimiento de concentración burguesa, reclamado en Alemania por la práctica de la estabilización capitalista. Los nacionalistas han revisado de urgencia su programa, mondandole todas las reivindicacio­nes estridentes —monarquía, etc.— que pudiesen embarazar su participación en el poder. La revisión continuará, naturalmente, ahora que son un partido de gobierno. 

Pero no menos graves resultan las renuncias y los olvidos a que, por su parte, se ven forza­dos los católicos. El centro católico ha colaborado en toda la política republicana, tan acérri­mamente condenada por los nacionalistas. Des­de la Constitución de Weimar hasta el pacto de Locarno, todos los documentos de la nueva his­toria alemana llevan su firma. Erzberger, su máximo hombre de Estado, cayó asesinado por una bala nacionalista precisamente a conse­cuencia de su solidaridad —los nacionalistas ale­manes dirían complicidad— con la república. 

Los demócratas no se han decidido a beber este cáliz. Han preferido salir de la coalición ministerial. Componen la única fuerza reformis­ta de la burguesía reacia hasta ahora a la con­centración. (A la derecha, está fuera de ella el nacionalismo extremista o racismo que, después del fracaso del putsch de Munich quedó reduci­do a una exigua patrulla). 

Los socialistas pasan, finalmente, a la oposi­ción. Fundadores de la república, predominaron, o participaron principalmente, en el poder, du­rante sus primeros años. Posteriormente, el mi­nisterio no ha podido prescindir de su consenso. El ministerio actual es el primero que se cons­tituye en Alemania, después de la revolución, contra el socialismo. La estabilización capitalis­ta les debe a los socialistas alemanes, por lo menos, una cooperación pasiva que no les sirve hoy de nada para entrabar a la reacción. 

En la burguesía y en el proletariado, el re­formismo queda liquidado definitivamente. Es­ta es la constatación más importante de la ex­periencia política no sólo de Alemania sino de toda la Europa occidental. Unicamente en Ingla­terra sobrevive aún, no obstante todas sus fallas recientes, la vieja ilusión democrática.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 5 de Febrero de 1927.