OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

EUGENIO V. DEBS

 

(A Waldo Frank)

 

Eugenio V. Debs, el viejo Gene, como lo lla­maban sus camaradas norteamericanos, tuvo el alto destino de trabajar por el socialismo en el país donde más vigoroso y próspero es el capi­talismo y donde, por consiguiente, más sólidas y vitales se presentan sus instituciones y sus tesis. Su nombre llena un capítulo entero del so­cialismo norteamericano, que contra lo que creen, probablemente, muchos, no ha carecido de figu­ras heroicas. Daniel de León, marxista brillante y agudo que dirigió durante varios años el So­cialist Labour Party y John Reed, militante de gran envergadura, que acompañó a Lenin en las primeras jornadas de la revolución rusa y de la Primera Internacional, comparten con Eugenio Debs la cara y sombría gloria de haber sembra­do la semilla de la revolución en los Estados Unidos. 

Menos célebre que Henry Ford cuya fama pregonan en el mundo millones de automóviles y affiches, Eugenio Debs, de quien el cable nos ha hablado en ocasión de su muerte como de una figura "pintoresca", era un representante del verdadero espíritu, de la auténtica tradición norteamericana. La mentalidad y la obra del desnudo y modesto agitador socialista influyen en la historia de los Estados Unidos cien mil veces más que la obra y los millones del fabuloso fa­bricante de automóviles. Esto naturalmente no son capaces de comprenderlo quienes se imaginen que la civilización es sólo fenómeno material. Pero la historia de los pueblos no se preocupa, por fortuna, de la sordera y la miopía de esta gente. 

Debs entró en la historia de los Estados Unidos en 1901, año en que fundó con otros líderes el partido socialista norteamericano. Dos años más tarde este partido votó por Debs para la presidencia de la República. Este no era por supuesto sino un voto romántico. El socialista norteamericano no miraba en las elecciones presidenciales sino una coyuntura de agitación y propaganda. El candidato venía a ser únicamente el líder de la campaña. 

El partido socialista adoptó una táctica oportunista. Aspiraba a devenir el tercer partido de la política yanqui, en la cual, como se sabe, hasta las últimas elecciones no eran visibles sino dos campos, el republicano y el demócrata. Para realizar este propósito el partido transigió con el reformismo mediocre y burocrático de la Federación Americana del Trabajo, sometida al cacicazgo de Samuel Gompers. Esta orientación. era la que correspondía a la mentalidad pequeño-burguesa de la mayoría del partido. Pero Debs, personalmente, se mostró siempre superior a ella. 

Cuando la guerra mundial produjo en los Estados Unidos una crisis del socialismo, por la adhesión de una parte de sus elementos al programa de reorganización mundial en el nombre del cual Wilson arrojó a su pueblo a la contienda, Debs fue uno de los que sin vacilaciones ocupó su puesto de combate. 

Por su propaganda anti-bélica, Debs, encarcelado y procesado como derrotista, resultó finalmente condenado a diez años de cárcel. Mientras la censura se lo permitió, Debs había impugnado la guerra y denunciado sus móviles por medio de la prensa socialista. Más tarde había continuado su campaña en reuniones y comicios. Sus jueces encontraron motivo para aplicarle la ley del espionaje. 

Desdeñoso y altivo, Debs no quiso defender­se. "Me es indiferente lo que se ha depuesto con­tra mí, —declaró al Tribunal—. No me preocu­pa el sustraerme a un veredicto desfavorable, así como no retiro ni ,una palabra de cuanto di­je en Cantón (localidad de Ohio, donde pronun­ció el discurso pacifista que precedió a su arres­to) aún cuando supiese que haciendo esto me salvaría de una condena a muerte. ¡El impu­tado no soy yo! Es la libertad de palabra. De­lante del jurado están hoy las instituciones re­publicanas. El veredicto corresponde al por­venir". 

El viejo agitador escuchó sin inmutarse la sentencia de sus jueces. De sus amigos presen­tes en la audiencia se despidió, con estas pala­bras: "Decid a los camaradas que entro en la cárcel como ardiente revolucionario, la cabeza erguida, el espíritu intacto, el ánima inconquis­tada". 

En la prisión, Debs recibió honrosos testimo­nios de solidaridad de los hombres grandes y libres y de las masas proletarias de Europa. In­terrogado una vez Bernard Shaw sobre las ra­zones por las que se negaba a visitar Estados Unidos, respondió que en ese país el único sitio digno de él era el mismo en que se encontraba su amigo y correligionario Eugenio Debs: la cár­cel. La prisión de Debs fue juzgada, por todas las conciencias honradas : del mundo, cómo la mayor mancha del gobierno de Wilson. 

En las elecciones de 1920, Eugenio Debs fue una vez más el candidato presidencial de los socialistas norteamericanos. Las fuerzas socia­listas se encontraban quebrantadas y divididas por la crisis post-bélica que había acentuado el conflicto entre los partidarios de la reforma y los fautores de la revolución. Sin embargo, el nombre de Debs, recogió en el país cerca de un millón de sufragios. Este millón de votantes, prácticamente no votaba. La lucha por la presi­dencia estaba limitada a Harding, candidato de los republicanos, y Cox, candidato de los demó­cratas. Los que votaban por Debs, protestaban contra el Estado capitalista. Votaban contra el presente, por el porvenir. 

Amnistiado al fin, encontró Debs virtualmen­te concluida su misión. Los espíritus y las cosas habían sido mudados por la guerra. Se plantea­ba en Europa el problema de la revolución. En Estados Unidos se formaba una corriente comu­nista bajo un capitalismo todavía omnipotente. Había empezado un nuevo capítulo de la histo­ria del mundo. Debs no estaba en tiempo de recomenzar. Era un sobreviviente de la vieja guar­dia. Su destino histórico había terminado con el heroico episodio de su prisión. 

Pero esto no empequeñece la significación de Debs. Su destino no era el de un triunfador. Y él lo supo muy bien desde los lejanos y brumo­sos años en que, consciente de su peso, lo aceptó con alegría. Abrazó el socialismo, la causa de Espartacus, en una época en que la estrella del capitalismo brillaba victoriosa y espléndida. No se vislumbraba el día de la revolución. Más aún, se le sabía muy remoto. Pero era necesario que hubiera quienes creyesen en él. Y Debs quiso ser uno de sus confesores, uno de sus asertores. 

Para los cortesanos del éxito, una vida de tan heroica contextura, no tiene, tal vez, sentido. Eugenio Debs, no puede ser para ellos más que una figura "pintoresca" como hace pocos días lo llamó un corresponsal cualquiera. Pero el veredicto sobre estos hombres no lo pronun­cian por fortuna los corresponsales y menos aún los corresponsales norteamericanos. Como ya lo dijo Debs, corresponde al porvenir.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 30 de Octubre de 1926.