OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

K R A S S I N*

 

La figura de Leonidas Borisovitch Krassin era, seguramente, la más familiar al Occidente entre todas las figuras de la Rusia Sovietista. El motivo de esta familiaridad es demasiado notoria. Krassin, comisario de Comercio Exterior, resultaba el más conspicuo agente viajero de los soviets. Intervino en las negociaciones de Brest Litovsk. Y desde entonces representó a los soviets en casi todas sus transacciones con la Europa Occidental. Suscribió en 1920 el tratado comercial entre Rusia y Suecia. Negoció en 1921 el primer convenio comercial entre Inglaterra y los Soviets. Concurrió a las conferencias de Génova y La Haya. Representó, en fin, a Rusia como embajador en Inglaterra y Francia. 

Agente comercial, más que agente diplomático, Krassin ponía al servicio de la revolución rusa su capacidad y experiencia en los negocios. Rusia no habla en Occidente en nombre de ideales comunes sino de intereses recíprocos. Esto es lo que diferencia y caracteriza fundamentalmente a su diplomacia. Un embajador de Rusia en Londres, París, o New York, no necesita ser diplomático sino en la medida en que necesita serlo, por ejemplo, un banquero. En su servicio diplomático, a los soviets no les hacen falta literatos ampulosamente elocuentes ni pisaverdes encantadoramente imbéciles. Les hacen falta técnicos de comercio y finanzas. 

La prestancia de Krassin, en este campo, era extraordinaria. Krassin, uno de los más notables ingenieros rusos, provenía de la más alta jerar­quía técnica e industrial. Había llegado a ocupar, con la guerra, la dirección de los negocios y establecimientos rusos de la poderosa firma alemana Siemens Shuckert. 

Pero sólo esta capacidad técnica no lo habi­litaba naturalmente para pasar a un puesto de compleja responsabilidad en el gobierno socialista de Rusia. Antes que ingeniero y financista. Krassin era un revolucionario. Toda su historia lo atestiguaba. Salido de una familia burguesa, Krassin desde su juventud dio su adhesión al so­cialismo. Muchas veces la persecución de la po­licía zarista le forzó a interrumpir sus estudios. Su inquietud espiritual, su sensibilidad moral, no le permitían clausurarse egoísta y cómodamente dentro de los confines de una profesión. Por esto, consagró todas sus energías a la pro­paganda revolucionaria. Y, más tarde, cuando sus aptitudes lo señalaron entre los más brillantes ingenieros de Rusia, Krassin mantuvo su le y su filiación revolucionarias. Tal como antes comprometieron sus estudios, esta filiación, esta fe, comprometían entonces su carrera. Krassin, sin embargo, continuaba trabajando por la revo­lución. A la represión zarista estuvo siempre sin­dicado como un conspirador, vinculado a los más peligrosos enemigos del orden social. Únicamente su eminente situación profesional, sus potentes relaciones industriales pudieron salvarlo de la deportación permanente a que estaban condenados virtualmente los líderes bolchevi­ques. 

Krassin representa un caso poco frecuente en la burguesía profesional. En el ambiente de los negocios, es raro que un hombre conserve un amplio horizonte humano, un vasto panorama mental. Por lo general, muy pronto lo aprisionan y lo encierran los muros de un profesionalismo tubular o de un egoísmo utilitario y calculador. 

Para saltar estas barreras, hay que ser un espíritu de excepción. Krassin lo era incontestablemente. En un período de victorioso despotismo reaccionario, cuyas encrucijadas sombrías o cuyos dorados mirajes desviaban a los espíritus hesitantes y apocados, Krassin conservó intacta su esperanza en el triunfo final del proletariado y del socialismo. 

Por eso Lenin, cuando este triunfo vino, llamó a Krassin a ocupar a su lado uno de los puestos de más responsabilidad en el gobierno revolucionario. El gran caudillo de la Revolución rusa sabía que Krassin no era sólo un técnico idóneo sino también un idóneo socialista. 

Lenin, como lo recuerdan sus biógrafos, no se mostró nunca embarazado en su acción ni en sus decisiones por sentimientos de puritanismo estrecho ni por ,prejuicios de moral burguesa. Pero exigió siempre en los conductores de la revolución una historia de intachable fidelidad a este respecto. Su respuesta a un ex-socialista revolucionario alemán, enriquecido deshonestamente durante la guerra, que solicitó su permiso para volver a su puesto en el movimiento proletario: "No se hace la revolución con las manos sucias". 

No es posible pretender ciertamente que los adversarios naturales de la revolución tributen a las cualidades superiores de un hombre como Krassin el homenaje de respeto que no les regatea ninguna inteligencia libre y clara. Pero, al menos, hay derecho para exigirles que ante los despojos de un hombre cuya vida heroica y noble queda definitivamente incorporada en la historia, sepan comportarse con dignidad y altura polémicas. Complacerse en esta ocasión en pueriles evocaciones del frac, la camisa y la vajilla del Embajador —porque no quiso prestarse a los juegos y diversiones estragadas de la burguesía occidental convirtiéndose, con ridícula cursilería demagógica, en el personaje pintores­co de los salones diplomáticos— es mostrarse incapaces de entender y apreciar el valor, el es­píritu y el idealismo del hombre. Los que sin duda han leído a Plutarco podrían tener una ac­titud más discreta. 

Un hombre fuerte, puro, honrado —que ha servido abnegadamente una gran idea humana— ha cumplido su jornada. Su vida queda co­mo una lección y como un ejemplo. Su nombre esta ya no sólo escrito en la historia de su pa­tria sino en la historia del mundo. No es fácil decir lo mismo de todos los que inciensan pródiga e inocuamente, en sus féretros, la prosa hi­perbólica de las necrologías periodísticas.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 4 de Diciembre de 1926.