OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LA CRISIS GRIEGA*

 

Cuando en el Occidente europeo se habla de "política balkánica", se sobrentiende una política truculenta en la que se combinan y suceden por lo menos un golpe de estado militar, el arresto o la masacre de una familia real, el fusilamiento del último ministerio, la tentativa de establecer el comunismo, la promulgación de una nueva tarta política y, finalmente, su derogatoria como consecuencia del pronunciamiento de la marina. Los Balkanes, tienen en política un gusto de grand guignol. La escena política se caracteriza ahí por sus tragedias en cuatro o cinco actos fulminantes y tormentosos. 

En esta época en que la Europa Occidental se presenta tentada de adoptar costumbres y métodos un poco balkánicos, nadie puede, por consiguiente, sorprenderse del desorden griego. Cabe, por el contrario, sorprenderse del relativo orden con que se produce. La dictadura ha sido derrocada pacíficamente. Y hasta ahora la nota más dramática de la situación es una tentativa de fuga marítima de Pangalos, que bien puede indicar la influencia de las películas norteamericanas en la política balkanica moderna. 

Pangalos, el dictador tan cinematográficamente derribado y aprehendido, pretendía, por otra parte, emular e imitar a dos dictadores occidentales como Mussolini y Primo de Rivera. 

Durante el tiempo que ha detentado el poder se ha dedicado a una reproducción un poco exagerada —sin duda a causa de la diferencia histórica, sociológica y psicológica de Grecia— del sistema, del ideario y del lenguaje de ambos modelos de Occidente. Su gobierno no ha sido sino una traducción —nada importa que mala o de segunda manó— del gobierno fascista. 

Presenciamos, pues, actualmente —más bien que un episodio de la mal afamada política balkánica— una anécdota de la modernísima política reaccionaria. El fracaso del pobre Pangalos es un fracaso de la reacción. Pangalos se proponía nada menos que la reconstrucción de Grecia sobre un sólido cimiento fascista y militar. Para esto empezó, naturalmente, por suprimir el Parlamento, suspender la Constitución, abolir sus garantías y enviar al exilio o a la cárcel a los que protestaban. Su programa nacionalista e imperialista miraba, como en Italia y España, a la radical y definitiva cancelación de la "vieja política" democrática y parlamentaria. Pero toda su energía se agotaba en un trabajo de represión y policía que no resolvía ninguno de los problemas vitales de Grecia. El lamentable y acéfalo coronel Pangalos no era capaz de darse cuenta de que la violencia en sí no es una política y mucho menos una política de regeneración nacional. Después de su desventurado experimento, Grecia no tiene, por el momento, más remedio que el regreso a la vieja política y a sus usados Konduriotis y Kondilis. Por enésima vez, a la democracia griega, no se le ocurre más que llamar a Venizelos. 

Por supuesto, Venizelos no es hoy una solución del mismo modo que no lo fue hace dos años. Pero Grecia, a renglón seguido de la dura prueba del régimen Pangalos, no tiene casi otro hombre de quien echar mano. Venizelos, tiene por lo menos la garantía de ser un estadista de la antigua escuela, inaparente quizá para estos tiempos post-bélicos, pero asaz marrullero y experimentado para sortear momentáneamente sus peligros. 

La dificultad está en que ni siquiera respecto de Venizelos las fuerzas constitucionales se en­cuentran de acuerdo. Precisamente Venizelos es lo que más las separa. Se dividen, como es sa­bido, en dos grandes bandos, uno venizelista y otro antivenizelista. (Quedan naturalmente fue­ra de esta clasificación las fuerzas revoluciona­rias que, además de ser antivenizelistas, son an­ticonstitucionales). 

El equilibrio del régimen constitucional y de­mocrático, restablecido por Kondilis, con el con­senso, según parece, del ejército y de la marina, resulta en consecuencia muy problemático. Lo que tampoco constituye un fenómeno peculiar y específicamente griego, sino una simple faz del fenómeno mundial, o al menos occidental, de la crisis de la democracia y del parlamento. 

En esta crisis, los reaccionarios griegos, no son capaces de descubrir más que la solución Pangalos. Los demo-liberales, a su vez, con de­plorable falta de imaginación, no son capaces de descubrir más que la solución Venizelos. Los re­volucionarios son los únicos que no tienen una fórmula tan fácil y tan simple. Porque la solu­ción por la cual ellos trabajan no la guarda hecha, en su bolsillo, un político redomado ni un coronel megalómano. Debe gestarla y parirla, trágica y dolorosamente, la historia.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 28 de Agosto de 1926.