OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LA TOMA DE SHANGHAI*

 

Con la ocupación de Shanghai por el ejército cantonés se abre una nueva etapa de la revolu­ción china. El derrocamiento de la claudicante y asmática dinastía manchú, la constitución del gobierno nacionalista revolucionario de Cantón y la captura de Shanghai por las tropas de Chiang-Kai-Shek, son hasta hoy los tres aconte­cimientos sustantivos de esta revolución de cu­ya realidad y trascendencia sólo ahora parece darse cuenta el mundo. En los quince años transcurridos después de la caída de la monar­quía, la revolución ha sufrido muchas derrotas y ha alcanzado muchas victorias. Pero entre és­tas, ninguna ha conmovido e impresionado al mundo como la de Shanghai. La razón es que esta victoria no aparece ganada por la revolu­ción sólo contra sus enemigos de la China sino, sobre todo, contra sus enemigos de Occidente. 

La colaboración de las fuerzas reaccionarias de la China ha permitido durante mucho tiem­po a Europa detener la revolución y la indepen­dencia chinas. Generales mercenarios como Chan-So-Lin y Wu-Pei-Fu han conservado en sus manos, al amparo de las potencias imperialis­tas, el dominio de la mayor parte de la China. Por la subsistencia de una economía feudal, el norte de la China se ha mantenido, salvo breves intervalos, bajo el despotismo de los tuchuns. El fenómeno revolucionario, en no pocos mo­mentos, ha estado localizado en Cantón. Pero los revolucionarios chinos no han perdido nunca el tiempo. Entrenados por la lucha misma han aprendido a asestar certeros golpes al im­perialismo extranjero y a sus agentes y aliados de la China. El Kuo-Min-Tang se ha convertido en una formidable organización con un progra­ma realista y con un arraigo profundo en las masas. 

La toma de Shanghai es una victoria decisi­va de la revolución. El desbande de las tropas reaccionarias ante el avance de Chiang-Kai-Shek, indica el grado de desmoralización de las fuerzas que en la China sirven al imperialis­mo. Y el hecho de que las potencias imperialis­tas parlamenten con los revolucionarios —aun­que los amenacen intermitentemente con sus cañones— denuncia la impotencia del Occidente capitalista para imponer hoy su ley al pueblo chino, como en los tiempos en que la rebelión de los boxers provocó el envío de la expedición militar del general Waldersee. 

La China monárquica y conservadora de los emperadores manchúes no era capaz de otra co­sa que de capitular ante los cañones occidenta­les. Las grandes potencias la obligaron hace un cuarto de siglo a pagar los gastos de la invasión de su propio territorio con el pretexto del res­tablecimiento del orden y de la protección de las vidas y propiedades de los occidentales. No había humillación que rechazase por excesiva. La China revolucionaria, en cambio, se declara dueña de sus destinos. Al lenguaje insolente de los imperialismos occidentales responde con un lenguaje digno y firme. Su programa repudia todos los tratados que someten al pueblo chino al poder extranjero. 

En otros tiempos,. las potencias capitalistas habrían exigido a los chinos, con las armas en la mano, la ratificación humilde de esos trata­dos y el abandono inmediato de toda reivindicación revisionista. Pero la posición de esas potencias en Oriente está profundamente socavada a consecuencia de la revolución rusa y en general de la crisis post-bélica. La Rusia zarista, ponía todo su poder al servicio de la opresión del Asia por los occidentales. Hoy la Rusia socialista sostiene las reivindicaciones del Asia. contra todos sus opresores. 

Se repite, en un escenario más vasto y con nuevos actores, el conflicto de hace cuatro años, entre la Gran Bretaña y el nacionalismo revolucionario turco. También entonces, después de proferir coléricas palabras de amenaza, la Gran Bretaña tuvo que resignarse a negociar con el gobierno de Angora. Se oponían a toda aventura guerrera la voluntad de sus Dominios y la conciencia del propio pueblo inglés. 

Europa siente que su imperio en Oriente declina. Y sus hombres más iluminados comprenden que la libertad de Oriente significa la más legítima de las expansiones de Occidente: la de su pensamiento. La guerra contra la China no podría ser ya aceptada por la opinión pública de ningún país, por muy diestramente que la envenenasen la prensa y la diplomacia imperialistas. 

Los revolucionarios chinos tienen franco el camino de Pekín. La conquista de la capital milenaria no encuentra ya obstáculos insalvables. Inglaterra, el Japón, Estados Unidos, no cesarán de conspirar contra la revolución, explotando la ambición y la venalidad de los jefes militares asequibles a sus sugestiones. Se advierte ya la intención de tentar a Chiang-Kai-Shek a quien el cable, tendenciosamente, presenta en conflicto con el Kuo-Min-Tang. Pero no es verosímil que Chiang-Kai-Shek caiga en el lazo. Hay que suponerle la altura necesaria para apreciar la diferencia entre el rol histórico de un libertador y el de un traidor de su pueblo1

Por lo pronto la revolución ha ganado con Shanghai una gran base material y moral. Hasta hace poco, Cantón, la ciudad de Sun-Yat-Sen, era su única gran fortaleza. Hoy Shanghai se agita bajo la sombra de sus banderas que lo transforman en uno de los mayores escenarios de la historia contemporánea. 

Sobre Shanghai convergen las miradas más ansiosas del mundo. Unas llenas de temor y otras llenas de esperanza. Para todas, un episo­dio de la epopeya revolucionaria vale más que todos los episodios sincrónicos de la política capitalista.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 2 de Abril de 1927.

1 Los sucesos posteriores, lamentablemente, demostraron que Chang-Kai-Shek no supo situarse a la altura de si "rol histórico", prefiriendo el de "traidor de su pueblo" (N. de los E.)