OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LAS NUEVAS JORNADAS DE LA REVOLUCIÓN CHINA*

 

He escrito dos veces en '"Variedades" sobre la China. La primera vez bosquejando a grandes trazos el proceso de la revolución. La segunda vez, examinando la agitación nacionalista contra los diversos imperialismos que se disputan el predominio en el territorio y la vida chinas1

El cuadro general no ha cambiado. En el distante, inmenso y complejo escenario de la China, continúa su accidentado desarrollo una de las más vastas luchas de la época. Pero las posiciones de los combatientes se presentan temporalmente modificadas. Los últimos episodios señalan una victoria parcial de la contra-ofensiva reaccionaria e imperialista. 

La agitación revolucionaria y nacionalista adquirió hace algunos meses una extensión insólita. El espíritu anti-imperialista de Cantón, sede de la China republicana y progresista del Sur, arraigó y prosperó en Pekín, centro de una burocracia y una plutocracia intrigantes y cortesanas Las huelgas anti-imperialistas de Shanghai repercutieron profundamente en Pekín, donde los estudiantes organizaron enérgicas manifestaciones de protesta contra los ataques extranjeros a la independencia china. 

Bajo la presión del sentimiento popular se constituyó en Pekín un ministerio de coalición, en el cual estaba fuertemente representado el partido Kuo-Ming-Tang, esto es el sector de iz­quierda. El Presidente de la República Tuan Chui Yi —cuya dimisión nos acaba de anunciar el cable— no representaba nada. El poder militar se encontraba en manos del general protestante Feng-Yu-Hsiang quien, ganado por el sentimien­to popular, se entregaba cada día más a la cau­sa revolucionaria. 

El problema de la China asumió así una gra­vedad dramática precisamente en un período en que, diseñado un plan de reconstrucción capitalista, el Occidente sentía con más urgencia que antes la necesidad de ensanchar y reforzar su imperio. colonial. Las potencias interesadas en la colonización de la China discutían desde hacía algún tiempo, con creciente preocupación, los medios de entenderse y concertarse para una ac­ción mancomunada. La marejada nacionalista de 1925 vino a colmar su impaciencia. Inglaterra, sobre todo, se mostró exasperados. Y, sin ningún reparo, usó con la China un lenguaje de violenta amenaza. Las potencias que, como principio su­premo de la paz, habían proclamado el derecho de las naciones a disponer de sí mismas y que, más tarde, habían declarado enfática y expresamente su respeto a la independencia de la China, hablaban ahora de una intervención marcial que renovase en el viejo imperio los truculentos días del general Waldersee. 

El gobierno de Pekín fue acusado, como an­tes el gobierno de Cantón, de ser un instrumen­to del bolchevismo contra el occidente y la civi­lización. Karakhan, embajador de los Soviets en Pekín, fue denunciado como el oculto empresa­rio y organizador de las protestas anti-imperia­listas. 

Si se tiene en cuenta todas estas cosas, se comprende fácilmente el sentido de los últimos acontecimientos. Chang-So-Lin, el dictador de la Manchuria, y Wu-Pei-Fu, el ex-dictador de Pekín, son dos personajes demasiado conocidos de la China. Se ve claramente la mano que los mueve. La reconquista de Pekín representa inequívocamente una empresa imperialista y reaccionaria. 

Chan-So-Lin, déspota de la China feudal del Norte, que hace varios años proclamó su independencia del resto del Imperio, es un notorio aliado del Japón. Hace aproximadamente un año y medio, arrojó de Pekín a Wu-Pei-Fu, amigo y servidor de Inglaterra, que aspiraba al restablecimiento de la unidad china, sobre la base de un régimen centralista sedicentemente democrático. Después de colocar a Tun-Chui-Yi en la presidencia de la república, el dictador manchú se retiró a Mukden. Pero en la China el presidente de la república es sólo un personaje decorativo. Por encima del presidente, está siempre un general. El general protestante Feng-Yu-Hsiang fue quien efectivamente ejerció el poder, como hemos visto, bajo la presidencia de Tuan-Chui-Yi.

Cuando el peligro de Feng-Yu-Hsiang empezó a parecer excesivo para todos, Chang-So-Lin y Wu-Pei-Fu convergieron sobre Pekín. Esta vez no para lanzarse el uno contra el otro sino para eliminar un enemigo común. El éxito de su campaña es lo que ahora tenemos delante en el intrincado tablero chino. 

No hace falta saber más para darse cuenta de que estamos asistiendo al desenlace de sólo un episodio de la guerra civil en la China. Chang-So-Lin y Wu-Pei-Fu pueden coincidir frente a Feng-Yu-Hsiang y contra el movimiento Kuo- Ming-Tang. Pero, una vez recuperado Pekín, su solidaridad termina. Chang-So-Lin se sentirá de nuevo el aliado del Japón; Wu-Pei-Fu, el aliado de Inglaterra. Estados Unidos, rival en la China de Inglaterra y del Japón, movilizará contra uno y otro a un tuchun ambicioso. Y, de otro lado, el partido Kuo-Ming-Tang, que domina en Cantón, no se desarmará absolutamente. Los desmanes imperialistas le darán muy pronto una ocasión de reasumir la ofensiva. 

La responsabilidad del caos chino aparece, pues, ante todo, como una responsabilidad de los imperialismos que en el viejo imperio ora se contrastan, ora se entienden, ora se combaten, ora se combinan. Si estos imperialismos dejaran realizar libremente al pueblo chino su revolución, es probable que un orden nuevo se habría ya estabilizado en la China. El dinero del Japón, de Inglaterra, de los Estados Unidos, alimenta incesantemente el desorden. La aventura de todo tuchun mercenario está siempre subsidiada por algún imperialismo extranjero. 

En un país como la China, de enorme población e inmenso territorio, donde subsiste una numerosa casta feudal, la empresa de mantener viva la revuelta no resulta difícil. Actúa, en primer lugar, la fuerza centrífuga y secesionista de los sentimientos regionales de provincias que se semejan muy poco. En segundo lugar, la omnipotencia regional de los jefes militares (tuchuns) prontos a mudar de bandera. Un tuchun potente basta para desencadenar una revuelta. 

La república, la revolución, no son sólidas sino en la China meridional, donde se apoyan en un vasto y fuerte estrato social. Cantón, la gran ciudad industrial y comercial del sur, es la ciudadela del Kuo-Ming-Tang. Su proletariado, su pequeña burguesía, son devotamente fieles a la doctrina revolucionaria del doctor Sun-Yat-Sen. Esta es la fuerza histórica que cualesquiera que sean los obstáculos que el capitalismo occidental le amontone en el camino, acabará siempre por prevalecer.

  


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 24 de Abril de 1926.