OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

CROQUIS DE LA CRISIS ESPAÑOLA*

 

Los factores inmediatos de la rápida caída de Primo de Rivera, —seguida a tan breve tér­mino por su deceso—, que el cable dejó en los primeros días en la sombra, son ya detalladamente conocidos por las revelaciones de Eduar­do Ortega y Gasset, Marcelino Domingo, Inda­lecio Prieto y otros líderes de la oposición al régimen. Se sabe que un. movimiento destinado a deponer, con la dictadura, al monarca que la instigó y autorizó, debía haber estallado entre el 5 y el 8 de febrero. El general Goded, goberna­dor militar de Cádiz, trabajaba desde el mes de octubre de acuerdo con los elementos cons­titucionales para producir un vasto pronunciamiento militar. Casi todas. las guarniciones de Andalucía estaban comprometidas para esta ac­ción revolucionaria. Alfonso XIII y Martille; Anido tuvieron informes de la conspiración, an­te los cuales Primo de Rivera decidió la desti­tución del General Goded y del Infante don Car­los, Capitán General de Sevilla, no sin enviar a Cádiz un emisario, encargado de negociar un arreglo con Goded, quien asumió una actitud de rebeldía, declarando que no tenía que obedecer ninguna orden de destitución. Este conflicto mo­vió a Primo de Rivera a la desdichada consulta a los jefes militares y al Rey a reemplazarlo por el general Berenguer, capitulando ante la tenden­cia constitucionalista del ejército. Goded se con­sideró exonerado de todo compromiso con esta solución. Se trasladó a Madrid, donde le aguar-daba un importante nombramiento. Eduardo Ortega y Gasset que, bajo su firma, ha explicado de este modo la génesis del ministerio Berenguer, en un artículo titulado "Cómo ha salvado su trono Alfonso XIII", agrega que muchos oficiales quisieron seguir adelante sin Goded, pero que "la indecisión se propagó desde entonces en todas las organizaciones".

Antes que la restauración del orden constitucional, la misión del gobierno de Berenguer es el salvamento de la monarquía. Este es el juicio que, apenas anunciado el cambio, emití sobre su significado, y en el que me confirma el conocimiento de sus antecedentes. Alfonso XIII se encuentra ante un dilema: el absolutismo o la Constitución. No tiene sino estos dos caminos. Tomará cualquiera de los dos para salvarse. Pasará de uno a otro, sin la menor hesitación, si las circunstancias se lo imponen. Por el momento, prefiere el camino del regreso a la legalidad. Pero esté camino puede llevar muy lejos: a la Constituyente, a la reforma de la Constitución, al juzgamiento de las responsabilidades, a la proclamación de la República.

Liquidar seis años de dictadura no es un asunto de ordinaria administración. Alfonso XIII ha dado este encargo a un gabinete de familiares, que puede reemplazar en cualquier momento para volver a la manera fuerte. En el instante en que se decidió por, la rendición a la tendencia constitucional, no le quedaba otra cosa que hacer. Martínez Anido no compartía la confianza de Primo de Rivera sobre la posibilidad de dominar el espíritu de rebelión que cundía en el ejército. El Rey tenía los informes privados del Infante don Carlos, Capitán General de Sevilla y de otros jefes. Se dice que en una oportunidad, advertido del peligro de que el Rey lo echara por la borda para arreglarse de nuevo con los grupos constitucionales, Primo de Rivera afirmó: "¡A mí no me borbonea este Borbón!" La decepción de que, años después, no fuese otra su suerte, debe haber amargado profundamente los últimos días del derrotado dic­tador.

Una monarquía constitucional, así sea la de España, no puede abandonar impunemente la legalidad más de seis años, para restablecerla cuando los acontecimientos se lo impongan con­minatoriamente. Viejos servidores de la monar­quía como Sánchez Guerra, ajenos a toda velei­dad republicana, han cumplido el deber de noti­ficar a Alfonso XIII sobre las irreparables consecuencias de la responsabilidad en que ha in­currido violando el pacto constitucional, en que descansaba su autoridad. Alfonso XIII querría que se le amnistiase alegremente, con todos sus compañeros de aventura, por estos 6 años de va­caciones. Pero aun entre los más ortodoxos mo­nárquicos encuentra censores severos, jueces inexorables como Sánchez Guerra, cuya actitud descubre hasta qué punto está comprometido y socavado el régimen monárquico de España.

¿Cómo va a restablecer la legalidad el gobier­no de Berenguer, sin que se ponga en el tapete la cuestión del régimen y las responsabilidades? Ya hemos visto cómo este ministerio normali­zador ha tenido que detenerse y retroceder en la primera modestísima etapa de la normaliza­ción. La censura de la prensa sigue vigente. ¿Cuándo se restituirá a los ciudadanos y a los partidos la libertad de reunión y de tribuna? Si el discurso de un líder conservador tiene una resonancia revolucionaria tan amenazadora, es fácil prever las aprehensiones que van a seguir a los discursos de los líderes republicanos, so­cialistas, comunistas. Y mientras estas elemen­tales libertades no hayan sido restablecidas, ¿qué campaña eleccionaria ni qué convocatoria a elecciones serán posibles?

Estas son las dificultades del régimen en el orden político. Habría que examinar aparte las que confronta actualmente en el orden económi­co. La política hacendaria y financiera de ,la dic­tadura ha sido el factor decisivo de su quiebra. Cambó no ha aceptado, en el gabinete de Beren­guer, el Ministerio de las Finanzas, para no car­gar con esta ingrata y riesgosa herencia. ¿Qué autoridad tiene un gobierno de transición, de interinidad manifiesta, para abordar eficazmente este problema? La misma que tiene para supri­mir la censura de la prensa, resistir la crítica de la opinión, tolerar los comicios de los partidos e ir al encuentro de elecciones normales.

No existe, sin duda, en España, un partido bastante poderoso y organizado para llevar al pueblo victoriosamente a la revolución. Si exis­tiese, la insurrección no habría estado a merced, en los primeros días de febrero, de la defección del general Goded, posiblemente confabulado con el Rey. El partido socialista es el único partido de masas; pero carece, en su burocracia, de es­píritu y voluntad revolucionarios. La crisis del régimen confiere grandes posibilidades de ac­ción a la concentración de los elementos repu­blicanos. Pero lo característico de las situacio­nes. revolucionarias es la celeridad con que crean las fuerzas y el programa de una revolución. La dinastía española tiene añeja experiencia de esta clase de vicisitudes. Y tan pronto está, pro­bablemente, a festejar en la plaza su retomo al pacto con el pueblo, como a preparar en las ca­pitanías generales un segundo golpe de estado, jugándose, si los riesgos de las elecciones y la constituyente le parecen excesivos, la carta de­sesperada del absolutismo.

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Variedades, Lima, 26 de Marzo de 1930.