OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

EL VIAJE DE MAC DONALD*

 

Ramsay Mac Donald, navegando hacia los Es­tados Unidos en el "Berengaria" continúa más que una línea del Labour Party, su trayectoria personal de pacifista y social-demócrata escocés. Durante la guerra, su vocación de pacifista lo alejó de la política mayoritaria de su partido. En los tiempos en que Henderson y Clynes colabo­raban en un gobierno de "unión sagrada", Ram­say Mac Donald era, por sus puritanas razones de consciencious objector parlamentario, el líder de una minoría suave y ponderada. Rectificada la atmósfera bélica, su pacifismo se convirtió en el más eficaz impulso de su ascensión políti­ca. El propugnador de la paz de las naciones era simultánea y consustancialmente, un predicador de la paz de las clases. Mac Donald se descubría acendrada y evangélicamente evolucionista. Con­denaba toda violencia, la nacional como la revo­lucionaria. En el poder, su esfuerzo tendería, ante todo, a la paz social. Los gustos, los ideales, el estilo de este pacifista acompasado, menos bri­llante y universitario que Wilson, con discreción y mesura de hombre del viejo mundo, afinado por una antigua civilización, convienen a la po­lítica del Imperio británico en esta etapa en que sus esfuerzos pugnan por contener sagazmente el avance brioso del Imperio yanqui. No es el imperialismo de hombres de la estirpe de Cecil Rhodes, Chamberlain, ni siquiera de Churchill, el que corresponde a las necesidades actuales de la diplomacia británica. El Imperio británico habla siempre el lenguaje de su política colonizadora; pero entonándolo ahora a las conveniencias de un período de declinio, de defensiva, en que su hegemonía se siente condenada por el crecimiento del Imperio yanqui. Los gerentes, los cancilleres de la antigua política británica, re presentaban también una Gran Bretaña evolucionista, pronta a acudir a cualquier cita, a donde se le invitase a nombre de la paz y el progreso de la humanidad. Pero el de esos hombres era un evolucionismo agresivo, darwiniano, que miraba en el Imperio británico la culminación de la historia humana y que identificaba la razón de Estado inglesa con el interés de la civilización. Un premier de esa estirpe o de esa época, no se habría embarcado en un trasatlántico para los Estados Unidos a negociar el desarme. No habría llegado a Washington sin cierto aire imperial.

Y es significativo que Ramsay Mac Donal no encuentre en la presidencia de los Estados Unidos a un retor de la paz mundial como Wilson, ni a un líder de la democracia como Al Smith, sino a un neto representante de su industria y su finanza —ricas, jóvenes y prepotentes— como el ingeniero H. Hoover. Estados Unidos está en la etapa a la que la Gran Bretaña ha dicho adiós, después de conocer en Versalles su máxima apoteosis. Los hombres de Estado del Imperio yanqui son en este momento sus industriales y sus banqueros. Todos los grandes negocios de la república, se resuelven en Wall Street.

Los dos estadistas proceden de la misma matriz espiritual; los dos descienden del puritanismo. Pero el puritanismo del pioneer de Norteamérica, por el mecanismo de transformación de su energía que nos ha explicado Waldo Frank, se prolonga en una estirpe de técnicos y capitanes de industria, mientras el puritanismo de los doctores de Edimburgo produce, en el Imperio en tramonto, abogados elocuentes del desarme y teóricos pragmatistas de un socialismo pacifista y teosófico.

El sentido práctico del británico vigila, sin embargo, en las promesas y en el programa de Ramsay Mac Donald. No sería propio de un primer ministro de Inglaterra hacerse ilusiones excesivas; menos propio aun sería consentir que se las hiciese un electorado. Mac Donald no pro mete a su país, inmediatamente, el desarme, ni al mundo la paz. Sus objetivos inmediatos son mucho más modestos. Se trata de obtener un acuerdo preliminar entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos respecto a la limitación de sus armamentos navales, a fin de que la próxima conferencia del desarme trabaje sobre esta base. La limitación de armamentos, como se sabe, no es propiamente el desarme. La U.R.S.S. es el único de los Estados del mundo que tiene al respecto un programa radical. Lo que razones de economía imponen, por ahora, a las grandes potencias navales y militares, es cierto equilibrio en los armamentos. Y, en cuanto se empieza a discutir acerca de la escala de las necesidades de la defensa nacional de cada una, el acuerdo se presenta difícil. El primer obstáculo es la competencia entre la Gran Bretaña y Norteamérica. Por eso, se plantea ante todo la cuestión del entendimiento anglo-americano. Confiado en su fortuna de jugador novel, Ramsay Mac Donald va a tirar esta carta.

Pero, como ya lo observan los comentadores más objetivos y claros, la rivalidad entre los dos imperios, el británico y el yanqui, no se expresa en unidades navales sino en cifras de producción y comercio. La competencia entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña es económica, no militar y naval. El peligro de un conflicto bélico entre las dos potencias, no queda mínimamente conjurado con un pacto que fije el límite temporal de sus armamentos. La causa de la paz no gana prácticamente nada con que Mac Donald y Hoover se entiendan, a nombre de sus respec­tivos imperios, sobre el número de barcos de guerra que construirán anualmente. Esa es una cuestión económica, muy premiosa, sin duda, pa­ra Inglaterra que tiene otros gastos a que hacer frente de urgencia. Mas no se conseguiría con ese acuerdo una garantía de paz más sólida que la firma del pacto Kellogg. La potencia bélica de los Estados modernos se calcula por su po­der financiero, por su organización industrial, por sus masas humanas. La posibilidad de trans­formar la industria de, paz en industria de gue­rra en pocos días tiene en nuestra época mu­cha más importancia que el volumen del parque o el efectivo del ejército. El Japón ha reali­zado no hace mucho la más importante manio­bra militar, poniendo en pie de guerra por al­gunos días todas sus fábricas.

En las dos naciones, a nombre de las cuales Mac Donald y Hoover discutirán o negociarán en breve, los líderes y las masas revolucionarias denuncian la política imperialista de sus respec­tivos gobiernos como el más cierto factor de preparación de una nueva guerra mundial. Los propios laboristas británicos no suscriben uná­nimemente las esperanzas de su premier. El In­dependant Labour Party ha estado representado por Maxton y Coock en el 2° Congreso Anti-imperialista Mundial de Francfort. Este Congreso, donde los peligros de guerra han sido examinados sin diplomacia y sin reserva, ha sido, por esto mismo, un esfuerzo a favor de la paz y la unión futuras de los pueblos mucho más consi­derable que el que puede esperarse del diálogo Hoover-Mac Donald.

 

 


NOTA:

 

* Publicado en Variedades, Lima, 2 de Octubre de 1929.