OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

JOSE CARLOS MARIATEGUI

 

XII

CURVA DE UNA VIDA

EN los treinticinco años de su existencia Mariátegui pudo cumplir su destino y su misión. Na­cido en la pobreza, señalado desde niño por el do­lor, luchando toda la vida contra la enfermedad no se quiebra jamás la línea dé su voluntad, no se apaga nunca la llama de su corazón, ardiendo en generosidad y en ímpetu.

Su adolescencia —en la que ya despuntaban su talento y su inquietud intelectual— sufrió la intoxicación de los venenos literarios de princi­pios de siglo. Bebió en los vasos de los poetas decadentes y de los escritores preciosistas. Mas el sedimento de humanidad que había en su co­razón, lo purificó de aquellos tóxicos y la medita­ción de los problemas sociales lo liberó del mor­bo decadentista. En Europa encontró —como él mismo lo dijo— su camino. Y al volver a su tie­rra natal su personalidad se ha robustecido, su espíritu se ha templado, su contextura moral se ha engrandecido y la curva de su vida se dibujó potente, firme, tensa, para ir derecho a su fin.

En su silla de ruedas, mutilado, frágil, casi des­hecho por la enfermedad, daba una impresión de alegría reconfortante. Conversar con él tonifica­ba el espíritu. De sus ojos negros e interrogantes se desprendía como un halo de fuego y las notas de su risa se desgranaban cordialmente.

Maestro sin cátedra y sin diploma Mariátegui se veía rodeado de estudiantes que anhelaban es­cuchar su palabra grávida de pensamiento, y de profesores deseosos de intercambio intelectual. Ejerció profunda influencia en los jóvenes y se pensó en llevar a San Marcos al autodidacto, cuya cultura no era la fría erudición de infolios y per­gaminos apolillados, sino una emanación viviente y cálida del espíritu.

Si alguna vez salía el escritor a la calle —gus­taba a veces de pasar las tardes en una playa— a devoción y el respeto lo acompañaban en su trayecto. ¡Mariátegui, Mariátegui! Su nombre significaba inteligencia, pureza y sinceridad.

¡Mariátegui! Para escribir sobre este hombre tan sobrio y pudoroso en la expresión de su vida íntima y de sus sentimientos, de este hombre sencillo y parco al tratar de sí mismo, austero y mesurado, con la mesura de las almas finas y fuertes, que no se prodigan en vanas palabras, no hay que usar de adjetivos de relumbrón, vocablos ruidosos y epítetos truculentos.

Para responder a su sobriedad, a su sencillez, a su austeridad, seamos claros, serenos y severos. Su personalidad de pensador, de intelectual y de místico no ha menester de frases abultadas y giros tropicales. Podemos la maleza que pudiera rodear la evocación de su figura tan grande y tan humilde.

Humilde fue Mariátegui como lo han sido todos los precursores, los sembradores de ideas, los mensajeros de una doctrina. Humilde y generoso; se dio todo y nada reclamó. Ni honores, ni fama, ni dinero, ni aplausos.

Vivió agonizando y su agonía fue renacimiento, renovación y amor.

En las horas sombrías y angustiadas que hoy vivimos, es conveniente, es necesario, recordar el mensaje y escuchar la voz de los hombres que, como Mariátegui, supieron asumir una responsabilidad y cumplir su misión.

A él, el pequeño gran "Amauta" de América, miremos cuando vacile nuestra fe y desmaye nuestra esperanza.

 

Lima (Miraflores). 1944-1945.