OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

   

    

LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES

 

 

Wilson fue el descubridor oficial de la idea de la Sociedad de las Naciones. Pero Wilson la extrajo del ideario del liberalismo y de la democracia. El pensamiento liberal y democrático ha contenido siempre los gérmenes de una aspiración pacifista e internacionalista. La civilización burguesa ha internacionalizado la vida de la humanidad. El desarrollo del capitalismo ha exigido la circulación internacional de los productos. El capital se ha expandido, conectado y asociado por encima de las fronteras. Y, durante algún tiempo ha sido, por eso, libre-cambista y pacifista. El programa de Wilson no fue, en consecuencia, sino un retorno del pensamiento burgués a su inclinación internacionalista.

Pero el programa wilsoniano encontraba, fatalmente, una resistencia invencible en los intereses y anhelos nacionalistas de las potencias vencedoras. Y, por ende, estas potencias lo sabotearon y frustraron en la conferencia de la paz. Wilson, constreñido a transigir por la habilidad y la agilidad de los estadistas aliados, pensó entonces que la fundación de la Sociedad de las Naciones compensaría el sacrificio de cualquiera de sus Catorce Puntos. Y esta obstinada idea suya fue descubierta y explotada por los perspicaces políticos de la Entente.

El proyecto de Wilson resultó sagazmente deformado, mutilado y esterilizado. Nació en Versalles una Sociedad de las Naciones endeble, limitada, en la cual no tenían asiento los pueblos vencidos, Alemania, Austria, Bulgaria, etc., y en la cual faltaba, además, Rusia, un pueblo de ciento treinta millones de habitantes, cuya producción y cuyo consumo son indispensables al comercio y a la vida del resto de Europa.

Más tarde, reemplazado Wilson por Harding, los Estados Unidos abandonaron el pacto de Versalles. La Sociedad de las Naciones, sin la intervención de los Estados Unidos, quedó reducida a las modestas proporciones de una liga de las potencias aliadas y de su clientela de pequeñas o inermes naciones europeas, asiáticas y americanas. Y, como la cohesión de la misma Entente se encontraba minada por una serie de intereses rivales, la Liga no pudo ser siquiera, dentro de sus reducidos confines, una alianza o una asociación solidaria y orgánica.

La Sociedad de las Naciones ha tenido, por todas estas razones, una vida anémica y raquítica. Los problemas económicos y políticos de la paz no han sido discutidos en su seno, sino en el de conferencias y reuniones especiales. La Liga ha carecido de autoridad, de capacidad y de jurisdicción para tratarlos. Los gobiernos de la Entente no le han dejado sino asuntos de menor cuantía y han hecho de ella algo así como un juzgado de paz de la justicia internacional. Algunas cuestiones trascendentes —la reducción de los armamentos, la reglamentación del trabajo, etc., — han sido entregadas a su dictamen y a su voto. Pero la función de la Liga en estos campos se ha circunscrito al allegamiento de materiales de estudio o a la emisión de recomendaciones que, a pesar de su prudencia y ponderación, casi ningún gobierno ha ejecutado ni oído. Un organismo dependiente de la Liga —la Oficina Internacional del Trabajo— ha sancionado, por ejemplo, ciertos derechos del trabajo, la jornada de ocho horas entre otros; y, a renglón seguido, el capitalismo ha emprendido, en Alemania, en Francia y en otras naciones, una ardorosa campaña, ostensiblemente favorecida por el Estado, contra la jornada de ocho horas. Y la cuestión de la reducción de los armamentos, en cuyo debate la Sociedad de las Naciones no ha avanzado casi nada, fue en cambio, abordada en Washington, en una conferencia extraña e indiferente a su existencia.

Con ocasión del conflicto ítalo-greco, la Sociedad de las Naciones sufrió un nuevo quebranto. Mussolini se rebeló altisonantemente contra su autoridad. Y la Liga no pudo reprimir ni moderar este ácido gesto de la política marcial e im­perialista del líder de los camisas negras.

Los fautores de la democracia no desesperan, sin embargo, de que la Sociedad de las Naciones adquiera la autoridad y la capacidad que le fal­tan. Funcionan actualmente en casi todo el mun­do agrupaciones de propaganda de las finalidades de la Liga, encargadas de conseguir para ella la adhesión y el respeto reales de todos los pue­blos. Nitti propugna su reorganización sobre es­tas bases: adhesión de los Estados Unidos e in­corporación de los países vencidos. Keynes mis­mo, que tiene ante la Sociedad de las Naciones una actitud agudamente escéptica y desconfia­da, admite la posibilidad de que se transforme en un poderoso instrumento de paz. Ramsay Mac Donald, Herriot, Painlevé, Boncour, la colocan bajo su protección y su auspicio. Los corifeos de la democracia dicen que un organismo como la Liga no puede funcionar eficientemente sino después de un extenso período de experimento y a través de un lento proceso de desarrollo.

Mas las razones sustantivas de la impotencia y la ineficacia actuales de la Sociedad de las Naciones no son su juventud ni su insipiencia. Proceden de la causa general de la decadencia y del desgastamiento del régimen individualista. La posición histórica de la Sociedad de las Naciones es, precisa y exactamente, la misma posición his­tórica de la democracia y del liberalismo. Los políticos de la democracia trabajan por una tran­sacción, por un compromiso entre la idea conser­vadora y la idea revolucionaria. Y la Liga con­gruentemente con esta orientación, tiende a con­ciliar el nacionalismo del Estado burgués con el internacionalismo de la nueva humanidad. El conflicto entre nacionalismo e internacionalismo es la raíz de la decadencia del régimen individua­lista. La política de la burguesía es nacionalista; su economía es internacionalista. La tragedia de Europa consiste, justamente, en que renacen pa­siones y estados de ánimo nacionalistas y guerre­ros, en los cuales encallan todos los proyectos de asistencia y de cooperación internacionales enca­minados a la reconstrucción europea.

Aunque adquiriese la adhesión de todos los pueblos de la civilización occidental la Sociedad de las Naciones no llenaría el rol que sus inven­tores y preconizadores le asignan. Dentro de ella se reproducirían los conflictos y las rivalidades inherentes a la estructura nacionalista de los Estados. La Sociedad de las Naciones juntaría a los delegados de los pueblos; pero no juntaría a los pueblos mismos. No eliminaría los contrastes y los antagonismos que los separan y los enemistan. Subsistirían, dentro de la Sociedad, las alianzas, y los pactos que agrupan a las naciones en bloques rivales.

La extrema izquierda mira en la Sociedad de las Naciones una asociación de Estados burgue­ses, una organización internacional de la clase dominante. Mas los políticos de la democracia han logrado atraer a la Sociedad de las Naciones a los líderes del proletariado social-democrático. Alberto Thomas, el Secretario de la Oficina In­ternacional del Trabajo, procede de los rangos del socialismo francés. Es que la división del cam­po proletario en maximalismo y minimalismo tiene ante la Sociedad de las Naciones las mis­mas expresiones características que respecto a las otras formas e instituciones de la democracia.

La ascensión del Labour Party1 al gobierno de Inglaterra, inyectó un poco de optimismo y de vigor en la democracia. Los adherentes de la ideología democrática, centrista, evolucionista, predijeron la bancarrota de la reacción y de las derechas. Constataron con entusiasmo la descomposición del Bloque Nacional francés, la crisis del fascismo italiano, la incapacidad del Directorio español y el desvanecimiento de los planes putschistas2 de los pangermanistas alemanes.

Estos hechos pueden indicar, efectivamente, el .fracaso de las derechas, el fracaso de la reac­ción. Y pueden anunciar un nuevo, retorno al sistema democrático y a la praxis evolucionista. Pero otros hechos más hondos, extensos y gra­ves revelan, desde hace tiempo, que la crisis mundial es una crisis de la democracia, sus métodos y sus instituciones. Y que, a través de tanteos y de movimientos contradictorios, la organización de la sociedad se adapta lentamente a un nuevo ideal humano.


NOTAS:

 

1 Labour Party o Partido Laborista.

2 Putschistas de putsch = golpe. Aplícase a los que pla­nean un golpe de estado.