OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

  

    

LUNATCHARSKY

 

 

La figura y la obra del Comisario de Instrucción Pública de los Soviets se han impuesto, en todo el mundo occidental, a la consideración de la propia burguesía. La revolución rusa fue declarada, en su primera hora, una amenaza para la Civilización. El bolchevismo, descrito cómo un¡¡ horda bárbara y asiática, creaba fatalmente, según el coro innumerable de sus detractores, una atmósfera irrespirable pala el Arte y la Ciencia. Se formulaban los más lúgubres augurios sobre, el porvenir de la cultura rusa. Todas estas conjeturas, todas estas aprehensiones, están ya liquidadas. La obra más sólida, tal vez, de la revolución rusa, es precisamente la obra realizada en el terreno de la instrucción pública. Muchos hombres de estudio europeos y americanos, que han visitado Rusia, han reconocido la realidad de esta obra. La revolución rusa, dice Herriot en su libro La Russie Nouvelle.1 tiene el culto de la ciencia. Otros testimonios de intelectuales igualmente distantes del comunismo coinciden con el del estadista francés. Wells clasifica a Lunatcharsky entre los mayores espíritus constructivos de la Rusia nueva. Lunatcharsky, ignorado por el mundo hasta hace siete años, es actualmente, un personaje de relieve mundial.

La cultura rusa, en los tiempos del zarismo, estaba acaparada por una pequeña elite.2 El pueblo sufría no sólo una gran miseria física sino también una gran miseria intelectual. Las proporciones del analfabetismo eran aterradoras. En Petrogrado el censo de 1910 acusaba un 31% de analfabetos y un 49 por ciento de seini-analfabetos. Poco importaba que la nobleza se regalase con todos los refinamientos de la moda y el arte occidentales, ni que en la universidad se debatiese todas las grandes ideas contemporáneas. El mujik,3 el obrero, la muchedumbre, eran extraños a esta cultura.

La revolución dio a Lunatcharsky el encargo de echar las bases de una cultura proletaria. Los materiales disponibles para esta obra gigantesca, no podían ser más exiguos. Los soviets tenían que gastar la mayor parte de sus energías materiales y espirituales en la defensa de la revolución, atacada en todos los frentes por las fuerzas reaccionarias. Los problemas de la reorganización económica de Rusia debían ocupar la acción de del bolchevismo. Lunatcharsky contaba con pocos auxiliares. Los hombres de ciencia y de letras casi todos los elementos técnicos e intelectuales de la burguesía saboteaban los esfuerzos de la re­volución. Faltaban maestros para las nuevas y antiguas escuelas. Finalmente, los episodios de violencia y de terror de la lucha revolucionaria mantenían en Rusia una tensión guerrera hostil a todo trabajo de reconstrucción cultural. Lu­natcharsky asumió, sin embargo, la ardua faena. Las primeras jornadas fueron demasiado duras y desalentadoras: Parecía imposible salvar todas las reliquias del arte ruso. Esté peligro desespe­raba a Lunatcharsky. Y, cuando circuló en Petro­grado la noticia de que las iglesias del Kremlin y la catedral de San Basilio habían sido bombar­deadas y destruidas por las tropas de la revolu­ción, Lunatcharsky se sintió sin fuerzas para con­tinuar luchando en medio de la tormenta. Descorazonado, renunció a su cargo. Pero, afortuna­damente, la noticia resultó falsa. Lunatcharsky obtuvo la seguridad de que los hombres de la revolución lo ayudarían con toda su autoridad en su empresa. La fe no volvió a abandonarlo.

El patrimonio artístico de Rusia ha sido ín­tegramente salvado. No se ha perdido ninguna obra de arte. Los museos públicos se han enri­quecido con los cuadros, las estatuas y reliquias de colecciones privadas. Las obras de arte, mono­polizadas antes por la aristocracia y la burguesía rusas, en sus palacios y en sus mansiones, se ex­hiben ahora en las galerías del Estado. Antes eran un lujo egoísta de la casta dominante; aho­ra son un elemento de educación artística del pueblo.

Lunatcharsky, en éste como en otros campos, trabaja por aproximar el arte a la muchedumbre. Con este fin ha fundado, por ejemplo, el Proletcult, comité de cultura proletaria, que organiza el teatro del pueblo. El Proletcult, bastamente difundido en Rusia, tiene en las principales ciu­dades una, actividad fecunda. Colaboran en el Proletcult, obreros, artistas y estudiantes, fuer­temente poseídos del afán de crear un arte revolucionario. En las salas de la sede de Moscú se discuten todos los tópicos de esta cuestión. Se teoriza ahí bizarra y arbitrariamente sobre el arte y la revolución. Los estadistas de la Rusia nueva no comparten las ilusiones de los artistas de vanguardia. No creen que la sociedad o la cultura proletarias puedan producir ya un arte propio. El arte, piensan, es un síntoma de plenitud de un orden social. Mas este concepto no disminuye su interés por ayudar y estimular el trabajo impaciente de los artistas jóvenes. Los ensayos, las búsquedas de los cubistas, los ex­presionistas y los futuristas de todos los matices, han encontrado en el gobierno de los soviets una acogida benévola. No significa, sin embargo, es. te favor, una adhesión a la tesis de la inspiración revolucionaria del futurismo. Trotsky y Lunat­charsky, autores de autorizadas y penetrantes crí­ticas sobre las relaciones del arte y la revolu­ción, se han guardado mucho de amparar esa tesis. "El futurismo —escribe Lunatcharsky— es la continuación del arte burgués con ciertas ac­titudes revolucionarias. El proletariado cultivará también el arte del pasado, partiendo tal vez di­rectamente del Renacimiento, y lo llevará ade­lante más lejos y más alto que todos los futuris­tas y en una dirección absolutamente diferente". Pero las manifestaciones del arte de vanguardia, en sus máximos estilos, no son en ninguna parte tan estimadas y valorizadas como en Rusia. El sumo poeta de la Revolución, Mayavskovsky, procede de la escuela futurista.

Más fecunda, más creadora aún es la labor de Lunatcharsky en la escuela. Esta labor se abre paso a través de obstáculos a primera vista in­superables: la insuficiencia del presupuesto de instrucción pública, la pobreza del material es­colar, la falta de maestros. Los soviets, a pesar de todo, sostienen un número de escuelas varias veces mayor del que sostenía el régimen zarista. En 1917 las escuelas llegaban a 38,000. En 1919 pasaban de 62,000. Posteriormente, muchas nue­vas escuelas han sido abiertas. El Estado comu­nista se proponía dar a sus escolares alojamien­to, alimentación y vestido. La limitación de sus recursos no le ha consentido cumplir, íntegra­mente esta parte de su programa. Setecientos mil niños habitan, sin embargo, a sus expensas, las escuelas-asilos. Muchos lujosos hotel muchas mansiones solariegas, están transformadas en colegios o en casas de salud para niños. El niño, según una exacta observación del economista francés Charles Gide, es en Rusia el usufructua­rio, el profiteur4 de la revolución. Para los revolucionarios rusos el niño representa realmente la humanidad nueva.

En una conversación con Herriot, Lunatchars­ky ha trazado así 1os rasgos esénciales de su política educacional: "Ante todo, hemos creado la escuela única. Todos, nuestros niños deben pasar por la escuela elemental dónde la enseñanza du­ra cuatro años. Los mejores, reclutados según el mérito, en la proporción de uno sobre seis, siguen luego, el segundo ciclo durante cinco años. Des­pués de estos nueve años de estudios, entrarán en la Universidad. Está es la vía normal. Pero, para conformarnos a nuestro programa proleta­rio, hemos querido conducir directamente a los obreros a la enseñanza superior. Para arribar a este resulto, hacernos una selección en las usinas entre trabajadores de 18 a 30 años. El Es­tado aloja y alimenta a estos grandes alumnos. Cada Universidad posee su facultad obrera. Treinta mil estudiantes de esta clase han segui­do ya una enseñanza que les permite, estudiar para ingenieros o médicos. Queremos reclutar ocho mil por año, mantener durante tres años a estos hombres en la facultad obrera, enviarlos después a la Universidad misma". Herriot decla­ra que este optimismo es justificado. Un investi­gador alemán ha visitado las facultades, obreras y ha constatado que sus estudiantes se mostraban hostiles a la vez al diletantismo y al dogmatis­mo. "Nuestras escuelas —continúa Lunatcharsky— ­son mixtas. Al principio la coexistencia de los dos sexos ha asustado a los maestros y provoca­do incidentes. Hemos, tenido algunas novelas molestas. Hoy, todo ha entrado en orden. Si se ha­bitúa a los niños de ambos sexos a vivir juntos desde la infancia, no hay que temer nada incon­veniente cuándo son adolescentes. Mixta, nuestra escuela es también, laica. La disciplina misma ha sido cambiada: queramos que los niños sean edu­cados en una atmósfera de amor. Hemos ensa­yado además algunas creaciones de un orden más especial. La primera es la universidad destinada a formar funcionarios de los jóvenes que nos son designados por los soviets de provincia. Los cursos duran uno ó tres años De otra parte, he­mos creado la Universidad de los pueblos de Oriente que tendrá, a nuestro juicio, una enorme influencia política. Esta Universidad ha recibi­do ya un millar de jóvenes venidos de la India, de la China, del Japón, de Persia. Preparamos así nuestros misioneros.

El Comisario de Instrucción Pública de los So­viets es un brillante tipo de Hombre de letras. Moderno, inquieto, humano, todos los aspectos de la vida lo apasionan y lo interesan. Nutrido de cultura occidental, conoce profundamente las di­versas literaturas europeas. Pasa de un ensayo sobre Shakespeare a otro sobre Maiakovski. Su cultura literaria es, al mismo tiempo, muy antigua y muy moderna. Tiene Lunatcharsky una comprensión ágil del pasado, del presente y del futuro. Y no es un revolucionario de la última sino de la primera hora. Sabe que la creación de nuevas formas sociales es una obra política y no una obra literaria. Se siente, por eso, po­lítico antes que literato. Hombre de su tiempo, no quiere ser un espectador de la revolución; quiere ser uno de sus actores, uno de sus prota­gonistas. No se contenta can sentir o comentar la historia; aspira a hacerla. Su biografía acusa en él una contextura espiritual de personaje his­tórico.

Se enroló Lunatcharsky, desde su juventud, en las filas del socialismo. El cisma del socialismo ruso lo encontró entre los bolcheviques, contra los mencheviques.5 Como a otros revolucionarios rusos, le tocó hacer vida de emigrado. En 1907 se vio forzado a dejar Rusia. Durante el proceso de definición del bolchevismo, su adhesión a una fracción secesionista, lo alejó temporalmente de su partido; pero su recta orientación revolucionaria lo condujo pronto al lado de sus camaradas. Dividió su tiempo, equitativamente, entre la política y las letras. Una página de Romain Rolland nos lo señala en Ginebra, en enero de 1917, dando una conferencia sobre la vida y la obra de Máximo Gorki. Poco después, debía empezar el más interesante capítulo de su biografía: su labor de Comisario de Instrucción Pública de los Soviets.

Anatolio Lunatcharsky, en este capítulo de su biografía, aparece como uno de los más altos animadores y conductores de la revolución rusa. Quien más profunda y definitivamente está revolucionando a Rusia es Lunatcharsky. La coerción de las necesidades económicas puede modificar o debilitar, en el terreno de la economía o de la política, la aplicación de la doctrina comunista. Pero la supervivencia o la resurrección de algunas formas capitalistas no comprometerán en ningún caso, mientras sus gestores conserven en Rusia el poder político, el porvenir de la revolución. La escuela, la universidad de Lunatcharsky están modelando, poco a poco, una humanidad nueva. En la escuela, en la universidad de Lunatcharsky se está incubando el porvenir.


NOTAS:

 

1 La Rusia Nueva. (Hay traducción castellana). Léase el artículo "Dos Testimonios", de J. C. Mariátegui (pág. 103).

2 Traducción literal: lo escogido, lo selecto. Véase el artículo sobre "El Problema de las Elites" de J. C. Mariátegui en El Alma Matinal y Otras Estaciones del Hombre de Hoy.

3 El campesino pobre, el siervo. Se diferencia del kulak en que éste era campesino rico.

4 Beneficiario.

5 Minoría. El Partido Social Demócrata Ruso, ilegalizado por el gobierno zarista se dividió en dos ramas, a raíz de un Congreso en Londres (1903). Lenin, apoyado por al mayoría, integró a los bolcheviques; sus contrarios, la minoría, a los mencheviques, igualmente minimalistas en sus reivindicaciones.