OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA NOVELA Y LA VIDA

  

 

TRES OPINIONES SOBRE “LA NOVELA Y LA VIDA”

POR

Sebastián Salazar Bondy (peruano)

Enrique Labrador Ruiz (Cubano)

Dardo Cuneo (Argentino)

    

UN RELATO DE MARIATEGUI1

Por Sebastián Salazar Bondy

UN caso policial, lleno de implicaciones psicológicas y sociales, sirvió al múltiple y penetrante talento de José Carlos Mariátegui para crear un libro de seductor contenido: La Novela y la Vida (Siegfried y el Profesor Canella). Se trata, en verdad, de un trabajo literario emprendido cuando el gran pensador peruano estaba interesado en "decepcionar a los que no creen que yo pueda entender sino marxistamente, y en todo caso como una ilustración de la lucha de clases, L'aprés midi d'un faune de Debussy o la Olimpia de Manet", según sus propias palabras. Sin duda alguna, esta vuelta de Mariátegui a la vocación literaria primigenia, fue exitosa. Las páginas de este relato que también puede ser considerado como un ensayo revelan las facultades narrativas que poseía el fundador de Amauta y que, debido a su noble empeño por aclarar ciertos problemas radicales de la existencia nacional, guardaba soterradas. La Novela y la Vida escrita durante sus últimos dramáticos años, es un libro cuya lectura nos lleva a una cuestión muy en boga en la post-guerra de 1918: la pérdida de la memoria por efecto de un choque emocional y las complicaciones a que esta situación puede dar lugar. Siegfried de Giraudoux —la novela y el drama— y El viajero sin equipaje de Anouilh, entre otras, son obras que se ocupan del caso y lo analizan en sus consecuencias humanas, sociológicas y hasta políticas.

EL ASUNTO

Dos hombres —Giulio Canella y Mario Bruner , maestro el primero y tipógrafo el segundo— poseen un parecido físico excepcional. Les toca intervenir en la misma batalla. Allí muere el segundo y es herido gravemente el primero. Llevado éste al hospital de sangre, luego de varios días de estarse debatiendo entre la vida y la muerte, es identificado por un soldado como el obrero Mario Bruneri. Canella, que ha perdido la memoria, adopta esta personalidad. Recupera­do al fin, se incorpora a la vida de Bruneri, la acepta sin protestas y toma una mujer, un ho­gar y un oficio que no le corresponden. Hay algo, sin embargo, que lo impele a la huida. Tras de cometer una fechoría, viaja a Milán. Allí tiene un accidente. Y vuelve a perder —han transcurrido doce años de su caída en el campo de batalla— ­el recuerdo, esta vez el de su falsa vida. Por una foto en los periódicos, la señora Canella, que ha permanecido fiel a su esposo, considerado "desa­parecido" y no muerto por el Ministerio de Gue­rra, identifica a su marido. Se realiza la entre­vista y el maestro encuentra su legítima perso­nalidad. Cuando se ha hecho la felicidad, apa­rece la señora Bruneri reclamando sus derechos. Y el conflicto va a los tribunales. Tantas son las pruebas en pro de la identidad de Bruneri que las Cortes fallan a favor de la demandante. Y Canella, con el nombre de Bruneri, prosigue su verdadera vida: al lado de la fiel señora Canella, en su hogar, con sus libros y en su casa de la romántica Verona. Sin embargo, los hijos que ten­ga con su legítima esposa serán espúreos, no po­drá reclamar sus cátedras en el liceo y para la sociedad, no obstante estar en el sitio que le co­rresponde, será un usurpador.

CUATRO EVASIONES

Mariátegui, copio es lógico, construyó la his­toria. Lo que la prensa italiana publicó fue el conflicto judicial, el escándalo que en toda la península produjo el caso de este hombre —Mario Bruneri— que era disputado por dos mujeres, con las cuales había convivido, tenía descenden­cia y pertenecía por gracia del amor. La justicia, en su inmaculada objetividad, falló conforme los indicios y las pruebas se lo dictaban. Pero Ma­riátegui había leído el Siegfried de Giraudoux, donde se presenta un problema semejante con la elegancia, hondura y fuerza poética de que era capaz el notable dramaturgo francés. Y a partir de allí involucionó a su origen el episodio, era una especie de ficción que, de hecho, fue una defensa de los fueros de la pasión de Canela hacia su propio destino. Durante los años en que estuvo al, abrigo de Mario Bruneri, Canella busca a Canella por medio de evasiones sucesivas. Primero, la evasión de la esposa —hacia la cual no sintió ninguna atracción—; después, la evasión del oficio —que sintió ajeno a su íntima aunque borrosa vocación—; luego, la evasión de la moral — cuando buscó en la calle una amante, síntoma para Mariátegui de la brumosa fidelidad de Canella hacia su mujer, vislumbrada como una meta desconocida en las tinieblas de su amnesia—, y, por último, la evasión de la vida. En la descripción de estas cuatro fugas, Mariátegui no sólo muestra su dominio del género novelesco, sino, principalmente, su incisivo poder dé buen psicólogo y mejor analista de los oscuros procesos del alma. Va deshojando, uno tras otro, los hechos de la existencia de Canella-Bruneri y los va mostrando, a la luz del raciocinio claro y riguroso, el cual, sin embargo, en ningún momento se resiente de la frialdad del ensayo puramente universitario. Ante el lector pone las dos verdades —la subjetiva de Canella y la objetiva de los otros— y las equipara en una especie de fricción por la cual se enciende el interés de una intriga extraordinaria. El pensador materialista, el autor de aquellos ensayos tan rígidos de la realidad peruana, se torna aquí flexible, irónico, desenvuelto, libre en extremo. Esta faz de la personalidad de Mariátegui denuncia, como antes se dijo, que la inclinación inicial del escritor hacia las letras se mantuvo siempre viva y vigente.

EL PROPIO ESTILO

En vísperas casi de la celebración del XXV aniversario de la muerte de José Carlos Mariátegui, la publicación de La Novela y la Vida constituye un homenaje que era indispensable. A sus libros de sociólogo se viene a añadir éste que tan bien une la enorme y esencial cultura de su autor con la agilidad de su inteligencia, poseedora de un grato ángulo literario. De ahí se desprende la evidencia de que cuando Mariátegui hacía de crítico no rompí, ninguna amarra, sino que, más bien, daba rienda suelta a una sensibilidad que se adecuaba sin esfuerzo al mundo dúctil del arte. La Novela y la Vida enseña también que el autor de los Siete Ensayos llegaba en ese tiempo a un dominio del idioma que lo acercaba ya a su pro­pio estilo: cortante, directo, pleno. Las páginas del libro comentado son un alimento ligero y sustancial, que el lector no abandona hasta que no lo ha devorado íntegramente. Virtud, como es sabido, que sólo se da en las obras que han sido creadas por la verdadera necesidad intelec­tual, y no —como tantas otras que abruman las librerías— por vanidad, ocio o simplemente manía.


NOTA:

1 Publicado en La Prensa, Lima, 11 de abril de 1955.