OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

MARIATEGUI Y SU TIEMPO

  

   

APENDICE Nº 1

Un discurso, 3 horas, 46 páginas, 51 citas. ¿Gramática?, ¿Estilo?, ¿Ideas?: o acotaciones marginales1

He escuchado hace 4 días un discurso muy largo de un sabio joven y buen mozo, que hace mucho tiempo he oído nombrar con elogio a otro joven abogado, amigo mío, que enseña gra­mática en una escuela particular y que perte­nece a un partido político, denominado futuris­ta, sin duda alguna porque en su declaración de principios se puso añejas tendencias y conser­vadoras orientaciones. Este sabio joven y buen mozo es el Dr. don José de la Riva Agüero, de quien sé que tiene aristocrático abolengo que muy bien se compagina con la euforia soberbia de su nombre de caballero ilustre y noble hidal­go. Y por mucho que su discurso, —tres horas, 46 páginas y 51 citas—, tenga condiciones de extensión y volumen indiscutibles y que el señor de la Riva Agüero a quien no conocía me haya parecido simpático, lozana y rozagante perso­na, yo que soy tan crédulo, tan humilde y tan manso, me he preguntado tímidamente si segui­ré creyendo con el joven abogado futurista, muy amigo mío, que el señor Riva Agüero es en reali­dad un sabio pensador y literato.

Yo, sin sospechar que el discurso del señor Riva Agüero llegase a cincuenta páginas, fui a la Universidad, con el honesto deseo de ente­rarme de la verdadera importancia de la obra del Inca Garcilaso de la Vega, respetabilísimo y egregio hidalgo a quien dio el naipe no sólo por las andanzas guerreras y los estudios teológicos sino también por escribir muchas páginas históri­cas que han encontrado, más de trescientos años después, entusiasta, devoto y perseverante defensor y exegeta en el señor Riva Agüero. Y escuché el discurso del señor Riva Agüero, li­bre en todo momento de la tentación de dormirme o atenuar mi atención.

El señor Riva Agüero se proclama aficionado de la escuela clásica y devoto del purismo, de la precisión y del gusto discreto. Reprueba las modernas tendencias literarias que llevan "a las inciertas regiones de la penumbra, la indecisión y la exorbitancia, que a otras razas proporcionaran bellezas inestimables, pero que no dejaban a los nuestros, según lo acredita una experiencia tres veces secular, sino la palabre­ría más vana y hueca y los más torpes balbu­ceos". Es un enemigo del exotismo modernista. Un académico que proclama la inexorabilidad de las reglas gramaticales.

Leed sin embargo:

"Las probanzas de servicios del conquista­dor Garcilaso, adicionadas con una demanda de restitución de tierras a favor de la palla doña Isabel se sustanciaban con lentitud española; pero llevaban buen giro y su hijo esperaba con fundamento, etc.".

El clásico que patrocina la inexorabilidad de las reglas gramaticales probablemente sabría explicarnos a los irreverentes y a todos los po­bres diablos si hay corrección académica en las líneas trascritas: Quien "esperaba con fundamen­to", etc., ¿era hijo de "las probanzas de servi­cios", de "la demanda adicionada", del "buen giro", de la palla doña Isabel? ¿Pero no había­mos quedado en que había que alejarse de "las inciertas regiones de la penumbra, la indecisión y la exorbitancia"?

Al margen del discurso, yo colocaría muchas observaciones más graves que ésta que resulta trivialísima, insignificante y tonta, si se la com­para con otras que contemplan lamentables yerros en los cuales anda la sabia pieza más pródiga que cualquier arbitrario y juvenil ensa­yo modernista.

Y si queréis algunos de los no muy veniales, pasad los ojos por las siguientes líneas:

"Su arma, a lo menos en cierto tiempo, hubo de ser la de arcabuceros", que es igual a: "Su arma, hubo de ser la de artilleros", cosa que no diría ningún cronista de ésta ni de otra época.

"Entre las lecturas, hacía siempre gracia, en mérito de sus bellezas, a los grandes poetas y prosistas". Nada consiente decir que "entre las lecturas se hace gracia a los poetas y prosistas", no sólo porque no existe corrección ni claridad en la frase sino porque ninguna de las acepcio­nes de la palabra "gracia" permite a un "puris­ta" la libertad de emplearla en esta forma.

"Su devoción se enfervorizó". Devoción tiene entre otras acepciones la de equivalencia con fervor. Es, pues, demasiada redundancia para un "clásico" escribir "Su devoción se enfer­vorizó".

"Las excelsas y canas cumbres de los Andes". Aparte de que la palabra "cana", como compara­ción, es pobre y deplorable, el diccionario la define así: "Cana: cabello que se ha vuelto blanco".

"En obedeciendo a sus últimas voluntades". Este plural está muy mal empleado en una pie­za clásica y parece puesto por la mano intrusa de un arbitrario de esos que buscan "las incier­tas regiones de la penumbra, de la indecisión y la exorbitancia".

"Pretenso plagio". El "purista" maestro ha escrito "pretenso" por "pretendido" usando esta palabra en sustitución de "supuesto" que es el término justo. Y "pretendido" desentona en cualquier pieza clásica.

"Y se pasma en cambio ante el "lamido" y remilgado Solís". ¿Lamido?

El diccionario, invocado en este trance, diría así: Lamido: Participio pasado de lamer o de la­merse; Adj. fig. Gastado por uso o roce continuo.

"Caudalosa y tersa diafanidad de estilo". Dia­fanidad significa transparente. Una diafanidad caudalosa es algo que no se encuentra fácilmen­te ni aún en los novadores y revolucionarios de la literatura modernista que tan mal trata el señor de la Riva Agüero. He aquí dos definicio­nes del Diccionario: "Caudaloso: adj. Que lleva mucha agua hablando de ríos. Opulento, rico, acaudalado". "Diafanidad: cualidad, condición, naturaleza de lo diáfano. Diáfano: transparente, cristalino". Nadie ha escrito todavía "caudalosa sutileza" que sería un disparate del cual Dios nos libre.

Pero, creo que no vale la pena seguir buscando en el discurso del señor Riva Agüero los yerros y arbitrariedades que a veces, pocas veces, pocas acaso, se permiten los novadores. Basta con copiar un sólo párrafo, si este tiene tan sabrosos "gazapos" como el siguiente:

"La educación literaria no debe ser la prime­ra, pero sí una de las más principales e impor­tantes atenciones de la opinión pública y de esta ilustre universidad. Las letras están llamadas a ser gala y blasón de nuestra vieja tierra. Cuando los estudios mejoren y logremos levan­tarlos del deplorable abatimiento en que yacen, estoy cierto de que nuestros jóvenes, compe­netrados con la tradición del país e impregnados de ella, sabrán continuar y profundizar las tendencias y direcciones patrias, y afirmarán así el original matiz peruano. Y como las esperanzas, para no ser baldías, han de nacer y susten­tarse en los recuerdos, saludemos y veneremos como feliz augurio la memoria del gran histo­riador en cuya personalidad se fundieron amorosamente incas y conquistadores, que con so­berbio ademán abrió las puertas de nuestra par­ticular literatura y fue el precursor magnífico de nuestra verdadera nacionalidad. He dicho".

Para no ser severo conviene olvidar que este párrafo, con el cual remata y culmina su discur­so el señor Riva Agüero y al cual debe suponér­sele por lo mismo adornado con las mayores galas de la retórica y del concepto que pudo imaginar, es el párrafo más vacuo, pobre, amor­fo, pedestre, vulgar, mediocre e insípido con que puede concluir no sólo un elogio académico sino hasta un insignificante artículo conmemora­tivo de periódico o un discurso de actuación provinciana o escolar. Atendamos sólo a su esti­lo y gramática. Releed:

"La educación literaria no debe ser la prime­ra pero si una de las más principales e impor­tantes atenciones de la opinión pública y de esta ilustre universidad".

Si a la fugaz literatura de diarios y revistas cabe exigirle la proscripción de tan lamentables yerros gramaticales, mayor tiene que ser esa exi­gencia cuando se trata de una pieza retórica, pródiga en citas y nutrida de análisis y referen­cias, en cuya confección hay que suponer que el autor puso tiempo, estudio, prolijidad y cui­dado. Y "más principales" se pueden estilar sólo en la arbitraria charla del vulgo ignorante de gramáticas y dominado por barbarismos de to­da especie. "¡Más principales!". La tolerancia en este caso impondría la disculpa de todos los "más mejor" que desentonan aún entre las gentes aje­nas a todo conocimiento elemental de la lengua.

Y sigue: "Las letras están llamadas a ser ga­la y blasón de nuestra vieja tierra". ¿Por qué denomina el doctor Riva Agüero viaja a nuestra tierra? ¿No es ya lugar común aquello de nues­tra joven nacionalidad? Y, por otra parte, yo ju­ro que en los modernistas reacios al purismo y al academicismo no es fácil de encontrar esas tres sucesivas asonancias de "nuestra vieja tie­rra", capaces de ser advertidas por el oído más profano.

"Cuando los estudios mejoren y logremos le­vantarlos del deplorable abatimiento en que ya­cen, estoy cierto de que nuestros jóvenes, compe­netrados con la tradición del país e impregnados de ella, sabrán continuar y profundizar las tendencias y direcciones patrias y afirmarán así el original matiz peruano".

Aparte la escasa claridad del concepto, preci­sa fijarse en que la frase "cuando los estudios mejoren" se aviene mal con la de "levantar a los estudios del abatimiento en que yacen", porque el vocablo abatimiento significa acción o efecto de abatir, y abatir, en este caso, derribar, derrocar, echar por tierra. Quien dispone de tan rico léxico, pudo emplear palabra distinta de abatimiento para guardar mejor el orden y la conexión íntima de las palabras y no colocar éstas al azar con mengua de la limpieza en la expresión y de la justeza de la frase. Hay que reparar también en que "nuestros jóvenes" esta­rán "compenetrados", o penetrados solamente de y no con la tradición y que es muy impropio de­cir "impregnados de la tradición" porque hay que pensar en que se usa este término en sus­titución del símil "empapados", exótico en quien como el comentador de Garcilaso debía huir de toda exageración en los términos figurados. Es­cribir "continuar y profundizar las tendencias" es igual a escribir "seguir y amalgamar las vir­tudes". Dos términos que no se avienen ni con­catenan bien y que, como indican cosas distin­tas, llevan a "las inciertas regiones de la penum­bra, la indecisión y la exorbitancia".

"Y como las esperanzas, para no ser baldías, han de nacer y sustentarse en los recuerdos".

"Saludemos y veneremos como feliz augurio la memoria del gran historiador".

No hay la precisión ni justeza clásicas reco­mendadas cuando se considera a la memoria co­mo augurio, porque precisamente la memoria es el pasado y el augurio es un anuncio de lo ve­nidero. La frase tiene pues además de todos los defectos de oscuridad, que tanto riñen con el estilo clásico, el de sugerir ideas opuestas que dificultan, enredan y desvirtúan el concepto.

"En cuya personalidad se fundieron amorosa-mente incas y conquistadores".

Este nuevo término figurado puede emplear-lo sin que le encuentre tacha un escritor que no haga auto de fe de los hermeticismo clásicos, y aún así, éste escribirá seguramente: "se fundieron los caracteres o las virtudes de incas y conquistadores", pero no "se fundieron incas y conquistadores" que es un abuso de la elasti­cidad del vocablo "fundieron", pues fundirse se­gún el Diccionario es: derretirse, deshacerse, liquidarse; y en acepción anticuada y figurada: hundirse, anonadarse, sumergirse, reducirse a la nada, desaparecer.

Tales yerros y deficiencias, que revelan a veces menosprecio de la gramática y olvido de la justa acepción de las palabras, serán tolerables, con las limitaciones que impone el buen gusto, en los escritores que se exoneran de la justeza académica e incorporan en su literatura tenden­cias revolucionarias y caprichosas en busca de preciosismos, sutilezas o aciertos de emoción que no se conciben dentro de rigorismos o cárceles. Pero en un paladín del estilo clásico son no só­lo el mayor anacronismo, el mayor renuncio, la mayor herejía literaria, sino también señales de una contradicción flagrante entre las doctrinas que se predican para los demás y la obra que se realiza con desdeño de ellas.

Yo he buscado también en el discurso del señor Riva Agüero, deseo de hallar disculpa pa­ra sus restantes flaquezas, caudal de ideas, con­ceptos y observaciones que hiciesen perdona­bles los deslices de estilo y gramática en honor a lo nuevo, sazonado, jugoso y robusto de los pensamientos. Pero he tenido que confesarme que cuando el señor Riva Agüero sale del terreno de las citas, de las referencias y del relato cro­nológico, repite conceptos que ya se le conocían. Y cuando el crítico aparece y con él su examen y apreciaciones sobre la literatura na­cional, dice así: "La calidad del clásico no es­triba esencialmente en estar atiborrado de latín y griego, ni menos de atenerse a caducas pre­ceptivas, retóricas y poéticas". ¿Hace a sus oyentes o lectores el poco honor de suponer que aún puede pensar que la calidad del clásico es­triba en tales cosas? No, señor Riva Agüero. Aquí cuantos saben algo de literatura no ignoran lo que dice Ud. en su discurso con el énfa­sis de un descubridor de verdades, sentencias y pragmáticas.

Y después de esa vulgaridad pedestre y casi inverosímil, el señor Riva Agüero proclama el fra­caso del gongorismo, del romanticismo y del mo­dernismo en la literatura patria. Y creo que se podría escribir muchas páginas contestando la sentenciosa afirmación del señor Riva Agüero y que lo harán sin duda cuantos puedan probar-le que no hay exactitud y serenidad en sus apre­ciaciones.

Hoy interrumpo estas líneas que me ha suge­rido un discurso, del cual podría hacerse la me­jor síntesis en la siguiente fórmula aritmética:

3 horas 46 páginas 51 citas 0 ideas: 1,000 yerros.

La fórmula podía ser más compleja y gráfica pero entonces se oscurecería y confundiría y yo, que no pienso como el señor Riva Agüero, gus­to no obstante de la claridad y limpieza en la expresión.

Tendrá esta fórmula una simplicidad de teorema para cuantos recurran a la lectura del sa­bio discurso.

Y tendrá acaso la virtud de que, como yo, que soy ingenuo, crédulo, humilde, manso, tímido y celoso de las reputaciones patrias, se rebelen hoy contra la admiración a la calidad litera­ria del señor Riva Agüero.

Por la copia.

X. Y. Z.


NOTA:

1 De "La Prensa", Lima, 30 de abril de 1916.