OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PERÚ

 

 

NACIONALISMO Y VANGUARDISMO*
 

EN LA IDEOLOGÍA POLÍTICA


I
 

Ese posible que a algunos recalcitrantes conservadores de incontestable buena fe los haga sonreír la aserción de que lo más pe­ruano, lo más nacional del Perú contempo­ráneo es el sentimiento de la nueva generación. Esta es, sin embargo, una de las ver­dades más fáciles de demostrar. Que el con­servantismo no pueda ni sepa entenderla es una cosa que se explica perfectamente. Pero que no disminuye ni oscurece su evidencia.

Para conocer cómo siente y cómo pien­sa la nueva generación, una crítica leal y se­ria empezará sin duda por averiguar cuá­les son sus reivindicaciones. Le tocará cons­tatar, por consiguiente, que la reivindicación capital de nuestro vanguardismo es la rei­vindicación del indio. Este hecho no tolera mistificaciones ni consiente equívocos.

Traducido a un lenguaje inteligible para todos, inclusive para los conservadores, el problema indígena se presenta cómo el problema de cuatro millones de peruanos. Expuesto en términos nacionalistas, —insospechables y ortodoxos— se presenta co­mo el problema de la asimilación a la nacionalidad peruana de las cuatro quintas partes de la población del Perú.

¿Cómo negar la peruanidad de un idea­rio y de un programa que proclama con tan vehemente ardimiento, su anhelo y su voluntad de resolver este problema? 

II 

Los discípulos del nacionalismo monar­quista, de "L'Action Française" adoptan, probablemente la fórmula de Maurras: "To­do lo nacional es nuestro". Pero su conservantismo se guarda mucho de definir lo na­cional, lo peruano. Teórica y prácticamen­te, el conservador criollo se comporta como un heredero de la colonia y como un des­cendiente de la conquista. Lo nacional, pa­ra todos nuestros pasadistas, comienza en lo colonial. Lo indígena es en su sentimiento, aunque no lo sea en su tesis, lo pre-nacional El conservantismo no puede concebir ni ad­mitir sino una peruanidad: la formada en los moldes de España y Roma. Este senti­miento de la peruanidad tiene graves con­secuencias para la teoría y la práctica del propio nacionalismo que inspira y engen­dra. La primera consiste en que limita a cua­tro siglos la historia de la patria peruana. Y cuatro siglos de tradición tienen que parecerle muy poca cosa a cualquier nacionalismo, aun al más modesto e iluso. Ningún nacionalismo sólido aparece en nuestra tiempo como una elaboración de sólo cua­tro siglos de historia.

Para sentir a sus espaldas una antigüedad más respetable e ilustre, el nacionalis­mo reaccionario recurre invariablemente al artificio de anexarse no sólo todo el pasado y toda la gloria de España sino también todo el pasado y la gloria de la latinidad. Las raíces de la nacionalidad resultan ser hispá­nicas y latinas. El Perú, como se lo repre­senta esta gente, no desciende del Inkario autóctono; desciende del imperio extranje­ro que le impuso hace cuatro siglos su ley, su confesión y su idioma.

Maurice Barrés en una frase que vale sin duda como artículo de fe para nuestros reaccionarios, decía que la patria son la tie­rra y los muertos. Ningún nacionalismo pue­de prescindir de la tierra. Este es el drama del que en el Perú, además de acogerse a una ideología importada, representa el espíritu y los intereses de la conquista y la colonia. 

III 

En oposición a este espíritu, la vanguar­dia propugna la reconstrucción peruana, so­bre la base del indio. La nueva generación reivindica nuestro verdadero pasado, nues­tra verdadera historia. El pasadismo se con­tenta, entre nosotros con los frágiles recuer­dos galantes del virreinato. El vánguardismo, en tanto, busca para su obra materiales más genuinamente peruanos, más remota­mente antiguos.

Y su indigenismo no es una especula­ción literaria ni un pasatiempo romántico. No es un indigenismo que, como muchos otros, se resuelve y agota en una inocua apo­logía del Imperio de los Incas y de sus faustos. Los indigenistas revolucionarios, en lugar de un platónico amor al pasado incaico, manifiestan una activa y concreta solidaridad con el indio de hoy.

Este indigenismo no sueña con utópi­cas restauraciones. Siente el pasado como una raíz, pero no como un programa. Su concepción de la historia y de sus fenóme­nos es realista y moderna. No ignora ni ol­vida ningún de los hechos históricos que, en estos cuatro siglos, han modificado, con la realidad del Perú, la realidad del mundo. 

IV 

Cuando se supone a la juventud seducida por mirajes extranjeros y por doctri­nas exóticas, se parte, seguramente, de una interpretación superficial de las relaciones entre nacionalismo y socialismo. El socialismo no es, en ningún país del mundo, un movimiento anti-nacional. Puede parecerlo, tal vez, en los imperios. En Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos, etc., los revolucionarios denuncian y combaten el imperialismo de sus propios gobiernos. Pero la función de la idea socialista cambia en los pueblos política o económicamente coloniales. En esos pueblos, el socialismo adquiere, por la fuerza de las circunstancias, sin renegar absolutamente ninguno de sus principios, una actitud nacionalista. Quienes sigan el proceso de las agitaciones nacionalistas riffeña, egipcia, china, hindú, etc., se explicarán sin dificultad este aspecto, totalmente lógico, de la praxis revolucionaria. Observarán, desde el primer momento, el carácter esencialmente popular de tales agi­taciones. El imperialismo y el capitalismo de Occidente encuentran siempre una resistencia mínima, si no una sumisión completa, en las clases conservadoras, en las castas dominantes de los pueblos coloniales. Las reivindicaciones de independencia nacional reciben su impulso y su energía de la masa popular. En Turquía, donde se ha operado en los últimos años el más vigoroso y afortunado movimiento nacionalista, se ha podido estudiar exacta y cabalmente este fenómeno. Turquía ha renacido cómo nación por mérito y obra de su gente revolucionaria, no de su gente conservadora. El mismo impulso histórico que arrojó del Asia Menor a los griegos, infligiendo una derrota al imperialismo británico, echó de Constantinopla al Kalifa y a su corte.

Uno de los fenómenos más interesantes, uno de los movimientos más extensos de es­tá época es, precisamente, este nacionalis­mo revolucionario, este patriotismo revolu­cionario. La idea de la nación —lo ha dicho un internacionalista— es en ciertos perío­dos históricos la encarnación del espíritu de libertad. En el Occidente europeo, donde la vemos más envejecida, ha sido, en su origen y en su desarrollo, una idea revolucionaria. Ahora tiene este valor en todos los pueblos, que, explotados por algún imperialismo extranjero, luchan por su libertad nacional.

En el Perú los que representan e interpretan la peruanidad son quienes, concibiéndola como una afirmación y no como una negación, trabajan por dar de nuevo una patria a los que, conquistados y sometidos por los españoles, la perdieron hace cuatro siglos y no la han recuperado todavía.

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado inicialmente en dos partes ("Nacionalismo y Van­guardismo", Mundial, Lima, 27 de noviembre de 1925, y "Nacionalismo y vanguardismo en la literatura y en el arte", Mundial, Lima, 4 de diciembre de 1925), fue fusionado por el autor, en el original que conservamos, en la forma en que se presenta en esta compilación (N. de los E.).