OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

 

 

"L'AGE HEUREUX" Y "SIMONSEN", POR SIGRID UNDSET1

 

El Premio Nóbel de 1926 ha puesto en circulación en el mundo a uno de los grandes valores actuales de la literatura escandinava. Sigrid Undset es, ciertamente, una de las mejores novelistas de la época, quizá la de obra más sólida y lograda. Entre las novelas de mujeres que he leído en los últimos años, sólo las de Lidia Seifulina me parecen de la categoría artística de L'Age Heureux y Simonsen, las dos novelas de, Sigrid Undset que acabo de conocer en francés en las Ediciones Krá.

Diez años de su juventud, pasados en un almacén de Oslo, no malograron la vocación literaria, el don creativo de Sigrid Undset. Le sirvieron, más bien, para el laborioso allegamiento de los materiales de sus novelas. Alguno de sus críticos la estima como la más notable intérprete del alma femenina. Pero esto no es exacto sino a condición de que se defina y precise los límites históricos, temporales, de la interpreta­ción. Sigrid Undset es una novelista de la pequeña burguesía. Sus diez años de empleada de comercio, gravitan potentemente en su trabajo artístico.

Los personajes de L'Age Heureux pertenecen todos al mundo familiar a Sigrid Undset em­pleada. Uni, Charlotte, Birgit, Christian, representan a la ciase media de una ciudad un poco provinciana todavía en su estilo. Pequeña burguesía operosa, a la que sólo un camino se ofrece: el difícil ascenso a burguesía. Clase social de la que procede, por esto mismo, el mayor número de desclasados. El bovarismo2 no se propaga en ningún estrato social con tanta facilidad. La falta de equilibrio interno, la ausencia de destino propio es su tragedia.

Uni y Charlotte, inteligentes y sensitivas, sufren por la limitación y la monotonía de la atmósfera social en que han nacido. Uni cree encontrar la vía de su liberación en el teatro. Pero los comienzos en la escena son morosos y pesados. No se deviene estrella en un día. Uni, sobre todo, es una muchacha de algún talento, pero sin superiores dotes escénicas. Tiene un novio, Christian, al que ama ardientemente, pero que, empleado, también, gana aún muy poco para casarse. La boda se presenta distante. Sobre los dos pesa el fardo triste de una pobreza que hace insoportable el común anhelo de ser burguesamente felices. Christian necesitaría con­quistar una fortuna en pocos años. En Cristianía,3 para un empleado, la cosa es imposible. El viaje a América es la única empresa que puede reportarle la felicidad deseada. De otro lado, la espera le parecerá insufrible. «¿Crees tú que no veo que todo esto no puede bastarte, no puede contentarte? Permanecer siempre pobres, sin amigos, pasar la vida con la mirada puesta en un pequeño punto luminoso a lo lejos, el porvenir... ». Los dos prometidos están solos: tienen a su alcance, al menos, concreta, inmediata, la ventura que su juventud y su pasión son capaces de darles. Ella más intrépida, más espontánea, no escuchará en ese instante otra voz que la de su deseo. Pero él no sabe pasar encima de ninguno de los tabús de su clase. Confiesa que alguna vez lo visita la idea de que todo iría mejor si en secreto se concediesen un poco de felicidad. «Pero no sirve de nada razonar y decirse que uno es dueño de sí mismo. Hay un sentimiento en el fondo de nosotros mismos, contrario a todo buen sentido, a todas las mejores razones. Los jóvenes, los de la burguesía al me­nos, son así... Hay prejuicios innatos que se han vuelto para nosotros un dogma intangible. Y a los matrimonios forzados, por decir así, no son las dificultades pecuniarias lo que los hace desgraciados, sino el que un joven burgués tiene siempre vergüenza de haber tomado a su novia como amante. Siento piedad por aquellos que deben vivir en esas condiciones. Raros son los hombres que pueden amar a una mujer con la cual han pecado...» Uni y Christian, no padecen la tutela ni la vigilancia de nadie. No tienen familia en Cristianía y viven de su propio esfuerzo. Son jóvenes y pobres, como dice Uni, pensando sin duda en que son, sobre todo, jóvenes. Ningún reproche, fuera del que ellos mismos pueden dirigirse les aguarda, pero les es imposible disponer de sí mismos. Christian piensa como deben pensar su clase, su mundo; no sabe ajustar su conducta a otras normas que las de los jóvenes de su condición social.

La pequeña burguesía de París ha puesto de lado estos tabús demasiado imperiosos aun en el espíritu de la clase media de Cristianía y Oslo. En general, las grandes urbes han creado hábitos de libertad sexual; pero, en particular, Francia, como lo observa sagazmente Luc Durtain, a propósito de las costumbres de la Rusia soviética, ha encontrado un tono sagaz, una licencia discreta, en su conducta erótica. A la pequeña burguesía protestante de las ciudades escandinavas, no cabe exigirle la misma flexibilidad. Las muchachas de la clase media saben que su destino es el matrimonio, el hogar, la maternidad; pero cuando tienen el gusto de las cosas finas y elegantes, el demonio de la am­bición y la personalidad, se contrasta con la angustia, la perspectiva gris, aburrida de una existencia conyugal oscura y pobre; duras fatigas cotidianas, presupuesto mezquino, apetitos insatisfechos, sociedad mediocre y fastidiosa, decencia miserable. Más acremente que Uni y Christian, Charlotte siente la fatalidad de este ambiente. No se ha enamorado todavía; vive con su familia. Su amiga Birgit que trabaja en la ciudad, lejana de los suyos, puede al menos pensar en su hogar como en un pequeño distante paraíso de provincia. Pero ella no: sin ausencia, esta dulce idealización es imposible. «A nuestra edad —dice a Uni— se quiere partir para luchar sola, fiándose a sus propias fuerzas. Entonces, yo podría confiar todo a mi madre, aun si fuera menos inteligente, menos instruida. Ella podría ser una vieja Como cualquier otra que zurciese calcetines y se rascase con la aguja de crochet detrás de la oreja diciéndose que el Buen Dios arreglaría las cosas. Pero ver cada día los mismos ojos que conocen todas mis penas es un suplicio. Obligada a vivir con los míos años y años... ¡Estar lejos de su familia y pensar en el sitio de la más pequeña cosa, saber que los días transcurren dulcemente, pensar en las palabras indiferentes pronunciadas allá, en los actos que se repiten indefinidamente!... ¡Pero vivir así, como yo, todo el tiempo! Se odia a veces cada silla, cada mesa, cada objeto que nos ha mirado durante toda nuestra vida, confidentes de nuestras penas y de nuestras derrotas más secretas. Despertarse en la mañana y saber de antemano todas las pequeñas palabras, todos los pequeños hechos que vendrán cada uno a su hora habitual». Charlotte acaba suicidándose; Uni encuentra su dicha y su destino en el matrimonio con Christian, después de un período de ruptura, que habría sido definitiva si el teatro halagándola con las satisfacciones de una victoria completa hubiese podido retenerla. Pero, fracasada en un rol, Uni piensa que es más cierta, más vital, más verdadera la felicidad que el amor de su Christian le reserva. Su instinto y su pasión le aconsejan. Es aún tiempo de recuperar a Christian, propenso quizá a pensar de nuevo en el viaje a América. Uni va a buscarle a su oficina. Cenan juntos con champagne, en un café elegante. No se separarán esta vez sino después de haber aceptado, en el cuarto de Uni, sin gazmoñería, las consecuencias de su juventud, de su soledad y de su amor.

En Simonsen, el cuadro de los prejuicios, los egoísmos, los intereses de la pequeña burguesía arribista, estrecha, es aún más sombrío y tedioso. En L'Age Heureux, el amor de dos jóve­nes ilumina las cosas, ahuyenta las sombras. En Simonsen el drama es sórdido.

Pero en las dos novelas se reconoce, igualmen­te, la potencia de un arte realista, humano, poé­tico, y de una narradora fuerte, sincera, admirable.  

 


NOTAS.

 

1 Publicado en Variedades: Lima, 19 de Junio de 1929.

2 Referencia a Madame Bovary, la célebre protagonista de Gustav Flaubert.

3 Antiguo nombre de la Capital de Dinamarca.