OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

 

  

MIGUEL ARZIBACHEV1

 

El autor de Sanin y El Límite —que hace un mes se extinguió en Varsovia— era desde hacía varios años un sobreviviente de su época, de su obra y de sí mismo. La crónica registrará, entre los datos particulares de su defunción, que muere en el exilio. Pero el ostracismo de Arzibachev era, en verdad, mucho más absoluto, mu­cho más total que aquél a que podía condenarlo la Revolución Bolchevique. Arzibachev no muere sólo exilado de la tierra rusa, sino de la historia, de las letras y de la vida rusas. De la literatura rusa contemporánea, su nombre estaba ausente hace tiempo. No se le citaba casi ni entre los nombres de los "emigrados". Arzibachev debe haber sentido que lo trágico no es vivir —como pensaban sus neuróticos personajes— sino sobrevivir.

Arzibachev señaló en sus dos novelas célebres un momento no sólo de la literatura rusa sino de la vida rusa. Sanin y El Límite debieron su difusión mundial a su valor de documentos psicológicos más que a su valor de creaciones artísticas. Arzibachev gozaba fuera de Rusia de Un renombre desproporcionado, si se le compara con el de sus mas significativos contemporáneos Feodor Sogolub, por ejemplo, es apenas conocido en español, a pesar de que en la literatura rusa del novecientos ocupa un puesto diez veces más conspicuo que Arzibachev.

El mundo de Arzibachev es generalmente me nos atormentado y patético que el de Andreyev, pero tiene la misma filiación histórica. Su sen­sibilidad se emparenta asimismo bajo algunos aspectos, con la de Andreyev. Escéptico, nihilista, Arzibachev resume y expresa un estado de ánimo desolado y negativo. Sus personajes pa­recen invariablemente condenados al suicidio. Suicidas larvados y suicidas latentes, hasta los del coro mismo de sus obras. El destino del hombre es, en este mundo lívido, ineluctablemente igual. El símbolo de la Rusia agoniosa, una horca.

Esta literatura reflejaba la Rusia de la reac­ción sombría que siguió a la derrota de la revo­lución de 1905. Estudiantes tuberculosos, judíos alucinados, intelectuales deprimidos, componían la escuálida y monótona teoría que desfila por las noveias de Arzibachev bajo la sonrisa sarcástica de algún nietzschano de similor que acabará también suicidándose.

Se dice que Sanin, que extremaba y exasperaba la tragedia rusa hasta lo indecible, produjo una reacción oportuna. Muchos jóvenes revolucionarios se reconocieron estremecidos en los retratos de Arzibachev. Después de sentirse impulsadas enfermizamente hacia la muerte y la nada, las almas volvieron a sentirse impulsadas hacia la vida y el mito.

La Rusia lívida de las dos novelas de Arzibachev no era, además, toda la Rusia de ese tiempo. El movimiento de 1905 no había sido sólo una derrota; había sido, también, una extraordinaria experiencia. La derrota había deshecho muchos espíritus débiles y hesitantes, pero ha­bía templado al mismo tiempo muchos espíritus fuertes y seguros. Precisamente los que, años más tarde, en 1917, debían desplegar victoriosa, sobre el Kremlín, la bandera de la Revolución.

Pero este otro lado, esta otra faz de Rusia, no podía ser conocida ni entendida por Arzibachev. Cuando pretendió crear un héroe, su imaginación de pequeño burgués individualista inventó a Sanin, un super-hombre de provincia que no sostiene ninguna lucha —ni siquiera una auténtica agonía interior— y que exhibe como única prueba de su superioridad las victorias de su instinto fuerte y de su cuerpo lozano de animal de presa.

Las obras de Arzibachev, posteriores a estas novelas, no tuvieron la misma fortuna en el mercado mundial de las letras. El instante asido por los nervios de Arzibachev había pasado. Se estaba incubando un mundo nuevo cuyo mensaje le era ininteligible. Escribió Arzibachev, en su nueva jornada, tres obras de teatro, en las que se concretó casi a su tema predilecto: la cuestión sexual. Por la tesis aparente de estos dramas fue procesado sensacionalmente. Este procese, que tuvo una vocinglera galería femenina, prolongó por algún tiempo su popularidad. Las novelas que escribió después, no son casi señaladas por la crítica de este período de la literatura rusa.

Arzibachev era un representante de la intelighentsia, como se llama en Rusia, más que a una élite2 o una generación, a un ciclo o una época de la literatura nacional. La intelighenisia era confusa y anárquicamente subversiva más bien que revolucionaria. Se nutría de ideales humanitarios, de utopías filantrópicas y de quimeras nihilistas. Cuando la Revolución vino, la intelighentsia no fue capaz de comprenderla. No era la revolución vagamente soñada en los salones de Madame Zenaida Zipius entre la musitación exquisita de un poeta simbolista y las fantasías helenizantes de un humanista erudito.

El pobre Arzibachev, como otros representantes de la intelighentsia, se Apresuró a protestar. Con un ardimiento de pequeño burgués desencantado, combatió la Revolución que llegaba armada de dos fuerzas que Arzibachev no conoció nunca y negó siempre: la ilusión y la esperanza. Por esto, sobreviviente de sí mismo, exilado de la historia, le ha tocado morir melancólicamente en Varsovia. Sobre la estepa rusa no se dibuja ya como antes el perfil de siete horcas. 

 

 


NOTAS:

 

1 Publicado en Variedades: Lima, 11 de Abril de 1927

2 Grupo selecto. Ver el ensayo de José Carlos Mariátegui "El problema de las élites", en El Alma Matinal y Otras Estaciones del Hombre de Hoy.